Catequesis del Mes Casitas de Oración

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Catequesis del Mes Casitas de Oración
Semana del 03 al 09 de Mayo de 2015. DOMINGO V DE PASCUA
“Vivir unidos a Cristo es estar convocados a dar frutos de vida eterna”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Hech 9,26-31: “Les contó cómo había visto al Señor en el camino”
Salmo: 21,26b-27.28.30.31-32: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea”
2ª Lectura: 1Jn 3,18-24: “Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos”
Evangelio: Jn 15,1-8: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”
Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 15,1-8) +++ Gloria a Ti, Señor
“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador.
Toda rama que no da fruto en mí, la corta. Y toda rama que da fruto, la limpia para que dé más fruto.
Ustedes ya están limpios gracias a la palabra que les he anunciado, pero permanezcan en mí como yo en ustedes. Una
rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no
permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí, no pueden hacer
nada.
El que no permanece en mí lo tiran y se seca; como a las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman.
Mientras ustedes permanezcan en mí y mis palabras permanezcan en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán.
Mi Padre es glorificado cuando ustedes producen abundantes frutos: entonces pasan a ser discípulos míos.”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
Este pasaje del Evangelio transcurre durante la Última Cena. Jesús está despidiéndose de sus discípulos, les está dando los
últimos consejos y explicaciones, y varias veces les repite que pronto bajaría el Espíritu Santo, enviado por el Padre, para
recordarles todo lo que Él les había enseñado.
En ese contexto, les hace esta hermosísima comparación, llena de riqueza y de un profundo sentido: “Yo soy la verdadera
vid y mi Padre el labrador”, les dijo, y al escucharlo nosotros ahora, inmediatamente se nos dibuja en la mente el tronco
principal de la planta, aquel del cual salen todas las ramas...
Jesús es el tronco de toda la creación, el “Logos”, la Palabra Encarnada por la cual se creó todo.
San Agustín nos ilustra sobre esta comparación entre Dios Padre, como el Labrador, y Jesús como la Vid verdadera, con las
siguientes palabras: “Esto lo dice (el Señor) porque es la cabeza de la Iglesia, y nosotros sus miembros, (Él es) el mediador
entre Dios y los hombres, el que es hombre, Cristo Jesús.
En verdad que son de una misma naturaleza la vid y los sarmientos. Pero cuando añade la palabra ‘verdadera’ ¿no
prescinde (acaso) de aquella vid de la que ha tomado la comparación?
(...) diciendo "Yo soy la verdadera vid", se distingue de aquella otra, de la cual dice Jeremías: ‘¿Cómo se convirtió en
amargura la vid ajena?’ (Jer 2,21) porque, ¿cómo había de ser verdadera vid, la que se esperaba que produjera uvas y
produjo espinas?” (Tratado sobre Juan, 80).
Esta meditación de San Agustín, relacionando las palabras de Jesús con las del profeta Jeremías, realmente debe darnos
mucho para pensar... Uno puede especular diciendo que, si Jesús utiliza el adjetivo “verdadera”, seguramente se deberá a
que hay “otras” vides que no lo son, que no darán el fruto que debieran, o que, como dice el profeta, en vez de producir uvas
producirán espinas...
Pero también puede pensarse, con un criterio quizás un poco menos ligero y más autocrítico, que en verdad no todas las
vides producen buena uva todo el tiempo, o dicho de un modo más directo: que a veces todos dejamos de producir uvas
para comenzar a dar espinos, y es porque no estamos sujetados de la mano del Señor, o al menos no como debiéramos (o
como creemos estar). Entonces vienen los chismes, las intrigas, las susceptibilidades, los rencores, las mentiras,
comenzamos a justificarnos, a juzgar a los demás...
Seguramente no será por falta de vocabulario que en este breve texto, San Juan repite ocho veces el verbo “permanecer”,
que significa mantener el estado, perdurar, conservar la situación o cercanía, en una palabra, perseverar...
Al asignarnos a nosotros la figura de los sarmientos, Jesús nos explica gráficamente de qué manera, de ese tronco fuerte y
lleno de vida, salen las ramas que se alimentan, se soportan y viven gracias a la vid, y que su Padre, como amoroso y
cuidadoso labrador, vigila permanentemente para podar, limpiar, regar y mantener aquellas ramas que dan fruto, eliminando
las que únicamente se nutren y nutren, pero sin producir como deben.
