Estudios sobre el Aragón ƒoral - Grupo de Investigación Blancas
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Estudios sobre el Aragón ƒoral - Grupo de Investigación Blancas
Gregorio Colás Latorre (Coordinador) Estudios sobre el Aragón ƒoral ESTUDIOS SOBRE EL ARAGÓN FORAL Gregorio Colás Latorre (Coordinador) ESTUDIOS SOBRE EL ARAGÓN FORAL Grupo de Investigación Consolidado BLANCAS Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Este libro ha sido editado con fondos del Grupo de Investigación Consolidado Blancas, financiado por la DGA. © Los autores © MIRA EDITORES, S.A. C/ Dalia, 11 - 50012 Zaragoza Tels. 976 35 41 65 / 976 46 05 05 – Fax 976 35 10 43 / 976 46 04 46 e-mail: info@miraeditores.com – www.miraeditores.com Ilustración de la cubierta: detalle del cuadro Vista de la ciudad de Zaragoza, de Juan Bautista Martínez del Mazo, 1647. Primera edición: agosto de 2009 ISBN: 978-84-8465-302-8 Depósito Legal: Z-2445-2009 Impreso en España Fotocomposición e impresión: Ino Reproducciones, S. A. Polígono Malpica - Sta. Isabel, calle E (Inbisa II), nave 35 • 50016 Zaragoza NIÑAS COMO MUJERCITAS Y NIÑOS COMO HOMBRECITOS: TRAJE, INFANCIA Y APARIENCIA EN LA EDAD MODERNA Israel Lasmarías Ponz* A Álvaro, el más pequeño de la familia 1. HISTORIOGRAFÍA, TÉRMINOS Y FUENTES A lo largo de la Historia, las sociedades han ido creando estereotipos de representación de las diferentes fases biológicas del ser humano. Estas imágenes reflejaban aquellos aspectos que la sociedad consideraba como inherentes al individuo en cada una de sus etapas vitales. Durante toda la Edad Moderna se realizaron este tipo de «escalas de edades» sin apenas cambios. Estas escalas representaban de forma yuxtapuesta las edades del individuo desde el nacimiento hasta la muerte. La primera fase del ciclo vital era la «edad de los juguetes». Los niños se representaban jugando al caballito de madera, a las muñecas o al molinillo con un pájaro atado. El segundo ciclo era «la edad de la escuela» en la que los muchachos se representaban aprendiendo a leer y las muchachas a hilar1. ¿Cómo actuaron las gentes del siglo * Becario del Instituto de Estudios Turolenses de la Excelentísima Diputación Provincial de Teruel desde abril de 2005 hasta abril de 2007. 1 ARIÈS, P., El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Taurus, Madrid, 1987, p. 45 (primera edición en francés, París, 1973). 287 XVII en los primeros años de la vida de sus hijos? La infancia ha sido objeto de estudio por los historiadores en los últimos años. En 1948 James Bossard apuntó que la historia de la infancia no se escribiría nunca porque era imposible obtener datos históricos apropiados. Hoy sabemos que existe una metodología apropiada para afrontar este estudio. Esta metodología se fundamenta en que para comprender la situación real de los niños en la Edad Moderna se deben tener en cuenta una serie de factores fundamentales. Todas las sociedades complejas presentan esferas de la vida privada que se estructuran de forma diferente según sean las variedades de la religión, el poder, el marco económico y social y la cultura. De tal forma que la vida del niño solo puede ser entendida al comprender la sociedad concreta en la que este se encontraba inserto. Por ello reducir la comprensión de la vida de los niños a la simple mirada de sus condiciones de vida en el medio familiar resulta insuficiente; la escuela, el monasterio, el taller artesanal, la fábrica… fueron también medios fundamentales de su aprendizaje, pero no menos de la conformación de sus particulares condiciones de vida2. Los historiadores hemos tardado varias décadas en alcanzar esta conclusión. El proceso de confección de la historia de la infancia ha ido evolucionando desde diferentes posturas historiográficas a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado. Inicialmente durante los años sesenta y setenta el debate se centró en los aspectos relacionados con la afectividad que provocaban los niños en sus padres. En 1973 Ariès propuso que el siglo XVII fue un punto de inflexión en la historia de la infancia, puesto que al surgir el concepto de familia el niño pasó a ocupar un lugar central en esta. Y esta centralidad radicaba no solo en su porvenir social, sino más bien en su mera existencia3. Frente a estos postulados que revelaban la centralidad de los niños en el siglo XVII, autores como De Mause o W. L. Langer avalaban una visión pesimista de la historia de la infancia. Este último consideraba que a lo largo de la Historia los abusos a los niños habían sido una acción generalizada, aunque desde el siglo XVIII se fueron desarrollando posturas más humanizadas4. De Mause calificaba la historia de la infancia como una pesadilla realizando una radical crítica al supuesto de felicidad que Ariès proponía para los niños del Antiguo Régimen5. 2 BAJO, F. y J. L., BELTRÁN, Breve historia de la infancia, Temas de Hoy: Historia, Madrid, 1998, pp. 283-284. DELGADO, B., Historia de la infancia, Ariel Educación, Barcelona, 1998, p. 12. 3 ARIÈS, P., El niño y la vida familiar... óp. cit., pp. 12-13 y 187. Con respecto a la familia, ARIÈS, P., Centuries of Childhood: a Social History of Family Life, Nueva York, 1962. En esta última obra Ariès proponía la felicidad del niño. 4 DE MAUSE, Ll. (ed.), Historia de la infancia, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 10-11 (edición original: The History Childhood, Nueva York, 1974). 5 DE MAUSE, Ll., «La evolución de la infancia», en Ibídem, pp. 15-22. 288 Al margen de los postulados de Ariès pero frente a las posturas pesimistas existían posiciones como las de M. J. Tucker o Joseph E. Illick. El primero entendía que durante el siglo XVI apareció una «nueva conciencia de la infancia» que se traducía en una mayor preocupación por el niño y que se reflejaba en la comprensión del niño como un ser humano con problemas de desarrollo diferentes a los de los adultos6. El segundo apuntaba que los objetos materiales vinculados al niño y ofrecidos por sus familiares eran la muestra evidente del afecto que se sentía por los pequeños7. Elizabeth Wirth Marwick apunta que los sentimientos paternales son universales y que entraban en acción cuando la naturaleza del niño empezaba a ser modificada por la crianza. El nacimiento por sí solo no daba derecho al niño a recibir la protección que maximizara sus posibilidades de supervivencia, pero, una vez forjado el vínculo entre le niño y el mundo exterior, los adultos pusieron a contribución del niño sus poderosas fuerzas para ayudarle. Y, contra la opinión de Ariès, apunta que los cambios durante el siglo XVII fueron pocos con respecto a los siglos anteriores en lo que se refiere al trato de los niños por los adultos8. La década de los años noventa introdujo en España el interés por la historia de la infancia. El enfoque historiográfico fue novedoso, porque no se centró exclusivamente en la revelación de sentimientos. En 1998 Fe Bajo y José Luis Betrán publicaron una monografía sobre la infancia en la que recogen las críticas vertidas contra Ariès. Estas críticas comparten con Ariès la valoración de los niños en el contexto de la sociedad, pero este fenómeno no comenzó a producirse a partir del siglo XVII. Autores como Bidon9 y Lat (Les enfants au Moyen Âge, 1990) o Pollock reconocen el afecto en la Edad Media, e historiadores como M. Goleen (Children and Childhood en Classical Athens, 1990) lo observan en la Antigüedad. Al margen de estas críticas Bajo y Betrán apuntan que el niño se debe comenzar a estudiar desde la perspectiva de la historia de la representación, porque era un ser a la vez real e imaginado, portador de significados e ideologías10. 6 TUCKER, M. J., «El niño como principio y fin. La infancia en la Inglaterra de los siglos XV y XVI», en Ibídem, p. 285. 7 ILLICK, J. E., «La crianza de los niños en Inglaterra y América del Norte en el siglo XVII», en Ibídem, p. 376. 8 WIRTH MARWICK, E., «Naturaleza y educación: pautas y tendencias de la crianza de los niños en la Francia del siglo XVII», en Ibídem, pp. 329-332. 9 BIDON, D., «Du drapeau à la cotte: vêtir l’enfant au Moyen Âge (XIII-XV)», en VV AA, Le vêtement: histoire, archeologie et symbolique vestimentaires au Mogen Age, Cahiers du Leopard d’Or, I, París, 1989, pp. 123-168. 10 Breve historia de la infancia… óp. cit., pp. 12-13. 289 Buenaventura Delgado se interesa por el estudio de la imagen de los niños que proyectaban autores como Nebrija o Vives en el Renacimiento, y Locke o Fénelon en el Barroco. Y concluye que hasta la Ilustración no se observan ciertos cambios con posturas como la de Rousseau11. Este giro historiográfico se había producido con anterioridad en Europa. En los años ochenta del siglo XX Arlette Farge publicaba su obra La vida frágil. Esta autora reconoce la dificultad para percibir y entrever el lugar y papel que jugaba el niño en la sociedad. Y añade que centrar las investigaciones, únicamente, en aspectos de afectividad impide explorar otras formas de relación entre niños, adultos y padres. Y propone para dar solución a la dificultad inicial comprender cómo había llegado el niño al mundo y cómo se alimentaba, vestía, amaba, criaba y educaba12. Se trata de reconstruir todos aquellos aspectos de la vida que rodeaban y afectaban al niño. Esto permite una visión más completa de cómo sería la realidad infantil. Lo que en este artículo propongo es una reconstrucción de la manera de vestir a los niños en el siglo XVII. El niño no tenía, como tampoco tiene hoy, capacidad de vestirse por sí mismo. Esta característica era una de las que más identificaban al niño como infante. Y, puesto que al niño se le vestía, en ocasiones el vestido adquiría un valor diferente a la mera necesidad biológica de cubrir el cuerpo del frío o protegerlo del sol. Esta premisa inicial hace que este artículo se sitúe historiográficamente en propuestas como las de Arlette Farge o las de Bajo y Betrán. En los años setenta del siglo XX autores ingleses y franceses introdujeron aspectos socioeconómicos y culturales en las formas de vestido de los niños. F. H. Du Boulay indica que los ingleses en el siglo XVI daban un gran valor a los niños. Desde finales de la Edad Media la economía de Inglaterra en recuperación había aumentado la riqueza de las familias. Du Boulay sugiere que esta mejora económica provocó un cambio en la actitud hacia los niños13. Con más cantidad de dinero en la bolsa familiar las familias buscaban formas de gastarlo. Lo invertían en casas más grandes, en retratos de sí mismos y de sus familias y en sus hijos a través de la educación y del vestido. El excedente económico hizo posible hacer uso 11 Historia de la infancia… óp. cit., p. 31. 12 FARGE, A., La vida frágil, Instituto Mora, México, 1994, pp. 56-58 (primera edición en francés, Hachette, 1986). 13 Supongo que el autor se refiere al cambio de actitudes hacia el niño en relación con ese nuevo interés de opulencia u ostentación. La afectividad no aparece en ningún momento y varios autores se han encargado de demostrarla, como ya he comentado, en periodos históricos anteriores. 290 de los niños como «objetos de consumo»14. Evidentemente, la situación del niño no se puede desvincular del contexto familiar en el que vive. Y en aquellas familias con alto poder adquisitivo o con una economía asentada el niño servía como instrumento para expresar riqueza. En este sentido los adultos jugaban el mismo papel: a través de sus vestidos y de su forma de vivir en general manifestaban de forma simbólica su capacidad económica y el poder y lugar que ocupaban en la sociedad estamental. En definitiva, el traje de los niños podía servir a la familia para lo mismo que servía la librea del paje o la ropa de los criados: indicar un estatus a ojos vista. El estudio de los aspectos a los que me he referido en los dos párrafos anteriores no evitará que en ocasiones haga referencia a la afectividad. Muchos de los autores que se centraron en el estudio de los afectos centraron las iras de sus opiniones en determinadas prendas de vestir. Autores como William L. Langer o Lloyd De Mause consideraron algunas prendas como auténticos utensilios de tortura y a los padres, nodrizas y tutores que se las ponían como auténticos torturadores. Por tanto, ligaban la afectividad hacia los niños con las ropas que llevaban. Esta solución es del todo simple. En los tratados de medicina u obstetricia y en las manuales de urbanidad o educación física y moral se relatan las funciones de determinadas prendas. Por lo general, estos tratados se asientan en presupuestos médicos (para que se desarrolle mejor el niño) y morales o sociales (para que el niño pueda triunfar en la sociedad). En estos textos se basarían las actuaciones de los individuos que estaban al cargo de los infantes y, por tanto, las acciones de estos se basarían en los presupuestos dados por los escritos, ya hablemos de padres más o menos instruidos, o de médicos y comadronas que podían tener un más fácil acceso a los textos. Normalmente, médicos y comadronas eran los encargados de dar directrices a padres y nodrizas. Lo cual no evitaba que se produjesen acciones violentas contra los niños. Pero esa violencia voluntaria no siempre estuvo vinculada con las prendas de vestidos. Del hecho de que un padre o madre pusiese un corsé a su hija no se tiene que suponer una asfixia voluntaria. La función del corsé no era asfixiar, sino estrechar la cintura. Y la cintura estrecha en el ideal físico de las mujeres del siglo XVII tenía determinadas connotaciones que no se pueden obviar. La afectividad de los padres hacia los hijos está constatada para la Edad Media aragonesa; Aragón es el espacio geográfico en el que centro este artículo. María del Carmen García Herrero ha establecido la opinión de que los padres adoraban a los hijos en el Aragón tardomedieval, tanto por lo que llegarían a ser 14 DU BOULAY, An Age of Ambition: English Society In the Late Middle Ages, Nueva York, 1970. Obra citada en El niño como principio y fin…, óp. cit., pp. 260-262. 291 como por lo que eran. El fallecimiento de los niños al poco tiempo de nacer era visto como algo habitual a la vez que inevitable. Pero en referencias de padres que expresan sus sentimientos hacia sus pequeñas criaturas se recogen afirmaciones como: «… por seyer su padre e porque no ay ninguno que quiera mas al fijo que es el padre e la madre… y desea hazer como buen padre…»15. Estas muestras de afectividad hacia los hijos continuaron durante el siglo XVII. Las madres legaban a sus hijas en los testamentos determinadas prendas o utensilios muy significativos bajo la fórmula «de gracia especial»16. Los padres, cuando hacían testamento, incluían cláusulas en las que velaban por la alimentación y el vestido de sus hijos supervivientes. Comer y vestir eran dos necesidades biológicas básicas para el niño. Incluso se recomendaba al cónyuge superviviente vender las prendas del difunto para costear el gasto de las prendas de vestir de los niños. Este hecho es muy significativo porque cuando moría un cónyuge las prendas, por acuerdo matrimonial, en las capitulaciones, o revertían en la familia del difunto o se guardaban en arcas para cuando «tomasen estado» los hijos o hijas supervivientes17. Cuando los padres hacían testamento en ocasiones recomendaban enterrarse junto a alguno de sus hijos difuntos. Es evidente que esta medida es un ahorro económico en el negocio de la muerte. Pero también esconde un trasfondo de sentimiento de cercanía y cariño hacia un hijo fallecido con quien se quiere compartir el lecho definitivo y perpetuo hasta el día del Juicio Final. Lo que supone que en este día se verán acompañados progenitor y descendiente18. Por último, 15 GARCÍA HERRERO, M. C., «Porque no hay ninguno que más quiera al fijo que el padre y la madre», en A. MUÑOZ FERNÁNDEZ (ed.), Del nacer y del vivir. Fragmentos para una historia de la vida en la Baja Edad Media, IFC (CSIC), Exc. DPZ, Zaragoza, 2005, pp. 47-61. 16 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Alcañiz (en adelante, AHPNA), Pablo Alberto Suñer, 1765, acto de muerte y testamento de Gracia Magallón, viuda de Joseph Tomás, labrador, vecinos de Alcañiz, f. 57 y ss: «… Item dexo de gracia especial a mi hija Teresa Thomas dos colchones de marca mayor… y toda la ropa de su llevar tanto de lienzo como de lana y seda usada y por usar, dos cucharas de plata de marca mayor, una cruz de plata, con su cadena de plata, una pasta de plata sobredorada de cinta de criatura, un joyel de oro…». 17 AHPNA, 1640, Lorenzo Arcos, testamento de Tomás Ferrer, zurrador y de María Martín, su esposa, vecinos de Alcañiz, ff. 139v-143: «… Item yo dicha Mariana Martin dexo de gracia especial a las dichas Margarita Ferrer, Jusepa Ferrer y Dorotea Ferrer nuestras hijas todas mis ropas y vestidos de lino y lana y joyas… con facultad que doy al dicho Thomas Ferrer mi marido si acaso me sobreviviere que pueda deshacer dichas mis ropas… para vestir las dichas nuestras hijas…», f. 141v. 18 AHPNA, 1622, Pedro Joan Fraello, testamento de Jaime Sebastián Sobradil, calcetero de Alcañiz: «… Ittem quiero ordeno y mando que siempre que dios Nro Señor fuere servido llevarme desta vida para el otra mi cuerpo sea enterrado en la iglesia Collegial de la dicha Villa de Alcañiz enfrente de la Capilla del Señor San Anthon en la sepultura que an sido enterrados los Cuerpos de mi miger y de Jacinto Sobradil mi hijo…», ff. 99v-100. 292 y haciendo referencia a un documento del siglo XVII de carácter público, los documentos notariales anteriores tienen un carácter privado. Doña Ana Abarca de Bolea, abadesa del Monasterio de Casbas, escribió una pequeña obra dramática, Baile pastoril al nacimiento. Esta obra finaliza con una coda en habla rústica en la que se refleja el modo de hablar de las gentes populares. Por tanto, esta coda reflejará el sentir del pueblo con respecto al tema que se trata. El centro del argumento de la coda refleja el nacimiento de Cristo en un pesebre y hace clara referencia a las necesidades del niño recién nacido: calor y comida. Y ante esta situación el sentimiento general del texto refleja: lástima y afecto. Lástima, por la situación de frío en la que se encuentra; afecto, porque se pretende solucionar sus carencias. Y este sentir de los protagonistas de la escena está rodeado por un ansia generalizada de conocer al nuevo niño19. Si algo le resulta complicado al historiador cuando procede a estudiar aspectos de la infancia, adolescencia o juventud de los individuos históricos es determinar con concreción cuándo comienza o acaba cada una de estas etapas o incluso si existían como tales en la evolución del hombre desde la niñez a la edad adulta. Diversos autores se han referido a estas etapas y han estudiado cómo fueron comprendidas por los individuos históricos. Baltasar Gracián en El Discreto apunta que «… solo el tiempo puede sanar de la infancia y de la juventud que son realmente las edades de la imperfección…». Ya me he referido anteriormente a las «escalas de las edades» que recoge Ariès20. Este mismo autor apunta que los niños en la Edad Moderna eran vistos como seres diferentes con respecto a los hombres, pero solo por el tamaño y la fuerza. Comparando al niño con el enano, aquel era como este pero con la seguridad de no quedarse diminuto para toda la vida. Según Ariès, el concepto de infancia cambió durante el siglo XVII: en las sociedades dependientes el uso antiguo del término se mantuvo. Este uso antiguo vinculaba infancia con dependencia y por ello términos como hijo, mocito o muchacho eran términos referidos a esta dependencia. Por ello los términos de la infancia subsistían para designar familiarmente en la lengua hablada a personas de condición dependiente o sometida a otros: lacayos, oficiales, soldados. Sin embargo, en el contexto de la burguesía el concepto de infancia adquirió en el siglo XVII el concepto, moderno que le damos hoy, porque los burgueses eran un grupo no dependiente. En este mismo enfrentamiento dependencia versus no dependencia, la edad de los infantes se alarga o acorta. Ariès com- 19 «…Tened llastima, que nage / en noche de tanto frio, / que a los corazones plaga / y los tiene empedernidos. / Vámoslo a ver y levemos / leña, queso, pan, crabitos / y lágrimas, porque beba / que las estima el chiquillo. / […] A alegrar el Niño, pastores, / vamos todos…», ABARCA DE BOLEA, A., Baile pastoril al nacimiento, siglo XVII, obra citada en La Navidad en Aragón, CAI 100, Equipo de Redacción, Zaragoza, 2001, p. 60. 