Poemas - EspaPdf

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Junto
a
Píndaro,
Dante
o
Shakespeare, Hölderlin es uno de
los grandes cantores de la
humanidad. La insondable belleza
de sus poemas alcanza una
trascendencia que rebasa los
límites del movimiento romántico
en que se gestaron. El presente
volumen,
extraordinariamente
traducido por Eduardo Gil Bera,
reúne el corpus esencial de la
poesía de juventud y madurez del
poeta de Suabia, desde las grandes
odas hasta las elegías y los himnos,
incluido «El Archipiélago», uno de
los grandes hitos de la poesía
universal. Como recuerda Félix
Azúa en su iluminador prólogo,
estos poemas, a pesar de
oscuridad circundante, aúlla
inmenso sí a la vida.
de
en
la
un
Friedrich Hölderlin
Poemas
ePub r1.0
Titivillus 17.05.16
Título original: Gedichte
Friedrich Hölderlin, 2012
Traducción: Eduardo Gil Bera
Prólogo: Félix de Azúa
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
¿DE QUÉ HABLAN
LOS POETAS?
Aunque desde el bachillerato yo había
leído la poesía con la certeza de que era
una manera de escribir (una «literatura»)
distinta a todas y que no podía usarse
con ella como con la prosa de las
novelas, o la de las historias, o la de los
libros de estudio (aunque tenía una
imprecisa afinidad con los rezos), creo
que mi primera noción concreta de la
poesía en tanto que actividad soberana y
sin relación con la experiencia
inmediata (con el mundo de los sucesos,
las actualidades y los objetos) fue
cuando tropecé con Hölderlin.
Un acto puramente casual: lo compré
porque era bilingüe y en aquella época
trataba de aprender alemán. Se trataba
de un volumen chiquito, de color verde y
papel de mala calidad, editado en
Argentina, y traducido por Norberto
Silvetti
Paz.
Los
poemas
me
impresionaron, pero más aún la
convicción inmediata de que aquellos
versos, aún siendo una traducción,
tenían una fuerza superior a cualquier
poeta vivo de los que yo leía entonces,
Neruda, Aleixandre, Jiménez. ¿Cómo
podía mantenerse lo poético de la
poesía cuando todas y cada una de sus
palabras había cambiado, la sintaxis era
enteramente distinta y el mundo donde se
había producido, la Alemania anterior a
la existencia de Alemania, resultaba más
exótico que el planeta Marte para un
adolescente español del siglo XX?
Estas mismas preguntas se las hacía
Marx, perplejo por el mantenido interés
que las tragedias griegas despertaban en
sus coetáneos. ¿Cómo podía alguien
emocionarse, o cavilar sobre nuestro
destino, a partir de las palabras que
hace milenios concibió el extraño
habitante de un lugar remoto poblado
por gente que se alimentaba de queso de
cabra, aceitunas negras e higos y cuya
economía, por así llamarla, se sostenía
con las incursiones pirata que
emprendían durante el verano por el
Egeo? ¿Cómo podía seguir siendo
actual Sófocles?
Estaba mal planteado. No era actual
sino atemporal, o mejor aún, ahistórico.
La poesía es aquello que escapa de la
historicidad, lo que no puede explicarse
mediante un discurso histórico razonable
y sin embargo mantiene su significado a
través de la historia. Puede hacerse
historia de la poesía, puede analizarse
históricamente un poema, muchos
poemas están atados a su momento
histórico, pero lo poético de la poesía
excede a la historia. Es irrelevante que
Dante fuera un conservador toscano o
que Hölderlin fuera un revolucionario
suabo, que Eliot fuera un yankee
monárquico o Rilke un checo
imperialista, aunque estas informaciones
ayudan a aproximarse a lo más
inmediato del poema. Más allá de lo
inmediato está lo profundo del poema,
lo poético, es decir, la materia misma de
la poesía, aquello de lo que trata.
En los años sesenta del siglo pasado
hubo un fuerte movimiento de crítica
literaria que quería tratar el poema
como un mero objeto lingüístico. Desde
luego un poema es un objeto lingüístico,
pero el análisis formal de ese objeto
apenas da resultados satisfactorios. No
hay nada más triste que el célebre
artículo de Jakobson sobre el poema Les
chats de Baudelaire. La trivialidad de
los resultados aportados por el
formalismo, el estructuralismo o la
descripción fonológica de los poemas,
hace patente que el más sofisticado
análisis lingüístico acaba por manifestar
la misma perplejidad que yo tuve al
constatar que la traducción de un poema
antiguo podía ser más interesante que
cualquier poema vivo en mi propia
lengua.
Entonces, ¿de qué tratan los poemas?
Yo diría que la gran poesía es
siempre un homenaje y que si el poema
no es un canto, entonces no pertenece a
la gran poesía. Debo aclarar desde este
momento que hay una poesía pequeña
perfectamente noble, «bien escrita»,
interesante y de gran valor. La poesía de
García Lorca, la de Paul Verlaine, la de
Browning, son sumamente agradables y
pertenecen al mundo de la poesía
pequeña, la cual subsiste como sombra y
recordatorio de la gran poesía, la de
Shakespeare, la de Rimbaud, la de
Hölderlin. Los ejemplos pueden ser
otros, los hay por decenas. Lo relevante
es que la poesía pequeña no tendría
interés si no existiera la grande, del
mismo modo que los gatos son preciosos
por sí mismos, pero sobre todo en tanto
que descendientes domesticados del
tigre. Tigres en miniatura que permiten
admirar su apariencia grácil, flexible, su
vida secreta, en la alcoba. Un tigre no
cabe en una alcoba.
Los grandes no son solo los antes
citados. Hay muchos poetas que poseen
de un modo supremo el arte de la poesía
y por una razón u otra no llegan a ser
universales y atemporales. Sin embargo,
también ellos son grandes y escriben
cantos, homenajes que forman parte de
la gran poesía. Algunos se ocultan: estoy
pensando ahora en Philip Larkin, un
poeta que se disfraza de funcionario, de
cínico, de perverso, de ciudadano vulgar
e incluso grosero, de sarcástico y
ordinario. Sus poemas, sin embargo,
cantan una y otra vez la desesperante
fugacidad del esplendor y lo hace con
una intensidad tan dolorosa que exige
esa máscara de funcionario casposo e
idiota para ocultar con dignidad el
sufrimiento. En sus mejores poemas
Larkin maldice y blasfema, se revuelve
como herido de muerte porque las
muchachas y los muchachos se vuelven
viejos y estúpidos, porque las familias
se convierten en una caricatura del
núcleo originario de la especie (asunto
también obsesivo en Rimbaud), y
cuando el grito desgarrador de Larkin
alcanza su más negra máscara de
cinismo, de impostada elegancia
británica, vemos marchitarse a los
adolescentes como si asistiéramos a la
destrucción de Héctor. A su manera
negativa, Larkin canta nuestra fugacidad
con la gran música barroca de Ronsard.
En otras ocasiones el poeta no
alcanza la grandeza de Sófocles o de
Hölderlin porque
su obra
es
fragmentaria e incompleta. El poeta de
Irlanda, W. B. Yeats, solo comenzó a
crecer cuando dejó de ser el poeta de
Irlanda y eso fue ya en su extrema vejez.
La poesía de Yeats tiene una gran
importancia para los irlandeses, pero
solo los últimos poemas de Yeats son
imprescindibles para todos los humanos.
Cuando ya era anciano escribió un
poema que nos da indicaciones sobre la
materia poética y contesta de algún
modo a la pregunta «¿de qué hablan los
poetas?». El poema se llama Among
school children y es un canto que
comienza como un lamento irónico.
Yeats es ya muy viejo y figura
socialmente como El Poeta de Irlanda,
de modo que el gobierno irlandés lo
exhibe como una momia por los
institutos y universidades. Yeats no se
engaña. Sabe que «an aged man is but a
paltry thing/a tattered coat upon a
stick»[1]. Sin embargo se presta a ello.
Las monjas le llevan a un aula de
adolescentes y el viejo poeta pasea su
mirada por entre aquellos aburridos
colegiales. El lector se siente oprimido
por el dolor y la banalidad de la muerte.
De pronto Yeats ve unos ojos vivos que
se han clavado en los suyos. El tiempo
del poema gira violentamente y el
anciano cree estar mirando los ojos de
Maud Gonne, su amor juvenil. Recuerda
entonces lo que esa palabra, «amor»,
oculta: la fuerza ignota e incomprensible
que generación tras generación va
llenando la tierra de seres vivos.
Emocionado, desvía su mirada para
evitar los ojos de la niña y entonces ve,
a través del ventanal, un enorme castaño
en flor. Los últimos versos del poema
elevan la visión hasta lo esencialmente
poético. El árbol crece y se lanza hacia
el cielo impulsado por una potencia
inextinguible, explota en el florecer y en
el fructificar, danza a la luz del sol como
un bailarín colosal. Y el último verso
completa el canto: la música que baila
el árbol es la potencia del bios, la
música de la vida terrestre. Y cuando
van juntos la energía vital y el ser vivo,
enlazados por la gracia en esa danza
extática, pregunta Yeats, How can we
know the dancer from the dance?[2] Lo
viviente y la música de la vida son una
misma cosa. El castaño es la danza de la
vida, nosotros somos música viviente.
Llaman los griegos bios a ese
constante ayuntamiento de elementos
dispersos: hidratos de carbono, agua,
queratina, marfil, hierro, que cuando ya
se encuentran ajustados o como
imantados los unos con los otros,
permiten que un humano se presente en
el mundo y permanezca en pie a la luz de
sol durante unos años. El bios mantiene
en un equilibrio efímero al nuevo
humano porque el mismo bios luego
suelta al humano, lo olvida, y entonces
el humano se disuelve de nuevo en sus
elementos primarios, cae en la tierra y
los carbonos van a los carbonos, el agua
al agua, el cabello se entrega a sus
hermanos minerales y el hierro de la
sangre oxida la tierra. Otro humano
saldrá de esa disolución. Uno tras otro.
Y quien dice «un humano» dice un
vegetal, un animal, un alga, un hongo, un
liquen, cualquier formación que goce de
la luz solar durante un tiempo breve o
largo, no hay modo de saberlo. Todas
son formaciones efímeras apiñadas por
el campo magnético del bios.
Todo gran poema es un canto y un
homenaje a la fuerza inasible y
atemporal del bios que cada año
renueva la vida de la tierra, pero
también a la misma que cada año la
adormece cuando llega el invierno, tema
recurrente una y otra vez en los grandes
monólogos de Shakespeare ordenados
según una figuración de metáforas
astrales. Por esta razón la poesía es
ahistórica y nos llega desde la más
remota antigüedad o desde los países
más lejanos como si hubiera sido escrita
por nuestro vecino. Todos nosotros
somos el resultado de ese empuje oscuro
que nos hace crecer, florecer, fructificar
y dormir. Somos conciencia en tránsito.
Las estaciones vienen y van (tema
recurrente durante la locura de
Hölderlin), las horas se suceden como
aguas
fluviales,
los
humanos
acontecemos como los frutos del árbol,
pero a diferencia de las ciruelas y los
limones, los humanos dejamos noticia de
nuestro paso bajo la luz del sol. Esa
noticia puede ser la incisión que un
cazador de la era glaciar grabó sobre un
hueso de reno, los golpes de timbal que
hacen temblar las acacias de la sabana
africana, las catedrales góticas o un
canto escrito en pentámetros yámbicos.
Cuando entendemos esas señales, todos
los muertos del mundo se unen a
nosotros en un mismo canto.
Puede parecer que el canto y el
homenaje en algún momento o lugar se
hacen imposibles. Abrumados por la
actualidad podemos dar en pensar que el
canto y el homenaje hoy en día, por
ejemplo, serían ridículos, incluso
ofensivos. Eso creyó Th. W. Adorno
cuando, agobiado por el espanto de
millones de judíos asesinados por los
alemanes, afirmó que escribir poesía
después de Auschwitz era una
indecencia. El aristocratismo de Adorno
le había hecho olvidar sus propios
escritos
sobre
Hölderlin,
tan
admirables. Y si Hölderlin pudo escribir
tras las matanzas de la Revolución
Francesa y las guerras napoleónicas,
¿por qué nosotros no? Estos tiempos no
son peores que los que vivió Villon, ni
nuestras ciudades son más infames que
la estepa castellana del Cid. La poesía
no depende de las condiciones
materiales sino de la percepción y la
lucidez con la que contemplemos
nuestras relaciones con la vida de la
tierra y nuestro lugar en un cosmos del
que somos su única conciencia, su
verbo, su logos. Un poeta torturado por
un cuerpo contrahecho, recluido en una
celda y apartado del mundo a causa de
su inmensa desdicha, el gran Leopardi,
no por eso dejó de cantar a las estrellas
de la Osa Mayor cuyo fulgor orientó uno
de los más grandes poemas de la lengua
italiana.
Los tiempos de Hölderlin fueron tan
espantosos
como
para
acabar
arrojándole a la locura. Sin embargo el
canto era posible y la relación de
Hölderlin con su hogar un asunto
constante de su poesía. A veces ese
hogar era la Germania, a veces el Rin,
muchas veces Grecia, en un poema
supremo fue Patmos, en innumerables
ocasiones lo que canta es la
imposibilidad de tener un hogar.
También nosotros carecemos de hogar,
como el Cid, como Hamlet, como
Antígona, como Empédocles, como el
anciano Yeats, como el bibliotecario
Larkin, razón de más para que
desesperadamente busquemos nuestro
canto y aunque sea de forma sombría
aullemos nuestro inmenso SÍ a la vida,
incluso cuando, como Paul Celan, la
destruimos.
Una palabra sobre la traducción. La
poesía y la traducción de la poesía
tienen un arreglo simbiótico similar al
de los vegetales con el agua. La
traducción mantiene lozana a la poesía.
Si hubo unas escuelas lingüísticas que
trataron de explicar (o domesticar) la
poesía es porque esa materia, lo
poético, que puede encarnarse en
objetos visibles y audibles (quizás
también en objetos táctiles, pero es
terreno oscuro), tiene su materia más
apropiada en el lenguaje porque el
logos, para nosotros, es inseparable del
bios. El lenguaje está vivo, se
transforma, cambia con la misma
velocidad con la que cambian los
paisajes. Quienes hemos vivido una vida
sabemos que ningún lugar es hoy como
lo conocimos por primera vez, aunque
las ciudades cambien más despacio que
el corazón del hombre. Los cambios del
lenguaje nos obligan a un esfuerzo
suplementario cuando buscamos la
música de Mio Cid o la de Shakespeare
o la de Sófocles. Gracias a su
atemporalidad no precisamos un
conocimiento filológico e histórico
desorbitado sobre el poema, pero sí
algunas indicaciones sobre cuáles de
nuestras palabras son las que más se
aproximan a las antiguas. La poesía, por
lo tanto, ha de ser constantemente
traducida y la que está escrita en nuestra
lengua debe renovarse una y otra vez.
Algunos cantos medievales resucitan en
Machado, son verdaderas traducciones.
La poesía de Eliot nos devuelve el
mundo de los barrocos ingleses, nos lo
traduce. Pound concibió la insensata
idea de traducir a los poetas chinos y
japoneses. Hölderlin quería traducir a
los griegos. No a los griegos históricos
sino a los griegos que escribieron
alucinados poemas y tragedias, unos
griegos que en cierto modo eran un
invento moderno. Hölderlin no se
engañaba, su Grecia, como todos los
hogares verdaderos, era un lugar que
solo había existido en la palabra.
Las traducciones son como un
concierto, una interpretación musical a
cargo de un artista. Es cierto que
Beethoven es uno, pero solo llegaremos
hasta él sea de la mano de Furtwängler o
de la de Harnoncourt, dos modos
antagónicos de traducir a Beethoven. Y
Bach puede tener la opalina luz pietista
de Leonhardt o la abrumada desolación
romántica de Richter, que tocaba a la luz
de una vela. De modo que incluso los
poemas escritos en nuestra lengua
requieren traducción porque no es lo
mismo leer el Mío Cid en el más
aproximado
manuscrito
original
(necesitaremos un aparato filológico
imprescindible) que leerlo en la
traducción de Pedro Salinas o en la de
Menéndez Pidal. Y si alguien cree que la
poesía de nuestros contemporáneos no
requiere traducción, yo le invito a que
lea a Claudio Rodríguez y compare
luego lo que él ha oído en esos versos
con lo que hemos entendido cualquiera
de quienes le hemos escuchado con
atención. Todos los lectores de poesía
somos traductores de la poesía que
leemos.
Sin
embargo,
algunos
traductores son mejores que otros y eso
quiere decir, no solo que se aproximan
con mayor exactitud filológica al texto,
sino, sobre todo, que han sabido
mantener la música del canto y el
homenaje.
Hay muchas traducciones de
Hölderlin al español. Por fortuna, ha
sido un poeta muy escuchado. Cuando
leemos una traducción de Hölderlin
estamos oyendo la música del poema a
través de una versión instrumental
específica, a veces es una orquesta
sinfónica como en las viejas ediciones
de Díez del Corral, a veces es una
orquesta mozartiana como en la reciente
versión de Helena Cortés y Arturo
Leyte. La de Gil Bera me parece música
de cámara y más específicamente de
inspiración schubertiana. Tiene una
coloración crepuscular y muestra la
mirada del viajero: es la traducción de
un wanderer que lleva el libro de
poemas en la mochila durante años.
El rostro del mundo poético
adquiere siempre los rasgos del
traductor. Como en el teatro, a veces
Hamlet es gordo y a veces flaco, alto o
bajo, viejo o joven, pero eso no importa
si se da la unión entre el danzarín y la
danza. Lo esencial es que esa música
renueve en nosotros la experiencia
profunda del tiempo, de nuestro paso
por la tierra, de nuestra colaboración
con el tiempo de la tierra. Que nos haga
ser danzantes de una música que se
funde con nuestra danza singular. Si tal
cosa acontece, entonces habremos
brillado a la luz del sol. Y con eso
basta.
FÉLIX DE AZÚA
INTRODUCCIÓN
Toda traducción es un atrevimiento, pero
trasladar la obra poética de Hölderlin
exige además un desacato sin esperanza
a la inercia conceptual que da sentido a
la escritura. Por otra parte, en menos de
un siglo se han publicado una treintena
de versiones españolas de diverso
formato y ambición: ¿por qué habría de
ser necesaria hoy otra traducción?
Ungaretti dijo que la poesía no es
traducible, porque el ritmo se crea en
cada lengua conforme a la ligazón y
encabalgamiento propios de sus
palabras; tampoco es traducible la
calidad específica de las sílabas, siendo
la fonética la diferencia más patente
entre dos lenguas; ni es traducible el
contenido poético que se forma y anima
en la intimidad más honda de una
personalidad irreductiblemente única; y
tampoco se pueden trasladar la forma y
el estilo, justo ahí donde respira el autor
profundo y vivo, que ya no estará ni
podrá estar en la traducción. Entonces,
¿por qué se traduce poesía? ¿Por qué lo
he hecho yo mismo? Simplemente,
concluía Ungaretti, para hacer obras
poéticas originales. La explicación del
poeta alejandrino me parecía suficiente
para cualquier caso, excepto para el de
Hölderlin. Porque, por decirlo con
mayúsculas terminantes, ya no se trataba
de la poesía, sino del Poeta y la Poesía.
Hace poco más de diez años traduje
al vasco algunos poemas de Hölderlin y,
tras ese primer acercamiento, emprendí
la traducción al castellano, por la gran
insatisfacción y molestia que me
producían las oscuridades gratuitas y
efervescencias
sobrevenidas
que
percibía en las versiones disponibles.
Bajo la invocación de la complejidad de
la poesía de Hölderlin, a menudo los
traductores se han cargado de razón para
usar una «generosidad» arbitraria que
pretende dar más largueza poética a su
versión. Esa conducta indica su falta de
confianza en el poema y en el lector, con
el agravante de que el traductor ejerce
precisamente por poderes y, mientras
hace su labor, es poeta y lector por
delegación plenipotenciaria.
Mi propósito es ganar para la poesía
de Hölderlin nuevos lectores mediante
una nueva traducción, sin aparato crítico
ni comentarios, pero de máxima
transparencia y absoluta confianza en el
poema y en el lector.
La vida de Hölderlin ya está muy bien
contada en varias biografías, y en
español disponemos de estudios
altamente satisfactorios, como los
publicados por Anacleto Ferrer, Felipe
Martínez Marzoa o Jesús Munárriz, y de
los brillantes ensayos hölderlinianos de
Félix de Azúa. Aquí bastará repetir los
datos elementales.
Friedrich Hölderlin nació en 1770
en Lauffen del Neckar. Descendiente de
clérigos protestantes, cursó los estudios
correspondientes
a
la
carrera
eclesiástica hasta 1793. Durante los
años siguientes intentó ganarse la vida
como preceptor particular y escritor
independiente. En 1804 sucumbió a la
esquizofrenia. Pasó el resto de su vida
recluido, y murió en 1843.
El mayor poeta alemán –y uno de los
divinos– compuso sus poemas en poco
más de diez años, de 1793 a 1803,
durante el tránsito de la juventud a la
locura. Ese centenar escaso de
composiciones
representa
la
culminación de la tradición clásica
alemana, y la más alta expresión de la
glorificación romántica del poeta griego.
Hölderlin tuvo una relación intensa y
entusiasta con los poetas clásicos
grecolatinos, que fueron los guías de su
periplo iniciático por las diversas
estrofas poéticas empleadas hasta llegar
al ritmo libre de los cantos finales.
Tradujo a Horacio y Sófocles, y estudió
muy particularmente a Píndaro y
Homero. Desde su conocimiento y
devoción por la poesía antigua griega,
aportó al lenguaje poético alemán
multitud de innovaciones métricas,
sintácticas y morfológicas. Por ejemplo,
el
neologismo
allausgleichend
(nivelador de todas las cosas), que
Hölderlin vincula al destino, se inspira
en el griego µοίϊος, que significa lo
mismo y está presente en once pasajes
homéricos, referido a la guerra, la
querella, la edad y la muerte. También
en memoriación de los poetas griegos,
emplea redundancias estudiadas –por
ejemplo, «la luz en su júbilo jubilosa»
en el poema «Ánimo»– que homenajean
al celebérrimo µέγς µεγαλοστ («grande
en tu grandeza») que se repite en seis
pasajes homéricos. Su explicación
etimológica del nombre griego del mar
Negro como «hospitalario», en el poema
«La migración», procede de Píndaro.
Igual que son pindáricos los dos
principales
tipos
métricos,
asclepiadeico y alcaico, que Hölderlin
introdujo en sus poemas mayores.
La relación que mantuvo con sus
maestros contemporáneos fue menos
satisfactoria. Los más favorables, como
Schelling o Schiller, pasaron del
patrocinio al extrañamiento y la
compasión. Goethe, por su parte, le
llamó «Hölterlein» y le aconsejó que
mejor escribiera breves poemas sobre
asuntos que tuvieran algún interés para
la gente; eso fue el 22 de julio de 1797,
fecha de fausta memoria en la literatura
universal porque Hölderlin empezó a
escribir largos poemas sobre asuntos
que no interesaban a Goethe.
En cambio, halló comprensión y
camaradería en maestros más alejados,
como Kant. Cuando, en el poema «Rin»,
escribe «quien construyó los montes / y
marcó la senda a los ríos», Hölderlin
dirige un particular saludo al profesor
de Königsberg, quien proponía la idea
en su temprana Historia general de la
naturaleza y teoría del cielo.
La presencia de la mitología
germánica también es importante en el
sustrato poético hölderliniano. La mar
natal de «El mozo a los consejeros
prudentes», y las aguas nostálgicas de
«Germania», recuerdan la fe en la
procedencia acuática del alma entre los
antiguos germanos.
A partir de 1923, con la aparición de
la edición de Hellingrath, Hölderlin fue
universalmente reconocido como poeta
maximus. Casi al mismo tiempo empezó
el movimiento exegético que glosa su
obra, de modo que hoy es uno de los
autores con una bibliografía más
copiosa, y muchas veces aparece
incensado y comentado hasta lo
inextricable, de modo que la pátina
apologética producida por el humo de
tantas velas encendidas por las
filosofías de moda llega a ser opaca y
oscurantista.
La locura de Hölderlin fue uno de
los temas favoritos del siglo pasado en
su aproximación a la personalidad y la
obra del poeta. Según una explicación
promovida en la década de 1920 y cuyo
representante más conspicuo fue Pierre
Bertaux, el germanista francés amigo de
Joseph Roth, Hölderlin habría perdido
la razón al recibir la noticia de la muerte
de su amada Susette Gontard, quien,
además, sería siempre la contrafigura de
Diotima. Esta teoría simplista de ribetes
románticos reinó en solitario hasta la
aparición en la década de 1960 de las
teorías negacionistas de la demencia,
según las cuales la enfermedad de
Hölderlin no sería más que su reacción
radical y sublime a las circunstancias
hostiles que la sociedad opresora
oponía a su temperamento hipersensible.
Pero, a despecho de esas opiniones
biencreyentes, la esquizofrenia –en
griego, «escisión del alma»– es una
enfermedad de existencia empírica que
también puede afectar a los poetas. La
diferencia consiste en que Hölderlin es
un caso donde la palabra poética nos
arroja una luz reveladora desde dentro
de la escisión anímica. En el poema
«Quirón» encontramos una clara alusión
a su dolor insalvable: «Pero los días
cambian, y si uno luego / los considera,
en bueno y malo, es doloroso, / cuando
uno es de doble configuración, / y no hay
quien distinga lo mejor. / Pero ese es el
aguijón del dios; de otro modo, / jamás
podría uno amar la injusticia divina».
Esa doble configuración, o doble diseño
(zweigestalt), se refiere a la naturaleza
del centauro Quirón. Pero es preciso
saber que este es calificado en la Ilíada
como δικαιτατος («el más justo»). La
moral demediada, la razón bífida, el
aguijón del dios, es el resultado
desgarrador de la doble configuración
que no distingue lo mejor y describe la
íntima condición del poeta.
En su destino inocente y trágico, sin más
poder que la poesía, Hölderlin vivió un
exilio duplicado por su alma escindida y
su vulnerabilidad extrema.
Pero hoy no solo es divino en
sentido homérico, también ha alcanzado
la gloria de la manera cándida y limpia
que él mismo profetizó mientras
celebraba la fiesta de la vida, y en cada
generación renace la veneración que
suscita su nombre. Porque a este poeta
admirable caído en certezas visionarias
y fervorosos abismos de dolor y
soledad, a este hombre que vio a los
dioses, le debemos la consumación de la
poesía como arte que se propone
satisfacer las más elevadas necesidades
morales e intelectuales del ser humano
mediante la palabra investida de todo su
prestigio y poder.
EDUARDO GIL BERA
NOTA
BIBLIOGRÁFICA
Este volumen presenta los poemas de
Hölderlin de manera cronológica a lo
largo de las dos épocas que caracterizan
su obra, una primera de juventud, de
1793 a 1799, y la de madurez, de 1800 a
1803. Tras una muestra suficiente de la
abundante producción juvenil, se
incluyen todos los poemas completos y
solo se han exceptuado los fragmentos
no consolidados y los poemas de la
locura.
El texto original alemán se ha
establecido a partir de Sämtliche Werke,
Große Stuttgarter Ausgabe 1943-1985,
edición de F. Beißner, con A. Beck y U.
Oelmann;
de
Sämtliche
Werke,
«Frankfurter Ausgabe», edición de D.
E. Sattler y M. Knaupp, 1975-1984, y de
Sämtliche Gedichte, edición de Detlev
Lüders, 1989, con las siguientes
preferencias más significativas:
– Primera versión de «Su curación»
y «El viajero».
– Segunda versión de «Himno a la
libertad», «Diotima» y «El paso de la
vida».
– Las dos versiones de «Al dios
sol» y «Puesta de sol», y de «Coraje de
poeta» y «Cortedad».
– Tercera versión de «Mnemosine».
– Inclusión en «Germania» del
hemistiquio 76b: «und den Abgrund
trägt» («la que entraña el abismo»).
Principales ediciones alemanas de la
obra de Hölderlin:
– Sämtliche Gedichte, edición de
Detlev
Lüders,
2
volúmenes,
Wiesbaden, 1989.
– Sämtliche
Werke,
«Große
Stuttgarter Ausgabe», edición de F.
Beißner y otros, 8 volúmenes, Stuttgart,
1943-1985.
– Sämtliche Werke, «Frankfurter
Ausgabe», edición de D.E. Sattler y M.
Knaupp, Frankfurt, 1975-1984.
– Sämtliche Werke und Briefe,
edición de M. Knaupp, 3 volúmenes,
Munich/Viena, 1992/3 y Darmstadt,
1992/3.
– Sämtliche Werke, edición de P.
Stapf, Berlín/Darms tadt, 1956.
– Sämtliche Werke und Briefe,
edición de J. Schmidt, 3 volúmenes,
Frankfurt/M, 1992-1994.
Las ediciones histórico-críticas de
Friedrich Seebaß y Norbert v.,
Hellingrath (Munich y Leipzig, 1913-
1923), y la de Franz Zinkernagel
(Leipzig, 1914-1926), tienen hoy
únicamente valor histórico.
Principales traducciones españolas de la
poesía de Hölderlin:
– Poemas de Hölderlin, traducción
de Luis Cernuda y Hans Gebser, Madrid,
1935.
– El Archipiélago, traducción de
Luis Díez del Corral, Madrid, 1942.
– Doce poemas, traducción de José
María Valverde, Madrid, 1949.
– Grandes elegías, traducción de
Wera y Ludwig Zeller, Santiago de
Chile, 1951.
– Poemas, traducción de ErnstEdmund Keil y Jenaro Talens, Valencia,
1971.
– Poemas, traducción de José
Miguel Mínguez, Barcelona, 1975.
– Obra completa en poesía,
traducción de Federico Gorbea,
Barcelona, 1977.
– Poemas de la locura, traducción
de Txaro Santoro y José María Álvarez,
Madrid, 1978.
– Las grandes elegías, traducción
de Jenaro Talens, Madrid, 1980.
– Los himnos de Tubinga,
traducción de Carlos Durán y Daniel
Innerarity, Madrid, 1990.
– Fiesta de la paz, traducción de
Rafael Gutiérrez Girardot, Bogotá,
1994.
– Odas, traducción de Txaro
Santoro, Madrid, 1999.
– Antología poética, traducción de
Federico Bermúdez-Cañete, Madrid,
2002.
– El Archipiélago, traducción de
Helena Cortés, Madrid, 2011.
POEMAS DE
JUVENTUD
(1793-1799)
COLÉRICO ANHELO
lo sufriré más! Eternamente
sos infantiles, como un preso,
sos cortos, medidos de antemano,
minar día a día, ¡no lo sufriré más!
el destino del hombre? ¿El mío? No lo
sufriré.
atrae el laurel, el sosiego no me satisface.
gros engendran las fuerzas de los
hombres,
as inflaman el pecho de los jóvenes.
é soy para ti? ¿Qué soy, patria mía?
doliente enteco que su madre
e en brazos pacientes,
mirada desesperada.
ás me consoló la copa centelleante,
a mirada de la coqueta sonriente.
de nublarme un duelo perpetuo?
atarme sin cesar el colérico anhelo?
é más me da la mano cordial del amigo,
ulce bienvenida del alba primaveral,
ombra de los robles, o la viña en flor,
mí qué el aroma de los tilos!
r el cruel Maná! Nunca disfrutaré de ti,
z de la alegría, por más bello que
destelles,
a que culmine un quehacer de hombres,
a que conquiste el primer laurel.
uramento es grave, hace saltar lágrimas
mis ojos, ¡y dichoso de mí, si lo corona el
cumplimiento!
onces, comunión de los bienaventurados,
también yo exultaré.
onces, oh Naturaleza, será delicia tu
sonrisa.
HIMNO A LA LIBERTAD
dicha canté en las puertas del Orco,
señé embriaguez a las sombras,
que vi, escogido entre miles,
a la divinidad de mi diosa.
mo el piloto su océano
purpurea tras la noche lóbrega,
mo los bienaventurados los campos
Elíseos,
e admiro, amada maravilla.
erentes plegaron sus alas,
dados de su polvo, halcón y águila,
bediente a la rienda diamantina,
chaba ante la diosa un altivo par de
leones.
enes torrentes impetuosos se detuvieron,
mo mi corazón, mudos de temerosa delicia.
ta los Bóreas atrevidos se aplacaron,
tierra se hizo templo.
en premio a mi fiel homenaje,
eina me tendió la diestra,
netrados de mágica energía,
samiento y corazón la aclamaron.
que dijo la jueza de las coronas
uena por siempre en mi alma,
namente en las regiones de la creación.
uchad, espíritus, lo que dijo la madre:
cilando en las ondas del viejo caos,
z y desenfrenada como sacerdotisa de
Baco,
añada por el audaz deseo de la juventud,
decía reina de la libertad.
o el conflicto de los elementos desatados
o la hora de la aniquilación.
onces apeló mi ley
alianza fraternal del infinito.
mata mi ley tierna vida,
oraje audaz, ni alegría animada,
dos se otorgó derecho al amor,
a cual ejerce el dulce deber,
osa y altiva en su marcha imparada
orre la titánica fuerza su vasta carrera,
dulce urgencia de amor se acurruca
ébil contra el gran mundo.
ede un gigante castrar mi águila?
tener un dios los rayos orgullosos?
ede un decreto tiránico proscribir el mar?
tener el curso de las estrellas?
profanarse por ídolos que él mismo
inventa,
uebrantable en la lealtad a su alianza,
a las leyes santas del amor,
e vive el mundo su vida sagrada.
sfechas de su justa magnificencia,
ca fulminan las espléndidas armas de
Orión
s fraternales Tindáridas,
a el león les saluda con amor.
hoso de su divino destino, que es
regocijar,
ios en dulce sosiego envía sonrisa
oven vida y fastuoso florecer
amada esfera terrestre.
profanarse por ídolos que él inventa,
uebrantable en la lealtad a su alianza,
a las leyes santas del amor,
e vive el mundo su vida sagrada.
, solo uno, ha caído,
marcado con la deshonra infernal;
az de escoger la más bella vía,
rrastra el hombre bajo el yugo abyecto.
era el más divino de los seres,
e enojes con él, fiel Naturaleza,
lleva en sí la traza de la fuerza heroica,
avillosa y espléndida para curarse.
esúrate, nueva hora de la creación,
ríele, dulce edad de oro,
ue en la más bella e intacta alianza
esteje la inmensidad».
ra, hermanos, ¿tardará la hora?
rmanos! ¡Por los miles de quejosos,
los descendientes que engendró la
deshonra,
las regias esperanzas,
los bienes que colman el alma,
la hereditaria fuerza divina,
manos, ay, por nuestro amor,
es de lo finito, despertad!
os de los tiempos! Bajo el calor sofocante
abanican refrescantes tus consuelos.
nos rosados semblantes nos sonríen
l camino espinoso y desierto.
ndo ensombrece la gloria ancestral,
ndo se derrumba el último resto de
libertad,
te mi corazón las amargas lágrimas de la
separación
refugia en su más bello mundo.
que el tiempo escogió como presa
ecerá de nuevo mañana;
a destrucción nacerá la primavera,
as olas surgió Urania;
ndo las estrellas descoloridas inclinan la
cabeza,
plandece Hiperión en su heroica carrera.
dríos, esclavos! Se alzan sonrientes
libres sobre vuestras tumbas.
e mucho que la justicia se refugió
osa en los severos palacios de Minos,
a cómo rebosante de ternura maternal
a ahora al fiel hijo de la tierra.
ahora triunfan en los Elíseos
manes de los divinos Catones,
umerables ondean orgullosas banderas de
juventud,
empo de la gloria premia a los ejércitos.
seno de los benevolentes dioses no
llueve
beneficio sobre el orgullo indolente,
sagrados campos de Ceres prefieren
decir a la segadora morena;
claro suena en las viñas ardientes,
animado, el grito jubiloso de los
vendimiadores.
ás profanado por el ala de la
preocupación,
ece y sonríe lo que la dicha creó.
ciende el amor del cielo,
ran el ánimo viril y la altas miras,
, hija de la ingenuidad, dulce intimidad,
devuelves los días de los dioses.
unfa la fidelidad! Y caen salvadores de
amigos,
estuosos, como se desploman los cedros,
s vengadores de la patria marchan
riunfo hacia el mundo mejor.
go tiempo encerrados en su angosta
morada,
cansen entonces mis restos en paz.
probado el cáliz de la esperanza,
me conforté con la dulce aurora.
, y allá en la lejanía serena
bién me sonríe la meta sagrada de la
libertad!
á, con vosotras, estrellas regias,
ará más festiva mi música.
GRECIA
A Gotthold Stäudin
lá te hubiera encontrado a la sombra de
los plátanos,
de fluyó el Iliso entre las flores,
de los jóvenes ensoñaron con la fama,
de Sócrates conquistó corazones,
de Aspasia paseó entre mirtos,
de el clamor de la alegría fraternal
erberó sobre el ágora vibrante,
de mi Platón creó paraísos,
de sazonaron la primavera cantos
solemnes,
de los torrentes del entusiasmo
recipitaron desde la sagrada montaña de
Minerva,
omenaje a la protectora,
de en incontables dulces horas de poesía,
mo un sueño de dioses, se consumió la
vejez;
á, amigo, te hubiera encontrado entonces,
mo hace años mi corazón te halló.
de qué distinto modo te habría abrazado!
cantarías los héroes de Maratón,
más bello entusiasmo
laría en tu mirada embriagada,
imientos de victoria rejuvenecerían tu
pecho,
espíritu, ceñido de laurel,
entiría el lóbrego sofoco de la vida
apenas mitiga un hálito de la alegría.
ha ofuscado tu estrella del amor?
a dulce luz rosada de la juventud?
con las horas áureas de la Hélade
danzando en derredor,
entiste el flujo de los años;
nos, como el fuego de las vestales, ardían
aje y amor en cada corazón,
mo el fruto de las Hespérides prosperaba
eternamente el dulce deseo de la
juventud.
en aquellos días mejores,
habría palpitado en vano, tan fraterno y
generoso
orazón querido por un pueblo
ue lloramos de gratitud.
uarda, llega sin duda la hora
separa del cepo lo divino!
ece! En esta esfera terrestre,
le espíritu, en vano buscas tu elemento.
ca, la heroína, ha caído.
á donde reposan los viejos hijos de los
dioses,
a ruina de los marmóreos palacios,
ra solo guarda el duelo la grulla solitaria;
riente desciende la primavera graciosa,
o ya no se encuentra más con sus
hermanos,
l sagrado valle del Iliso,
mitan bajo escombro y zarzas.
tira aquel país mejor,
ro a Alceo y Anacreonte,
eferiría dormir en angosta tumba,
o a los santos en Maratón.
sea esta mi última lágrima
ida por la sagrada Grecia.
Parcas, haced sonar las tijeras
s mi corazón pertenece a los muertos.
A HÉRCULES
errado en el sueño de la infancia
a como el hierro en la mina;
acias, Hércules mío!, del niño
hecho un hombre.
oy maduro para el trono,
mpen poderosos y grandes
hos, como rayos del hijo de Cronos,
as nubes de mi juventud.
mo el águila lleva a sus crías
uanto prende una chispa en sus ojos
el éter dichoso
sadas migraciones,
me levantas de la cuna,
a mesa y casa maternas,
s llamaradas de tus guerras,
umo semidiós.
eíste que tu carro de combate
onaría en vano en mis oídos?
a trabajo que hiciste
tó mi alma.
dad es que el discípulo pagó;
orosamente quemaron tus rayos
pecho, oh luz orgullosa,
o no lo consumieron.
para las olas de tu destino,
remas fuerzas divinas,
dador valiente! te criaron,
é me formó para la victoria?
é llamó al sin padre
ado en la sala oscura,
divino y lo grande,
a que osado te hiciera su modelo?
é me cogió y arrancó del encanto
os juegos?
é indujo a las ramas del arbusto
evarse hacia la luz del éter?
hubo amistosa mano de jardinero
resada en la joven vida,
o gracias al propio afán,
é y crecí hacia el cielo.
o de Cronos, a tu lado
mparezco, con sonrojo,
Olimpo es conquista tuya,
n y pártela conmigo!
rto es que nací mortal,
o inmortalidad
a jurado mi alma,
mplirá lo mandado.
A LA NATURALEZA
ndo aún jugaba en torno a tu velo,
día de ti como una flor,
u corazón sentía cada acento
rcar mi tierno y trémulo corazón.
ndo aún rico en fe y nostalgia,
mo tú, me veía ante tu imagen,
hallaba un lugar para mis lágrimas
mundo para mi amor.
ndo aún se volvía mi corazón hacia el
sol,
mo si él oyera su voz,
amaba hermanas a las estrellas,
la primavera, melodía de Dios,
ndo en la brisa que movía el bosque,
se agitaba tu espíritu, el de la alegría,
a onda callada de mi corazón,
de oro me envolvían.
ndo en el valle donde la fuente me
refrescaba
verde de los tiernos arbustos
ía la pared silenciosa de las rocas,
omaba el éter entre las ramas,
ndo allá, inundado de flores,
ado y ebrio bebía su aliento
nía a mí, aureolada de luz y resplandor,
ube áurea de lo excelso.
ndo me alejaba sobre el páramo estéril
sde el seno de sombríos barrancos
mbaba el canto titánico de los torrentes
noche de las nubes me rodeaba,
ndo la tormenta con sus ondas
tempestuosas
aba ante mí a través de las montañas
e sobrevolaban las llamas celestiales,
aparecías tú, ¡alma de la naturaleza!
chas veces, con lágrimas de ebriedad
rosa, como tras dilatada errancia
elan los ríos el océano,
perdía, bello mundo, en tu plenitud.
entonces me arrojaba, con todos los
seres,
hoso desde la soledad del tiempo,
mo un peregrino vuelto al palacio paternal,
s brazos de lo infinito.
ditos seáis, sueños dorados de la
infancia,
me ocultasteis la miseria de la vida,
abrigasteis la simiente del bien en el
corazón,
ue yo jamás alcanzaría, me lo regalasteis.
Naturaleza, a la luz de tu hermosura,
pena ni coacción medraban
regios frutos del amor
mo las cosechas en Arcadia.
á muerto ahora quien me crió y sació,
muerto aquel mundo juvenil,
el pecho que un cielo colmó,
rto y seco como un barbecho.
la primavera replica a mis penas,
mo antes, un dulce canto de consuelo.
o ya pasó la mañana de mi vida,
chita está la primavera de mi corazón.
petua indigencia ha de pasar el más tierno
amor,
ue amamos es solo sombra,
ndo murieron los dorados sueños de la
juventud,
ió para mí la naturaleza amiga.
supiste en los días dichosos
lejos está tu patria,
re corazón, jamás la hallarás,
o te basta soñar con ella.
EL MOZO A LOS
CONSEJEROS
PRUDENTES
e me calme? ¿Que domeñe el amor
ente y feliz que ansía suprema belleza?
e entone mi canto del cisne al borde de la
tumba
de os gusta enterrarnos vivos?
vidadme! Todopoderosamente arrastrado,
esco caudal impaciente de la vida
e revolverse sin pausa en su lecho
angosto
a reposar en la mar natal.
planta del vino desdeña los frescos valles,
fortunado jardín de las Hespérides solo
duce sus dorados frutos bajo el rayo
ardiente
como una saeta, penetra en el corazón de
la tierra.
é vais a aplacar, cuando encadenado
empo férreo me arde el alma?
mí que solo los combates salvan, ¿a qué me
arrebatáis,
os de vosotros, mi elemento abrasador?
vida no está escogida para la muerte,
ara el sueño el dios que nos inflama,
ha nacido para el yugo el excelso
o que viene del éter.
ciende y se zambulle como si se bañara
a corriente del siglo; y por un instante
áyade arrebata al nadador,
o él alza enseguida más clara su cabeza
radiante.
ad ese gusto de rebajar lo grande,
vengáis hablando de vuestra felicidad.
plantéis el cedro en vuestros tiestos,
oméis el genio a sueldo,
atéis de paralizar el corcel del sol,
ad a las estrellas seguir su ruta,
mí no me aconsejéis que me conforme,
me hagáis siervo de esclavos.
no podéis soportar lo bello,
edle guerra abierta con fuerza y hechos!
ora se clavaba al visionario en la cruz,
ra lo asesina el prudente y fino consejo.
ántos habéis sometido
mperio de la necesidad! ¡Qué de veces
habéis desviado
a vuestro banco de arena al timonel
esperanzado
udaz derrotero hacia el cálido Oriente!
nútil, en vano me retiene esta época ruin,
mi siglo mi castigo.
iro al verde campo de la vida
cielo del entusiasmo.
otros, oh muertos, enterrad vuestros
muertos,
derad la labor humana y tomadme por
loco,
todo madura en mí, conforme al deseo de
mi corazón,
ella, la viva Naturaleza.
DIOTIMA
go tiempo muerto y en su hondura cerrado,
da mi corazón al bello mundo,
ecen y brotan sus ramas,
chidas de nueva fuerza vital.
aún volveré a vivir,
l que se abre al aire y la luz
ujanza radiante de mis flores
de la cáscara seca.
mo ha cambiado todo!
nto odié y evité
oniza ahora con benévolos acordes
anción de mi vida.
a vez que suena la hora
maravilla el recuerdo
os días dorados de la niñez,
de que hallé mi único bien.
tima, criatura feliz,
ciosa, por quien mi espíritu,
ado del miedo de vivir,
ugura la juventud de los dioses.
estro cielo perdurará!
nes en lo insondable,
s que nos viéramos,
onocieron nuestras almas.
ndo aún con sueños de niño,
quilo como el cielo azul,
tumbaba en la tierra cálida
o los árboles del vergel,
vago deseo y belleza
ezaba mayo de mi corazón,
susurró, como acentos de céfiro,
spíritu de Diotima.
y cuando como un cuento
apareció la belleza de mi vida,
ndo quedé fuera de la luz,
gente como un ciego,
ndo la carga del tiempo me quebró,
i vida fría y pálida
raba dejarse caer
s sombras del reino mudo,
nces vinieron del ideal
mo bajados del cielo, ánimo y fuerza,
areciste con tu resplandor,
agen divina! en mi noche.
volverte a ver, boté otra vez
barca dormida
de el puerto mudo
céano azul.
ra te he encontrado
bella de lo que soñé
as horas solemnes del amor.
lime, buena, estás aquí.
pobreza de la imaginación!
solo la creas tú,
ternas armonías,
uraleza dichosa de perfección!
mo los bienaventurados allá arriba
de se refugia la felicidad,
de, liberada de la existencia,
ece la belleza inmutable
mo entre el caos y la discordia
melodiosa Urania,
siste ella, puramente divina
a ruina de los tiempos.
e mil homenajes
espíritu avergonzado y vencido
sforzó por alcanzar
uien excede sus mayores audacias.
or solar y dulzura primaveral,
ordia y paz se alternan
la angélica imagen bella
a hondura de mi pecho.
ontables santas lágrimas del corazón
ertido ante ella,
odos los tonos de la vida
hice uno con la dulzura.
ido en lo más hondo del pecho,
e suplicado tantas veces piedad,
ndo tan claro y santo
a ante mí su propio cielo.
ndo en opulento silencio,
ndo, con una mirada y sola palabra,
erenidad y plenitud
confía su genio,
ndo el dios que me entusiasma
nece en su frente,
erado por la admiración,
do le he reconocido que no soy nada.
onces su alma celestial me envuelve
a dulzura del juego infantil,
su magia se sueltan
gremente mis ligaduras,
s queda mi esfuerzo ruin,
aparece la última traza de lucha,
plena vida divina
ede la naturaleza mortal.
á donde ningún poder terrenal,
guna advertencia divina nos separa,
de somos uno y todo,
está ahora mi elemento,
de olvidamos la necesidad y el tiempo
l escaso provecho
ca medimos el margen,
, allá digo que estoy.
mo la estrella de los Tindáridas,
en brillante majestad,
z, como nosotros, recorre
uta allá en la altura de la noche,
sciende clara y grande
a elevada bóveda celeste
s ondas marinas
de el bello reposo le llama.
entusiasmo, así hallamos
i bendita tumba;
hondura nos deshacemos en tus olas,
nciosamente exultantes,
a que oímos la llamada de la hora,
spiertos con renovado orgullo,
vemos como la estrella
breve noche de la vida.
A LA PRIMAVERA
marchitas mis mejillas y caduca la fuerza
de mis brazos,
azón mío! Aún no envejeces. Igual que
Diana a su amante,
icha, hija del cielo, te despierta del
sueño.
anece conmigo hacia una nueva juventud
ardiente
hermana, la dulce naturaleza, y mis
amados
es me sonríen, y mis más queridos
bosques
os de joviales cantos de pájaros y brisas
graciosas
gritan de puro gusto cordiales saludos.
que rejuveneces corazones y campos,
santa primavera,
ve! Primogénita del tiempo, reparadora
primavera,
mogénita en el seno del tiempo, poderosa,
ve a ti! rotas las cadenas, te entona el río
cantos festivos
hacen temblar la ribera. Nosotros los
jóvenes, dando traspiés,
lanzamos allá donde el río te festeja,
mostramos el ardiente pecho,
avorable, a tu aliento amoroso, y nos
precipitamos
a corriente y clamamos con ella, y te
llamamos hermana.
rmana! Cómo baila toda tu tierra
infinito amor, y se alza hasta el éter
sonriente
ncontable dicha, desde los valles elíseos,
con la varita mágica te acercas, hija del
cielo.
vimos con qué amor saluda a su amante
orgulloso
ía sagrado, cuando, arrogante tras vencer
a las sombras,
e sobre las montañas, y cuando
tiernamente pudorosa
o el velo del aire argénteo, mira hacia
arriba en dulce espera,
a que arde por él, y sus hijos serenos,
os, flores y bosques, y sembrados, y viñas
que verdeguean.
ra duerme, duerme con tus hijos serenos,
dre Tierra! Pues hace tiempo que Helios
condujo
stablo sus corceles fogosos, y los
benévolos héroes del cielo,
seo por ahí y Hércules por allá, pasan en
callado
r, y quedamente murmura el aliento de la
noche
cariciar tu alegre sembrado, y los lejanos
arroyos cantores
an cantos de cuna.
LOS ROBLES
desde las huertas a vuestro encuentro,
hijos de los montes.
de las huertas, donde vive la naturaleza
paciente y doméstica,
ta y a su vez atendida, junto a los
hombres aplicados.
otros, en cambio, señoriales, os alzáis
como un pueblo de titanes
l mundo más sometido, y solo obedecéis
a vosotros mismos,
cielo que os nutre y cría, y a la tierra que
os engendró.
fuisteis nunca, ninguno de vosotros, a la
escuela de los hombres,
áis joviales y libres, prietos unos sobre
otros,
de raíces potentes, y como el águila su
presa, estrecháis
fuertes brazos el espacio donde vuestra
copa soleada
ncara, serena y grande, con las nubes.
s cada cual un mundo, vivís como las
estrellas del cielo,
a cual un dios, juntos en libre alianza.
o soportara la esclavitud, nunca
envidiaría
bosque, y con gusto me plegaría a la vida
social.
l corazón no me atara más a la vida
social,
orazón que no se libra del amor, ¡qué a
gusto me haría roble!
AL ÉTER
guno de los dioses ni de los hombres me
crió como tú,
y benévolo, oh padre éter; antes que la
madre
tomara en brazos y sus pechos me
amamantasen,
cogiste tiernamente para darme tu celeste
bebida,
pués de insuflar el sagrado aliento en mi
pecho naciente.
solo con alimento terrestre medran los
seres,
o tú a todos los nutres con tu néctar, oh
padre.
e agolpa y fluye de tu eterna plenitud
ire vivificante por todos los caños de la
vida.
eso te aman, aspiran y desean
cesar en su alegre crecimiento.
te buscan, oh celeste, las plantas con sus
ojos?
tiende hacia ti sus tímidos brazos la mata
humilde?
hallarte, rompe la semilla presa su
cáscara;
bañarse en tu onda que da vida,
ude el bosque la nieve como un ropaje
molesto.
mbién los peces ascienden y aletean
ansiosos
re la luciente piel del río, como si
quisieran
ar hacia ti desde la cuna; y a los nobles
animales de la tierra
salen alas cuando el poderoso anhelo
amor secreto los impulsa y eleva hacia ti.
orgullo desdeña el suelo el caballo, y su
cuello
de al cielo como acero curvado, apenas
toca la arena su pezuña.
mo por gracia, roza el tallo herboso la
pata del ciervo
inca, como un céfiro, por encima del
arroyo que espumea monte abajo,
viene, y corretea, apenas visible entre las
matas.
o los favoritos del éter, los pájaros
felices,
en y juegan graciosamente en el palacio
eterno del padre.
sitio para todos, a nadie se le traza el
camino,
ndes y pequeños se mueven libres en su
morada.
llan de alegría sobre mi cabeza, y también
mi corazón
maravilla y desea seguirles, como si la
patria querida
llamase desde lo alto; y por la cima de los
Alpes
rría yo andar, y desde allá pedir al águila
veloz,
mo cuando depositó en brazos de Zeus a
aquel niño dichoso,
me lleve de la prisión al etéreo palacio.
mo locos vagamos, como el sarmiento
errante,
el tutor con que crecía hacia el cielo,
propagamos por el suelo, indagamos y
marchamos
las zonas de la tierra, oh padre éter, en
vano,
s nos impulsa el deseo de emigrar a tus
jardines.
lujo del mar nos lanzamos por saciarnos
más libres extensiones, y la ola infinita
baña
stra quilla, así se regocija el corazón en
las fuerzas del dios marino.
o jamás es bastante, pues nos llama el
océano más hondo
de la más ligera ola se agita. ¡Quién
pudiera
ernar el barco errante hacia aquellas
doradas costas!
o, mientras deseo elevarme a la lejanía
nebulosa
de ciñes con ola azulada orillas
desconocidas,
ciendes siseando desde la florida copa
del frutal,
re éter, y tú mismo aplacas mi corazón
anhelante,
vo otra vez dichoso con las flores de la
tierra.