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Esta figura, que resulta clarísima para cualquier agricultor, simboliza a aquellas ramas que, al no ser fértiles en flores ni en
fruto, únicamente absorben la savia del tronco, quitando posibilidades y vida a las que sí se llenan de flores y darán frutos.
De esa manera, lo único que hacen es perjudicar a la vid, de tal suerte que al labrador, no le quedará más remedio que
podar esas ramas, que a simple vista quizás puedan parecer hermosas y llenas de hojas, pero que en verdad no producen
beneficio real, sino que perjudican a la planta en su conjunto.
Esta meditación nos trae a la mente otro pasaje del Evangelio, según San Lucas, en el que Jesús nos dice, con toda claridad
y contundencia: “El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.” (Lc 11,23)
¡Cuánta enseñanza podemos extraer de este pasaje que leímos hoy!, que nos habla de la necesidad de podar los
sarmientos que no producen, que por fuera se ven hermosos y llenos de vida, quizás, pero por dentro no llevan nada más
que hojas sin ningún valor.
¡Cuántas almas encontrará ese eterno Labrador, que caminan por la vida mostrando realidades que únicamente se ven
bonitas, pero que para el dueño del viñedo solo sirven para tirar al fuego de la chimenea! ¡Y cuántas ramas infértiles,
cuántos espinos tendremos nosotros que podar, para poder dar los frutos que el Señor espera de cada uno!
“Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid”, nos dice Jesús, y es muy importante que
meditemos también sobre esto, para que no nos vayamos a equivocar: es muy importante que tengamos siempre presente
que los talentos, las capacidades, las posibilidades y hasta las oportunidades de hacer el bien, TODO, nos lo da el Señor, y
lo único que tenemos que hacer, para producir los frutos esperados, lo único que de verdad nos compete, es someternos a
la Divina Voluntad: Hacer lo que debemos, no lo que queremos.
“El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto”, agrega el Señor...
Permanecer en Cristo es entonces, mantenerse en su presencia, estar unidos y atentos a Él, como guía, como Norte, como
objetivo de vida, en general, pero también como parámetro en todas y cada una de las pequeñas decisiones del día a día.
La única manera que tenemos los seres humanos de justificar nuestra vida, o sea, de hacerla productiva y valedera, es
manteniéndonos en Cristo, por Cristo y orientados hacia Cristo. De otro modo, como Él mismo lo dice: el que no permanece
en Él, más tarde o más temprano, se seca, “como las ramas, que las amontonan, se echan al fuego y se queman”.
Pero sucede que a veces nos equivocamos, y pensamos que debemos permanecer en Cristo únicamente por temor al fuego
que quema a los sarmientos inútiles, transformando de ese modo nuestras buenas acciones en una especie de “moneda de
cambio” con Dios.
Parecería que le decimos: “Te compro mi salvación orando, asistiendo a Misa los domingos, y no haciendo daño a nadie”, y
nos olvidamos de lo principal, que no es el evitar el fuego, sino el seguir recibiendo la savia que nos entrega la vid, la vida
eterna, que se nos ofrece simplemente porque la vid (Cristo) nos ama.
Así pues, todo es únicamente cuestión de AMOR, no de comercio ni de cambalache, no de “cumplimiento” y obligación. No
olvidemos que el permanecer en Cristo es el premio a todo, es estar unidos a Dios mismo, el dador de todos los bienes, a
Quien no es necesario pedirle nada, porque nada nos hace faltar.
Pero la unión con Cristo, no se da sólo individualmente. La Iglesia no es una serie de múltiples individualidades unidas a su
Dios, así como la vid no es un tronco pelado del que cuelgan los racimos. La savia debe recorrer las ramas para llegar al
fruto, del mismo modo en que nuestras acciones y nuestra vida apostólica son orientadas por la jerarquía, guiadas por
nuestros superiores, y se nutren en la comunidad: “Una rama no puede dar fruto por sí misma”, nos dice Jesús.
El premio que Jesús ofrece, al que permanece en comunión con Él y con los demás, ya en el último párrafo de esta lectura,
es nada menos que la seguridad de estar dando mayor gloria al Padre, y la certeza de contarnos –de ese modo- entre los
verdaderos discípulos.