20 El niño y la vida familiar…, óp. cit., pp. 15-18, pp. 48-49, p. 185 y pp. 435-438. 293 prendió que la infancia podía ser más o menos larga vinculada a la escolarización. Para aquellos niños cuyas familias podían costearles la escolarización la edad infantil se prolongaba más allá de la «edad de los juguetes» y del periodo en el que el niño llevaba andador. De tal manera que la infancia se ampliaba y abarcaba dos edades: la «edad de los juguetes» y la «edad de la escuela». Frente a esta infancia larga existía otra más corta y tradicional en la que los niños por no ir a la escuela o ir durante apenas dos años abandonaban precozmente la edad del juego y pasaban a la juventud. Edad de la juventud que debe ser entendida en el contexto de las sociedades de solteros. Así, las sociedades de jóvenes eran sociedades de solteros, diferenciando al soltero del casado, al que tenía casa del que no la tenía y al que era más estable del que lo era menos. En el paso de la juventud a la edad adulta el rito ingresivo del matrimonio era fundamental. En conclusión, según los postulados de Ariès, en el siglo XVII los individuos podían permanecer de por vida en la infancia o juventud imaginada. El enano era visto como un niño porque su tamaño era reducido y a lo que podía aspirar era a pasar a ser un niño envejecido. Y el soltero era observado como un hombre en estado juvenil permanente, porque su estado era inestable de por vida. Estos conceptos variaban para las mujeres, porque al no estar, por lo general, escolarizadas en el siglo XVII su estado de niñez se acortaba y a los diez años podían concebirse como auténticas mujercitas. La historiografía más reciente indica que el niño era concebido durante la Edad Moderna como un ser muy dinámico, en constante movimiento. Para Arlette Farge, los niños se desplazaban de forma constante de la infancia a la edad adulta, de la dependencia a la autonomía y del mundo económico al de la gratitud y la malicia. De tal forma que no permanecían en ningún momento fijos en un papel definitivo. Y esta diversidad de papeles y funciones les hacía existir como adultos y niños al mismo tiempo. Por ello, la mejor caracterización del niño es el movimiento de idas y venidas, de ida y vuelta entre el mundo del niño y del adulto21. Toda esta bibliografía evidencia que la delimitación de la edad de los niños era muy difusa en la Edad Moderna y estaba condicionada por diversos factores. Por esto la concepción de la infancia es muy complicada de adivinar desde nuestra perspectiva actual. En la definición del infante como tal intervenían: el sexo, la escolarización, el estamento o grupo social al que pertenecía, la economía y el nivel cultural familiar, el lugar de residencia… En tal caso la edad del niño parece ser lo que menos importaba. García Herrero apunta que el Derecho canónico mantuvo durante la Baja Edad Media la edad mínima de acceso al matrimonio en 12 años para las mujeres 21 La vida frágil…, óp. cit., p. 76. 294 y 14 para los hombres, aunque advierte que el sexo y la condición social de los individuos eran factores definitivos para que el niño se viese incluido de lleno en el mundo de los adultos. E incluso desde su óptica feminista añade que las mujeres de los grupos privilegiados se podían mantener en estado de dependencia e infantilismo psicológico prolongado más allá del matrimonio, de forma que algunas mujeres no parecían alcanzar la verdadera mayoría de edad hasta quedar viudas22. La documentación notarial se sirve de varios términos para indicar que las prendas que se detallan son propias de individuos de corta edad, siendo los más frecuentes criatura y niño; lo cual indica que esas prendas estaban ligadas a un tipo de ser concreto y una edad determinada. Covarrubias define criatura como el hijo o hija que acaba de nacer23. El Diccionario de Autoridades en su edición de 1726 ofrece una definición mucho más genérica: «Comúnmente el niño pequeño antes de nacer, y quando se esta criando», y se refiere a la expresión: «Es una criatura», de la siguiente forma: «Expresión con la que se significa que una persona es muy joven, u de muy poca edad, o que lo parece»24. Pero el Diccionario de la Academia de 1780 define este concepto acercándose claramente a la postura de Covarrubias, puesto que la acepción es la siguiente: «El niño recién nacido, o de poco tiempo, y también el feto antes de nacer»25. Por lo que respecta al significado de niño, Covarrubias considera que tiene el mismo significado que hijo. Frente a la acepción genérica de 1611, en 1726 el Diccionario de Autoridades recoge la misma definición que el Diccionario de la Academia. Esta recopilación aporta una referencia más concreta de niño y además introduce el concepto de niñez. El concepto de niño se aplica concretamente a aquellos individuos que no han alcanzado los siete años de edad y, en general, al ser que tiene pocos años. Así, la niñez sería el periodo de vida de un individuo hasta que alcanzase los siete años, y añade: «Por el modo de hablar se extiende hasta la juventud». La introducción del término juventud por el lenguaje vulgar provoca un alargamiento de la niñez. El Diccionario de la Academia de 1780 define juventud como «el tiempo de la edad de joven, que comienza desde los catorce y llega hasta los 21 años». Y, con anterioridad, Covarrubias había definido juventud como la 22 Porque no hay ninguno…, óp. cit., p. 87. 23 COVARRUBIAS, S., Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611. Edición integral e ilustrada de Alejandro Arellano y Rafael Zafra, Universidad de Navarra, Madrid, 2006: «Se toma algunas veces por el niño, cuando se va criando…» y «el hijo o hija que acaba de nacer». 24 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de Autoridades, Francisco del Hierro, Madrid, 1726. 25 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, Diccionario de la Lengua Castellana, Joaquín Ibarra, Impresor de Su Majestad, 1780. 295 edad del mancebo. Y por mancebo se entendía «el mozo que esté en la edad que en latín llamamos adulescens… aún está debajo del poder de su padre». Aquí la juventud estaba ligada a la dependencia del hijo con respecto a su padre. Y algo similar ocurre con la definición de muchacho. Covarrubias lo define como «conviene a saber, mocho, mutilus, porque no ha crecido todo lo que ha de crecer». Y el Diccionario de la Academia define muchacho como «en riguroso sentido vale el niño que mama; aunque comúnmente se extiende a significar el que no ha llegado a la edad adulta». Este conjunto de definiciones indican que durante la Edad Moderna existían varios indicadores de edad y que la infancia se organizaba alrededor de tres factores: la edad, el imaginario popular expresado mediante el lenguaje vulgar y las relaciones de dependencia personal. El término criatura se utilizaba para los niños más pequeños: un feto, un recién nacido y un niño que se estaba criando o amamantando. Aunque la edad de lactancia es muy voluble. El niño podía estar mamando hasta los tres años, pero si la madre se quedaba embarazada antes de que el niño cumpliese esta edad se debía producir el destete. Y el término niño se podía utilizar para denominar a un recién nacido y a un niño de hasta siete años, pero también para hacer referencia a un niño que no había cumplido los catorce años e incluso para una persona que siguiese vinculada a la dependencia de su padre independientemente de su edad. A la dependencia ya me he referido antes analizando la bibliografía de Ariès. Por tanto, el concepto de infancia en la Edad Moderna era muy amplio y dependiente de múltiples factores. No cabe duda de que las expresiones coloquiales difuminaban la esencia de los términos referidos a la infancia. Un ejemplo es la niña D.ª Luisa Çepero, hija huérfana de D.ª Bernarda Romero. En el estado de las cuentas de D.ª Luisa se anota en varias ocasiones la palabra niñería26 haciendo mención a varios de sus gastos. D.ª Luisa estaba a cargo de un tutor que era el encargado de velar por su conducta y sus bienes. El hecho de que el tutor anote el término niñería indica que la imagen que tenía de D.ª Luisa era infantil. Pese a ello D.ª Luisa tenía abierto un pleito con la Inquisición, había estado manifestada y se había casado en secreto sin permiso de su tutor27. 26 «Todo lo que es de niños y de poca consideración», en Tesoro de la Lengua…, óp. cit. 27 Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza (en adelante, AHPNZ): 1628, Pedro J. Martínez de Aztarbe, «memoria del gasto que yo Jayme Villanueba como administrador de la hacienda de la que fue Doña Bernarda Romeo le di para comprar ciertas niñerias», «en menudos invie a su md. Para comprar niñerias», «para pagar a micer Salaverte los dias que estubo manifestada mi Sª doña Luisa…» y «… en trenta de noviembre de 1627 pague en una Junta que hubo quando se saco la Señora doña Luisa para determinar lo que se devia haçer por haver casado sin licencia de los ejecutores…», f. 2030, 2042v, 2047v y 2056. 296 Estos hechos indican que la mentalidad de D.ª Luisa no era ni mucho menos la de una niña, sino la de una mujer resuelta que pretendía controlar por sí misma su destino y se había casado en secreto. Posiblemente, el tutor en su función vigilante o en su afán controlador se viese en la obligación o tuviese la intención de tratar a D.ª Luisa como una niña en lugar de como una mujer, que es lo que parecen indicar sus acciones. Posiblemente, se observe aquí esa idea de infantilismo psicológico en que determinados hombres pretendieron sumir a las mujeres que de ellos dependían28. Los términos criatura, niño y muchacho son los utilizados en la documentación para indicar que determinadas prendas estaban vinculadas a la edad infantil. En algunos casos no se añadía ningún tipo de identificación porque era evidente la función de la prenda como propia de un pequeño. En estos últimos casos se sabe la vinculación de la prenda con el niño gracias a los diccionarios de términos como el de Covarrubias o las primeras ediciones de los de la Academia de la Lengua Española, redactados en época moderna: siglos XVII y XVIII. Este artículo está realizado, fundamentalmente, con documentación del Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Zaragoza (en adelante, AHPNZ). Este fondo proporciona documentación del siglo XVII en la que se incluyen testamentos en los que se legan prendas o se indica el uso de estas relacionándolas con la muerte; inventarios de bienes en los que anotan descripciones del contenido de las arcas, arcones, baúles y guardarropas; relaciones de cuentas en las que se anotan los gastos ocasionados por actividades económicas relacionadas con el traje y algún otro tipo documental que puede contener descripciones o referencias de prendas de vestido o del uso que se hacía de estas. Estos documentos proporcionan fragmentos de historias individuales, porque se puede conocer qué prendas poseía un individuo de un determinado lugar y estatus socioeconómico. E incluso, si la fuente es explícita, se puede conocer qué uso hacía ese individuo de las prendas de vestido. Estos fragmentos de historia son puntos de partida para comprender diversos aspectos de la vida cotidiana que desarrollaban los individuos del pasado. Y estas pequeñas historias separadas e individuales, aunadas y confrontadas, servirán de base para realizar afirmaciones genéricas. Por ello, los ejemplos y las notas no son simples referencias, sino que pretender identificar a los protagonistas individuales de las experiencias sobre las que se fundamente el análisis. Esta forma de trabajar con protocolos ha sido defendida por varios autores, aunque con la debida cautela. Si los inventarios constituyen una fuente útil y copiosa para conocer prendas de vestido, porque se identifican los cambios 28 Porque no hay ninguno…, óp. cit., p. 87. 297 o avances en tejidos, colores y formas, no permiten llegar a conclusiones igual de seguras respecto a cambios cuantitativos29. Los fragmentos individuales se conectan con la generalidad a partir de dos tipos de monografías: las referidas a la educación moral y física de los niños y jóvenes y tratados de medicina en los que se recogen referencias al cuidado de los niños. El uso de este conjunto de tratados científicos y de obras de moralistas permite comprender de forma directa el por qué del uso de determinadas prendas alejándonos de injerencias excesivamente personales en el razonamiento. 2. VESTIDOS COMO ADULTOS Cuando Locke trataba de la educación y cuidado de los niños solo establecía dualidad de sexos en lo referente al vestido. Porque la educación física se dirigía a ambos sexos sin distinción alguna, pero en lo referente a los vestidos establecía peculiaridades en función del sexo. Había ropas para niños y ropas para niñas30. Pero esta diferenciación en el traje de los niños no se hacía efectiva hasta una determinada edad. El delfín de Francia, futuro Luis XIII, no vistió como adulto, según Heroard, hasta los 7 años y 8 meses e incluso en ocasiones recupera el traje infantil con delantal. Y en el retrato de la familia Habert realizado por Philippe Champaigne que recoge a siete niños el único que viste como un adulto es el mayor de todos ellos que tenía 10 años y vestía como un hombre diminuto con manto. Los retratos de la Corte española representan a los infantes vestidos como adultos a partir de estas mismas edades. Ariès apunta que la fecha en la que los niños adquirieron traje propio diferente al de los adultos fue a inicios del siglo XVII, condicionando este cambio al nivel social y de riqueza de la familia; burgueses adinerados y nobles serían los que pudieron introducir el nuevo traje peculiar de la edad infantil. Porque las familias de escasos recursos económicos vestían a sus hijos desde más pequeños como si fuesen adultos reaprovechando ropas usadas, siguiendo la práctica medieval de vestir a los niños como adultos desde el momento de desfajarlos31. Sin embargo, la documentación que he utilizado no advierte apenas diferencias entre el traje de finales del último tercio del siglo XVI y el que se llevaba a inicios 29 SARTI, R., Vida en familia: casa, comida y vestido en la Europa Moderna, Crítica, Barcelona, 2003, p. 11 y p. 259. 30 LÓPEZ-CORDÓN, M. V., (ed.), J. AMAR Y BORBÓN, Discurso sobre la educación física y moral…, Imprenta Benito Caro, Madrid, 1790, p. 125. 31 El niño y la vida familiar…, óp. cit., pp. 78-82. 298 del siglo XVIII. La condición social de las familias que acumulaban estas prendas de ropa se caracterizaba por su solvencia económica, porque la documentación se refiere fundamentalmente a miembros de la nobleza, notarios, abogados, mercaderes, oficiales mecánicos reputados y labradores adinerados. Otra cosa será el traje de los niños cuyas familias tuviesen nulos recursos económicos. Estos casos no se pueden descifrar por la documentación notarial, puesto que el notario exigía el pago de una determinada cantidad de dinero, aunque no tan alta como en la actualidad, por dar fe a la documentación que interesaba. Pero si resulta difícil conocer el vestido de los más pobres a partir del documento escrito, pues los pobres casi no dejan documentación, más complicado se hace conocer la descripción de las ropas de sus hijos. Hasta alrededor de los 6 ó 7 años los niños que vestían traje infantil utilizaban las mismas prendas independientemente de su sexo. Cuando los niños alcanzaban esta edad su género comenzaba a diferenciarse a partir de su vestido. El final de la Edad Media supuso un cambio importante en la concepción de los vestidos. Los hombres «a la moda» comenzaron a abandonar la utilización de prendas anchas, largas, sueltas y de una sola pieza. Y comenzaron a vestir un traje dividido a la altura de la cintura compuesto por calzones de diferentes tipos y jubón. Y la figura del varón se tornó rígida, debido a la utilización de prendas estrechas y ajustadas que dificultaban determinados movimientos. Tan solo las exageradas calzas ensancharon los muslos masculinos durante un tiempo. Por tanto, los hombres dejaron de vestir faldas, aunque aquellos de inferior condición seguirían utilizando el sayo medieval durante bastante tiempo, en algunos casos hasta inicios del siglo XVII. Por tanto, el uso de faldas y prendas holgadas quedó restringido a las mujeres que a la altura del siglo XVI vieron sus ropas de una pieza divididas en dos: jubón o cuerpo y basquiña o saya. Lo que no quiere decir que no utilizasen prendas de una sola pieza. Las nuevas prendas encorsetaban a la mujer en un traje rígido que se estrechaba progresivamente hacia la cintura tanto desde la cabeza como desde el final de las extremidades inferiores. El cambio con respecto a la Edad Media era muy significativo. De tal forma que a inicios de la Edad Moderna cada sexo tenía normalizado un vestuario adecuado y la única prenda que tenían en común hombres y mujeres era la camisa, la cual estaba comenzando a diferenciarse también mediante adornos propios de hombres y otros privativos del sexo femenino. En general y durante toda la Edad Moderna, independientemente del sexo de la persona que llevaba las prendas, estas se podían catalogar en tres grupos dependiendo de la función que tenían asignada en la persona. Por «ropa de encima» se conocían las prendas destinadas a utilizarse para salir a la calle o recibir visitas en casa; esta era la ropa más protocolaria. La «ropa blanca» equivalía a nuestra ropa interior actual y se llevaba debajo de la que se utilizaba en la intimidad o de la «ropa de encima». Por último, el tercer grupo lo formaban las pren- 299 das que se llevaban en el interior de la casa; en ocasiones, en el ámbito doméstico, para mayor comodidad, se llevaba simplemente «ropa blanca». Pero la documentación que he trabajado no recoge prendas de este último tipo para ninguno de los dos sexos. Para la realización de este trabajo he utilizado fundamentalmente cuatro documentos referidos a niños adinerados de Zaragoza. Son cuatro casos en los que los niños se quedaron huérfanos y sus tutores anotaron los gastos de las haciendas de los muchachitos en registros de contabilidad. En estas contabilidades se recogían el conjunto de prendas de vestido que se les compraban o mandaban confeccionar. El primer documento se refiere a la relación de cuentas de la niña Luisa Çepero. La pequeña Luisa se quedó huérfana de madre en 1621 siendo menor de edad. A partir de esta fecha se organiza una recopilación de cuentas hasta el año 1627. La familia de esta niña pertenecía a la nobleza: tanto su padre como su madre poseían armas. La familia estaba vinculada al comendador de una orden militar; posiblemente, la del Hospital de San Juan de Jerusalén. La llegada de un tal don Basilio a la casa principal de la familia procedente de Malta induce a pensar en que sea comendador de esta orden. Por tanto, Luisa es reflejo del traje que utilizaba una muchachita de la élite nobiliaria de Zaragoza; digo muchachita más que niña porque en 1627 se anotan en las cuentas diversos gastos derivados de que Luisa se había casado sin permiso. Además D.