EL VIAJERO
uve solo y columbré las áridas planicies
África. Llovía fuego del Olimpo.
alejaba furtiva la montaña flaca, como un
esqueleto andante,
e miró su alta cumbre, vacía, sola,
descarnada.
! De allá no manaba el bosque infinito,
como una fuente saltarina
l aire sonoro, fastuosa y espléndida hacia
lo alto.
os jóvenes gritaban su esperanza
amorosa, alegría
torrente que se precipita al valle virginal.
gún techo surgía amable de la floración
de sus árboles amigos,
mo la luna de sus queridas nubes plateadas.
gún rebaño pasó junto al pozo murmurante
del mediodía
se le escapó al pastor el caballo fogoso.
o la mata había un pájaro asustadizo sin
voz
apuraba el coro de cigüeñas viajeras.
te pedí agua en el desierto, oh naturaleza,
gua me la llevaba el manso camello.
to de bosque, y figuras y colores de vida,
pedí, acostumbrado al bendito suelo
patrio.
ría libertad, y la naturaleza me respondió
ma y belleza, aunque casi daba espanto.
mbién visité el Polo, donde pululan y se
atropellan
ticos y aterradores los glaciares.
erta en la envoltura de nieve dormía la
vida encadenada,
sueño de hierro expectaba la luz en vano.
! Allá el cálido brazo del Olimpo no
ceñía la tierra,
mo Pigmalión estrechó a su amada.
conmovía su pecho con la caricia del sol,
e hablaba tiernamente en lluvia y rocío.
dre tierra! Te has quedado viuda, clamé,
quina y sin hijos vives en tu tiempo lento.
engendrar y nada cuidar con solícito
amor,
verse en los hijos al envejecer, es la
muerte.
de que un día te calienten los rayos del
cielo,
caricia de su inspiración te saque del
sueño ruin,
mpas, como una semilla, tu cáscara de
hierro,
spunte afuera, temeroso, el mundo en
ciernes.
uerza guardada llameará en primavera
fastuosa,
llarán las rosas y correrá el vino en el
norte ingrato.
o la tierra calló ante mi augurio de alegría
vano fue dicha la palabra animosa.
he vuelto junto al Rin, a mi patria feliz,
í me orean, como antes, las tiernas brisas,
mplan mi corazón ansioso los árboles
benévolos,
ellos familiares que me acunaron en sus
ramas.
verde sagrado, testigo de la eternamente
bella
a del mundo, me refresca y devuelve a la
mocedad.
etanto envejecí, el hielo del Polo
blanqueó mi cabello
jo el fuego del Meridión cayeron mis
rizos.
o, como Aurora a Titón, oh tierra patria,
abrazas
onriente floración, como antes, cálida y
jovial, a tu hijo.
ndito país! No hay en ti colina que se
recorte sin viña,
ueve en otoño el fruto sobre la hierba
crecida.
ardientes montañas bañan contentas los
pies en el río,
naldas de ramaje y musgo refrescan su
cabeza soleada.
omo niños que trepan a los hombros del
abuelo venerable,
alan la sombría montaña castillos y
cabañas.
nquilo sale el ciervo del bosque a la dulce
luz del día,
o alto del aire luminoso se cierne el
halcón.
ntras abajo en el valle, donde la flor se
nutre de la fuente,
xtiende feliz la aldea por el prado.
uí reina el silencio, apenas susurra de
lejos el laborioso molino,
onte abajo chirría la rueda trabada.
ce repica la guadaña martilleada, y la voz
del labrador
guía el brabán marca los pasos al toro,
no suena el canto de la madre sentada en
la hierba con su pequeño
el sol de mayo acaricia con sueño
bendito.
otro lado del lago, donde el olmo sombrea
de verde
ieja puerta del corral y florece el seto
bravío de sauco,
acoge la casa y la sombra secreta de la
huerta
de amorosamente me crió mi padre entre
las plantas,
egre como una ardilla jugué en las ramas
tentadoras
undí la frente soñadora en el heno oloroso.
uraleza patria, qué fiel me has aguardado,
cita y tierna, como antes, acoges al
fugitivo.
n maduran mis albérchigos, aún trepan
complacientes
a mi ventana, como antes, los racimos
deliciosos.
n rojean tentadores los dulces frutos del
cerezo,
s propias ramas vienen a la mano
recogedora.
uctor me atrae el sendero, como antes,
hacia el interminable
arrado del bosque, fuera del huerto, o
abajo junto al arroyo,
de antes, en el soto fresco, bajo el
silencio del mediodía,
sobre la playa de Tahití o de Tianan.
me enrojeces el sendero, me calientas y
regocijas
ojos, como antes, sol de la patria, con tu
luz.
o el fuego y el espíritu de tu copa feliz,
o dejas que se adormile mi cabeza
envejecida.
tú que despertaste mi pecho del sueño de
la niñez,
n dulce poder me llevaste más alto y más
lejos,
más dulce sol! vuelvo a ti más fiel y
sabio,
a reposar tranquilo y feliz bajo las flores.
LA BUENA FE
lla vida!, yaces enferma y está mi corazón
tado de llorar; ya despunta el miedo en
mí.
s no puedo creer, con todo,
mueras mientras ames.
SU CURACIÓN
amiga, oh naturaleza, sufre y dormita,
ú tardas, animadora de todo? ¿Es que no
la curaréis,
erosos aires del éter?
mpoco vosotros, manantiales de la luz
solar?
que no alegrarán todas las flores de la
tierra,
os bellos frutos gozosos del bosque,
vida que vosotros mismos, dioses,
amor engendrasteis?
que ya respira y suena el santo gusto de
vivir
nuevo en su voz seductora, como antes, y
ya
la la mirada de tu favorita
cemente esperanzada, oh naturaleza.
ANTES Y AHORA
mis días mozos, solía alegrarme por la
mañana,
la noche, lloraba; ahora, que soy más
viejo,
iezo desesperado mi día, pero
dito y sereno es su final.
LA BREVEDAD
r qué eres tan breve? ¿Ya no te gusta
como antes
anto? En cambio, de joven, cuando
cantabas
os días de la esperanza,
dabas nunca con el final!
canto es como mi suerte. ¿Te bañarías a
gusto
l rojo crepuscular? Ya se ha pasado, y la
tierra está fría,
pájaro de la noche aletea
esto ante tus ojos.
LO IMPERDONABLE
lvidáis a los amigos, si os reís del artista,
más profundo espíritu tenéis por bajo y
vil,
s lo perdona; pero no estorbéis
ca la paz de los amantes.
PLEGARIA
dito ser, qué de veces inquieté
ivina calma dorada, y cuánto supiste
mí del oculto
ndo dolor de vivir.
vídalo y perdona! Me iré semejante
ublado ante la luna apacible,
uedarás resplandeciente en tu belleza,
nuevo, ¡dulce luz!
EL PASO DE LA VIDA
mbién tú quisiste más grandeza, pero el
amor
somete a todos y el dolor nos doblega
aún más;
todo, por algo regresa
stra curvatura allá donde empezó.
qué subir o bajar! ¿Acaso no sigue
imperando
erecho y una justicia en la noche sagrada,
de la naturaleza muda medita los días que
serán,
el Orco más tortuoso?
lo supe por mí. Porque vosotros, los
celestiales mantenedores de todo,
ca me guiasteis, que yo sepa,
mo los maestros mortales,
solicitud por el sendero llano.
ebe todo el hombre, dicen los del cielo,
a que nutrido con vigor, sepa dar gracias
por todo,
imile la libertad
partir hacia donde quiera.
EL OCIO
tea despreocupado el corazón, y
descansan los severos pensamientos,
voy por el prado donde brota para mí la
hierba de sus raíces,
ca como el manantial, y los tiernos labios
de las flores
me abren, y calladas me inspiran con dulce
aliento.
as incontables ramas del bosque, como en
candelas ardientes
mbra ante mí la chispa de la vida y las
flores rubicundas,
a regata soleada chapotean los peces
felices,
olondrina revolotea alrededor del nido
con sus crías locuelas,
egocijan las mariposas y las abejas que
vagan
su deseo. Me yergo en el campo tranquilo
ejante a un olmo amoroso, y como viñas y
sarmientos
me enroscan los dulces juegos de la vida.
ien alzo mis ojos al monte que corona
nubes su cumbre y sacude al viento
rizos sombríos, y cuando me lleva en sus
hombros poderosos,
ndo el más tenue aire encanta todos mis
sentidos
valle interminable, como una nube de
colores,
da a mis pies, entonces me convierto en
águila y, liberado del suelo,
mbia de morada mi vida, como los
nómadas, en el universo de la
naturaleza.
hora me devuelve el camino a la vida de
los hombres.
orea a lo lejos la ciudad, como una
armadura decrépita
ada contra el poder del dios tonante y los
hombres.
atisba majestuosa, y en torno reposan las
aldeas
sus tejados velados por el amable humo
casero
orizado por el crepúsculo. Los huertos
descansan
dadosamente cercados, y dormita el
brabán en los campos deslindados.
o se alzan a la luz de la luna las columnas
quebradas
s puertas del templo que el temible
golpeó, el secreto
ritu de la inquietud que rabia y hierve
l pecho de la tierra y los hombres, el
indomado, el viejo conquistador
descuartiza las ciudades como corderos,
el que escaló
Olimpo, el que se remueve en las montañas
y arroja fuego,
ue desarraiga el bosque y atraviesa el
océano,
stroza los barcos, y con todo nunca te
hace faltar
rden eterno, ni borra una sílaba
a tabla de tus leyes, el que también, oh
naturaleza, es tu hijo,
do del mismo seno con el espíritu de la
quietud.
go leí en casa, donde los árboles susurran
en torno a la ventana
aire juega con la luz ante mí, un relato de
vida humana
a el final feliz, oh vida,
a del mundo, que está ahí como un bosque
sagrado,
dije, que coja el hacha quien te quiera
arrasar,
vivo dichoso en ti.
LAS NACIONES
CALLADAS SE
ADORMECÍAN
naciones calladas se adormecían cuando
estino veló por que no se durmieran
egó el implacable, el terrible hijo
a naturaleza, el viejo espíritu de la
inquietud.
agitó semejante al fuego que hierve
l corazón de la tierra, y sacude como
frutales en sazón
antiguas ciudades, hiende las montañas
traga los robles y los peñascos.
os ejércitos se exaltaron como el mar
hirviente,
omo un dios marino, reinó e imperó
to gran espíritu sobre el tumulto en
ebullición.
poca sangre fogosa corrió en el campo de
muerte,
da anhelo y fuerza humana
xaltó en un monstruoso campo de batalla,
de el Rin azul hasta el Tíber,
de se revolvía en orden fiero
ncesante batalla de largos años.
esta época, el destino poderoso
rae un juego atrevido con los mortales
todos.
tra vez tililan para ti frutos dorados
mo claras estrellas benévolas en la noche
fría
os naranjales de Italia.
AQUILES
léndido hijo de los dioses, cuando
privado de tu amada
te a la orilla del mar y le lloraste al
oleaje,
joso ansiaba ir tu corazón al abismo
bendito,
ilencio, lejos del ruido de los barcos,
s y hondo bajo las olas, donde mora en
gruta gozosa
ella Tetis, la que te protegía, la diosa del
mar.
, poderosa diosa que tiernamente
amamantó
iño en la costa rocosa de su isla, era la
madre
joven y lo crió para héroe,
la canción bravía de las olas y el baño
vigorizante.
madre acogió la queja del joven,
gida ascendió del fondo del mar como una
nubecilla,
acó con tiernas caricias los dolores de su
querido,
te oyó cómo ella cariñosa prometía
ayudarle.
stago divino! si yo fuera como tú, podría
confiar
o de los celestiales la queja por mi
secreto padecer.
o no veré tal cosa, y habré de soportar la
afrenta como si
uera nada para aquella que me recuerda
entre lágrimas.
o, dioses benévolos, vosotros escucháis
cada súplica humana,
, oh bendita luz, te amo profunda y
devotamente,
de que vivo, y a ti tierra, y a tus fuentes y
bosques,
ti padre éter, a quien mi corazón añora
con deseo puro,
acad, oh benévolos, mi sufrimiento,
a que mi alma no enmudezca, ay,
demasiado pronto,
a que viva y os dé gracias, sumas
potencias celestiales,
un canto piadoso en el día que huye,
cias por el bien pasado, por la alegría de
la juventud ida,
oged benignos al solitario.
CUANDO YO ERA
NIÑO…
ndo yo era niño
solía salvar un dios
griterío y la férula de los hombres,
ba yo entonces seguro y sereno
las flores del bosque
s brisas celestes
ban conmigo.
l que regocijas
orazón de las plantas,
ndo alzan a ti
tiernos brazos,
colmabas mi corazón,
re Helios, y como Endimión
yo tu favorito,
ada Luna.
dioses todos,
es amigos,
sabéis cómo
uiso mi alma!
dad es que aún no os invocaba
nombres, y tampoco vosotros
llamabais nunca como hacen los hombres
ndo se conocen.
todo, sabía de vosotros más
nunca supe de los hombres,
ndía el silencio del éter,
los hombres jamás entendí palabra.
crió la melodía
bosque susurrante,
rendí a querer
e las flores.
cí en brazos de los dioses.
A LAS PARCAS
cededme un solo verano, oh poderosas,
otoño para que maduren mis cantos,
a que después muera más dócil mi
corazón,
ado del dulce juego.
lma privada en vida de su derecho divino
poco reposa abajo en el Orco,
o si yo logro lo sagrado
me importa, el poema,
nvenida sea la quietud del mundo de las
sombras,
ré contento, aunque mi cítara
baje allá conmigo. Habré vivido
vez como los dioses, y más no necesito.
CANCIÓN DEL DESTINO
DE HIPERIÓN
mináis arriba en la luz,
re un suelo mullido, genios benditos,
lantes brisas divinas
ozan
mo dedos de artista
cuerdas sagradas.
nos al destino, como el bebé
mido, respiran los celestes;
icamente guardado
umilde capullo
spíritu
namente florece,
s ojos dichosos
an con callada
idad eterna.
o no se nos concedió
cansar en morada alguna,
hombres sufrientes
aparecen y caen
gamente de una
a a otra,
mo el agua que se precipita
peña en peña
ante años a lo incierto.
A LOS JÓVENES POETAS
ridos hermanos, acaso madure pronto
nuestro arte,
ndo, semejante al adolescente, tras largo
fermento,
nce la serenidad de la belleza;
otros sed piadosos como eran los griegos.
ad a los dioses y recordad con
benevolencia a los mortales,
minad de la embriaguez como del hielo,
guardaos de adoctrinar y describir,
el maestro os atemoriza,
id consejo a la gran naturaleza.
A NUESTROS GRANDES
POETAS
orillas del Ganges oyeron el triunfo
dios de la alegría, cuando desde el Indus
ó el joven Baco conquistador de todo
pertando de su sueño a las naciones con el
vino sagrado.
pertad, poetas, despertad de su sueño
s que aún duermen, dadnos leyes,
nos vida, y triunfad, héroes, solo vosotros
is derecho de conquista, como Baco.
LOS POETAS
SANTURRONES
os mojigatos, no habléis de los dioses.
otros sois sensatos, no creéis en Helios,
n el tonante ni en el dios de los mares.
erra está muerta, ¿quién le dará las
gracias?
solaos, dioses, aún embellecéis el canto,
que se esfumó el alma de vuestros
nombres,
es precisa una palabra imponente,
e invoca, oh madre naturaleza.
EL ESPÍRITU DE LA
ÉPOCA
masiado tiempo has reinado sobre mi
cabeza,
dios de la época, en tu nube oscura.
demasiada violencia y desazón en torno,
rrumbe y vacilación dondequiera que
miro.
chas veces bajo la vista al suelo como un
niño,
co en la oquedad esconderme de ti,
mo iba a dar, infeliz de mí, con un sitio
de no estuvieras tú, que remueves todas
las cosas!
mite de una vez, padre, que te vea
a a cara. ¿Acaso no fuiste tú, con tu rayo,
en primero despertó el espíritu en mí?
que no me trajiste a la vida, oh padre?
rto es que brota de las viñas jóvenes
nuestra fuerza sagrada,
s mortales se encuentran, en el aire
benigno,
ndo pasean silenciosos por el bosque,
dios que les ilustra; pero tú despiertas
todopoderoso el alma clara de los
jóvenes, y enseñas
s prudentes a los mayores; el malo se
hace peor
o para acabar antes,
ndo tú, el removedor, le echas mano.
EL HOMBRE
nas despuntaban del agua, o tierra,
cimas de tus jóvenes montañas, y
exhalantes
gozo despedían su perfume, cubiertas de
perenne
dor, en el gris desierto del océano,
primeras adorables islas. Ya se complacía
ista del dios del sol atisbando las recién
nacidas
ntas, sus eternamente jóvenes
turas sonrientes, nacidas de ti,
ndo, en la más bella isla, donde sin cesar
ire baña el bosque de tierna paz,
a bajo los racimos, nacido tras tibia
noche
a hora que asoma la alborada,
más hermoso hijo, madre tierra.
evanta el niño sus ojos conocedores
a su padre Helios, se despierta, y elige,
hallar tan dulce el grano, a la vid
mo nodriza. Pronto se hace grande,
s animales le temen, porque es muy
distinto a ellos.
ombre no se parece a ti, ni a su padre,
s hay en él una atrevida mezcla
alma eminente del padre, con tu gozo,
ierra, unido a tu aflicción inmemorial.
querría asemejarse a la madre de los
dioses,
aturaleza que todo lo abarca!
por eso su arrogancia lo arranca
u corazón, y tus dones son
ano, como tus tiernas ligaduras;
ndomable busca algo mejor!
la orilla de sus praderas perfumadas
e lanzarse el hombre al agua que no
florece,
nque, semejantes a la noche estrellada,
centelleen
frutos dorados de su bosque, él excava
vas en las montañas, e indaga en la mina,
s de la clara luz de su padre,
bién infiel al dios sol, pues
sta la esclavitud y se burla de las penas.
que las aves del bosque respiran más
libres,
o el hombre alza su pecho con más
señorío,
uien prevé el futuro oscuro, también la
muerte
e prever, y solo a ella teme.
orta armas contra todo lo que respira
su orgullo siempre receloso; se consume
uerellas el hombre, y la flor tierna
u paz no prospera mucho tiempo.
es el más dichoso de todos los consortes
vivientes?
o también más hondo y desgarrador
pa el destino que todo lo iguala
echo inflamable del fuerte.
LA MUERTE POR LA
PATRIA
legas, oh batalla, y ya descienden los
jóvenes
eadas desde sus colinas al valle
de bullen insolentes los degolladores
uros de su arte y sus brazos, pero aún más
segura
recipita sobre ellos el alma de los
jóvenes,
s los justos atacan y, como si fueran
magos,
cantos patrióticos
alizan las rodillas de los infames.
cedme sitio en las filas,
a que no perezca un día de muerte vil!
disgusta morir inútilmente, en cambio
place caer en la colina del sacrificio
la patria, y verter la sangre del corazón
la patria, ¡y qué pronto será! Acudo
osotros, queridos, que me enseñasteis
vir y morir, ¡ahora bajo con vosotros!
é de veces ansié veros a la luz del día
oes y poetas de la antigüedad!
ra acoged benévolos al extranjero
gnificante y reine aquí abajo la
fraternidad.
bajan heraldos de la victoria; ¡la batalla
uestra! Vive en lo alto, oh patria,
o cuentes los muertos! Por ti,
mada, no ha caído ni uno de más.
BUONAPARTE
poetas son vasos sagrados
de se custodia el vino de la vida,
spíritu de los héroes.
o el espíritu de este joven,
mpetuoso, ¿no romperá
aso que lo quiera tener?
elo intacto el poeta, como el espíritu de la
naturaleza,
materias así, el maestro es aprendiz.
o puede vivir ni quedar en el poema,
ive y queda en el mundo.
EMPÉDOCLES
cas la vida, buscas, y he ahí que mana y
relumbra
de lo hondo de la tierra un fuego divino,
, trémulo de deseo,
ras a las llamas del Etna.
fundía perlas en el vino la arrogancia
a reina, ¡y allá cuidados! Pero tú,
poeta, ¡no tenías que haber sacrificado
queza en el cáliz efervescente!
venero como al poder de la tierra
te llevó consigo, oh audaz sacrificado.
me precipitaría tras el héroe al abismo,
o me retuviera el amor.
APLAUSO HUMANO
está mi venturoso corazón lleno de una
vida más bella
de que amo? ¿Por qué me respetabais más
ndo era más petulante y brutal,
verboso y vacío?
multitud le agrada lo que sirve en el
mercado
siervo solo respeta a los violentos;
o creen en lo divino
enes lo son.
LOS VELEIDOSOS
me lamento, y oigo a lo lejos
ras y cantos, mi corazón enmudece
enseguida;
bién me transformo en cuanto
vino purpúreo, me flechas brillante
o la sombra del bosque, donde el
poderoso
del mediodía reluce para mí atenuado
sobre el follaje,
mismo me siento sereno, cuando,
do por la grave ofensa,
agado por el campo. Se irritan demasiado
a gusto
poetas, oh naturaleza, se afligen y lloran
fácilmente
afortunados; igual que niños
mados por su madre,
descontentadizos y llenos de caprichos
despóticos.
su apacible camino, lo más mínimo les
desvía;
eparan de su vía,
obstinan contra ti.
o apenas los rozas amorosa,
uelven pacíficos y piadosos; y obedecen
contentos.
llevas a rienda floja, oh guía,
nde te place.
ADIÓS
muero con oprobio, si mi alma no se venga
os impertinentes, si quedo vencido
los enemigos del genio,
na tumba vil,
dame, corazón bondadoso, no salves
poco mi nombre de la pérdida,
ego sonrójate, tú que me fuiste
cto, pero no antes.
aso no lo sé? ¡Ay, genio protector!
os de tu lado, no tardarán todos los
espíritus de la muerte
ulsar las cuerdas
mi corazón hasta romperlas.
veos blancos, cabellos de mi juventud
vida, mejor hoy que mañana,
en este cruce solitario
de el dolor
postró de muerte.
DIOSES ANDUVIERON
ANTES…
ses anduvieron antes entre los hombres, a
semejanza tuya,
ando y entusiasmando: las musas
soberanas, y el joven Apolo.
veo como ellos, como si uno de los
bienaventurados
hubiera enviado a la vida. Yo voy, y la
imagen de mi heroína
onmigo, en todo cuanto sufro y creo con
amor,
a la muerte. Pues eso aprendí y retuve de
ella.
amos pues, oh tú, con quien sufro, con
quien
iente, y fiel, y leal, aspiro a un tiempo
más bello.
o si ya vivimos! Y, si en años venideros,
ndo prevalezca de nuevo el genio, saben
de nosotros dos,
n: amando crearon su mundo secreto,
o conocido por los dioses, estos
solitarios.
s la muchedumbre, solo ocupada con lo
mortal,
undió en el Orco, mientras los fieles a su
amor íntimo
espíritu divino hallaron el camino a los
dioses,
cido el destino con esperanza, paciencia y
silencio.
SI AHORA OYERA A LOS
AMONESTADORES…
hora oyera a los amonestadores, se
reirían de mí, y pensarían:
es se remitía a nuestro criterio, porque
nos temía, este loco.
o me arrendarían la ganancia…
tad, temibles dioses del destino,
cantadme
ído sin cesar la canción del mal agüero.
cabo, soy vuestro, ya lo sé, pero antes
quiero
mío y hacerme con la vida y la gloria.
AL DIOS SOL
nde paras? Ebria trasluce mi alma
odas tus delicias; pues acabo de ver
mo, cansado de su carrera,
dorable vástago de los dioses
a sus jóvenes rizos en las nubes de oro,
ora aún lo busca mi vista,
que ya se fue lejos, donde los pueblos
piadosos
todavía lo veneran.
amo, tierra! ¡Tú te condueles conmigo!
uestro duelo se transforma, como las
penas de los niños,
ueño, y así como los vientos
olotean y susurran en las cuerdas del
harpa
a que el dedo del maestro libera el bello
son,
juegan a nuestro alrededor la niebla y el
sueño,
a que el amado regrese y
nda en nosotros vida y espíritu.
PUESTA DE SOL
nde paras? Ebria trasluce mi alma
odas tus delicias; pues acabo de oír
mo, rebosante de dorados sones,
ncantador vástago del sol
su canción de la tarde en la lira celestial;
ques y colinas se hacían eco en derredor,
que ya se fue lejos, donde los pueblos
piadosos
todavía lo veneran.
POR LA MAÑANA
la el césped de rocío, se apresura
ágil la fuente despierta, inclina el abedul
opa vacilante, y al hojear
urra y centellea. Ya se estrían,
orno a las nubes, rojizas llamas
cursoras que borbotean sin ruido
mbiantes se agitan, más y más arriba,
mo las olas en la orilla.
ra ven, oh ven, y no tengas demasiada
prisa,
dorado, en llegar a la cumbre del cielo,
s mi vista vuela hacia ti, oh placentero,
franca y confiada, mientras
las en tu joven belleza, y aún no
as vuelto demasiado espléndido y
orgulloso.
mí podrías correr, oh divino viajero,
o pudiera seguirte. Pero sonríes
alegre temerario que quiera
larse contigo; así que mejor bendice
obra mortal y alumbra de nuevo hoy
benévolo, mi callado sendero.
FANTASÍA VESPERTINA
mea el hogar del sobrio labrador
se sienta plácido a la sombra de su
cabaña,
uena hospitalaria para el viajero
ampana vespertina en la aldea apacible,
bién ahora deben de volver los barcos al
puerto,
iudades lejanas donde se diluye gozoso el
bullicio
ociador del mercado y luce en el
cobertizo tranquilo
ena comunitaria para los amigos.
ónde iré? Viven los mortales
alario y trabajo, alternando esfuerzo y
descanso
o es gustoso, ¿por qué entonces jamás
uerme en mi pecho la espina?
el cielo de la atardecida florece una
primavera
osas incontables y el mundo de oro
ece sereno. ¡Oh, llevadme allá
es de púrpura! ¡Así se deshagan,
uz y aire, mi amor y mi pena!
o, como espantado de la súplica insensata,
huye
ncanto, oscurece, y quedo solo,
o el cielo, como siempre.
n ahora tú, dulce sueño! Codicia
demasiado
corazón. ¡Te irás de una vez, juventud
uieta y soñadora!
vejez viene luego apacible y serena.
EL MENO
dad es que algún país de la tierra de los
vivientes
earía ver, y a menudo se me lanza el
corazón
allá de las montañas, y mis deseos viajan
tramar, hacia las costas que me han
derado por encima de las conocidas;
o ningún país lejano me es tan caro
mo aquel donde los dioses duermen,
aís en duelo de los griegos.
cómo quisiera poner pie a tierra en la
costa
Sunion, y allá interrogar a tus columnas,
mpeion, antes que la tempestad del norte
epulte en los escombros de los templos
atenienses
s estatuas de dioses. Pues hace mucho,
orgullo del mundo que ya no existe!
te yergues solitario. Y vosotras, bellas
s jonias, donde las brisas
inas alientan frescas en las costas
ardientes,
ntras madura la uva bajo el sol poderoso,
de, ay, un dorado otoño transforma
antos la queja del pueblo indigente,
ra que vuestros limonares
anados repletos de frutos de púrpura,
dulce vino, y el tambor, y la cítara,
tan a los afligidos a la danza laberíntica.
zá un día arribe a vosotras, oh islas,
antor apátrida, pues ha de vagar
xtranjero en extranjero,
tierra libre, oh dolor,
e servirle de patria, mientras viva,
ando muera. Pero yo nunca te olvidaré
lejos que vaya, oh Meno hermoso,
tus orillas afortunadas.
acogedor me recibes, orgulloso de ti,
egras la vista del forastero,
me enseñas cantos que se deslizan
ruido, y vida silenciosa.
sereno fluyes con las estrellas, dichoso
de ti,
de tu mañana hasta el atardecer,
a tu hermano el Rin; y luego,
él, desciendes feliz al océano.
EL NECKAR
us valles despertó mi corazón
vida, tus ondas jugaban en torno,
todas las adorables colinas que te
conocen,
viajero, ninguna me es desconocida.
sus alturas disipó el aire del cielo
pesares por la servidumbre, y desde el
valle,
ejante a la vida en el vaso de la alegría,
ella la onda de plata que azulea.
apresuraban hacia ti las fuentes de las
montañas
i corazón con ellas, y tú nos llevabas
ublime Rin sosegado, hacia sus ciudades
as abajo, y sus islas rientes.
avía encuentro bello el mundo y se me va
la vista,
eosa de las delicias terrestres,
ureo Pactolo, a la costa
Esmirna y al bosque de Ilion. También
quisiera
bar al Sunio, y preguntar al sendero mudo
tus columnas, Olimpeion,
s de que el viento tempestuoso y la edad
epulten en los escombros de los templos
atenienses
s estatuas de dioses, también a ti.
s largo tiempo te yergues solo, orgullo del
mundo
ya no existe. Oh vosotras,
as islas de Jonia donde la brisa marina
esca la orilla ardiente y susurra
l bosque de laureles, cuando el sol
calienta la cepa,
de, ay, un dorado otoño transforma
antos la queja del pueblo indigente,
ndo madura su granado, y desde la verde
tiniebla
ella el naranjo, y gotea la resina
lentisco, y tambores y címbalos
tan a la danza laberíntica.
zá un día me lleve a vosotras, oh islas,
dios custodio; pero tampoco ahí
orrará del fiel recuerdo mi Neckar
sus queridos prados y sauces.
HEIDELBERG
e tiempo que te amo, y quisiera darme el
gusto
lamarte madre, y obsequiarte una canción
desmañada,
de las ciudades patrias
más rústicamente hermosa que vi.
mo el pájaro del bosque sobrevuela las
copas,
imbra sobre el río que centellea ante ti
uente liviano y sólido
retumba de coches y gente.
mo enviado por los dioses, un
encantamiento me ató
uente cuando lo cruzaba,
tre los montes
umbré la lejanía cautivante,
rría el joven río hacia la llanura,
e y alegre, como aquel corazón,
demasiado bello
a perecer amando,
se arroja al raudal del tiempo.
alabas fuentes al fugitivo
esca sombra, y las orillas todas
eguían con la vista, y oscilaba
as ondas su imagen graciosa.
s la gigantesca fortaleza despachada por
el destino
día severa sobre el valle, hasta los
cimientos
membrada por la tormenta;
todo, el sol eterno vertía
uz rejuvenecedora sobre la decrépita
mpa titánica, y en torno verdegueaba
iedra vivaz, y risueños bosquetes
muraban de arriba abajo en la fortaleza.
ustos florecían la pendiente hasta el claro
valle,
de recostadas en la colina o asomadas a
la ribera,
callejas joviales
enden entre jardines perfumados.
LOS DIOSES
callado, siempre preservas la belleza
mi alma en el dolor. Y se ennoblece
a la intrepidez bajo tus rayos,
Helios, mi pecho sublevado.
ses buenos, pobre quien no os conoce,
u alma grosera nunca cesa la discordia,
mundo es noche para él, y no le
ece la alegría ni el canto.
o vosotros, con vuestra eterna juventud,
sustentáis
os corazones que os aman el candor
infantil,
dejáis nunca que el genio
ntristezca de pena y error.
A MI VENERABLE
ABUELA, EN SU
SEPTUAGÉSIMO
SEGUNDO
ANIVERSARIO
pasado mucho, madre querida, y ahora
descansas
z, pronuncian con amor tu nombre deudos
y forasteros,
bién yo te venero bajo la plateada corona
de la vejez,
eada de niños que maduran, crecen y
florecen.
alma tierna te ha procurado una larga vida
esperanza que te ha sostenido en el dolor.
s eres serena y piadosa, como la madre
que alumbró
mejor de los hombres, al amigo de nuestra
tierra.
ya no saben cómo el supremo caminó
entre el pueblo,
si está olvidado qué vida llevó.
que unos pocos lo conocen y a menudo su
imagen celeste
aparece, y vuelve serena la más
tormentosa época.
donando a todos y sin ruido, pasó entre
los pobres mortales
hombre único de espíritu divino.
nguno de los vivientes era ajena su alma
portaba en su pecho sufriente el dolor del
mundo.
mó con la muerte y en nombre de los
demás
esó victorioso desde el dolor y la pena
hasta su padre.
mbién tú lo conoces, madre querida, y
sigues
ublime con fe, paciencia y serenidad.
a, a mí mismo me han rejuvenecido las
palabras infantiles
omo antes, corren lágrimas de mis ojos.
tra vez pienso en los días idos hace
mucho,
patria regocija de nuevo mi ánimo
solitario,
mbién la casa donde crecí bajo tus
bendiciones
onde, nutrido de amor, medró más deprisa
aquel niño.
cuántas veces pensé que te alegrarías por
mí,
ndo me veía en el futuro, activo en el
ancho mundo.
poco he intentado, y soñado, y se me
estragó
orazón en ello, pero vosotros lo sanaréis,
ridos míos, y quiero aprender a vivir
mucho tiempo,
mo tú, madre; pues la vejez es tranquila y
piadosa.
diré a ti, a que bendigas otra vez al nieto,
a que cumpla como hombre lo que te
prometió de niño.
LOS QUE DUERMEN
pasado un día efímero y crecido con los
míos,
e han dormido uno tras otro, y me han
dejado.
o vosotros durmientes veláis junto a mi
corazón,
stra imagen fugitiva descansa en un alma
afín.
ivís más vivos allá donde la dicha del
espíritu divino
venece a envejecidos y muertos todos.
A LA PRINCESA
AUGUSTE DE
HOMBURG
de noviembre de 1799
n se demora benévolo el año en alejarse
u vista, y brilla con la dulzura de las
Hespérides
ielo invernal sobre tus
ticos jardines siempre verdes.
ndo recordé tu fiesta y medité
qué podría corresponderte agradecido,
aún
daban flores al borde del sendero que
valdrían
a trenzarte una exuberante corona, oh
noble.
o otra cosa más grande, espíritu sublime,
frece este tiempo más solemne, pues
retumba
a falda del monte la tormenta y, mira,
diáfanas
mo las estrellas serenas, se desprenden
mas puras de la vasta desesperación.
lo vislumbro, porque el corazón nacido
libre
princesa, no ha de seguir más tiempo
o y abandonado a su suerte, sino que
dignamente
e unirá en el laurel el héroe,
ellamente maduro y purificado. Y también
nuestros
os lo merecen; ellos, ancestros
primigenios,
ervan serenos desde las cumbres de la
vida.
mo se siente el bardo soñador,
ejante al niño junto a la cítara ociosa,
ndo lo incita la fortuna de los nobles,
s acciones y gravedad de los poderosos.
o tu nombre da esplendor a mi canto, y tu
fiesta,
rida Augusta, me es lícito celebrar. Mi
oficio es
iar a los más elevados, para eso me dio
enguaje el dios, y puso gratitud en mi
corazón.
lá empiece también este día dichoso
iempo, para que por fin
florezca un canto en tus vergeles,
noble, que sea digno de ti.
A UNA PRINCESA DE
DESSAU
chas veces envían los dioses desde sus
moradas serenas
s favoritos, por poco tiempo, al
extranjero,
a que, al recordar su noble imagen,
egocije el corazón de los mortales.
vienes tú también desde los bosques de
Luisium,
de el sagrado umbral que ciñen los aires
ruido, y donde juegan en torno a tu techo
pacíficos árboles familiares,
de la dicha de tu templo, oh sacerdotisa,
sotros, cuando ya nos hace inclinar la
cabeza
ublado, y de tiempo atrás una tormenta
divina
nos ronda por la cabeza.
é apreciada eras, sacerdotisa, cuando
odiabas en silencio el fuego divino!
o más lo eres hoy, cuando celebras los
tiempos
e los murientes que bendicen lo temporal.
s allá donde andan los puros, el espíritu
más perceptible, y florecen más nítidas y
claras
formas confusas de la vida,
ndo las alumbra una luz segura.
omo en la nube oscura florece
ermoso arcoíris callado como signo
un tiempo venidero y recuerdo
os días benditos que fueron,
lo hace tu vida, extranjera santa,
ndo contemplas el pasado sobre
columnas arruinadas de Italia,
ticipas el reverdecer en época
tormentosa.
MI PROPIEDAD
ra se recoge el día de otoño en su
plenitud,
a aclarado la uva y el bosque está rojo
rutos, aunque algunas de las flores
hechiceras
ueron a tierra en acción de gracias.
n todos los campos donde recorro
allado sendero les ha madurado la
cosecha
uienes se conforman, y esa riqueza
impone un afán ingente y devoto.
de el cielo sonríe a los ocupados
sus árboles la dulce luz que desciende
rticipa de su alegría, pues no solo
speró el fruto por la mano del hombre.
, oh dorado, ¿también luces para mí? ¿Y
me soplas
ambién, brisa, como cuando bendecías
alegría, en aquel tiempo, y me andas
errante,
mo en torno a los bienaventurados, por el
corazón?
fui uno de ellos, pero, ay, igual que las
rosas
ucó la vida feliz. Demasiado me lo
recuerdan
que aún me florecen,
benevolentes estrellas.
hoso quien amando en paz una mujer
piadosa
e en su propio hogar de la patria
celebrada,
ombre seguro en tierra firme
hermoso le luce el cielo.
s, como la planta que no arraiga en su
suelo,
guidece el alma del mortal
en cuanto rompe el día,
a pobre por la sagrada tierra.
masiado fuerte, ay, tiráis de mí hacia
arriba,
otras, alturas celestes. Truene o luzca el
sol,
iento devoradoras y cambiantes
mi corazón, errantes fuerzas divinas.
o dejadme hoy que siga el sendero
conocido
az hasta el bosque, cuyas copas adereza
oro el follaje desfalleciente, y coronad
también
rente, vosotros, recuerdos favorables.
ara que tenga mi corazón perecedero,
mo los demás, una morada estable,
i alma desarraigada no anhele
más allá de la vida,
ú, poesía, mi asilo querido, sé
bienhechora, mi jardín que cuido
solícito amor, donde vagando
e las flores siempre jóvenes,
o en segura sencillez, mientras fuera
oderoso tiempo tornadizo con todas sus
olas
uella a lo lejos, y el sol
callado alienta mi labor.
fuerzas del cielo que favorables bendecís
da mortal su propiedad,
decid la mía también y que las Parcas
pongan fin demasiado pronto al sueño.
POEMAS DE
MADUREZ
(1800-1803)
PALINODIA
qué me trasluces, tierra, tu verde amable?
qué me acaricias otra vez, brisa, como
antes?
uella en todas las copas …
qué despertáis mi alma? ¿A qué, oh
bondadosos,
nimáis mi pasado? Olvidadme
jad en paz las cenizas de mi
gría, solo os burláis, marchaos
quí, dioses sin destino, y floreced
uestra juventud sobre los que envejecen.
os gusta frecuentar a los mortales,
is de sobra vírgenes en flor,
roes juveniles. Pues la mañana se recrea
más bella
as mejillas de los bienaventurados,
en un mirar sombrío; y suenan más
risueños
cantos de quienes lo tienen fácil.
antes corría ligera la fuente del canto
de mi pecho, cuando aún la dicha
cielo brillaba en mis ojos
dón, perdón, oh dioses buenos
onstantes, y parad un poco,
uiera porque amáis las fuentes puras …
EN VERDAD CADA DÍA
CAMBIO DE RUTA…
verdad, cada día cambio de ruta,
al verde del bosque, y a la fuente,
a las peñas donde florecen las rosas,
o el paisaje desde el cabezo, pero en
parte alguna,
querida, te encuentro bajo el sol,
disipan en el aire mis palabras,
s tan devotas que antes junto a ti
é lejos estás, rostro bendito!
melodía de tu vida se me pierde,
o la oigo, ¿y qué fue de vosotros,
os mágicos que aplacasteis
corazón con placidez celestial?
ánto hace de eso! ¡Cuánto! El joven
a hecho mayor, hasta la tierra, que
nces me sonreía, ha cambiado.
e te vaya bueno! Cada día se me separa
uelve a ti el alma, y te lloran
ojos por ver más claro
de te demoras.
A LA ESPERANZA
eranza favorable, benefactora mía,
ue no rehúyes la casa en duelo,
inas, oh noble, sirviendo gustosa entre
mortales y los poderes del cielo,
nde estás? Poco he vivido, pero ya alienta
mi tarde, y semejante a las sombras
veo aquí, cuando ya sin canto
uerme mi corazón estremecido en el
pecho.
el verde valle, allá donde cada día
e la fresca fuente y mi tierno
rán silvestre se abre a la luz otoñal,
en el silencio, a ti, oh favorable,
é a buscar. O si no, a medianoche,
ndo reina la vida invisible en el bosque,
ntellean sobre mí las siempre felices
es, las estrellas fijas.
a del éter, comparece pues
de los jardines de tu padre, y si no puedes
ir como un espíritu terrestre,
ántame siquiera el corazón con otro.
VULCANO
ahora querido espíritu del fuego
vuelve en nubes y sueños de oro
mente delicada de las mujeres, y protege
alma en flor de las siempre benévolas.
a que el hombre se recree en sus ensueños
y quehaceres
luz de las candelas y del día venidero,
a que los enojos y penas odiosas
e sean excesivos.
ra que el Bóreas siempre airado,
enemigo jurado, invade el país con el
hielo
nta luego, a la hora del sueño,
errible canción que se burla de los
hombres,
mpe los muros de nuestras ciudades, y las
cercas
levantamos con aplicación, y los bosques
pacíficos,
sta en medio del canto interrumpe a mi
alma,
malquistador de todas las cosas,
furia incesante sobre el manso río
carga su nube negra, y el valle entero
a en ebullición, y la roca cae
mo hoja seca desde la colina rajada.
verdad es el hombre más piadoso
los demás vivientes; pero cuando afuera
reina la ira,
nacido libre, se pertenece a sí mismo,
jo techo seguro, medita y reposa.
e los genios benévolos hay uno
siempre vive con él y lo bendice,
pueden rabiar todas las indómitas
zas demoníacas, el amor ama.
EL PAÍS NATAL
z regresa el navegante desde las islas
lejanas
manso río, cuando se ha enriquecido;
bién volvería yo a la patria, si hubiera
echado tantos bienes como males.
las queridas que me criasteis,
acáis las penas del amor? Y vosotros,
ques de mi juventud, ¿prometéis
devolverme
ella paz, si vuelvo?
o al fresco arroyo donde miraba el juego
de las olas,
a orilla del río donde veía deslizarse los
barcos,
nto estaré allá. Vosotras, montañas mías,
me disteis cobijo, veneradas y firmes
teras de mi patria, que abrazáis amorosas
asa de mi madre y mis queridos
hermanos,
ra os festejaré y me estrecharéis
igas fieles! para que, como enfajado,
me cure el corazón. Pero sé, bien que lo
sé,
anaré tan fácil del mal de amor,
guna canción de cuna consoladora
mortales me sale del alma.
que los dioses que nos conceden el fuego
celeste,
bién nos hacen donación del dolor
sagrado;
de ahí pues. Un hijo de la tierra
e que soy, para amar hecho, y para sufrir.
PONTE, SOL HERMOSO
te, sol hermoso, que te han hecho
o caso, no te han conocido, oh santo,
salido sobre los atareados,
trabajo ni ruido.
able a mis ojos, oh luz, sales y te pones,
i vista te saluda, oh espléndida,
s aprendí a venerar en silencio lo divino,
ndo Diotima me curó el entendimiento.
nsajera de los dioses, cómo te escuchaba
Diotima, querida, a la luz dorada del día,
mo se levantaban hacia ti estos ojos,
lantes y agradecidos. Entonces corrían
vivas las fuentes, amorosas
alaban para mí las flores de la oscura
tierra,
nriente sobre las nubes plateadas
nclinaba a bendecirnos el éter.
LOS AMANTES
amos a separarnos? ¿Nos parecía bien y
juicioso?
r qué, cuando lo hicimos, nos horrorizó
cual asesinato?
qué poco nos conocemos,
que un dios reina en nosotros.
aicionarlo a él, que nos creó a todos
mente y la vida? ¿Al dios que anima
otege nuestro amor?
eso no soy capaz.
o el mundano entendimiento se figura otra
falta,
ce otro férreo culto, y otro derecho,
uso, día a día,
engaña el alma.
o sabía: desde que el miedo, arraigado y
grosero,
aró dioses y hombres,
reciso, para expiarlo con sangre,
perezca el corazón de los amantes.
a que calle, no me hagas encarar más
mortífero, para que al menos me vaya en
paz
soledad,
a despedida aún sea nuestra!
ndeme tú misma la copa, para que beba
tigo suficiente santo veneno, y poción
Leteo, para que todo,
o y amor, se olvide.
voy, puede que de aquí a mucho,
tima, te vea. Pero entonces el deseo
abrá desangrado, e iremos
ejantes a los bienaventurados, ajenos
al otro, rondados por la conversación
sativa y morosa; pero ahora es aviso de
olvidadizos
ugar del adiós,
aldea en nosotros un corazón,
miro asombrado, oigo voces y dulces
cantos
mo del tiempo pasado, y también cítaras,
berado, hecho aire y llama,
os volatiliza el espíritu.
A EDUARD
osotros, viejos amigos de ahí arriba,
constelación
ortal, ¡héroes! os pregunto cómo es que
y tan sometido
e poderoso que me llama suyo.
puedo ofrecer mucho, tengo poco
perder, solo una querida felicidad,
sola, como recuerdo
días más ricos,
eso único, mi cítara,
lo ordenase, me atrevería a ir donde él
quisiera,
guiría con mi canto al amigo, incluso
a el final de los valientes.
n nubes», cantaría, «te abreva la
tormenta,
oscuro suelo, pero con sangre lo hace el
hombre.
ese modo calla y reposa quien en vano
uirió por su igual arriba y abajo.
nde se ve de día la señal del amor, dónde
xplaya el corazón, dónde por fin
descansa,
de se verifica lo que día y noche,
e tantísimo, nos anuncia el sueño
ardiente?
uí, queridos, aquí, donde caen las
víctimas,
iene el cortejo solemne y brilla el acero,
mea la nube, ellos caen,
uena en el aire, y la tierra lo glorifica.»
cantando así, cayera, entonces véngame
uiles mío! Y exclama: «¡Vivió
hasta el fin!». La grave sentencia
pronunciará mi enemigo y el juez de los
muertos.
dad es que ahora mismo aún te tengo en
paz,
culta el bosque severo, te cobija la
montaña
ernal, como noble vástago,
razos seguros, y la sabiduría
anta la vieja canción de cuna, y teje
orno a la vista su oscuridad sagrada; pero
mira,
e en el nublado que truena a lo lejos
ama precursora del dios del tiempo.
empestad te agita las alas, te llama,
eva el señor de los héroes, oh llévame
ontigo, y presenta al sonriente dios
resa ligera.
CORAJE DE POETA
estás emparentado con todos los
vivientes,
te nutre la Parca para su servicio?
onces avanza inerme
la vida y no temas nada.
e lo que pase, sea bendito para ti,
roclive a la alegría. ¿Qué podría
nderte, corazón, y qué te va a pasar
de quiera que vayas?
s, desde que el canto se escapó de labios
mortales
ntando paz, y confortaba nuestra música,
en la pena y la alegría, el corazón
os hombres, nos encontrábamos
otros, los cantores del pueblo, gustosos
entre los vivientes,
donde muchos se unen, contentos,
favorables
iertos a todos; así se conduce
stro abuelo el dios del sol,
concede el día alegre a pobres y ricos,
en el tiempo fugitivo, a nosotros, los
efímeros,
mantiene en pie como a niños
tos en andadores de oro,
spera y acoge, llegada la hora,
leada purpúrea, mira, y la noble luz
a, precursora del cambio,
ánime, camino abajo.
í perezca pues, llegada la hora
ue nada vulnera al espíritu su derecho, y
muera
o más grave de la vida,
stra alegría, de bella muerte!
CORTEDAD
conoces a los muchos vivientes?
marcha tu pie sobre la verdad, como
sobre alfombras?
onces, genio mío, entra
o en la vida, y no te preocupes.
e lo que pase, que todo te venga bien,
ina tu rima a la alegría. ¿Qué podría
nderte, corazón, y qué te va a pasar
de quiera que vayas?
de que el canto igualó al hombre, un
salvaje solitario,
los celestes, y a estos indujo al
recogimiento,
los coros principescos,
ún los géneros, así también nosotros,
lenguas del pueblo, anduvimos gustosos
entre los vivientes
donde muchos se unen, contentos,
favorables
iertos a todos; así se conduce
stro padre el dios del cielo,
concede a pobres y ricos el día
pensativo,
donde se da la vuelta el tiempo, a
nosotros, los durmientes,
mantiene en pie como a niños
tos en andadores de oro.
mbién nosotros somos buenos y diestros en
algo,
ndo conseguimos con arte llevarnos a uno
os celestiales. Hasta nosotros
mos manos a propósito.
ÁNIMO
del cielo, sagrado corazón, ¿por qué,
por qué, enmudeces entre los vivientes?
libre, ¿es que duermes eternamente
desterrado
los impíos a la noche inferior?
que ya no vela como antes la luz del éter,
florece la vieja madre tierra?
no ejercen el espíritu, ni el amor
sonriente,
erecho de acá para allá?
o faltas tú! Con todo, te invocan los
celestes,
sopla, como en una campiña asolada,
liento moldeador y silencioso de la
naturaleza
todo lo despeja y anima.
esperanza, pronto dejarán de cantar solos
bosques la alabanza de la vida, pues llega
la hora
que el alma más bella se proclame de
nuevo
de bocas humanas,
nces se formará el elemento
do con los mortales, y enriquecido
la devota gratitud infantil,
xpandirá el pecho infinito de la tierra.
erán otra vez nuestros días como flores
de se mira el sol del cielo
artido en callada alternancia, y de nuevo
erá la luz en su júbilo jubilosa,
que reina sin habla y desconocido
para el futuro, el dios, el espíritu,
eclarará un bello día de los próximos
años,
alabras humanas, como antes.
NATURALEZA Y ARTE, O
SATURNO Y JÚPITER
nas en lo alto del día y florece
ey, sostienes la balanza, hijo de Saturno,
partes el destino, y te complaces
a gloria de las inmortales artes soberanas.
o cantan los poetas que desterraste
bismo a tu propio sagrado padre,
gime en lo hondo
de los indómitos están por tu justicia,
dios inocente de la edad de oro,
fue hace mucho como tú, infatigable y
grande,
cuando ya no dictaba mandamientos
ngún mortal lo invocaba por su nombre.
a de ahí, o no te avergüences de ser
agradecido,
quieres seguir, honra a tus mayores,
égrate por él, cuando el cantor lo nombre
s que todos los dioses y hombres.
s, como de la nube tu rayo, así procede
l cuanto tienes; mira que fue engendrado
por él
ue ordenas, y de la paz saturniana
a originado todo poder.
mi corazón sentía y entreveía
orma viva que creabas,
e figuraba dormido de delicia
u cuna al tiempo inquieto.
onces te conocí, hijo de Cronos, y
escuché,
maestro sabio, hijo del tiempo como
nosotros,
dicta leyes y proclama
ue alberga el sagrado crepúsculo.
EL RETRATO DEL
ABUELO
se pierda aquel carácter!
o padre, aún sigues mirando como antes,
ndo gustoso vivías entre los mortales,
o que más tranquilo y,
mo los santos, más sereno,
a casa donde el niño te llama padre,
de juega sonriente y trastea ante ti,
mo los corderos en el campo,
re la alfombra verde que la madre
oncede para su juego. Manteniéndose
aparte
lo mira amorosa, y admira su lenguaje
ven entendimiento
s ojos ya florecientes.
u marido, tu hijo, le recuerda otra época,
e las brisas de mayo, cuando él suspiraba
por ella,
os días de prometidos,
ndo el orgulloso aprende humildad.
o pronto cambió; como era más seguro
e los suyos, es ahora más soberbio,
oblemente amado,
ca adelante su labor cotidiana.
dre silencioso! También tú viviste y
amaste así,
eso habitas como un inmortal ahora,
e los niños, y de ti muchas veces,
mbre sereno, se derrama
re la casa, como del éter callado, vida.
e multiplica y madura, cada año más
noble,
modesta felicidad,
ue plantaste con esperanza.
a cómo te verdeguean los árboles que
criaste
amor, y abrazan la casa con su ramaje
o de dones agradecidos,
e entallan más firmes sus troncos,
la falda del cabezo donde les laboreaste
oleado suelo, se inclinan y balancean
alegres viñas,
as y cargadas de racimos purpúreos.
o abajo en casa, provisto por ti, reposa
ino pasado por el lagar. Caro a tu hijo,
reserva para la fiesta
iejo fuego decantado.
go, en la cena, una vez se ha hablado,
e bromas y veras, con los amigos,
ho del pasado y el futuro,
n resuena el último canto,
anta él la copa, mira tu retrato y dice:
ra te recordamos; ¡así sean y queden
rados los buenos genios
a casa, ahora y siempre!
cantan claros los cristales,
madre, hoy por primera vez,
a que sepa que es fiesta,
bién le da al niño de tu vino.