Ante semejante promesa, debemos pensar que no es bueno esperar a la llegada del Labrador para la poda. Cada uno de
nosotros conoce sus puntos débiles, sus flaquezas y sus miserias, o sea, sabemos en el secreto de nuestra alma, cuáles
son las hojas que están de más en nosotros, y que nos quitan el sol, impidiéndonos que demos frutos abundantes... Será
pues sabio y prudente comenzar a hacernos, nosotros mismos, pequeñas podas, limpiándonos de todo aquello que nos
perjudica, que se consume la savia sin motivo, y nos lleva a la perdición.
Con respecto a la poda del labrador, San Agustín en su sermón 59 nos dice: “Damos nosotros culto a Dios, y Dios nos lo da
a nosotros. Pero de tal manera damos culto a Dios, que no lo hacemos mejor porque le damos culto por la oración, no con el
arado; mas cuando Él nos cultiva nos hace mejores, pues su cultura, consiste en no cesar de extirpar con su palabra todas
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las malas semillas que arraigan en nuestros corazones, abrirlos con el arado de la predicación, plantar las semillas de los
preceptos y esperar el fruto de la piedad.”
A nadie le gusta la idea de hacerse una poda, porque podar significa cortar, arrancar, despojarse... Pero es bueno pensar
que estamos hablando de quitarnos lo superfluo, lo inútil, lo perjudicial... lo que quizás nos sirva mucho para “subsistir” y
“triunfar” en medio del mundo, porque son aquellas “habilidades” o “recursos” que nos muestran ante los demás como unos
sarmientos llenos de hojas y de verdor, hermosos y perfectos para dar sombra y para mecerse al viento, aún sabiendo que
llegado el momento, no existirán los frutos que de nosotros espera recibir el Labrador.
Pero la oferta es realmente magnífica, y si la miramos con detenimiento, nos daremos cuenta de que bien vale la pena el
dolor y las incomodidades de una poda, aunque nos sacuda las fibras más íntimas, bien vale la pena cortar aquello que en
verdad es nocivo, pues nos hace perder la fertilidad para el Señor. Pensemos que, podando ahora, luego nos podremos
llenar de su savia, que es vida eterna.
No olvidemos que (utilizando un lenguaje actual), el permanecer en Cristo significa “estar conectados a Él”, y el no
permanecer en Él, es el “estar desenchufados de Él”, como cualquier aparato electrónico, que sin la energía que lo alimenta,
puede ser un adorno bonito, un signo de buen vivir, pero su utilidad siempre será igual a cero... Al final, solo sirve para estar
allí, mientras se envejece, junta polvo y le llega el momento de ir a parar a la basura...
Igualmente, el que vive lejos de Dios –el que no permanece unido a Él, en verdadera comunión- no da frutos de vida eterna,
y por tanto no será digno de la eternidad junto al Señor.
Ojalá que las palabras de hoy nos hagan meditar en serio y no se las lleve el viento, para que al final de nuestro paso por
este mundo, los frutos de vida eterna inclinen pronto la balanza a nuestro favor.... Que con la bendición del Señor y nuestro
sacrificio consciente en la poda diaria, así sea.
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) La Palabra de Dios “nos limpia”, nos fortalece y vivifica. ¿Acudo con frecuencia a su lectura? ¿La medito en familia, en
comunidad?
b) ¿Estoy siempre consciente de que yo soy un sarmiento de la Vid Verdadera, y que el pecado me separa de esa Vid?
c) ¿Los frutos que entrego al Viñador, son uvas dulces y jugosas, o chiquitas y amargas? ¿Doy siempre lo mejor de mí, en
todo lo que hago?
d) ¿Tomo en serio las advertencias de Jesús acerca del futuro que les espera a quienes no permanecen en Él, o abuso
confiándome de su Misericordia, y no me esfuerzo por cambiar? ¿Glorifico al Padre procurando ser siempre un buen
discípulo de Cristo?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los participantes de la
Casita para que expresen sus reflexiones y comentarios. Como siempre, se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica:
Cánones: 755, 1988, 736, 2074
755 “La Iglesia es labranza o campo de Dios. En este campo crece el antiguo olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas y
en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles. El labrador del cielo la plantó como viña selecta.
La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por
medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada.” (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 6)
1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección,
naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo:
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...
Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados.
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera
hará que demos “el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza”. “El Espíritu es nuestra Vida”: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, más “obramos también según el
Espíritu”: Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de
los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser
llamados hijos de la luz y de tener parte en la gloria eterna.