ª Luisa estuvo manifestada y tenía pleito abierto con el Santo Oficio. Pero, previamente al matrimonio en 1621, fecha en la que falleció su madre, D.ª Bernarda Romero, Luisa se trasladó a residir a la comunidad de mujeres del convento del Santo Sepulcro de Zaragoza. La edad de esta pupila no queda muy clara. Pero si en 1627 se recoge un pleito por haberse casado sin permiso es de suponer que tenía menos de 12 años, que eran los que el derecho canónico exigía para el matrimonio32. El segundo documento se refiere a la niña huérfana María Teresa Gertrudis de Sada, hija de Juan de Sada y Mariana Bielsa. Este documento es una relación de gastos cotidianos de casa que abarca desde 1630 a 1641. En 1630 murió la madre de M.ª Teresa y quedó huérfana por completo, porque su padre había fallecido con anterioridad. La documentación solo hace en alguna ocasión referencia a la abuela de la niña, D.ª Mariana Rabatins. En 1630 la niña M.ª Teresa todavía mamaba leche de su ama y se anotó el pago de este servicio. Solamente se anotó un pago al ama de la leche. Lo que induce a pensar que la edad de la niña sobre 1630 rondaría alrededor de los 3 años, por lo cual en 1641 tendría alrede- 32 AHPNZ, 1628, Pedro Jerónimo Martínez de Aztarbe, «Memoria del gasto que yo Jayme Villanueba como administrador de la hacienda de la que fue Doña Bernarda Romeo, esposa del Comendador Çepero», ff. 2018-2060 (en adelante, 1). 300 dor de 14 años. Así pues, este documento permite observar la evolución de las ropas de la niña a lo largo de los primeros años de su vida. Aunque hasta el año 1633-34 no se comienza a confeccionar ropa para la niña y ya en esas fechas vestía como una adulta. La condición social de la pequeña M.ª Teresa no se puede saber con seguridad, porque no la aclara la documentación. Sin embargo, el nivel económico de la familia de esta niña era muy elevado; nada que envidiar al de la pequeña de los Çepero33. La memoria del gasto de la pupila Manuela Ezquerra nos permite conocer cómo vestiría la hija de un labrador adinerado. El padre de Manuela murió en febrero de 1645 y era habitante de Pastriz; sin embargo, la niña vivía en Zaragoza. El conjunto de gastos e ingresos que anotó desde esta fecha mosén Pedro Segalón permiten conocer la calidad de las ropas que se confeccionaban para Manuela y los amplios recursos de que gozaba: viñas, tierras de panes y ganados34. Por último, el único documento que se refiere a niños es el de los hijos del notario Francisco Antonio Español, menor, y Estefanía de Lara; Blas y Domingo Español eran los pupilos herederos de este matrimonio. En 1645 ambos hermanos mantenían un poder adquisitivo muy elevado: vestían ricas ropas, practicaban deportes, acumulaban un inventario de obras impresas muy significativo y estudiaban en el «Seminario de los Jesuitas». Esta relación de cuentas permite conocer las formas de vida y educación de dos niños de posición económica muy elevada que no pertenecían a la nobleza, cuando menos, por la línea sucesoria de su padre35. 2.1. NIÑAS COMO «MUJERCITAS» El «traje de encima» Para cubrir el torso y los brazos, las niñas que vestían como mujeres utilizaban jubones, corpiños, cotas, cueras y mangas. Durante la Edad Moderna existían dos tipos de corpiño: uno de ropa blanca o interior y otro exterior también conoci- 33 AHPNZ, 1641, Jerónimo Cascarosa, «Relación del levantamiento de las cuentas de la hacienda de la pupila María Teresa Gertrudis de Sada, hija del que fue Juan de Sada y Mariana de Bielsa», ff. 726-728 (inserto s. f.) (en adelante, 2). 34 AHPNZ, 1645, Juan Jacobo Arañón, «Memoria de lo gastado por mi mossen Pedro Segalon tocante a la Hazienda del que fue Pedro Ezquerra desde el 17 de Febrero del año 1645 en adelante», ff. 71v-73 (inserto s. f.) (en adelante, 3). 35 AHPNZ, 1645, Juan Isidoro Andrés, «Definimiento de cuentas de Domingo y Blas Español, pupilos hermanos hijos del que fue Francisco Antonio Español, menor [notario del número de la ciudad de Zaragoza] y de D.ª Estefanía de Lara», ff. 2947-2970] (en adelante, 4). 301 do como cuerpo. El corpiño interior del vestido tenía como finalidad estrechar la cintura y convertir el torso en una superficie dura y lisa. Su función era similar a la que tenían las prendas de ruedo, verdugados y guardainfantes, en la parte inferior del cuerpo. Los corpiños interiores podían estar realizados en varios materiales, como el cuero, cartón o incluso tablillas. El cuerpo exterior se lucía como complemento de la basquiña, pero su uso estaba menos extendido que el del jubón, sobre todo entre las mujeres que seguían el modo de vestir cortesano. Tenía la misma función que el jubón, pero el corpiño carecía de mangas. El corpiño podía ser una prenda de gran calidad al estar confeccionado con materiales ricos, como el tafetán de seda, labrado de diversos colores y aderezado con reconocidos adornos como sedas, botones y galón36. Una prenda similar al cuerpo exterior debía ser la cuera de las mujeres. La cuera o coleto era una prenda del traje militar masculino que con el tiempo se incorporó al traje civil de los hombres. Se caracterizaba por ser una prenda similar a un chaleco, en principio, de piel, luego, de otros tejidos, sin mangas y que se llevaba encima del jubón. Carece de total sentido que la niña M.ª Teresa de Sada, que tendría una edad de alrededor de 7 años, utilizase un prenda que aludía al carácter militar de los varones. Por ello, es lógico que la «cuerecilla», en diminutivo, aludiendo a la pequeñez de la prenda, fuese una prenda sin mangas para llevar sobre el jubón o un cuerpo exterior sin mangas. De hecho, la calidad de la prenda indica que tenía un carácter exterior porque está confeccionada con un tejido caro y lustroso de seda: picote37. El término cota se relacionaba, principalmente, con la ropa exterior que los reyes de armas lucían en las celebraciones públicas. Esta función la establecen tanto Covarrubias como el Diccionario de Autoridades. Sin embargo, esta última fuente establece que la cota también es una prenda similar al jubón. Por lo tanto, en el traje femenino la cota cumplía esta última función de cubrir el torso como un simple jubón38. Covarrubias define manga como «la parte de la vestidura que cubre los brazos». Las mangas podían ser prendas independientes, aunque siempre vinculadas a un cuerpo o a un jubón. Este podía tener sus mangas sin coser a la sisa para facilitar el movimiento del brazo puesto que era una prenda muy estrecha. Por tanto, las mangas eran prendas de quita y pon. Evidentemente, las mangas se debían unir 36 2, «en 17 de mayo… de tafetán labrado de color media vara de tela verde seda y botones y galon para un corpiño a Maria Gertrudis de sada se le ymbio…», f. 36. 37 2, «… por el coste de una querecilla se ha hecho de picote de seda para maria teressa…», f. 27. 38 2, «… para una cota de estameña plateada guarencida… cota enaguas de damasquillo de lana guarnecido con su galon…», ff. 36 y 51. 302 al cuerpo o al jubón. Para esto había dos formas: «atacarlas» con agujetas alrededor de la sisa hasta el hombro o unirlas en un único punto, dejando entrever la blancura de la camisa que se llevaba debajo. La vinculación de las mangas al jubón y cuerpo hacía que ambas prendas compartiesen materiales y colores, aunque en ocasiones podían ser de color negro para mejor combinar y poder ser utilizada con diferentes jubones o cuerpos. Las mangas, para ser más lucidas, en ocasiones se forraban con telas finas, como el bombasí o fustán de seda39. El jubón fue la prenda más utilizada por las mujeres que siguieron la moda cortesana en el siglo XVII para cubrirse el torso y los brazos. El «vestido de aparato» de las mujeres exigía prendas ostentosas, como la saya entera, acompañadas de prendas de ruedo, como el verdugado o guardainfante. Sin embargo, se permitía sustituir la saya entera por dos prendas que dividían el traje en la cintura: el jubón y la basquiña. En los libros de sastrería los jubones femeninos se trazan de la misma forma que los masculinos. Se caracterizaban por ser prendas ajustadas de mangas estrechas y con dos delanteros acabados en pico. Al ser tan ajustados, las mangas estaban cortadas en dos piezas a lo largo del brazo para poderlas ajustar mejor al brazo. Covarrubias define jubón como el «vestido justo y ceñido que se pone sobre la camisa y se ataca con las calzas». Similar descripción realiza el Diccionario de la Academia: «Vestido de medio cuerpo arriba, ceñido y ajustado al cuerpo, con faldillas cortas, que se ataca por lo regular con los calzones». Esta vinculación con los calzones y/o calzas solo se daba en el traje masculino. El jubón daba al torso de la mujer la forma de cono aplastado cuyo vértice coincidía con la cintura. Esta forma combinada con la de la prenda de ruedo diseñó la principal característica del traje femenino español: la mujer se convertía en dos conos invertidos cuyos vértices se unían en la cintura. De tal forma que el cuerpo de la mujer se ensanchaba in crescendo hacia la cabeza y los pies desde un único punto: la cintura. Los jubones se debían combinar con la falda o basquiña tanto en color como en tejido o, al menos, en una de las dos cosas. La prenda que por excelencia utilizaron las mujeres del siglo XVII para cubrirse las caderas y las piernas fue la basquiña. Esta quedaba fruncida y plegada en la cintura con más vuelo detrás que delante. Aunque la calidad de la prenda estaba en función de los materiales que la componían, pudiendo ser una prenda muy ostento- 39 1, «… 3 quartas de cadico negro para unas mangas a mi señora doña luisa… por dos varas de fustan para aforrar las mangas.», f. 2024v. 303 sa o más sencilla. Debajo de la basquiña se situaba el verdugado o guardainfante para estirar y ahuecar el tejido si de un «vestido de Corte» o «aparato» se trataba. La basquiña compartía materiales en su confección con el jubón y en ocasiones con las mangas. Como he comentado, estas tres prendas estaban relacionadas o vinculadas entre sí. Y se confeccionaban en materiales como las sedas: jerguillas, damasquillos, rasos, picotes, tafetanes, terciopelos labrados, chamelote de aguas u otros tejidos como estameñas de calidad o tela de oro. Los tejidos estaban teñidos en colores tan vistosos como azules, morados, dorados, plateados, nácares, carmesíes, verdes y, cómo no, negros. Esta vistosidad de materiales y colores se completaba con adornos sofisticados de fajitas y bordados de oro, labrados y picados40. Al margen de estas prendas que empezaban o finalizaban en la cintura, las mujeres que seguían la moda cortesana utilizaban prendas que tapaban torso y extremidades. Estas prendas eran la saya y la ropa y se puede ver en ellas cierta reminiscencia medieval, pues la modernidad del nuevo traje radicaba en tener la cintura partida. Esta reminiscencia no supone que no fuesen prendas «de moda»; todo lo contrario, la saya y la ropa fueron muy apreciadas por las mujeres del siglo XVII. El Diccionario de Autoridades define saya como ropa exterior con pliegues por la parte de arriba que visten las mujeres y baja de la cintura a los pies. Esta prenda en la Edad Media se denominaba brial y tenía una forma similar. La saya era la prenda principal en el vestuario de una dama de la Corte y la lucía en los momentos en los que su rango y condición debían quedar expresados mediante su vestido. La saya «al estilo cortesano» se debe diferenciar de la simple falda que utilizan las villanas y que recibe el mismo nombre. La saya que vestían las mujeres «a la moda» estaba compuesta de dos piezas: por un lado, un cuerpo terminado en un pronunciado pico semejante en su corte al del jubón y, por otro lado, una falda con cola. Estas piezas comenzaron a cortarse por separado en el siglo XVI, pero, una vez endosadas, formaban un conjunto que imitaba a una prenda cortada de una sola pieza. La cola era una de las características fundamentales de la saya y le confería a la prenda una gran suntuosidad y autoridad. En ocasiones, cuando la cola era muy extensa, se podía llevar sujeta a la cintura con una lazada o portada por uno o varios pajes. Esta suntuosidad hacía que los materiales para confeccionar las sayas fuesen de una calidad exquisita, como las sedas de tafetán; algo similar ocurría con los adornos. Estos tejidos estaban teñidos en colores vistosos, como el dorado, negro y azul41. 40 1, «… de hechura de dos vasquiñas dos pares de mangas y una almilla… pague de una cuenta de prensar una ropa y picar una basquiña y jubon… «, ff. 2020v, 2048 y 2048v. 41 1, «… por dos baras de tafetán negro y dos onças de seda para guarnecer una saya de sarga labrada…», f. 2054. 304 Las mangas de las sayas podían ser de varios tipos: mangas redondas o mangas en punta; ambas necesitaban el complemento de unas manguillas para que los brazos quedasen cubiertos. Ninguno de los dos tipos de mangas cubría los brazos en su totalidad. En ocasiones, las sayas se confeccionaban con los dos tipos de mangas, que eran de quita y pon, lo que permitía elegir un tipo u otro de manga según la ocasión. Las mujeres que utilizaban el binomio basquiña-jubón debían cubrirse el cuerpo con otra prenda de encima. Una de las prendas más usuales para ello fue la ropa, que describe Covarrubias como «la vestidura que se lleva sobre la que está ceñida y justa al cuerpo». La ropa era una prenda holgada, abierta por delante y que se podía vestir incluso encima de la saya. Existen dos modelos de ropa: el «antiguo» y el «moderno». El «antiguo», vigente hasta mediados del siglo XVII, se caracterizaba por ser más holgada y acampanada y ensancharse los delanteros en línea recta desde los hombros. El modelo más reciente en boga desde inicios del siglo XVII enmarcaba el torso y marcaba la cintura al ensancharse los delanteros solamente a partir de la cintura. Esta prenda era propia del «traje cortesano» de las damas principales42. Como ocurría con la saya, la importancia que daba a la mujer el vestir una ropa exigía que los materiales con que se confeccionaba fuesen de elevada calidad. Por ello, los tejidos y adornos más comunes para confeccionar y adornar esta prenda eran de seda: sargas, rasos o terciopelos. Y los adornos más comunes eran labrados, picados, pasamanos y almenillas43. A esta suntuosidad se sumaba la autoridad que aporta el color negro con que estaban teñidos los tejidos, aunque también podían utilizarla mujeres de otras condiciones sociales inferiores confeccionándola con telas de inferior calidad. El principal problema que tenían las prendas infantiles era que los niños crecían y rápidamente prendas de gran calidad quedaban inservibles. Por ello, a las faldas de las niñas se les hacían unas lorzas o dobles interiores que permitían alargar las prendas cuando la niña se desarrollaba físicamente de forma repentina. Estos pliegues se denominaban alforzas, ribetes o cortapisas, y servían también de adorno44. Los mantos eran grandes prendas envolventes para abrigo del cuerpo utilizadas por ambos sexos. Covarrubias definió manto como: «Antiguamente la cobertura o capa de nobles, y asi se ha quedado hoy dia las ordenes militares y llaman manto a las capas o coberturas conventuales. Quiere decir cosa que cubre el cuerpo. El que cubre a la mujer cuando ha de salir de su casa, cubriendo con él su cabeza». La definición que ofrece el Diccionario de la Academia es más amplia, indicando que el manto es «una especie de velo o cobertura que se hace regularmente 42 BERNIS, C., El traje y los tipos sociales en el “Quijote”, Ediciones del Viso, Madrid, 2001, pp. 240241. 43 2, «…una ropa de sarja labrada con un pasamano y almenillas…», f. 51. 44 1, «… de hechuras de un jubon y un corpiño y alargar una ropa… «, f. 2050. 305 de seda con que las mujeres se cubren al salir de casa, el que baja desde la cabeza hasta la cintura, donde se ata con una cinta y desde allí queda pendiente por la parte de atrás una tira ancha, que llega a igualar con el ruedo de la basquiña y se llama colilla». El manto fue una prenda utilizada por todas las mujeres durante la Edad Moderna, pero la calidad de este dependía de la riqueza y condición social de la dama. Uno de los mantos más apreciados era el de lustre de Sevilla de seda de color azabache. De este tipo son los que se confeccionaron para las adineradas niñas cuyo vestuario estoy describiendo. Al margen del tejido y color, los mantos también se aderezaban con ricos adornos. Vetas y cintas de seda, rejados y randas eran adornos muy comunes en los mantos de lustre45. Estas prendas eran de mucho prestigio debido a los materiales con que se confeccionaban. Durante la Edad Moderna se denominó vestido al conjunto de prendas que configuraban un tipo de traje concreto. Para las mujeres que vestían siguiendo la moda de la Corte existían dos tipos de vestidos. Por un lado, el que se organizaba a partir de la saya entera; en este caso no llevaban ninguna otra prenda encima. Y, por otro lado, el compuesto por basquiña y jubón, que además requería una ropa. En ambos casos la mujer llevaría manto para salir a la calle. Al margen de otro tipo de complementos que no interesan en este momento, como cuellos, puños, prendas de ruedo, cartones de pecho, etc. La documentación en unas ocasiones se refiere a los vestidos de forma genérica y en otras describe cada una de las prendas que configuraban el vestido46. En ocasiones las mujeres podían utilizar prendas propias del traje de las órdenes religiosas, como, por ejemplo, el hábito. Si el hábito de los caballeros de las órdenes militares demostraba y hacía ostentación pública y visual de que se había alcanzado el máximo reconocimiento social, los hábitos femeninos mostraban la devoción hacia un determinado santo o santa. Estos hábitos eran utilizados para acudir a regocijos o fiestas vinculados con un determinado santo para hacer pública expresión de devoción. A los festejos que se celebraron en Zaragoza durante el siglo XVII como regocijo por beatificaciones o canonizaciones de santos muchas damas acudían con el hábito de la orden a la que pertenecía el santo celebrado47. En otras 45 1, «… 8 libras 14 dineros en 29 de abril por un manto de lustre para mi señora doña luisa… Item 18 dineros de vetas y rexados para dicho manto. Item 2 libras 14 dineros para la randa de dicho manto…», f. 2053. 