A LANDAUER
grate, has escogido el buen lote,
ocó un alma profunda y leal,
ste para amigo del amigo,
n la fiesta lo atestiguamos.
ichoso quien, como tú, conoce la calma
u propia casa, y la paz, y el amor, y la
plenitud;
vidas abigarradas, como de luz y noche,
ives en el dorado medio.
e en tu atrio bien construido el sol,
lá en el somontano el sol te madura el
vino,
dios previsor te provee, siempre
oportuno,
os bienes todos para dar y tomar.
hijo crece, con su madre, junto al
esposo,
mo la dorada nube corona el bosque,
bién vosotras lo rodeáis, sombras
queridas,
ntos que a su lado habitasteis.
guid con él! Que el nublado y el viento se
arrastran
enudo inquietos sobre el país y la casa,
o el corazón descansa de todas las fatigas
de la vida
l sagrado recuerdo.
mira, de pura alegría hablamos de penas,
bién regocija el canto serio, como el vino
oscuro.
apaga el rumor de la fiesta, y cada cual
retoma
ana su ruta en la tierra escasa.
A UNA PROMETIDA
lágrimas del encuentro, y del encuentro,
brazo, y tus ojos cuando te besa,
querría profético cantarte,
da la gracia del amor mágico.
verdad, joven alma, eres bella
bién sola, pues se alegra de sí misma
orece de su propio genio, y del querido
o del corazón, la hija de las Musas.
o otra cosa es el presente sagrado,
ndo tu genio se reconozca en la mirada del
reencontrado,
ndo camines a sus ojos serena,
vez envuelta en una nube de oro.
etanto, piensa que le luce el sol,
le consuela y amonesta, cuando duerme
en el campo,
strella del amor, y que al cabo el corazón
mpre se reserva días felices.
uando esté ahí y las aladas horas del amor
len más y más rápido,
aproxime tu boda y embriagadoras
an ya las estrellas de la felicidad,
amantes, no os envidio,
ensivos como la flor que vive de la luz,
viven gustosos de una bella imagen,
ando, dichosos y pobres, los poetas.
CANTADO BAJO LOS
ALPES
ta inocencia, tú, la más familiar a los
hombres
s dioses, y su favorita, lo mismo
u casa, que fuera, descansando
ie de los mayores, siempre estás
a de sabiduría feliz. Porque el hombre
oce diversos bienes, pero se asombra,
ejante al venado, ante el cielo; a ti, en
cambio,
é puro te parece todo!
a, la ruda bestia del campo te sirve
fía de ti, el bosque mudo te predica
máximas, como en los viejos tiempos,
montes te enseñan
s sagradas, y cuanto nos ordena ser,
sotros los muy experimentados,
ran padre, solo tú nos lo puedes
clamar con claridad.
ar así a solas con los celestiales,
ntras pasan la luz, el río, y el viento,
tiempo se apresura a su cita,
templarlos con mirada serena,
onozco ni deseo mayor dicha,
a que, semejante al sauce llevado por la
corriente,
vemente acunado y dormido en las olas,
a que partir.
o gustoso queda en tierra quien incuba
ivino en su pecho, y yo deseo
ifestarme y cantar, libre y en tanto se me
permita,
odos vuestros lenguajes celestes.
EL RÍO ENCADENADO
é haces durmiendo y soñando, jovencito,
oculto en ti,
morado, paciente, en la orilla fría,
dado de tu origen, tú, hijo
océano, el amigo de los titanes?
que no tienes noticia de los mensajes de
amor,
s alentadores de vida, que te manda el
padre,
te alcanza la palabra que, clara desde lo
alto,
nvía el dios que vela?
o ya le suena un canto en el pecho,
ana como cuando aún jugaba
ba en el seno de las rocas, y ahora se
acuerda
oderoso de su fuerza, y se apresura,
resoluto, se burla de las cadenas,
e y rompe y tira colérico
trozos jugando acá y allá
tra la orilla resonante y, a la voz
hijo de los dioses, despiertan en derredor
montañas, se agitan los bosques, oye el
abismo
eraldo lejano, y trémula despierta otra vez
legría en el seno de la tierra.
ga la primavera; despunta el nuevo verde;
o él marcha hacia lo inmortal,
s no se le permite detenerse, salvo
donde lo recogen los brazos del padre.
EL CANTOR CIEGO
Ha cedido el dolor terrible de los
ojos de Ares.
SÓFOCLES
nde estás, luz juvenil, que siempre
despiertas a la hora del alba, dónde?
nto está mi corazón, pero aún me sujeta
tiene la noche en su sagrado
encantamiento.
es espiaba gustoso el alba, antes te
aguardaba
z en la colina, y nunca en vano.
ás me engañaron, oh favorable,
mensajeras, las brisas, pues siempre
venías
diciéndolo todo en tu camino habitual,
mparecías en tu belleza, ¿dónde estás, luz?
a de nuevo mi corazón, pero aún me sujeta
ena la noche interminable.
es me verdegueaba la enramada; relucían
a mí las flores como mis propios ojos;
ndaba lejos y me alumbraba
az de los míos; y allá arriba,
orno a los bosques, veía batir
alas del cielo, cuando era joven.
ra estoy sentado solo,
a tras hora, y mi memoria
a para su propio gozo las figuras
mor y dolor de los días claros,
uzo el oído por si acaso de lejos
viene un amigo salvador.
go, a mediodía, oigo muchas veces
oz del tonante, cuando se acerca
broncíneo,
estremece la casa, y retumba el suelo
o sus pies, y se hace eco la montaña.
alvador le oigo de noche, le oigo
rador que mata y da vida,
go al tonante apresurarse desde poniente
iente, y a su aire sonáis,
aire, cuerdas mías, con él vive
canto, y como la fuente sigue a la
corriente,
donde él propone debo ir yo,
guir al seguro en su ruta errante.
ónde, adónde? Te oigo acá y allá,
agnífico, y resuenas por toda la tierra.
nde acabas? ¿Qué hay, qué hay
re las nubes y qué será de mí?
mío que estás sobre nubes que se
desploman,
ienvenido, abro los ojos a ti.
luz de juventud, oh dicha, tú la de
siempre,
que te derramas más espiritual,
manantial dorado del sagrado cáliz,
, verde suelo, apacible cuna,
, casa de mi padre, y vosotros queridos
antes me acogisteis, acercaos,
id, para que os alegréis,
os vosotros, para que os bendiga el que
ve.
tadme la vida y lo divino
corazón, para que lo soporte.
QUIRÓN
nde estás, reflexiva, tú que siempre,
iempos, debías ir al lado, dónde estás,
luz?
corazón está pronto, pero, airado
conmigo, me
a todavía la noche estupefaciente,
o, buscaría hierbas por los bosques, y
acecharía
blanda presa junto a la colina, y nunca en
vano.
una sola vez me engañaron tus
aros, que venías casi demasiado a punto,
ída por mi potro o mi jardín,
ilante, a causa del corazón, ¿dónde estás,
luz?
a vez vela mi corazón, pero la poderosa
he descorazonada tira incesante de mí.
estaba sano, y la tierra me daba los
primeros ramilletes
zafrán, tomillo y trigo,
jo el frío de las estrellas aprendí,
o solo lo nombrable. Y conmigo,
encantando el campo salvaje y triste, se
alojó
emidiós, esclavo de Zeus: el hombre
derecho.
ra estoy sentado solo y quieto,
a tras hora, y mi memoria
a figuras de tierra fresca y nubes de amor,
que hay veneno entre nosotros;
uzo el oído por si acaso de lejos
viene un amigo salvador.
go, a mediodía, oigo muchas veces
arro del tonante, cuando se acerca el más
conocido,
ndo la casa tiembla por él, y el suelo
urifica, y mi tormento se hace eco.
o luego al salvador de noche, le oigo
rador que mata, y abajo, llena
xuberante hierba, como en una aparición,
la tierra, un poderoso fuego.
o los días cambian, y si uno luego
considera, en bueno y malo, es doloroso,
ndo uno es de doble configuración,
hay quien distinga lo mejor.
o ese es el aguijón del dios; de otro modo,
ás podría uno amar la injusticia divina.
o la presencia del dios es innata,
tierra es diferente.
a! ¡Día! Ahora por fin respiráis, ahora
bebéis,
otros, sauces de mi arroyo, una escena
iluminada,
n pisadas derechas, como un soberano
espuelas, a lo largo de tu
pia trazada, estrella errante del día,
apareces
bién tú, o tierra, apacible cuna, y tú
a de mis padres, que inurbanos pasaron
as nubes de bestias salvajes.
ra coge un caballo, ármate y empuña
anza liviana, muchacho. No rompáis
rofecía, ni aguardéis en vano
a que suceda el retorno de Hércules.
MITAD DE LA VIDA
peras amarillas,
osante de rosas silvestres
soma la orilla al lago,
osotros, cisnes favorables,
os de besos,
bullís la cabeza
a sobria agua bendita.
re de mí, ¿dónde hallaré
es cuando sea invierno, y
uz del sol,
s sombras de la tierra?
tapias figuran
habla y frías, rechinan
iento las veletas.
RECUERDO
la el noroeste,
viento favorito,
que promete al navegante
ritu fogoso y feliz travesía.
o ahora ve y saluda
Garona hermoso
s jardines de Burdeos,
de pegante a la orilla abrupta
e el sendero, y cae hondo
a corriente el arroyo, mientras de lo alto
erva una noble pareja
oble y álamo plateado.
n me acuerdo de eso,
mo inclina su ancha copa
lmo sobre el molino,
ntras crece una higuera en el corral.
días de fiesta andan
mujeres allá
re suelos de seda,
ndo marcea,
igualan noche y día,
or senderos lentos,
adas de sueños dorados,
en brisas acunadoras.
o que me pase alguno
aso fragante,
no de luz oscura,
a que yo descanse, pues dulce sería
mir bajo las sombras.
es bueno
r sin alma de mortales
samientos, pero es bueno
versar y decir
arecer del corazón, oír mucho
os días amorosos
s hechos que pasaron.
o ¿dónde paran los amigos? ¿Bellarmino
s compañeros? Algunos no se atreven
montar las fuentes,
s la riqueza principia
l mar. Ellos,
mo pintores, reúnen
elleza de la tierra y no rehúyen
uerra alada, ni
r solos durante años, bajo
mástil deshojado, donde no rielan en la
noche
días festivos de la ciudad,
a cítara y las danzas del país.
o ahora han embarcado
India los hombres,
en el espolón ventoso
ie de las viñas, donde
ciende el Dordoña,
nto al fastuoso
ona amplio como un mar,
emboca la corriente. Pero el mar
a y da memoria,
amor también flecha los ojos con
empeño,
o lo que queda, lo fundan los poetas.
LÁGRIMAS
or celeste, tierno mío, si te olvidara yo,
o, oh destinadas,
entes, llenas de ceniza
sierto, y asoladas hace tiempo,
ridas islas, ojos del mundo maravilloso,
otras solas me importáis,
stras orillas donde el amor idólatra
ía haber sido exclusivo de los celestiales,
que con excesiva gratitud sirvieron
santos y los héroes coléricos
belleza; y había muchos
oles y ciudades en pie,
bles como un hombre pensativo; ahora
n muertos los héroes, y las islas del amor,
desfiguradas. Así ha de salir
diendo en todas partes el necio amor.
otras, lágrimas blandas, no me ceguéis
todo, dejad, engañosas, ladronas,
me sobreviva siquiera un recuerdo,
a que muera noblemente.
MNEMOSINE
án los frutos maduros, pasados por el
fuego,
idos y examinados en tierra, y es una ley
todo se adentra, semejante a las
serpientes,
fético, soñador, en
colinas del cielo. Y mucho
reciso retener,
mo una carga de leña
ombro. Pero los caminos
malos. A desmano,
mo caballos, van los elementos
ivos y las viejas
s de la tierra. Y siempre
de un anhelo a lo desenfrenado. Pero hay
ho que retener. Y es necesaria la lealtad.
que no queremos mirar atrás,
delante. Nos dejamos acunar, como
na canoa vacilante en el lago.
é hay del amor? Vemos lucir el sol
l suelo, y polvo seco,
s sombras patrias de los bosques, y
florece
cible el humo en los tejados, junto a las
viejas
onas de las torres; los signos del día
favorables, un celestial
erido el alma en la réplica.
como flores de mayo significan
magnánimo, donde quiera que sea,
plandece la nieve
l verde prado
os Alpes, a medias, cuando, hablando de
la cruz
sta por los que fallecieron
amino, pasa por la calle alta
aminante colérico,
namente parecido
tro, pero ¿qué es esto?
pie de la higuera
a muerto mi Aquiles,
yax yace
as grutas del mar,
o a los arroyos vecinos del Escamandro.
un zumbido en las sienes, conforme
s inflexibles costumbres
Salamis, en el extranjero, ha
rto el gran Áyax,
atroclo con la armadura del rey. Y
murieron
hos más. Pero junto al Citeron estaba
utera, la ciudad de Mnemosine, a la que,
ndo dios se quitó el manto, la atardecida
enseguida
oltó los rizos. Los celestiales
nojan cuando uno no se modera
servando su alma, pero ha de hacerlo;
onto pasa su pena.
EDADES DE LA VIDA
dades del Éufrates,
es de Palmira,
ques de columnas en la llanura del
desierto,
é es de vosotros?
haber sobrepasado
mite de los que respiran,
umígena exhalación
fuego de los celestiales
an arrebatado las coronas.
o heme ahora bajo las nubes (cada
de las cuales tiene paz propia), bajo
es bien ordenados, en
rezal del corzo, y extraños
parecen y muertos
espíritus difuntos.
EL RINCÓN DE HAHRDT
osque se precipita cuesta abajo
mejantes a capullos penden
egadas las hojas bajo las que
en flores en un suelo
alto de elocuencia.
onces ha pasado
ch; muchas veces reflexiona, más allá del
paso,
l sitio restante,
ran destino dispuesto.
CANTO DEL ALEMÁN
sagrado corazón de las naciones, oh
patria,
nipaciente como la callada madre tierra,
sconocida por todos, aunque los
extranjeros
enen de tu profundidad lo mejor que
tienen.
echan los pensamientos y el espíritu
tuyos,
gusta vendimiar la uva, pero se te burlan,
a arrastrada, que vagas
anceante y sin poda por el suelo.
s del elevado genio severo,
del amor, yo que soy tuyo
o llorando, porque siempre
egas neciamente de tu propia alma.
o algunas bellezas no me puedes ocultar,
n de veces he oteado el verde adorable,
vastos jardines desde lo alto
us aires en la clara montaña y te he visto.
orrí tus ríos, y te tenía presente
anto el ruiseñor piaba tímido
anto en el sauce temblón, y quieta
l suelo incierto velaba la ola.
n las orillas veía florecer las ciudades,
nobles, donde callan en el taller la
aplicación
ciencia, donde tu sol tibio
mbra al artista para la seriedad.
noces a los hijos de Minerva? Temprano
ogieron al olivo como favorito, ¿los
conoces?
vive y reina el alma reflexiva
iense callada entre los hombres,
que el piadoso jardín de Platón ya no
deguea junto al viejo río y el hombre
necesitado
a las cenizas heroicas, y temeroso
amenta en la columna el pájaro de la
noche.
bosque sagrado, oh Ática, ¿te hirió Él
bién a ti con su rayo terrible tan pronto
apresuraron quienes te amaban,
radas las llamas, a remontarse al éter?
o, semejante a la primavera, va el genio
país en país. ¿Y nosotros? ¿Hay uno
siquiera
nuestros jóvenes que no calle un
sentimiento, un enigma del corazón?
adeced a las mujeres alemanas que nos
hayan
servado el espíritu amable de las estatuas
divinas
ue, cada día, la clara paz
orable aplaque la perversa confusión.
nde hay ahora poetas a quienes Dios haya
concedido,
mo a nuestros mayores, ser jovial y
piadoso,
ónde hay sabios como los nuestros?
¡Aquellos
s y audaces, aquellos insobornables!
nvocada ahora en tu nobleza, patria mía,
un nuevo nombre, cual fruto más maduro
de la época,
a última y primera de todas
Musas, Urania, ¡salve!
n te demoras y callas, meditas una obra
dichosa
hable de ti, tramas una creación nueva,
nica, como tú misma, que nazca
amor y sea buena, como tú.
nde está tu Delos, dónde tu Olimpia
a que todos nosotros nos recojamos en la
fiesta suprema?
o ¿cómo adivinará tu hijo lo que
paras hace tiempo, oh inmortal, a los
tuyos?
A LOS ALEMANES
ca hagáis befa del niño, simple de él,
se figura espléndido y gran cosa en su
caballo de madera,
otros los buenos; también nosotros
andamos
asos de hechos y sobrados de ocurrencias.
aso nace, como el rayo de la nube,
irado y maduro el acto de la idea?
gue el fruto, como al oscuro follaje
bosque, al escrito callado?
silencio en la gente, ¿es ya la
celebración
s de la fiesta? ¿El temor que anuncia al
dios?
onces llevadme amigos
ue expíe la infamia.
masiado hace que ando errante, cual
profano,
este taller en ciernes del espíritu creador,
ue florece, eso sí lo veo,
o que trama, no me entero.
resentir es dulce, pero también un dolor,
on bastantes años que vivo en mortal
r incomprensible,
uda, siempre conmovido ante él,
que, siempre con ánimo amoroso,
i lado, sonriendo a lo mortal
de titubeo, avanza la tarea constante
hacer madurar la pura profundidad de la
vida.
ador, genio de nuestro pueblo,
a de la patria, cuándo te revelarás del
todo
a que me prosterne más abajo,
a que hasta la más contenida cuerda
enmudezca ante ti, para que avergonzado,
flor de la noche ante ti, día celestial,
be con alegría,
ndo todas nuestras ciudades
las que me condolí
luminen, y abran, y despierten, llenas de
puro fuego,
s montañas de la tierra
mana sean montañas de las Musas,
mo aquellos soberbios, Pindo, Helicón,
arnaso, y brille la libre, clara
piritual alegría en todo el horizonte
cielo dorado de la patria.
verdad es limitado nuestro tiempo de
vida,
rcamos y enumeramos nuestros años,
ra, los años de los pueblos,
bo ojos mortales para verlos?
ndo tu alma se lanza anhelante más alla
u tiempo, no dejas tú de estar
gido en la fría orilla
los tuyos, y no los conoces.
os futuros también, los profetizados,
nde, dónde los ves, para que te reconforte
mano amiga,
as perceptible a un alma?
e mucho que calla tu pórtico,
re vidente, se van apagando tus ojos
añorantes
uermes debajo
nombre, y no llorado.
ROUSSEAU
estrechamente limitada es nuestra
jornada.
abas, y mirabas, y te admirabas, y ya cae
la tarde.
rme ahora en la ilimitada lejanía donde
filan los años de los pueblos.
gunos ven por encima de su época,
ios les señala la libertad, pero tú sigues
anhelante
a orilla, un disgusto para los tuyos,
sombra, y ya no les amas,
os que evocas, los profetizados,
nde están los nuevos, para que te
reconfortes
na mano amiga, por dónde vienen, para
que
de una vez oído tu discurso solitario?
re hombre, nada se oye en tu pórtico,
mejante a los insepultos vagas
uieto, y buscas reposo, y nadie
e indicarte el camino debido.
ate contento, que el árbol se alza
suelo patrio, pero bajan sus
ridos y jóvenes
zos, y declina triste la cabeza.
ás abarca lo sobreabundante de la vida,
nterminable que le rodea y trasluce,
o que ahora vive en él,
orífico y eficaz; el fruto viene de ahí.
s vivido! También tu
eza se regocijó con el sol lejano,
s rayos del tiempo más hermoso.
mensajes dieron con tu corazón.
percibido y entendido la lengua de los
extraños,
captado su alma. Al añorante
astó la señal, y en señales consiste
a antigüedad a esta parte la lengua de los
dioses.
milagroso, como si el espíritu humano
de el principio ya conociera todo inicio,
efecto
odo de la vida,
ingue a la primera lo consumado,
espíritu audaz vuela como el águila
la tormenta, augurando
s dioses venideros,
LA PAZ
mo si volvieran las aguas antiguas
vertidas en otra cólera más terrible
urificar lo que hacía falta,
hervía, y crecía, y oscilaba, de año en año
naudita batalla sin tregua, y sumergió
aís inquieto, y la tiniebla y el descolor
aron en su amplitud la cabeza de los
hombres.
ímpetus heroicos se alzaban como olas
saparecían; tú, oh vengadora, quitabas
ajo a tus servidores y pronto
ucías a la calma a los contendientes.
que implacable e invencible
nzas al cobarde y al tirano,
tremeces en tu sacudida hasta
ltimo eslabón de su especie ruin,
ue manejas el aguijón y el látigo
a frenar y enardecer, oh Némesis,
a los muertos castigas, que de otro modo
mirían en paz los antiguos conquistadores
o los lauredales de italia,
mpoco perdonas a los pastores ociosos,
que no han expiado lo bastante
ueño fastuoso los pueblos?
ién empezó? ¿Quién trajo la maldición?
No es
a de ayer ni de hoy, y quienes primero
asaron la medida, nuestros padres,
o sabían y los impulsaba su espíritu.
e ya demasiado que los mortales
atean a gusto la cabeza y riñen por el
mando,
erosos del vecino, y no tiene bendición
u propia tierra el hombre.
emejantes al caos soplan y vagan
deseos de la generacion hirviente
erredor, y la vida de los pobres se
perpetúa
al, temerosa y fría.
en cambio sigues serena la ruta segura,
luz, oh madre tierra. Se abre tu primavera
cruzan, oh rica en vida, los
mpos crecientes, cambiantes de melodía.
ahora, favorita de todas las sagradas
Musas
los astros, rejuvenecedora
deseada, ven y devuélvenos
morada en la vida, un corazón.
cente paz! Los niños vienen a ser más
sensatos
nosotros los mayores; la discordia no
ra la mente de los buenos, y sus ojos
manecen claros y amistosos.
omo el árbitro que mira sonriendo
los demás espectadores la carrera de los
jóvenes
de los fogosos contendientes
an sus carros entre nubes polvorientas,
sonríe el sol sobre nosotros
divina dicha jamás está sola,
s eternamente habitan las estrellas
éter, florecientes, sagradamente libres.
VOZ DEL PUEBLO
serías la voz de Dios, así lo creía yo
antes,
mi devota juventud. ¡Y lo sigo diciendo!
mbién corren los ríos indiferentes
estra sabiduría, y aun así,
én no los ama? Y siempre conmueven
corazón cuando los oigo alejarse
desvanecientes,
os de presentimientos, no de mi ruta,
del más infalible mar adonde corren.
s lo mortal, cuando avanza con ojos
abiertos
u propio camino, olvidado de sí
cumplir el deseo de los dioses,
demasiado gustoso
ócil emprende el regreso a la totalidad
la más breve ruta. Así se precipita
o; él busca la calma. Pero al
desgobernado
rrastra y atrae,
tra su voluntad, de roca en roca,
maravillosa nostalgia del abismo.
desatado tienta, y también los pueblos
traen el deseo de morir, y ciudades
erosas, una vez se emplearon
tras año en proseguir su obra, han sido
nzadas por un final sagrado. Verdeguea la
tierra,
llada ante las estrellas,
ejante a orantes postrados en la arena,
untariamente rendida, yace ante
ellas inimitables la arte larga; el propio
sta, el hombre, por honrar a las sublimes,
pió su obra con su propia mano.
o no son ellas menos favorables a los
hombres,
s aman tanto como son amadas,
enan muchas veces, para que goce
rato en la luz, el derrotero humano.
o solo los aguiluchos son botados del nido
el padre para que no estén demasiado con
él;
sotros también nos arrea para fuera
justo aguijón el soberano.
hosos los idos en paz y caídos
s de tiempo, también ellos,
ificados como las primicias de la
echa, han tenido su parte.
o al Janto se alzó la ciudad en la época
griega,
ra, en cambio, como otras mayores que
yacen allá,
ido arrebatada a la sagrada
del día por un destino.
o no perecieron en batalla abierta,
or sus propias manos. Lo terrible
allá sucedió, nos ha llegado
a leyenda oriental.
irritó la bondad de Bruto. Pues,
nguido el fuego, se ofreció
a ayudarles, si bien, como general en jefe,
ía establecido el asedio ante sus puertas.
s ellos arrojaron de las murallas a los
servidores
les envió. Se avivó el fuego
los se regocijaron, y Bruto
ambio les tendió la mano.
los estaban fuera de sí. Surgieron
os y clamores. Hombres y mujeres
rrojaron al fuego, niños se precipitaron
os tejados o sobre la espada de los
padres.
es aconsejable porfiar con héroes. Pero
o venía de muy atrás. También los padres,
ndo antes fueron atacados
esionados por los enemigos persas,
on fuego a la ciudad y excavaron
arganta del río para liberarse. Y las
llamas
levaron volando hacia el sagrado éter
as y templos, y a los hombres también.
lo oyeron de niños, y en verdad
provechosas las leyendas, porque son
moria de lo más sublime, pero también
e falta uno para explicar lo sagrado.
QUEJAS DE MENÓN
POR DIOTIMA
1
a día salgo y busco uno distinto,
e mucho que he interrogado todos los
senderos del país.
to las frescas colinas ahí arriba, las
sombras todas,
s fuentes, errante arriba y abajo,
suplicante
lma de reposo. Así huye al bosque la
pieza herida,
oscuridad donde suele descansar segura
a mediodía,
o su verde refugio ya no conforta su
corazón,
josa e insomne la lleva su aguijón a la
deriva.
ayuda el calor de la luz ni el fresco de la
noche,
vano sumerge las heridas en las olas de
la corriente.
sí como la tierra le alcanza en balde su
amable hierba
ativa, y ningún céfiro aplaca su sangre
hirviente,
poco a mí vosotros queridos, según
parece, ¿es que
ie puede quitar de mi frente el penoso
sueño?
2
mbién es inútil, dioses fúnebres, una vez
éis cogido y sujetado al hombre vencido,
ndo, oh malvados, lo bajáis a la noche
espantosa,
carlo, suplicar o airarse entonces con
vosotros,
en morar con paciencia en el terrible
destierro,
cuchar con una sonrisa vuestra fría
canción.
de ser así, olvida tu salvación, y duerme
sin chistar!
o te brota una voz esperanzada en mi
pecho,
no has podido, alma mía, acostumbrarte
eñas en medio de tu sueño de hierro.
guardo fiesta, pero desearía coronarme,
que no estoy solo? Pero algo querido
debe
oximarse a mí de lejos, y he de sonreír y
maravillarme
uán dichoso soy en medio del dolor.
3
z del amor, oh dorada, te apareces también
a los muertos!
genes del tiempo más claro, ¿me
alumbráis en la noche?
antadores jardines, montes de rojo
atardecer,
bienvenidos, y vosotros, callados
senderos del bosque,
gos de la dicha celeste, y vosotras,
estrellas de elevadas miras
tantas veces me concedisteis ojeadas de
bendición,
otras, amorosas, bellas hijas del día de
mayo,
adas rosas, y lirios que tantas veces
nombro,
dad es que pasan las primaveras y un año
urge al otro
mbiante y combativo, así ruge el tiempo
pasando
re las cabezas mortales, pero no ante ojos
bienaventurados,
los amantes se les obsequia otra vida,
s todos ellos, los días y años de las
estrellas, se fusionaron
estro alrededor, Diotima, íntimos y
eternos.
4
o nosotros pasamos por la tierra unidos
como
es que contentos se aman cuando reposan
junto al lago
mecidos en las olas, contemplan el agua
donde espejean
es plateadas, y el azul etéreo flota bajo
los navegantes.
unque amenazaba el norte, ese enemigo de
amantes y
sante de quejas, y caía de las ramas el
follaje,
olaba en el viento la lluvia, sonreíamos
tranquilos,
íamos al propio dios en conversación
iliar, en único canto del alma, en paz
nosotros, cándidos y alegres, solos.
o ahora la casa está desierta, me quitaron
ojos, y con ellos también yo me perdí.
eso voy errante, y como las sombras he
de vivir,
ce mucho que el resto me parece sin
sentido.
5
rría celebrar, ¿el qué? y cantar con otros,
o en esta soledad me falta lo divino.
mi carencia, lo sé, por eso paraliza una
maldición
deseos y me derrumba en cuanto
emprendo,
so el día apático y mudo como los niños,
mis ojos solo lágrimas escapan
repetidamente frías,
e entristecen las plantas del campo y el
canto de los pájaros,
s con su alegría también son mensajeros
del cielo,
o en mi pecho estremecido el sol
alentador
luce frío y estéril, como destellos de la
noche,
vana y vacía, como paredes de prisión,
pende
re mi cabeza la carga doblegante del
cielo.
6
distinta te conocí, juventud, ¿ya no te
devolverán
plegarias? ¿Ningún camino te trae de
nuevo a mí?
mbién yo seré como los sin dios, que en
otro tiempo
entaron en la mesa bendita regocijados,
o, invitados delirantes que pronto se
hartaron,
ra enmudecen y duermen bajo
anto del aire y la tierra fértil, hasta que el
poder
un milagro haga volver aquellos idos a
pique,
nuevo caminen sobre el suelo que
verdeguea.
aliento sagrado recorre divino la figura
clara,
ndo la fiesta se anima y se agitan oleadas
de amor,
imentada por el cielo fluye la corriente
viva,
ndo resuena en lo hondo, y la noche
franquea sus tesoros,
los torrentes se alza el brillo del oro
enterrado.
7
o tú, que cuando me venía abajo en la
encrucijada
mostrabas consoladora una mayor belleza,
que me enseñaste con quieto entusiasmo a
ver
rande, y a cantar a los dioses con más
alegría callando,
tura divina, ¿te aparecerás y me
confortarás como antes,
impulsarás de nuevo a cosas más
sublimes?
a, lloroso ante ti no puedo sino
lamentarme
a vergüenza del alma, memorando un
tiempo más noble.
to y tanto tiempo te he buscado, en el
desvarío,
ituado a ti, por los descoloridos caminos
de la tierra,
gre ángel tutelar! Pero fue en vano, y se
escurrieron los años
de que vimos soñadores las tardes
iluminarse en derredor.
8
o a ti te mantiene tu luz, heroína, en la luz,
paciencia te mantiene amorosa, oh
benévola,
nca estás sola, hay bastantes compañeros
de juego
de tú floreces y descansas entre las rosas
del año,
propio padre, mediante las musas de
suavidad exhalante
nvía las tiernas canciones de cuna.
es ella, todavía es como si la viera, de la
cabeza a los pies,
oximarse silenciosa, como antes, a la
ateniense.
omo el rayo que desciende desde tu frente
pensativa y clara,
efactor y seguro hasta los mortales, oh
espíritu amable,
me das pruebas y dices que replique a
quienes
reen que la alegría es más inmortal
penas y cóleras, y que una jornada de oro
no termina cuando muere el día.
9
también quiero agradeceros, oh
celestiales, y por fin
nta de un pecho más aliviado la plegaria
del cantor.
omo cuando estaba yo con ella en la
colina soleada,
ios me habla vivificador desde el interior
del templo.
es yo también quiero vivir! ¡Ya
verdeguea! ¡Desde los montes
eados, como de la sagrada lira de Apolo,
resuena la llamada!
n, fue como un sueño! Ya están curadas las
alas
grantes, viven rejuvenecidas las
esperanzas todas.
cubrir lo grande es mucho, y queda mucho
más; quien
o amó, va, tiene que ir, camino a los
dioses.
mpañadnos vosotras, horas inspiradas,
jóvenes,
as, quedaos vosotros, presentimientos
santos, y vosotras,
ciones devotas, y vosotros, entusiasmos, y
todos vosotros,
os buenos que gustáis vivir entre
amantes;
daos con nosotros hasta que nos
encontremos en el solar
mún dispuesto para el descenso de todos
los santos,
donde están las águilas, los astros, los
mensajeros del padre,
musas, allá de donde nos vienen héroes y
amantes,
o también aquí, en la isla cuajada de
rocío
de estamos unidos en floración del mismo
jardín,
de son verdad los cantos y más largas las
hermosas primaveras,
mpieza de nuevo un año de nuestras almas.
EL ARCHIPIÉLAGO
elven las grullas a ti? ¿Ponen de nuevo
naves rumbo a tus orillas? ¿Alientan las
brisas
eadas el plácido oleaje que te abraza, y el
delfín
ído del fondo solea su lomo a la nueva
luz?
orece Jonia? ¿Ya es tiempo? Porque
siempre en primavera,
ndo el corazón se renueva en los
vivientes, y despierta
rimer amor y el recuerdo de la edad
dorada en los hombres,
go a ti y te saludo en tu silencio, oh
anciano.
n vives, oh poderoso, y te recoges como
antes
a sombra de tus montes. ¡Todavía
estrechas con juvenil
azo a tu querido país y a tus hijas, oh
padre!
guna de tus islas floridas se ha perdido
aún.
ta se mantiene, y Salamis verdeguea
orlada de laureles;
ida de rayos floridos, Delos alza su
cabeza inspirada
salida del sol; y Tenos y Quíos
en abasto de purpúreos frutos; fluye el
licor
priota desde las colinas ebrias, y se
precipitan los arroyos
eados de Calauria en las viejas aguas
paternas.
as viven aún, las madres de los héroes,
las islas
ecientes de año en año, y aunque, al
tiempo,
rado del abismo el incendio de la noche,
la tormenta inferior
pa una de las graciosas y la precipita
mortal a tu seno,
divino! Tú perduras, y habrás visto unas
cuantas albas
ardecidas sobre tus profundidades
sombrías.
mbién los celestiales, serenas potencias de
lo alto
llevan el claro día, el dulce sueño, y el
presentimiento
o venidero a las cabezas de los hombres
sensibles
de la plenitud del poder, también ellos,
viejos compañeros de juego,
en contigo como antes, y muchas veces en
la atardecida indecisa,
ndo llega de los montes de Asia la
sagrada
lunar y las estrellas se acogen en tu
oleaje,
plandeces con celeste brillo y, conforme
ellas varían,
mbian tus aguas, y resuena la melodía de
los hermanos
o alto, su canto nocturno en tu corazón
amante.
ndo luego aparece la transfiguradora de
todo, ella,
uz del día, la hija de oriente, la
prodigiosa,
nces reinician todos los vivientes su
sueño dorado
cada mañana les compone la poetisa,
ti, dios entristecido, te envía un hechizo
más alegre,
propia luz solícita no es tan hermosa
mo la señal de amor, la corona que, como
siempre,
sando en ti, trenza en torno a tu cabello
gris.
te abraza el éter? ¿No regresan de él las
nubes,
mensajeras, con el obsequio divino, el
rayo
o alto, para ti? Después las envías sobre
la tierra,
a que en la ardiente orilla los bosques
ebrios de tormenta
n y se agiten contigo; para que, semejante
al hijo pródigo
ndo lo llama el padre, el Meandro con los
mil brazos
ndone su errancia y el Caistro se precipite
gozoso
desde la llanura, y el primogénito, el
viejo
largo tiempo se ocultó, tu majestuoso
Nilo
algando desde lo alto de montañas
lejanas, como en eco de armas
ga triunfante y tienda deseoso sus brazos
abiertos.
todo, te ves solo; en la noche callada oye
ueja la roca, y muchas veces se te escapa
do, más allá de los mortales, tu alado
oleaje hacia el cielo.
que ya no viven contigo tus nobles
favoritos,
que te honraban y coronaban tus orillas
bellos templos y ciudades; y, así como
los héroes la corona,
elementos sagrados buscan y echan en
falta,
cesitan siempre, para gloriarse, el
corazón de los hombres sensibles.
me, ¿dónde está Atenas? ¿Se derrumbó en
ceniza
iudad preferida sobre las urnas de los
maestros,
a sagrada orilla, oh dios en duelo,
xiste todavía algún rastro de ella, de modo
que el marino
ombre y memore cuando pasa por
delante?
se alzaban antes ahí las columnas y
relumbraban
de la cubierta de la ciudadela las estatuas
de los dioses?
resonaba ahí la tumultuosa voz del
pueblo
de el ágora, y no bajaban raudas las calles
de los portales acogedores a tu puerto
próspero?
a, ahí largó amarras el comerciante de
ideas que miraban lejos,
z porque también le soplaba el viento que
da alas, y los dioses
maban como al poeta, pues también él
repartía
dones de la tierra, e incorporaba lo
apartado a lo próximo.
dirige a Chipre y luego a Tiro,
ontará hacia la Cólquida y bajará al
antiguo Egipto,
n de adquirir púrpura, y vino, y grano, y
tejidos,
a su propia ciudad, y a menudo las
esperanzas
s alas de la nave lo llevan más allá de las
columnas
valiente Hércules; entretanto conmueve
o distinto en el muelle de la ciudad a un
joven solitario
se demora y acecha el oleaje, y
gravemente intuye lo grande
ndo al pie del maestro que sacude la tierra
ucha sentado, y no en vano lo educó el
dios marino.
que el enemigo del genio, el persa de
vastos dominios,
de años atrás censaba sus armas y
esclavos cuantiosos,
ándose del país griego y sus pocas islas
parecían al soberano un juego, mientras
su pueblo fervoroso,
ado de su genio divino, era para él como
una visión.
il emite la palabra y súbito, como cuando
el llameante manantial
hirviente etna, terriblemente desbordado
en derredor,
ulta ciudades y jardines florecientes bajo
la ola purpúrea
a que el río ardiente se enfría en el mar
sagrado,
cha sobre Ecbatana, a una tras el rey,
astuoso tumulto, quemando y asolando
ciudades.
y Atenas la espléndida cae; ya lo ven y
vuelven
a montaña, donde las bestias oyen sus
gritos, viejos fugitivos
s casas y los templos humeantes,
o la plegaria de los hijos ya no despierta
eniza sagrada, en el valle hay muerte, se
deshace en el cielo
ube del incendio, y a saquear tierra
adentro,
zado por el crimen, se va el persa con el
botín.
o en la costa de Salamina, ¡qué día en la
costa de Salamina!,
n esperando el final las atenienses, las
vírgenes
s madres que mecen en brazos el hijo
salvado,
suena en sus oídos la voz del dios marino
desde la profundidad
nciando la salvación, miran los dioses del
cielo
ando y juzgando lo de abajo, pues allá en
la costa trémula
ila desde el alba, como tormenta de lento
desplazamiento
re aguas espumosas, la batalla, y llamea
el mediodía
re la cabeza de los combatientes, que en
su cólera no se dan cuenta.
o los hombres del pueblo, los
descendientes de héroes, se conducen
ra con ojos más vivos, los favoritos de
los dioses piensan
a suerte otorgada, ahora no frenan los
hijos de Atenas
enio despreciador de la muerte.
s como la fiera del desierto entre la
sangre humeante
se alza, recuperada la más noble energía,
panta al cazador, regresa ahora el brillo
de las armas
orden del soberano, terrible se
recompone el alma
tecina de los bárbaros en medio de su
abatimiento.
mpieza aún más airada la lucha, como un
par de luchadores
nganchan las naves, se tambalea en las
olas el timón,
ébrase el suelo bajo los combatientes, y se
hunden marinos y naves.
o la mirada del rey se revuelve en el
sueño engañoso cantado
la canción del día, sonríe delirando con
el desenlace,
naza, y suplica, y exulta, y envía cual
relámpagos los mensajeros.
o lo hace en vano, ninguno de ellos
regresa a él.
nsajeros sangrantes, caídos del ejército, y
naves reventadas
rroja innumerables la vengadora, la ola
tonante,
el trono donde se sienta en la costa
trémula el desgraciado
templando la derrota, y arrastrado en la
multitud fugitiva
presura, lo impulsa el dios que arrastra su
escuadra perdida
o las olas, y destroza insultante su fasto
altivo,
or fin alcanza al débil en su armadura
amenazante.
lve enternecido al río que aguarda
solitario
ueblo ateniense y baja como una ola
desde los montes
a patria, en alegre confusión, la
abigarrada multitud
alle abandonado, ay, semejante a la madre
envejecida
ndo, tras años, el hijo dado por perdido
regresa
o a su seno, ya un mozo crecido,
o su alma se ha marchitado en la pena, y la
dicha
a demasiado tarde a la cansada de
esperar, y apenas
ende lo que su querido hijo en
agradecimiento dice,
aparece a los que vuelven el suelo patrio.
s se preguntan en vano por sus vergeles
los piadosos,
los vencedores no les recibe un portal
amigo,
mo antes recibió al caminante que
regresaba
z de las islas y ascendió a la sagrada
acrópolis de la madre Atenas
le lucía desde lejos sobre su cabeza
anhelante.
o pronto reconocen las calles vacías
s jardines familiares en derredor y en el
ágora,
de las columnas del pórtico y las estatuas
de los dioses
en caídas, se conmueve en el alma y
celebra la lealtad
ra el pueblo, y se estrechan manos de
nuevo en alianza.
nto busca y ve el hombre el lugar de su
casa
o el escombro; llora a su cuello,
recordando
ormitorio familiar, su mujer; preguntan
los niños
la mesa, donde se sentaron en graciosa
fila
o la mirada de los padres, dioses
sonrientes de la casa.
o el pueblo levanta tiendas, se reúnen de
nuevo
antiguos vecinos, y conforme a la cordial
costumbre
linean las aireadas viviendas en torno a
la colina.
viven ahora como los libres ancestros
fiados de su fuerza y del día venidero,
mo aves migratorias, se mudaron cantando
de monte en monte,
cipes del bosque y del río de amplio
meandro.
o la madre tierra abraza como antes, otra
vez,
noble pueblo y reposan dulcemente
o el santo cielo, como antes, cuando sopla
la brisa
a juventud sobre los durmientes y el Iliso
les murmura
de los plátanos, y anunciando el nuevo día
imando a nuevas hazañas, la ola del dios
marino resuena
vía gozosos sueños a sus favoritos.
medran y se abren las flores para la siega,
doradas
re el campo pisoteado, esperanza de
manos piadosas,
deguea el olivo, y en los prados de
Colonos
en tranquilos, como antes, los caballos
atenienses otra vez.
o en honor de la madre tierra y el dios de
las olas,
ra florece la ciudad, una creación
espléndida, fundamentada
mo la estrella, obra del genio, que se
recrea en cautivarse
modo que contiene en grandes figuras
se hace él mismo la permanencia del
eterno móvil.
a, el bosque sirve al obrero, de mármol y
minerales
rovee con los otros montes el Pentélico,
o la creación brota de sus manos dichosa
y espléndida,
a como él, y le florece como al sol.
gen fuentes y, dirigido en limpias acequias
la colina, alcanza el manantial la pila
brillante;
rededor brillan, como héroes festejando
orno al mismo cáliz, las filas de casas,
con la
anía en lo más alto, hay gimnasios
abiertos,
lzan templos de dioses, un audaz
pensamiento sagrado
cerca elevado a los inmortales, es el
Olimpeion en el éter
re el bienaventurado bosque, y otros
palacios de los celestiales.
dre Atenas, también a ti te surge tu colina
espléndida
orgullosa sobre el duelo y os florece
largo tiempo aún,
ios de las olas y a ti, y te cantan tus
favoritos
zmente reunidos en el promontorio en
acción de gracias.
, los piadosos vástagos de la fortuna!
¿Andan lejos
casa de sus padres, olvidados de los días
fatales
en la orilla del Leteo, y ningún deseo los
traerá de nuevo?
nca más los verán mis ojos? ¡Ay, figuras
semejantes a dioses!
nca os hallará quien os busque por los
mil caminos
a verde tierra? ¿Y aprendí vuestra lengua
yenda para que mi alma siempre en duelo
me escape antes de tiempo adonde
vosotras, sombras?
o deseo ir a vuestro lado, a donde aún
crece vuestro bosque,
onde el monte sagrado oculta su cabeza
solitaria en nubes,
arnaso, y cuando centelleante a la sombra
del roble
uente de Castalia me encuentre perdido,
ero verter en el verde naciente el agua
mezclada
lágrimas de la copa perfumada de flores,
para que,
durmientes todos, sea para vosotros una
libación fúnebre.
á en el valle silencioso, junto al
acantilado de Tempe,
eo vivir con vosotros tantas veces, oh
nombres espléndidos,
amaros por la noche, y cuando aparezcáis
coléricos
que el arado profana las tumbas, quiero
aplacaros
la voz del corazón, y con un piadoso
canto, sombras santas,
a que el alma se habitúe del todo a vivir
con vosotras.
más iniciado os preguntará entonces algo,
oh muertos,
bién a vosotros, vivientes, supremas
fuerzas del cielo,
ndo pasáis sobre el escombro con
vuestros años
a ruta segura, pues muchas veces me
sobrecoge
xtravío bajo las estrellas, como brisas
terribles, el corazón,
echo un consejo, pues hace mucho que no
consuelan
ecesitado los bosques proféticos de
Dodona,
mudo el dios délfico, y los caminos
quedan solos
cíos, allá donde antes, suavemente guiado
por esperanzas
endía el hombre interrogante a la ciudad
del oráculo fiable.
o ahí arriba aún hoy habla la luz a los
hombres,
na de hermosos augurios, y en la voz del
gran tonante
ama: ¿Pensáis en mí? Y la doliente ola
del dios marino
uena en eco: ¿No pensáis ya en mí como
antes?
s los celestiales gustan reposar en
corazones sensibles;
guían, como antes, a las energías
entusiastas
hombre esforzado, y sobre las montañas
de la patria
osa y reina y vive ubicuo el éter,
a que un pueblo amoroso recogido en
brazos del padre
humanamente dichoso, como antes, y un
espíritu común a todos.
o, ay, nuestra especie vaga en la noche y
vive,
mo en el Orco, sin lo divino. Están solo
fundidos
s propias intrigas, y cada cual se oye a sí
mismo
l taller que retumba, y los salvajes
trabajan mucho
poderoso brazo, sin pausa, pero siempre
ril, como las Furias, queda el esfuerzo de
los miserables.
ta que, despertada del sueño angustioso,
el alma de los hombres
ncorpore, joven y dichosa, y el aliento
bendito del amor,
nuevo como antes en los hijos florecientes
de Grecia
le en una nueva era sobre frentes más
libres
espíritu de la naturaleza que vaga a lo
lejos aparezca
nuevo cual dios que se demora callado en
nubes doradas.
¿aún tardas? Y aquellos vástagos de los
dioses,
n viven, oh día, en las profundidades de la
tierra
os, mientras una primavera siempre viva,
cantada, alborea sobre la cabeza de los
durmientes?
o basta, que ya oigo a lo lejos el coro
cantor
día solemne sobre verdes montañas y el
eco del bosque
de se alza el joven pecho, y el alma del
pueblo
ne callada en el canto más libre en honor
del dios
eedor de las alturas, aunque también los
valles son santos,
s donde el río alegre se apresura en
juventud creciente
e flores del campo, y donde madura en la
llanura soleada
oble grano y el fruto del bosque, ahí
gustan coronarse
piadosos en su fiesta, y sobre la colina de
la ciudad brilla,
ejante a una morada humana, el celeste
palacio de la dicha.
s toda vida se ha vuelto plena de
propósito divino,
nsumada, como antes, apareces de nuevo
a los niños
todas partes, oh naturaleza, y, como de
montañas que se
hacen en fuentes fluye la bendición al
alma naciente del pueblo.
onces, oh alegría de Atenas, hazañas de
Esparta,
ciosa primavera griega, cuando llegue
nuestro
ño, cuando maduréis, espíritus todos del
mundo anterior,
ved y mirad, se acerca el cabo de año,
nces la fiesta os sustentará también a
vosotros, días pasados,
recia mira el pueblo, y llorando
agradecido
nternece en el recuerdo del orgulloso día
del triunfo.
o floreced entretanto, hasta que nuestros
frutos vengan,
eced, jardines de Jonia, y vosotros que
verdegueáis encantadores
as ruinas de Atenas ocultando el duelo al
día contemplador,
osotros laureles, coronad con eterno
verdor las colinas
vuestros muertos, allá en Maratón donde
venciendo
ieron los muchachos, ay, allá en los
campos Queroneos
donde escaparon los últimos atenienses
con sus armas en sangre
endo del día de la vergüenza, allá donde,
aguas vagabundas,
a montaña al valle de la batalla caéis en
queja diaria, ¡cantad
la canción fatal de la cumbre del Oeta!
o tú, inmortal dios marino, aunque el
canto de los griegos
o te festeja como antes, resuena desde tus
tolas
mi alma una vez más para que el espíritu
gite sin miedo sobre las aguas semejante
al nadador,
la fresca felicidad de los fuertes, y
entienda el lenguaje divino,
ambio y el devenir, y cuando el tiempo
torrencial
podere de mi cabeza, y la pobreza y el
desvarío
e los mortales estremezcan mi vida
mortal,
ame meditar en el silencio de tus
profundidades.
VUELTA AL HOGAR
1
á en los Alpes aún es de noche clara, y la
nube,
endo versos de alegría, cubre el valle
que bosteza.
ma de acá para allá y se precipita el
burlón aire montaraz,
do entre los abetos baja un rayo que brilla
y desaparece.
to se apresura y lucha el caos
placenteramente estremecedor,
en de figura, pero fuerte, celebra combate
amoroso
e las rocas, hierve y oscila en los límites
eternos,
s allá se alza más báquica la mañana,
ece más interminable el año, y las
sagradas horas,
s días están ordenados y mezclados con
más atrevimiento.
o el pájaro de la tormenta nota el tiempo,
y entre
ntes, arriba en el aire, se cierne y llama al
día.
ra se despierta también la aldea y levanta
la vista en el fondo,
temor, habituada a la altura entre las
cumbres.
se precipitan las viejas fuentes como
relámpagos,
bajo, presintiendo el crecimiento, el
suelo exhala un vaho,
mba el eco a la redonda, y el taller
inmenso
ve día y noche los brazos, dispensando
dones.
2
lan entretanto las cumbres plateadas en lo
alto,
stá llena de rosas la nieve reluciente,
n más arriba vive, sobre la luz, el dios
puro
nturoso que se recrea con el juego de los
sagrados rayos.
e solo y tranquilo, y su claro rostro
resplandece,
téreo parece inclinado a dar vida,
ear dicha, con nosotros, así, experto en
mesura
spiración, el dios envía tardío y
moderado
fortuna consolidada a las ciudades y
casas, y dulce
ia de hinchadas nubes para temperar la
tierra,
vosotras, brisas familiares y tiernas
primaveras,
n mano lenta conforta a los tristes,
ndo creador renueva los tiempos, y
refresca y conmueve
corazones callados de los hombres que
envejecen,
túa en las profundidades que abre e
ilumina
mo gusta hacer, y ahora inicia nueva vida,
ece como antes la gracia y llega el
espíritu del presente,
ánimo gozoso hincha de nuevo las alas.
3
hablé mucho, porque cuanto piensan o
cantan
poetas suele dirigirse a los ángeles y a él;
upliqué mucho por la patria: no nos vaya
a sorprender
entino el espíritu no deseado;
bién por vosotros, ocupados en la patria,
uienes la santa gratitud sonriente trae a los
fugitivos,
e del país, por vosotros, mientras me
acunaba el lago,
remero, plácidamente sentado, elogiaba
la travesía.
o ancho de la superficie del lago corría un
oleaje alegre
o las velas, y florece y luce ahora la
ciudad
en la mañana, y viene el barco guiado
aquí
de los Alpes sombríos y reposa en el
puerto.
a orilla es cálida y los amplios valles
acogedores,
amente iluminados por senderos, me
verdeguean brillantes.
jardines figuran expansivos, y empiezan a
lucir las yemas,
canto de los pájaros invita al caminante.
o parece familiar, el saludo al pasar
también
ece de amigos y cada rostro parece
pariente.
4
ro que es el solar natal, el suelo de la
patria,
ue buscas, y está cerca, ya te acoge.
or algo ¡bienaventurada Lindau! está
parado, como un hijo
u puerta rodeada de oleaje susurrado, un
viajero
mira y busca un nombre cariñoso para ti,
en un canto.
a es una de las puertas hospitalarias del
país,
a adentrarse en la encantadora lejanía de
muchas promesas,
donde los milagros existen, allá donde la
divina fiera
Rin abre su ruta arrojada bajando hacia la
llanura
trae de las peñas el valle jubiloso,
allá, a través del claro macizo, dirigirse
a Como,
cia abajo, conforme declina el día, al mar
abierto.
o aún más seductora me resultas, bendita
puerta,
a ir al país donde conozco los caminos
florecientes,
sitar allá la tierra y hermosos valles del
Neckar,
s bosques, y el verde de los árboles
sagrados donde
oble gusta asociarse con mansos abedules
y hayas,
pueblo en la montaña me retiene
hospitalario.
5
á me reciben; y tú, oh voz de la ciudad,
voz de la madre,
ncides y remueves antiguas lecciones en
mí.
o son ellos, el sol y la dicha, que todavía
lucen,
queridos, casi más claros que antes en
vuestros ojos.
¡No ha cambiado! Todo medra y madura,
pero nada
uanto aquí vive y ama deja atrás la
fidelidad.
o lo mejor, el tesoro que está bajo el
sagrado
o de la paz, está reservado a jóvenes y
viejos.
o insensateces. Es la alegría. Pero
mañana y en lo venidero,
ndo salgamos y contemplemos el campo
viviente
o los árboles en flor, en los días festivos
de la primavera,
laré y esperaré mucho de todo esto con
vosotros, queridos.
cho supe del padre supremo y largo
tiempo
é sobre él, que reanima al tiempo errante
ba en las cumbres y reina sobre montañas,
pronto nos concederá dones celestiales y
proclamará
os más claros y enviará muchos buenos
espíritus. Oh, no tardéis,
id, vosotros los mantenedores, ángeles del
año, y vosotros,
6
eles del hogar, venid. Repártase lo
celestial
todas las arterias de la vida, alegrando
todo a la vez.
noblece! ¡Rejuvenece! Que nada de lo
bueno para el hombre,
na hora del día sin los bienaventurados
dicha del reencuentro de los amantes,
ustifique conforme es debido.
ndo bendecimos la mesa, ¿a quién podré
nombrar?
uando descansamos de la vida diaria, ¿a
quién daré gracias?
mbraré al Altísimo? Un dios no ama lo
inconveniente,
a comprenderlo, nuestra alegría es casi
demasiado menguada.
emos callar a menudo, faltan nombres
sagrados,
pitan los corazones y, con todo, se
retienen las palabras?
o una cítara presta los sones a cada hora,
uizá regocije a los celestiales que se
acercan.
preludia, y con eso casi aplaca
reocupación que se deslizaba bajo la
alegría.
ocupaciones así ha de sufrir en su alma,
quiera o no,
has veces un cantor; pero los demás, no.