2074 Jesús dice: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto;
porque sin mí no podéis hacer nada”. El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la
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unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el
Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a
ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a
los otros como yo os he amado” (Jn 15,12).
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 84 Deberían reflexionar mucho sobre este punto, no pasar por alto, o peor, despreciarlo. Estar Conmigo y no llevar fruto
significa tener dureza de corazón. Todos Mis brotes deben fructificar; esto por el honor de la viña y la complacencia del
viñador que es Mi Padre.
7.- Virtud del mes: Durante este mes de mayo, practicaremos la virtud de la Justicia (Catecismo de la Iglesia Católica:
Cánones 376 – 909 – 1807 - 1834)
Esta Semana veremos el canon 909, que dice lo siguiente:
909 “Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal
forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y
favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las
realizaciones humanas" (LG 36).
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto:
CA 15 Si obedecieran sentirían siempre paz; no hay ilusión en esto, no puede haber les digo, porque hacer Mi Voluntad
contradiciendo la propia, es la regla segura para perder sus malas costumbres y revestirse de eterna belleza, pues ésta es
Mi Voluntad.
¿Qué dicen, cuando haciendo mil consideraciones y no una sola, la que Yo quiero, se pierden en los laberintos del amor
propio? ¡Oh, cuántas veces discurren siguiendo los impulsos de viejas costumbres enraizadas en el amor apasionado que
se tienen a sí mismos!
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Durante la Santa Misa ofreceré con amor al Señor todos los frutos que puedo producir, y si en
consciencia veo que son pocos, le pediré que me ayude, y me esforzaré por trabajar más para Él.
- Con la virtud del mes: Procuraré RECTIFICAR (corregir o aclarar) alguna injusticia que haya cometido, y pediré al Espíritu
Santo, que me ayude a cambiar aquellas ideas o costumbres que dañan a mi corazón o afectan negativamente a los demás.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 10 al 16 de Mayo de 2015. DOMINGO VI DE PASCUA
“Conocer por Cristo los secretos del Padre, es signo de su amistad; que otros conozcan a Cristo por medio de la Iglesia, es
signo de fidelidad”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Hech 10,25-26.34-35.44-48: “El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles”
Salmo: 97,1-2-3ab.3cd-4: “El Señor revela a las naciones su salvación”
2ª Lectura: 1 Jn 4,7-10: “Dios es Amor”
Evangelio: Jn 15,9-17: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 15,9-17) +++ Gloria a Ti, Señor
“Como el Padre me amó, así también los he amado yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa.
Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por
sus amigos, y son ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe
lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre.
Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto
permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre. Ámense los unos a los otros: esto es
lo que les mando.”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
Este pasaje del Evangelio es el que sigue directamente al discurso sobre la Vid y los sarmientos, que leíamos la semana
anterior, y por tanto, también contiene uno de los últimos encargos que Jesús diera a sus discípulos.
En realidad, se trata de una clara continuación de lo que nos venía diciendo, acerca de “permanecer unidos a Él”, y está
directamente relacionado con lo que les dijo a sus Apóstoles antes de soplar sobre ellos para enviarles a continuar su
misión, cuando se les apareció Resucitado y tuvo lugar el “primer Pentecostés”: “Como el Padre me envió a mí, así los envío
yo también...” (Jn 20,21)
Hoy nos da la clave de en qué consiste ese envío, en qué consiste toda esta aventura y todo este privilegio de ser cristianos,
de seguirle, de evangelizarnos, de evangelizar... Una clave que, por supuesto, a estas alturas debiéramos no sólo saberla ya
de memoria, sino también practicarla a pié-juntillas: La clave es el amor.
“Como el Padre me amó, así también los he amado yo”, nos dice ahora, y vuelve a utilizar el mismo verbo que se repitió
tantas veces la semana pasada (permanezcan), pero diciendo esta vez: “permanezcan en mi amor...”
Para que no queden dudas, nos explica que permanecer en su amor significa cumplir los mandamientos, que como bien
recordaremos, una vez los resumió Él mismo diciendo: “Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo”,
pero además hoy nos aclara: “Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea
completa”.
¿Habrá alguien que no quiera tener la alegría de Dios, que por supuesto, es una alegría completa...? ¿Habrá alguien en su
sano juicio que pueda decir: “no, yo no quiero la alegría ni la felicidad”...?
Y aclaramos que estamos hablando de gentes “en su sano juicio”, pues porque por allí puede haber, y de hecho hay locos
que no quieren ser felices, pero ahora estamos hablando de las personas “normales”...