46 1, «… a Ernando labega en fin de pago una cuenta de 861 sueldos que se devia de vestidos para la s.ª doña luisa… «, f. 2051v. Y 2, «en 15 de Abril de 1640 17 libras y 7 dineros pagadas a domingo horer sastre por lo que a gastado en hazer basquiña jubon y escapulario de picote plateado y negro de seda…», f. 48. 47 DÍEZ DE AUX, L., Retrato de las fiestas que a la beatificación de la Bienaventurada virgen y madre Santa Teresa de Iesus… hizo… la Imperial Zaragoza…, Imprenta de Juan De Lanaja y 306 ocasiones los hábitos se convertían en objetos de devoción y de protección frente al acoso de una enfermedad. Las órdenes religiosas, sobre todo las que hacían de la pobreza su forma de vida, utilizaban para la confección de sus hábitos tejidos muy humildes, como el sayal. Sin embargo, estas muchachas, que desde pequeñas lucieron hábitos, confeccionaban estos con tejidos de cierta calidad acorde con su estatus social: picote de seda o tela48. Y en caso de que se prescindiese de la seda con la intención de dotar al hábito de menor riqueza se utilizaban telas de lana fina o de lana mezclada con seda como el paño de burel mezclado con cádiz. Este último es un paño tosco pero, al añadírsele cádiz, adquiría cierta finura49. Otra prenda de devoción que llevaron estas niñas vestidas como mujeres adultas fue el escapulario. Esta prenda, según el Diccionario de Autoridades, era propia del traje de religiosos como los mercenarios, carmelitas, dominicos, trinitarios…, etc. Esta misma fuente añade que el escapulario también era usado por los seglares: «También lo traen las personas seglares y se compone de dos piezas pequeñas de algún género de lana, las cuales penden de dos cintas, que están unidas y cosidas en las puntas de las dos piececitas cuadradas y con ellas se cuelgan del cuello y traen sobre los hombros pendientes por delante y por detrás». La documentación de estas niñas zaragozanas se refiere al escapulario como complemento de basquiñas y jubones. Y su calidad supera con creces a la lana que apuntaba el Diccionario de Autoridades, porque si bien en ocasiones utilizaron lanas de calidad como la estameña «de la Victoria», otras veces utilizaron sedas plateadas y negras50. Quartanet, Zaragoza, 1615, p. 135: «… Doña Esperanza de Casanate, muger del Doctor Iuan Porter, Oydor en el mismo Consejo Real de las causas Criminales, Consejero de quatro costados en ciencia y prudencia estubo alli vestida con el habito de Santa Madre Teresa de Iesus: y es muy justo lo vista, según su casa es devota y bienhechora de aquella sagrada Religión. Tambien aunque con el habito de santo Domingo, estuvo rica y curiosamente adereçada doña Candida Andres muger del Doctor Gerónimo Marta, Oydor de las mismas causas, en el mismo Consejo Real...». 48 Este tejido en el siglo XVII no se refería a la forma genérica con que nos referimos al común de los tejidos. La tela era un tejido de elevada calidad. 49 1, «… por la cuenta de avitos para mi señora doña luisa…. de seda para los avitos… de bara y media de tela negra para aderçar un avito», ff. 2021 y 2026v. Y 2, «… de un Abito que ha hecho de cadiz burel para teressa de sada con dos pares de mangas de lo mismo para las fajaderas que quando ha estado mala dize su aguela la ha ofrecido a intención de la St.ª madre teressa de Jesus… a gastado en un abito de picote de seda», ff 14 y 24. Es muy significativo que la niña, llamándose Teresa, utilice como objeto protector un hábito de la Madre Teresa de Jesús; el nombre de la niña también expresa la devoción de la familia a la santa carmelita, puesto que la abuela de la niña también está presente en la intención del hábito. Además, estas prendas protectoras las utilizaban las niñas desde muy pequeñas. En 1631, cuando a Teresa de Sada se le confecciona este hábito, tendría escasos tres o cuatro años. Este hábito lo podía lucir perfectamente encima del «traje de babero». 50 1, «… 9 baras y media de estameña de la victoria para basquiña y escapulario…», f. 2047v. Y 2, «… basquiña, jubon y escapulario de picote plateado y negro de seda…», f. 48. 307 Otra prenda relacionada con el traje de las religiosas y que vistieron las niñas aragonesas fuel el monjil. El Diccionario de Autoridades define monjil como el traje de lana que usa la mujer que trae luto. Existían dos tipos de monjil: el tranzado o cortado en la cintura y el propio de viuda, que era entero. El monjil entero no tenía cola ni costura en la cintura y no había evolucionado apenas desde el siglo XV. Delantero y espalda se cortaban de una sola pieza que se ensanchaba desde los hombros al suelo en línea recta51. La utilización de esta prenda indica que los niños acudían a los funerales y lucían lutos desde muy pequeños. La «ropa blanca» La prenda de «ropa blanca» que comúnmente utilizaron las mujeres para cubrirse el torso fue la camisa. Covarrubias define camisa como «la vestidura de lienzo que el hombre trae debajo de las demás ropas, a raíz de las carnes». A esta, según el Diccionario de Autoridades, se podían añadir cuellos y puños. Covarrubias entendía que la camisa propia de la mujer era la «camisa de pechos». En cuanto a la forma de la camisa se distinguen dos tipos: las camisas altas que cubrían el escote hasta la base del cuello y las camisas bajas, que eran muy escotadas. Las mangas de las camisas podían ser de boca ancha o recogidas en las muñecas. La camisa era una prenda que se utilizaba para dormir y estar en casa más cómodamente. Vestir solamente camisa equivalía a estar desnudo. Por ello las mujeres que seguían la moda cortesana no podían enseñar la camisa por debajo de la prenda que les cubría el torso, a excepción del cuello y los puños. La camisa era una prenda de lencería que normalmente se confeccionaba en tejidos muy finos, como los lienzos de lino, holanda o ruán, puesto que se buscaba la suavidad en el contacto con el cuerpo. En ocasiones las camisas se confeccionaban con dos tipos de tejidos, siendo el de las mangas de mayor calidad, porque algunas prendas, como los cuerpos sin mangas, dejaban ver las mangas al exterior. Esta visión se produciría en momentos muy concretos en la intimidad. Covarrubias dice que los labradores la confeccionaban en cáñamo como todo su ajuar de «ropa blanca». Por tanto, la camisa podía ser una prenda más o menos cara en función del tejido con que estuviese confeccionada. No era solamente el tejido lo que enriquecía la camisa de una dama, también sus adornos. Las camisas no eran prendas que se viesen al exterior, pero se adornaban profusamente con randas o bordados, fundamentalmente, en la zona del pecho y puños52. 51 1, «en 24 de abril compre bara y media de cadiço para aderezar un mongil a mi señora doña Luissa», f. 2039v. 52 1, «… de 23 baras para camissas de lienço… de ruan para las mangas… de hechura de cinco camissas con las pechadoras y puños labrados…», f. 2045v. Y 2, «… por diez varas de lienzo a 4 libras y 308 La armilla, según Covarrubias, «era cierta vestidura militar corta y cerrada por todas partes, escotada y con solo medias mangas que no llegan al codo». El Diccionario de Autoridades añade a la función militar otra nueva: «Especie de jubón con mangas, o sin ellas, ajustado al cuerpo, que de ordinario se usa en invierno para reparo del frío». Por tanto, se observa la evolución de la armilla como prenda militar que se introduce en el traje civil. Así pues, la función de la armilla sería la misma que la de la camisa. Por ello, en beneficio de la función de abrigo, eran escasos o nulos sus aderezos y se realizaba en tejidos más gruesos que la camisa, como eran paños finos de bayeta más abrigados que los lienzos53. Otra prenda que cumplía una función similar a la de la armilla eran los jubones interiores. Eran prendas que se confeccionaban con los mismos tejidos que el resto de la ropa blanca. Igualmente, estos jubones eran utilizados como ropa de cama. En el traje del adulto se conocen noticias de jubones interiores utilizados para dormir exclusivamente, aunque son escasas las noticias de estas prendas y propias de individuos de alta condición que podían disponer de una pieza de lencería concreta para dormir. Lo más común era dormir con la camisa54. La prenda interior que las mujeres utilizaron con mayor asiduidad para cubrirse las piernas fue el faldellín, también conocido como enaguas, «guardapiés» y manteo. Las enaguas eran una falda interior de lienzo blanco que las mujeres se ataban en la cintura sobre la camisa y, por tanto, formaban parte de lo que en el vestuario femenino se denominaba «bajos». El Diccionario de la Real Academia define esta falda interior como «género de vestido hecho de lienzo blanco, a manera de guardapiés, que baja en redondo hasta los tobillos, y se ata por la cintura, de que usan las mujeres, y la llevan ordinariamente debajo del vestido». Esta prenda era la que se ponían las mujeres en primer lugar sobre la camisa. En la literatura del siglo XVII cuando las mujeres aparecen a medio vestir suelen llevar enaguas sobre la camisa sin ningún otra prenda. La función del faldellín era evitar que se viesen las piernas de la mujer cuando la falda se levantaba por el movimiento ocasionado por cualquier postura forzada. Por esta razón las mujeres tenían especial cuidado en la calidad de las enaguas, porque siendo prenda interior, en ocasiones, se convertía en prenda exterior. En este sentido un fragmento de La Dorotea de Lope de Vega recoge la importancia de las enaguas, que confiere «autoridad a la persona y muy buena opinión a la limpieza»55. Los materiales preferidos para la tres varas de ruan para camisas… por el coste de haber hecho tres camissas de ruan con sus randas…», ff. 37 y 51. 53 1, «vara y media de vayeta para una armilla…», f. 2024. Y 2, «… unas enaguas y corpiño de Cataluña y una Armilla de vayeta…», f. 40. 54 2, «… un jubon de damasquillo de lana pardo», f. 48. 55 «El traje y los tipos sociales…», óp. cit., p. 212. 309 confección de las enaguas eran paños delgados de calidad muy fina, para que resultase suave si se ponía en contacto con la piel o las otras prendas. También se utilizaban otros materiales de gran calidad y vistosidad, como el damasquillo. Asimismo, las enaguas eran una prenda decorada con riqueza con géneros como plumas, flores, gusanillo, ribetes, trenzados, espiquillas y galón. Además, el color por excelencia era el blanco, pero también el plateado, verde y rojo eran colores muy apreciados por su vistosidad56. Las calzas femeninas eran una prenda de «ropa blanca» o interior que desde el siglo XV cubría las piernas de las mujeres ajustándose desde los muslos a las rodillas. Las calzas serían una especie de medias que cubrían hasta la rodilla, aunque la documentación se refiere a «calcillas enteras», lo que quiere decir que habría diferentes tipos. Posiblemente, unas cubriesen el pie y otras no, porque en ocasiones se asocian en los encargos a sastres calcillas con peales. El Diccionario de Autoridades define calcilla como «aquella calcilla que está hecha con la aguja de hacer media». Esta aguja era un hierro de un palmo de largo que servía para hacer medias, calcetas y otras cosas semejantes. Los materiales con que se confeccionaban las calcillas tratándose de «ropa blanca» serían materiales finos de lienzo, como el ruán, aunque si lo que se buscaba era abrigar se utilizarían tejidos de mayor protección confeccionados con lana, aunque muy fina también, como el cordellate. Por los materiales con que se confeccionaban las calzas femeninas tendrían color blanco o pajizo57. Las calzas de los hombres, por el contrario, se situaban en la superficie del traje y se habían convertido en una prenda propia de hombres de muy elevada condición. Esta prenda masculina nunca se denominaría calcilla; este término únicamente se refiere a las calzas femeninas. De momento la documentación no aporta más datos, porque las noticias de calcillas siempre son muy escasas. A diferencia de lo que ocurría en el traje masculino, las medias que llevaban las mujeres no se veían al exterior, puesto que iban cubiertas por diferentes faldas. Se cortaban o plantillaban medias de diferentes tamaños adecuados a la edad de los niños. Las medias femeninas se sujetaban a la rodilla con unas ligas simples y no elásticas que debían ir apretadas para que no se cayesen. Esta forma de presionar las rodillas no debía ser muy cómoda e incluso debía impedir la correcta circulación sanguínea. Los inventarios de las «botigas» de mercaderes recogen noticias de medias de diferentes tamaños, importadas de París e Inglaterra, lo que indica que las medias 56 2, «… y unas enaguas berdes… unas enaguas de cordellate colorado con su ribete trançado de espiguilla…», ff. 36 y 45. 57 1, «… de dos paresde calçillas y seis pares de peales de ruan… cuatro pares de calcillas enteras…», ff. 2027v y 2030. Y 2, «…tres pares de çapatos y calciças…», f. 34. 310 se podían comprar confeccionadas o mandarlas hacer a un calcetero. Las medias eran una prenda muy delicada, sobre todo las confeccionadas con aguja, porque si se les soltaba un punto se estropeaban. Por ello, en las relaciones de cuentas de las haciendas son constantes las referencias a compras de medias y en intervalos de tiempo reducidos. La calidad de las medias estaba en función del material con que estaban confeccionadas. Podían ser materiales finos y livianos, como la seda, o más gruesos y de más abrigo, como el cordellate. Unas y otras se utilizarían en función del mayor o menor frío a lo largo del año. El color de las medias era fundamentalmente el pajizo, pero en ocasiones se pueden encontrar medias de colores tan llamativos como el naranja destinadas a un vestido de comedia, asociadas a ligas moradas58. La parte de la media que cubría el pie se denominaba peal. Y eran prendas de ropa interior que por lo general en las mujeres iban asociadas a las calcillas o calzas interiores. Son escasas las noticias de estas prendas y, generalmente, se refieren a las que utilizaban los rústicos de telas bastas. Sin embargo, las mujeres las podían llevar de ricas calidades de lienzos. El hecho de estar tan pegadas a la piel requería suavidad, como ocurría con las calcillas, la camisa o las medias59. Las mujeres adornaban el cuello de sus camisas con una prenda de «ropa blanca» denominada cuello confeccionado con tejidos de lencería, como el cambray, el nabal o la seda. Los cuellos femeninos podían ser de diversas formas: valonas, lechuguillas o gorgueras almidonadas o levantadas sobre una arandela y adornadas con pequeños pliegues denominados «abanillos», trenzas, randas y puntas. Si la documentación no describe las características del cuello no se puede adivinar su forma, porque la denominación genérica «cuello» servía para todos los tipos de cuellos existentes60. El cuello de valona era un complemento del «traje de babero» utilizado por los niños aragoneses. Covarrubias define valona como «cuellos de camisa estendidos y caidos sobre los hombros». Esta definición se puede ampliar en el Diccionario de Autoridades que dice «adorno que se ponía en el cuello por lo regular unido al cabezón de la camisa, el cual consistía en una tira angosta de lienzo fino, que caía sobre la es- 58 1, «… dos pares de medias de seda viejas y las llebo la señora doña Isabel Çepero para la señora doña Luisa… 30 de agosto para çapatos y medias a mi señora… un par de medias de cordellate paxico… 14 de febrero compré unas medias naranjadas y unas ligas moradas para una comedia…», ff. 2000v, 2023v, 2028 y 2039. 59 1, «… en 20 de julio de dos pares de calcillas y seis pares de peales de ruan…». f. 2027v. 60 1, «… en 22 de mayo de 6 baras de estopica de cambrai para quatro cuello 10 sueldos y 6 dineros. Item de bara y media de nabal para 4 lienços y para asientos a los cuellos 10 sueldos y 6 dineros…», f. 2041. 311 palda y hombros; y por la parte de delante larga hasta la mitad del pecho». Esta prenda podía adquirir una gran riqueza dependiendo del tejido y adornos con que estuviese completada. Sin embargo, el cuello valón no obligada a la persona que lo llevaba a mantener el cuello rígido como lo hacía la lechuguilla o gorguera61. 