SALIDA AL CAMPO
A Landauer
afuera, amigo, cierto es que hoy apenas
luce
í abajo y el cielo nos rodea
estrechamente,
as montañas ni las copas del bosque
destacan
mo querríamos, y el aire reposa vacío de
cantos.
y está oscuro, dormitan calles y pasajes, y
casi
parece que es como en la edad de plomo.
todo, el deseo acierta, auténticos
creyentes no desesperan
na hora, y el día queda dedicado al
placer.
s lo que ganamos del cielo no alegra
menos
ndo primero niega y al final obsequia a
los niños.
mpre que tales palabras, y también pasos,
y esfuerzos,
ezcan la pena, y lo placentero sea del
todo verdadero.
eso espero que cuando empecemos
eseado, se liberará nuestra lengua,
contraremos las palabras, y exultará el
corazón,
la frente embriagada nacerán más altos
pensamientos,
oración del cielo empezará a la vez que
la nuestra,
ierto a la mirada abierta estará lo
luminoso.
s lo que deseamos no es formidable, sino
que
enece a la vida, y parece conveniente y
favorable a la vez.
mbién llegan siempre antes del verano al
país
unas de las golondrinas traedoras de
bendiciones.
y queremos subir con nuestros augurios a
esta colina
a consagrar con buenos propósitos el
suelo
de el anfitrión entendido construye la casa
a los huéspedes,
a que disfruten y contemplen la belleza y
plenitud del país,
a que, como desea el corazón, se coronen
pública y espiritualmente
comidas, las danzas, los cantos, y el
regocijo de Stuttgart.
era la filantrópica luz de mayo expresar
mejor cuanto
invitados versátiles interpretarán por sí
mismos,
en, como antes, si gusta a los demás,
porque el uso es antiguo
menudo lo contemplan sonrientes los
dioses sobre nosotros,
nuncie el carpintero la fórmula desde el
caballete del tejado,
otros, vaya bueno, ya hicimos lo nuestro.
o el lugar es bello cuando en los festivos
de primavera
espliega el valle, y aguas abajo con el
Neckar
mecen en el aire acunador, blancos de
flores, incontables,
os los árboles que verdeguean, como los
prados y bosques,
ntras cubierta de nubecillas en el
somontano, la viña
nece, y medra, y se caldea bajo el aire
soleado.
STUTTGART
1
a vez una felicidad vista. Curada la
peligrosa sequía,
gor de la luz no socarra más las flores.
ra se abre otra sala, está sano el jardín,
frescado por la lluvia susurra el valle
centelleante
onado de vegetación, los arroyos se
hinchan, y todas las alas
gadas se aventuran de nuevo en el reino
del canto.
ra el aire está lleno de seres alegres, y la
ciudad y el bosque
osan de dichosos vástagos del cielo
se reencuentran y vagan gustosos entre sí,
cuidado, y nada parece escaso ni
excesivo.
s así lo dispone el corazón, y un espíritu
divino
envía la gracia garbosa de respirar.
o los viajeros también están bien guiados
y tienen
naldas y cantos, han aderezado el báculo
sagrado
racimos y follaje, y la sombra del abeto;
e el júbilo de pueblo en pueblo, y de día
en día,
anzan los montes como carros uncidos de
animales
ajes, y lleva su carga apresurado el
camino.
2
o ¿tú crees que los dioses han abierto
puertas y alegrado el camino para nada?
que en balde añaden a la abundancia del
festín
os, fresas, miel y frutos en su bondad,
bsequian la luz purpúrea para los cánticos
festivos, y la fresca
ácida noche para las más hondas
conversaciones amistosas?
e detiene algo más serio, guárdalo para el
invierno, y si quieres
arte, ten paciencia, mayo favorece a los
pretendientes.
ra toca otra cosa, ahora ven y celebra la
vieja
umbre del otoño que aún perdura noble
entre nosotros.
y es el día de la patria y cada cual arroja a
la llama
emonial del sacrificio aquello que posee.
eso, susurrando en torno al cabello, nos
corona el dios común
vino disuelve como las perlas el
entendimiento.
significa la mesa venerada, cuando nos
sentamos
ntamos en torno a ella, como las abejas
alrededor del roble,
es el entrechocar de las copas, y por eso
se someten al coro
almas indómitas de los hombres
enfrentados.
3
ra, para que por demasiado prudentes no
se nos pase
época proclive, saldré al encuentro
enseguida
a la frontera del país donde las aguas
azules
río bañan la isla y mi amado solar natal.
bas orillas y también la roca que se alza
verde
as olas, con jardines y casas, son
sagradas para mí.
á nos encontraremos; oh luz bondadosa,
donde uno
us rayos más sensibles por primera vez
me tocó.
á empezó y empezará de nuevo la querida
vida.
o ¿no veo la tumba del padre y ya te
lloro?
ra, detente, estrecha tu amigo, y escucha la
palabra
antes me curó con arte celestial las penas
del amor.
a cosa se impone, tengo que nombrarle los
héroes del país,
rbarroja! también tú, buen Christoph, y tú,
radino, que caíste como los fuertes, la
hiedra
deguea en la roca y el follaje báquico
oculta la fortaleza,
o el pasado, como el futuro, es sagrado
para los poetas,
días de otoño purgamos las sombras.
4
morando a los héroes y el destino que
levanta el corazón,
obra y ligeros, pero también piadosos y
contemplados
el éter, como los antiguos y felices poetas
criados por los dioses,
ontamos alegremente campo arriba.
gran medro en derredor. De aquellos
montes más lejanos
ceden muchos de los jóvenes que
descienden de la colina.
de allá corren fuentes y cien laboriosos
arroyos
recipitan día y noche, y labran el país.
o el maestro laborea el medio del país,
hace los surcos
orriente del Neckar, que hace bajar las
bendiciones.
egan con él los aires de Italia, envía el
mar
nubes y soles magníficos a su vez.
eso crece casi por encima de nuestras
cabezas la cosecha
lenta, pues aquí en la llanura la riqueza se
ha otorgado
más largueza a los paisanos amigos,
aunque nadie
as montañas les envidia los jardines, las
viñas,
hierba lozana, y el cereal, y los árboles
incandescentes
alineados al borde del camino
sobrepasan a los viajeros.
5
o mientras miramos y pasamos por esa
alegría poderosa,
os escapan el camino y el día, como a
borrachos.
s coronada de sagrado follaje levanta ya
la ciudad
tre su cabeza sacerdotal que brilla en
lontananza.
levanta y sostiene con magnificencia el
tirso y el abeto
a las dichosas nubes purpúreas.
avorable a nosotros, el huésped y el hijo,
oh princesa de la patria,
naventurada Stuttgart, acoge por mí al
forastero.
mpre has apreciado el canto con flautas y
arpas,
ún creo, y la palabrería pueril de la
canción, y el dulce
do de las penas con presencia de ánimo,
eso regocijas con gusto el corazón de los
cantores.
s vosotros, mayores, alegres, que en todo
tiempo
s y reináis, reconocidos, o aún más
poderosos
ndo obráis y creáis en la noche sagrada, y
gobernáis solos,
dopoderosos criáis un pueblo piadoso,
a que los jóvenes se acuerdan de los
padres ahí arriba,
uro y lúcido está ante vosotros el hombre
juicioso.
6
eles de la patria, vosotros ante quienes
ceden la mirada
s rodillas del hombre aislado por fuerte
que sea,
a mantenerse ha de recurrir a los amigos y
solicitar a quienes ama
a que conlleven a su lado toda la carga
bienhechora,
cias os doy, benefactores, por este y todos
los demás
son mi vida y mi bien entre los mortales.
o anochece, apresurémonos a celebrar la
fiesta de otoño
avía hoy, que el corazón rebosa, pero la
vida es corta,
ra enumerar lo que el día celestial nos
manda decir,
rido Schmid, nos bastamos nosotros dos.
raigo excelentes, y el fuego de la amistad
se elevará,
palabra más valerosa se pronunciará más
sagrada.
a, qué pura es, y los amables dones del
dios
compartimos solo existen entre quienes
aman,
a más. O venid, hacedlo real, pues estoy
solo,
adie me quitará el sueño de la frente?
id y tended la mano, queridos, eso
bastará,
o el mayor placer lo reservamos a la
posteridad.
PAN Y VINO
1
osa la ciudad a la redonda, se aquieta la
calle iluminada,
alejan ruidosos los coches adornados de
antorchas.
etiran a descansar los hombres saciados
de las alegrías del día
a cabeza reflexiva sopesa ganancias y
pérdidas,
tenta y en casa. Vacío de racimos y flores,
manufacturas, el mercado laborioso
descansa.
o suena la cítara desde jardines lejanos,
acaso la pulse
un amante, o un hombre que está solo
morando amigos lejanos y la juventud; y
las fuentes
gotables y frescas charlotean junto a los
parterres fragantes.
nan lentas en el aire de entreluces
campanas volteadas,
cuerda la hora, anunciando el número, un
vigilante.
mbién viene ahora un viento y agita las
copas del bosque,
a, la imagen en sombra de nuestra tierra,
la luna,
bién llega a escondidas. La entusiasta, la
noche, viene
a de estrellas y bastante poco preocupada
por nosotros,
brilla la asombrosa, la extraña entre los
hombres,
encima de las cimas montañeras, triste y
suntuosa.
2
maravilloso el favor de la archisublime y
nadie sabe
dónde viene, ni qué le vendrá a uno de
ella.
mueve el mundo y el alma esperanzada
de los hombres,
iquiera un sabio entiende lo que trama,
pues así
uiere el dios superior que te quiere
mucho, y por eso
ieres, más que la noche, el día reflexivo.
o también a veces agradan las sombras a
la vista clara
hombre leal intenta dormir antes de hora,
en se recrea en mirar la noche.
procedente dedicarle coronas y cantos
que está consagrada a los errantes y los
muertos,
que ella perdura eterna en el espíritu más
libre.
ara que tengamos algún asidero en la
zozobra
la tiniebla, también ella tiene que
depararnos
lvido y la sagrada embriaguez,
garnos la palabra fluida, que sea
despierta
mo los amantes, y copas más llenas, y vida
más valiente,
bién memoria sagrada, para velar de
noche.
3
más, es inútil que ocultemos el corazón
en el pecho, inútil
retengamos aún el ímpetu, maestros y
aprendices, pues
én lo impedirá y quién podrá prohibirnos
la alegría?
divino fuego nos impulsa día y noche
onernos en marcha. Así que ven a que
contemplemos lo abierto,
ue busquemos lo propio donde quiera que
esté.
cosa es fija: sea a mediodía, o llegue
a la medianoche, siempre existe una
medida
mún a todos, aunque hay para cada cual una
propia,
cia ella van y vienen todos en tanto
pueden.
nga! Que una locura arrebatadora puede
burlarse de la burla
ndo se apodera repentinamente de los
cantores en la sagrada noche.
vayamos al Istmo, allá donde ruge el mar
abierto,
o al Parnaso, y la nieve brilla en torno a
los acantilados délficos,
al país del Olimpo, en la cima del
Citerón,
bajo los abetos, entre las viñas, de donde
lzan el fragor de Tebas e Ísmeno en el
país de Cadmo,
llá viene, y señala el regreso, el dios que
se acerca.
4
naventurada Grecia, casa de todos los
celestiales,
entonces cierto lo que oímos en la
juventud?
a de fiestas! El suelo es el mar, y las
mesas, los montes,
verdad construida antes de los tiempos
para ritos únicos!
o ¿dónde están los tronos, dónde los
templos y las copas
as de néctar, dónde el canto para goce de
los dioses?
nde brillan pues los oráculos que
alcanzan la lejanía?
fos duerme, ¿dónde resuena el gran
destino?
nde está el veloz? ¿Dónde rompe, lleno
de fortuna omnipresente,
ando desde el aire claro sobre los ojos?
dre éter! Se llamaba y volaba de lengua en
lengua
uplicado, nadie soportaba la vida solo,
on semejante regocija repartido e
intercambiado con forasteros,
convierte en júbilo, y crece durmiendo la
fuerza de la palabra,
dre sereno! Y se hace eco amplio el signo
antiguo
edado de los padres, eficaz y creador.
aparecen los celestiales, así desciende su
luz
conmueve lo hondo desde las sombras a
los hombres.
5
o primero vienen inadvertidos, y las
criaturas se rebelan
tra ellos, pues la fortuna aparece
demasiado luminosa y cegadora,
hombre los teme, un semidiós apenas
sabría
mbrar a quienes se le aproximan con
dones.
o es grande el coraje venido de ellos, le
llenan el corazón
su alegría, y él apenas sabe usar el don,
a, despilfarra y casi le parece sagrado lo
profano
toca con su mano que bendice, insensata
y bondadosa.
celestiales lo toleran lo más posible,
pero luego comparecen
erdad, y los hombres se acostumbran a la
felicidad
la luz, y a contemplar el rostro de los
desvelados
uienes de tiempo atrás llamaban uno y
todo,
o el corazón callado de libre satisfacción,
primera y sola vez cumplido todo deseo.
es el hombre; cuando tiene lo bueno
delante, y un dios mismo
roporciona sus dones, él no lo entiende ni
lo ve.
tuvo que padecerlo antes; ahora, en
cambio, él nombra lo más querido,
ra es cuando tienen que nacer, como
flores, palabras para eso.
6
hora piensa en honrar de veras a los
dioses bienaventurados,
o tiene que proclamar real y
verdaderamente su alabanza.
a debe aparecer a la luz que no agrade a
los de arriba,
e admiten ante el éter tentativas vanas.
para ser dignos en la presencia de los
celestiales,
pueblos se rigen en ordenanzas
espléndidas,
nstruyen hermosos templos y ciudades
das y nobles, levantadas en las orillas de
las aguas.
o ¿dónde están, dónde florecen las
célebres, las coronas de la fiesta?
as se marchitó, y Atenas. ¿No resuenan ya
las armas
Olimpia, ni los carros áureos en la
carrera,
no se decoran las naves de Corinto?
r qué callan también los viejos teatros
sagrados?
r qué no se regocija la danza ceremonial?
r qué ya no señala la frente del hombre un
dios,
marca como antes al designado?
ien venía él mismo, y tomaba la figura
humana,
lminaba y cerraba consolador la fiesta
celestial.
7
o amigo, llegamos tarde. Cierto es que
viven los dioses,
o sobre nuestras cabezas, arriba, en otro
mundo.
á actúan sin cesar y parecen cuidarse poco
i vivimos, de tanto como nos cuidan
ellos.
s no siempre puede contenerlos un
recipiente frágil,
o a veces soporta el hombre la divina
plenitud.
eso la vida es soñar con ellos. Pero el
error
da, así como el dormir, la necesidad y la
noche fortalecen,
ntras los héroes crecen lo bastante en sus
cunas broncíneas,
les en coraje a los dioses, como solía ser.
drán tronando, y entretanto muchas veces
me parece
or dormir que estar así sin compañeros,
ardando, y, mientras tanto, no sé qué
hacer, ni decir
a qué sirven los poetas en tiempo de
indigencia.
o tú dices que son como los sumos
sacerdotes del dios del vino
se trasladan de país en país durante la
sagrada noche.
8
ndo, hace cierto tiempo, que nos parece
mucho,
endieron a lo alto todos los que hacen la
vida feliz,
ndo el padre volvió su rostro de los
hombres
tristeza empezó justamente sobre la
tierra,
ndo por fin apareció un genio silencioso,
celestialmente
solador, que anunció el final del día y
desapareció,
oro celestial dejó, como señal de que
aquel
ía estado y de nuevo volvería, algunos
dones
os que podríamos gozar humanamente
como antes,
s para alegrarse con el espíritu era
excesivo lo supremo
e los hombres y aún faltan los fuertes para
las más altas
grías, aunque todavía pervive en silencio
alguna gratitud.
an es el fruto de la tierra y está
bendecido por la luz,
l dios tonante viene la alegría del vino.
eso nos hacen pensar en los celestiales
que antes
vieron aquí y volverán en su tiempo,
eso cantan ellos con seriedad, los poetas,
al dios del vino,
ese antiguo dios no le suena en vano su
alabanza.
9
ienen razón al decirlo, él reconcilia el
día y la noche,
ce salir y ponerse a los astros del cielo,
mpre contento, como el follaje del abeto
que siempre verdeguea
ue él ama, y como la corona de hiedra que
escoge,
que permanece y hace descender la traza
de los dioses idos
a quienes viven sin ellos entre tinieblas.
a, nosotros somos lo que el antiguo canto
dijo de las criaturas de dios: el fruto de
las Hespérides.
cumple maravillosa y exactamente en los
hombres,
ree quien lo ha probado. Pero de tanto
como acontece
a nos afecta, pues somos cual sombras sin
corazón,
a que el padre éter reconozca y
pertenezca a todos.
etanto viene como portador de la
antorcha
e las sombras el hijo del más alto, el
sirio.
ven los sabios bienaventurados y se
ilumina una sonrisa
alma presa, ya se abren sus ojos a la luz.
rme y sueña más dulcemente el titán en
brazos de la tierra,
a Cerbero el envidioso bebe y duerme.
COMO CUANDO UN DÍA
DE FIESTA
mo cuando un día de fiesta, un labrador
a ver el campo por la mañana, luego de
que
relámpagos refrescantes cayeran sin cesar
a noche ardiente, y aún retumba el trueno
en la lejanía,
o vuelve a su lecho,
suelo fresco verdeguea,
viña gotea de la lluvia
osa del cielo y se alzan brillantes
ol tranquilo los árboles del soto:
se alzan, en tempero favorable,
s que no educó solo un maestro, sino
oderosa, la divinamente hermosa
naturaleza
agrosamente omnipresente en ligero
abrazo.
eso, cuando ella parece dormir en épocas
del año,
l cielo, o entre las plantas, o los pueblos,
bién se pone triste la cara de los poetas,
ece que están solos, pero siempre prevén.
que también ella duerme previendo.
o ahora es de día. Esperé y lo vi llegar.
o que vi, lo sagrado me sea palabra.
propia naturaleza, que es anterior a los
tiempos,
perior a los dioses de occidente y oriente,
ra se ha despertado con estrépito armado,
sde lo alto del éter al fondo del abismo,
forme a la ley establecida, como antes,
originada del sagrado caos,
lve a sentir el entusiasmo
readora de todo.
omo un fuego brilla en la mirada del
hombre
ndo trama algo elevado, así ha prendido
nuevo un fuego en las almas de los poetas,
o a los signos y hechos del mundo.
o que antes pasó, pero apenas se sintió,
ra sí que es evidente,
reconocen las fuerzas de los dioses,
vivificadoras de todo, las que sonrientes
cultivaron los campos en forma de
labradores.
eguntas por ellas? En la canción anda su
espíritu
ndo emana del sol diurno y la tierra tibia,
las tormentas que en el aire y otros
sitios,
paradas en la profundidad del tiempo,
ás claras y llenas de sentido para
nosotros,
ulan entre cielo y tierra, y entre los
pueblos.
pensamientos del espíritu común
terminan callados en el alma del poeta
a que súbitamente impactada, de tiempo
atrás
ocedora de lo infinito, instigada por
memoria, inflamada por el rayo sagrado,
azca el fruto del amor, la obra de dioses y
hombres,
oema, que da muestra de unos y otros.
cayó, según dicen los poetas, el rayo
dios en casa de Semele, que deseaba
verlo,
tocada divinamente parió
uto de la tormenta, el sagrado Baco.
or eso beben ahora los hijos de la tierra
uego celeste sin peligro.
o a nosotros poetas nos corresponde
manecer descubiertos bajo la tormenta
divina,
mar con las propias manos
ayo del padre y entregar al pueblo,
ado en canto, el divino don.
s solo nosotros tenemos corazones puros,
mo niños, y nuestras manos son inocentes,
ayo del padre, el puro, no consume el
corazón,
que, conmovido profundamente,
compadeciendo
sufrimientos del más fuerte, permanece
stante en las tormentas divinas
precipitadas de lo alto.
o, ay de mí, si de
de mí
digo,
me he acercado a ver los celestiales,
s mismos me arrojan entre los vivientes,
s falsos sacerdotes, a la oscuridad, para
que
e la canción a los aplicados.
A LA TIERRA MADRE
o canto yo, en nombre de una asamblea
abierta.
vibra, pulsada como de prueba
manos alentadoras, una cuerda
rincipio; pero enseguida inclina feliz
abeza sobre el harpa,
serio, el maestro, y los sonidos
e abren, y se vuelven alados,
antos que son, y suenan juntos bajo el
toque
quien los despierta, y rotunda se eleva,
como del mar,
rminable en los aires, la nube de la
armonía.
o será distinto
son del harpa,
anto,
oro del pueblo.
s aunque tenga tantos signos,
autas en su poder, y relámpagos,
mo ideas, el sagrado padre
ría mudo
se reencontraría entre los vivientes,
a comunidad no tuviera un corazón para el
canto.
todo,
l que nació la roca,
forjaron en el taller tenebroso
fundamentos broncíneos de la tierra,
antes de que los arroyos corrieran desde
los montes,
osques y ciudades florecieran junto a los
ríos,
a había creado, tonante,
ley pura,
ndó puros sonidos.
obstante, disculpa, oh poderoso,
ue canta solo, y danos cantos suficientes
a que se exprese, conforme
emos, el secreto de nuestra alma.
s muchas veces oigo
cantos de los antiguos sacerdotes
mbién
paro mi alma para pensar así.
o deambulan los hombres
la sala de armas, mano sobre mano,
atos ociosos, y contemplan las armas
suma gravedad, y uno cuenta
mo los antepasados tensaban el arco,
uros del blanco lejano,
dos le creen,
o ninguno osa probar.
n como un dios los brazos
os hombres,
poco procede un traje ceremonial para
uso diario.
columnas del templo se alzan
ndonadas en días de penuria,
so suene el eco del temporal del norte
o hondo de los pórticos,
lluvia los limpie,
ezca el musgo, y vuelvan las golondrinas,
días de primavera, pero permanece
innombrado
ios en el interior, y la copa de acción de
gracias,
s vasos del sacrificio, y todos los
ornamentos sagrados
ltos al enemigo, en la tierra encubridora.
o
ién agradecerá, antes de recibir,
ntestará, antes de haber escuchado?
se interrumpa su discurso tonante
ntras hable un superior.
ne mucho que decir, y otro derecho,
y uno que no termina en horas,
s tiempos del creador son
mo una montaña
o alto oleaje de mar a mar
xtiende sobre la tierra,
viajeros cuentan mucho de eso,
bestia salvaje se pierde en los abismos,
horda vaga por las cumbres,
o en la sagrada sombra,
o a la cuesta verde, vive
astor y contempla las cimas.
EN LA FUENTE DEL
DANUBIO
que, como cuando desde lo alto del
órgano soberbiamente entonado,
a nave sagrada,
amente fluyendo de los tubos inagotables,
ieza por la mañana el preludio que
despierta,
amplio derredor, de bóveda en bóveda,
a la refrescante corriente melódica
casa se llena de entusiasmo
a sus frías sombras,
nces se despierta y, ascendiendo
a el sol de la fiesta, responde
oro de la comunidad. Así vino
sotros la palabra desde Oriente,
las rocas del Parnaso y la ladera del
Citerón oigo,
Asia, tu eco, y se quiebra
o al Capitolio, y de golpe bajando de los
Alpes
ne una extranjera
sotros, la despertadora,
oz formadora de hombres.
onces sobrecogió el asombro las almas
odos los aludidos, y la noche
rió los ojos de los mejores.
s mucho puede el hombre,
oleaje, y las rocas, y el poder del fuego,
también
era con su arte,
de elevados pensamientos no teme
spada, aunque el fuerte
derrotado por lo divino
si igualado a la bestia salvaje que,
strada por la dulce juventud,
a sin cesar por el monte
ente su propia fuerza
l calor meridiano. Pero, cuando
lina en las brisas que juegan
uz sagrada, y el espíritu jovial
de en la tierra dichosa
el rayo más fresco, entonces cede, no
habituada
más bello, y se duerme a medias,
s de que salgan las estrellas. Como
nosotros. Pues a algunos
es apagó la luz de los ojos antes de que
nos llegaran
dones favorables divinamente enviados
desde Jonia
mbién desde Arabia, y nunca se regocijó
lma de aquellos dormidos
la preciosa enseñanza y los cantos
graciosos.
o algunos velaron. Y a menudo andaban
tentos entre vosotros, ciudadanos de las
hermosas ciudades,
l campeonato donde el héroe invisible
entaba en secreto junto al poeta, veía los
contendientes,
ogiaba sonriente el elogiado a los niños
de seria ociosidad.
y es un amor incesante,
unque separados, pensamos
s en otros; dichosos moradores
stmo, de Cefis y del Taigeto,
bién pensamos en vosotros, valles del
Cáucaso,
antiguos en vuestros paraísos,
tus patriarcas y profetas,
Asia, tus valientes, oh madre!
sin miedo ante los signos del mundo,
n el cielo y todo el destino sobre los
hombros,
igados durante días en los montes,
eron por primera vez
lar a solas
Dios. Descansan en paz. Pero aunque
vosotros,
que decirlo,
otros, antiguos todos, no sepáis por qué,
otros, sagradamente necesitados, te
llamamos
raleza, y te surge renovado,
mo salido del baño, todo lo divinamente
nacido.
rto es que casi andamos como huérfanos,
so sea como antes, salvo que no hay
aquella solicitud;
todo, los jóvenes que recuerdan la niñez
on extraños en casa.
en el triple, igual que
primeros soles del cielo.
o en vano se nos concedió
ealtad en el alma.
solo nos preserva a nosotros, sino
también lo vuestro,
n las reliquias, las armas de la palabra
al separarnos, hijos del destino,
dejasteis a los menos hábiles,
otros, buenos espíritus, también estáis
presentes;
has veces, cuando a uno lo envuelve la
nube sagrada,
asombramos y no lo entendemos.
o vosotros sazonáis con néctar nuestro
aliento,
tonces nos regocijamos, o bien nos aflora
idea que, si es muy amada por vosotros,
descansa hasta que es vuestra.
eso, oh bondadosos, rodeadme
dulcemente,
a que pueda quedarme, pues hay mucho
por cantar,
o ahora acaba, llorando de dicha,
mo un cuento de amor,
canto, y así me ha ido,
sonrojo y palidez,
de el principio. Pero así va todo.
LA MIGRACIÓN
chosa Suabia, madre mía,
bién tú, como la hermana más reluciente,
mbardía, al otro lado,
vesada por cien corrientes!
sombrean árboles abundantes,
florecientes de blanco y rosa,
ás apagados, adustos, plenos de follaje
verde oscuro,
mbién las montañas alpinas de Suiza,
inas tuyas, pues junto al hogar de casa
es, y escuchas cómo fluye en el interior,
de cálices de plata,
uente repartida
manos puras, cuando tocado
ristal de hielo
los cálidos rayos, y derrumbada
la luz de leve estímulo
ima nevada, inunda la tierra
el agua más pura. Por eso,
delidad es innata. Quien habita
o al origen difícilmente deja el lugar.
s criaturas, las ciudades,
o al lago de lejano crepúsculo,
o los sauces del Neckar, a la orilla del
Rin,
as piensan que en ninguna parte
iviría mejor.
o yo quiero ir al Cáucaso!
s he oído
mismo en las brisas:
poetas son libres como las golondrinas.
mbién uno me confió,
ías de juventud,
antaño
antepasados de la raza alemana,
cemente arrastrados por las olas del
Danubio,
oparon, un día de verano, cuando
usca la sombra,
los hijos del sol,
illas del mar Negro,
or algo se llama aquel mar
ospitalario.
s, tras haberse visto,
ellos se aproximaron, y luego también
entaron los nuestros curiosos bajo los
olivos.
o al rozarse sus vestidos,
ando nadie podía entender
engua del otro, habría surgido
querella, si no llega a descender
as ramas la frescura,
muchas veces abre en el rostro
os enfrentados una sonrisa,
or un momento se miraron en silencio,
ego se tendieron las manos. Y pronto
rcambiaron las armas y todos
objetos familiares,
rcambiaron la palabra también
en vano hacen votos los queridos padres
sus hijos en el júbilo de la boda.
s de las sagradas uniones
e una estirpe
bella que todo
nto antes y después recibe nombre
humano.
o ¿dónde vivís, queridos parientes,
a que renovemos la alianza
emoremos los queridos antepasados?
á en las riberas, bajo los árboles
onia, en la llanura del Caistro,
de las grullas, alegría del éter,
en rodeadas de montes de lejano
crepúsculo,
estuvisteis vosotros también, los más
bellos;
en labrasteis las islas coronadas de vino
sonantes de canto; mientras otros
habitaron
o al Taigeto, y la muy ponderata Himeto,
últimos en florecer. Pero desde
uente del Parnaso hasta los áureos
torrentes
Tmolo resuena
anto eterno; así susurraron
s los bosques, y todas
cítaras a un tiempo,
adas por la dulzura celeste.
país de Homero!
ie del cerezo purpúreo,
uando enviado por ti a la viña
verdeguean los jóvenes albérchigos,
golondrina viene de lejos y contando
muchas cosas
struye su casa en mis paredes,
os días de mayo, también bajo las
estrellas,
acuerdo, oh Jonia, de ti. Pero los hombres
n el presente. Por eso
enido a veros, islas, ¡y a vosotras,
embocaduras de las corrientes, moradas
de Tetis,
vosotros, bosques, y a vosotras, nubes del
Ida!
o no pienso quedarme.
nhóspita y difícil de ganar
madre callada de quien me fui.
de sus hijos, el Rin,
o lanzarse a su cuello violentamente y,
rechazado,
apareció, nadie sabe dónde, en la lejanía.
o yo no querría irme así
u lado, y solo por convidaros
enido a vosotras, Gracias de Grecia,
s del cielo,
a que, si el trayecto no es excesivo,
ngáis a nosotros, oh favorables!
ndo los aires alienten más dulces
mañana nos envíe amorosos dardos,
sotros, comedidos en exceso,
orezcan nubes ligeras
re nuestros ojos tímidos,
nces diremos: ¿cómo habéis venido
ciosas, donde los bárbaros?
o las servidoras del cielo
maravillosas,
mo todo lo divinamente originado.
convierten en sueño, si uno
quiere rastrear, y castigan a quien
quiere reducir a la fuerza.
chas veces sorprenden a quien
os lo había pensado.
EL RIN
aba sentado en la hiedra oscura, junto al
lindero
bosque, cuando el mediodía de oro
cendió, visitante de la fuente,
la escalera del macizo alpino,
según sé por antigua tradición,
eputada como fortaleza de los celestiales
namente construida, pero donde
ho de lo secretamente destinado
a a conocimiento de los hombres.
allá recibí insospechada noticia
un destino, pues no bien
itaba en la cálida sombra
re algo, cuando fantaseó
alma con italia
más lejana costa de Morea.
ra, en cambio, dentro de la montaña,
por debajo de las cimas plateadas
l verde gozoso,
de los bosques se estremecen por él,
s cimas de las rocas atisban
s sobre otras, durante días, allá
l más frío abismo, escuché
oven implorar
rtad, y lo oían quejarse
padres apiadados,
mo acusaba a la madre tierra,
tonante que lo engendró,
o los mortales rehuían el lugar,
s era tremenda la rabia del semidiós,
ndo se debatía sin luz,
us cadenas.
la voz del más noble de los ríos,
Rin, nacido libre.
esperaba otra cosa cuando allá arriba se
separó
us hermanos, el Tesino y el Ródano,
uiso marchar solo, y su alma regia
rrastraba impaciente hacia Asia.
o es insensato
ear ante el destino.
que los más ciegos
los hijos de los dioses. Pues el hombre
conoce
de construir su casa, y el animal,
uya, pero a aquellos
falta saber dónde
gir su alma inexperta.
puramente nacido es un enigma. Incluso
a el canto es apenas descifrable. Pues
como empezaste, permanecerás,
más que aprieten la necesidad
disciplina, lo que más puede
l nacimiento,
rayo de luz que
de en el recién nacido.
o ¿dónde hay uno
mo el Rin, para seguir libre
a su vida, y cumplir a solas
eseo del corazón, desde
ras tan favorables?
an dichosamente nacido,
mo aquel, de un sagrado seno?
eso, su palabra es un grito de júbilo.
le gusta, como a los demás niños,
ar en refajos.
s, cuando a lo primero las orillas
eslizan y serpentean a su lado,
ñen ansiosas
mprudente, deseando
strarlo y protegerlo
us propias fauces, él desgarra
riente los meandros y se precipita
el botín, y si en la prisa
mayor no lo reprime
deja crecer, hendirá la tierra
mo el rayo y los bosques huirán detrás
mo encantados, hundiéndose con ellos los
montes.
o un dios desea ahorrar a sus hijos
ida apresurada y sonríe
ndo, desenfrenados pero retenidos
los Alpes sagrados, se enojan con él
ríos, como este, en la profundidad.
mbién en tales fraguas se forja
go todo lo puro,
hermoso cómo,
go de abandonar los montes,
eante tranquilo por el país alemán,
placa, y acalla su anhelo
buenas obras, cuando el padre Rin
iva la tierra y sustenta sus amadas
criaturas
as ciudades que ha fundado.
o nunca jamás la olvidará;
s antes perecerá la morada,
ley, y se volverá intemperie
ía de los hombres, que uno así
da olvidar la fuente,
pura voz de la juventud.
ién corrompió primero
lazos del amor
ellos hizo amarras?
go se burlaron los rebeldes
u propio derecho
l fuego celestial, y entonces,
preciando el camino mortal,
ogieron lo temerario
piraron a ser como los dioses.
o a los dioses les basta
ropia inmortalidad, y si algo
esitan los celestiales,
héroes y hombres,
ortales en general. Pues como
bienaventurados no sienten por sí,
debe sentir, si se puede
ir tal cosa, en nombre
os dioses, como participante
ual necesitan. Con todo, su decreto
ue, si uno quiere ser como ellos,
soporta la diferencia, ese iluso
ruirá su propia casa,
ará al amigo como enemigo,
terrará a su padre e hijo
o los escombros.
naventurado, pues, quien encontró
estino bien satisfactorio,
de el recuerdo
viajes y penas eleva
ulce rumor en orillas seguras,
a que pueda mirar gustoso
y allá, hasta los límites
al nacer, Dios
eñaló como morada.
onces reposa conforme y dichoso
s todo lo que quiso,
elestial, rodea por sí,
coacción, al audaz
ahora sonríe, mientras descansa.
ra pienso en los semidioses,
s amados que debo conocer
que su vida ha conmovido
frecuencia mi pecho anhelante.
o a quien, como a ti, Rousseau,
eparó un alma invencible,
uerte tenacidad,
sentido seguro,
cuchar dulces dones,
blar de modo que, desde la plenitud
sagrada,
mo el dios del vino, dé a entender la lengua
os más puros, insensata, divina y sin ley,
s buenos, mientras, con todo derecho,
pea con ceguera a los irreverentes,
s siervos profanos, ¿cómo llamo a ese
extranjero?
hijos de la tierra son, como la madre,
ntes de todo, así que también lo acogen
o sin esfuerzo, dichosos ellos.
mbién por eso se sorprende
panta el hombre mortal
ndo piensa en el cielo
con brazos amantes,
gó sobre los hombros,
el peso de la alegría.
onces le suele parecer lo mejor
r casi del todo olvidado, allá
de el rayo no quema,
a sombra del bosque,
orilla del lago de Bieler, en la fresca
verdura,
spreocupadamente pobre en cantos,
ejante al principiante, aprender del
ruiseñor.
s señorial levantarse entonces
sueño sagrado, despertándose
frescor del bosque, ya atardecido,
a ir al encuentro de la luz más suave,
ndo quien construyó los montes
arcó la senda a los ríos,
pués de guiar con sus aires,
riente, como si fuera una vela,
ida ocupada y escasa en inspiración
os hombres, también reposa,
clina ahora el formador, el día,
a su alumna, la tierra de hoy,
ontrando más bien
mal.
onces celebran esponsales hombres y
dioses,
estejan todos los vivientes,
or un momento
ancela el destino.
os fugitivos buscan el abrigo,
s valientes, el dulce sueño,
amantes, en cambio,
lo que fueron, están
asa, donde las flores se alegran
alor inofensivo, y el espíritu
urra en torno a los árboles sombríos, pero
los Irreconciliados
an transformado y corren
nderse las manos,
s de que la luz amiga
cienda y venga la noche.
todo, esto pasa
risa para algunos, otros
mantienen más tiempo.
dioses eternos están
mpre llenos de vida, pero un hombre
de conservar en la memoria
mejor hasta la muerte.
ntonces experimenta lo supremo.
o que cada cual tiene su medida,
s es difícil sobrellevar
nfortunio, pero más aún la fortuna.
que un sabio consiguió
manecer lúcido durante el festín,
de mediodía hasta medianoche,
sta que rayó el alba.
lá se te aparezca Dios
l sendero ardiente bajo los abetos,
n la oscuridad del robledal, querido
Sinclair,
n las nubes, tú lo conocerás, pues
conociste, de joven,
uerza del bien, y jamás
e oculta la sonrisa del Señor
día, cuando
iviente parece febril
cadenado, o también
noche, cuando todo está revuelto
orden, y regresa
aos antiquísimo.
GERMANIA
os bienaventurados que se aparecieron
a tierra antigua, aquellas imágenes
divinas
as puedo ya invocar, aunque,
guas de la patria, ahora que se lamenta
mor mi corazón con vosotras, ¿qué más
quiere,
llora la pérdida de lo sagrado? Pues
reina la expectación
a tierra y, como en los días ardientes,
oprime y ensombrece hoy, oh nostálgicas,
ielo lleno de presentimientos, que
parece rebosante de augurios, y también
nazador, aunque me quedaré con él,
i alma no volará de regreso
osotros, finados, demasiado queridos para
mí.
s temo que sea mortífero ver
stro bello rostro como sería antes,
se permita despertar a los difuntos.
oses huidos! ¡También vosotros, los
presentes,
nces más reales, tuvisteis vuestro tiempo!
uí no voy a mentir, ni a rogar nada.
que cuando se ha pasado y extinguido el
día,
so le toque primero al sacerdote, pero
amantes
iguen el templo, y la estatua, y hasta su
rito,
aís tenebroso, y nada trasluce.
o se eleva entonces, como de llamas
fúnebres,
umo dorado, la leyenda,
s rodea la cabeza con entreluces de duda,
die sabe qué le pasa, solo siente
sombras de quienes fueron,
antiguos, que visitan de nuevo la tierra.
que nos urgen quienes tienen que venir,
se detiene por más tiempo el batallón
sagrado
hombres divinos en el cielo azul.
verdeguea, en preludio de un tiempo más
riguroso,
ampo preparado para ellos, la ofrenda
está dispuesta
a el sacrificio, y valles y ríos están
ertos en torno a montes proféticos,
a que el hombre pueda ver
a Oriente y le conmuevan los muchos
cambios de allá.
o cae del éter
magen fiel y llueven sentencias divinas,
umerables, y resuena en lo más hondo del
bosque,
águila que viene del indus
brevuela las cimas nevadas
Parnaso, muy por encima de las colinas
sacrificiales
talia, y busca una presa dichosa
a el padre, la veterana ejercitada en el
vuelo,
omo antes, supera por fin gritando de
júbilo
Alpes, y mira los países de múltiple
aspecto.
acerdotisa, la más callada hija de Dios,
ue gustosa guarda silencio en su honda
sencillez,
ca, mirando con los ojos abiertos,
mo si no supiera que recién había estallado
tormenta mortalmente amenazante sobre
su cabeza.
criatura presentía algo mejor,
or fin se extendió un asombro en el cielo,
que alguien grande en fe, como ella
misma,
a el poder benefactor de lo alto.
eso le enviaron al mensajero que,
conociéndola enseguida,
só sonriendo: a ti, inquebrantable,
e que probarte otra palabra, y exclamó de
viva voz
oven, mirando hacia Germania:
eres la elegida,
nte de todo, y lo bastante fuerte
a soportar una fortuna gravosa,
de entonces, oculta en el bosque, llena
dulce sueño en las amapolas, embriagada,
eparabas en mí, mucho antes de que
inferiores percibieran
rgullo de la virgen y se pasmaran de
quién eras y procedías,
ien tú misma lo ignorabas. Yo no te tomé
por otra,
dejé en secreto al partir, cuando soñabas
ediodía, un signo de amistad,
ue florece en los labios, y hablaste sola.
o también enviaste multitud de áureas
palabras,
naventurada, con los ríos, que fluyen
inagotables
todas partes. Pues casi como la madre
ada de todo, la que entraña el abismo,
bién llamada la oculta por los hombres,
echo rebosa amores y penas,
o de presentimientos,
pleto de paz.
e brisas matinales
a que te abras,
mbra lo que tienes a la vista,
ha de seguir secreto
tiempo lo indecible,
pués que estuvo largo tiempo velado;
s conviene el pudor a los mortales,
prudente también hablar
todo el tiempo de dioses.
o donde el oro fluye más que las fuentes
puras
agrava la cólera en el cielo,
e que aparecer entre el día
noche algo verdadero de una vez.
nscríbelo por triplicado
on todo, seguirá indecible,
como es, inocente.
mbra, hija de la sagrada tierra,
madre una vez. Las aguas braman contra
la roca
tormenta en el bosque, y con el propio
nombre
uena desde el tiempo antiguo lo divino que
pasó.
é cambiado está! Y con justicia reluce y
habla
bién el futuro regocijado desde la lejanía.
o en medio del tiempo,
ter vive tranquilo con la bendita
ra virginal.
ustosos, por recordar,
no menesterosos son
n acogidos, Germania,
us jornadas festivas no menesterosas,
de eres sacerdotisa
partes consejos en derredor, inofensiva,
s reyes y los pueblos».
PATMOS
Al landgrave de Homburg
ios es cercano
fícil de abarcar.
o donde hay peligro
bién aumenta lo salvador.
águilas viven
inieblas, y los hijos de los Alpes
chan sin miedo sobre el abismo
uentes de liviana construcción.
eso, ya que las cimas del tiempo
cumulan en derredor, y los preferidos
en al lado, languideciendo
as cumbres más apartadas,
os el agua inocente,
danos alas, y los más fieles sentidos,
a llegar allá y regresar.
hablé, y entonces me arrebató
enio de mi propia casa,
veloz de cuanto imaginé,
jos, adonde jamás
ía pensado ir. Traslucían
e dos luces, a mi paso,
osque sombrío
s arroyos nostálgicos
a patria; ya no distinguía los países;
o enseguida, en fresco destello,
teriosa
l incienso dorado, florecía
itamente crecida
aso del sol,
mil cimas fragantes,
a, y deslumbrado busqué
o familiar, porque me eran
conocidos los amplios desfiladeros
donde descendía del Tmolo
actolo adornado de oro,
alza el Taurus y Mesogis,
silencioso incendio,
o de flores de jardines, mientras en la luz
ece alta la nieve argéntea,
stigo de la vida inmortal
ce antiquísima la hiedra
muros infranqueables, y se sostienen
olumnas vivientes, cedros y laureles,
solemnes,
namente construidos palacios.
o en torno a las puertas de Asia
an ruidosas acá y allá
a incierta llanura del mar
numerosas rutas sin sombra,
ien el navegante conoce las islas.
omo oí
una de las próximas
Patmos,
eé vivamente
car allá y acercarme
gruta oscura.
s Patmos no vive espléndida,
mo Chipre,
ca en fuentes,
inguna otra,
o es hospitalaria
us más humildes casas,
e a todo,
uando un extranjero
e acerca,
cedente de un naufragio o clamando
la patria o el amigo apartado,
lo escucha amable, y sus hijos,
voces del bosque ardiente,
onde cae la arena y se hiende
uperficie de la roca, los sonidos
scuchan y retumban tiernamente
quejas del hombre. Así acogió
iempos al vidente amado de Dios
en sus días felices
uvo
el hijo del Altísimo, inseparable, pues
aedor de la tormenta amaba el candor
joven, y el hombre atento vio
precisión el rostro del dios
ndo el misterio del vino, pues
entaban juntos en la hora de la cena,
agnánimo, serenamente previsor, habló
eñor de la muerte y el postrer amor,
porque
ca tenía entonces palabras bastantes
a hablar de la bondad y aplacar
ólera que había visto en el mundo.
s todo es bueno. Luego murió. Habría
mucho
decir al respecto. Y vieron sus amigos
cómo él,
más feliz, tuvo una mirada victoriosa hasta
el final.
o le lloraron, cuando
nochecía, perplejos,
que tenían los hombres gran resolución
l alma, pero amaban la vida
o el sol y no deseaban separarse
rostro del Señor
patria. Estaba inserto en ellos
mo fuego en el hierro, el rostro,
su lado caminaba la sombra del amor.
eso los envió
spíritu, y en efecto tembló
asa, y las tormentas de Dios
aron tonantes desde la lejanía,
re las cabezas que presentían; allá estaban
reunidos,
vemente pensativos, los héroes de la
muerte,
ndo, ya de despedida,
es apareció de nuevo.
s entonces se extinguió la regia luz del
sol,
mismo quebró
dolor divino
etro que reluce sin desvío,
s ha de regresar
u debido tiempo. No habría sido luego
buena,
abruptamente interruptora, y desleal,
bra del hombre, y fue una alegría
r desde entonces
a noche amante, y preservar,
jos cándidos e inmóviles,
mos de sabiduría. Y verdeguean
o hondo de los montes imágenes vivas,
o es terrible cómo Dios
persa sin cesar lo vivo de acá para allá.
mbién lo es dejar
ostro de los queridos amigos
archar lejos más allá de las montañas,
os, donde el espíritu del cielo,
lemente conocido,
a una sola voz; y eso no estaba
profetizado, sino
do por los cabellos, presente,
ndo, de repente,
ándose apresurado les miró
ios, y jurando
a retenerlo, nombrando
mal, como vinculados en lo sucesivo
cuerdas de oro, se tendieron la mano.
o cuando luego muere
el de quien más dependía
elleza, de modo que era un prodigio
igura, y los celestiales hablaban
él, y cuando, enigma eternamente mutuo,
podían entenderse
enes convivían
a memoria, y no solo la arena o
sauces fueron llevados por delante,
también
templos, y cuando la fama
semidiós y los suyos
esvanece, y hasta el Altísimo
lve su rostro,
modo que no se divisa
gún inmortal más en el cielo, ni en la
de tierra, ¿qué es eso?
a palada del sembrador, cuando coge
el badil el trigo,
tira hacia lo claro, aventándolo sobre la
era.
caen las cáscaras a los pies, pero
abo viene el grano,
está mal
se pierda algo, y se extinga
onido vivo de la palabra,
s la obra divina es semejante a la nuestra,
ltísimo no lo quiere todo a la vez.
rto es que la mina produce hierro,
Etna, resinas ardientes,
como sería yo rico,
ormara una imagen y la viera
ejante a como fue Cristo,
o si uno, hablando con tristeza y de paso,
s estaría yo indefenso, se animara a
arremeter contra mí,
a sorprenderme con que un siervo
rría imitar la imagen del dios…
vez vi claramente encolerizado
eñor del cielo, no porque yo fuera a ser
algo,
por aprender. Ellos son buenos, pero lo
que más detestan
ntras reinan es la falsedad y que no haya
humanidad entre los hombres.
que ellos no gobiernan, sino que lo hace
estino inmortal, y la obra de ellos avanza
sí misma, y se apresura a su término.
uando ascienda el celestial
ejo triunfal, será aclamado como el sol
los fuertes el exaltante Hijo del Altísimo,
uí es una consigna el cetro
a poesía mirando para abajo,
s nada es común. Él resucita
s muertos que aún no están cautivos
a materia bruta. Pero esperan
has miradas tímidas
la luz. No desean
ecer bajo los nítidos rayos,
que la brida dorada sofrena su coraje.
o cuando,
dado el mundo
los ceños prominentes,
ne una fuerza de plácida luz de las
sagradas escrituras,
rán, alegrándose de la gracia,
ayar su mirada tranquila.
los celestiales me aman
ra, como creo,
nto más a ti!
que sé una cosa:
la voluntad
padre eterno
oncierne grandemente. Su signo está
tranquilo
l cielo tonante. Y uno está debajo
a su vida. Porque aún vive Cristo.
o han venido los héroes,
hijos todos, y las sagradas escrituras
tratan de él, y explican el rayo
hechos de la tierra hasta ahora,
iclo incesante. Pero él está presente. Pues
es consciente
odas sus obras desde siempre.
masiado tiempo lleva
sible la gloria de los celestiales.
s casi han de dirigirnos
dedos, y nos va desgarrando
orazón una violencia.
s todo celestial desea sacrificios;
ando uno se omite,
ca trae nada bueno.
mos servido a la madre tierra
cientemente a la luz solar,
saberlo. Pero lo que prefiere el padre
reina sobre todas las cosas
ue se atienda
ie de la letra, y el resto
nterprete bien. Lo cual cumple la poesía
alemana.
EL ÍSTER
ahora, fuego,
estamos deseosos
ver el día,
ando la prueba
asado por las rodillas,
de uno sentir las voces del bosque.
otros, con todo, cantamos
idos del lejano Indus
l Alfeo, mucho tiempo
mos buscado lo apropiado;
alas, no puede uno
nzar lo cercano
nmediato
sar al otro lado.
o aquí nos vamos a quedar.
que los ríos hacen cultivable
aís. Pues allá donde crece la hierba
uden a beber
erano los animales,
bién hay interés para los hombres.
ste le dicen el Íster.
la morada la suya. Llamea el follaje de
las columnas,
estremece. Se alzan
vías y revueltas; y encima,
n segundo orden, avanza
echo de rocas. Así que
me choca
haya alojado a Hércules,
ciente desde lejos, al pie del Olimpo,
ndo él, en busca de sombra,
o del Istmo tórrido,
s estaban llenos de coraje
, aunque también era preciso el frescor,
usa de los espíritus. Por eso prefirió
ir a estas fuentes acuáticas, y riberas
amarillas
scendente fragancia, y negras,
el bosque de abetos, donde le gusta
ar a un cazador
mediodía, y es audible el crecimiento
os árboles resinosos del Íster,
ual, con todo, parece
oceder y se me figura
mo si viniera
Oriente.
ría mucho
decir al respecto. Y, ¿por qué se ciñe
o a las montañas? El otro,
Rin, se ha ido
su lado. Por algo fluyen
ríos por la aridez. ¿De qué modo? Eso
tiene que ser un signo,
otra cosa, uno sencillo y preciso,
inseparable,
entrañe al sol y la luna,
ga, día y noche también, y donde
tan los celestiales el mutuo calor.
eso también son los ríos
legría del Altísimo. Pues ¿de qué otro
modo
cendió él? Y, como Herta la verde,
criaturas del cielo. Pero este me parece
masiado comedido, no libre,
si objeto de burla. Porque
ndo rompe el día
u juventud, allá donde él
mienza a crecer, otro es el que lleva
galas, y semejante al potro
umea en la valla, y resuena
os aires la bulla,
ndo está contento.
o precisa barrenajes la roca
rcos la tierra,
a inhóspita, sin cesuras;
o nadie sabe
hace este río.
EL ÁGUILA
padre bajó del Gothard,
de los ríos,
esvían hacia Etruria,
uyen derechamente
allá de la nieve,
a el Olimpo y Hemos,
de el Atos proyecta su sombra,
a las cuevas de Lemnos.
o a lo primero
eron los padres
os bosques del Indus.
ntepasado, por su parte,
ó sobre el mar,
etrante, y se maravillaba
abeza dorada del rey
secreto de las aguas,
ndo las nubes exhalaban su vaho rojo
re la nave y los animales
miraban mudos,
sando en el alimento, pero
montes están quietos,
nde vamos a quedarnos?
zo.
oca es buena para la pradera,
eco, para el abrevadero.
húmedo, en cambio, para la comida.
no quiere vivir
que sea en escaleras,
onde se recuesta una casita,
nte junto al agua.
o que posees
omar aliento.
no lo ha elevado
día,
ncuentra de nuevo en el sueño.
que donde están los ojos tapados
ados los pies,
ncontrarás.
s donde reconoces,
ZORNIGE SEHNSUCHT
duld es nimmer! ewig und ewig so
Knabenschritte, wie ein Gekerkerter
kurzen, vorgemeßnen Schritte
lich zu wandeln, ich duld es nimmer!
Menschenlos – ists meines? ich trag es
nicht,
h reizt der Lorbeer, – Ruhe beglückt mich
nicht,
ahren zeugen Männerkräfte,
den erheben die Brust des Jünglings.
bin ich dir, was bin ich, mein Vaterland?
siecher Säugling, welchen mit tränendem,
hoffnungslosem Blick die Mutter
en gedultigen Armen schaukelt.
h tröstete das blinkende Kelchglas nie,
h nie der Blick der lächelnden Tändlerin,
ewig Trauern mich umwolken?
g mich töten die zornge Sehnsucht?
soll des Freundes traulicher Handschlag
mir,
mir des Frühlings freundlicher
Morgengruß,
mir der Eiche Schatten? was der
henden Rebe, der Linde Düfte?
m grauen Mana! nimmer genieß ich dein,
Kelch der Freuden, blinkest du noch so
schön,
mir ein Männerwerk gelinget,
ich ihn hasche, den ersten Lorbeer.