Pues bien, así dadas las cosas, ahora viene su mandato, consejo, sugerencia o si quieren, exhortación... para el caso, el
nombre no importa y da exactamente lo mismo, porque Él es Dios, y aunque Él le llama “mandamiento”, nos ha hecho libres
a su imagen, y por lo tanto, cada quien decide si acepta, acata, cumple, recibe o directamente rechaza por completo lo que
Él nos dice.
Como escribió el Papa Francisco en su Mensaje para la 48ª Jornada de la Paz, que fue el 1° de enero de este año, en el que
trata el tema de las diferentes formas actuales de esclavitud, “No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo,
por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo…”
(Francisco, Vaticano, 8 de diciembre de 2014).
Somos pues libres de escuchar o no escuchar al Señor, que nos dice: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros
como yo los he amado...”
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Y por si alguno pudiera preguntarse a sí mismo “¿y cómo nos ha amado?”, “¿cómo quiere entonces que nos amemos...?” Él
nos aclara muy bien hasta qué punto hay que amar: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son
ustedes mis amigos si cumplen lo que les mando...”
Esta oración tiene dos premisas que nos transmiten un mensaje muy claro: Muy frecuentemente se nos ha dicho que Jesús
vino a dar la vida por todos los seres humanos, pero resulta que no todos los seres humanos aceptan la Salvación y la Vida
que viene de Él, por lo tanto, su preciosa Vida, su preciosa Sangre derramada, no puede desperdiciarse; de manera que Él
da la vida por “sus amigos”, y sus amigos vienen a ser los que cumplen lo que Él manda, es decir: los que se aman unos a
otros como Él nos amó...
Estas palabras, queridos hermanos, son palabras muy graves, y nos daremos cuenta de qué tan graves son simplemente si
nos ponemos a pensar por quién estaría cada uno de nosotros dispuesto a dar la vida...
Somos “amigos de Cristo”, como Él mismo lo aclara ahora, porque nos ha dado a conocer todo lo que Él aprendió de su
Padre... Toda la Revelación, que Jesucristo trae a la tierra, todas sus enseñanzas, sus parábolas, sus actos, sus
explicaciones, sus sanaciones... nos revelan el Plan de Dios, y a partir de Jesucristo, toda la humanidad tiene la posibilidad
de ser nuevamente “amiga” de Dios, como lo eran Adán y Eva antes del pecado original.
Pero ¿podríamos nosotros decir que la humanidad actúa ahora como “amiga de Dios”? Y cuando hablamos de humanidad
no es necesario que vayamos demasiado lejos, pensemos en nosotros mismos, no más, volvamos a preguntarnos si
amamos a los demás como Cristo nos amó...
Es difícil meditar sobre todas estas cosas, alcanzar a medio-comprenderlas, y no sentir una terrible “culpa”, pero los
sentimientos de culpa no sirven si no están seguidos de una visión superadora, el remordimiento es estéril cuando no está
acompañado de un propósito claro de cambio, de enmienda, de revisión y corrección.
Hoy Jesús nos dice, en poquísimas palabras: “si quieres ser feliz, te invito a que ames a todos hasta el extremo”, y siendo
sinceros, nos damos cuenta de que este camino a la felicidad parece relativamente sencillo de transitar, pero no lo es, pues
requiere de un verdadero sacrificio personal. Por eso Jesús nos advirtió claramente: “El que quiera seguirme, que renuncie a
sí mismo...” (Mt 16,24) ese es el primer paso, pero el más difícil de dar. Para amar a todos, hasta el punto de dar la vida, es
necesario renunciar a uno mismo una y millones de veces. Y sin llegar tan lejos: para sólo perdonar a los que nos ofenden
(no diremos estar dispuesto a dar la vida por ellos), para solo perdonarles, hay que renunciar a uno mismo; imaginemos
cuánto hay que renunciar para dar la vida por ellos…
Nos alumbra y alienta sin embargo la esperanza de que no estamos solos para dar este paso, pues Jesús nos dice hoy:
“Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes”, eso quiere decir que contamos con su extraordinario y
sobrenatural favor para avanzar en este camino, pero al mismo tiempo tenemos el deber de poner todas nuestras facultades
naturales para poder hacerlo: esencialmente nuestro discernimiento y nuestra voluntad.