2.2. NIÑOS COMO «HOMBRECITOS» El «traje de encima» Dos son las prendas que los niños vestían del amplio conjunto de prendas que configuraba el traje de encima de los adultos: los calzones y el jubón. El jubón masculino cumplía la misma función que el femenino, ya descrito en el apartado anterior. El jubón masculino al «uso de la Corte» se conoce como «jubón estofado»; era una prenda tersa, forrada con cáñamo, lienzo o algodón, que se caracterizaba por ser muy rígida y ceñida, pretendiendo dar al torso la textura y dureza de una coraza. El jubón masculino poseía mangas cortadas en dos piezas, como las femeninas, y unas pequeñas faldas, «aldillas», en la parte de la cintura, que no la sobrepasaban apenas. El tejido con que estaban confeccionados los jubones dependía de la capacidad económica del propietario, puesto que era una prenda muy difundida entre los diferentes grupos sociales. La decoración más utilizada para los jubones ricos eran las trencillas y pespuntes superpuestos, pero se podían utilizar otros diferentes dependiendo de la imaginación del sastre y del gusto del que lo iba a llevar. En cuanto al color, no solamente se utilizaba el negro, sino que los colores vistosos también eran adecuados. Desde el siglo XV el varón español no vestía a cuerpo el jubón. Sobre este debía llevar otra prenda puesto que, si no, se consideraba que un caballero iba desnudo; desnudo en calzones y jubón. Normalmente, sobre el jubón se llevaba una cuera, ferreruelo, capotillo, ropilla…, etc. Sin embargo, la documentación no aporta este tipo de prendas para los niños, aunque es lógico pensar que los niños tuvieron que utilizar estas prendas, si no por decoro, por abrigo. Las calzas fueron la prenda que servía para cubrir las piernas de los varones españoles que seguían la forma de vestir de la nobleza. En 1623 Felipe IV prohibió su uso por ser prendas excesivamente ostentosas. Desde esta fecha se impusieron los calzones como prendas fundamentales para cubrir las piernas en el traje español cortesano. Covarrubias define calzones como «genero de greguescos o zaragueyes». El Diccionario de la Academia añade que son «la parte del vestido del 61 3, «… de un guarda Ynfante, Valona y çintas catorce reales…», s. f. 312 hombre que cubre desde la cintura hasta la rodilla. Está dividido en dos piernas o cañones y cada uno cubre su muslo». Los calzones llegaron al traje civil por una cesión del traje militar en dos de sus tres modelos: unos más anchos por el medio, que se estrechaban progresivamente hacia las rodillas, que tenían poco vuelo, llamados «greguescos». El otro tipo de calzón era de igual anchura en todo su largo y se llamaban «valones». Originariamente estos eran prendas diferentes, pero en el siglo XVII sus nombres acabaron usándose indistintamente para cualquier tipo de calzón. Los calzones tenían unos bolsillos interiores denominados faltriqueras en los que podían introducir todo tipo de pequeños objetos. Las calzas, al ser más ahuecadas que los calzones, podían poseer faltriqueras de mayores dimensiones. Cuando los calzones coexistían con las calzas los tejidos y adornos de las calzas eran de mayor calidad que los de los calzones. El hecho era que las calzas eran prendas de mayor importancia que los calzones y por ello requerían mejores materiales. Desde la prohibición con Felipe IV los calzones se confeccionaron en riquísimos tejidos y se adornaron con extraordinarios aderezos. Además, se debe tener en cuenta que los calzones, con evidentes diferencias en tejidos y adornos, eran una prenda que vestían los rústicos y villanos también. En conclusión, el «vestido» más repetido para vestir a los niños durante el siglo XVII desde la prohibición de las calzas estaba formado por jubón y calzones62. La «ropa blanca» La camisa fue la prenda de ropa blanca que fundamentalmente vistieron los niños durante el siglo XVII. Las características y uso de la camisa masculina son similares a los de la camisa utilizada por las mujeres. A ella me he referido en el apartado anterior. La otra prenda de ropa blanca que los varones utilizaron con mayor profusión fueron las medias. Las medias cumplían en los hombres la misma función que en las mujeres, abrigar las piernas desde el pie a la rodilla. Cuando estaban permitidas las calzas, los varones debían llevar medias más largas, porque estas se cosían a las calzas. La diferencia entre las medias masculinas y femeninas radicaba en que las masculinas se veían y las femeninas quedaban debajo de las faldas. Y por ello el 62 4, «… mas en 22 de agosto 1 libra y 6 sueldos a Jaime Gatuellas por la hechura faldriqueras y recados de dos pares de calçones de rasilla… de dos banadillas 8 sueldos para las Aldillas de los jubones mas 2 libras 4 sueldos de Galon a mas de once sueldos para guarnecer los Jubones mas 18 sueldos de una Gruesa de botones mas 3 sueldos de las Presillas de los golpes mas 12 sueldos de hilo y seda para todo mas de aderezar 2 pares de calçones mas 1 libra 16 sueldos de las hechuras de los jubones…», ff. 2959-2959v. 313 sistema de sujeción era diferente: las mujeres utilizaban ligas no elásticas, mientras que los hombres utilizaban ligas muy vistosas y elásticas. La gracia de la media radicaba en que quedase lo más estirada posible. Esta era la función de la liga sujetar y estirar la media al mismo tiempo63. Los calzoncillos eran el complemento de la camisa y la prenda interior fundamental destinada a cubrir las extremidades de los hombres. El Diccionario de Autoridades describe los calzoncillos como «los calzones de lienzo que se ponen debajo de los de tela o paño». Con anterioridad al siglo XVII la prenda que vestían los hombres debajo de las calzas eran la bragas, que se caracterizaban por ser pequeñas y ajustadas. Al generalizarse el uso de los calzones se impusieron los calzoncillos de lienzo que Carmen Bernis documenta por primera vez en 1611. En 1615 Suárez Figueroa los incluyó junto con la camisa y los escarpines entre las prendas de ropa interior. No se deben confundir estos calzoncillos blancos con los «zaragüeyes» de lienzo, que eran unos calzones exteriores de lienzo de reminiscencia morisca que los villanos utilizaban en su traje64. Como complemento de la camisa los hombres también utilizaban cuellos. Los niños Blas y Domingo Español utilizan dos tipos de cuellos de gasas propios de adultos: valonas y golillas. De las valonas ya he comentado sus características en el apartado dedicado a las niñas vestidas como adultas; las características eran las mismas para ambos sexos. La golilla fue introducida en el «traje de la Corte» por el propio Felipe IV. El Rey eliminó por motivos de reducción de lujo los farragosos cuellos de lechuguilla e impuso otra tipología más sencilla, que es la que utilizan estos dos hermanos. El Diccionario de Autoridades definió golilla como «cierto adorno hecho de cartón, aforrado de tafetán u otra tela, que circunda y rodea el cuello, al qual está unido en la parte superior otro pedazo que cae debajo de la barba y tiene esquinas a los dos lados, sobre la cual se pone una valona de gasa engomada o almidonada». El hecho de que las valonas y golillas fuesen cuellos poco aparatosos no quiere decir que no fuesen cuellos estimados. Su confección con tejidos apreciados y su mantenimiento, tanto limpieza como almidonado o engomado, convertían estos cuellos en prendas admiradas y muy caras65. 63 4, «… mas 2 libras y 8 sueldos por 2 pares de medias del corral para los vestidos… mas 2 libras y 8 sueldos en 3 de febrero de 45 por 2 pares de medias del corral para los Vestidos de paño…», f. 2960. 64 4, «… mas de coser 11 camisas para los 2 hermanos de lienço de Calatayud que havia en cassa se dio a la costurera mas… Ruan… para 11 pares de calçoncillos que les hiço a los 2 hermanos mas [ilegible] libras 4 sueldos de Ilete y coser los calçoncillos…», ff. 2960 y 2960v. 65 4, «… mas de 4 valonas de cambray para los 2 hermanos… mas… de randa para las valonas de las camisas… de bretaña para las valonas de las camisas… por 2 golillas…», ff. 2960 y 2960v. 314 2.3. COMPLEMENTOS DEL TRAJE DE ADULTO Durante la Edad Moderna tanto mujeres como hombres complementaban y completaban sus galas con diferentes objetos y prendas que podían llegar a ser muy vistosos y de gran riqueza. Estos complementos se colocaban en diferentes partes del cuerpo. A la cabeza correspondían sombreros y tocados. A las manos, manguitos, guantes y joyas como el rosario. A los pies, los zapatos. Y a las caderas, debajo de la falda, el complemento más significativo del traje femenino de la Corte: el guardainfante. El bonete era el sombrero propio de los estudiantes adinerados; los pobres llevaban gorra, y de ahí el término gorrón. Covarrubias apunta que el bonete era la cobertura de la cabeza que usaban los clérigos y letrados: bachilleres, licenciados y doctores. Los bonetes se caracterizaban por tener cuatro esquinas y vistos desde arriba forman una cruz. Al bonete se le atribuye un simbolismo muy característico: las cuatro esquinas representan las cuatro partes del mundo y el ápice del centro que los eclesiásticos deben tener la capacidad de dirigir el pensamiento del mundo hacia el Cielo. Además, el bonete se consideraba símbolo de honestidad y para mejor conformar con el resto del vestido solía ser de color negro, salvo el de los cardenales, de color rojo. Los hermanos Español, como estudiantes adinerados que eran, utilizaban bonetes. Otra prenda que estos hermanos utilizaron para cubrirse la cabeza fue el sombrero de castor. El Diccionario de Autoridades define sombrero como «adorno que se pone en la cabeza para traerla cubierta. Hácense regularmente de lana, aunque los mas finos son de pelo de camello, o de castor, y muchas veces se mezcla la lana con el pelo de conejo y salen entrefinos. Tiene un ala redonda que sale de lo inferior de la copa. Sirve de adorno y gala». Estos sombreros de castor eran utilizados por los varones de más alto rango. A Blas y Domingo Español les confeccionaron sendos sombreros de esta calidad66. Covarrubias define guantes como la cobertura de «la mano con la distinción de los cinco dedos». El Diccionario de la Academia amplía esta definición apuntando que es «la cobertura de las manos hecha de alguna cosa delgada: como pieles, seda, hilo…». Los guantes los utilizaban tanto hombres como mujeres para diversas actividades: para lucir las galas en las que los guantes eran fundamentales, para proteger las manos del frío durante los viajes y para salir al campo a cazar. En cualquier caso, eran una prenda tan apreciada que solía ser alguno de los premios 66 4, «…mas… por la echura y aforro de dos bonetes… mas… por 2 sombreros de castor que se compraron…», ff. 2959 y 2959v. 315 principales de los festejos militares que realizaba la nobleza. Los guantes más exquisitos eran los perfumados con ámbar67. Los manguitos eran otra de las prendas que servía para proteger las manos del frío. Con esta prenda se protegían las mujeres, pero los hombres también se sirvieron de manguitos. La Real Academia define manguito como «cierto género de manga abierta por ambos lados, hecha de martas u otras pieles adobadas, que sirve para traer abrigadas las manos en invierno, metiendo cada una por un lado». Esta prenda podía llegar a ser una prenda muy ostentosa dependiendo de los materiales con que estuviese confeccionada. A la niña Çepero se le anotan tres en su relación de cuentas68. Los zapatos, según Covarrubias, eran «el calzado con el que guardamos el pie. La suela es de vaca curada y la cubierta de cordobán. El que va descalzo puede caminar poco y pelear mal». El Diccionario de Autoridades aporta más detalles: «El calzado del pie, que ordinariamente se hace de cordobán por encima y suela por debaxo. Es de diferentes hechuras o formas, como puntiagudo, o cuadrado y cubre siempre hasta cerca de los tobillos, y se afianza las orejas de él sobre el empeyne con cintas, botones, o hebillas que hoy es lo mas frecuente se estila». La forma más característica de los zapatos durante el siglo XVII fue el zapato con pala, orejas y lazo. Este modelo se convirtió en único y de él se sirvieron desde los reyes hasta los grupos sociales inferiores, como labradores y mendigos. La diferencia entre los zapatos de unos y otros radicaba en los materiales empleados para su elaboración y en la frecuencia con que se renovaban. El zapato era una prenda muy cara y de escasa duración. Y el hecho de deslizarlos por el suelo y estar forrado con materiales de sedas, como el terciopelo o tafetán, o lienzos, como la colonia, obligaban a una continua renovación. Incluso existían zapatos realizados ex profeso para la lluvia con materiales como la piel de ternerillos (vaqueta) que, engomada, repelería el agua69. En la documentación de estos niños zaragozanos se recogen prendas destinadas a proteger del frío la cara de las damas cuando iban de viaje. Estas prendas pueden ser de diferentes tipos, pero la documentación recoge para estas niñas paños de rostro o máscaras. Covarrubias dice que «los cortesanos la llamaban rostro o una cara contrahecha». Y el Diccionario de Autoridades lo define como «la cobertura del rostro que se hace de tafetán negro u otra cosa con dos aberturas sobre los ojos 67 4, «mas… para dos pares de guantes», f. 2959v. 1, «… de un manguito y unos guantes… de unos guantes y manguito…», ff. 2025, 2037v. 68 1, ff. 2025, 2028v y 2048. 69 1, «… para una bara de colonia para los çapatos… de çapatos con los laços…», f. 2031. 2, «… por 3 pares de çapatos y calçicas…», f. 34. 4, «… por 2 pares de çapatos y laços… por 2 pares de çapatos de baqueta para las aguas…», f. 2959v y 2960. 316 para poder ver». Estas prendas solían ser de color negro para que combinasen mejor con el resto de las prendas que se lucían durante el viaje. Y se hacían con materiales rígidos para darles empaque y se forraban de tejidos delicados para más gala70. Los niños también lucían joyas similares a las de los adultos. El rosario era una pieza fundamental en la devoción y oración de la Edad Moderna, pero según los materiales con los que se hacía se convertía en una auténtica joya. El rosario era un objeto protector y, como los dijes, se seguía fabricando en materiales que eran considerados protectores. A los hermanos Español les compraron sendos rosarios de azabache71. Otra joya que podían lucir los niños era una pequeña espada o espadín. Covarrubias define este arma como «espada pequeña y corta de las que suelen poner a los niños para acostumbrarlos a las que han de llevar después». En el inventario del infanzón Juan Francisco de Burges se anota un espadín con guarnición de plata y se indica que no es de los pupilos. Este apunte indica que los niños utilizaban esta pequeña espada en su vida cotidiana72. Las niñas tenían la mano ocupada con el abanico73. Este objeto es un accesorio al gusto español, aunque su origen es oriental. El abanico podía ser fijo o plegable; el primero es el modelo más antiguo, ya que el plegable se introdujo en el siglo XV. La función del abanico era hacer viento a la dama para reducir el sofocante calor de la canícula española y, también, espantar a las moscas. Durante el siglo XVII las damas llevaban el abanico colgando del cinturón, atado a este con una cadenilla. El abanico más extendido en España fue el «de Calañas», que es el modelo actual. Todos los abanicos, y este último más en concreto por su calidad, eran objetos de lujo y Baltasar Gracián los denominaba «fuelles de vanidad»74. El hecho era que las mujeres jugueteaban con el abanico en las manos y a través de él coqueteaban con los hombres. El abanico era un objeto propio de la mujer, pero los hombres también lo utilizaron y fueron muy criticados por este uso; fundamentalmente, los moralistas eclesiásticos consideraban afeminados a los hombres que lucían abanico75. 70 1, «… de tres baras de estopa para paños de Rostro», f. 2025. 71 4, «… para dos rosarios de Azabache…», f. 2960. 72 ANPNZ, 1645, Juan Isidoro Andrés, inventario de Juan Francisco Burges, infanzón de Zaragoza: «Ittem un espadín con guarnicion de plata», f. 2431. 73 1, «item un abanillo 8 sueldos.», f. 2046v. 74 BANDRÉS OTO, M., La moda en la pintura: Velázquez. Usos y costumbres del siglo XVII, Eunsa-Astrolabio, Pamplona, 2002, p. 288. 75 «… que a los assi ataviados y pintados nunca los tuvo por hombres… que vemos a los hombres por las calles con abanillos en las manos haziendose viento… tan desvanecidos, hechos unas mugercillas…». RAMÓN, T., Nueva Prematica de reformacion, contra los abusos de los afeytes, 317 Durante la Edad Moderna las prendas se aderezaban con todo tipo de adornos; unos más sofisticados que otros. Como adornos más sofisticados para las prendas destacaban: alamares, randas, pasamanos y galón, pero existían otros también de cierta calidad. El alamar lo describe Covarrubias como «el botón de macho y hembra de trenzas de seda u oro. Sin duda es adorno de moros». El Diccionario de Autoridades lo identifica por la «especie de ojal postizo, que se cose a la orilla del vestido o capa y sirve unas veces para abotonarse y otras solo para gala y adorno, que es lo mas común. Hácese de diferentes maneras y materias, como oro, plata o seda, y se usan también en las colgaduras de las camas». Este adorno se situaba con gran frecuencia en las prendas de abrigo y de camino como elemento de cierre y en la ropa blanca, fundamentalmente en faldellines. Las niñas utilizaban alamares, al igual que lo hacían las mujeres, para enfaldarse. Es decir, para recogerse las faldas o sayas y caminar más rápidamente o lucir exiguamente la blancura o los adornos del bajo del faldellín76. El Diccionario de Autoridades define los botones como «la hormilla cubierta de hilo de seda, paño u otra tela, que se pone al canto de los vestidos, para que entrando por el ojal los afiance y abroche. Los hay también sin ormilla ni tela, como los de metal, piedra… &». Por tanto, los botones, porque siempre aparecen agrupados, cumplían una doble función: cerrar y adornar. La forma del botón era redonda, aunque en Francia se estilaban de forma triangular. La segunda mitad del siglo XVII supuso un aumento del número de botones en el traje masculino. En ocasiones, los botones podían ser auténticas joyas77. El galón era un aderezo muy apreciado que, según el Diccionario de Autoridades, era «un género de tejido fuerte hecho de seda, hilo de oro o plata, que sirve de adorno para guarecer vestidos u otra ropa; lo regular es no exceder de dos dedos de ancho, en que se distingue lo que llaman franja». De ahí «galoneadura: labor o adorno de galones y galoneado lo guarnecido con galones». Era un adorno muy cotizado por sus materiales y propio de las personas más ilustres. La documentación referida a los niños recoge diversos ejemplos de galones78. El pasamano, según Covarrubias, «era una guarnición del vestido por echarse al borde». El Diccionario de Autoridades lo describe como cierto «género de calçado, guedejas, guardainfantes, lenguaje critico, moños, trajes: y excesso en el uso del Tabaco, Imprenta de Diego Dormer, Zaragoza, 1635, p. 46. 76 1, «… 3 alamares para enfaldarse…», f. 2020v. 77 1, «… 6 docenas y media de botones… 8 docenas de botones blancos… de seda y votones… de votones y seda…», ff. 2020v, 2024v, 2025 y 2027. 2, «…seda y botones… para un corpiño…», f. 36. 4, «… de una gruesa de botones… (para jubón y calzones)», f. 2959v. 78 4, «… de galon de a once sueldos para guarnecer los jubones.», f. 2959v. Y 3, «… de un guarda Pie y Galon…», s. f. 318 galón o trencilla de oro, plata, seda o lana, que se hace y sirve para guarnecer y adornar los vestidos y otras cosas por el borde o canto». Este tipo de adorno estaba tejido en telar con trama y urdimbre y era de diferentes tipos. El que más comúnmente aparece era propio tanto de gentes comunes como principales; de ahí la diferencia de tejidos de la definición del Diccionario de Autoridades. Además, podía ser de color blanco o negro. Tan extendido estaba su uso que poseía oficio propio, pasamaneros. Esta decoración en pasamanos era propia tanto de prendas exteriores e interiores muy usual en la camisa y el faldellín o enagua79. Covarrubias describió randa como «cierta labor que se hace o con el aguja o con los bolillos o el telar». El Diccionario de Autoridades apunta a que es un «adorno que se suele poner en vestidos y ropas; y es una especie de encaxe, labrado con aguja o texido, el qual es mas grueso, y los nudos mas apretados que los que se hacen con palillos. Las hai de lana, hilo ó seda». Carmen Bernis apunta que la confección de este tipo de encaje era exclusivamente de bolillos80. Las randas se utilizaban fundamentalmente para las lechuguillas de holanda o cambray, tanto de adorno como de material. Fue muy común que las randas se rematasen en puntas para aderezar los cantos de todo tipo de prendas de lencería. En definitiva, las randas se constituyeron en uno de los tipos de encaje más suntuoso que tuvieron los vestidos de lujo81. El Diccionario de Autoridades define puntas «como especie de encaxe de hilo, seda u otra materia, que por el un lado va formando unas proporciones de circulo». Covarrubias apuntaba «puntas en las randas», de tal forma que las puntas eran cualquier labor de adorno que formaba puntas en el canto de una prenda u otro adorno. Por ello es muy común denominar a las randas o cualquier otra labor de encaje puntas. La red, según Covarrubias, era «una labor que hacen las mujeres de hilo, para colgaduras y otras cosas». El Diccionario de Autoridades añadió en 1726 otra acepción más: «Qualquier texido hecho en la misma forma [de red, se entiende], que se hace de diversas materias y para varios usos»82. El complemento más sofisticado e importante que una dama de la Edad Moderna podía lucir era la anchura de un verdugado o un guardainfante debajo de las 79 2, «… un bestidillo… guarnecido con pasamano negro… un bestido de damasquillo de lana platiado Ropa jubon y basquiña guarnecido con pasaman…», ff. 34 y 41. 