Schwur ist groß. Er zeuget im Auge mir
Trän, und wohl mir, wenn ihn Vollendung
krönt,
n jauchz auch ich, du Kreis der Frohen,
n, o Natur, ist dein Lächeln Wonne.
HYMNE AN DIE
FREIHEIT
nne säng’ ich an des Orkus Toren,
die Schatten lehrt ich Trunkenheit,
n ich sah, vor Tausenden erkoren,
ner Göttin ganze Göttlichkeit;
nach dumpfer Nacht im Purpurscheine
Pilote seinen Ozean,
die Seligen Elysens Haine,
un ich dich, geliebtes Wunder! an.
erbietig senkten ihre Flügel,
s Raubs vergessen, Falk und Aar,
getreu dem diamantnen Zügel
ritt vor ihr ein trotzig Löwenpaar;
endliche wilde Ströme standen,
mein Herz, vor banger Wonne stumm;
bst die kühnen Boreasse schwanden,
die Erde ward zum Heiligtum.
zum Lohne treuer Huldigungen
die Königin die Rechte mir,
von zauberischer Kraft durchdrungen
chzte Sinn und Herz verschönert ihr;
sie sprach, die Richterin der Kronen,
g tönts in dieser Seele nach,
g in der Schöpfung Regionen –
t, o Geister, was die Mutter sprach!
umelnd in des alten Chaos Wogen,
h und wild, wie Evans Priesterin,
der Jugend kühner Lust betrogen,
nt ich mich der Freiheit Königin;
h es winkte der Vernichtungsstunde
elloser Elemente Streit;
berief zu brüderlichem Bunde
n Gesetz die Unermeßlichkeit.
n Gesetz, es tötet zartes Leben,
hnen Mut, und bunte Freude nicht,
em ward der Liebe Recht gegeben,
es übt der Liebe süße Pflicht;
h und stolz im ungestörten Gange
ndelt Riesenkraft die weite Bahn,
her schmiegt in süßem Liebesdrange
wächeres der großen Welt sich an.
n ein Riese meinen Aar entmannen?
t ein Gott die stolzen Donner auf?
n Tyrannenspruch die Meere bannen?
mmt Tyrannenspruch der Sterne Lauf? –
ntweiht von selbsterwählten Götzen,
erbrüchlich ihrem Bunde treu,
u der Liebe seligen Gesetzen,
t die Welt ihr heilig Leben frei.
gerechter Herrlichkeit zufrieden
mmt Orions helle Rüstung nie
die brüderlichen Tyndariden,
bst der Löwe grüßt in Liebe sie;
h des Götterloses, zu erfreuen,
helt Helios in süßer Ruh
ges Leben, üppiges Gedeihen
m geliebten Erdenrunde zu.
ntweiht von selbsterwählten Götzen,
erbrüchlich ihrem Bunde treu,
u der Liebe seligen Gesetzen,
t die Welt ihr heilig Leben frei;
er, Einer nur ist abgefallen,
gezeichnet mit der Hölle Schmach;
k genug, die schönste Bahn zu wallen,
echt der Mensch am trägen Joche nach.
! er war das göttlichste der Wesen,
n ihm nicht, getreuere Natur!
nderbar und herrlich zu genesen,
gt er noch der Heldenstärke Spur; –
o eile, neue Schöpfungsstunde,
hle nieder, süße güldne Zeit!
im schönern, unverletzten Bunde
e dich die Unermeßlichkeit.«
, o Brüder! wird die Stunde säumen?
der! um der tausend Jammernden,
der Enkel, die der Schande keimen,
der königlichen Hoffnungen,
der Güter, so die Seele füllen,
der angestammten Göttermacht,
der ach! um unsrer Liebe willen,
nige der Endlichkeit, erwacht! –
t der Zeiten! in der Schwüle fächeln
lend deine Tröstungen uns an;
e, rosige Gesichte lächeln
so gern auf öder Dornenbahn;
nn der Schatten väterlicher Ehre,
nn der Freiheit letzter Rest zerfällt,
nt mein Herz der Trennung bittre Zähre
entflieht in seine schönre Welt.
zum Raube sich die Zeit erkoren,
rgen stehts in neuer Blüte da;
Zerstörung wird der Lenz geboren,
den Fluten stieg Urania;
nn ihr Haupt die bleichen Sterne neigen,
hlt Hyperion im Heldenlauf –
dert, Knechte! freie Tage steigen
helnd über euern Gräbern auf.
ge war zu Minos ernsten Hallen
nend die Gerechtigkeit entflohn –
h! in mütterlichem Wohlgefallen
t sie nun den treuen Erdensohn;
der göttlichen Catone Manen
umphieren in Elysium,
llos wehn der Tugend stolze Fahnen,
re lohnt des Ruhmes Heiligtum.
der guten Götter Schoße regnet
gem Stolze nimmermehr Gewinn,
es heilige Gefilde segnet
undlicher die braune Schnitterin,
ter tönt am heißen Rebenhügel,
iger des Winzers Jubelruf,
ntheiligt von der Sorge Flügel
ht und lächelt, was die Freude schuf.
den Himmeln steigt die Liebe nieder,
nnermut, und hoher Sinn gedeiht,
du bringst die Göttertage wieder,
d der Einfalt! süße Traulichkeit!
ue gilt! und Freundesretter fallen,
estätisch, wie die Zeder fällt,
des Vaterlandes Rächer wallen
Triumphe nach der bessern Welt.
ge schon vom engen Haus umschlossen,
lummre dann im Frieden mein Gebein!
ich doch der Hoffnung Kelch genossen,
h gelabt am holden Dämmerschein!
und dort in wolkenloser Ferne
kt auch mir der Freiheit heilig Ziel!
t, mit euch, ihr königlichen Sterne,
nge festlicher mein Saitenspiel!
GRIECHENLAND
Gotthold Stäudin
t’ ich dich im Schatten der Platanen,
durch Blumen der Cephissus rann,
die Jünglinge sich Ruhm ersannen,
die Herzen Sokrates gewann,
Aspasia durch Myrten wallte,
der brüderlichen Freude Ruf
der lärmenden Agora schallte,
mein Plato Paradiese schuf,
den Frühling Festgesänge würzten,
die Ströme der Begeisterung
Minervens heilgem Berge stürzten –
Beschützerin zur Huldigung –
in tausend süßen Dichterstunden,
ein Göttertraum, das Alter schwand,
t’ ich da, Geliebter! dich gefunden,
vor Jahren dieses Herz dich fand,
! wie anders hätt’ ich dich umschlungen! –
athons Heroën sängst du mir,
die schönste der Begeisterungen
helte vom trunknen Auge dir,
ne Brust verjüngten Siegsgefühle,
nen Geist, vom Lorbeerzweig umspielt,
ckte nicht des Lebens stumpfe Schwüle,
so karg der Hauch der Freude kühlt.
der Stern der Liebe dir verschwunden?
der Jugend holdes Rosenlicht?
! umtanzt von Hellas goldnen Stunden,
ltest du die Flucht der Jahre nicht,
g, wie der Vesta Flamme, glühte
und Liebe dort in jeder Brust,
die Frucht der Hesperiden, blühte
g dort der Jugend stolze Lust.
! es hätt’ in jenen bessern Tagen
ht umsonst so brüderlich und groß
das Volk dein liebend Herz geschlagen,
m so gern der Freude Zähre floß! –
re nun! sie kömmt gewiß, die Stunde,
das Göttliche vom Kerker trennt –
b! du suchst auf diesem Erdenrunde,
er Geist! umsonst dein Element.
ka, die Heldin, ist gefallen;
die alten Göttersöhne ruhn,
Ruin der schönen Marmorhallen
ht der Kranich einsam trauernd nun;
helnd kehrt der holde Frühling nieder,
h er findet seine Brüder nie
issus heilgem Tale wieder –
er Schutt und Dornen schlummern sie.
h verlangt ins ferne Land hinüber
h Alcäus und Anakreon,
ich schlief’ im engen Hause lieber,
den Heiligen in Marathon;
! es sei die letzte meiner Tränen,
dem lieben Griechenlande rann,
t, o Parzen, laßt die Schere tönen,
n mein Herz gehört den Toten an!
AN HERKULES
er Kindheit Schlaf begraben
ich, wie das Erz im Schacht;
k, mein Herkules! den Knaben
t zum Manne du gemacht,
f bin ich zum Königssitze
mir brechen stark und groß
n, wie Kronions Blitze,
der Jugend Wolke los.
der Adler seine Jungen,
nn der Funk’ im Auge klimmt,
die kühnen Wanderungen
en frohen Aether nimmt,
mmst du aus der Kinderwiege,
der Mutter Tisch und Haus
ie Flamme deiner Kriege,
her Halbgott, mich hinaus.
hntest du, dein Kämpferwagen
le mir umsonst ins Ohr?
e Last, die du getragen,
die Seele mir empor,
ar der Schüler mußte zahlen;
merzlich brannten, stolzes Licht,
im Busen deine Strahlen,
r sie verzehrten nicht.
nn für deines Schicksals Wogen
he Götterkräfte dich,
hner Schwimmer! auferzogen,
erzog dem Siege mich?
berief den Vaterlosen,
in dunkler Halle saß,
dem Göttlichen und Großen,
er kühn an dir sich maß?
ergriff und zog vom Schwarme
Gespielen mich hervor?
bewog des Bäumchens Arme
h des Aethers Tag empor?
undlich nahm des jungen Lebens
nes Gärtners Hand sich an,
r kraft des eignen Strebens
ckt und wuchs ich himmelan.
n Kronions! an die Seite
’ ich nun errötend dir,
Olymp ist deine Beute;
mm und teile sie mit mir!
blich bin ich zwar geboren,
noch hat Unsterblichkeit
ne Seele sich geschworen,
sie hält, was sie gebeut.
AN DIE NATUR
ich noch um deinen Schleier spielte,
h an dir, wie eine Blüte, hing,
h dein Herz in jedem Laute fühlte,
mein zärtlichbebend Herz umfing,
ich noch mit Glauben und mit Sehnen
ch, wie du, vor deinem Bilde stand,
e Stelle noch für meine Tränen,
e Welt für meine Liebe fand,
zur Sonne noch mein Herz sich wandte,
vernähme seine Töne sie,
die Sterne seine Brüder nannte
den Frühling Gottes Melodie,
im Hauche, der den Hain bewegte,
h dein Geist, dein Geist der Freude sich
es Herzens stiller Welle regte,
umfingen goldne Tage mich.
nn im Tale, wo der Quell mich kühlte,
der jugendlichen Sträuche Grün
die stillen Felsenwände spielte
der Aether durch die Zweige schien,
nn ich da, von Blüten übergossen,
l und trunken ihren Othem trank
zu mir, von Licht und Glanz umflossen,
den Höh’n die goldne Wolke sank –
nn ich fern auf nackter Heide wallte,
aus dämmernder Geklüfte Schoß
Titanensang der Ströme schallte
die Nacht der Wolken mich umschloß,
nn der Sturm mit seinen Wetterwogen
vorüber durch die Berge fuhr
des Himmels Flammen mich umflogen,
erschienst du, Seele der Natur!
verlor ich da mit trunknen Tränen
bend, wie nach langer Irre sich
en Ozean die Ströme sehnen,
öne Welt! in deiner Fülle mich;
! da stürzt ich mit den Wesen allen
udig aus der Einsamkeit der Zeit,
ein Pilger in des Vaters Hallen,
ie Arme der Unendlichkeit. –
d gesegnet, goldne Kinderträume,
verbargt des Lebens Armut mir,
erzogt des Herzens gute Keime,
ich nie erringe, schenktet ihr!
Natur! an deiner Schönheit Lichte,
e Müh’ und Zwang entfalteten
h der Liebe königliche Früchte,
die Ernten in Arkadien.
ist nun, die mich erzog und stillte,
ist nun die jugendliche Welt,
se Brust, die einst ein Himmel füllte,
und dürftig, wie ein Stoppelfeld;
! es singt der Frühling meinen Sorgen
h, wie einst, ein freundlich tröstend Lied,
r hin ist meines Lebens Morgen,
nes Herzens Frühling ist verblüht.
g muß die liebste Liebe darben,
wir lieben, ist ein Schatten nur,
der Jugend goldne Träume starben,
rb für mich die freundliche Natur;
erfuhrst du nicht in frohen Tagen,
so ferne dir die Heimat liegt,
mes Herz, du wirst sie nie erfragen,
nn dir nicht ein Traum von ihr genügt.
DER JÜNGLING AN DIE
KLUGEN RATGEBER
sollte ruhn? Ich soll die Liebe zwingen,
feurigfroh nach hoher Schöne strebt?
soll mein Schwanenlied am Grabe singen,
ihr so gern lebendig uns begräbt?
chonet mein! Allmächtig fortgezogen,
ß immerhin des Lebens frische Flut
Ungeduld im engen Bette wogen,
sie im heimatlichen Meere ruht.
Weins Gewächs verschmäht die kühlen
Tale,
periens beglückter Garten bringt
goldnen Früchte nur im heißen Strahle,
, wie ein Pfeil, ins Herz der Erde dringt.
sänftiget ihr dann, wenn in den Ketten
ehrnen Zeit die Seele mir entbrennt,
nimmt ihr mir, den nur die Kämpfe retten,
Weichlinge! mein glühend Element?
Leben ist zum Tode nicht erkoren,
m Schlafe nicht der Gott, der uns
entflammt,
m Joch ist nicht der Herrliche geboren,
Genius, der aus dem Aether stammt;
kommt herab; er taucht sich, wie zum
Bade,
es Jahrhunderts Strom und glücklich raubt
eine Zeit den Schwimmer die Najade,
h hebt er heitrer bald sein leuchtend
Haupt.
m laßt die Lust, das Große zu verderben,
geht und sprecht von eurem Glücke nicht!
nzt keinen Zedernbaum in eure Scherben!
mmt keinen Geist in eure Söldnerspflicht!
sucht es nicht, das Sonnenroß zu lähmen!
t immerhin den Sternen ihre Bahn!
mir, mir ratet nicht, mich zu bequemen,
macht mich nicht den Knechten untertan.
könnt ihr ja das Schöne nicht ertragen,
ührt den Krieg mit offner Kraft und Tat!
st ward der Schwärmer doch ans Kreuz
geschlagen,
t mordet ihn der sanfte kluge Rat;
manchen habt ihr herrlich zubereitet
s Reich der Not! wie oft auf euern Sand
hoffnungsfrohen Steuermann verleitet
kühner Fahrt ins warme Morgenland!
sonst! mich hält die dürre Zeit vergebens,
d mein Jahrhundert ist mir Züchtigung;
sehne mich ins grüne Feld des Lebens
d in den Himmel der Begeisterung;
rabt sie nur, ihr Toten, eure Toten,
preist das Menschenwerk und scheltet
nur!
h reift in mir, so wie mein Herz geboten,
schöne, die lebendige Natur.
DIOTIMA
ge tot und tiefverschlossen,
ßt mein Herz die schöne Welt;
ne Zweige blühn und sprossen,
von Lebenskraft geschwellt;
ch kehre noch ins Leben,
heraus in Luft und Licht
ner Blumen selig Streben
der dürren Hülse bricht.
so anders ists geworden!
es, was ich haßt und mied,
mmt in freundlichen Akkorden
in meines Lebens Lied,
mit jedem Stundenschlage
d’ ich wunderbar gemahnt
der Kindheit goldne Tage,
ich dieses Eine fand.
tima! selig Wesen!
rliche, durch die mein Geist,
des Lebens Angst genesen,
terjugend sich verheißt!
er Himmel wird bestehen,
rgründlich sich verwandt,
sich, eh wir uns gesehen,
er Innerstes gekannt.
ich noch in Kinderträumen,
dlich, wie der blaue Tag,
er meines Gartens Bäumen
der warmen Erde lag,
in leiser Lust und Schöne
nes Herzens Mai begann,
selte, wie Zephirstöne,
timas Geist mich an.
! und da, wie eine Sage,
des Lebens Schöne schwand,
ich vor des Himmels Tage
bend, wie ein Blinder, stand,
die Last der Zeit mich beugte,
mein Leben, kalt und bleich,
nend schon hinab sich neigte
er Schatten stummes Reich;
da kam vom Ideale,
vom Himmel, Mut und Macht,
erscheinst mit deinem Strahle,
terbild! in meiner Nacht;
h zu finden, warf ich wieder,
f ich den entschlafnen Kahn
dem toten Porte nieder
en blauen Ozean. –
! ich habe dich gefunden,
öner, als ich ahndend sah
er Liebe Feierstunden,
he! Gute! bist du da;
er armen Phantasien!
ses Eine bildest nur
in ew’gen Harmonien
hvollendete Natur!
die Seligen dort oben,
hinauf die Freude flieht,
des Daseins überhoben,
ndellose Schöne blüht,
melodisch bei des alten
os Zwist Urania,
ht sie, göttlich rein erhalten,
Ruin der Zeiten da.
er tausend Huldigungen
mein Geist, beschämt, besiegt,
zu fassen schon gerungen,
sein Kühnstes überfliegt.
nenglut und Frühlingsmilde,
it und Frieden wechselt hier
dem schönen Engelsbilde
es Busens Tiefe mir.
der heilgen Herzenstränen
’ ich schon vor ihr geweint,
’ in allen Lebenstönen
der Holden mich vereint,
’, ins tiefste Herz getroffen,
um Schonung sie gefleht,
nn so klar und heilig offen
ihr eigner Himmel steht;
e, wenn in reicher Stille,
nn in einem Blick und Laut
ne Ruhe, seine Fülle
ihr Genius vertraut,
nn der Gott, der mich begeistert,
an ihrer Stirne tagt,
Bewundrung übermeistert,
nend ihr mein Nichts geklagt;
n umfängt ihr himmlisch Wesen
im Kinderspiele mich,
in ihrem Zauber lösen
udig meine Bande sich;
ist dann mein dürftig Streben,
des Kampfes letzte Spur,
ins volle Götterleben
t die sterbliche Natur.
wo keine Macht auf Erden,
nes Gottes Wink uns trennt,
wir Eins und Alles werden,
ist nur mein Element;
wir Not und Zeit vergessen,
den kärglichen Gewinn
mmer mit der Spanne messen,
da sag’ ich, daß ich bin.
der Stern der Tyndariden,
in leichter Majestät
ne Bahn, wie wir, zufrieden
t in dunkler Höhe geht,
in heitre Meereswogen,
die schöne Ruhe winkt,
des Himmels steilem Bogen
r und groß hinuntersinkt;
egeisterung! so finden
in dir ein selig Grab,
in deine Woge schwinden,
l frohlockend, wir hinab,
der Hore Ruf wir hören,
mit neuem Stolz erwacht,
die Sterne, wiederkehren
es Lebens kurze Nacht.
AN DEN FRÜHLING
ngen sah ich verblühn, und die Kraft der
Arme veralten
mein Herz! noch alterst du nicht; wie Luna
den Liebling
kte des Himmels Kind, die Freude, vom
Schlafe dich wieder;
n Sie erwacht mit mir zu neuer, glühender
Jugend,
ne Schwester, die süße Natur, und meine
geliebten
e lächeln mich an, und meine geliebteren
Haine,
erfreulichen Vogelgesangs, und
scherzender Lüfte,
chzen in wilder Lust der freundlichen
Gruß mir entgegen.
du Herzen verjüngst, und Fluren, heiliger
Frühling,
l dir! Erstgeborner der Zeit! erquickender
Frühling,
geborner im Schoße der Zeit! Gewaltiger!
l dir, Heil! die Fessel zerriß; und tönt dir
Feiergesinge,
die Gestad’ erbeben, der Strom, wir
Jünglinge taumeln,
chzen hinaus, wo der Strom dich preist,
wir enthüllen, du Holder,
nem Liebeshauche die glühende Brust,
und stürzen hinunter
en Strom, und jauchzen mit ihm, und
nennen dich Bruder.
der! wie tanzt so schön, mit
tausendfältiger Freude,
! und tausendfältiger Lieb im lächelnden
Aether
ne Erde dahin, seit aus Elysiums Talen
mit dem Zauberstab ihr nahtest,
himmlischer Jüngling!
n wir nicht, wie sie freundlicher nun den
stolzen Geliebten
ßt’, den heiligen Tag, wenn er kühn vom
Siege der Schatten
r die Berge flammt! wie sie sanfterrötend
im Schleier
erner Düfte verhüllt, in süßen
Erwartungen aufblickt,
sie glühet von ihm, und ihre friedlichen
Kinder
e, Blumen und Hain’ und Saaten und
sprossende Reben.
lummre, schlummre nun, mit deinen
friedlichen Kindern,
ter Erde! denn Helios hat die glühenden
Rosse
gst zur Ruhe gelenkt, und die freundlichen
Helden des Himmels,
seus dort, und Herkules dort, sie wallen in
stiller
be vorbei, und leise durchstreift der
flüsternde Nachthauch
ne fröhliche Saat, und die fernher
tönenden Bäche
peln Schlummergesänge darein.
DIE EICHBÄUME
den Gärten komm’ ich zu euch, ihr Söhne
des Berges!
den Gärten, da lebt die Natur geduldig
und häuslich,
gend und wieder gepflegt mit dem
fleißigen Menschen zusammen.
r ihr, ihr Herrlichen! steht, wie ein Volk
von Titanen
er zahmeren Welt und gehört nur euch und
dem Himmel,
euch nährt’ und erzog, und der Erde, die
euch geboren.
ner von euch ist noch in die Schule der
Menschen gegangen,
ihr drängt euch fröhlich und frei, aus der
kräftigen Wurzel,
er einander herauf und ergreift, wie der
Adler die Beute,
gewaltigem Arme den Raum, und gegen
die Wolken
uch heiter und groß die sonnige Krone
gerichtet.
e Welt ist jeder von euch, wie die Sterne
des Himmels
t ihr, jeder ein Gott, in freiem Bunde
zusammen.
nnt’ ich die Knechtschaft nur erdulden, ich
neidete nimmer
sen Wald und schmiegte mich gern ans
gesellige Leben.
selte nur nicht mehr ans gesellige Leben
das Herz mich,
von Liebe nicht läßt, wie gern würd ich
zum Eichbaum!
AN DEN ÄTHER
u und freundlich, wie du, erzog der Götter
und Menschen
ner, o Vater Aether! mich auf; noch ehe
die Mutter
ie Arme mich nahm und ihre Brüste mich
tränkten,
test du zärtlich mich an und gossest
himmlischen Trank mir,
den heiligen Othem zuerst in den
keimenden Busen.
ht von irdischer Kost gedeihen einzig die
Wesen,
r du nährst sie all’ mit deinem Nektar, o
Vater!
es drängt sich und rinnt aus deiner
ewigen Fülle
beseelende Luft durch alle Röhren des
Lebens.
um lieben die Wesen dich auch und ringen
und streben
ufhörlich hinauf nach dir in freudigem
Wachstum.
mmlischer! sucht nicht dich mit ihren
Augen die Pflanze,
ckt nach dir die schüchternen Arme der
niedrige Strauch nicht?
er dich finde, zerbricht der gefangene
Same die Hülse,
er belebt von dir in deiner Welle sich
bade,
üttelt der Wald den Schnee wie ein
überlästig Gewand ab.
h die Fische kommen herauf und hüpfen
verlangend
r die glänzende Fläche des Stroms, als
begehrten auch diese
der Wiege zu dir; auch den edeln Tieren
der Erde
d zum Fluge der Schritt, wenn oft das
gewaltige Sehnen,
geheime Liebe zu dir, sie ergreift, sie
hinaufzieht.
z verachtet den Boden das Roß, wie
gebogener Stahl strebt
ie Höhe sein Hals, mit der Hufe berührt
es den Sand kaum.
zum Scherze, berührt der Fuß der
Hirsche den Grashalm,
pft, wie ein Zephyr, über den Bach, der
reißend hinabschäumt,
und wieder und schweift kaum sichtbar
durch die Gebüsche.
r des Aethers Lieblinge, sie, die
glücklichen Vögel,
hnen und spielen vergnügt in der ewigen
Halle des Vaters!
ms genug ist für alle. Der Pfad ist keinem
bezeichnet,
es regen sich frei im Hause die Großen
und Kleinen.
r dem Haupte frohlocken sie mir und es
sehnt sich auch mein Herz
nderbar zu ihnen hinauf; wie die
freundliche Heimat
kt es von oben herab und auf die Gipfel
der Alpen
cht’ ich wandern und rufen von da dem
eilenden Adler,
er, wie einst in die Arme des Zeus den
seligen Knaben,
der Gefangenschaft in des Aethers Halle
mich trage.
icht treiben wir uns umher; wie die
irrende Rebe,
nn ihr der Stab gebricht, woran zum
Himmel sie aufwächst,
iten wir über dem Boden uns aus und
suchen und wandern
ch die Zonen der Erd’, o Vater Aether!
vergebens,
n es treibt uns die Lust, in deinen Gärten
zu wohnen.
ie Meersflut werfen wir uns, in den
freieren Ebnen
zu sättigen, und es umspielt die
unendliche Woge
ern Kiel, es freut sich das Herz an den
Kräften des Meergotts.
noch genügt ihm nicht; denn der tiefere
Ozean reizt uns,
die leichtere Welle sich regt – o wer dort
an jene
dnen Küsten das wandernde Schiff zu
treiben vermöchte!
r indes ich hinauf in die dämmernde
Ferne mich sehne,
du fremde Gestad’ umfängst mit der
bläulichen Woge,
mmst du säuselnd herab von des
Fruchtbaums blühenden Wipfeln,
er Aether! und sänftigest selbst das
strebende Herz mir,
ich lebe nun gern, wie zuvor, mit den
Blumen der Erde.
DER WANDERER
sam stand ich und sah in die afrikanischen
dürren
en hinaus; vom Olymp regnete Feuer
herab.
nhin schlich das hagre Gebirg, wie ein
wandelnd Gerippe,
hl und einsam und kahl blickt’ aus der
Höhe sein Haupt.
! hier sprang, wie ein sprudelnder Quell,
der schattende Wald nicht
ie tönende Luft üppig und herrlich empor,
r frohlockten die Jünglinge nicht, die
stürzenden Bäche
jungfräuliche Tal hoffend und liebend
herab.
undlich blickte kein Dach aus der Blüte
geselliger Bäume,
wie aus lieblichem Silbergewölke der
Mond.
ner Herde verging am plätschernden
Brunnen der Mittag,
dem Hirten entlief nirgend das lustige
Ross.
er dem Strauche saß ein ernster Vogel
gesanglos,
stig und eilend flohn wandernde Störche
vorbei.
ht um Wasser rief ich dich an, Natur! in
der Wüste,
ser bewahrte mir treulich das fromme
Kamel.
der Haine Gesang, um Gestalten und
Farben des Lebens
ich, vom heiligen Vaterlandsboden
verwöhnt.
önheit wollt’ich; es gab die Natur mir
Scherze zur Antwort,
önheit —aber sie gab fast ein Entsetzen
dafür.
h den Eispol hab’ ich besucht; da türmten,
chaotisch,
ereinander gewälzt, schröcklich die
Gletscher sich auf.
in der Hülse von Schnee schlief hier das
gefesselte Leben,
der eiserne Schlaf harrte des Tages
umsonst.
! nicht schlang um die Erde den
wärmenden Arm der Olymp hier,
Pygmalions Arm um die Geliebte sich
schlang.
r bewegt’ er ihr nicht mit dem
Sonnenblicke den Busen,
in Regen und Tau sprach er nicht
freundlich zu ihr.
ter Erde! rief ich, du bist zur Witwe
geworden,
ftig und kinderlos lebst du in langsamer
Zeit.
hts zu erzeugen und nichts zu pflegen in
sorgender Liebe,
ernd im Kinde sich nicht wiederzusehen,
ist der Tod.
r vielleicht erwarmst du dereinst am
Strahle des Himmels,
dem dürftigen Schlaf schmeichelt sein
Othem dich auf;
, wie ein Samenkorn, durchbrichst du die
eherne Hülse,
die knospende Welt windet sich
schüchtern heraus.
ne gesparte Kraft flammt auf in üppigem
Frühling,
en glühen und Wein sprudelt im
kärglichen Nord.
r die Erde schwieg zur Freude, so ich
verheissen,
vergebens gesagt war das belebende
Wort.
um kehr’ ich zurück an den Rhein, in die
glückliche Heimat
es wehen, wie einst, zärtliche Lüfte mich
an.
das strebende Herz besänftigen mir die
vertrauten
dlichen Bäume, die einst mich in den
Armen gewiegt,
das heilige Grün, der Zeuge des ewigen,
schönen
ens der Welt, es erfrischt, wandelt zum
Jüngling mich um.
bin ich geworden indes, mich bleichte der
Eispol,
im Feuer des Süds fielen die Locken mir
aus.
h, wie Aurora den Tithon, umfängst du in
lächelnder Blüte
m und fröhlich, wie einst, Vaterlandserde,
den Sohn.
ges Land! kein Hügel in dir wächst ohne
den Weinstock,
der ins schwellende Gras regnet im
Herbste das Obst.
hlich baden im Strome den Fuß die
glühenden Berge,
nze von Zweigen und Moos kühlen ihr
sonniges Haupt.
, wie die Kinder hinauf zur Schulter des
herrlichen Ahnherrn,
gen am dunkeln Gebirg Festen und Hütten
hinauf.
edsam geht aus dem Walde der Hirsch
ans freundliche Tagslicht;
h in heiterer Luft siehet der Falke sich
um.
r unten im Tal, wo die Blume sich nährt
von der Quelle,
ckt das Dörfchen vergnügt über die Wiese
sich aus.
l ists hier: kaum rauschet von fern die
geschäftige Mühle,
vom Berge herab knarrt das gefesselte
Rad.
blich tönt die gehämmerte Sens und die
Stimme des Landmanns,
am Pfluge dem Stier lenkend die Schritte
gebeut,
blich der Mutter Gesang, die im Grase
sitzt mit dem Söhnlein,
die Sonne des Mais schmeichelt in
lächelnden Schlaf.
r drüben am See, wo die Ulme das
alternde Hoftor
rgrünt und den Zaun wilder Holunder
umblüht,
empfängt mich das Haus und des Gartens
heimliches Dunkel,
mit den Pflanzen mich einst liebend mein
Vater erzog,
ich froh, wie das Eichhorn, spielt auf den
lispelnden Ästen,
r ins duftende Heu träumend die Stirne
verbarg.
matliche Natur! wie bist du treu mir
geblieben!
lichpflegend, wie einst, nimmst du den
Flüchtling noch auf.
h gedeihn die Pfirsiche mir, noch
wachsen gefällig
ans Fenster, wie sonst, köstliche Trauben
herauf.
kend röten sich noch die süßen Früchte
des Kirschbaums,
der pflückenden Hand reichen die
Zweige sich selbst.
meichelnd zieht mich, wie sonst, in des
Walds unendliche Laube
dem Garten der Pfad, oder hinab an den
Bach,
ich einst im kühlen Gebüsch, in der Stille
des Mittags
Otahitis Gestad oder von Tinian las.
die Pfade rötest du mir, es wärmt mich
und spielt mir
das Auge, wie sonst, Vaterlandssonne!
dein Licht;
er trink ich und Geist aus deinem
freudigen Kelche,
läfrig lässest du nicht werden mein
alterndes Haupt.
die einst mir die Brust erwachte vom
Schlaf der Kindheit
mit sanfter Gewalt höher und weiter
mich trieb,
dere Sonne! zu dir kehr ich getreuer und
weiser,
dlich zu werden und froh unter den
Blumen zu ruhn.
DER GUTE GLAUBE
önes Leben! du liegst krank, und das Herz
ist mir
d vom Weinen und schon dämmert die
Furcht in mir,
h, doch kann ich nicht glauben,
du sterbest, solang du liebst.
IHRE GENESUNG
ne Freundin, Natur! leidet und schläft und
du,
belebende, säumst? ach! und ihr heilt sie
nicht,
cht’ge Lüfte des Aethers,
ht ihr Quellen des Sonnenlichts?
e Blumen der Erd’, alle die fröhlichen,
önen Früchte des Hains, heitern sie alle
nicht
ses Leben, ihr Götter!
ihr selber in Lieb’ erzogt?
! schon atmet und tönt heilige Lebenslust
m reizenden Wort wieder wie sonst und
schon
nzt das Auge des Lieblings
undlichoffen, Natur! dich an.
EHMALS UND JETZT
üngern Tagen war ich des Morgens froh,
Abends weint ich; jetzt, da ich älter bin,
inn ich zweifelnd meinen Tag, doch
lig und heiter ist mir sein Ende.
DIE KÜRZE
um bist du so kurz? liebst du, wie
vormals, denn
nicht mehr den Gesang? fandst du, als
Jüngling, doch,
en Tagen der Hoffnung,
nn du sangest, das Ende nie!
mein Glück, ist mein Lied. —Willst du
im Abendrot
h dich baden? hinweg ists! und die Erd ist
kalt,
der Vogel der Nacht schwirrt
equem vor das Auge dir.
DAS UNVERZEIHLICHE
nn ihr Freunde vergeßt, wenn ihr den
Künstler höhnt,
den tieferen Geist klein und gemein
versteht,
t vergibt es, doch stört nur
den Frieden der Liebenden.
ABBITTE
lig Wesen! gestört hab ich die goldene
terruhe dir oft, und der geheimeren,
ern Schmerzen des Lebens
t du manche gelernt von mir.
ergiß es, vergib! gleich dem Gewölke
dort
dem friedlichen Mond, geh ich dahin, und
du
st und glänzest in deiner
öne wieder, du süßes Licht!
LEBENSLAUF
ßers wolltest auch du, aber die Liebe
zwingt
uns nieder, das Leid beuget gewaltiger,
h es kehret umsonst nicht
er Bogen, woher er kommt.
wärts oder hinab! herrschet in heilger
Nacht,
die stumme Natur werdende Tage sinnt,
rscht im schiefesten Orkus
ht ein Grades, ein Recht noch auch?
s erfuhr ich. Denn nie, sterblichen
Meistern gleich,
t ihr Himmlischen, ihr Alleserhaltenden,
ich wüßte, mit Vorsicht
h des ebenen Pfads geführt.
es prüfe der Mensch, sagen die
Himmlischen,
er, kräftig genährt, danken für Alles
lern’,
verstehe die Freiheit,
zubrechen, wohin er will.
DIE MUSSE
glos schlummert die Brust und es ruhn die
strengen Gedanken.
die Wiese geh’ ich hinaus, wo das Gras
aus der Wurzel
ch, wie die Quelle, mir keimt, wo die
liebliche Lippe der Blume
sich öffnet und stumm mit süßem Othem
mich anhaucht,
an tausend Zweigen des Hains, wie an
brennenden Kerzen
das Flämmchen des Lebens glänzt, die
rötliche Blüte,
im sonnigen Quell die zufriednen Fische
sich regen,
die Schwalbe das Nest mit den törigen
Jungen umflattert,
die Schmetterlinge sich freun und die
Bienen, da wandl’ ich
ten in ihrer Lust; ich steh im friedlichen
Felde
ein liebender Ulmbaum da, und wie
Reben und Trauben
lingen sich rund um mich die süßen Spiele
des Lebens.
r schau ich hinauf zum Berge, der mit
Gewölken
h die Scheitel umkränzt und die düstern
Locken im Winde
üttelt, und wenn er mich trägt auf seiner
kräftigen Schulter,
nn die leichtere Luft mir alle Sinne
bezaubert
das unendliche Tal, wie eine farbige
Wolke,
er mir liegt, da werd’ ich zum Adler, und
ledig des Bodens
chselt mein Leben im All der Natur wie
Nomaden den Wohnort.
nun führt mich der Pfad zurück ins Leben
der Menschen,
nher dämmert die Stadt, wie eine eherne
Rüstung
en die Macht des Gewittergotts und der
Menschen geschmiedet,
estätisch herauf, und ringsum ruhen die
Dörfchen;
die Dächer umhüllt, vom Abendlichte
gerötet,
undlich der häusliche Rauch; es ruhn die
sorglich mzäunten
ten, es schlummert der Pflug auf den
gesonderten Feldern.
r ins Mondlicht steigen herauf die
zerbrochenen Säulen
die Tempeltore, die einst der Furchtbare
traf, der geheime
st der Unruh, der in der Brust der Erd’ und
der Menschen
net und gärt, der Unbezwungne, der alte
Erobrer,
die Städte, wie Lämmer, zerreißt, der
einst den Olympus
mte, der in den Bergen sich regt, und
Flammen herauswirft,
die Wälder entwurzelt und durch den
Ozean hinfahrt
die Schiffe zerschlägt und doch in der
ewigen Ordnung
mals irre dich macht, auf der Tafel deiner
Gesetze
ne Silbe verwischt, der auch dein Sohn, o
Natur, ist,
dem Geiste der Ruh’ aus Einem Schoße
geboren.
’ ich zu Hause dann, wo die Bäume das
Fenster umsäuseln
die Luft mit dem Lichte mir spielt, von
menschlichem Leben
erzählendes Blatt zu gutem Ende
gelesen:
en! Leben der Welt! du liegst wie ein
heiliger Wald da,
ech ich dann, und es nehme die Axt, wer
will, dich zu ebnen,
cklich wohn’ ich in dir.
DIE VÖLKER
SCHWIEGEN,
SCHLUMMERTEN
Völker schwiegen, schlummerten, da sahe
Schicksal, daß sie nicht entschliefen, und
es kam
unerbittliche, der furchtbare
n der Natur, der alte Geist der Unruh.
regte sich, wie Feuer, das im Herzen
Erde gärt, das wie den reifen Obstbaum
alten Städte schüttelt, das die Berge
reißt, und die Eichen hinabschlingt und die
Felsen.
Heere tobten, wie die kochende See.
wie ein Meergott, herrscht’ und waltete
nch großer Geist im kochenden Getümmel.
nch feurig Blut zerrann im Todesfeld
jeder Wunsch und jede Menschenkraft
obt auf Einer da, auf ungeheurer Walstatt,
von dem blauen Rheine bis zur Tyber
unaufhaltsame, die jahrelange Schlacht
wilder Ordnung sich umherbewegte.
pielt’ ein kühnes Spiel in dieser Zeit
allen Sterblichen das mächtge Schicksal.
blinken goldne Früchte wieder dir,
heitre holde Sterne, durch die kühle
Nacht
Pomeranzenwälder in Italien.
ACHILLEUS
rlicher Göttersohn! da du die Geliebte
verloren,
gst du ans Meergestad, weintest hinaus in
die Flut,
heklagend hinab verlangt’ in den heiligen
Abgrund,
ie Stille dein Herz, wo, von der Schiffe
Gelärm
n, tief unter den Wogen, in friedlicher
Grotte die blaue
tis wohnte, die dich schützte, die Göttin
des Meers.
ter war dem Jünglinge sie, die mächtige
Göttin,
te den Knaben einst liebend, am
Felsengestad
ner Insel, gesäugt, mit dem kräftigen Liede
der Welle
im stärkenden Bad ihn zum Heroen
genährt.
die Mutter vernahm die Weheklage des
Jünglings,
g vom Grunde der See, trauernd, wie
Wölkchen, herauf,
lte mit zärtlichem Umfangen die
Schmerzen des Lieblings,
er hörte, wie sie schmeichelnd zu helfen
versprach.
tersohn! o wär ich, wie du, so könnt’ ich
vertraulich
em der Himmlischen klagen mein
heimliches Leid.
en soll ich es nicht, soll tragen die
Schmach, als gehört ich
mmer zu ihr, die doch meiner mit Tränen
gedenkt.
e Götter! doch hört ihr jegliches Flehen
des Menschen,
! und innig und fromm liebt’ ich dich
heiliges Licht,
ich lebe, dich Erd’ und deine Quellen und
Wälder,
er Aether, und dich fühlte zu sehnend und
rein
ses Herz – o sänftiget mir, ihr Guten, mein
Leiden,
die Seele mir nicht allzu frühe
verstummt,
ich lebe und euch, ihr hohen himmlischen
Mächte,
h am fliehenden Tag danke mit frommem
Gesang,
ke für voriges Gut, für Freuden
vergangener Jugend,
dann nehmet zu euch gütig den Einsamen
auf.
DA ICH EIN KNABE
WAR…
ich ein Knabe war,
et’ ein Gott mich oft
m Geschrei und der Rute der Menschen,
spielt ich sicher und gut
den Blumen des Hains,
die Lüftchen des Himmels
elten mit mir.
wie du das Herz
Pflanzen erfreust,
nn sie entgegen dir
zarten Arme strecken,
hast du mein Herz erfreut,
er Helios! und, wie Endymion,
ich dein Liebling,
lige Luna!
ll ihr treuen
undlichen Götter!
ihr wüßtet,
euch meine Seele geliebt!
ar damals rief ich noch nicht
h mit Namen, auch ihr
ntet mich nie, wie die Menschen sich
nennen,
kennten sie sich.
h kannt’ ich euch besser,
ich je die Menschen gekannt,
verstand die Stille des Aethers,
Menschen Worte verstand ich nie.
h erzog der Wohllaut
säuselnden Hains
lieben lernt’ ich
er den Blumen.
Arme der Götter wuchs ich groß.
AN DIE PARZEN
Einen Sommer gönnt, ihr Gewaltigen!
einen Herbst zu reifem Gesange mir,
williger mein Herz, vom süßen
ele gesättiget, dann mir sterbe.
Seele, der im Leben ihr göttlich Recht
ht ward, sie ruht auch drunten im Orkus
nicht;
h ist mir einst das Heilge, das am
zen mir liegt, das Gedicht, gelungen,
lkommen dann, o Stille der Schattenwelt!
ieden bin ich, wenn auch mein
Saitenspiel
h nicht hinab geleitet; Einmal
t ich, wie Götter, und mehr bedarfs nicht.
HYPERIONS
SCHICKSALSLIED
wandelt droben im Licht
weichem Boden, selige Genien!
nzende Götterlüfte
ren euch leicht,
die Finger der Künstlerin
lige Saiten.
icksallos, wie der schlafende
gling, atmen die Himmlischen;
sch bewahrt
escheidener Knospe,
het ewig
n der Geist,
die seligen Augen
cken in stiller
ger Klarheit.
h uns ist gegeben,
keiner Stätte zu ruhn,
chwinden, es fallen
leidenden Menschen
ndlings von einer
nde zur andern,
Wasser Voll Klippe
Klippe geworfen,
lang ins Ungewisse hinab.
AN DIE JUNGEN
DICHTER
ben Brüder! es reift unsere Kunst
vielleicht,
dem Jünglinge gleich, lange sie schon
gegärt,
d zur Stille der Schönheit;
d nur fromm, wie der Grieche war!
bt die Götter und denkt freundlich der
Sterblichen!
t den Rausch, wie den Frost! lehrt, und
beschreibet nicht!
nn der Meister euch ängstigt,
gt die große Natur um Rat.
AN UNSRE GROSSEN
DICHTER
Ganges Ufer hörten des Freudengotts
umph, als allerobernd vom Indus her
junge Bacchus kam, mit heilgem
ne vom Schlafe die Völker weckend.
weckt, ihr Dichter! weckt sie vom
Schlummer auch,
jetzt noch schlafen, gebt die Gesetze, gebt
Leben, siegt, Heroen! ihr nur
t der Eroberung Recht, wie Bacchus.
DIE SCHEINHEILIGEN
DICHTER
kalten Heuchler, sprecht von den Göttern
nicht!
habt Verstand! ihr glaubt nicht an Helios,
h an den Donnerer und Meergott;
ist die Erde, wer mag ihr danken? –
rost ihr Götter! zieret ihr doch das Lied,
nn schon aus euren Namen die Seele
schwand,
ist ein großes Wort vonnöten,
ter Natur! so gedenkt man deiner.
DER ZEITGEIST
ang schon waltest über dem Haupte mir,
in der dunkeln Wolke, du Gott der Zeit!
wild, zu bang ist’s ringsum, und es
mmert und wankt ja, wohin ich blicke.
! wie ein Knabe, seh’ ich zu Boden oft,
h’ in der Höhle Rettung von dir, und
möcht’,
Blöder, eine Stelle finden,
eserschütt’rer! wo du nicht wärest.
endlich, Vater! offenen Aug’s mich dir
egnen! hast denn du nicht zuerst den Geist
deinem Strahl aus mir geweckt? mich
rlich ans Leben gebracht, o Vater! –
hl keimt aus jungen Reben uns heil’ge
Kraft;
milder Luft begegnet den Sterblichen,
wenn sie still im Haine wandeln,
ternd ein Gott; doch allmächt’ger weckst
du
reine Seele Jünglingen auf, und lehrst
Alten weise Künste; der Schlimme nur
d schlimmer, daß er bälder ende,
nn du, Erschütterer! ihn ergreifest.
DER MENSCH
m sproßten aus den Wassern, o Erde, dir
jungen Berge Gipfel und dufteten
tatmend, immergrüner Haine
, in des Ozeans grauer Wildnis
ersten holden Inseln; und freudig sah
Sonnengottes Auge die Neulinge,
Pflanzen, seiner ewgen Jugend
helnde Kinder, aus dir geboren.
auf der Inseln schönster, wo immerhin
Hain in zarter Ruhe die Luft umfloß,
unter Trauben einst, nach lauer
ht, in der dämmernden Morgenstunde
oren, Mutter Erde! dein schönstes Kind; –
auf zum Vater Helios sieht bekannt
Knab’, und wacht und wählt, die süßen
re versuchend, die heil’ge Rebe
Amme sich; und bald ist er groß; ihn
scheun
Tiere, denn ein anderer ist, wie sie,
Mensch; nicht dir und nicht dem Vater
icht er, denn kühn ist in ihm und einzig
Vaters hohe Seele mit deiner Lust,
rd’! und deiner Trauer von je vereint;
Göttermutter, der Natur, der
esumfassenden möcht er gleichen!
! darum treibt ihn, Erde! vom Herzen dir
n Übermut, und deine Geschenke sind
sonst und deine zarten Bande;
ht er ein Besseres doch, der Wilde!
seines Ufers duftender Wiese muß
blütenlose Wasser hinaus der Mensch;
glänzt auch, wie die Sternenacht, von
denen Früchten sein Hain, doch gräbt er
h Höhlen in den Bergen und späht im
Schacht,
seines Vaters heiterem Lichte fern,
m Sonnengott auch ungetreu, der
chte nicht liebt und der Sorge spottet.
n freier atmen Vögel des Walds, wenn
schon
Menschen Brust sich herrlicher hebt, und
der
dunkle Zukunft sieht, er muß auch
en den Tod und allein ihn fürchten.
Waffen wider alle, die atmen, trägt
wigbangem Stolze der Mensch; im Zwist
zehrt er sich und seines Friedens
me, die zärtliche, blüht nicht lange.
r von allen Lebensgenossen nicht
seligste? Doch tiefer und reißender
reift das Schicksal, allausgleichend,
h die entzündbare Brust dem Starken.
DER TOD FÜRS
VATERLAND
kömmst, o Schlacht! schon wogen die
Jünglinge
ab von ihren Hügeln, hinab ins Tal,
keck herauf die Würger dringen,
her der Kunst und des Arms, doch sichrer
mmt über sie die Seele der Jünglinge,
n die Gerechten schlagen, wie Zauberer,
ihre Vaterlandsgesänge
men die Kniee den Ehrelosen.
immt mich, nimmt mich mit in die Reihen
auf,
mit ich einst nicht sterbe gemeinen Tods!
sonst zu sterben, lieb’ ich nicht, doch
b ich, zu fallen am Opferhügel
s Vaterland, zu bluten des Herzens Blut
s Vaterland – und bald ist’s geschehn! Zu
euch,
Teuern! komm ich, die mich leben
rten und sterben, zu euch hinunter
oft im Lichte dürstet’ ich euch zu sehn,
Helden und ihr Dichter aus alter Zeit!
grüßt ihr freundlich den geringen
mdling und brüderlich ists hier unten;
Siegesboten kommen herab: Die Schlacht
unser! Lebe droben, o Vaterland,
zähle nicht die Toten! Dir ist,
bes! nicht Einer zu viel gefallen.
BUONAPARTE
lige Gefäße sind die Dichter,
in des Lebens Wein, der Geist
Helden, sich aufbewahrt,
r der Geist dieses Jünglings,
schnelle, müßt er es nicht zersprengen,
es ihn fassen wollte, das Gefäß?
Dichter laß ihn unberührt wie den Geist
der Natur,
solchem Stoffe wird zum Knaben der
Meister.
kann im Gedichte nicht leben und bleiben,
ebt und bleibt in der Welt.
EMPEDOKLES
Leben suchst du, suchst, und es quillt und
glänzt
göttlich Feuer tief aus der Erde dir,
du in schauderndem Verlangen
fst dich hinab, in des Aetna Flammen.
schmelzt’ im Weine Perlen der Übermut
Königin; und mochte sie doch! hättst du
deinen Reichtum nicht, o Dichter,
in den gärenden Kelch geopfert!
h heilig bist du mir, wie der Erde Macht,
dich hinwegnahm, kühner Getöteter!
folgen möcht’ ich in die Tiefe,
lte die Liebe mich nicht, dem Helden.
MENSCHENBEIFALL
nicht heilig mein Herz, schöneren Lebens
voll,
ich liebe? warum achtetet ihr mich mehr,
ich stolzer und wilder,
tereicher und leerer war?
! der Menge gefällt, was auf den
Marktplatz taugt,
d es ehret der Knecht nur den
Gewaltsamen;
das Göttliche glauben
allein, die es selber sind.
DIE LAUNISCHEN
’ ich ferne nur her, wenn ich für mich
geklagt,
enspiel und Gesang, schweigt mir das
Herz doch gleich;
d auch bin ich verwandelt,
nkst du, purpurner Wein! mich an
er Schatten des Walds, wo die gewaltige
tagssonne mir sanft über dem Laube
glänzt;
ig sitz ich daselbst, wenn
nend schwerer Beleidigung
im Felde geirrt – Zürnen zu gerne doch
ne Dichter, Natur! trauern und weinen
leicht,
Beglückten; wie Kinder,
zu zärtlich die Mutter hält,
d sie mürrisch und voll herrischen
Eigensinns;
ndeln still sie des Wegs, irret Geringes
doch
d sie wieder; sie reißen
dem Gleise sich sträubend dir.
h du rührest sie kaum, Liebende!
freundlich an,
d sie friedlich und fromm; fröhlich
gehorchen sie;
lenkst, Meisterin! sie mit
chem Zügel, wohin du willst.
ABSCHIED
nn ich sterbe mit Schmach, wenn an den
Frechen nicht
ne Seele sich rächt, wenn ich hinunter
bin,
des Genius Feinden
rwunden, ins feige Grab,
n vergiß mich, o dann rette vom
Untergang
nen Namen auch du, gütiges Herz! nicht
mehr,
n erröte, die du mir
d gewesen, doch eher nicht!
r weiß ich es nicht? Wehe! du liebender
utzgeist! ferne von dir spielen zerreißend
bald
den Saiten des Herzens
e Geister des Todes mir.
o bleiche dich denn, Locke der mutigen
end! heute noch, du, lieber als morgen mir,
hier, wo am einsamen
eidewege der Schmerz mich,
h der Tötende niederwirft.
GÖTTER WANDELTEN
EINST…
ter wandelten einst bei Menschen, die
herrlichen Musen
der Jüngling, Apoll, heilend, begeisternd
wie du.
du bist mir, wie sie, als hätte der Seligen
Einer
h ins Leben gesandt, geh ich, es wandelt
das Bild
ner Heldin mit mir, wo ich duld und
bilde, mit Liebe
in den Tod, denn dies lernt ich und hab
ich von ihr.
uns leben, o du, mit der ich leide, mit der
ich
g und glaubig und treu ringe nach
schönerer Zeit.
d doch wirs! und wüßten sie noch in
kommenden Jahren
uns beiden, wenn einst wieder der
Genius gilt,
achen sie: es schufen sich einst die
Einsamen liebend
von Göttern gekannt ihre geheimere Welt.
n die Sterbliches nur besorgt, es empfangt
sie die Erde,
r näher zum Licht wandern, zum Aether
hinauf
die inniger Liebe treu, und göttlichem
Geiste
fend und duldend und still über das
Schicksal gesiegt.
HÖRT ICH DIE
WARNENDEN ITZT…
t ich die Warnenden itzt, sie lächelten
meiner und dächten,
her anheim uns fiel, weil er uns scheute,
der Tor.
sie achtetens keinen Gewinn, …
gt, o singet mir nur, unglückweissagend,
ihr Furchtbarn,
icksalsgötter, das Lied immer und immer
ums Ohr.
r bin ich zuletzt, ich weiß es, doch will
zuvor ich
gehören und mir Leben erbeuten und
Ruhm.
DEM SONNENGOTT
bist du? trunken dämmert die Seele mir
aller deiner Wonne; denn eben ists,
ich gesehn, wie, müde seiner
rt, der entzückende Götterjüngling
jungen Locken badet’ im Goldgewölk;
d jetzt noch blickt mein Auge von selbst
nach ihm;
h fern ist er zu frommen Völkern,
ihn noch ehren, hinweggegangen.
h lieb’ ich, Erde! trauerst du doch mit mir!
unsre Trauer wandelt, wie
Kinderschmerz,
chlummer sich, und wie die Winde
tern und flüstern im Saitenspiele,
ihm des Meisters Finger den schönern
Ton
ockt, so spielen Nebel und Träum’ um
uns,
der Geliebte wiederkömmt und
en und Geist sich in uns entzündet.
SONNENUNTERGANG
bist du? trunken dämmert die Seele mir
aller deiner Wonne; denn eben ist’s,
ich gelauscht, wie, goldner Töne
, der entzückende Sonnenjüngling
n Abendlied auf himmlischer Leier
spielt’;
önten rings die Wälder und Hügel nach.
h fern ist er zu frommen Völkern,
ihn noch ehren, hinweggegangen.