Es necesario que nos esforcemos por conocer la Palabra de Dios, por meditarla y tratar de ponerla en práctica. A través de
los sacramentos, de la oración, de las mortificaciones, de las prácticas piadosas, ganamos más gracias sobrenaturales, pero
es a través del conocimiento de la Palabra que nos preparamos, humana y naturalmente para saber lo que debemos de
hacer con la ayuda de la Gracia.
Por eso Jesús nos dice ahora: “los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca”; en efecto, a sus Apóstoles
los preparó hablándoles, y lo que Él les dijo, nos llega a nosotros a través de las Escrituras. Luego agregará: “Así es como el
Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre”. Es decir, nos lo dará en la medida en que nosotros demos fruto por
medio de la práctica de Su Palabra.
Finalmente, nos vuelve a repetir aquello que sintetiza el conocer y practicar Su Palabra: “Ámense los unos a los otros: esto
es lo que les mando.”
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) Considerando que soy un hijo de este Apostolado ¿Me doy cuenta realmente de cuánto me ama Cristo? ¿Amo yo igual a
mis hermanos, en mi familia y en mi comunidad?
b) El Señor nos ha elegido: ¿Actúo con los demás en esa igualdad de elección y de amor compartido? Es decir: ¿soy
consciente de que, así como me eligió a mí, también eligió a cada uno de mis hermanos, para que juntos llevemos adelante
la Obra que Él nos encomienda? ¿Valoro y respeto a todos, conforme a esa elección que Jesús hizo de ellos también?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los participantes de la
Casita, para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Como siempre, se buscará la participación de todos.
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5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica. Cánones 858, 764, 1823, 781:
763 Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el motivo de su
“misión”. “El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios,
prometido desde hacía siglos en las Escrituras” (Lumen Gentium 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el
Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” (Lumen Gentium 3).
764 “Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo” (Lumen Gentium 5).
Acoger la palabra de Jesús es acoger “el Reino”. El germen y el comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” de los que
Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor. Constituyen la verdadera familia de Jesús (Cfr.
Mt 12,49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva “manera de obrar”, sino también una oración
propia (Cf. Mt 5-6).
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (Cfr. Jn 13,34). Amando a los suyos “hasta el fin”, manifiesta el amor
del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por
eso Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Y
también: “Este es el mandamiento mío: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12).
781 “En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a
los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo, para que le conociera de
verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando
poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo,
sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo..., es decir, el Nuevo
Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne,
sino en el Espíritu” (Lumen Gentium 9).
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 13 Yo deseo inscribir Mi amor como un don, como Mi nueva ley en sus corazones, pero limpios y entregados. Quiero
que sean capaces de pensar, de querer y desear de una manera totalmente nueva. Quiero darles el don del conocimiento,
fruto del amor, de este amor que va de Mí y los trae a Mí, que Soy el amor en persona.
7.- Virtud del mes: La Justicia (CIC: 376 – 909 – 1807 - 1834)
Esta Semana veremos el canon 1807, que dice lo siguiente:
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es
debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los
derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las
personas y al bien común.
El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus
pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al
grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lev 19,15). “Amos, den a sus esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo
presente que también ustedes tienen un Amo en el cielo” (Col 4,1).
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto:
CA11: ¡Oh, sentido oculto de Mis palabras! ¿Cómo puede el hombre ser justo si no Me escucha? Y, ¿qué justicia puede
agradarme si no la que He dicho? Las razones humanas no llegan enteramente a las divinas y nada es querido por Mí sin
antes haber previsto las consecuencias de todo.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Por amor a Cristo, cada vez que haya caído en pecado, buscaré de inmediato confesarme, para volver
a sentirme digno de su amor.
- Con la virtud del mes: Escucharé atentamente las lecturas de la Misa y me esforzaré por distinguir mi forma de actuar, en
mi vida de comunidad.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 17 al 22 de Mayo de 2015. SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
“Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Hech 1,1-11: “Lo vieron levantarse”
Salmo: 46,2-3.6-7.8-9: “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas”
2ª Lectura: Ef 1,17-23: “Lo sentó a su derecha en el cielo”
Evangelio: Mc 16,15-20: “Ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 16,15-20) +++ Gloria a Ti, Señor
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El
que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos:
echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal,
no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos." Después de hablarles, el Señor Jesús subió al
cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba
confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
La Ascensión de Nuestro Señor a los cielos, que la Iglesia festeja este domingo, señala el cumplimiento de la misión de
Jesucristo aquí en la tierra.