80 «El traje y los tipos sociales…», óp. cit., p. 288. 81 4, «… de randa para las valonas de las camisas…», f. 2960v. 2, «… tres camisas de ruan con sus randas…», f. 51. 82 En ocasiones una misma prenda estaba decorada con varios tipos de labores lo que la hacía mas sofisticada: 1, «… en 29 de abril por un manto de Lustre para mi señora doña luisa… de vetas y Rexajos para dicho manto… para la randa de dicho manto…», f. 2053. 319 faldas. Estas prendas, conocidas como «de ruedo», eran imprescindibles en el traje de una dama que vestía siguiendo las directrices de la Corte. Por tanto, la utilización de una «prenda de ruedo» servía para demostrar a los ojos de un hipotético espectador la condición de nobleza de una dama. El Diccionario de Autoridades describe el guardainfante como «cierto artificio muy hueco, hecho de alambres con cintas que se ponían las mujeres en la cintura y, sobre él, la basquiña, para que ahueque la demás ropa». El guardainfante se llamó también tontillo, verdugado «de codos» o pollera. La forma del guardainfante hacía que las mujeres debieran estar constantemente en una postura forzada para los brazos, levantando ligeramente los codos. Por ello se ha considerado al guardainfante una prenda muy incómoda. Madame de Monteville describe: «El traje y el peinado de las mujeres españolas me daba pena… su guardainfante era una máquina monstruosa… cuando ellas andaban, esta máquina subía y bajaba haciendo una figura feísima»83. En cualquier caso, pese a lo que pensase esta dama francesa, el guardainfante fue la prenda más de moda en la Corte de Felipe IV (1621-1665). Este monarca sustituyó el verdugado por el guardainfante con la intención de que esta nueva prenda no pudiese ser llevada más que por las nobles debido a su coste e incomodidad. No tengo ejemplos de jovencitas con verdugado, pero sí con guardainfante. A la hija del adinerado labrador Manuel Ezquerra se le confeccionó un ajuar de ropa en el que se incluía un guardainfante84. Según Covarrubias, los chapines eran «el calzado de las mugeres de tres o cuatro corchos, y algunas hay que llevan trece por docena y mas la ventaja es que levantan el carcañal y cuando se apearen quedaran mas abajo». Este mismo autor dice que existía una «patraña que para evitar que las mujeres anduviesen mucho, les persuadieron usando chapines, con lo que parecían mas grandes y dispuestas tanto como los hombres: hicieronlos de palo y muy pesados. Ellas se aprovecharon de la invencion pero hizieronselos huecos; y al cabo dieron en hacerlos de corcho, asi aliviaron su peso y no perdieron ligereza al andar lo mismo que antes con ligereza y señorio: y añadiendo a estos copetes sobrepujaron la estatura del hombre». Este tipo de calzado era el protocolario por excelencia. Fueron un modelo de calzado original y representativo del traje español y propio del vestido de aparato de las damas. Ninguna mujer con «prenda de ruedo», verdugado o guardainfante, podía o debía prescindir de los chapines. 83 «La moda en la pintura: Velázquez…», óp. cit., pp. 334-335. 84 3, «… unas medias… unos zapatos… un guarda Pie y Galon… de un jubon… otro par de zapatos… un Guarda Ynfante Valona y Cintas… de otras medias y zapatos…», s. f. 320 La descripción de Covarrubias apunta que el material de la suela del chapín era un corcho ancho. Este zapato carecía de talón y se sujetaba en la parte delantera con unas cintillas. Se solía forrar con tejidos ricos como las sedas y se adornaban con filigranas de oro, esmaltes o joyas y generalmente se reforzaban sus suelas de corcho con virillas de metal que solían ser de plata, de tal forma que los chapines acababan siendo en sí mismos una auténtica joya muy volátil. El hecho de arrastrarla por el suelo la deterioraba rápidamente, de tal forma que unos chapines nuevos era una auténtica expresión de solvencia económica. Por ello, aunque quedasen ocultos por la falda, las damas se las ingeniaban para mostrarlos en algún momento; era esta una forma de expresión de lujo y calidad social, pero también de coqueteo. Las características formales de los chapines obligaban a las damas a caminar de una forma muy concreta: arrastrando los pies como si anduviesen resbalando. Por esta forma de caminar, aunque la mujer no enseñase el chapín, se sabía que los llevaba. Por tanto, la utilización de los chapines exigía cierto aprendizaje y caerse del chapín era un accidente bastante común. Por ello, las damas nobles debían acostumbrarse a caminar sobre chapines desde la infancia85. 3. «VESTIDOS COMO UN PINO DE ORO» 86 Cuando los niños alcanzaban una edad entre los 8 y 10 años el traje que utilizaban se diferenciaba poco del de los adultos. Los cuatro documentos presentados recogen ejemplos de niños vestidos como adultos y son muy apropiados para ejemplificar las características de la expresión propia del siglo XVII: «Vestido como un pino de oro». El conjunto de prendas que recogen los documentos de los jóvenes zaragozanos que estoy sometiendo a análisis indica que estos niños vestían como adultos, pero no como cualquier adulto. Las características de su traje eran similares a las de los hombres y mujeres que residían en la Corte madrileña de los Austrias87. 85 1, «… 2 libras y 20 sueldos. En 20 de agosto invie a la s.ª doña luisa para çapatos y chapines…», f. 2050v. 86 BOUZA ÁLVAREZ, F., Palabra e imagen en la corte: cultura oral y visual de la nobleza en el Siglo de Oro, Ádaba Editores, Madrid, 2003, p. 81. 87 «El traje y los tipos sociales…», óp. cit., pp. 137-281. En el capítulo «La corte de los duques» se recogen las características de las prendas propias de la condición de nobleza, tanto para mujeres como para hombres. 321 Por ejemplo, Doña Luisa Çepero poseía un guardarropa similar al de una mujer noble. En él se encuentra, como se puede rastrear a través de las notas al pie anteriores, el conjunto de prendas que ataviaban a una dama principal. Algo similar ocurría con la niña Teresa de Sada, cuya condición, pese a ser muy elevada, desconozco con certeza. E incluso en la relación de la niña Manuela Ezquerra, hija de un labrador, se adivinan prendas propias de la condición nobiliaria. Al margen de la relación de cuentas de los gastos de la hacienda de los hermanos Domingo y Blas Español, dispongo de ciertas noticias notariales que permiten comprender cuál era la forma de vida de la familia. Su padre, Francisco Antonio Español, menor, era notario de caja y ciudadano de Zaragoza. Sus exequias se celebraron bajo «capelardente». Poseía coche de «paseo» o «rúa» que compró en 1608, cuya ostentosa descripción se conserva, y coche «de camino». En su almoneda se vendieron casi un centenar de obras literarias de todo tipo, desde obras de Historia, libros de caballerías, vidas de santos, clásicos de la Antigüedad… La misma almoneda recoge muebles y ropa blanca muy abundante. Todo lo cual viene a indicar la importancia económica de esta familia. Además, era una familia con peso político, porque la esposa del notario recoge entre sus bienes «una gramalla de damasco carmesí» que protocolariamente llevaban los consejeros para acompañar al Rey con el palio. Existían determinadas prendas que mostraban la condición noble o principal de una dama. Las damas que frecuentaban la corte se cubrían con basquiña y jubón y sobre ellos una ropa. La importancia de estas prendas radicaba en las calidades de sus tejidos y adornos. La niña Çepero lucía vestidos formados por basquiña y jubón, ambos decorados con picados y por una ropa prensada para darle más brillantez y tersura88. La niña Teresa Sada utilizaba prendas similares con materiales tan ricos como el picote de seda plateado y negro89. La prenda que por excelencia lucían las damas como expresión de su condición de noble era, como ya he comentado, la saya. La niña Luisa Çepero poseía una saya de diversas calidades de sedas labrada90. El manto fue una prenda utilizada por la mayoría de las mujeres que salían a la calle. Sin embargo, había diversas calidades de mantos, destacando el de lustre por ser el más apreciado. La niña Luisa Çepero poseía un manto de lustre decorado con cintas, rejados y randas. De calidad similar era el manto de Teresa de Sada91. 88 1, «… pague de una cuenta de prensar una ropa y picar. Una basquiña y jubon…», f. 2048v. 89 2, «… en hazer una basquiña jubon y escapulario de picote platiado y negro de seda…», f. 48. 90 1, «… por dos baras de tafetán negro y dos onças de seda para guarnecer una saya de sarga labrada…», f. 2054. 91 1, «… 8 libras 14 dineros. En 29 de abril por un manto de lustre para mi señora doña luisa… Item 18 dineros de vetas y rexados para dicho manto. Item 2 libras 14 dineros para la randa de 322 Los hijos del notario Español vestían el traje que los cortesanos utilizaban para dar fe de su condición: jubón y calzones. Abundante ropa blanca: camisas, medias, calzoncillos y cuellos. Y sombreros, zapatos y guantes. Algunas de estas prendas o sus adornos poseían un significado intrínseco muy sugestivo. El vestido de los nobles desde la prohibición de las calzas por Felipe IV estaba compuesto por calzones y jubón. Estas prendas podían llevarlas individuos de todos los estamentos, pero la mayor condición del individuo que llevaba calzón se expresaba en la calidad de la tela y los adornos. Los hermanos Domingo y Blas Español utilizaron calzones y jubones de paños delgados, como la rasilla. Estas prendas aparecen profusamente decorados con ricos aderezos: botones, galón, presillas, hilo de seda y piel para las «aldas» del jubón92. Durante el siglo XVII, la concepción de la limpieza y de la higiene estaba alejada por completo del uso del agua y de las abluciones. El hecho fue que el siglo XVI impuso la teoría de que el agua dilataba los poros de la piel y a través de ellos se podía contaminar el organismo de cualquier enfermedad. El lavado hacía a la piel abrirse e inmediatamente el cuerpo se convertía en un organismo vulnerable. Ahora bien, en ausencia de lavado no había ausencia de limpieza. Los individuos de los siglos XVI y XVII estuvieron muy preocupados por la imagen de limpieza. Esta imagen solamente la podía reflejar un individuo bien vestido. Por ello el símbolo de limpieza en la Edad Moderna no era otro objeto que no fuese la ropa. Era, pues, la superficie del traje lo que indicaba el decoro de un individuo. Como ya he comentado, uno de los principales cambios que sufrió la indumentaria europea en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna fue el abandono de las ropas talares. Se impuso un traje cortado a la altura de la cintura para ambos sexos. Esta circunstancia comenzó a dar protagonismo a la «ropa blanca» o interior que comenzaba a dejarse ver al exterior. Y esto hizo que camisas, cuellos y puños, fundamentalmente, se incorporasen a la imagen de limpieza. El reflejo de la limpieza del cuerpo lo transmitía la ropa puesto que se había impuesto una concepción seca del aseo. Lo que realmente lavaba la piel eran las prendas de vestir y fundamentalmente la ropa interior. Esta era la encargada de ab- dicho manto…», f. 2053. 2, «… a Domingo Escudero por un manto de lustre con cintas y seda…», f. 35. 92 4, «… faldriqueras y recados de dos pares de calçones de rasilla… de dos bananillas para las aldillas del jubon… de galon a de once sueldos para guarnecer los jubones… de una gruesa de botones… de las presillas de los golpes [de botones]… de hilo y seda para todo… de aderezar dos pares de calçones… de las hechuras de los jubones… por las hechuras de 2 vestidos de paño y 2 de rasilla…», ff. 2959-2960v. 323 sorber el sudor de la piel: de tal forma que lavarse consistía en mudarse la ropa, principalmente, la camisa. Esta era una forma de aseo «imaginado» a los ojos del espectador que consistía en presentar las partes visibles de la ropa interior impolutas. Y, por tanto, el aseo más que un acto salubre era un acto social. Y la limpieza se convirtió en un signo distintivo de los individuos principales. Esta blancura solamente la podía garantizar un tejido: el lino. Frente a este existían otros tejidos, como el cáñamo, con los que se confeccionaban lienzos de peor calidad: ásperos y amarillentos. Pero el lienzo de lino tejido muy fino y luminosamente blanqueado estaba lejos de poder ser admitido en los gastos de una hacienda común. Por otro lado, para mantener la ropa blanca limpia, había que lavarla habitualmente. La ropa blanca era la parte del traje que más se ensuciaba al ser la que estaba directamente en contacto con la piel. Esta muda obligaba a disponer obligatoriamente de prendas abundantes para el recambio. De tal forma que las características de la ropa blanca y las obligaciones que implicaba su mantenimiento hacían que la limpieza, tal y como la concebían los hombres de la Edad Moderna, solo estuviese al alcance de los más adinerados. Y por ello la limpieza se convirtió en un elemento fundamental de apariencia en la España de los siglos XVI y XVII93. En definitiva, el «asseo» en el vestido era un signo de distinción y debía estar acorde con «la calidad» de la persona que se representa al prójimo a través del vestido94. La blancura de la camisa, como ya he comentado, venía determinada por el tejido con que estaba confeccionada y los lienzos finos de calidad eran los tejidos más apreciados. Además, las camisas se decoraban en las partes que se veían al exterior. Estas decoraciones podían ser ricos bordados o randas. El tejido y los adornos eran lo que encarecían la prenda. D.ª Luisa Çepero encargó que se le realizaran cinco camisas con los puños y el delantero bordados y unas mangas de ruán. Aquellas partes de la camisa que iban a ser vistas se confeccionaban con más calidad. El pecho se veía cuando las damas estaban en casa con el cuerpo bajo. Lo mismo ocurría con las mangas. Y los puños se veían por la boca de la manga del jubón. D.ª María Teresa de Sada tenía camisas de características parecidas a las de la niña Luisa Çepero95. 93 Para lo referido a la limpieza, ver VIGARELLO, G., Lo limpio y lo sucio. La higiene del cuerpo desde la Edad Media, Alianza Editorial, Madrid, 1995 (primera edición en francés, 1985). Y en menor medida, también Vida en familia…, óp. cit., pp. 250-257. 94 «… Si los vestidos son conforme a las personas que representan, si los ademanes y posturas y asseo del vestido es tal qual conviene a la persona que representan…» en «Palabra e imagen en la corte…», óp. cit., p. 17 y pp. 74-75. 95 1, «… de 23 baras para camissas de lienço… de ruan para las mangas… de hechura de cinco camissas con las pechadoras y puños labrados…», f. 2045v. Y 2, «… por el coste de haber hecho tres camissas de ruan con sus randas…», ff. 37 y 51. 324 Lo más común entre la población era dormir con la camisa. Pero en ocasiones existían prendas similares a jubones que se utilizaban para dormir. Y que, como he comentado, era propio de individuos de elevada condición que podían disponer de una prenda de lienzo exclusivamente para la cama. La niña María Teresa de Sada disponía de una de estas prendas de lienzo exclusivamente para la cama96. En cuanto a la enagua, faldellín, manteo o guardapiés, todos los nombres se refieren a la misma prenda, que reflejaba la riqueza de la dama, porque su blancura y calidad irradiaba la limpieza de una mujer. Y, según he referido, la limpieza era un objeto de lujo. Las enaguas se confeccionaban en tejidos estimados, como el cordellate, damasquillo de lana, sedas o paños finos como la bayeta. Además se decoraban con ricos aderezos, como el galón, plumas, estampados, ribeteados, espiguillas o pasamanos. Las mujeres utilizaban constantemente esta prenda para expresar su riqueza. La relación de cuentas de María Teresa de Sada recoge siete faldellines de gran calidad. La niña Manuela Ezquerra también poseía faldellines de calidad decorados suntuosamente con artesanías como el galón. Estos ejemplos indican que, sin duda, las enaguas eran una de las prendas que más utilizaban las niñas ricas de cualquier condición para demostrar su riqueza. Además, desde el punto de vista de la blancura, mantener en buen estado estas prendas debía de ser muy costoso. Porque las enaguas recogían el sudor de la cadera y piernas y estaban relativamente cerca del suelo97. Algo similar ocurría con los cuellos. La limpieza de los cuellos era una operación de apariencia en sí misma . Llevar limpio el cuello no quiere decir que se llevase limpia la camisa, pero al menos «lo imaginaba». Además, cuanto más blanco era el cuello que se lucía, mayor ostentación se hacía porque se suponía que se había dejado ensuciar menos. Y de esta blancura se podía intuir que se tenían varios cuellos con que reponer los que se ensuciaban al menor roce. Se debe tener en cuenta que el cuello era una prenda muy sucia porque cubría una parte del cuerpo que segrega mucho sudor. En la relación de los gastos de la niña Luisa Çepero se recogen noticias de limpieza o aderezos de cuellos cada quince o veinte días. Sin duda, la apariencia de limpieza de los cuellos de la niña Çepero se correspondía con la calidad de la familia a la que pertenecía. Los hijos del notario Francisco Antonio Español también poseían cantidades importantes de prendas de ropa blanca. A los hermanos Español se les confeccionaron once camisas de lienzo de Calatayud y otros tantos calzoncillos de hilete. La 96 2, «…un jubon de damasquillo de lana pardo…», f. 48. 97 1, «…una cuenta de pasamanos y seda para un faldellín…», f. 2051v. 2, «… unas enaguas de cordellate colorado con su ribete tranzado de espiguilla… enaguas de damasquillo de lana guarnezido con su galon…», f. 45 y 51. 