DES MORGENS
m Taue glänzt der Rasen; beweglicher
schon die wache Quelle; die Buche neigt
schwankes Haupt und im Geblätter
scht es und schimmert; und um die grauen
wölke streifen rötliche Flammen dort,
kündende, sie wallen geräuschlos auf;
Fluten am Gestade, wogen
her und höher die Wandelbaren.
mm nun, o komm, und eile mir nicht zu
schnell,
goldner Tag, zum Gipfel des Himmels
fort!
n offner fliegt, vertrauter dir mein
e, du Freudiger! zu, solang du
einer Schöne jugendlich blickst und noch
herrlich nicht, zu stolz mir geworden
bist;
möchtest immer eilen, könnt ich,
tlicher Wandrer, mit dir! – doch lächelst
frohen Übermütigen du, daß er
gleichen möchte; segne mir lieber dann
n sterblich Tun und heitre wieder
iger! heute den stillen Pfad mir.
ABENDPHANTASIE
seiner Hütte ruhig im Schatten sitzt
Pflüger, dem Genügsamen raucht sein
Herd.
tfreundlich tönt dem Wanderer im
dlichen Dorfe die Abendglocke.
hl kehren itzt die Schiffer zum Hafen auch,
ernen Städten, fröhlich verrauscht des
Markts
chäftger Lärm; in stiller Laube
nzt das gesellige Mahl den Freunden.
hin denn ich? Es leben die Sterblichen
Lohn und Arbeit; wechselnd in Müh’ und
Ruh
lles freudig; warum schläft denn
mmer nur mir in der Brust der Stachel?
Abendhimmel blühet ein Frühling auf;
ählig blühn die Rosen und ruhig scheint
goldne Welt; o dorthin nimmt mich,
purne Wolken! und möge droben
icht und Luft zerrinnen mir Lieb’ und
Leid! –
h, wie verscheucht von töriger Bitte,
flieht
Zauber; dunkel wirds und einsam
er dem Himmel, wie immer, bin ich –
mm du nun, sanfter Schlummer! zu viel
begehrt
Herz; doch endlich, Jugend! verglühst du
ja,
ruhelose, träumerische!
dlich und heiter ist dann das Alter.
DER MAIN
hl manches Land der lebenden Erde möcht
sehn, und öfters über die Berg enteilt
Herz mir, und die Wünsche wandern
r das Meer, zu den Ufern, die mir
andern, so ich kenne, gepriesen sind;
h lieb ist in der Ferne nicht Eines mir,
jenes, wo die Göttersöhne
lafen, das trauernde Land der Griechen.
! einmal dort an Suniums Küste möcht
landen, deine Säulen, Olympion!
agen, dort, noch eh der Nordsturm
in den Schutt der Athenertempel
d ihrer Götterbilder auch dich begräbt;
n lang schon einsam stehst du, o Stolz der
Welt,
nicht mehr ist! – und o ihr schönen
ln Ioniens, wo die Lüfte
m Meere kühl an warme Gestade wehn,
nn unter kräft’ger Sonne die Traube reift,
! wo ein goldner Herbst dem armen
k in Gesänge die Seufzer wandelt,
nn die Betrübten itzt ihr Limonenwald
ihr Granatbaum, purpurner Äpfel voll,
süßer Wein und Pauk und Zithar
m labyrinthischen Tanze ladet –
euch vielleicht, ihr Inseln! gerät noch einst
heimatloser Sänger; denn wandern muß
Fremden er zu Fremden, und die
e, die freie, sie muß ja, leider!
t Vaterlands ihm dienen, solang er lebt,
wenn er stirbt – doch nimmer vergeß ich
dich,
ern ich wandre, schöner Main! und
ne Gestade, die vielbeglückten.
tfreundlich nahmst du, Stolzer! bei dir
mich auf
heitertest das Auge dem Fremdlinge,
still hingleitende Gesänge
rtest du mich und geräuschlos Leben.
uhig mit den Sternen, du Glücklicher!
lst du von deinem Morgen zum Abend
fort,
m Bruder zu, dem Rhein, und dann mit
in den Ozean freudig nieder!
DER NECKAR
einen Tälern wachte mein Herz mir auf
m Leben, deine Wellen umspielten mich,
all der holden Hügel, die dich
nderer! kennen, ist keiner fremd mir.
ihren Gipfeln löste des Himmels Luft
oft der Knechtschaft Schmerzen; und aus
dem Tal,
Leben aus dem Freudebecher,
nzte die bläuliche Silberwelle.
Berge Quellen eilten hinab zu dir,
ihnen auch mein Herz und du nahmst uns
mit,
m stillerhabnen Rhein, zu seinen
dten hinunter und lustgen Inseln.
h dünkt die Welt mir schön, und das Aug
entflieht
angend nach den Reizen der Erde mir,
m goldenen Paktol, zu Smyrnas
r, zu Ilions Wald. Auch möcht ich
Sunium oft landen, den stummen Pfad
h deinen Säulen fragen, Olympion!
h eh der Sturmwind und das Alter
in den Schutt der Athenertempel
ihrer Gottesbilder auch dich begräbt,
n lang schon einsam stehst du, o Stolz der
Welt,
nicht mehr ist. Und o ihr schönen
ln Ioniens! wo die Meerluft
heißen Ufer kühlt und den Lorbeerwald
chsäuselt, wenn die Sonne den Weinstock
wärmt,
! wo ein goldner Herbst dem armen
k in Gesänge die Seufzer wandelt,
nn sein Granatbaum reift, wenn aus grüner
Nacht
Pomeranze blinkt, und der Mastixbaum
Harze träuft und Pauk und Cymbel
m labyrinthischen Tanze klingen.
euch, ihr Inseln! bringt mich vielleicht, zu
euch
n Schutzgott einst; doch weicht mir aus
treuem Sinn
h da mein Neckar nicht mit seinen
blichen Wiesen und Uferweiden.
HEIDELBERG
ge lieb’ ich dich schon, möchte dich, mir
zur Lust,
ter nennen, und dir schenken ein kunstlos
Lied,
der Vaterlandsstädte
dlichschönste, so viel ich sah.
der Vogel des Walds über die Gipfel
fliegt,
wingt sich über den Strom, wo er vorbei
dir glänzt,
cht und kräftig die Brücke,
von Wagen und Menschen tönt.
von Göttern gesandt, fesselt’ ein Zauber
einst
die Brücke mich an, da ich vorüber ging,
herein in die Berge
die reizende Ferne schien,
der Jüngling, der Strom, fort in die Ebne
zog,
urigfroh, wie das Herz, wenn es, sich
selbst zu schön,
bend unterzugehen,
ie Fluten der Zeit sich wirft.
llen hattest du ihm, hattest dem Flüchtigen
hle Schatten geschenkt, und die Gestade
sahn
ihm nach, und es bebte
den Wellen ihr lieblich Bild.
r schwer in das Tal hing die gigantische,
icksalskundige Burg nieder bis auf den
Grund,
den Wettern zerrissen;
h die ewige Sonne goß
verjüngendes Licht über das alternde
senbild, und umher grünte lebendiger
u; freundliche Wälder
schten über die Burg herab.
uche blühten herab, bis wo im heitern Tal,
den Hügel gelehnt, oder dem Ufer hold,
ne fröhlichen Gassen
er duftenden Gärten ruhn.
DIE GÖTTER
stiller Aether! immer bewahrst du schön
Seele mir im Schmerz, und es adelt sich
Tapferkeit vor deinen Strahlen,
ios! oft die empörte Brust mir.
guten Götter! arm ist, wer euch nicht
kennt,
ohen Busen ruhet der Zwist ihm nie,
Nacht ist ihm die Welt und keine
ude gedeihet und kein Gesang ihm.
ihr, mit eurer ewigen Jugend, nährt
Herzen, die euch lieben, den Kindersinn,
laßt in Sorgen und in Irren
mmer den Genius sich vertrauern.
MEINER
VEREHRUNGSWÜRDIGEN
GROSSMUTTER ZU
IHREM
ZWEIUNDSIEBZIGSTEN
GEBURTSTAG
es hast du erlebt, du teure Mutter! und
ruhst nun
cklich, von Fernen und Nah’n liebend
beim Namen genannt,
auch herzlich geehrt in des Alters
silberner Krone
er den Kindern, die dir reifen und
wachsen und blühn.
ges Leben hat dir die sanfte Seele
gewonnen
die Hoffnung, die dich freundlich in
Leiden geführt.
n zufrieden bist du und fromm, wie die
Mutter, die einst den
ten der Menschen, den Freund unserer
Erde, gebar. –
! sie wissen es nicht, wie der Hohe
wandelt’ im Volke,
vergessen ist fast, was der Lebendige
war.
nige kennen ihn doch und oft erscheinet
erheiternd
ten in stürmischer Zeit ihnen das
himmlische Bild.
versöhnend und still mit den armen
Sterblichen ging er,
ser einzige Mann, göttlich im Geiste,
dahin.
nes der Lebenden war aus seiner Seele
geschlossen
die Leiden der Welt trug er an liebender
Brust.
dem Tode befreundet’ er sich, im Namen
der andern
g er aus Schmerzen und Müh’ siegend zum
Vater zurück.
du kennest ihn auch, du teure Mutter! und
wandelst
ubend und duldend und still ihm, dem
Erhabenen, nach.
h! es haben mich selbst verjüngt die
kindlichen Worte,
d es rinnen, wie einst, Tränen vom Auge
mir noch;
ich denke zurück an längst vergangene
Tage,
die Heimat erfreut wieder mein einsam
Gemüt,
das Haus, wo ich einst bei deinen
Segnungen aufwuchs,
von Liebe genährt, schneller der Knabe
gedieh.
! wie dacht’ ich dann oft, du solltest
meiner dich freuen,
nn ich ferne mich sah wirkend in offener
Welt.
nches hab’ ich versucht und geträumt und
habe die Brust mir
nd gerungen indes, aber ihr heilet sie mir,
hr Lieben! und lange, wie du, o Mutter! zu
leben
l ich lernen; es ist ruhig das Alter und
fromm.
mmen will ich zu dir; dann segne den
Enkel noch Einmal,
dir halte der Mann, was er, als Knabe,
gelobt.
DIE ENTSCHLAFENEN
en vergänglichen Tag lebt’ ich und wuchs
mit den Meinen,
s ums andere schon schläft mir und fliehet
dahin.
h ihr Schlafenden wacht am Herzen mir,
in verwandter
le ruhet von euch mir das entfliehende
Bild.
lebendiger lebt ihr dort, wo des
göttlichen Geistes
ude die Alternden all, alle die Toten
verjüngt.
DER PRINZESSIN
AUGUSTE VON
HOMBURG
Den 28. November 1799
h freundlichzögernd scheidet vom Auge
dir
Jahr, und in hesperischer Milde glänzt
Winterhimmel über deinen
ten, den dichtrischen, immergrünen.
da ich deines Festes gedacht’ und sann,
ich dir dankend reichte, da weilten noch
Pfade Blumen, daß sie dir zur
henden Krone, du Edle, würden.
h andres beut dir, Größeres, hoher Geist!
festlichere Zeit, denn es hallt hinab
Berge das Gewitter, sieh! und
r, wie die ruhigen Sterne, gehen
langem Zweifel reine Gestalten auf;
dünkt es mir; und einsam, o Fürstin! ist
Herz der Freigebornen wohl nicht
ger im eigenen Glück; denn würdig
ellt im Lorbeer ihm der Heroë sich,
schöngereifte, echte; die Weisen auch,
Unsern, sind es wert; sie blicken
l aus der Höhe des Lebens, die ernsten
Alten.
inge dünkt der träumende Sänger sich,
Kindern gleich am müßigen Saitenspiel,
nn ihn der Edlen Glück, wenn ihn die
und der Ernst der Gewalt’gen aufweckt.
h herrlicht mir dein Name das Lied; dein
Fest
usta! durft’ ich feiern; Beruf ist mirs,
ühmen Höhers, darum gab die
ache der Gott und den Dank ins Herz mir.
aß von diesem freudigen Tage mir
h meine Zeit beginne, daß endlich auch
ein Gesang in deinen Hainen,
e! gedeihe, der deiner wert sei.
AN EINE FÜRSTIN VON
DESSAU
stillem Hause senden die Götter oft
kurze Zeit zu Fremden die Lieblinge,
mit, erinnert, sich am edlen
de der Sterblichen Herz erfreue.
kommst du aus Luisiums Hainen auch,
heilger Schwelle dort, wo geräuschlos
rings
Lüfte sind und friedlich um dein
h die geselligen Bäume spielen,
deines Tempels Freuden, o Priesterin!
uns, wenn schon die Wolke das Haupt uns
beugt
längst ein göttlich Ungewitter
über dem Haupt uns wandelt.
uer warst du, Priesterin! da du dort
Stillen göttlich Feuer behütetest,
h teurer heute, da du Zeiten
er den Zeitlichen segnend feierst.
n wo die Reinen wandeln, vernehmlicher
da der Geist, und offen und heiter blühn
Lebens dämmernde Gestalten
wo ein sicheres Licht erscheinet.
wie auf dunkler Wolke der schweigende,
schöne Bogen blühet, ein Zeichen ist
künftger Zeit, ein Angedenken
ger Tage, die einst gewesen,
st dein Leben, heilige Fremdlingin!
nn du Vergangnes über Italiens
brochnen Säulen, wenn du neues
nen aus stürmischer Zeit betrachtest.
MEIN EIGENTUM
einer Fülle ruhet der Herbsttag nun,
äutert ist die Traub und der Hain ist rot
m Obst, wenn schon der holden Blüten
nche der Erde zum Danke fielen.
rings im Felde, wo ich den Pfad hinaus,
stillen, wandle, ist den Zufriedenen
Gut gereift und viel der frohen
he gewähret der Reichtum ihnen.
m Himmel blicket zu den Geschäftigen
ch ihre Bäume milde das Licht herab,
Freude teilend, denn es wuchs durch
de der Menschen allein die Frucht nicht.
leuchtest du, o Goldnes, auch mir, und
wehst
h du mir wieder, Lüftchen, als segnetest
eine Freude mir, wie einst, und
t, wie um Glückliche, mir am Busen?
st war ichs, doch wie Rosen, vergänglich
war
fromme Leben, ach! und es mahnen noch,
blühend mir geblieben sind, die
den Gestirne zu oft mich dessen.
lückt, wer, ruhig liebend ein frommes
Weib,
eignen Herd in rühmlicher Heimat lebt,
euchtet über festem Boden
öner dem sicheren Mann sein Himmel.
n, wie die Pflanze, wurzelt auf eignem
Grund
nicht, verglüht die Seele des Sterblichen,
mit dem Tageslichte nur, ein
mer, auf heiliger Erde wandelt.
mächtig, ach! ihr himmlischen Höhen, zieht
mich empor, bei Stürmen, am heitern Tag
l ich verzehrend euch im Busen
chseln, ihr wandelnden Götterkräfte.
h heute laß mich stille den trauten Pfad
m Haine gehn, dem golden die Wipfel
schmückt
n sterbend Laub, und kränzt auch mir die
ne, ihr holden Erinnerungen!
daß mir auch, zu retten mein sterblich
Herz,
andern eine bleibende Stätte sei,
heimatlos die Seele mir nicht
r das Leben hinweg sich sehne,
du, Gesang, mein freundlich Asyl! sei du,
lückender! mit sorgender Liebe mir
flegt, der Garten, wo ich, wandelnd
er den Blüten, den immerjungen,
ichrer Einfalt wohne, wenn draußen mir
ihren Wellen allen die mächtge Zeit,
Wandelbare, fern rauscht und die
lere Sonne mein Wirken fördert.
segnet gütig über den Sterblichen,
Himmelskräfte! jedem sein Eigentum,
egnet meines auch, und daß zu
he die Parze den Traum nicht ende.
PALINODIE
dämmert um mich, Erde! Dein freundlich
Grün?
wehst du wieder, Lüftchen, wie einst
mich an?
llen Wipfeln rauschts, …
weckt ihr mir die Seele? Was regt ihr
mir
gangnes auf, ihr Guten! O schonet mein
laßt sie ruhn, die Asche meiner
unden, ihr spottet nur! O wandelt,
schicksallosen Götter, vorbei und blüht
urer Jugend über den Alternden
wollt ihr zu den Sterbliche euch
ne gesellen, so blühn der Jungfraun
h viel, der jungen Helden, und schöner
spielt
Morgen um die Wange der Glücklichen
n um ein trübes Aug und lieblich
en die Sänge der Mühelosen.
! Vormals rauschte leicht des Gesanges
Quell
h mir vom Busen, da noch die Freude mir,
himmlische, vom Auge glänzte
söhnung, o Versöhnung, ihr gütigen,
mmergleichen Götter, und haltet ein,
l ihr die reinen Quellen liebt…
WOHL GEH’ICH
TÄGLICH ANDERE
PFADE…
hl geh’ich täglich andere Pfade, bald
grüne Laub im Walde, zur Quelle bald,
m Felsen, wo die Rosen blühen,
cke vom Hügel ins Land, doch nirgend,
Holde, nirgend find ich im Lichte dich
in die Lüfte schwinden die Worte mir,
frommen, die bei dir ich ehmals
ferne bist du, seliges Angesicht!
deines Lebens Wohllaut verhallt, von mir
ht mehr belauscht, und ach! wo seid ihr
bergesänge, die einst das Herz mir
änftiget mit Ruhe der Himmlischen?
lang ists! o wie lange! der Jüngling ist
ltert, selbst die Erde, die mir
mals gelächelt, ist anders worden.
immer wohl! es scheidet und kehrt zu dir
Seele jeden Tag, und es weint um dich
Auge, daß es helle wieder
t wo du säumest, hinüberblicke.
AN DIE HOFFNUNG
Hoffnung! holde! gütiggeschäftige!
du das Haus der Trauernden nicht
verschmähst,
gerne dienend, Edle! zwischen
blichen waltest und Himmelsmächten,
bist du? wenig lebt ich; doch atmet kalt
n Abend schon. Und stille, den Schatten
gleich,
ich schon hier; und schon gesanglos
lummert das schaudernde Herz im Busen.
grünen Tale, dort, wo der frische Quell
m Berge täglich rauscht, und die liebliche
lose mir am Herbsttag aufblüht,
t, in der Stille, du Holde, will ich
h suchen, oder wenn in der Mitternacht
unsichtbare Leben im Haine wallt,
über mir die immerfrohen
men, die sicheren Sterne, glänzen,
u des Aethers Tochter! erscheine dann
deines Vaters Gärten, und darfst du nicht,
Geist der Erde, kommen, schröck, o
röcke mit anderem nur das Herz mir.
VULKAN
t komm und hülle, freundlicher Feuergeist,
zarten Sinn der Frauen in Wolken ein,
oldne Träum und schütze sie, die
hende Ruhe der Immerguten.
m Manne laß sein Sinnen, und sein
Geschäft,
seiner Kerze Schein, und den künftgen
Tag
allen, laß des Unmuts ihm, der
lichen Sorge zu viel nicht werden,
nn jetzt der immerzürnende Boreas,
n Erbfeind, über Nacht mit dem Frost das
Land
ällt, und spät, zur Schlummerstunde,
ttend der Menschen, sein schröcklich Lied
singt,
unsrer Städte Mauren und unsern Zaun,
fleißig wir gesetzt, und den stillen Hain
reißt, und selber im Gesang die
le mir störet, der Allverderber,
rastlos tobend über den sanften Strom
n schwarz Gewölk ausschüttet, daß weit
umher
Tal gärt, und, wie fallend Laub, vom
stenden Hügel herab der Fels fällt.
hl frömmer ist, denn andre Lebendige,
Mensch; doch zürnt es draußen, gehöret
der
h eigner sich, und sinnt und ruht in
herer Hütte, der Freigeborne.
immer wohnt der freundlichen Genien
h Einer gerne segnend mit ihm, und wenn
zürnten all, die ungelehrgen
iuskräfte, doch liebt die Liebe.
DIE HEIMAT
h kehrt der Schiffer heim an den stillen
Strom,
Inseln fernher, wenn er geerntet hat;
käm auch ich zur Heimat, hätt ich
er so viele, wie Leid, geerntet.
euren Ufer, die mich erzogen einst,
lt ihr der Liebe Leiden, versprecht ihr mir,
Wälder meiner Jugend, wenn ich
mme, die Ruhe noch einmal wieder?
kühlen Bache, wo ich der Wellen Spiel,
Strome, wo ich gleiten die Schiffe sah,
t bin ich bald; euch, traute Berge,
mich behüteten einst, der Heimat
ehrte sichre Grenzen, der Mutter Haus
liebender Geschwister Umarmungen
rüß ich bald und ihr umschließt mich,
, wie in Banden, das Herz mir heile,
Treugebliebnen! aber ich weiß, ich weiß,
Liebe Leid, dies heilet so bald mir nicht,
s singt kein Wiegensang, den tröstend
bliche singen, mir aus dem Busen.
n sie, die uns das himmlische Feuer leihn,
Götter schenken heiliges Leid uns auch,
m bleibe dies. Ein Sohn der Erde
ein ich; zu lieben gemacht, zu leiden.
GEH UNTER, SCHÖNE
SONNE
unter, schöne Sonne, sie achteten
wenig dein, sie kannten dich, Heilge,
nicht,
n mühelos und stille bist du
r den Mühsamen aufgegangen.
gehst du freundlich unter und auf, o Licht!
wohl erkennt mein Auge dich,
Herrliches!
n göttlich stille ehren lernt’ ich,
Diotima den Sinn mir heilte.
u des Himmels Botin! wie lauscht ich dir!
Diotima! Liebe! wie sah von dir
m goldnen Tage dieses Auge
nzend und dankend empor. Da rauschten
endiger die Quellen, es atmeten
dunkeln Erde Blüten mich liebend an,
lächelnd über Silberwolken
gte sich segnend herab der Aether.
DIE LIEBENDEN
nnen wollten wir uns? wähnten es gut und
klug?
wirs taten, warum schröckte, wie Mord,
die Tat?
! wir kennen uns wenig,
n es waltet ein Gott in uns.
verraten? ach ihn, welcher uns alles
ernst,
n und Leben erschuf, ihn, den beseelenden
utzgott unserer Liebe,
s, dies Eine vermag ich nicht.
r anderen Fehl denket der Menschen Sinn,
ern ehernen Dienst übt er und anders
Recht,
es fordert die Seele
für Tag der Gebrauch uns ab.
hl! ich wußte es zuvor. Seit der gewurzelte
entzweiende Haß Götter und Menschen
trennt,
ß, mit Blut sie zu sühnen,
ß der Liebenden Herz vergehn.
mich schweigen! oh laß nimmer von nun
an mich
ses Tödliche sehn, daß ich im Frieden
doch
ins Einsame ziehe,
noch unser der Abschied sei!
ch die Schale mir selbst, daß ich des
rettenden
ligen Giftes genug, daß ich des
Lethetranks
dir trinke, daß alles,
und Liebe, vergessen sei!
gehn will ich. Vielleicht seh ich in langer
Zeit
tima! dich hier. Aber verblutet ist
n das Wünschen und friedlich
ich den Seligen, fremd sind wir,
ein ruhig Gespräch führet uns auf und ab,
nend, zögernd, doch itzt faßt die
Vergessenen
r die Stelle des Abschieds,
erwarmet ein Herz in uns,
unend seh ich dich an, Stimmen und süßen
Sang,
aus voriger Zeit hör ich und Saitenspiel,
befreiet in Lüfte
gt in Flammen der Geist uns auf.
AN EDUARD
h alten Freunde droben, unsterbliches
tirn, euch frag ich, Helden! woher es ist,
ich so untertan ihm bin, und
der Gewaltige sein mich nennet.
ht vieles kann ich bieten, nur weniges
n ich verlieren, aber ein liebes Glück,
einziges, zum Angedenken
cherer Tage zurückgeblieben,
dies, so ers geböte, dies Eine noch,
n Saitenspiel, ich wagt es, wohin er
wollt,
mit Gesange folgt ich, selbst ins
e der Tapfern, hinab dem Teuern.
t Wolken«, säng ich, »tränkt das Gewitter
dich,
dunkler Boden, aber mit Blut der
Mensch;
schweigt, so ruht er, der sein Gleiches
ben und drunten umsonst erfragte.
ist der Liebe Zeichen am Tag? wo spricht
h aus das Herz? wo ruhet es endlich? wo
ds wahr, was uns, bei Nacht und Tag, zu
ge der glühende Traum verkündet?
r, wo die Opfer fallen, ihr Lieben, hier!
schon tritt hin der festliche Zug! schon
blinkt
Stahl! die Wolke dampft! sie fallen und
es
lt in der Luft und die Erde rühmt es! «
nn ich so singend fiele, dann rächtest du
h, mein Achill! und sprächest: »Er lebte
doch
u bis zuletzt!« Das ernste Wort, das
htet mein Feind und der Totenrichter!
ar hab ich dich in Ruhe noch itzt; dich
birgt
ernste Wald, es hält das Gebirge dich,
mütterliche, noch den edlen
ling in sicherem Arm, die Weisheit
gt dir den alten Wiegengesang, sie webt
s Aug ihr heilig Dunkel, doch sieh! es
flammt
fernetönendem Gewölk die
hnende Flamme des Zeitengottes.
egt sein Sturm die Schwingen dir auf,
dich ruft,
h nimmt der Herr der Helden hinauf; o
nimm
h du! mit dir! und bringe sie dem
helnden Gotte, die leichte Beute!
DICHTERMUT
d denn dir nicht verwandt alle
Lebendigen,
rt die Parze denn nicht selber im Dienste
dich?
m, so wandle nur wehrlos
t durchs Leben, und fürchte nichts!
geschiehet, es sei alles gesegnet dir,
zur Freude gewandt! oder was könnte
denn
h beleidigen, Herz! was
begegnen, wohin du sollst?
n, seitdem der Gesang sterblichen Lippen
sich
denatmend entwand, frommend in Leid
und Glück
re Weise der Menschen
z erfreute, so waren auch
, die Sänger des Volks, gerne bei
Lebenden,
sich vieles gesellt, freudig und jedem
hold,
em offen; so ist ja
er Ahne, der Sonnengott,
den fröhlichen Tag Armen und Reichen
gönnt,
in flüchtiger Zeit uns, die Vergänglichen,
gerichtet an goldnen
gelbanden, wie Kinder, hält.
erwartet, auch ihn nimmt, wo die Stunde
kömmt,
ne purpurne Flut; sieh! und das edle Licht
et, kundig des Wandels,
ichgesinnet hinab den Pfad.
vergehe denn auch, wenn es die Zeit einst
ist
dem Geiste sein Recht nirgend gebricht,
so sterb
st im Ernste des Lebens
re Freude, doch schönen Tod!
BLÖDIGKEIT
d denn dir nicht bekannt viele
Lebendigen?
t auf Wahrem dein Fuß nicht, wie auf
Teppichen?
m, mein Genius! tritt nur
ins Leben, und sorge nicht!
geschiehet, es sei alles gelegen dir!
zur Freude gereimt, oder was könnte denn
h beleidigen, Herz, was
begegnen, wohin du sollst?
n, seit Himmlischen gleich Menschen, ein
einsam Wild,
die Himmlischen selbst führet, der
Einkehr zu,
Gesang und der Fürsten
r, nach Arten, so waren auch
, die Zungen des Volks, gerne bei
Lebenden,
sich vieles gesellt, freudig und jedem
gleich,
em offen, so ist ja
er Vater, des Himmels Gott,
den denkenden Tag Armen und Reichen
gönnt,
, zur Wende der Zeit, uns die
Entschlafenden
gerichtet an goldnen
gelbanden, wie Kinder, hält.
auch sind und geschickt einem zu etwas
wir,
nn wir kommen, mit Kunst, und von den
Himmlischen
en bringen. Doch selber
ngen schickliche Hände wir.
ERMUNTERUNG
o des Himmels! heiliges Herz! warum,
um verstummst du unter den Lebenden,
läfst, freies! von den Götterlosen
g hinab in die Nacht verwiesen?
cht denn, wie vormals, nimmer des
Aethers Licht?
blüht die alte Mutter, die Erde nicht?
übt der Geist nicht da und dort, nicht
helnd die Liebe das Recht noch immer?
du nicht mehr! doch mahnen die
Himmlischen,
stillebildend weht, wie ein kahl Gefild,
Othem der Natur dich an, der
eserheiternde, seelenvolle.
Hoffnung! bald, bald singen die Haine nicht
Lebens Lob allein, denn es ist die Zeit,
aus der Menschen Munde sie, die
önere Seele, sich neuverkündet,
n liebender im Bunde mit Sterblichen
Element sich bildet, und dann erst reich,
frommer Kinder Dank, der Erde
st, die unendliche, sich entfaltet
unsre Tage wieder, wie Blumen, sind,
sie, des Himmels Sonne, sich ausgeteilt
tillen Wechsel sieht und wieder
h in den Frohen das Licht sich findet,
er, der sprachlos waltet und unbekannt
ünftiges bereitet, der Gott, der Geist
Menschenwort, am schönen Tage
mmenden Jahren, wie einst, sich
ausspricht.
NATUR UND KUNST
ODER SATURN UND
JUPITER
waltest hoch am Tag und es blühet dein
etz, du hältst die Waage, Saturnus Sohn!
teilst die Los’ und ruhest froh im
m der unsterblichen Herrscherkünste.
h in den Abgrund, sagen die Sänger sich,
st du den heilgen Vater, den eignen, einst
wiesen und es jammre drunten,
wo die Wilden vor dir mit Recht sind,
uldlos der Gott der goldenen Zeit schon
längst:
st mühelos, und größer, wie du, wenn
schon
kein Gebot aussprach und ihn der
blichen keiner mit Namen nannte.
ab denn! oder schäme des Danks dich
nicht!
willst du bleiben, diene dem Älteren,
gönn es ihm, daß ihn vor allen,
tern und Menschen, der Sänger nenne!
n, wie aus dem Gewölke dein Blitz, so
kömmt
ihm, was dein ist, siehe! so zeugt von
ihm,
du gebeutst, und aus Saturnus
den ist jegliche Macht erwachsen.
hab ich erst am Herzen Lebendiges
ühlt und dämmert, was du gestaltetest,
war in ihrer Wiege mir in
nne die wechselnde Zeit entschlummert:
n kenn ich dich, Kronion! dann hör ich
dich,
weisen Meister, welcher, wie wir, ein
Sohn
Zeit, Gesetze gibt und, was die
lige Dämmerung birgt, verkündet.
DAS AHNENBILD
virtus ulla pereat!
er Vater! Du blickst immer, wie ehmals,
noch,
du gerne gelebt unter den Sterblichen,
r ruhiger nur, und
die Seligen, heiterer
ie Wohnung, wo dich, Vater! das Söhnlein
nennt,
es lächelnd vor dir spielt und den
Mutwill übt,
die Lämmer im Feld, auf
nem Teppiche, den zur Lust
die Mutter gegönnt. Ferne sich haltend,
sieht
die Liebende zu, wundert der Sprache
sich
des jungen Verstandes
des blühenden Auges schon.
d an andere Zeit mahnt sie der Mann,
dein Sohn;
die Lüfte des Mais, da er geseufzt um sie,
die Bräutigamstage,
der Stolze die Demut lernt.
h es wandte sich bald: Sicherer, denn er
war,
r, herrlicher ist unter den Seinigen
der Zweifachgeliebte,
ihm gehet sein Tagewerk.
ler Vater! auch du lebtest und liebtest so;
um wohnest du nun, als ein Unsterblicher,
den Kindern, und Leben,
vom schweigenden Aether, kommt
ers über das Haus, ruhiger Mann! von dir,
es mehrt sich, es reift, edler von Jahr zu
Jahr,
escheidenem Glücke,
mit Hoffnungen du gepflanzt.
du liebend erzogst, siehe! sie grünen dir,
ne Bäume, wie sonst, breiten ums Haus
den Arm,
von dankenden Gaben;
hrer stehen die Stämme schon;
am Hügel hinab, wo du den sonnigen
en ihnen gebaut, neigen und schwingen
sich
ne freudigen Reben,
nken, purpurner Trauben voll.
r unten im Haus ruhet, besorgt von dir,
gekelterte Wein. Teuer ist der dem Sohn,
er sparet zum Fest das
e, lautere Feuer sich.
n beim nächtlichen Mahl, wenn er, in Lust
und Ernst,
Vergangenem viel, vieles von Künftigem
den Freunden gesprochen,
der letzte Gesang noch hallt,
t er höher den Kelch, siehet dein Bild
und spricht:
ner denken wir nun, dein, und so werd und
bleib
Ehre des Hauses
en Genien, hier und sonst!
d es tönen zum Dank hell die Kristalle
dir;
die Mutter, sie reicht, heute zum
erstenmal,
es wisse vom Feste,
h dem Kinde von deinem Trank.
AN LANDAUER
froh! Du hast das gute Los erkoren,
n tief und treu ward eine Seele dir;
Freunde Freund zu sein, bist du geboren,
s zeugen dir am Feste wir.
selig, wer im eignen Hause Frieden,
du, und Lieb und Fülle sieht und Ruh;
nch Leben ist, wie Licht und Nacht,
verschieden,
oldner Mitte wohnest du.
glänzt die Sonn in wohlgebauter Halle,
Berge reift die Sonne dir den Wein,
immer glücklich führt die Güter alle
kluge Gott dir aus und ein.
Kind gedeiht, und Mutter um den Gatten,
wie den Wald die goldne Wolke krönt,
seid auch ihr um ihn, geliebte Schatten!
Seligen, an ihn gewöhnt!
eid mit ihm! denn Wolk und Winde ziehen
uhig öfters über Land und Haus,
h ruht das Herz bei allen Lebensmühen
heilgen Angedenken aus.
d sieh! aus Freude sagen wir von Sorgen;
dunkler Wein, erfreut auch ernster Sang;
Fest verhallt, und jedes gehet morgen
schmaler Erde seinen Gang.
AN EINE VERLOBTE
Wiedersehens Tränen, des Wiedersehns
fangen, und dein Auge bei seinem Gruß, –
ssagend möcht ich dies und all der
brischen Liebe Geschick dir singen.
ar jetzt auch, junger Genius! bist du schön,
h einsam, und es freuet sich in sich selbst,
blüht von eignem Geist und liebem
zensgesange die Musentochter.
h anders ists in seliger Gegenwart,
nn an des Neugefundnen Blicke dein Geist
sich kennt,
nn friedlich du vor seinem Anschaun
der in goldener Wolke wandelst.
essen denk, ihm leuchte das Sonnenlicht,
tröst und mahne, wenn er im Felde schläft,
Liebe Stern, und heitre Tage
re zum Ende das Herz sich immer.
wenn er da ist, und die geflügelten,
Liebesstunden schneller und schneller
sind,
n sich dein Brauttag neigt und trunkner
on die beglückenden Sterne leuchten –
n, ihr Geliebten! nein, ich beneid euch
nicht!
chädlich, wie vom Lichte die Blume lebt,
eben, gern vom schönen Bilde
umend, und selig und arm, die Dichter.
UNTER DEN ALPEN
GESUNGEN
lige Unschuld, du der Menschen und der
ter liebste vertrauteste! du magst im
se oder draußen ihnen zu Füßen
en, den Alten,
merzufriedner Weisheit voll; denn manches
e kennet der Mann, doch staunet er, dem
d gleich, oft zum Himmel, aber wie rein
ist,
ne, dir alles!
he! das rauhe Tier des Feldes, gerne
nt und trauet es dir, der stumme Wald
spricht
vor alters, seine Sprüche zu dir, es
ren die Berge
lge Gesetze dich, und was noch jetzt uns
erfahrenen offenbar der große
er werden heißt, du darfst es allein uns
le verkünden.
mit den Himmlischen allein zu sein, und
t vorüber das Licht, und Strom und Wind,
und
eilt hin zum Ort, vor ihnen ein stetes
e zu haben,
ger weiß und wünsch ich nichts, so lange
ht auch mich, wie die Weide, fort die Flut
nimmt,
wohl aufgehoben, schlafend dahin ich
ß in den Wogen;
r es bleibt daheim gern, wer in treuem
en Göttliches hält, und frei will ich, so
g ich darf, euch all, ihr Sprachen des
Himmels!
ten und singen.
DER GEFESSELTE
STROM
schläfst und träumst du, Jüngling, gehüllt
in dich,
säumst am kalten Ufer, Geduldiger,
achtest nicht des Ursprungs, du, des
ans Sohn, des Titanenfreundes!
Liebesboten, welche der Vater schickt,
nst du die lebenatmenden Lüfte nicht?
trifft das Wort dich nicht, das hell von
n der wachende Gott dir sendet?
on tönt, schon tönt es ihm in der Brust, es
quillt,
, da er noch im Schoße der Felsen spielt’,
auf, und nun gedenkt er seiner
ft, der Gewaltige, nun, nun eilt er,
Zauderer, er spottet der Fesseln nun,
nimmt und bricht und wirft die
Zerbrochenen
Zorne, spielend, da und dort zum
allenden Ufer und an der Stimme
Göttersohns erwachen die Berge rings,
egen sich die Wälder, es hört die Kluft
Herold fern und schaudernd regt im
en der Erde sich Freude wieder.
Frühling kommt; es dämmert das neue
Grün;
aber wandelt hin zu Unsterblichen;
n nirgend darf er bleiben, als wo
in die Arme der Vater aufnimmt.
DER BLINDE SÄNGER
’Έλυσεν αἰνòν ἄχος άπ’ ὀµµάτων
’Ἀρης.
SOPHOKLES
bist du, Jugendliches! das immer mich
Stunde weckt des Morgens, wo bist du,
Licht!
Herz ist wach, doch bannt und hält in
ligem Zauber die Nacht mich immer.
st lauscht ich um die Dämmerung gern,
sonst harrt
gerne dein am Hügel, und nie umsonst!
täuschten mich, du Holdes, deine
en, die Lüfte, denn immer kamst du,
mst allbeseligend den gewohnten Pfad
ein in deiner Schöne, wo bist du, Licht!
Herz ist wieder wach, doch bannt und
mmt die unendliche Nacht mich immer.
grünten sonst die Lauben; es leuchteten
Blumen, wie die eigenen Augen, mir;
ht ferne war das Angesicht der
nen und leuchtete mir und droben
um die Wälder sah ich die Fittige
Himmels wandern, da ich ein Jüngling
war;
sitz ich still allein, von einer
nde zur anderen, und Gestalten
Lieb und Leid der helleren Tage schafft
eignen Freude nun mein Gedanke sich,
ferne lausch ich hin, ob nicht ein
undlicher Retter vielleicht mir komme.
n hör ich oft die Stimme des Donnerers
Mittag, wenn der eherne nahe kommt,
nn ihm das Haus bebt und der Boden
er ihm dröhnt und der Berg es nachhallt.
Retter hör ich dann in der Nacht, ich hör
tötend, den Befreier, belebend ihn,
Donnerer vom Untergang zum
ent eilen und ihm nach tönt ihr,
nach, ihr meine Saiten! es lebt mit ihm
n Lied und wie die Quelle dem Strome
folgt,
hin er denkt, so muß ich fort und
ge dem Sicheren auf der Irrbahn.
hin? wohin? ich höre dich da und dort,
Herrlicher! und rings um die Erde tönts.
endest du? und was, was ist es
r den Wolken und o wie wird mir?
! Tag! du über stürzenden Wolken! sei
lkommen mir! es blühet mein Auge dir.
ugendlicht! o Glück! das alte
der! doch geistiger rinnst du nieder,
goldner Quell aus heiligem Kelch! und du,
grüner Boden, friedliche Wieg! und du,
s meiner Väter! und ihr Lieben,
mir begegneten einst, o nahet,
ommt, daß euer, euer die Freude sei,
alle, daß euch segne der Sehende!
immt, daß ichs ertrage, mir das
en, das Göttliche mir vom Herzen.
CHIRON
bist du, Nachdenkliches! das immer muß
Seite gehn, zu Zeiten, wo bist du, Licht?
hl ist das Herz wach, doch mir zürnt, mich
mmt die erstaunende Nacht nun immer
st nämlich folgt ich Kräutern des Walds
und lauscht
weiches Wild am Hügel; und nie umsonst.
täuschten, auch nicht einmal deine
el; denn allzubereit fast kamst du,
Füllen oder Garten dir labend ward,
schlagend, Herzens wegen; wo bist du,
Licht?
Herz ist wieder wach, doch herzlos
ht die gewaltige Nacht mich immer.
wars wohl. Und von Krokus und Thymian
Korn gab mir die Erde den ersten Strauß.
bei der Sterne Kühle lernt ich,
r das Nennbare nur. Und bei mir
wilde Feld entzaubernd, das traurge, zog
Halbgott, Zeus Knecht, ein, der gerade
Mann;
sitz ich still allein, von einer
nde zur anderen, und Gestalten
frischer Erd und Wolken der Liebe
schafft,
l Gift ist zwischen uns, mein Gedanke
nun;
ferne lausch ich hin, ob nicht ein
undlicher Retter vielleicht mir komme.
n hör ich oft den Wagen des Donnerers
Mittag, wenn er naht, der bekannteste,
nn ihm das Haus bebt und der Boden
niget sich, und die Qual Echo wird.
Retter hör ich dann in der Nacht, ich hör
tötend, den Befreier, und drunten voll
üppgem Kraut, als in Gesichten,
au ich die Erd, ein gewaltig Feuer;
Tage aber wechseln, wenn einer dann
iehet denen, lieblich und bös, ein
Schmerz,
nn einer zweigestalt ist, und es
net kein einziger nicht das Beste;
aber ist der Stachel des Gottes; nie
n einer lieben göttliches Unrecht sonst.
heimisch aber ist der Gott dann
esichts da, und die Erd ist anders.
! Tag! Nun wieder atmet ihr recht; nun
trinkt,
meiner Bäche Weiden! ein Augenlicht,
rechte Stapfen gehn, und als ein
rscher, mit Sporen, und bei dir selber
ich, Irrstern des Tages, erscheinest du,
auch, o Erde, friedliche Wieg, und du,
s meiner Väter, die unstädtisch
d, in den Wolken des Wilds, gegangen.
mm nun ein Roß, und harnische dich und
nimm
leichten Speer, o Knabe! Die
Wahrsagung
reißt nicht, und umsonst nicht wartet,
sie erscheinet, Herakles Rückkehr.
HÄLFTE DES LEBENS
gelben Birnen hänget
voll mit wilden Rosen
Land in den See,
holden Schwäne,
trunken von Küssen
kt ihr das Haupt
heilignüchterne Wasser.
h mir, wo nehm ich, wenn
Winter ist, die Blumen, und wo
Sonnenschein,
Schatten der Erde?
Mauern stehn
achlos und kalt, im Winde
ren die Fahnen.
ANDENKEN
Nordost wehet,
liebste unter den Winden
, weil er feurigen Geist
gute Fahrt verheißet den Schiffern.
aber nun und grüße
schöne Garonne,
die Gärten von Bourdeaux
t, wo am scharfen Ufer
gehet der Steg und in den Strom
fällt der Bach, darüber aber
schauet ein edel Paar
Eichen und Silberpappeln;
h denket das mir wohl und wie
breiten Gipfel neiget
Ulmwald, über die Mühl,
Hofe aber wächset ein Feigenbaum.
Feiertagen gehn
braunen Frauen daselbst
seidnen Boden,
Märzenzeit,
nn gleich ist Nacht und Tag,
über langsamen Stegen,
goldenen Träumen schwer,
wiegende Lüfte ziehen.
eiche aber,
dunkeln Lichtes voll,
einer den duftenden Becher,
mit ich ruhen möge; denn süß
r unter Schatten der Schlummer.
ht ist es gut,
llos von sterblichen
anken zu sein. Doch gut
in Gespräch und zu sagen
Herzens Meinung, zu hören viel
Tagen der Lieb,
Taten, welche geschehen.
aber sind die Freunde? Bellarmin
dem Gefährten? Mancher
gt Scheue, an die Quelle zu gehn;
beginnet nämlich der Reichtum
Meere. Sie,
Maler, bringen zusammen
Schöne der Erd und verschmähn
geflügelten Krieg nicht, und
wohnen einsam, jahrlang, unter
m entlaubten Mast, wo nicht die Nacht
durchglänzen
Feiertage der Stadt,
Saitenspiel und eingeborener Tanz nicht.
aber sind zu Indiern
Männer gegangen,
t an der luftigen Spitz
Traubenbergen, wo herab
Dordogne kommt,
zusammen mit der prächtgen
onne meerbreit
gehet der Strom. Es nehmet aber
gibt Gedächtnis die See,
die Lieb auch heftet fleißig die Augen,
bleibet aber, stiften die Dichter.
TRÄNEN
mmlische Liebe! zärtliche! wenn ich dein
gäße, wenn ich, o ihr geschicklichen,
feurgen, die voll Asche sind und
st und vereinsamet ohnedies schon,
ieben Inseln, Augen der Wunderwelt!
nämlich geht nun einzig allein mich an,
Ufer, wo die abgöttische
et, doch Himmlischen nur, die Liebe.
n allzudankbar haben die Heiligen
ienet dort in Tagen der Schönheit und
zorngen Helden; und viel Bäume
d, und die Städte daselbst gestanden,
htbar, gleich einem sinnigen Mann; itzt
sind
Helden tot, die Inseln der Liebe sind
stellt fast. So muß übervorteilt,
ern doch überall sein die Liebe.
weichen Tränen, löschet das Augenlicht
aber nicht ganz aus; ein Gedächtnis doch,
mit ich edel sterbe, laßt ihr
grischen, Diebischen, mir nachleben.
MNEMOSYNE
f sind, in Feuer getaucht, gekochet
Frücht und auf der Erde geprüfet und ein
Gesetz ist,
alles hineingeht, Schlangen gleich,
phetisch, träumend auf
Hügeln des Himmels. Und vieles
auf den Schultern eine
t von Scheitern ist
behalten. Aber bös sind
Pfade. Nämlich unrecht,
Rosse, gehn die gefangenen
ment und alten
etze der Erd. Und immer
Ungebundene gehet eine Sehnsucht. Vieles
aber ist
behalten. Und not die Treue.
wärts aber und rückwärts wollen wir
ht sehn. Uns wiegen lassen, wie
schwankem Kahne der See.
aber Liebes? Sonnenschein
Boden sehen wir und trockenen Staub
heimatlich die Schatten der Wälder und
es blühet
Dächern der Rauch, bei alter Krone
Türme, friedsam; gut sind nämlich
gegenredend die Seele
Himmlisches verwundet, die
Tageszeichen.
n Schnee, wie Maienblumen
Edelmütige, wo
eie, bedeutend, glänzet auf
grünen Wiese
Alpen, hälftig, da, vom Kreuze redend,
das
etzt ist unterwegs einmal
torbenen, auf hoher Straß
Wandersmann geht zornig,
n ahnend mit
m andern, aber was ist dies?
Feigenbaum ist mein
illes mir gestorben,
Ajax liegt
den Grotten der See,
Bächen, benachbart dem Skamandros.
Schläfen Sausen einst, nach
unbewegten Salamis steter
wohnheit, in der Fremd, ist groß
x gestorben,
oklos aber in des Königes Harnisch. Und
es starben
h andere viel. Am Kithäron aber lag
utherä, der Mnemosyne Stadt. Der auch,
als
egte den Mantel Gott, das Abendliche
nachher löste
Locken. Himmlische nämlich sind
willig, wenn einer nicht die Seele
schonend sich
ammengenommen, aber er muß doch; dem
ich fehlet die Trauer.
LEBENSALTER
Städte des Euphrats!
Gassen von Palmyra!
Säulenwälder in der Ebne der Wüste,
seid ihr?
h hat die Kronen,
weil ihr über die Grenze
Othmenden seid gegangen,
Himmlischen der Rauchdampf und
weg das Feuer genommen;
t aber sitz ich unter Wolken (deren
jedes eine Ruh hat eigen) unter
hleingerichteten Eichen, auf
Heide des Rehs, und fremd
cheinen und gestorben mir
Seligen Geister.
DER WINKEL VON
HAHRDT
unter sinket der Wald,
Knospen ähnlich, hängen
wärts die Blätter, denen
ht unten auf ein Grund,
ht gar unmündig.
nämlich ist Ulrich
angen; oft sinnt, über den Fußtritt,
groß Schicksal
eit, an übrigem Orte.
GESANG DES
DEUTSCHEN
eilig Herz der Völker, o Vaterland!
duldend, gleich der schweigenden Mutter
Erd,
allverkannt, wenn schon aus deiner
e die Fremden ihr Bestes haben!
ernten den Gedanken, den Geist von dir,
pflücken gern die Traube, doch höhnen
sie
h, ungestalte Rebe! daß du
wankend den Boden und wild umirrest.
Land des hohen ernsteren Genius!
Land der Liebe! bin ich der deine schon,
zürnt ich weinend, daß du immer
de die eigene Seele leugnest.
h magst du manches Schöne nicht
bergen mir;
stand ich überschauend das holde Grün,
weiten Garten hoch in deinen
en auf hellem Gebirg und sah dich.
deinen Strömen ging ich und dachte dich,
es die Töne schüchtern die Nachtigall
schwanker Weide sang, und still auf
mmerndem Grunde die Welle weilte.
an den Ufern sah ich die Städte blühn,
Edlen, wo der Fleiß in der Werkstatt
schweigt,
Wissenschaft, wo deine Sonne
de dem Künstler zum Ernste leuchtet.
nst du Minervas Kinder? sie wählten sich
Ölbaum früh zum Lieblinge; kennst du
sie?
h lebt, noch waltet der Athener
le, die sinnende, still bei Menschen,
nn Platons frommer Garten auch schon
nicht mehr
alten Strome grünt und der dürftge Mann
Heldenasche pflügt, und scheu der
el der Nacht auf der Säule trauert.
eilger Wald! o Attika! traf Er doch
seinem furchtbarn Strahle dich auch, so
bald,
eilten sie, die dich belebt, die
mmen entbunden zum Aether über?
h, wie der Frühling, wandelt der Genius
Land zu Land. Und wir? ist denn Einer
auch
unsern Jünglingen, der nicht ein
den, ein Rätsel der Brust, verschwiege?
deutschen Frauen danket! sie haben uns
Götterbilder freundlichen Geist bewahrt,
täglich sühnt der holde klare
de das böse Gewirre wieder.
sind jetzt Dichter, denen der Gott es gab,
unsern Alten, freudig und fromm zu sein,
Weise, wie die unsre sind? die
ten und Kühnen, die Unbestechbarn!
! sei gegrüßt in deinem Adel, mein
Vaterland,
neuem Namen, reifeste Frucht der Zeit!
letzte und du erste aller
sen, Urania, sei gegrüßt mir!
h säumst und schweigst du, sinnest ein
freudig Werk,
von dir zeuge, sinnest ein neu Gebild,
einzig, wie du selber, das aus
be geboren und gut, wie du, sei –
ist dein Delos, wo dein Olympia,
wir uns alle finden am höchsten Fest? –
h wie errät der Sohn, was du den
nen, Unsterbliche, längst bereitest?
AN DIE DEUTSCHEN
ttet nimmer des Kinds, wenn noch das
alberne
dem Rosse von Holz herrlich und viel
sich dünkt,
hr Guten! auch wir sind
narm und gedankenvoll!
r kommt, wie der Strahl aus dem
Gewölke kommt,
Gedanken vielleicht, geistig und reif die
Tat?
gt die Frucht, wie des Haines
klem Blatte, der stillen Schrift?
das Schweigen im Volk, ist es die Feier
schon
dem Feste? die Furcht, welche den Gott
ansagt?
ann nimmt mich, ihr Lieben!
ich büße die Lästerung.
on zu lange, zu lang irr ich, dem Laien
gleich,
es bildenden Geists werdender Werkstatt
hier,
was blühet, erkenn ich,
er sinnet, erkenn ich nicht.
zu ahnen ist süß, aber ein Leiden auch,
schon Jahre genug leb ich in sterblicher
erständiger Liebe
eifelnd, immer bewegt vor ihm,
das stetige Werk immer aus liebender
le näher mir bringt, lächelnd dem
Sterblichen,
ich zage, des Lebens
ne Tiefe zu Reife bringt.
öpferischer, o wann, Genius unsers Volks,
nn erscheinest du ganz, Seele des
Vaterlands,
ich tiefer mich beuge,
die leiseste Saite selbst
verstumme vor dir, daß ich beschämt
e Blume der Nacht, himmlischer Tag, vor
dir
en möge mit Freuden,
nn sie alle, mit denen ich
mals trauerte, wenn unsere Städte nun
l und offen und wach, reineren Feuers voll
die Berge des deutschen
des Berge der Musen sind,
die herrlichen einst, Pindos und Helikon,
Parnassos, und rings unter des Vaterlands
dnem Himmel die freie,
re, geistige Freude glänzt.
hl ist enge begrenzt unsere Lebenszeit,
erer Jahre Zahl sehen und zählen wir,
h die Jahre der Völker,
ein sterbliches Auge sie?
nn die Seele dir auch über die eigne Zeit
h, die sehnende, schwingt, trauernd
verweilest du
n am kalten Gestade
den Deinen und kennst sie nie,
die Künftigen auch, sie, die Verheißenen,
wo siehest du sie, daß du an
Freundeshand
mal wieder erwarmest,
er Seele vernehmlich seist?
nglos, ists in der Halle längst,
mer Seher! bei dir, sehnend verlischt dein
Aug
du schlummerst hinunter
e Namen und unbeweint.