Vivió haciendo el bien por donde pasaba. Padeció terriblemente. Murió, fue sepultado, resucitó y se presentó a sus
discípulos en varias ocasiones, para confirmarles en la fe, y ahora retorna al Cielo, lleno de la gloria que tuvo desde antes de
la creación.
Él lo había dicho en su oración sacerdotal, después de la Última Cena, según nos ilustra el Evangelio de San Juan: “Ahora,
Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes de que comenzara el mundo.” (Jn 17,5)
Este acontecimiento, tan importante para la vida de la Iglesia (y la de cada uno de nosotros, los católicos) nos regala una
prueba más de la absoluta veracidad de las palabras de Jesús, cuando hablaba del cielo, de la vida más allá de esta vida,
de su trono a la derecha del Padre, y de la salvación que Él mismo vino a traer al mundo.
Jesús subió al cielo, donde habita hoy, y desde donde es el Rey de reyes, en cuya mano se encuentra la potestad de juzgar
a los vivos y a los muertos, como dice el Credo que rezamos cada domingo en la Santa Misa, después de la homilía
sacerdotal.
Podemos imaginar hoy el estado de ánimo de los apóstoles, que apenas recibieron del Maestro el encargo de ir a proclamar
el Evangelio al mundo entero, se dan cuenta de que a partir de ahora ya Jesús no estará físicamente entre ellos.
Acostumbrados como estaban, a tenerlo a su lado, disponible para brindarles una orientación, una enseñanza, una guía
oportuna, o simplemente una sonrisa de aliento, de repente se encuentran solos allá en la montaña. Jesús estaba subiendo
a los cielos, y ellos tenían que comenzar a evangelizar.
Es más o menos lo que nos sucede a nosotros hoy: Igual que ellos, sabemos que el Señor está a nuestro lado, porque Él
prometió estar con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Sin embargo, ¡qué difícil se nos hace
mantener esa presencia viva en los momentos de cansancio, de incertidumbre, de flaqueza o de decepción!
Es bueno ponerse unos instantes en las sandalias de aquellos apóstoles, que al igual que nosotros, estaban muy
conscientes de sus debilidades, de su poco dominio de la lengua (los galileos eran conocidos por la pobreza de su lenguaje),
de la escasez de medios para seguir adelante con la misión, de la dificultad de los viajes en aquella época , de la
persecución que sufrirían y de infinidad de preguntas sin respuesta que habrán llenado sus mentes, mientras contemplaban
azorados cómo el Señor se iba perdiendo en el infinito del cielo.
Todos ellos habían dejado de hacer lo que hacían hasta hacía tres años atrás, cuando comenzaron “la aventura” de seguir al
Mesías. Habían dejado sus oficios y sus instrumentos de trabajo, sus barcas y sus redes (los que eran pescadores como
Pedro), sus arados y sus ganados, los que trabajarían en el campo, su mesa de cobrador de impuestos Leví, para
convertirse en Mateo…
Mientras Jesús estaba a su lado, no les había faltado nada, pero ahora sí que no le verían más en esta Tierra, y debían
continuar no sólo con sus vidas y las de sus familias, sino principalmente con el trabajo que Jesús les encomendaba. No les
quedaba otra cosa que refugiarse en la oración, recluirse meditando y recordándose unos a otros todo lo que habían vivido y
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escuchado decir a Jesús durante tres años, hasta que viniera el Espíritu Santo, que les abriría las mentes e incendiaría sus
corazones con el fuego del amor embriagante del que dieron testimonio a partir de Pentecostés.
La misión que recibieron los apóstoles aquel día, es la misma que hoy se nos da con el bautismo a cada uno de los
católicos, y el encierro en oración, en meditación, el crecimiento y fortalecimiento que vivieron ellos, es para nosotros el
acercarnos a la Iglesia, ya sea a través de nuestra Parroquia, o en nuestro caso del Apostolado.
Allí podremos ir recibiendo la evangelización y la catequesis suficiente que nos enseñe a vivir según Cristo, que nos
disponga a aplicar el Evangelio en nuestras vidas, con el fin de realizar un verdadero acercamiento a Dios, convirtiéndonos
cada día un poquito más en reflejos de Jesús, por medio de nuestro testimonio de vida y el servicio a nuestros hermanos.