3, «…de un guarda pie y galon…», s. f. 325 importancia de estas prendas radica tanto en la buena calidad de los tejidos con que estaban confeccionadas, como en su importancia cuantitativa. Estos hermanos disponían de una camisa y un calzoncillo, si lo tenían a bien, casi para cada día de la semana. Algo que solamente ocurría en ambientes cortesanos. Además, las camisas estaban complementadas por diversos tipos de cuellos: valones y golillas, confeccionados en tejido muy finos, como la gasa, la bretaña o el cambray. Los valones se complementaban con ricos adornos como las randas. Y las golillas estuvieron en la vanguardia de la moda en cuellos masculinos durante el siglo XVII. Felipe IV desechó las farragosas y caras lechuguillas e impuso en la Corte un modelo de cuello propio de los hombres de letras. El hecho de ser una prenda de letrados no desmereció su importancia desde que el Rey la estableció en la Corte. Por lo cual el «asseo» aparente que mostraban estos muchachos era muy sofisticado, tanto por la modernidad de las prendas como por la calidad y blancura de las mismas. A estas prendas había que sumar las medias que fueron utilizadas profusamente también por los dos hermanos, llegándose a enumerar varios pares98. Los dos complementos que mejor expresaban la condición de nobleza de una dama eran los chapines y el guardainfante. Como he apuntado, los chapines eran por excelencia el calzado propio de las damas principales en sus vestidos de aparato. La niña Luisa Çepero no duda en expresar su rango con un par de chapines nuevos99. El resto de las niñas no recogen en su documentación calzado de esta importancia. Sin embargo, la relación de cuentas de la niña Manuela Ezquerra, hija del rico labrador Pedro Ezquerra, recoge un guardainfante. El guardainfante era la prenda más deseada por cualquier dama y contra él emitieron los moralistas parte de sus mayores diatribas100. El deseo por poseer esta prenda radicaba en que era la prenda más a la moda y más identificada con la Corte y, por tanto, con la nobleza. Covarrubias, cuando define traje, deja entrever las razones del gusto que tenían las damas por el guardainfante: «Y los guardainfantes, para gastar más en tela en el 98 4, «… 21 de junio… para plantillar dos pares de medias… 13 de julio… para plantillar dos pares de medias… por dos medias del Corral para los vestidos de paño… de plantillar dos pares de medias… se pago de cuatro valonas de cambray para los hermanos… de coser 11 camisas para los 2 hermanos de lienço de Calatayud… de Ruan para 11 pares de calçoncillos… de ilete y coser los calçoncillos…de randa para las valonas de las camisas… de betraña para las valonas de las camisas… por dos golillas que se compraron en 20 de junio de 1645…», ff. 2959-2960v. 99 1, «…para çapatos y chapines…», f. 2050v. 100 «… que pues aquella lleva guardainfante costoso, que con muchas varas de tela pudiera vestir honestamente, y no gastar lo que no tiene, lo ha de llevar también ella cueste lo que costare, dando que decir, y que reyr a las gentes con tal invencion; pues mas parecen niñas en Pollera o carretoncillo, que otra cosa, tan anchas, y con tanto buelo y viento, que el cobertor del Relox de la Torre nueva de Çaragoça, no le tiene tanto, es de manera, que ya ni caben por las puertas, ni en los coches, y las calles seran luego estrechas…» en Nueva Prematica de reformacion…, óp. cit., pp. 292-293. 326 vestido y dar campanada con la gala». El deseo de apariencia de Manuela Ezquerra le llevó a adquirir una prenda que se había impuesto en la moda de la Corte unos cinco años antes de que ella la adquiriese101. Los complementos utilizados por Blas y Domingo Español eran también propios de la nobleza. Destacan sombreros, guantes y zapatos. Los sombreros más sofisticados durante el siglo XVII fueron los de pieles, destacando sobremanera los de castor. Estos hermanos tuvieron sendos sombreros de castor. Los guantes eran prendas muy apreciadas por los varones como objetos de lujo. En muchos certámenes de ejercicios caballerescos los guantes eran entregados como regalo, premio o prenda al caballero ganador que había demostrado mayor agilidad en sus lances. Y los zapatos eran prendas muy estimadas por su delicadeza. En ocasiones estas prendas se adornaban con lazos aumentando la delicadeza del zapato y las posibilidades de deterioro. A la facilidad de deterioro del zapato se añadía otra facilidad mayor, el lazo. El hecho de lucir zapatos nuevos o en buenas condiciones era un signo de distinción y riqueza. Los materiales con que se confeccionaban los zapatos eran muy delicados; por ello eran prendas que se deterioraban rápidamente como consecuencia de ir caminando sobre las piedras, el polvo y el lodo, por lo que los zapatos se debían reponer constantemente en el vestuario de los nobles. Además, estos hermanos poseían zapatos exclusivos para cuando llovía. Esto significaba que Blas y Domingo podían destinar dinero de su hacienda a comprar un tipo de zapato muy exclusivo que se llevaba en determinados momentos102. Para poder ser considerado un auténtico «pino de oro» de acuerdo a las reglas cortesanas, no bastaba con vestir «asseado». Para poder ser admirados, damas y caballeros debían responder a un ideal corporal concreto que conseguían mediante su educación. La finalidad de esta educación era que los niños nobles comenzasen a adquirir una postura de natural desembarazo en la vida cotidiana de la corte. Para alcanzar este objetivo, la educación establecía una serie de actividades al margen del «asseo» en el vestido. Esta educación variaba en función del sexo, aunque algunas actividades eran compartidas. Niños y niñas compartían el ejercicio de las letras; de la devoción; de 101 BERNIS, C., «Velázquez y el guardainfante» en Actas de V Jornadas de Arte: Velázquez y el arte de su tiempo, Madrid, 1990, pp. 48-60. 102 4, «… en 24 de julio… por 2 pares de çapatos… por 2 pares de çapatos y laços en 20 de septiembre… para 2 pares de Guantes… por 2 sombreros de Castor que se compraron… en 13 de octubre para dos pares de çapatos… por 2 pares de Çapatos en 27 del dicho (noviembre)… en 19 de febrero por 2 pares de çapatos… en 20 de Março de 2 pares de çapatos… por 2 pares de çapatos para las aguas… 22 de junio de 45… de dos pares de çapatos para los dos Ermanos… de 2 pares de Çapatos para Blas Español… de 2 pares de Çapatos para Domingo Español…», ff. 2059-2061. 327 la danza y el de la música. Sin embargo, a las damas les estaban vedadas determinados juegos, como la pelota y el ejercicio de las armas. Este último incluía la equitación, los festejos a caballo (sortijas y estafermos) y la esgrima. El conjunto de ejercicios de armas eran propios de la educación de un caballero desde la Edad Media, pero los siglos XVI y XVII introdujeron novedades que hacían que el caballero, al calor de las Cortes, se convirtiese en un cortesano, en un individuo más preocupado por el «saber estar» que por las armas103. Cuando en la década de 1630 D. Diego de Silva y Mendoza reflexiona sobre la educación que ha procurado para su hijo D. Rodrigo Sarmiento de Silva y Villandrado, futuro conde de Salinas y Ribadeo, obtenemos una visión general de la educación de un joven cortesano: «Tuvo las edades de aprender cultivadas con famosos maestros: de leer… escribir… de danzar… de la gramática, el obispo y el doctor… de las matemáticas… y de la cosmografía… y de todo salió bastante noticioso. En los ejercicios de caballero fue perfecto. De la esgrima fue su maestro… de la jineta don Juan de Peralta, de la brida… Las habilidades que tuvo fueron grandes en saltar, trepar, cortar y otras…»104. Las prendas de ropa que se recogen en la documentación referida a los cinco niños estudiados indican que vestían o eran vestidos como auténticos «pinos de oro». En ellas también se anotaban los gastos derivados de la educación de los niños. Doña Luisa Çepero poseía libros y recibía lecciones que la ejercitaban en las letras. Además, practicaba un instrumento tan noble como el arpa; poseía arpa propia y maestro, puesto que este recibía su sueldo correspondiente una vez al mes según la relación de cuentas105. La relación de cuentas de Blas y Domingo Español recoge la práctica de diferentes actividades educativas. Practicaban el ejercicio de las letras en obras fundamentalmente clásicas y en dos ocasiones se anota que se les trajeron a los pupilos libros de Francia. Practicaban el ejercicio del cuerpo con juegos como la pelota y la 103 Para conocer más profundamente estos aspectos educativos ver: «Palabra e imagen en la Corte...», óp. cit., pp. 69-85 y pp. 153-174. Y VIGARELLO, G. (dir.), Historia del cuerpo: del Renacimiento al Siglo de las Luces, vol. I, Taurus Historia, Madrid, 2005, pp. 229-293. 104 DADSON, T. J. «Una visión cultural de la nobleza: la Casa de Salinas», en M,ª J. CASAUS BALLESTER (coord.), Jornadas sobre El Señorío-Ducado de Híjar: siete siglos de Historia nobiliaria española, Híjar, 2007. 105 1, «… en 20 de abril a Un Estudiante que se le devian de dos messes que havia dad leccion a mi S.ª doña Luisa… en 20 de mayo a mi Señora doña Luisa para un breviario de dos cuerpos… 14 de julio ynvie para El maestro del arpa… para desempeñar una arpa del maestro… en 21 de agosto para El maestro del arpa… ynvie a mi señora doña luisa para acabar de pagar El arpa… por un libro que compro para mi señora doña luisa…», ff. 2021, 2027, 2050v, 2054v y 2055. 328 danza. Poseían maestro de baile al que se le retribuía su sueldo mensualmente. Igualmente practicaban el arte de la música pues poseían guitarra, vihuela y laúd. Y además recibían lecciones para practicar estos instrumentos, ya que en la relación de gastos se anotan los pagos al maestro de guitarra y laúd106. En conclusión, se puede decir que estos muchachitos zaragozanos de la primera mitad del siglo XVII fueron educados en los primores cortesanos y se convirtieron con toda seguridad en pupilas y pupilos a los que el requiebro vestido como «un pino de oro» no les sería ajeno. 4. LAS APARIENCIAS Esta labor educativa tenía una finalidad social evidente. Establecer en los niños desde su infancia la apariencia que les debía acompañar a lo largo de toda su vida. Convirtiéndose en un «pino de oro», los niños expresaban con su imagen la pertenencia a un grupo muy concreto de la sociedad; «daban fe» de su condición de nobleza. Pero el término apariencia puede resultar muy ambiguo. Es cierto, vistiendo «como pinos de oro», los niños y jóvenes cortesanos expresaban mediante su ademán a qué condición pertenecían. Pero en el significado de apariencia se incluye necesariamente el significado de parecer. María Moliner se refirió a finales del siglo XX al término apariencia de la siguiente forma: «Aspecto. Lo que una cosa muestra exteriormente, generalmente admitiendo la posibilidad de que no se corresponda a la realidad. Aspecto de las cosas que anuncia algo o es signo de algo. Aspecto lujoso o rico de algo: una cosa de mucha apariencia»107. Esta misma concepción de la apariencia se podía observar en los inicios del siglo XVII. En 1611 Covarrubias definió la apariencia como «lo que a la vista tiene un buen parecer y puede engañar en lo intrínseco y sustancial»108. 106 4, «… en 13 de seiembre de 44… por 4. Libros q les compraron… en 15 de sette se dio a Domingo Español… para… una Retorica… para 2 Concilios, 2 marciales, 2 virgilios…por 2 guitarras q les havia vendido en 20 de novie… para compra de una Pala de Pelota… al maestro de la guitarra por el mes de febro… se le dio a servas por enseñarlos a dançar… a Domingo Español para una pala de Pelota… se pago… por unos libros q se les hizo traer de francia en 20 de junio de 1645… por otros libros se han traido de francia en 22 de junio de 45… de 2 meses del Maestro de laud…», ff. 2959v, 2960, 2960v. 107 MOLINER, M., Diccionario de uso del español, Ediciones Gredos, Madrid, 2000. 108 Tesoro de la Lengua Castellana…, óp. cit. 329 Poniendo en relación el concepto de apariencia con el vestido, este se convierte en un escaparate y revestimiento del individuo que lo sustenta. El traje es un conjunto de indicios, y, por qué no, también de engaños; por tanto, el traje es un símbolo, un elemento de comunicación. Y el traje para el noble se convertía en un símbolo de distinción. Porque la sociedad había establecido de forma codificada un traje para cada grupo social. Por ello los teólogos, por lo general, férreos defensores del conservadurismo social, abogaban en sus escritos por una diferenciación social en el traje: «Ni me parece que todos anden vestidos de un paño, ni de una hechura: sino que cada uno en su traje se diferencie, según la qualidad de su persona, estado, y officio»109. Daniel Roche escribe que en la Edad Moderna todo se juzgaba según su apariencia . Los cuerpos ajenos y todo lo que les rodeaba despertaba un gran interés en el espectador, una especie de curioso impertinente que analizaba todo lo que veía. Y el espectador consideraba que lo que veía en el exterior del cuerpo era revelador del interior del mismo. Pero, llegado este punto, surgía un problema: todo se podía fingir y aparentar en una economía monetarizada. Y en ese contexto la ascensión social equivalía, en parte, a la adopción de las formas orales y visuales de un estamento superior. O, lo que es lo mismo, la imitación del lujo exterior constituía un instrumento de relativa eficacia en la ascensión social, real o simplemente pretendida. Lo que obligaba a los estamentos superiores a encontrar nuevas formas visuales de mostrar su distinción hasta el exceso111. El problema radicaba en que el estamento superior, al hacer tanto énfasis en convertir el vestido y la educación en una marca de identidad, corría un serio peligro: individuos económicamente acaudalados que podían comprar las mismas ropas que un noble solo debían vestirse como uno de ellos para ser vistos como nobles puesto que su apariencia la de un noble sería. 110 De estas prácticas ofrece un fiel reflejo el mercedario zaragozano fray Tomás Ramón en una de sus obras dedicada al traje: «Acá entre los hombres es la confusion, que ninguno se contenta con su estado y puesto; el oficial quiere ser Ciudadano, este ser Cavallero, estotro quiere ser Grande… y cada uno destos quiere gastar, comer y vestir como si ya lo fuesse, ved qué confusion y desorden… cada uno quiere por su traje, y por su trato parecer lo que no es… El refrán de que no haze el hábito al Monje, de todos estados se verifica, porque ya van todos tan bien vestidos, que es menester revelación del Cielo para conocer quién es cada uno, quién Cavallero, quién no, quién Labrador; y la mujer del Principal, o la que no lo es»112. 109 TRUJILLO, T., Libro llamado de Reprobación de trajes, y abuso de juramentos, Francisco Curteti, Zaragoza, 1563, p. 56v. 110 Historia del cuerpo…, óp. cit., p. 159. 111 Palabra e Imagen en la Corte..., óp. cit., p. 18 y p. 72. 112 Nueva Prematica de reformacion…, óp. cit., pp. 287-288. 330 No solo la Iglesia criticaba las formas de apariencia; también la monarquía emitía severos dictados para regular las formas de vestir de la sociedad del siglo XVII. Las leyes suntuarias no eran otra cosa que un cúmulo de prohibiciones que, pretendiendo frenar el lujo en el vestido, entre otras cosas, pretendía frenar el acceso de determinados individuos a un conjunto de prendas que se consideraban exclusivas de los privilegiados. En definitiva, eran leyes excluyentes y discriminatorias. Pero su efectividad, al igual que las recomendaciones de los teólogos, fue muy escasa. Estas prácticas derivadas del uso de la apariencia no se aplicaron únicamente en los adultos. También los niños estuvieron al servicio de las apariencias. Recuérdese el artículo de M. J. Tucker recordando la concepción de los niños como «objetos de consumo» que en 1970 había apuntado Du Boulay113. En este sentido moralistas y educadores recomendaban a los padres un correcto uso del vestido en los niños. Damián Carbón en 1541 recomendaba vestir a los niños de acuerdo a la condición de la familia114. De la misma forma más de trescientos años después Josefa Amar y Borbón recomendaba que las niñas utilizasen vestidos de acuerdo a su «clase» y condición115. En este sentido un texto anónimo refleja la situación a la que se veían sometidos los niños: «En esta parte los hijos de los pobres salen mejor librados que los de los ricos. Pero los padres de algunas conveniencias, y los ricos todos se encaprichan y quieren que sus hijos ostenten ropa, dixes y galas»116. Analizadas las características necesarias que debía tener un niño o joven para convertirse en un «pino de oro» y puestas en común con los usos de la apariencia, se puede llegar a adivinar la imagen que los niños como iconos debían transmitir, imagen que podía ser buscada por los propios pupilos o impuesta por su familia o tutores. La niña D.ª Luisa Çepero pertenecía a una importante familia de la nobleza zaragozana: tanto su padre como su madre poseían armas y la familia poseía vínculos muy cercanos al comendador de una orden militar, posiblemente la del Hospital de San Juan de Jerusalén, de tal forma que la educación y el vestido que he descrito en apartados anteriores tenían como finalidad inculcar a D.ª Luisa los valores corte- 113 Ver nota n.º 14. 114 CARBÓN, D. Libro del arte de las comadres o madrinas y del regimientos de las preñadas y paridas y de los niños, Impresor Hernando de Cansotes, Palma de Mallorca, 1541 (edición utilizada, GARCÍA GUTIÉRREZ, D., Anubar, Zaragoza, 2000, pp. 140-142). 115 Discurso sobre la educación física…, óp. cit., p. 127. 116 ANÓNIMO, «Discurso a los padres de familia sobre la educación de los hijos», en Gabinete de Lectura Española o Colección de muchos papeles curiosos de Escritores antiguos y modernos de la Nación, Viuda de Ibarra e hijos, Madrid, n.º 1, S. XVIII, pp. 1-59. Obra compilada en MAYORDOMO PÉREZ, A. y L. M. LÁZARO LORENTE, Escritos pedagógicos de la ilustración, Tomo II, MEC, Centro de Publicaciones, Madrid, 1988, p. 335. 331 sanos y hacerla destacar en el conjunto de la sociedad. En definitiva, D.ª Luisa Çepero tenía que dar fe de su pertenencia al estamento de los miliores terrae para que quien la viese la pudiese reconocer y honrarla adecuadamente. El principio de reputación al que estaba sometida su familia le obligaba a dejarse ver de una forma determinada. Aquí la apariencia no es engaño o disfraz. D.ª Luisa reflejaba su condición nobiliaria a través de su vestido, que conocemos detalladamente, y de su educación, de la que tenemos alguna noticia. La apariencia de una noble debía ser brillante y así se presentaba D.ª Luisa ante los ojos de la sociedad. Porque no olvidemos que D.ª Luisa representaba a su familia, pero también a todo el estamento al que pertenecía. Si D.ª Luisa Çepero hubiese sido un varón su tutor podría haber hecho el mismo comentario que D. Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas, hizo en 1620 de su hijo Rodrigo Sarmiento de Silva: «El conde, Dios le guarde… tiene excelentes partes de caballero. Yo lo crio con harta gana de que acierte a agradar a V. S.»117. Doña Luisa Çepero tenía excelentes características físicas para hacerse notar como una dama noble. La condición de la pupila María Teresa Gertrudis de Sada resulta desconocida. El nivel económico de esta pupila era muy elevado, pero no se puede asegurar que perteneciese al estamento nobiliario, porque la documentación no lo aclara. Pero su guardarropa en poco se diferencia del de la noble niña Luisa Çepero, aunque de la educación de María Teresa no tenemos apenas datos. Pero la imagen que irradiarían ambas niñas a través de su vestido resultaría muy similar. María Teresa Gertrudis de Sada aparentaría ser una niña noble, aunque sin conocer su condición no se puede saber si su vestido era o no un disfraz. De serlo, la familia de María Teresa Gertrudis de Sada se serviría del lujo y de la apariencia para desarrollar o mantener un deseo de ascenso social, pretendido o alcanzado. La relación de cuentas de 1645 de la pupila Manuela Ezquerra, hija de un labrador muy adinerado habitante de Pastriz, recoge escasa cantidad de ropas y ningún dato sobre la educación de la niña, aunque se debe tener en cuenta que es un documento poco extenso. Aún con todo esta relación de cuentas pese a su escasa extensión aporta datos muy significativos de la vida de esta niña labradora afincada tras la muerte de su padre en Zaragoza. Pese a las escasas noticias que este documento aporta de vestido hay una muy significativa: la presencia de un guardainfante118. La compra de esta prenda indica el deseo de Manuela de vestir «a la moda de la Corte», puesto que el guardainfante se había impuesto en Madrid a inicios de los años cuarenta del siglo XVII. Este hecho puede ser indicador de dos intenciones por parte de 117 «Una visión cultural de la nobleza…», óp. cit., p. 256. 118 3, «… un Guarda Ynfante Valona y Cintas… de otras medias y zapatos…», s. f. 332 esta muchacha. Puede ser que Manuela adquiriese esta prenda, porque deseaba sentirse bien consigo misma vistiendo una prenda que suponía que le iba a resultar favorecedora a su físico. Es conocido el furor que entre las damas de la Corte causaba el guardainfante, porque estrechaba sobremanera la cintura de las damas. Pero también puede ser que Manuela pretendiese utilizar el guardainfante junto con el resto de prendas de su guardarropa como un disfraz. Es decir, Manuela podía utilizar su ropa para re-presentarse visualmente como una noble. Que las labradoras utilizasen prendas de vestido que podían llevar mujeres principales era algo bastante común119, pero que utilizase un guardainfante era muy significativo, porque el guardainfante era la prenda que mejor y más expresaba la condición de nobleza en una dama de la Corte; era la prenda de aparato por excelencia junto con la saya entera y los chapines. El hecho es que esta rica labradora se estaba sirviendo de su capacidad económica para utilizar el lujo como medio de expresión de «un imaginado» ascenso social. Digo imaginado, porque si la muchacha deseaba el ascenso, no sabemos si lo consiguió, y el espectador vería a esta niña vestida como una dama «al estilo cortesano». Y, además, no utilizó esta prenda años después de abandonar la corte el uso de la misma (fue muy común entre los plebeyos acceder a prendas propias de la Corte cuando esta había abandonado su uso), sino cuando la prenda causaba auténtico furor en la Corte; es decir, cuando estaba de moda. Por tanto, Manuela Ezquerra, vistiendo guardainfante y el resto de prendas de su ajuar, pretendía convertirse en un auténtico «pino de oro». Y puede ser que lo consiguiera. Porque una dama o un caballero no se convertían en auténticos «pinos de oro» solamente vistiendo bien. Había algo más. El propio ademán de la persona debía responder a esta calidad distinguida y sublime. El ideal de movimiento y ademán que se suponía a las damas de la Corte de los Austrias se caracterizaba por un caminar deprisa, como si se estuviese patinando con los codos pegados al cuerpo120. Esta postura venía determinada por las dimensiones del guardainfante que impedían caminar con ligereza y llevar los brazos descolgados. No podemos saber si Manuela sabía vestir y caminar correctamente con el guardainfante, porque no debía ser muy fácil mantener la compostura con semejante aparato en las caderas. Si Manuela sabía desenvolverse con el guardainfante imitando los ademanes de la Corte, esta niña estaba convertida en un auténtico «pino de oro». Y, lo más importante, sin ser 119 «… Señor, que fulana lleva basquiña de raxa, manto de soplillo, manguito, o regalillo, y chapines con viras de plata… pues ni guardais orden, ni el teneys caudal que aquella… que falta de consideración y orden… que hasta la mas humilde Labradora, y sirviente, viste ya el manto de seda, y va muy engalanada…», Nueva Prematica de reformacion…, óp. cit., p. 291. 120 Palabra e imagen en la Corte..., óp. cit., p. 83. 333 noble. Y, por tanto, el uso que hacía de su apariencia sería totalmente social, pues con su disfraz de dama cortesana reflejaría una condición que no poseía y un evidente interés por ascender a esa condición. Pero, si por el contrario, Manuela no sabía desenvolverse de acuerdo a las reglas del decoro, posiblemente no lograse parecer una dama noble, pero habría conseguido lo más importante para sí: sentirse bien consigo misma viendo su talle estrechado por la prenda más característica y moderna de la Corte española. Lo cual no quiere decir que esta sensación no la pudiese experimentar en el primer supuesto planteado, pero es cierto que en ocasiones los individuos realizan determinadas acciones con la simple y respetable finalidad de sentirse a gusto consigo mismos y, en este caso, con su propio cuerpo. La relación de cuentas de Blas y Domingo Español, hijos del notario y ciudadano de Zaragoza Francisco Antonio Español, menor, aporta gran cantidad de noticias sobre el guardarropa y la educación de estos hermanos. Tanto por las prendas de vestido imitando la moda de la Corte que utilizaron estos niños como por la educación que recibieron, se puede considerar a Blas y Domingo como auténticos «pinos de oro». Y, al igual que ocurría con Manuela Ezquerra, debemos preguntarnos cuál es la intención de los tutores de estos muchachos haciendo que estos niños presentasen a la sociedad una imagen tan «delicada» y «graciosa» de perfectos cortesanos. En las Cortes europeas desde el siglo XVI se venía desarrollando un ascenso social de los letrados, necesarios en la administración regia por su saber jurídico y gramatical. Este ascenso venía «haciendo sombra» a la nobleza cortesana cuya función bélica se iba diluyendo como consecuencia del desarrollo de los ejércitos reales a sueldo. Por tanto, la instrucción del caballero noble debía comportar el ejercicio de las letras, pero también el ejercicio de las armas y otras actividades que le garantizasen una imagen militar como su razón de ser. Es cierto que el desarrollo de las Cortes europeas hizo que el caballero se convirtiese en cortesano, pero, aún con todo, el cortesano siguió conservando en su educación aspectos bélicos que para nada necesitaría un hombre de letras. En este contexto se debe observar la educación recibida por Blas y Domingo. Estos hermanos ejercitaron las letras como había hecho su padre y toda su familia, pues los Español eran una saga de notarios zaragozanos desde el siglo XVI. Pero, por otro lado, vestían siguiendo el ideal cortesano y su educación incluía aspectos que reflejaban este mismo ideal; basta ver el interés por la danza. La danza garantizaba la adquisición de un ideal de movimiento y presencia en la corte: facilitaba pararse, caminar, hacer reverencias sin contratiempos, gestos muy habituales en la vida cotidiana de la corte121. 121 Historia del cuerpo…, óp. cit., pp. 245-246. Es estas páginas se puede observar la importancia de la danza en la educación de un cortesano. Y lo mismo en Palabra e imagen en la Corte..., óp. cit., pp. 82-84. 334 La finalidad de la educación nobiliaria era que el niño adquiriese la mímica corporal que se le inculcaba para desarrollarla de la forma más natural posible. Esa gracilidad era la que distinguía al noble del plebeyo. En el contexto comentado de ascenso de los letrados, la nobleza apuntaba que el porte y la prestancia se heredaban como la nobleza. Pero en la monetarizada economía del siglo XVII todo se podía comprar, incluida la nobleza. Y por ello Castiglione apunta: «Por mucho que se diga en común proverbio que la gracia no se aprende, yo digo que el que quiera saber buenas gracias en los ejercicios corporales, presuponiendo primeramente que por naturaleza no sea desaliñado y torpe, debe comenzar muy pronto y aprender con buenos maestros»122. Esta recomendación de Baltasar de Castiglione era la que seguían los tutores de los hermanos Español. Estos estaban aprendiendo a comportarse como auténticos nobles. La fortuna que acumulaba la familia Español permitía que estos pupilos se sirviesen del lujo para imitar el modus vivendi nobiliario123. Detrás de esta imitación reside un deseo de ser reconocidos o imaginados como auténticos nobles por la sociedad. Al margen de que estos pupilos se pudiesen sentir bien consigo mismos observándose bien vestidos delante de un espejo, como ya he comentado en el caso de Manuela Ezquerra. Pero en este caso parece que el deseo de ser imaginados como nobles está muy claro. Si el conde de Salinas comparase la educación recibida por su hijo Rodrigo Sarmiento en 1620 con la que recibían los hijos del notario en 1645 realizaría un comentario similar al aquí ya citado: «… tiene excelentes partes de caballero…»124. Esta forma de educación se mantuvo para el noble hasta bien entrado el siglo XVIII, aunque eliminando gran parte de la actividad bélica que tenía en el siglo XVI y que, en parte, ya el siglo XVII había relegado a un segundo plano125. En definitiva, los Español pretendían, como lo hicieron muchas otras familias, ofrecer una imagen de sí mismos brillante, re-presentando ficticiamente su pertenencia a los melliores terrae. Y posiblemente lo consiguieron, porque su solvencia económica les permitió disfrazarse con vestido y educación nobiliarios y, en definitiva, su forma de vida respondía al modus vivendi de la nobleza. 122 Historia del cuerpo…, óp. cit., pp. 247-248. 123 Ver la breve descripción de las formas de vida de la familia del notario Francisco Antonio Español que doy en el inicio del apartado anterior de este mismo artículo. 124 «Una visión cultural de la nobleza…», óp. cit., p. 256. 125 En 1776 se recomendaba a los jóvenes nobles practicar ejercicios físicos, como bailar, montar a caballo, cazar y pasear a pie, deportes, como la natación y la esgrima, y actividades lúdicas, como la música, pintura e incluso las artes mecánicas, al margen del estudio de las letras. VILA Y CAMPS, A. El noble bien educado, Oficina de D. Miguel Escribano, Madrid, 1776. Obra compilada en Escritos pedagógicos de la Ilustración… (t. I), óp. cit., pp. 216-217. 335 A modo de conclusión, hay que decir que este artículo es un vivo ejemplo de la teoría que Arlette Farge establece sobre la infancia. Los niños se desplazaban constantemente de la infancia a la edad adulta. Por ello existían en el contexto de la sociedad moderna como niños y adultos al mismo tiempo126. Los protagonistas de este trabajo bien podrían ser considerados niños desde nuestra perspectiva actual, ya que ninguno tenía más de 14 años. En su tiempo, por esta misma razón, también pudieron ser considerados oficialmente niños. Y, además, desde la perspectiva de la dependencia también lo eran, porque estaban sometidos a la vigilancia de un tutor debido a su orfandad manifiesta. Pero frente a esta visión infantil, los niños también eran imaginados, vistos y re-presentados como adultos, pues como adultos eran vestidos. Por lo tanto, parece que los niños psicológicamente eran vistos como seres dependientes que no se podían valer por sí mismos y necesitaban de alguien que en su orfandad dirigiese su destino. Pero, paradójicamente, la visión física que se tenía de ellos era similar a la de un adulto. Pues, a juzgar por cómo se les vestía, eran imaginados como adultos, para que fuesen vistos aparentemente como adultos. Por tanto eran vistos como niños-dependientes y como adultos, al mismo tiempo. Un ejemplo de esta movilidad de la infancia a la edad adulta es el caso de la niña Luisa Çepero. En la relación de cuentas del gasto de su hacienda se anotan aspectos que indican esa dependencia y otros que indican su pertenencia al mundo de los adultos. El tutor anota en varias ocasiones el término niñería. Esto son dos ejemplos de la visión infantil que se tenía de D.ª Luisa Çepero; necesita un tutor que dirija su destino y se le compran objetos propios de una niña. Frente a esto, las ropas que utiliza son las mismas que la de una dama noble y decide casarse sin el permiso necesario de su tutor. Esto son dos claros ejemplos de vida adulta. La imagen que emitiría D.ª Luisa sería la misma que una dama noble, aunque en tamaño más reducido; esto tenía solución porque los niños crecen. Y su propia psicología sería similar a la de un adulto porque tuvo la suficiente resolución como para casarse sin permiso de su tutor, posiblemente, con alguien al que amaba o que mejoraba su situación dependiente127. Por otro lado, este artículo no alude solo a la teoría de la representación o imagen del niño. También podemos comprender comportamientos sociales en los que los niños jugaban para las familias un papel fundamental. Las familias vestían a los niños de una determinada forma. En este trabajo, siguiendo las pautas de la moda cortesana, como símbolo que expresaba la pertenencia a una determinada condición social. Las formas de vida de una familia eran un indicador de la condición social de la propia familia; y en estas formas de vida el traje jugaba un papel 126 Ver nota n.º 21. 127 Ver nota n.º 27. 336 central. Basta ver los ejemplos del traje que vestía la niña D.ª Luisa Çepero como miembro de una reputada casa de nobleza. Pero también es cierto que durante la Edad Moderna se dio un proceso de movilidad social vertical en diversos sectores adinerados de la sociedad. Determinados grupos sociales con posibilidades económicas deseaban alcanzar la nobleza, ya fuese por la vía del matrimonio, de la demostración de hidalguía o por la compra de un documento que expresase tal condición. Los aspirantes a nobles canalizaban este deseo imitando de las formas de vida y el lujo de la nobleza. Y el traje debe ser enmarcado en este proceso de imitación, porque era uno de los elementos fundamentales del lujo nobiliario. Este proceso no se puede desligar de la infancia. Manuela Ezquerra y Blas y Domingo Español eran vestidos simbólicamente con un traje que los convertía en «pinos de oro»; es decir, en imágenes de nobleza, de origen no nobiliario. Esta era una forma de vincular a la familia de estos niños con la imagen de nobleza. Por tanto, el traje del niño prestigiaba a la familia a la que ese niño pertenecía. Igual que una buena dote era símbolo de la riqueza familiar de la novia y enriquecía, por supuesto, y prestigiaba al novio. Pero también era lógico iniciar en este proceso a los niños de familias con aspiraciones sociales, porque de esta forma los niños estarían preparados para un hipotético matrimonio con un miembro de la nobleza o para saber cómo comportarse de acuerdo al decoro cortesano, cuando su padre o ellos mismos se hiciesen por vía de la demostración o de la adquisición mercantil con un documento de nobleza. 5. EPÍLOGO Cierta historiografía consideró en años anteriores que realizar estudios sobre la infancia sería completamente imposible. Por fortuna, los tiempos han ido cambiando. En principio, se consideraba la historia de la infancia como una cuestión de sentimientos y, posteriormente, a las discusiones sobre afectividad se sumaron aspectos económicos. ¿Cómo no se podía querer a un hijo al que se le rodea de riqueza? ¿Y los niños de los pobres? Algo fallaba. La historiografía más reciente ha ido comprendiendo que para un completo estudio de la infancia se debía tener en cuenta la afectividad y la economía que rodeaban al niño. Pero también otros múltiples aspectos que los historiadores obviaban. Como ya he dicho al principio, solo poniendo en común este cúmulo de aspectos que rodeaban al niño se puede llegar a comprender cómo vivieron los niños durante la Edad Moderna. Por otro lado, algunos historiadores comprendieron que el estudio de aspectos de la vida cotidiana de los individuos, entre ellos el vestido, era una banalidad. 337 Cuando determinados historiadores lograron superar esta barrera de la historiografía, comenzaron a realizar estudios del traje desde una óptica totalmente descriptiva, fundamentalmente, a partir de imágenes. En la actualidad, los estudios sobre la forma de vestir de los individuos comienzan a tomar nuevos caminos. Autores como Rafaella Sarti y Nicole Pelegrin128 otorgan a las fuentes documentales, fundamentalmente, notariales, una validez mayúscula. El contenido de guardarropas, arcones, ajuares, cajones…, etc., es fundamental para conocer cuáles eran las prendas de vestido de los individuos. Estos bienes se conservaban porque eran signos de estatus. Además, estos datos puntuales aportan noticias concretas de determinados individuos que permiten construir procesos generales. Unificando los aspectos más recientes de la historiografía sobre la infancia con las ideas más recientes vertidas sobre el estudio del vestido, he dado cuerpo al artículo que aquí concluye. Este artículo no es un estudio sobre las banalidades del vestido; ni tampoco una suerte de pasarela de modas infantiles. He intentado enmarcar el estudio de las prendas de vestido de los niños de época moderna con otros aspectos que rodeaban a los niños que llevaban esas ropas. El niño estaba rodeado de multitud de segmentos de vida que condicionaban su existencia. El niño se veía rodeado de aspectos culturales, económicos, sociales, religiosos, morales… que se deben tener en cuenta cuando se quiere comprender cómo vivían esos niños. Por ello, este estudio sobre el «traje» de los niños zaragozanos del siglo XVII es historia de la infancia, sí, porque el niño es el protagonista. Pero también es historia del traje infantil porque nos hemos centrado en cómo los niños iban vestidos. Pero es algo más. Es historia social porque el traje, junto con otros aspectos de la educación, influía en las relaciones sociales. Es historia cultural, porque el traje formaba parte de la cultura del individuo, como lo forma hoy. Es historia de la mentalidad. Es historia de la representación, porque el traje re-presentaba a los individuos según su condición social. Es historia de las apariencias, porque el traje permitía parecer lo que se era, pero también podía ser disfraz de pretensiones calladas, publicadas en el vestido. Y es historia de la vida cotidiana de los individuos, porque las relaciones sociales, la educación, la cultura, la imagen y el niño formaron y construyeron el día a día del siglo XVII. Vistiendo al niño e involucrándolo en todos estos aspectos sociales, culturales y económicos, he podido llegar a la serie de conclusiones que he ido hilvanando a lo largo de este artículo. 128 PELEGRIN, N., «El cuerpo del común, usos comunes del cuerpo», en Historia del cuerpo…, óp. cit., p. 164. Y Vida en familia…, óp. cit., p. 11 y p. 259. 338