ROUSSEAU
eng begrenzt ist unsere Tageszeit.
warst und sahst und stauntest, schon
Abend ists,
schlafe, wo unendlich ferne
hen vorüber der Völker Jahre.
mancher siehet über die eigne Zeit,
zeigt ein Gott ins Freie, doch sehnend
stehst
Ufer du, ein Ärgernis den
nen, ein Schatten, und liebst sie nimmer,
jene, die du nennst, die Verheißenen,
sind die Neuen, daß du an Freundeshand
warmst, wo nahn sie, daß du einmal,
same Rede, vernehmlich seiest?
nglos ists, armer Mann, in der Halle dir,
gleich den Unbegrabenen, irrest du
tät und suchest Ruh und niemand
ß den beschiedenen Weg zu weisen.
denn zufrieden! der Baum entwächst
m heimatlichen Boden, aber es sinken ihm
liebenden, die jugendlichen
me, und trauernd neigt er sein Haupt.
Lebens Überfluß, das Unendliche,
um ihn und dämmert, er faßt es nie.
h lebts in ihm und gegenwärtig,
rmend und wirkend, die Frucht entquillt
ihm.
hast gelebt! auch dir, auch dir
euet die ferne Sonne dein Haupt,
Strahlen aus der schönern Zeit. Es
en die Boten dein Herz gefunden.
nommen hast du sie, verstanden die
Sprache der Fremdlinge,
eutet ihre Seele! Dem Sehnenden war
Wink genug, und Winke sind
alters her die Sprache der Götter.
wunderbar, als hätte von Anbeginn
Menschen Geist das Werden und Wirken
all,
Lebens Weise schon erfahren,
nt er im ersten Zeichen Vollendetes schon,
fliegt, der kühne Geist, wie Adler den
wittern, weissagend seinen
mmenden Göttern voraus,
DER FRIEDEN
wenn die alten Wasser, die in andern
Zorn,
chröcklichern verwandelt wieder
men, zu reinigen, da es not war,
gählt’ und wuchs und wogte von Jahr zu
Jahr
tlos und überschwemmte das bange Land
unerhörte Schlacht, daß weit hüllt
kel und Blässe das Haupt der Menschen.
Heldenkräfte flogen, wie Wellen, auf
schwanden weg, du kürztest, o Rächerin!
Dienern oft die Arbeit schnell und
chtest in Ruhe sie heim, die Streiter.
u, die unerbittlich und unbesiegt
Feigern und den Übergewaltgen trifft,
bis ins letzte Glied hinab vom
lage sein armes Geschlecht erzittert,
du geheim den Stachel und Zügel hältst,
hemmen und zu fördern, o Nemesis,
fst du die Toten noch, es schliefen
er Italiens Lorbeergärten
st ungestört die alten Eroberer.
schonst du auch des müßigen Hirten
nicht,
haben endlich wohl genug den
pigen Schlummer gebüßt die Völker?
hub es an? wer brachte den Fluch? von
heut
nicht und nicht von gestern, und die zuerst
Maß verloren, unsre Väter
ßten es nicht, und es trieb ihr Geist sie.
ang, zu lang schon treten die Sterblichen
h gern aufs Haupt, und zanken um
Herrschaft sich,
Nachbar fürchtend, und es hat auf
enem Boden der Mann nicht Segen.
unstät wehn und irren, dem Chaos gleich,
m gärenden Geschlechte die Wünsche noch
her und wild ist und verzagt und kalt von
gen das Leben der Armen immer.
aber wandelst ruhig die sichre Bahn,
Mutter Erd, im Lichte. Dein Frühling blüht,
odischwechselnd gehn dir hin die
chsenden Zeiten, du Lebensreiche!
mm du nun, du der heiligen Musen all,
der Gestirne Liebling, verjüngender
ehnter Friede, komm und gib ein
iben im Leben, ein Herz uns wieder.
chuldiger! sind klüger die Kinder doch
nahe, denn wir Alten; es irrt der Zwist
Guten nicht den Sinn, und klar und
udig ist ihnen ihr Auge blieben.
wie mit andern Schauenden lächelnd
ernst
Richter auf der Jünglinge Rennbahn sieht,
glühender die Kämpfenden die
gen in stäubende Wolken treiben,
steht und lächelt Helios über uns
einsam ist der Göttliche, Frohe nie,
n ewig wohnen sie, des Aethers
hende Sterne, die Heiligfreien.
STIMME DES VOLKS
seiest Gottes Stimme, so glaubt ich sonst
eilger Jugend; ja, und ich sag es noch!
unsre Weisheit unbekümmert
schen die Ströme doch auch, und dennoch,
liebt sie nicht? und immer bewegen sie
Herz mir, hör ich ferne die
Schwindenden,
Ahnungsvollen meine Bahn nicht,
r gewisser ins Meer hin eilen.
n selbstvergessen, allzubereit, den
Wunsch
Götter zu erfüllen, ergreift zu gern,
sterblich ist, wenn offnen Augs auf
enen Pfaden es einmal wandelt,
All zurück die kürzeste Bahn; so stürzt
Strom hinab, er suchet die Ruh, es reißt,
ziehet wider Willen ihn, von
ppe zu Klippe, den Steuerlosen,
wunderbare Sehnen dem Abgrund zu;
Ungebundne reizet und Völker auch
reift die Todeslust und kühne
dte, nachdem sie versucht das Beste,
Jahr zu Jahr forttreibend das Werk, sie
hat
heilig Ende troffen; die Erde grünt
stille vor den Sternen liegt, den
enden gleich, in den Sand geworfen,
willig überwunden die lange Kunst
jenen Unnachahmbaren da; er selbst,
Mensch, mit eigner Hand zerbrach, die
hen zu ehren, sein Werk, der Künstler.
h minder nicht sind jene den Menschen
hold,
lieben wieder, so wie geliebt sie sind,
hemmen öfters, daß er lang im
hte sich freue, die Bahn des Menschen.
, nicht des Adlers Jungen allein, sie wirft
Vater aus dem Neste, damit sie nicht
ang ihm bleiben, uns auch treibt mit
htigem Stachel hinaus der Herrscher.
hl jenen, die zur Ruhe gegangen sind,
vor der Zeit gefallen, auch die, auch die
pfert, gleich den Erstlingen der
te, sie haben ein Teil gefunden.
Xanthos lag, in griechischer Zeit, die
Stadt,
t aber, gleich den größeren, die dort ruhn,
durch ein Schicksal sie dem heilgen
hte des Tages hinweggekommen.
kamen aber, nicht in der offnen Schlacht,
ch eigne Hand um. Fürchterlich ist davon,
dort geschehn, die wunderbare
e von Osten zu uns gelanget.
eizte sie die Güte von Brutus. Denn
Feuer ausgegangen, so bot er sich,
helfen ihnen, ob er gleich, als Feldherr,
nd in Belagerung vor den Toren.
h von den Mauern warfen die Diener sie,
er gesandt. Lebendiger ward darauf
Feuer und sie freuten sich und ihnen
cket’ entgegen die Hände Brutus
alle waren außer sich selbst. Geschrei
stand und Jauchzen. Drauf in die Flamme
warf
h Mann und Weib, von Knaben stürzt’ auch
von dem Dach, in der Väter Schwert der.
ht rätlich ist es, Helden zu trotzen. Längst
s aber vorbereitet. Die Väter auch,
sie ergriffen waren, einst, und
tig die persischen Feinde drängten,
zündeten, ergreifend des Stromes Rohr,
sie das Freie fänden, die Stadt. Und
Haus
Tempel nahm, zum heilgen Aether
gend, und Menschen hinweg die Flamme.
hatten es die Kinder gehört, und wohl
d gut die Sagen, denn ein Gedächtnis sind
m Höchsten sie, doch auch bedarf es
es, die heiligen auszulegen.
MENONS KLAGEN UM
DIOTIMA
1
lich geh ich heraus, und such ein Anderes
immer,
be längst sie befragt, alle die Pfade des
Lands;
ben die kühlenden Höhn, die Schatten alle
besuch ich,
die Quellen; hinauf irret der Geist und
hinab,
erbittend; so flieht das getroffene Wild in
die Wälder,
es um Mittag sonst sicher im Dunkel
geruht;
r nimmer erquickt sein grünes Lager das
Herz ihm,
mernd und schlummerlos treibt es der
Stachel umher.
ht die Wärme des Lichts, und nicht die
Kühle der Nacht hilft,
in Wogen des Stroms taucht es die
Wunden umsonst.
wie ihm vergebens die Erd ihr fröhliches
Heilkraut
cht, und das gärende Blut keiner der
Zephyre stillt,
ihr Lieben! auch mir, so will es scheinen,
und niemand
n von der Stirne mir nehmen den traurigen
Traum?
2
es frommet auch nicht, ihr Todesgötter!
wenn einmal
hn haltet, und fest habt den bezwungenen
Mann,
nn ihr Bösen hinab in die schaurige Nacht
ihn genommen,
n zu suchen, zu flehn, oder zu zürnen mit
euch,
r geduldig auch wohl im furchtsamen
Banne zu wohnen,
mit Lächeln von euch hören das
nüchterne Lied.
es sein, so vergiß dein Heil, und
schlummere klanglos!
r doch quillt ein Laut hoffend im Busen
dir auf,
mer kannst du noch nicht, o meine Seele!
noch kannst du’s
ht gewohnen, und träumst mitten im
eisernen Schlaf!
tzeit hab ich nicht, doch möcht ich die
Locke bekränzen;
ich allein denn nicht? aber ein
Freundliches muß
nher nahe mir sein, und lächeln muß ich
und staunen,
so selig doch auch mitten im Leide mir
ist.
3
ht der Liebe! scheinest du denn auch
Toten, du goldnes!
der aus hellerer Zeit, leuchtet ihr mir in
die Nacht?
bliche Gärten seid, ihr abendrötlichen
Berge,
d willkommen und ihr, schweigende Pfade
des Hains,
gen himmlischen Glücks, und ihr,
hochschauende Sterne,
mir damals so oft segnende Blicke
gegönnt!
h, ihr Liebenden auch, ihr schönen Kinder
des Maitags,
le Rosen und euch, Lilien, nenn ich noch
oft!
hl gehn Frühlinge fort, ein Jahr verdränget
das andre,
chselnd und streitend, so tost droben
vorüber die Zeit
r sterblichem Haupt, doch nicht vor
seligen Augen,
den Liebenden ist anderes Leben
geschenkt.
n sie alle, die Tag und Jahre der Sterne,
sie waren
tima! um uns innig und ewig vereint;
4
r wir, zufrieden gesellt, wie die
liebenden Schwäne,
nn sie ruhen am See, oder, auf Wellen
gewiegt,
dersehn in die Wasser, wo silberne
Wolken sich spiegeln,
ätherisches Blau unter den Schiffenden
wallt,
auf Erden wandelten wir. Und drohte der
Nord auch,
der Liebenden Feind, klagenbereitend,
und fiel
den Ästen das Laub, und flog im Winde
der Regen,
ig lächelten wir, fühlten den eigenen Gott
er trautem Gespräch; in Einem
Seelengesange,
z in Frieden mit uns kindlich und freudig
allein.
r das Haus ist öde mir nun, und sie haben
mein Auge
genommen, auch mich hab ich verloren
mit ihr.
um irr ich umher, und wohl, wie die
Schatten, so muß ich
en, und sinnlos dünkt lange das Übrige
mir.
5
ern möcht ich; aber wofür? und singen mit
Andern,
r so einsam fehlt jegliches Göttliche mir.
s ists, dies mein Gebrechen, ich weiß, es
lähmet ein Fluch mir
um die Sehnen, und wirft, wo ich beginne,
mich hin,
ich fühllos sitze den Tag, und stumm wie
die Kinder,
vom Auge mir kalt öfters die Träne noch
schleicht,
die Pflanze des Felds, und der Vögel
Singen mich trüb macht,
l mit Freuden auch sie Boten des
Himmlischen sind,
r mir in schaudernder Brust die
beseelende Sonne,
hl und fruchtlos mir dämmert, wie Strahlen
der Nacht,
! und nichtig und leer, wie
Gefängniswände, der Himmel
e beugende Last über dem Haupte mir
hängt!
6
st mir anders bekannt! o Jugend, und
bringen Gebete
h nicht wieder, dich nie? führet kein Pfad
mich zurück?
es werden auch mir, wie den
Götterlosen, die vormals
nzenden Auges doch auch saßen an
seligem Tisch,
r übersättiget bald, die schwärmenden
Gäste,
verstummet, und nun, unter der Lüfte
Gesang,
er blühender Erd entschlafen sind, bis
dereinst sie
es Wunders Gewalt, sie, die Versunkenen,
zwingt,
derzukehren, und neu auf grünendem
Boden zu wandeln. –
liger Othem durchströmt göttlich die lichte
Gestalt,
nn das Fest sich beseelt, und Fluten der
Liebe sich regen,
vom Himmel getränkt, rauscht der
lebendige Strom,
nn es drunten ertönt, und ihre Schätze die
Nacht zollt,
aus Bächen herauf glänzt das begrabene
Gold. –
7
r o du, die schon am Scheidewege mir
damals,
ich versank vor dir, tröstend ein
Schöneres wies,
die Großes zu sehn, und froher die Götter
zu singen,
weigend, wie sie, mich einst stille
begeisternd gelehrt;
terkind! erscheinest du mir, und grüßest,
wie einst, mich,
est wieder, wie einst, höhere Dinge mir
zu?
he! weinen vor dir, und klagen muß ich,
wenn schon noch.
kend edlerer Zeit, dessen die Seele sich
schämt.
n so lange, so lang auf matten Pfaden der
Erde
ich, deiner gewohnt, dich in der Irre
gesucht,
udiger Schutzgeist! aber umsonst, und
Jahre zerrannen,
wir ahnend um uns glänzen die Abende
sahn.
8
h nur, dich erhält dein Licht, o Heldin! im
Lichte,
d dein Dulden erhält liebend, o Gütige,
dich;
nicht einmal bist du allein; Gespielen
genug sind,
du blühest und ruhst unter den Rosen des
Jahrs;
der Vater, er selbst, durch
sanftumatmende Musen
det die zärtlichen Wiegengesänge dir zu.
noch ist sie es ganz! noch schwebt vom
Haupte zur Sohle,
lherwandelnd, wie sonst, mir die
Athenerin vor.
wie, freundlicher Geist! von
heitersinnender Stirne
nend und sicher dein Strahl unter die
Sterblichen fällt,
bezeugest du mirs, und sagst mirs, daß ich
es andern
dersage, denn auch andere glauben es
nicht,
unsterblicher doch, denn Sorg und
Zürnen, die Freude
ein goldener Tag täglich am Ende noch
ist.
9
will ich, ihr Himmlischen! denn auch
danken, und endlich
met aus leichter Brust wieder des Sängers
Gebet.
wie, wenn ich mit ihr, auf sonniger Höhe
mit ihr stand,
icht belebend ein Gott innen vom Tempel
mich an.
en will ich denn auch! schon grünts! wie
von heiliger Leier
t es von silbernen Bergen Apollons voran!
mm! es war wie ein Traum! Die blutenden
Fittige sind ja
on genesen, verjüngt leben die Hoffnungen
all.
ßes zu finden, ist viel, ist viel noch übrig,
und wer so
bte, gehet, er muß, gehet zu Göttern die
Bahn.
geleitet ihr uns, ihr Weihestunden! ihr
ernsten,
endlichen! o bleibt, heilige Ahnungen, ihr
mme Bitten! und ihr Begeisterungen und
all ihr
en Genien, die gerne bei Liebenden sind;
ibt so lange mit uns, bis wir auf
gemeinsamem Boden
t, wo die Seligen all niederzukehren
bereit,
t, wo die Adler sind, die Gestirne, die
Boten des Vaters,
t, wo die Musen, woher Helden und
Liebende sind,
t uns, oder auch hier, auf tauender Insel
begegnen,
die Unsrigen erst, blühend in Gärten
gesellt,
die Gesänge wahr, und länger die
Frühlinge schön sind,
von neuem ein Jahr unserer Seele
beginnt.
DER ARCHIPIELAGUS
ren die Kraniche wieder zu dir, und
suchen zu deinen
rn wieder die Schiffe den Lauf? umatmen
erwünschte
e dir die beruhigte Flut, und sonnet der
Delphin,
der Tiefe gelockt, am neuen Lichte den
Rücken?
ht Ionien? ists die Zeit? denn immer im
Frühling,
nn den Lebenden sich das Herz erneut und
die erste
be den Menschen erwacht und goldner
Zeiten Erinnrung,
mm ich zu dir und grüß in deiner Stille
dich, Alter!
mer, Gewaltiger! lebst du noch und ruhest
im Schatten
ner Berge, wie sonst; mit Jünglingsarmen
umfängst du
h dein liebliches Land, und deiner
Töchter, o Vater!
ner Inseln ist noch, der blühenden, keine
verloren.
ta steht und Salamis grünt, umdämmert
von Lorbeern,
gs von Strahlen umblüht, erhebt zur Stunde
des Aufgangs
os ihr begeistertes Haupt, und Tenos und
Chios
en der purpurnen Früchte genug, von
trunkenen Hügeln
llt der Cypriertrank, und von Kalauria
fallen
erne Bäche, wie einst, in die alten Wasser
des Vaters.
e leben sie noch, die Heroenmütter, die
Inseln,
hend von Jahr zu Jahr, und wenn zu Zeiten,
vom Abgrund
gelassen, die Flamme der Nacht, das untre
Gewitter,
e der holden ergriff, und die Sterbende dir
in den Schoß sank,
tlicher! du, du dauertest aus, denn über
den dunkeln
en ist manches schon dir auf und
untergegangen.
h die Himmlischen, sie, die Kräfte der
Höhe, die stillen,
den heiteren Tag und süßen Schlummer
und Ahnung
nher bringen über das Haupt der fühlenden
Menschen
der Fülle der Macht, auch sie, die alten
Gespielen,
hnen, wie einst, mit dir, und oft am
dämmernden Abend,
nn von Asiens Bergen herein das heilige
Mondlicht
mmt und die Sterne sich in deiner Woge
begegnen,
chtest du von himmlischem Glanz, und so,
wie sie wandeln,
chseln die Wasser dir, es tönt die Weise
der Brüder
ben, ihr Nachtgesang, im liebenden Busen
dir wieder.
nn die allverklärende dann, die Sonne des
Tages,
des Orients Kind, die Wundertätige, da
ist,
n die Lebenden all im goldenen Traume
beginnen,
die Dichtende stets des Morgens ihnen
bereitet,
dem trauernden Gott, dir sendet sie
froheren Zauber,
ihr eigen freundliches Licht ist selber so
schön nicht
n das Liebeszeichen, der Kranz, den
immer, wie vormals,
ner gedenk, doch sie um die graue Locke
dir windet.
umfängt der Aether dich nicht, und
kehren die Wolken,
ne Boten, von ihm mit dem
Göttergeschenke, dem Strahle
der Höhe dir nicht? dann sendest du über
das Land sie,
am heißen Gestad die gewittertrunkenen
Wälder
schen und wogen mit dir, daß bald, dem
wandernden Sohn gleich,
nn der Vater ihn ruft, mit den tausend
Bächen Mäander
nen Irren enteilt und aus der Ebne Kayster
entgegenfrohlockt, und der Erstgeborne,
der Alte,
zu lange sich barg, dein majestätischer
Nil itzt
hherschreitend aus fernem Gebirg, wie im
Klange der Waffen,
greich kömmt, und die offenen Arme der
sehnende reichet.
noch einsam dünkest du dir; in
schweigender Nacht hört
ne Weheklage der Fels, und öfters
entflieht dir
nend von Sterblichen weg die geflügelte
Woge zum Himmel.
n es leben mit dir die edlen Lieblinge
nimmer,
dich geehrt, die einst mit den schönen
Tempeln und Städten
ne Gestade bekränzt, und immer suchen
und missen,
mer bedürfen ja, wie Heroen den Kranz,
die geweihten
mente zum Ruhme das Herz der fühlenden
Menschen.
e, wo ist Athen? ist über den Urnen der
Meister
ne Stadt, die geliebteste dir, an den
heiligen Ufern,
uernder Gott! dir ganz in Asche
zusammengesunken,
r ist noch ein Zeichen von ihr, daß etwa
der Schiffer,
nn er vorüberkommt, sie nenn und ihrer
gedenke?
gen dort die Säulen empor und leuchteten
dort nicht
st vom Dache der Burg herab die
Göttergestalten?
schte dort die Stimme des Volks, die
stürmischbewegte,
der Agora nicht her, und eilten aus
freudigen Pforten
t die Gassen dir nicht zu gesegnetem
Hafen herunter?
he! da löste sein Schiff der
fernhinsinnende Kaufmann,
h, denn es wehet’ auch ihm die
beflügelnde Luft und die Götter
bten so, wie den Dichter, auch ihn,
dieweil er die guten
en der Erd ausglich und Fernes Nahem
vereinte.
n nach Cypros ziehet er hin und ferne nach
Tyros,
bt nach Kolchis hinauf und hinab zum
alten Aegyptos,
er Purpur und Wein und Korn und Vließe
gewinne
die eigene Stadt, und öfters über des
kühnen
kules Säulen hinaus, zu neuen seligen
Inseln
gen die Hoffnungen ihn und des Schiffes
Flügel, indessen
ers bewegt, am Gestade der Stadt ein
einsamer Jüngling
lt und die Woge belauscht, und Großes
ahndet der Ernste,
nn er zu Füßen so des erderschütternden
Meisters
schet und sitzt, und nicht umsonst erzog
ihn der Meergott.
n des Genius Feind, der vielgebietende
Perse,
lang zählt’ er sie schon, der Waffen
Menge, der Knechte,
ttend des griechischen Lands und seiner
wenigen Inseln,
sie deuchten dem Herrscher ein Spiel,
und noch, wie ein Traum, war
das innige Volk, vom Göttergeiste
gerüstet.
cht aus spricht er das Wort und schnell,
wie der flammende Bergquell,
nn er, furchtbar umher vom gärenden Aetna
gegossen,
dte begräbt in der purpurnen Flut und
blühende Gärten,
der brennende Strom im heiligen Meere
sich kühlet,
mit dem Könige nun, versengend,
städteverwüstend,
rzt von Ekbatana daher sein prächtig
Getümmel;
h! und Athene, die herrliche, fällt; wohl
schauen und ringen
m Gebirg, wo das Wild ihr Geschrei hört,
fliehende Greise
h den Wohnungen dort zurück und den
rauchenden Tempeln;
r es weckt der Söhne Gebet die heilige
Asche
nicht mehr, im Tal ist der Tod, und die
Wolke des Brandes
windet am Himmel dahin, und weiter im
Lande zu ernten,
ht, vom Frevel erhitzt, mit der Beute der
Perse vorüber.
r an Salamis Ufern, o Tag an Salamis
Ufern!
rend des Endes stehn die Athenerinnen,
die Jungfraun,
hn die Mütter, wiegend im Arm das
gerettete Söhnlein,
r den Horchenden schallt von Tiefen die
Stimme des Meergotts
lweissagend herauf, es schauen die Götter
des Himmels
gend und richtend herab, denn dort an den
bebenden Ufern
nkt seit Tagesbeginn, wie
langsamwandelnd Gewitter,
t auf schäumenden Wassern die Schlacht,
und es glühet der Mittag,
emerket im Zorn, schon über dem Haupte
den Kämpfern.
r die Männer des Volks, die Heroenenkel,
sie walten
leren Auges jetzt, die Götterlieblinge
denken
beschiedenen Glücks, es zähmen die
Kinder Athenes
n Genius, ihn, den todverachtenden, jetzt
nicht.
n wie aus rauchendem Blut das Wild der
Wüste noch einmal
h zuletzt verwandelt erhebt, der edleren
Kraft gleich,
den Jäger erschröckt, kehrt jetzt im
Glanze der Waffen,
der Herrscher Gebot, furchtbargesammelt
den Wilden,
ten im Untergang, die ermattete Seele noch
einmal.
entbrannter beginnts; wie Paare
ringender Männer
sen die Schiffe sich an, in die Woge
taumelt das Steuer,
er den Streitern bricht der Boden, und
Schiffer und Schiff sinkt.
r in schwindelnden Traum vom Liede des
Tages gesungen,
lt der König den Blick; irrlächelnd über
den Ausgang
ht er, und fleht, und frohlockt, und sendet,
wie Blitze, die Boten.
h er sendet umsonst, es kehret keiner ihm
wieder.
tige Boten, Erschlagne des Heers, und
berstende Schiffe,
ft die Rächerin ihm zahllos, die
donnernde Woge,
den Thron, wo er sitzt am bebenden Ufer,
der Arme,
auend die Flucht, und fort in die fliehende
Menge gerissen,
er, ihn treibt der Gott, es treibt sein
irrend Geschwader
r die Fluten der Gott, der spottend sein
eitel Geschmeid ihm
lich zerschlug und den Schwachen
erreicht’ in der drohenden Rüstung.
r liebend zurück zum einsamharrenden
Strome
mmt der Athener Volk und von den Bergen
der Heimat
gen, freudig gemischt, die glänzenden
Scharen herunter
verlassene Tal, ach! gleich der gealterten
Mutter,
nn nach Jahren das Kind, das
verlorengeachtete, wieder
end ihr an die Brüste kehrt, ein
erwachsener Jüngling,
r im Gram ist ihr die Seele gewelkt und
die Freude
mmt der hoffnungsmüden zu spät und
mühsam vernimmt sie,
der liebende Sohn in seinem Danke
geredet:
erscheint den Kommenden dort der Boden
der Heimat.
n es fragen umsonst nach ihren Hainen die
Frommen,
die Sieger empfängt die freundliche
Pforte nicht wieder,
den Wanderer sonst sie empfing, wenn er
froh von den Inseln
derkehrt’ und die selige Burg der Mutter
Athene
r sehnendem Haupt ihm fernherglänzend
heraufging.
r wohl sind ihnen bekannt die verödeten
Gassen
die trauernden Gärten umher und auf der
Agora,
des Portikus Säulen gestürzt und die
göttlichen Bilder
gen, da reicht in der Seele bewegt, und der
Treue sich freuend,
t das liebende Volk zum Bunde die Hände
sich wieder.
d auch suchet und sieht den Ort des
eigenen Hauses
er dem Schutt der Mann; ihm weint am
Halse, der trauten
lummerstätte gedenk, sein Weib, es fragen
die Kindlein
h dem Tische, wo sonst in lieblicher
Reihe sie saßen,
den Vätern gesehn, den lächelnden
Göttern des Hauses.
r Gezelte bauet das Volk, es schließen die
alten
hbarn wieder sich an, und nach des
Herzens Gewohnheit
nen die luftigen Wohnungen sich umher an
den Hügeln.
ndessen wohnen sie nun, wie die Freien,
die Alten,
, der Stärke gewiß und dem kommenden
Tage vertrauend,
ndernden Vögeln gleich, mit Gesange von
Berge zu Berg einst
en, die Fürsten des Forsts und des
weitumirrenden Stromes.
h umfängt noch, wie sonst, die
Muttererde, die treue,
der ihr edel Volk, und unter heiligem
Himmel
en sie sanft, wenn milde, wie sonst, die
Lüfte der Jugend
die Schlafenden wehn, und aus Platanen
Ilissus
n herüberrauscht, und neue Tage
verkündend,
kend zu neuen Taten, bei Nacht die Woge
des Meergotts
nher tönt und fröhliche Träume den
Lieblingen sendet.
on auch sprossen und blühn die Blumen
mählich, die goldnen,
zertretenem Feld, von frommen Händen
gewartet,
net der Ölbaum auf, und auf Kolonos
Gefilden
ren friedlich, wie sonst, die Athenischen
Rosse sich wieder.
r der Muttererd und dem Gott der Woge
zu Ehren
het die Stadt itzt auf, ein herrlich Gebild,
dem Gestirn gleich
hergegründet, des Genius Werk, denn
Fesseln der Liebe
afft er gerne sich so, so hält in großen
Gestalten,
er selbst sich erbaut, der immerrege sich
bleibend.
h! und dem Schaffenden dienet der Wald,
ihm reicht mit den andern
gen nahe zur Hand der Pentele Marmor
und Erze,
r lebend, wie er, und froh und herrlich
entquillt es
nen Händen, und leicht, wie der Sonne,
gedeiht das Geschäft ihm.
nnen steigen empor und über die Hügel in
reinen
nen gelenkt, ereilt der Quell das
glänzende Becken;
umher an ihnen erglänzt, gleich festlichen
Helden
gemeinsamen Kelch, die Reihe der
Wohnungen, hoch ragt
Prytanen Gemach, es stehn Gymnasien
offen,
tertempel entstehn, ein heiligkühner
Gedanke
gt, Unsterblichen nah, das Olympion auf
in den Aether
dem seligen Hain; noch manche der
himmlischen Hallen!
ter Athene, dir auch, dir wuchs dein
herrlicher Hügel
zer aus der Trauer empor und blühte noch
lange,
t der Wogen und dir, und deine Lieblinge
sangen
hversammelt noch oft am Vorgebirge den
Dank dir.
ie Kinder des Glücks, die frommen!
wandeln sie fern nun
den Vätern daheim, und der
Schicksalstage vergessen,
ben am Lethestrom, und bringt kein
Sehnen sie wieder?
ht mein Auge sie nie? ach! findet über den
tausend
den der grünenden Erd, ihr göttergleichen
Gestalten!
h das Suchende nie, und vernahm ich
darum die Sprache,
um die Sage von euch, daß immertrauernd
die Seele
der Zeit mir hinab zu euern Schatten
entfliehe?
r näher zu euch, wo eure Haine noch
wachsen,
sein einsames Haupt in Wolken der
heilige Berg hüllt,
m Parnassos will ich, und wenn im Dunkel
der Eiche
immernd, mir Irrenden dort Kastalias
Quelle begegnet,
l ich, mit Tränen gemischt, aus
blütenumdufteter Schale
t, auf keimendes Grün, das Wasser
gießen, damit doch,
hr Schlafenden all! ein Totenopfer euch
werde.
t im schweigenden Tal, an Tempes
hangenden Felsen,
l ich wohnen mit euch, dort oft, ihr
herrlichen Namen!
euch rufen bei Nacht, und wenn ihr
zürnend erscheinet,
l der Pflug die Gräber entweiht, mit der
Stimme des Herzens
l ich, mit frommem Gesang euch sühnen,
heilige Schatten!
zu leben mit euch, sich ganz die Seele
gewöhnet.
gen wird der Geweihtere dann euch
manches, ihr Toten!
h, ihr Lebenden auch, ihr hohen Kräfte des
Himmels,
nn ihr über dem Schutt mit euren Jahren
vorbeigeht,
n der sicheren Bahn! denn oft ergreifet
das Irrsal
er den Sternen mir, wie schaurige Lüfte,
den Busen,
ich spähe nach Rat, und lang schon reden
sie nimmer
st den Bedürftigen zu, die prophetischen
Haine Dodonas,
mm ist der delphische Gott, und einsam
liegen und öde
gst die Pfade, wo einst, von Hoffnungen
leise geleitet,
gend der Mann zur Stadt des redlichen
Sehers heraufstieg.
r droben das Licht, es spricht noch heute
zu Menschen,
öner Deutungen voll und des großen
Donnerers Stimme
t es: Denket ihr mein? und die trauernde
Woge des Meergotts
lt es wider: Gedenkt ihr nimmer meiner,
wie vormals?
n es ruhn die Himmlischen gern am
fühlenden Herzen;
mer, wie sonst, geleiten sie noch, die
begeisternden Kräfte,
ne den strebenden Mann und über Bergen
der Heimat
t und waltet und lebt allgegenwärtig der
Aether,
ein liebendes Volk in des Vaters Armen
gesammelt,
nschlich freudig, wie sonst, und Ein Geist
allen gemein sei.
r weh! es wandelt in Nacht, es wohnt,
wie im Orkus,
e Göttliches unser Geschlecht. Ans eigene
Treiben
d sie geschmiedet allein, und sich in der
tosenden Werkstatt
et jeglicher nur und viel arbeiten die
Wilden
gewaltigem Arm, rastlos, doch immer und
immer
ruchtbar, wie die Furien, bleibt die Mühe
der Armen.
erwacht vom ängstigen Traum, die Seele
den Menschen
geht, jugendlich froh, und der Liebe
segnender Othem
der, wie vormals oft, bei Hellas
blühenden Kindern,
het in neuer Zeit und über freierer Stirne
der Geist der Natur, der
fernherwandelnde, wieder
leweilend der Gott in goldnen Wolken
erscheinet.
! und säumest du noch? und jene, die
Göttlichgebornen,
hnen immer, o Tag! noch als in Tiefen der
Erde
sam unten, indes ein immerlebender
Frühling
esungen über dem Haupt den Schlafenden
dämmert?
r länger nicht mehr! schon hör ich ferne
des Festtags
rgesang auf grünem Gebirg und das Echo
der Haine,
der Jünglinge Brust sich hebt, wo die
Seele des Volks sich
lvereint im freieren Lied, zur Ehre des
Gottes,
m die Höhe gebührt, doch auch die Tale
sind heilig;
n, wo fröhlich der Strom in wachsender
Jugend hinauseilt,
er Blumen des Lands, und wo auf sonnigen
Ebnen
es Korn und der Obstwald reift, da
kränzen am Feste
ne die Frommen sich auch, und auf dem
Hügel der Stadt glänzt,
nschlicher Wohnung gleich, die
himmlische Halle der Freude.
n voll göttlichen Sinns ist alles Leben
geworden,
vollendend, wie sonst, erscheinst du
wieder den Kindern
rall, o Natur! und, wie vom
Quellengebirg, rinnt
en von da und dort in die keimende Seele
dem Volke.
n, dann, o ihr Freuden Athens! ihr Taten in
Sparta!
tliche Frühlingszeit im Griechenlande!
wenn unser
bst kömmt, wenn ihr gereift, ihr Geister
alle der Vorwelt!
derkehret und siehe! des Jahrs Vollendung
ist nahe!
n erhalte das Fest auch euch, vergangene
Tage!
nach Hellas schaue das Volk, und
weinend und dankend
ftige sich in Erinnerungen der stolze
Triumphtag!
r blühet indes, bis unsre Früchte
beginnen,
ht, ihr Gärten Ioniens! nur, und die an
Athens Schutt
nen, ihr Holden! verbergt dem schauenden
Tage die Trauer!
nzt mit ewigem Laub, ihr Lorbeerwälder!
die Hügel
er Toten umher, bei Marathon dort, wo die
Knaben
gend starben, ach! dort auf Chäroneas
Gefilden,
mit den Waffen ins Blut die letzten
Athener enteilten,
hend vor dem Tage der Schmach, dort,
dort von den Bergen
gt ins Schlachttal täglich herab, dort singet
von Oetas
feln das Schicksalslied, ihr wandelnden
Wasser, herunter!
r du, unsterblich, wenn auch der
Griechengesang schon
h nicht feiert, wie sonst, aus deinen
Wogen, o Meergott!
e mir in die Seele noch oft, daß über den
Wassern
chtlosrege der Geist, dem Schwimmer
gleich, in der Starken
chem Glücke sich üb, und die
Göttersprache, das Wechseln
das Werden versteh, und wenn die
reißende Zeit mir
gewaltig das Haupt ergreift und die Not
und das Irrsal
er Sterblichen mir mein sterblich Leben
erschüttert,
der Stille mich dann in deiner Tiefe
gedenken.
HEIMKUNFT
1
n in den Alpen ists noch helle Nacht und
die Wolke,
udiges dichtend, sie deckt drinnen das
gähnende Tal.
in, dorthin toset und stürzt die scherzende
Bergluft,
roff durch Tannen herab glänzet und
schwindet ein Strahl.
gsam eilt und kämpft das
freudigschauernde Chaos,
g an Gestalt, doch stark, feiert es
liebenden Streit
er den Felsen, es gärt und wankt in den
ewigen Schranken,
n bacchantischer zieht drinnen der
Morgen herauf.
n es wächst unendlicher dort das Jahr und
die heilgen
nden, die Tage, sie sind kühner geordnet,
gemischt.
noch merket die Zeit der Gewittervogel
und zwischen
gen, hoch in der Luft weilt er und rufet
den Tag.
t auch wachet und schaut in der Tiefe
drinnen das Dörflein
chtlos, Hohem vertraut, unter den Gipfeln
hinauf.
chstum ahnend, denn schon, wie Blitze,
fallen die alten
serquellen, der Grund unter den
Stürzenden dampft,
o tönet umher, und die unermeßliche
Werkstatt
et bei Tag und Nacht, Gaben versendend,
den Arm.
2
ig glänzen indes die silbernen Höhen
darüber,
mit Rosen ist schon droben der
leuchtende Schnee.
noch höher hinauf wohnt über dem Lichte
der reine
ge Gott vom Spiel heiliger Strahlen
erfreut.
le wohnt er allein und hell erscheinet sein
Antlitz,
ätherische scheint Leben zu geben
geneigt,
ude zu schaffen, mit uns, wie oft, wenn,
kundig des Maßes,
dig der Atmenden auch zögernd und
schonend der Gott
hlgediegenes Glück den Städten und
Häusern und milde
en, zu öffnen das Land, brütende Wolken,
und euch,
uteste Lüfte dann, euch, sanfte Frühlinge,
sendet,
mit langsamer Hand Traurige wieder
erfreut,
nn er die Zeiten erneut, der Schöpferische,
die stillen
zen der alternden Menschen erfrischt und
ergreift,
hinab in die Tiefe wirkt, und öffnet und
aufhellt,
ers liebet, und jetzt wieder ein Leben
beginnt,
mut blühet, wie einst, und gegenwärtiger
Geist kömmt,
ein freudiger Mut wieder die Fittige
schwellt.
3
es sprach ich zu ihm, denn, was auch
Dichtende sinnen
r singen, es gilt meistens den Engeln
und ihm;
es bat ich, zu lieb dem Vaterlande, damit
nicht
gebeten uns einst plötzlich befiele der
Geist;
es für euch auch, die im Vaterlande
besorgt sind,
en der heilige Dank lächelnd die
Flüchtlinge bringt,
desleute! für euch, indessen wiegte der
See mich,
der Ruderer saß ruhig und lobte die
Fahrt.
t in des Sees Ebene wars Ein freudiges
Wallen
er den Segeln und jetzt blühet und hellet
die Stadt
t in der Frühe sich auf, wohl her von
schattigen Alpen
mmt geleitet und ruht nun in dem Hafen das
Schiff.
m ist das Ufer hier und freundlich offene
Tale,
ön von Pfaden erhellt, grünen und
schimmern mich an.
ten stehen gesellt und die glänzende
Knospe beginnt schon,
des Vogels Gesang ladet den Wanderer
ein.
es scheinet vertraut, der vorübereilende
Gruß auch
eint von Freunden, es scheint jegliche
Miene verwandt.
4
lich wohl! das Geburtsland ists, der
Boden der Heimat,
du suchest, es ist nahe, begegnet dir
schon.
umsonst nicht steht, wie ein Sohn, am
wellenumrauschten
und siehet und sucht liebende Namen für
dich,
Gesang, ein wandernder Mann,
glückseliges Lindau!
e der gastlichen Pforten des Landes ist
dies,
zend hinauszugehn in die
vielversprechende Ferne,
t, wo die Wunder sind, dort, wo das
göttliche Wild
h in die Ebnen herab der Rhein die
verwegene Bahn bricht,
aus Felsen hervor ziehet das jauchzende
Tal,
t hinein, durchs helle Gebirg, nach Como
zu wandern,
r hinab, wie der Tag wandelt, den
offenen See;
r reizender mir bist du, geweihete Pforte!
mzugehn, wo bekannt blühende Wege mir
sind,
t zu besuchen das Land und die schönen
Tale des Neckars,
die Wälder, das Grün heiliger Bäume,
wo gern
h die Eiche gesellt mit stillen Birken und
Buchen,
in Bergen ein Ort freundlich gefangen
mich nimmt.
5
t empfangen sie mich. O Stimme der
Stadt, der Mutter!
u triffest, du regst Langegelerntes mir auf!
noch sind sie es noch! noch blühet die
Sonn und die Freud euch,
hr Liebsten! und fast heller im Auge, wie
sonst.
das Alte noch ists! Es gedeihet und reifet,
doch keines,
da lebet und liebt, lässet die Treue
zurück.
r das Beste, der Fund, der unter des
heiligen Friedens
en lieget, er ist Jungen und Alten gespart.
ig red ich. Es ist die Freude. Doch morgen
und künftig,
nn wir gehen und schaun draußen das
lebende Feld
er den Blüten des Baums, in den
Feiertagen des Frühlings
und hoff ich mit euch vieles, ihr Lieben!
davon.
es hab ich gehört vom großen Vater und
habe
ge geschwiegen von ihm, welcher die
wandernde Zeit
ben in Höhen erfrischt, und waltet über
Gebirgen,
gewähret uns bald himmlische Gaben und
ruft
lern Gesang und schickt viel gute Geister.
O säumt nicht,
mmt, Erhaltenden ihr! Engel des Jahres!
und ihr,
6
el des Hauses, kommt! in die Adern alle
des Lebens,
e freuend zugleich, teile das Himmlische
sich!
e! verjünge! damit nichts
Menschlichgutes, damit nicht
e Stunde des Tags ohne die Frohen und
auch
che Freude, wie jetzt, wenn Liebende
wieder sich finden,
es gehört für sie, schicklich geheiliget
sei.
nn wir segnen das Mahl, wen darf ich
nennen, und wenn wir
n vom Leben des Tags, saget, wie bring
ich den Dank?
n ich den Hohen dabei? Unschickliches
liebet ein Gott nicht,
zu fassen, ist fast unsere Freude zu klein.
weigen müssen wir oft; es fehlen heilige
Namen,
zen schlagen und doch bleibet die Rede
zurück?
r ein Saitenspiel leiht jeder Stunde die
Töne,
erfreuet vielleicht Himmlische, welche
sich nahn.
bereitet und so ist auch beinahe die
Sorge
on befriediget, die unter das Freudige
kam.
gen, wie diese, muß, gern oder nicht, in
der Seele
gen ein Sänger und oft, aber die anderen
nicht.
DER GANG AUFS LAND
An Ladauer
mm! ins Offene, Freund! zwar glänzt ein
Weniges heute
herunter und eng schließet der Himmel
uns ein.
der die Berge sind noch aufgegangen des
Waldes
fel nach Wunsch und leer ruht von
Gesange die Luft.
b ists heut, es schlummern die Gäng und
die Gassen und fast will
es scheinen, es sei, als in der bleiernen
Zeit.
noch gelinget der Wunsch, Rechtglaubige
zweifeln an Einer
nde nicht und der Lust bleibe geweihet der
Tag.
n nicht wenig erfreut, was wir vom
Himmel gewonnen,
nn ers weigert und doch gönnet den
Kindern zuletzt.
daß solcher Reden und auch der Schritt’
und der Mühe
t der Gewinn und ganz wahr das
Ergötzliche sei.
um hoff ich sogar, es werde, wenn das
Gewünschte
beginnen und erst unsere Zunge gelöst,
gefunden das Wort, und aufgegangen das
Herz ist,
von trunkener Stirn höher Besinnen
entspringt,
der unsern zugleich des Himmels Blüte
beginnen,
dem offenen Blick offen der Leuchtende
sein.
n nicht Mächtiges ists, zum Leben aber
gehört es,
wir wollen, und scheint schicklich und
freudig zugleich.
r kommen doch auch der segenbringenden
Schwalben
mer einige noch, ehe der Sommer, ins
Land.
mlich droben zu weihn bei guter Rede den
Boden,
den Gästen das Haus baut der
verständige Wirt;
sie kosten und schaun das Schönste, die
Fülle des Landes,
, wie das Herz es wünscht, offen, dem
Geiste gemäß
hl und Tanz und Gesang und Stuttgarts
Freude gekrönt sei,
halb wollen wir heut wünschend den
Hügel hinauf.
g ein Besseres noch das
menschenfreundliche Mailicht
ber sprechen, von selbst bildsamen
Gästen erklärt,
r, wie sonst, wenns andern gefällt, denn
alt ist die Sitte,
es schauen so oft lächelnd die Götter auf
uns,
ge der Zimmermann vom Gipfel des
Daches den Spruch tun,
, so gut es gelang, haben das Unsre getan.
r schön ist der Ort, wenn in Feiertagen
des Frühlings
gegangen das Tal, wenn mit dem Neckar
herab
den grünend und Wald und all die
grünenden Bäume
llos, blühend weiß, wallen in wiegender
Luft,
r mit Wölkchen bedeckt an Bergen
herunter der Weinstock
mmert und wächst und erwarmt unter dem
sonnigen Duft.
STUTTGART
1
der ein Glück ist erlebt. Die gefährliche
Dürre geneset,
die Schärfe des Lichts senget die Blüte
nicht mehr.
en steht jetzt wieder ein Saal, und gesund
ist der Garten,
von Regen erfrischt rauschet das
glänzende Tal,
h von Gewächsen, es schwellen die Bäch
und alle gebundnen
ge wagen sich wieder ins Reich des
Gesangs.
ist die Luft von Fröhlichen jetzt und die
Stadt und der Hain ist
gs von zufriedenen Kindern des Himmels
erfüllt.
ne begegnen sie sich, und irren
untereinander,
genlos, und es scheint keines zu wenig, zu
viel.
n so ordnet das Herz es an, und zu atmen
die Anmut,
die geschickliche, schenkt ihnen ein
göttlicher Geist.
r die Wanderer auch sind wohlgeleitet
und haben
nze genug und Gesang, haben den heiligen
Stab
geschmückt mit Trauben und Laub bei
sich und der Fichte
atten; von Dorfe zu Dorf jauchzt es, von
Tage zu Tag,
wie Wagen, bespannt mit freiem Wilde,
so ziehn die
ge voran und so träget und eilet der Pfad.
2
r meinest du nun, es haben die Tore
vergebens
getan und den Weg freudig die Götter
gemacht?
es schenken umsonst zu des Gastmahls
Fülle die Guten
st dem Weine noch auch Beeren und
Honig und Obst?
enken das purpurne Licht zu Festgesängen
und kühl und
ig zu tieferem Freundesgespräche die
Nacht?
t ein Ernsteres dich, so spars dem Winter
und willst du
en, habe Geduld, Freier beglücket der
Mai.
t ist Anderes not, jetzt komm und feire des
Herbstes
e Sitte, noch jetzt blühet die Edle mit uns.
s nur gilt für den Tag, das Vaterland, und
des Opfers
tlicher Flamme wirft jeder sein Eigenes
zu.
um kränzt der gemeinsame Gott
umsäuselnd das Haar uns,
den eigenen Sinn schmelzet, wie Perlen,
der Wein.
s bedeutet der Tisch, der geehrte, wenn,
wie die Bienen,
d um den Eichbaum, wir sitzen und singen
um ihn,
s der Pokale Klang, und darum zwinget
die wilden
len der streitenden Männer zusammen der
Chor.
3
r damit uns nicht, gleich Allzuklugen,
entfliehe
se neigende Zeit, komm ich entgegen
sogleich,
an die Grenze des Lands, wo mir den
lieben Geburtsort
die Insel des Stroms blaues Gewässer
umfließt.
lig ist mir der Ort, an beiden Ufern, der
Fels auch,
mit Garten und Haus grün aus den Wellen
sich hebt.
t begegnen wir uns; o gütiges Licht! wo
zuerst mich
ner gefühlteren Strahlen mich einer betraf.
t begann und beginnt das liebe Leben
von neuem;
r des Vaters Grab seh ich und weine dir
schon?
n und halt und habe den Freund und höre
das Wort, das
st mir in himmlischer Kunst Leiden der
Liebe geheilt.
res erwacht! ich muß die Landesheroen
ihm nennen,
barossa! dich auch, gütiger Christoph, und
dich,
nradin! wie du fielst, so fallen Starke, der
Efeu
nt am Fels und die Burg deckt das
bacchantische Laub,
h Vergangenes ist, wie Künftiges, heilig
den Sängern,
in Tagen des Herbsts sühnen die Schatten
wir uns.
4
der Gewaltgen gedenk und des
herzerhebenden Schicksals,
os selber, und leicht, aber vom Aether
doch auch
eschauet und fromm, wie die Alten, die
göttlicherzognen
udigen Dichter ziehn freudig das Land wir
hinauf.
ß ist das Werden umher. Dort von den
äußersten Bergen
mmen der Jünglinge viel, steigen die
Hügel herab.
llen rauschen von dort und hundert
geschäftige Bäche,
mmen bei Tag und Nacht nieder und bauen
das Land.
r der Meister pflügt die Mitte des Landes,
die Furchen
het der Neckarstrom, ziehet den Segen
herab.
es kommen mit ihm Italiens Lüfte, die
See schickt
Wolken, sie schickt prächtige Sonnen mit
ihm.
um wächset uns auch fast über das Haupt
die gewaltge
e, denn hieher ward, hier in die Ebne das
Gut
cher den Lieben gebracht, den
Landesleuten, doch neidet
ner an Bergen dort ihnen die Gärten, den
Wein
r das üppige Gras und das Korn und die
glühenden Bäume,
am Wege gereiht über den Wanderern
stehn.
5
r indes wir schaun und die mächtige
Freude durchwandeln,
het der Weg und der Tag uns, wie den
Trunkenen, hin.
n mit heiligem Laub umkränzt erhebet die
Stadt schon,
gepriesene, dort leuchtend ihr
priesterlich Haupt.
rlich steht sie und hält den Rebenstab und
die Tanne
h in die seligen purpurnen Wolken empor.
uns hold! dem Gast und dem Sohn, o
Fürstin der Heimat!
ckliches Stuttgart, nimm freundlich den
Fremdling mir auf!
mer hast du Gesang mit Flöten und Saiten
gebilligt,
ich glaub, und des Lieds kindlich
Geschwätz und der Mühn
e Vergessenheit bei gegenwärtigem
Geiste,
m erfreuest du auch gerne den Sängern
das Herz.
r ihr, ihr Größeren auch, ihr Frohen, die
allzeit
en und walten, erkannt, oder gewaltiger
auch,
nn ihr wirket und schafft in heiliger Nacht
und allein herrscht
allmächtig empor ziehet ein ahnendes
Volk,
die Jünglinge sich der Väter droben
erinnern,
ndig und hell vor euch steht der besonnene
Mensch –
6
el des Vaterlands! o ihr, vor denen das
Auge,
s auch stark, und das Knie bricht dem
vereinzelten Mann,
er halten sich muß an die Freund und
bitten die Teuern,
sie tragen mit ihm all die beglückende
Last,
t, o Gütige, Dank für den und alle die
Andern,
mein Leben, mein Gut unter den
Sterblichen sind.
r die Nacht kommt! laß uns eilen, zu
feiern das Herbstfest
t noch! voll ist das Herz, aber das Leben
ist kurz,
was uns der himmlische Tag zu sagen
geboten,
zu nennen, mein Schmid! reichen wir
beide nicht aus.
ffliche bring ich dir und das Freudenfeuer
wird hoch auf
lagen und heiliger soll sprechen das
kühnere Wort.
he! da ist es rein! und des Gottes
freundliche Gaben,
wir teilen, sie sind zwischen den
Liebenden nur.
eres nicht – o kommt! o macht es wahr!
denn allein ja
ich und niemand nimmt mir von der Stirne
den Traum?
mmt und reicht, ihr Lieben, die Hand! das
möge genug sein,
r die größere Lust sparen dem Enkel wir
auf.
BROT UND WEIN
1
gs um ruhet die Stadt; still wird die
erleuchtete Gasse,
, mit Fackeln geschmückt, rauschen die
Wagen hinweg.
gehn heim von Freuden des Tags zu ruhen
die Menschen,
Gewinn und Verlust wäget ein sinniges
Haupt
hlzufrieden zu Haus; leer steht von
Trauben und Blumen,
von Werken der Hand ruht der
geschäftige Markt.
r das Saitenspiel tönt fern aus Gärten;
vielleicht, daß
t ein Liebendes spielt oder ein einsamer
Mann
ner Freunde gedenkt und der Jugendzeit;
und die Brunnen
merquillend und frisch rauschen an
duftendem Beet.
l in dämmriger Luft ertönen geläutete
Glocken,
der Stunden gedenk rufet ein Wächter die
Zahl.
t auch kommet ein Wehn und regt die
Gipfel des Hains auf,
h! und das Schattenbild unserer Erde, der
Mond,
mmet geheim nun auch; die
Schwärmerische, die Nacht kommt,
mit Sternen und wohl wenig bekümmert
um uns,
nzt die Erstaunende dort, die Fremdlingin
unter den Menschen,
r Gebirgeshöhn traurig und prächtig
herauf.
2
nderbar ist die Gunst der Hocherhabnen
und niemand
ß, von wannen und was einem geschiehet
von ihr.
bewegt sie die Welt und die hoffende
Seele der Menschen,
bst kein Weiser versteht, was sie bereitet,
denn so
l es der oberste Gott, der sehr dich liebet,
und darum
noch lieber, wie sie, dir der besonnene
Tag.
r zuweilen liebt auch klares Auge den
Schatten
versuchet zu Lust, eh es die Not ist, den
Schlaf,
r es blickt auch gern ein treuer Mann in
die Nacht hin,
es ziemet sich, ihr Kränze zu weihn und
Gesang,
l den Irrenden sie geheiliget ist und den
Toten,
ber aber besteht, ewig, in freiestem Geist.
r sie muß uns auch, daß in der zaudernden
Weile,
im Finstern für uns einiges Haltbare sei,
die Vergessenheit und das Heiligtrunkene
gönnen,
nnen das strömende Wort, das, wie die
Liebenden, sei,
lummerlos, und vollern Pokal und
kühneres Leben,
lig Gedächtnis auch, wachend zu bleiben
bei Nacht.
3
h verbergen umsonst das Herz im Busen,
umsonst nur
ten den Mut noch wir, Meister und
Knaben, denn wer
cht es hindern und wer möcht uns die
Freude verbieten?
tliches Feuer auch treibet, bei Tag und bei
Nacht,
zubrechen. So komm! daß wir das Offene
schauen,
ein Eigenes wir suchen, so weit es auch
ist.
t bleibt Eins; es sei um Mittag oder es
gehe
in die Mitternacht, immer bestehet ein
Maß,
en gemein, doch jeglichem auch ist eignes
beschieden,
in gehet und kommt jeder, wohin er es
kann.
m! und spotten des Spotts mag gern
frohlockender Wahnsinn,
nn er in heiliger Nacht plötzlich die
Sänger ergreift.
m an den Isthmos komm! dorthin, wo das
offene Meer rauscht
Parnaß und der Schnee delphische Felsen
umglänzt,
t ins Land des Olymps, dort auf die Höhe
Cithärons,
er die Fichten dort, unter die Trauben, von
wo
be drunten und Ismenos rauscht im Lande
des Kadmos,
ther kommt und zurück deutet der
kommende Gott.
4
ges Griechenland! du Haus der
Himmlischen alle,
o ist wahr, was einst wir in der Jugend
gehört?
tlicher Saal! der Boden ist Meer! und
Tische die Berge,
hrlich zu einzigem Brauche vor alters
gebaut!
r die Thronen, wo? die Tempel, und wo
die Gefäße,
mit Nektar gefüllt, Göttern zu Lust der
Gesang?
wo leuchten sie denn, die
fernhintreffenden Sprüche?
phi schlummert und wo tönet das große
Geschick?
ist das schnelle? wo brichts,
allgegenwärtigen Glücks voll,
nnernd aus heiterer Luft über die Augen
herein?
er Aether! so riefs und flog von Zunge zu
Zunge
sendfach, es ertrug keiner das Leben
allein;
geteilet erfreut solch Gut und getauschet,
mit Fremden,
ds ein Jubel, es wächst schlafend des
Wortes Gewalt:
er! heiter! und hallt, so weit es gehet, das
uralt
chen, von Eltern geerbt, treffend und
schaffend hinab.
n so kehren die Himmlischen ein,
tiefschütternd gelangt so
den Schatten herab unter die Menschen
ihr Tag.
5
mpfunden kommen sie erst, es streben
entgegen
n die Kinder, zu hell kommet, zu blendend
das Glück,
es scheut sie der Mensch, kaum weiß zu
sagen ein Halbgott,
mit Namen sie sind, die mit den Gaben
ihm nahn.
r der Mut von ihnen ist groß, es füllen das
Herz ihm
Freuden und kaum weiß er zu brauchen
das Gut,
afft, verschwendet und fast ward ihm
Unheiliges heilig,
er mit segnender Hand törig und gütig
berührt.
glichst dulden die Himmlischen dies; dann
aber in Wahrheit
mmen sie selbst und gewohnt werden die
Menschen des Glücks
des Tags und zu schaun die Offenbaren,
das Antlitz
er, welche, schon längst Eines und Alles
genannt,
die verschwiegene Brust mit freier
Genüge gefüllet,
d zuerst und allein alles Verlangen
beglückt;
st der Mensch; wenn da ist das Gut, und
es sorget mit Gaben
ber ein Gott für ihn, kennet und sieht er es
nicht.
gen muß er, zuvor; nun aber nennt er sein
Liebstes,
, nun müssen dafür Worte, wie Blumen,
entstehn.
6
nun denkt er zu ehren in Ernst die seligen
Götter,
klich und wahrhaft muß alles verkünden
ihr Lob.
hts darf schauen das Licht, was nicht den
Hohen gefället,
den Aether gebührt Müßigversuchendes
nicht.
m in der Gegenwart der Himmlischen
würdig zu stehen,
hten in herrlichen Ordnungen Völker sich
auf
ereinander und baun die schönen Tempel
und Städte
t und edel, sie gehn über Gestaden empor
–
r wo sind sie? wo blühn die Bekannten,
die Kronen des Festes?
be welkt und Athen; rauschen die Waffen
nicht mehr
Olympia, nicht die goldnen Wagen des
Kampfspiels,
bekränzen sich denn nimmer die Schiffe
Korinths?
um schweigen auch sie, die alten heilgen
Theater?
um freuet sich denn nicht der geweihete
Tanz?
um zeichnet, wie sonst, die Stirne des
Mannes ein Gott nicht,
ckt den Stempel, wie sonst, nicht dem
Getroffenen auf?
r er kam auch selbst und nahm des
Menschen Gestalt an
vollendet’ und schloß tröstend das
himmlische Fest.
7
r Freund! wir kommen zu spät. Zwar
leben die Götter,
r über dem Haupt droben in anderer Welt.
los wirken sie da und scheinens wenig zu
achten,
wir leben, so sehr schonen die
Himmlischen uns.
n nicht immer vermag ein schwaches
Gefäß sie zu fassen,
zu Zeiten erträgt göttliche Fülle der
Mensch.
um von ihnen ist drauf das Leben. Aber
das Irrsal
t, wie Schlummer, und stark machet die
Not und die Nacht,
daß Helden genug in der ehernen Wiege
gewachsen,
zen an Kraft, wie sonst, ähnlich den
Himmlischen sind.
nnernd kommen sie drauf. Indessen dünket
mir öfters
ser zu schlafen, wie so ohne Genossen zu
sein,
zu harren, und was zu tun indes und zu
sagen,
ß ich nicht, und wozu Dichter in dürftiger
Zeit.
r sie sind, sagst du, wie des Weingotts
heilige Priester,
che von Lande zu Land zogen in heiliger
Nacht.
8
mlich, als vor einiger Zeit, uns dünket sie
lange,
wärts stiegen sie all, welche das Leben
beglückt,
der Vater gewandt sein Angesicht von den
Menschen,
das Trauern mit Recht über der Erde
begann,
erschienen zuletzt ein stiller Genius,
himmlisch
stend, welcher des Tags Ende verkündet’
und schwand,
ß zum Zeichen, daß einst er da gewesen
und wieder
me, der himmlische Chor einige Gaben
zurück,
er menschlich, wie sonst, wir uns zu
freuen vermöchten,
n zur Freude, mit Geist, wurde das
Größre zu groß
er den Menschen und noch, noch fehlen
die Starken zu höchsten
uden, aber es lebt stille noch einiger
Dank.
t ist der Erde Frucht, doch ists vom Lichte
gesegnet,
vom donnernden Gott kommet die Freude
des Weins.
um denken wir auch dabei der
Himmlischen, die sonst
gewesen und die kehren in richtiger Zeit,
um singen sie auch mit Ernst, die Sänger,
den Weingott
nicht eitel erdacht tönet dem Alten das
Lob.
9
sie sagen mit Recht, er söhne den Tag mit
der Nacht aus,
re des Himmels Gestirn ewig hinunter,
hinauf,
zeit froh, wie das Laub der
immergrünenden Fichte,
er liebt, und der Kranz, den er von Efeu
gewählt,
l er bleibet und selbst die Spur der
entflohenen Götter
terlosen hinab unter das Finstere bringt.
der Alten Gesang von Kindern Gottes
geweissagt,
he! wir sind es, wir; Frucht von Hesperien
ists!
nderbar und genau ists als an Menschen
erfüllet,
ube, wer es geprüft! aber so vieles
geschieht,
nes wirket, denn wir sind herzlos,
Schatten, bis unser
er Aether erkannt jeden und allen gehört.
r indessen kommt als Fackelschwinger
des Höchsten
n, der Syrier, unter die Schatten herab.
ge Weise sehns; ein Lächeln aus der
gefangnen
le leuchtet, dem Licht tauet ihr Auge noch
auf.
fter träumet und schläft in Armen der Erde
der Titan,
bst der neidische, selbst Cerberus trinket
und schläft.
WIE WENN AM
FEIERTAGE
wenn am Feiertage, das Feld zu sehn,
Landmann geht, des Morgens, wenn
heißer Nacht die kühlenden Blitze fielen
ganze Zeit und fern noch tönet der
Donner,
ein Gestade wieder tritt der Strom,
frisch der Boden grünt
von des Himmels erfreuendem Regen
Weinstock trauft und glänzend
tiller Sonne stehn die Bäume des Haines:
stehn sie unter günstiger Witterung,
die kein Meister allein, die wunderbar
gegenwärtig erzieht in leichtem Umfangen
mächtige, die göttlichschöne Natur.
m wenn zu schlafen sie scheint zu Zeiten
des Jahrs
Himmel oder unter den Pflanzen oder den
Völkern,
rauert der Dichter Angesicht auch,
scheinen allein zu sein, doch ahnen sie
immer.
n ahnend ruhet sie selbst auch.
t aber tagts! Ich harrt und sah es kommen,
was ich sah, das Heilige sei mein Wort.
n sie, sie selbst, die älter denn die Zeiten
über die Götter des Abends und Orients
ist,
Natur ist jetzt mit Waffenklang erwacht,
hoch vom Aether bis zum Abgrund
nieder
h festem Gesetze, wie einst, aus heiligem
Chaos gezeugt,
lt neu die Begeisterung sich,
Allerschaffende, wieder.
wie im Aug ein Feuer dem Manne glänzt,
nn hohes er entwarf, so ist
neuem an den Zeichen, den Taten der
Welt jetzt
Feuer angezündet in Seelen der Dichter.
was zuvor geschah, doch kaum gefühlt,
offenbar erst jetzt,
die uns lächelnd den Acker gebauet,
Knechtsgestalt, sie sind erkannt,
Allebendigen, die Kräfte der Götter.
ägst du sie? im Liede wehet ihr Geist,
nn es der Sonne des Tags und warmer Erd
wächst, und Wettern, die in der Luft, und
andern,
vorbereiteter in Tiefen der Zeit,
deutungsvoller, und vernehmlicher uns
wandeln zwischen Himmel und Erd und
unter den Völkern.
gemeinsamen Geistes Gedanken sind,
l endend, in der Seele des Dichters,
schnellbetroffen sie, Unendlichem
annt seit langer Zeit, von Erinnerung
ebt, und ihr, von heilgem Strahl entzündet,
Frucht in Liebe geboren, der Götter und
Menschen Werk,
Gesang, damit er beiden zeuge, glückt.
iel, wie Dichter sagen, da sie sichtbar
Gott zu sehen begehrte, sein Blitz auf
Semeles Haus
die göttlichgetroffne gebar,
Frucht des Gewitters, den heiligen
Bacchus.
daher trinken himmlisches Feuer jetzt
Erdensöhne ohne Gefahr.
h uns gebührt es, unter Gottes Gewittern,
Dichter! mit entblößtem Haupte zu stehen,
Vaters Strahl, ihn selbst, mit eigner Hand
assen und dem Volk ins Lied
üllt die himmlische Gabe zu reichen.
n sind nur reinen Herzens,
Kinder, wir, sind schuldlos unsere
Hände,
Vaters Strahl, der reine, versengt es nicht
tieferschüttert, die Leiden des Stärkeren
leidend, bleibt in den hochherstürzenden
Stürmen
Gottes, wenn er nahet, das Herz doch
fest.
h weh mir! wenn von
h mir!
sag ich gleich,
sei genaht, die Himmlischen zu schauen,
selbst, sie werfen mich tief unter die
Lebenden,
falschen Priester, ins Dunkel, daß ich
warnende Lied den Gelehrigen singe.
DER MUTTER ERDE
t offner Gemeine sing ich Gesang.
spielt, von erfreulichen Händen
zum Versuche berühret, eine Saite
Anfang. Aber freudig ernster neigt
d über die Harfe
Meister das Haupt und die Töne
eiten sich ihm, und werden geflügelt,
viele sie sind, und zusammen tönt es unter
dem Schlage
Weckenden und voll, wie aus Meeren,
schwingt
ndlich sich in die Lüfte die Wolke des
Wohllauts.
h wird ein anderes noch
der Harfe Klang
Gesang sein,
Chor des Volks.
n wenn er schon der Zeichen genug
Fluten in seiner Macht und
Wetterflammen
Gedanken hat, der heilige Vater,
ussprechlich wär er wohl
nirgend fänd er wahr sich unter den
Lebenden wieder,
nn zum Gesange nicht hätt ein Herz die
Gemeinde.
h aber
h wie der Fels erst ward,
geschmiedet wurden in schattiger
Werkstatt,
ehernen Festen der Erde,
h ehe Bäche rauschten von den Bergen
Hain’ und Städte blüheten an den
Strömen,
hat er donnernd schon
chaffen ein reines Gesetz,
reine Laute gegründet.
essen schon’, o Mächtiger, deß,
einsam singt, und gib uns Lieder genug,
ausgesprochen ist, wie wir
meinen, unserer Seele Geheimnis.
n öfters hört ich
alten Priesters Gesänge
so
danken bereite die Seele mir auch.
h wandeln im Waffensaale
gebundener Hand in müßigen Zeiten
Männer und schauen die Rüstungen an,
Ernstes stehen sie und einer erzählt,
die Väter sonst den Bogen gespannet
nhin des Zieles gewiß,
alle glauben es ihm,
h keiner darf es versuchen
ein Gott sinken die Arme
Menschen,
h ziemt ein Feiergewand an jedem Tage
sich nicht.
Tempelsäulen stehn
assen in Tagen der Not,
hl tönet des Nordsturms Echo
in den Hallen,
der Regen machet sie rein,
Moos wächst und es kehren die
Schwalben,
agen des Frühlings, namlos aber ist
hnen der Gott, und die Schale des Danks
Opfergefäß und alle Heiligtümer
raben dem Feind in verschwiegener Erde.
o
will auch danken, eh er empfängt,
Antwort geben, eh er gehört hat?
ndes ein Höherer spricht,
allen in die tönende Rede.
hat er zu sagen und anders Recht,
Einer ist, der endet in Stunden nicht,
die Zeiten des Schaffenden sind,
Gebirg,
hochaufwogend von Meer zu Meer
ziehet über die Erde,
agen der Wanderer viele davon,
das Wild irrt in den Klüften,
die Horde schweifet über die Höhen,
eiligem Schatten aber,
grünen Abhang wohnet
Hirt und schauet die Gipfel.
AM QUELL DER DONAU
n, wie wenn hoch von der
herrlichgestimmten, der Orgel
heiligen Saal,
nquillend aus den unerschöpflichen
Röhren,
Vorspiel, weckend, des Morgens beginnt
weitumher, von Halle zu Halle,
erfrischende nun, der melodische Strom
rinnt,
in den kalten Schatten das Haus
Begeisterungen erfüllt,
aber erwacht ist, nun, aufsteigend ihr,
Sonne des Fests, antwortet
Chor der Gemeinde: so kam
Wort aus Osten zu uns,
an Parnassos Felsen und am Kithäron hör
ich,
Asia, das Echo von dir und es bricht sich
Kapitol und jählings herab von den Alpen
mmt eine Fremdlingin sie
uns, die Erweckerin,
menschenbildende Stimme.
faßt’ ein Staunen die Seele
Getroffenen all und Nacht
über den Augen der Besten.
n vieles vermag
die Flut und den Fels und Feuersgewalt
auch
winget mit Kunst der Mensch
achtet, der Hochgesinnte, das Schwert
ht, aber es steht
Göttlichem der Starke niedergeschlagen,
gleichet dem Wild fast; das,
süßer Jugend getrieben,
weift rastlos über die Berg
fühlet die eigene Kraft
er Mittagshitze. Wenn aber
abgeführt, in spielenden Lüften,
heilige Licht, und mit dem kühleren
Strahl
freudige Geist kommt zu
seligen Erde, dann erliegt es, ungewohnt
Schönsten, und schlummert wachenden
Schlaf,
h ehe Gestirn naht. So auch wir. Denn
manchen erlosch
Augenlicht schon vor den
göttlichgesendeten Gaben,
freundlichen, die aus Ionien uns,
h aus Arabia kamen, und froh ward
teuern Lehr und auch der holden Gesänge
Seele jener Entschlafenen nie,
h einige wachten. Und sie wandelten oft
ieden unter euch, ihr Bürger schöner
Städte,
m Kampfspiel, wo sonst unsichtbar der
Heros
eim bei Dichtern saß, die Ringer schaut’
und lächelnd
s, der gepriesene, die müßigernsten
Kinder.
unaufhörlich Lieben wars und ists.
wohlgeschieden, aber darum denken
aneinander doch, ihr Fröhlichen am
Isthmos,
am Cephiß und am Taygetos,
h eurer denken wir, ihr Tale des
Kaukasos,
alt ihr seid, ihr Paradiese dort,
deiner Patriarchen und deiner Propheten,
Asia, deiner Starken, o Mutter!
furchtlos vor den Zeichen der Welt,
den Himmel auf Schultern und alles
Schicksal,
lang auf Bergen gewurzelt,
rst es verstanden,
ein zu reden
Gott. Die ruhn nun. Aber wenn ihr,
dies ist zu sagen,
Alten all, nicht sagtet, woher
nennen dich: heiliggenötiget, nennen,
ur! dich wir, und neu, wie dem Bad
entsteigt
alles Göttlichgeborne.
ar gehn wir fast, wie die Waisen;
hl ists, wie sonst, nur jene Pflege nicht
wieder;
h Jünglinge, der Kindheit gedenk,
Hause sind auch diese nicht fremde.
leben dreifach, eben wie auch
ersten Söhne des Himmels.
nicht umsonst ward uns
ie Seele die Treue gegeben.
ht uns, auch Eures bewahrt sie,
bei den Heiligtümern, den Waffen des
Worts,
scheidend ihr den Ungeschickteren uns,
Schicksalssöhne, zurückgelassen,
guten Geister, da seid ihr auch,
mals, wenn einen dann die heilige Wolk
umschwebt,
staunen wir und wissens nicht zu deuten.
aber würzt mit Nektar uns den Othem
dann frohlocken wir oft oder es befällt
uns
Sinnen, wenn ihr aber einen zu sehr liebt,
uht nicht, bis er euer einer geworden.
um, ihr Gütigen! umgebet mich leicht,
mit ich bleiben möge, denn noch ist
manches zu singen,
t aber endiget, seligweinend,
eine Sage der Liebe,
der Gesang, und so auch ist er
, mit Erröten, Erblassen,
Anfang her gegangen. Doch Alles geht so.
DIE WANDERUNG
ckselig Suevien, meine Mutter,
h du, der glänzenderen, der Schwester
mbarda drüben gleich,
hundert Bächen durchflossen!
Bäume genug, weißblühend und rötlich,
dunklere, wild, tiefgrünenden Laubs voll,
Alpengebirg der Schweiz auch
überschattet
achbartes dich; denn nah dem Herde des
Hauses
hnst du, und hörst, wie drinnen
silbernen Opferschalen
Quell rauscht, ausgeschüttet
reinen Händen, wenn berührt
warmen Strahlen
stallenes Eis und umgestürzt
m leichtanregenden Lichte
schneeige Gipfel übergießt die Erde
reinestem Wasser. Darum ist
angeboren die Treue. Schwer verläßt,
nahe dem Ursprung wohnet, den Ort.
deine Kinder, die Städte,
weithindämmernden See,
Neckars Weiden, am Rheine,
alle meinen, es wäre
st nirgend besser zu wohnen.
aber will dem Kaukasos zu!
n sagen hört ich
h heut in den Lüften:
sei’n, wie Schwalben, die Dichter.
h hat mir ohnedies
üngeren Tagen Eines vertraut,
eien vor alter Zeit
Eltern einst, das deutsche Geschlecht,
l fortgezogen von Wellen der Donau,
Sommertage, da diese
h Schatten suchten, zusammen
Kindern der Sonn
schwarzen Meere gekommen;
nicht umsonst sei dies
gastfreundliche genennet.
n, als sie erst sich angesehen,
nahten die Anderen erst; dann satzten auch
Unseren sich neugierig unter den Ölbaum.
h als sich ihre Gewande berührt,
keiner vernehmen konnte
eigene Rede des andern, wäre wohl
standen ein Zwist, wenn nicht aus Zweigen
herunter
ommen wäre die Kühlung,
Lächeln über das Angesicht
Streitenden öfters breitet, und eine Weile
n still sie auf, dann reichten sie sich
Hände liebend einander. Und bald
auschten sie Waffen und all
lieben Güter des Hauses,
auschten das Wort auch und es wünschten
freundlichen Väter umsonst nichts
m Hochzeitjubel den Kindern.
n aus den heiligvermählten
chs schöner, denn Alles,
vor und nach
Menschen sich nannt, ein Geschlecht auf.
Wo,
aber wohnt ihr, liebe Verwandten,
wir das Bündnis wiederbegehn
der teuern Ahnen gedenken?
t an den Ufern, unter den Bäumen
as, in Ebenen des Kaysters,
Kraniche, des Aethers froh,
schlossen sind von fernhindämmernden
Bergen,
t wart auch ihr, ihr Schönsten! oder
pflegtet
Inseln, die mit Wein bekränzt,
tönten von Gesang; noch andere wohnten
Tayget, am vielgepriesnen Hymettos,
blühten zuletzt; doch von
nassos Quell bis zu des Tmolos
dglänzenden Bächen erklang
ewiges Lied; so rauschten
mals die Wälder und all
Saitenspiele zusamt
himmlischer Milde gerühret.
and des Homer!
purpurnen Kirschbaum oder wenn
dir gesandt im Weinberg mir
jungen Pfirsiche grünen,
die Schwalbe fernher kommt und vieles
erzählend
meinen Wänden ihr Haus baut, in
Tagen des Mais, auch unter den Sternen
enk ich, o Ionia, dein! doch Menschen
Gegenwärtiges lieb. Drum bin ich
ommen, euch, ihr Inseln, zu sehn, und
euch,
Mündungen der Ströme, o ihr Hallen der
Thetis,
Wälder, euch, und euch, ihr Wolken des
Ida!
h nicht zu bleiben gedenk ich.
reundlich ist und schwer zu gewinnen
Verschlossene, der ich entkommen, die
Mutter.
ihren Söhnen einer, der Rhein,
Gewalt wollt er ans Herz ihr stürzen und
schwand
Zurückgestoßene, niemand weiß, wohin,
in die Ferne.
h so nicht wünscht ich gegangen zu sein,
ihr, und nur, euch einzuladen,
ich zu euch, ihr Grazien Griechenlands,
Himmelstöchter, gegangen,
, wenn die Reise zu weit nicht ist,
uns ihr kommet, ihr Holden!.
nn milder atmen die Lüfte,
liebende Pfeile der Morgen
Allzugedultigen schickt,
leichte Gewölke blühn
über den schüchternen Augen,
n werden wir sagen, wie kommt
Charitinnen, zu Wilden?
Dienerinnen des Himmels
d aber wunderbar,
alles Göttlichgeborne.
m Traume wirds ihm, will es Einer
chleichen und straft den, der
gleichen will mit Gewalt;
überraschet es einen,
eben kaum es gedacht hat.
DER RHEIN
dunkeln Efeu saß ich, an der Pforte
Waldes, eben, da der goldene Mittag,
Quell besuchend, herunterkam
Treppen des Alpengebirgs,
mir die göttlichgebaute,
Burg der Himmlischen heißt
h alter Meinung, wo aber
eim noch manches entschieden
Menschen gelanget; von da
nahm ich ohne Vermuten
Schicksal, denn noch kaum
mir im warmen Schatten
h manches beredend, die Seele
a zu geschweift
fernhin an die Küsten Moreas.
t aber, drin im Gebirg,
unter den silbernen Gipfeln
unter fröhlichem Grün,
die Wälder schauernd zu ihm,
der Felsen Häupter übereinander
abschaun, taglang, dort
kältesten Abgrund hört
um Erlösung jammern
Jüngling, es hörten ihn, wie er tobt’,
die Mutter Erd anklagt’,
den Donnerer, der ihn gezeuget,
armend die Eltern, doch
Sterblichen flohn von dem Ort,
n furchtbar war, da lichtlos er
en Fesseln sich wälzte,
Rasen des Halbgotts.
Stimme wars des edelsten der Ströme,
freigeborenen Rheins,
anderes hoffte der, als droben von den
Brüdern,
m Tessin und dem Rhodanus,
chied und wandern wollt, und ungeduldig
ihn
h Asia trieb die königliche Seele.
h unverständig ist
Wünschen vor dem Schicksal.
Blindesten aber
d Göttersöhne. Denn es kennet der Mensch
n Haus und dem Tier ward, wo
bauen solle, doch jenen ist
Fehl, daß sie nicht wissen wohin
ie unerfahrne Seele gegeben.
Rätsel ist Reinentsprungenes. Auch
Gesang kaum darf es enthüllen. Denn
du anfingst, wirst du bleiben,
viel auch wirket die Not,
die Zucht, das meiste nämlich
mag die Geburt,
der Lichtstrahl, der
m Neugebornen begegnet.
aber ist einer,
frei zu bleiben
n Leben lang, und des Herzens Wunsch
ein zu erfüllen, so
günstigen Höhn, wie der Rhein,
so aus heiligem Schoße
cklich geboren, wie jener?
m ist ein Jauchzen sein Wort.
ht liebt er, wie andere Kinder,
Wickelbanden zu weinen;
n wo die Ufer zuerst
die Seit ihm schleichen, die krummen,
durstig umwindend ihn,
Unbedachten, zu ziehn
wohl zu behüten begehren
eigenen Zahne, lachend
reißt er die Schlangen und stürzt
der Beut und wenn in der Eil
Größerer ihn nicht zähmt,
wachsen läßt, wie der Blitz, muß er
Erde spalten, und wie Bezauberte fliehn
Wälder ihm nach und zusammensinkend
die Berge.
Gott will aber sparen den Söhnen
eilende Leben und lächelt,
nn unenthaltsam, aber gehemmt
heiligen Alpen, ihm
er Tiefe, wie jener, zürnen die Ströme.
olcher Esse wird dann
h alles Lautre geschmiedet,
schön ists, wie er drauf,
hdem er die Berge verlassen,
lwandelnd sich im deutschen Lande
nüget und das Sehnen stillt
guten Geschäfte, wenn er das Land baut,
Vater Rhein, und liebe Kinder nährt
tädten, die er gegründet.
h nimmer, nimmer vergißt ers.
n eher muß die Wohnung vergehn,
die Satzung und zum Unbild werden
Tag der Menschen, ehe vergessen
solcher dürfte den Ursprung
die reine Stimme der Jugend.
war es, der zuerst
Liebesbande verderbt
Stricke von ihnen gemacht hat?
n haben des eigenen Rechts
gewiß des himmlischen Feuers
pottet die Trotzigen, dann erst
sterblichen Pfade verachtend
wegnes erwählt
den Göttern gleich zu werden getrachtet.
haben aber an eigner
terblichkeit die Götter genug, und
bedürfen
Himmlischen eines Dings,
sinds Heroen und Menschen
Sterbliche sonst. Denn weil
Seligsten nichts fühlen von selbst,
ß wohl, wenn solches zu sagen
aubt ist, in der Götter Namen
nehmend fühlen ein Andrer,
brauchen sie; jedoch ihr Gericht
daß sein eigenes Haus
breche der und das Liebste
den Feind schelt und sich Vater und Kind
rabe unter den Trümmern,
nn einer, wie sie, sein will und nicht
leiches dulden, der Schwärmer.
m wohl ihm, welcher fand
wohlbeschiedenes Schicksal,
noch der Wanderungen
süß der Leiden Erinnerung
rauscht am sichern Gestade,
da und dorthin gern
ehn mag bis an die Grenzen,
bei der Geburt ihm Gott
m Aufenthalte gezeichnet.
n ruht er, seligbescheiden,
n alles, was er gewollt,
Himmlische, von selber umfängt
unbezwungen, lächelnd
t, da er ruhet, den Kühnen.
bgötter denk ich jetzt
kennen muß ich die Teuern,
l oft ihr Leben so
sehnende Brust mir beweget.
m aber, wie, Rousseau, dir,
berwindlich die Seele,
starkausdauernde, ward,
sicherer Sinn
süße Gabe zu hören,
eden so, daß er aus heiliger Fülle
der Weingott, törig göttlich
gesetzlos sie, die Sprache der Reinesten,
gibt
ständlich den Guten, aber mit Recht
Achtungslosen mit Blindheit schlägt,
entweihenden Knechte, wie nenn ich den
Fremden?
Söhne der Erde sind, wie die Mutter,
ebend, so empfangen sie auch
hlos, die Glücklichen, Alles.
m überraschet es auch
schröckt den sterblichen Mann,
nn er den Himmel, den
mit den liebenden Armen
h auf die Schultern gehäuft,
d die Last der Freude bedenket;
n scheint ihm oft das Beste,
t ganz vergessen da,
der Strahl nicht brennt,
Schatten des Walds
Bielersee in frischer Grüne zu sein,
sorglosarm an Tönen,
ängern gleich, bei Nachtigallen zu lernen.
herrlich ists, aus heiligem Schlafe dann
ehen und, aus Waldes Kühle
wachend, abends nun
m milderen Licht entgegenzugehn,
nn, der die Berge gebaut
den Pfad der Ströme gezeichnet,
hdem er lächelnd auch
Menschen geschäftiges Leben,
othemarme, wie Segel
seinen Lüften gelenkt hat,
h ruht und zu der Schülerin jetzt,
Bildner, Gutes mehr
n Böses findend,
heutigen Erde der Tag sich neiget. –
n feiern das Brautfest Menschen und
Götter,
eiern die Lebenden all,
ausgeglichen
ine Weile das Schicksal.
die Flüchtlinge suchen die Herberg,
süßen Schlummer die Tapfern,
Liebenden aber
d, was sie waren, sie sind
Hause, wo die Blume sich freuet
chädlicher Glut und die finsteren Bäume
Geist umsäuselt, aber die Unversöhnten
d umgewandelt und eilen
Hände sich ehe zu reichen,
or das freundliche Licht
untergeht und die Nacht kommt.
h einigen eilt
s schnell vorüber, andere
alten es länger.
ewigen Götter sind
Lebens allzeit; bis in den Tod
n aber ein Mensch auch
Gedächtnis doch das Beste behalten,
dann erlebt er das Höchste.
hat ein jeder sein Maß.
n schwer ist zu tragen
Unglück, aber schwerer das Glück.
Weiser aber vermocht es
m Mittag bis in die Mitternacht,
bis der Morgen erglänzte,
m Gastmahl helle zu bleiben.
mag auf heißem Pfade unter Tannen oder
Dunkel des Eichwalds gehüllt
tahl, mein Sinclair! Gott erscheinen oder
Wolken, du kennst ihn, da du kennest,
jugendlich,
Guten Kraft, und nimmer ist dir
borgen das Lächeln des Herrschers
Tage, wenn
ieberhaft und angekettet das
endige scheinet oder auch
Nacht, wenn alles gemischt
ordnungslos und wiederkehrt
lte Verwirrung.
GERMANIEN
ht sie, die Seligen, die erschienen sind,
Götterbilder in dem alten Lande,
darf ich ja nicht rufen mehr, wenn aber,
heimatlichen Wasser! jetzt mit euch
Herzens Liebe klagt, was will es anders,
Heiligtrauernde? Denn voll Erwartung
liegt
Land und als in heißen Tagen
abgesenkt, umschattet heut,
Sehnenden! uns ahnungsvoll ein Himmel.
ist er von Verheißungen und scheint
drohend auch, doch will ich bei ihm
bleiben,
rückwärts soll die Seele mir nicht fliehn
euch, Vergangene! die zu lieb mir sind.
n euer schönes Angesicht zu sehn,
wärs, wie sonst, ich fürcht es, tödlich
ists,
kaum erlaubt, Gestorbene zu wecken.
lohene Götter! auch ihr, ihr
gegenwärtigen, damals
hrhaftiger, ihr hattet eure Zeiten!
hts leugnen will ich hier und nichts
erbitten.
n wenn es aus ist, und der Tag erloschen,
hl triffts den Priester erst, doch liebend
folgt
Tempel und das Bild ihm auch und seine
Sitte
m dunkeln Land und keines mag noch
scheinen.
als von Grabesflammen, ziehet dann
goldner Rauch, die Sage, drob hinüber,
dämmert jetzt uns Zweifelnden um das
Haupt,
keiner weiß, wie ihm geschieht. Er fühlt
Schatten derer, so gewesen sind,
Alten, so die Erde neubesuchen.
n die da kommen sollen, drängen uns,
länger säumt von Göttermenschen
heilige Schar nicht mehr im blauen
Himmel.
on grünet ja, im Vorspiel rauherer Zeit
sie erzogen, das Feld, bereitet ist die
Gabe
m Opfermahl und Tal und Ströme sind
toffen um prophetische Berge,
schauen mag bis in den Orient
Mann und ihn von dort der Wandlungen
viele bewegen.
m Aether aber fällt
treue Bild und Göttersprüche regnen
ählbare von ihm, und es tönt im innersten
Haine.
der Adler, der vom Indus kömmt,
über des Parnassos
chneite Gipfel fliegt, hoch über den
Opferhügeln
as, und frohe Beute sucht
m Vater, nicht wie sonst, geübter im Fluge
Alte, jauchzend überschwingt er
etzt die Alpen und sieht die vielgearteten
Länder.
Priesterin, die stillste Tochter Gottes,
die zu gern in tiefer Einfalt schweigt,
suchet er, die offnen Auges schaute,
wüßte sie es nicht, jüngst, da ein Sturm
drohend über ihrem Haupt ertönte;
ahnete das Kind ein Besseres,
endlich ward ein Staunen weit im
Himmel,
l Eines groß an Glauben, wie sie selbst,
segnende, die Macht der Höhe sei;
m sandten sie den Boten, der, sie schnell
erkennend,
kt lächelnd so: Dich, unzerbrechliche,
muß
ander Wort erprüfen und ruft es laut,
Jugendliche, nach Germania schauend:
u bist es, auserwählt,
ebend und ein schweres Glück
du zu tragen stark geworden,
damals, da im Walde versteckt und
blühendem Mohn
süßen Schlummers, trunkene, meiner du
ht achtetest, lang, ehe noch auch geringere
fühlten
Jungfrau Stolz und staunten, wes du wärst
und woher,
h du es selbst nicht wußtest. Ich
mißkannte dich nicht,
heimlich, da du träumtest, ließ ich
Mittag scheidend dir ein
Freundeszeichen,
Blume des Mundes zurück und du
redetest einsam.
h Fülle der goldenen Worte sandtest du
auch,
ckselige! mit den Strömen und sie quillen
unerschöpflich
ie Gegenden all. Denn fast, wie der
heiligen,
Mutter ist von allem, und den Abgrund
trägt,
Verborgene sonst genannt von Menschen,
st von Lieben und Leiden
voll von Ahnungen dir
voll von Frieden der Busen.
inke Morgenlüfte,
daß du offen bist,
nenne, was vor Augen dir ist,
ht länger darf Geheimnis mehr
Ungesprochene bleiben,
hdem es lange verhüllt ist;
n Sterblichen geziemet die Scham,
so zu reden die meiste Zeit,
weise auch, von Göttern.
aber überflüssiger, denn lautere Quellen,
Gold und ernst geworden ist der Zorn an
dem Himmel,
ß zwischen Tag und Nacht
smals ein Wahres erscheinen.
ifach umschreibe du es,
h ungesprochen auch, wie es da ist,
chuldige, muß es bleiben.
enne, Tochter du der heiligen Erd,
mal die Mutter. Es rauschen die Wasser
am Fels
Wetter im Wald und bei dem Namen
derselben
t auf aus alter Zeit Vergangengöttliches
wieder.
anders ists! und rechthin glänzt und
spricht
ünftiges auch erfreulich aus den Fernen.
h in der Mitte der Zeit
t ruhig mit geweihter
gfräulicher Erde der Aether
gerne, zur Erinnerung, sind,
unbedürftigen, sie
tfreundlich bei den unbedürftgen,
deinen Feiertagen,
mania, wo du Priesterin bist
wehrlos Rat gibst rings
Königen und den Völkern.«
PATMOS
Dem Landgrafen von Homburg
ist
schwer zu fassen der Gott.
aber Gefahr ist, wächst
Rettende auch.
Finstern wohnen
Adler und furchtlos gehn
Söhne der Alpen über den Abgrund weg
leichtgebaueten Brücken.
m, da gehäuft sind rings
Gipfel der Zeit, und die Liebsten
wohnen, ermattend auf
renntesten Bergen,
gib unschuldig Wasser,
ittige gib uns, treuesten Sinns
überzugehn und wiederzukehren.
sprach ich, da entführte
h schneller, denn ich vermutet,
weit, wohin ich nimmer
kommen gedacht, ein Genius mich
m eigenen Haus. Es dämmerten
Zwielicht, da ich ging,
schattige Wald
die sehnsüchtigen Bäche
Heimat; nimmer kannt ich die Länder;
h bald, in frischem Glanze,
eimnisvoll
goldenen Rauche, blühte
nellaufgewachsen,
Schritten der Sonne,
tausend Gipfeln duftend,
Asia auf, und geblendet sucht
eines, das ich kennete, denn ungewohnt
ich der breiten Gassen, wo herab
m Tmolus fährt
goldgeschmückte Paktol
Taurus stehet und Messogis,
voll von Blumen der Garten,
stilles Feuer, aber im Lichte
ht hoch der silberne Schnee,
Zeug unsterblichen Lebens
unzugangbaren Wänden
lt der Efeu wächst und getragen sind
lebenden Säulen, Zedern und Lorbeern,
feierlichen,
göttlichgebauten Paläste.
auschen aber um Asias Tore
ziehend da und dort
ngewisser Meeresebene
schattenlosen Straßen genug,
h kennt die Inseln der Schiffer.
da ich hörte,
nahegelegenen eine
Patmos,
angte mich sehr,
t einzukehren und dort
dunkeln Grotte zu nahn.
n nicht, wie Cypros,
quellenreiche, oder
anderen eine
hnt herrlich Patmos,
tfreundlich aber ist
ärmeren Hause
dennoch
wenn vom Schiffbruch oder klagend
die Heimat oder
abgeschiedenen Freund
nahet einer
Fremden, hört sie es gern, und ihre
Kinder,
Stimmen des heißen Hains,
wo der Sand fällt, und sich spaltet
Feldes Fläche, die Laute,
hören ihn und liebend tönt
wider von den Klagen des Manns. So
pflegte
einst des gottgeliebten,
Sehers, der in seliger Jugend war
angen mit
m Sohne des Höchsten, unzertrennlich,
denn
iebte der Gewittertragende die Einfalt
Jüngers und es sahe der achtsame Mann
Angesicht des Gottes genau,
beim Geheimnisse des Weinstocks, sie
ammensaßen, zu der Stunde des
Gastmahls,
in der großen Seele, ruhigahnend, den
Tod
sprach der Herr und die letzte Liebe, denn
nie genug
t er von Güte zu sagen
Worte, damals, und zu erheitern, da
sahe, das Zürnen der Welt.
n alles ist gut. Drauf starb er. Vieles wäre
agen davon. Und es sahn ihn, wie er
siegend blickte,
Freudigsten die Freunde noch zuletzt,
h trauerten sie, da nun
Abend worden, erstaunt,
n Großentschiedenes hatten in der Seele
Männer, aber sie liebten unter der Sonne
Leben und lassen wollten sie nicht
m Angesichte des Herrn
der Heimat. Eingetrieben war,
Feuer im Eisen, das, und ihnen ging
Seite der Schatte des Lieben.
m sandt er ihnen
Geist, und freilich bebte
Haus und die Wetter Gottes rollten
ndonnernd über
ahnenden Häupter, da, schwersinnend,
sammelt waren die Todeshelden,
da er scheidend
h einmal ihnen erschien.
n itzt erlosch der Sonne Tag,
Königliche, und zerbrach
geradestrahlenden,
Zepter, göttlichleidend, von selbst,
n wiederkommen sollt es,
echter Zeit. Nicht wär es gut
wesen, später, und schroffabbrechend,
untreu,
Menschen Werk, und Freude war es
nun an,
wohnen in liebender Nacht, und bewahren
infältigen Augen, unverwandt
gründe der Weisheit. Und es grünen
an den Bergen auch lebendige Bilder,
h furchtbar ist, wie da und dort
ndlich hin zerstreut das Lebende Gott.
n schon das Angesicht
teuern Freunde zu lassen
fernhin über die Berge zu gehn
ein, wo zweifach
annt, einstimmig
himmlischer Geist; und nicht geweissagt
war es, sondern
Locken ergriff es, gegenwärtig,
nn ihnen plötzlich
neilend zurück blickte
Gott und schwörend,
mit er halte, wie an Seilen golden
unden hinfort
Böse nennend, sie die Hände sich
reichten –
nn aber stirbt alsdenn,
dem am meisten
Schönheit hing, daß an der Gestalt
Wunder war und die Himmlischen
gedeutet
ihn, und wenn, ein Rätsel ewig
füreinander,
sich nicht fassen können
ander, die zusammenlebten
Gedächtnis, und nicht den Sand nur oder
Weiden es hinwegnimmt und die Tempel
reift, wenn die Ehre
Halbgotts und der Seinen
weht und selber sein Angesicht
Höchste wendet
ob, daß nirgend ein
terbliches mehr am Himmel zu sehn ist
oder
grüner Erde, was ist dies?
st der Wurf des Säemanns, wenn er faßt
der Schaufel den Weizen,
wirft, dem Klaren zu, ihn schwingend
über die Tenne.
fällt die Schale vor den Füßen, aber
Ende kommet das Korn,
nicht ein Übel ists, wenn einiges
oren gehet und von der Rede
hallet der lebendige Laut,
n göttliches Werk auch gleichet dem
unsern,
ht alles will der Höchste zumal.
ar Eisen träget der Schacht,
glühende Harze der Aetna,
hätt ich Reichtum,
Bild zu bilden, und ähnlich
chaun, wie er gewesen, den Christ,
nn aber einer spornte sich selbst,
traurig redend, unterweges, da ich
wehrlos wäre,
h überfiele, daß ich staunt und von dem
Gotte
Bild nachahmen möcht ein Knecht –
Zorne sichtbar sah ich einmal
Himmels Herrn, nicht, daß ich sein sollt
etwas, sondern
ernen. Gütig sind sie, ihr Verhaßtestes
aber ist,
ange sie herrschen, das Falsche, und es
gilt
n Menschliches unter Menschen nicht
mehr.
n sie nicht walten, es waltet aber
terblicher Schicksal und es wandelt ihr
Werk
selbst, und eilend geht es zu Ende.
nn nämlich höher gehet himmlischer
umphgang, wird genennet, der Sonne
gleich,
Starken der frohlockende Sohn des
Höchsten,
Losungszeichen, und hier ist der Stab
Gesanges, niederwinkend,
n nichts ist gemein. Die Toten wecket
uf, die noch gefangen nicht
m Rohen sind. Es warten aber
scheuen Augen viele,
chauen das Licht. Nicht wollen
scharfen Strahle sie blühn,
wohl den Mut der goldene Zaum hält.
nn aber, als
schwellenden Augenbraunen,
Welt vergessen
leuchtende Kraft aus heiliger Schrift fällt,
mögen,
Gnade sich freuend, sie
stillen Blicke sich üben.
wenn die Himmlischen jetzt
wie ich glaube, mich lieben,
viel mehr Dich,
n Eines weiß ich,
nämlich der Wille
ewigen Vaters viel
gilt. Still ist sein Zeichen
donnernden Himmel. Und Einer stehet
darunter
n Leben lang. Denn noch lebt Christus.
ind aber die Helden, seine Söhne,
ommen all und heilige Schriften
ihm und den Blitz erklären
Taten der Erde bis itzt,
Wettlauf unaufhaltsam. Er ist aber dabei.
Denn seine Werke sind
alle bewußt von jeher.
ang, zu lang schon ist
Ehre der Himmlischen unsichtbar.
n fast die Finger müssen sie
führen und schmählich
eißt das Herz uns eine Gewalt.
n Opfer will der Himmlischen jedes,
nn aber eines versäumt ward,
hat es Gutes gebracht.
haben gedienet der Mutter Erd
haben jüngst dem Sonnenlichte gedient,
wissend, der Vater aber liebt,
über allen waltet,
meisten, daß gepfleget werde
feste Buchstab, und Bestehendes gut
eutet. Dem folgt deutscher Gesang.
DER ISTER
t komme, Feuer!
ierig sind wir,
chauen den Tag,
wenn die Prüfung
durch die Knie gegangen,
g einer spüren das Waldgeschrei.
singen aber vom Indus her
nangekommen und
m Alpheus, lange haben
Schickliche wir gesucht,
ht ohne Schwingen mag
m Nächsten einer greifen
adezu
kommen auf die andere Seite.
r aber wollen wir bauen.
n Ströme machen urbar
Land. Wenn nämlich Kräuter wachsen
an denselben gehn
Sommer zu trinken die Tiere,
gehn auch Menschen daran.
n nennet aber diesen den Ister.
ön wohnt er. Es brennet der Säulen Laub,
reget sich. Wild stehn
aufgerichtet, untereinander; darob
zweites Maß, springt vor
Felsen das Dach. So wundert
h nicht, daß er
Herkules zu Gaste geladen,
nglänzend, am Olympos drunten,
der, sich Schatten zu suchen
m heißen Isthmos kam,
n voll des Mutes waren
elbst sie, es bedarf aber, der Geister
wegen,
Kühlung auch. Darum zog jener lieber
die Wasserquellen hieher und gelben Ufer,
h duftend oben, und schwarz
m Fichtenwald, wo in den Tiefen
Jäger gern lustwandelt
tags, und Wachstum hörbar ist
harzigen Bäumen des Isters,
scheinet aber fast
kwärts zu gehen und
mein, er müsse kommen
Osten.
es wäre
agen davon. Und warum hängt er
den Bergen gerad? Der andre,
Rhein, ist seitwärts
weggegangen. Umsonst nicht gehn
Trocknen die Ströme. Aber wie? Ein
Zeichen braucht es,
hts anderes, schlecht und recht, damit es
Sonn
Mond trag im Gemüt, untrennbar,
fortgeh, Tag und Nacht auch, und
Himmlischen warm sich fühlen
aneinander.
um sind jene auch
Freude des Höchsten. Denn wie käm er
unter? Und wie Hertha grün,
d sie die Kinder des Himmels. Aber
allzugedultig
eint der mir, nicht
er, und fast zu spotten. Nämlich wenn
ehen soll der Tag
er Jugend, wo er zu wachsen
ängt, es treibet ein anderer da
h schon die Pracht, und Füllen gleich
en Zaum knirscht er, und weithin hören
Treiben die Lüfte,
der zufrieden;
brauchet aber Stiche der Fels
Furchen die Erd,
wirtbar wär es, ohne Weile;
aber jener tuet, der Strom,
ß niemand.
DER ADLER
n Vater ist gewandert, auf dem Gotthard,
wo die Flüsse, hinab,
hl nach Hetruria seitwärts,
des geraden Weges
h über den Schnee,
dem Olympos und Hämos,
den Schatten der Athos wirft,
h Höhlen in Lemnos.
änglich aber sind
Wäldern des Indus,
Eltern gekommen.
Urahn aber
geflogen über der See
arfsinnend, und es wunderte sich
Königes goldnes Haupt
dem Geheimnis der Wasser,
rot die Wolken dampften
r dem Schiff und die Tiere stumm
ander schauend
Speise gedachten, aber
tehen die Berge doch still,
wollen wir bleiben?
Fels ist zu Weide gut,
Trockne zu Trank.
Nasse aber zu Speise.
l einer wohnen,
sei es an Treppen,
wo ein Häuslein hinabhängt,
Wasser halte dich auf.
was du hast, ist
m zu holen.
einer ihn nämlich hinauf
Tage gebracht,
indet im Schlaf ihn wieder.
n wo die Augen zugedeckt,
gebunden die Füße sind,
wirst du es finden.
n wo erkennest,
FRIEDRICH HÖLDERLIN (Lauffen am
Neckar, Alemania, 1770 - Tubinga, id.,
1843) Poeta alemán. Al morir su padre,
administrador del seminario protestante
de Lauffen, cuando él tenía dos años, su
madre casó en segundas nupcias con
Johann Christoph Gock, consejero
municipal
de
Nürtingen,
donde
Hölderlin se crió junto con su hermana y
su hermanastro. En 1784 ingresó en un
colegio preparatorio para el seminario,
en Denkendorf, y en 1788 entró como
becario en el seminario de Tubinga,
donde trabó amistad con Hegel y
Schelling, a partir de 1791.
Muy influido por Platón y por la
mitología y cultura helénicas, se apartó
sensiblemente de la fe protestante. En
1793 salió del seminario provisto de la
licencia que le permitía ejercer el
ministerio evangélico, pero decidió no
dedicarse a su carrera, sino emplearse
como preceptor. Schiller le proporcionó
una plaza para ocuparse del hijo de
Charlotte von Kalb, en Waltershausen,
aunque pronto abandonó su puesto, dada
la limitada influencia que ejercía sobre
su alumno, y se instaló en Jena, uno de
los principales centros intelectuales del
país. Asistió a clases impartidas por
Fichte, y Schiller le publicó un
fragmento del Hiperión en su revista
Thalia.
Falto de recursos, volvió a Nürtingen en
1795, antes de ser introducido en casa
del banquero Gontard, en Frankfurt,
siempre como preceptor. Susette, la
esposa de Gontard, mujer al parecer de
gran belleza y sensibilidad, habría de
convertirse en su gran amor; tanto en sus
poemas como en el Hiperión se referiría
a ella con el nombre de «Diotima». Su
amor fue correspondido, y el poeta
describió su relación en una carta como
«una eterna, feliz y sagrada amistad».
A pesar de su trabajo y de los viajes que
debió efectuar con la familia Gontard a
causa de la guerra, fue una época de
intensa actividad literaria, y en 1799
finalizó su novela epistolar Hiperión.
En septiembre de 1798 tuvo que
abandonar la casa de los Gontard,
después de vivir una penosa escena con
el marido de Susette. Se entrevistó
varias veces en secreto con ella, hasta
que se trasladó a Homburg, por consejo
de su amigo, Isaak von Sinclair.
Emprendió entonces su tragedia La
muerte de Empédocles e intentó lanzar
una revista intelectual y literaria, que
fracasó. En 1800 fue invitado a Stuttgart,
donde tuvo tiempo para dedicarse a la
poesía y traducir a Píndaro, que
ejercería una gran influencia sobre sus
himnos. A finales del año aceptó otro
puesto como preceptor en Hauptwil,
Suiza; se ignora por qué razones
abandonó su trabajo, en abril de 1801, y
volvió con su madre, a Nütingen. Hasta
enero de 1802, cuando obtuvo un cargo
en casa del cónsul de Hamburgo en
Burdeos, trabajó ininterrumpidamente en
su obra poética.
Al aparecer los primeros síntomas de su
enfermedad mental, en abril abandonó
una vez más su puesto. Sinclair le
comunicó por carta la muerte de Susette
Gontard, el 22 de junio de 1803, en
Frankfurt. Tras un período de gran
violencia, su trastorno mental pareció
remitir. Sinclair lo llevó de viaje a
Ratisbona y Ulm y, a la vuelta, escribió
El único y Patmos, dos de sus obras
maestras. Por influencia de su amigo
obtuvo la plaza de bibliotecario de la
corte, en el palacio del landgrave de
Homburg.
Como sus crisis mentales se hicieran
cada vez más frecuentes, en 1806 fue
internado en una clínica de Tubinga, sin
que se produjera mejoría en su estado.
Un ebanista de la misma ciudad,
entusiasmado por la lectura del
Hiperión, lo acogió en su casa en 1807.
Allí permaneció hasta su muerte, en unas
condiciones de locura pacífica que se
prolongaron durante treinta y seis años.
La obra de Hölderlin tiene en su eje
central el intento de hallar el sentido y
esencia de la lírica en los momentos
históricos convulsos que le tocó vivir.
Los juveniles Himnos (1793), en los que
canta a la belleza, la libertad y el genio
de la adolescencia, sufren aún la
influencia de Schiller y ensalzan los
«ideales de la humanidad». Las Elegías
(1793), sobre todo «Grecia» y «El
destino», son ya un lamento por lo
desaparecido e incluyen una propuesta
fundamental en Hölderlin: el impulso
hacia un nuevo helenismo. Hiperión
(1797-1799) es un texto a mitad de
camino de la novela epistolar y de la
llamada «de iniciación», que comparte
también las características confesionales
de un diario íntimo y anticipa múltiples
aspectos de la sensibilidad romántica.
A partir de 1797 el poeta escribió los
fragmentos de Empédocles, su única
incursión en la dramaturgia, que debía
ser una tragedia clásica que trabajó en
múltiples versiones. Su protagonista
encarna para él al poeta y visionario en
quien se refleja la armonía inherente a la
unicidad total, y la serenidad que
acompaña a la maduración para la
muerte. Las Poesías (1799) aparecieron
mayoritariamente en el Musenalmanach
de Schiller y en el Taschenbuch für
Frauenzimmer von Bildung, y son
formalmente
clásicas
y
hasta
deliberadamente arcaicas en ocasiones.
Las colecciones conocidas como Lírica
tardía contienen los poemas escritos
entre 1801 y 1808, y se publicaron en
vida del autor.
Los poemarios editados por Uhland y
Schwab
en 1826,
y también,
póstumamente, las Obras completas
publicadas por Schwab en 1846,
incluyen algunos de los inquietantes
textos escritos durante la apacible
demencia del autor, que él gustaba
atribuir a un alter ego al que llamaba
Scardanelli. A finales del siglo XIX la
obra del poeta alemán fue recuperada y
ensalzada por los simbolistas, a través
de los cuales ha venido ejerciendo un
influencia creciente en las letras
europeas.
Notas
[1]
«Un viejo no es más que una vulgar
piltrafa/un abrigo harapiento sobre un
palo», del poema «Navegando hacia
Bizancio», en la traducción de Daniel
Aguirre: W.B. Yeats, Antropología
poética, Barcelona, Lumen, 2005. <<
[2]
«¿Podemos discernir el baile de
quien baila?», en la misma traducción
que en la nota anterior. <<

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