¡Qué importante es, sin embargo, comprender que la verdadera Fuerza del Espíritu, que nos llega por medio de la gracia, se
hace posible sólo en la unión íntima con Dios; unión que se obtiene a través de los Sacramentos, de la Confesión y la
Comunión, de la oración personal, y no sólo de la comunitaria!
¡Cuán necesario es recordar que la relación con Dios es personalísima, y se fortalece de un modo especial en los momentos
de intimidad con Él!
Ir “al mundo entero y proclamar el Evangelio a toda la creación”, no significa necesariamente el tener que pararse en una
plaza para gritar a voz en cuello los libros del Evangelio, aunque no deja de ser ese también un buen método, especialmente
fructífero para nuestros hermanos separados, al menos antes de que ocuparan sendos espacios en la TV y de que rentaran
las antiguas salas de cine...
Pero la proclamación del Evangelio que de verdad convence, se realiza especialmente en el hecho de vivir en la presencia
de Cristo de modo permanente. Ese es el “permanecer en Cristo” del que se nos hablaba en el Evangelio de los dos
domingos pasados (que nos instruían sobre la Vid y los sarmientos y sobre el mandamiento del amor).
Proclamar el Evangelio es mostrar todo lo que hizo y sigue haciendo Cristo en mi vida: Cómo la cambió y la va cambiando
día tras día, cómo su paz se mantiene en mi corazón y en mi familia, cómo las promesas y placeres del mundo han dejado
de ser mi meta, los dueños de mi ser...
En el pasaje evangélico que leímos hoy, Jesús puntea una serie de signos y señales que acompañarán a los que de verdad
crean, señales que aplicadas a la vida de hoy, podríamos plantear de la siguiente manera:
Si de verdad creo y me convierto, entonces estaré proclamando que lograré echar a los demonios que antes eran los que
dirigían mis propósitos y mis relaciones interpersonales, que mi lengua se renovará y mis palabras serán en adelante
constructoras de paz, de amor y armonía, que si me mordiera la serpiente de la discordia o la traición, mi corazón rebosará
de misericordia y entendimiento; que si la debilidad o la cerrazón de mis hermanos me hicieran tragar veneno, ya no me
dañaría, sino que me brindaría mayores fuerzas para comprender y amarlos, a pesar de sus injusticias; y que cuando mis
manos se posen o se extiendan hacia otra persona, sería para ayudarla, para consolarla, para ayudarle a sanar sus heridas
y abrazarla en su dolor.
Y no es que la expulsión real de demonios, o los milagros verdaderos (aquellos prodigios que rompen el orden natural para
entrar en el ámbito de lo extraordinario) hayan dejado de producirse, sino simplemente que son más escasos, y se
evidencian sólo por decisión excepcional de Dios, y para verlos o para ser intermediarios de ellos, hace falta muchísima fe.
Lo cierto es que se pueden contar por miles los testimonios de las personas, hombres y mujeres que en estos 2000 años,
han experimentado aquellos efectos de profunda transformación (aquellos milagros cotidianos a los que nos referíamos dos
párrafos atrás) en sus vidas, a partir del momento en que tomaron la decisión de proclamar el Evangelio con su ejemplo y su
testimonio; es decir: cuando se decidieron a seguir a Jesús en serio.
Lamentablemente, también pueden contarse, esta vez por centenas de millones, los casos de los que se quedaron en medio
camino: los que echaron el arado y luego miraron para atrás, los que, al decir de Jesús, “adoraban a Dios con los labios,
pero no con el corazón”, los que decían amar a Dios, pero no amaban de verdad a sus hermanos, los que se quedaron, en
fin, encerrados en el “yo”, en ese “yo” al que es necesario renunciar, como primera condición para seguir a Cristo –como
recordábamos la semana pasada-.
Al formar parte del Cuerpo Místico de Cristo, uno ya no puede ir pensando sólo en el “yo” y en “lo mío”… Al avanzar en
nuestro camino por este Apostolado, ya no podemos seguir pensando sólo en “nosotros”, como el grupo inmediato que nos
rodea: en “mi casita”, “mi ministerio”, “mi localidad”… Esas perspectivas estrechas no sólo reflejan inmadurez espiritual, sino
que atentan gravemente contra el futuro de la Obra en su conjunto: Si todos perdieran de vista el todo, por tratar de
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salvaguardar o beneficiar sólo a una parte, el organismo total estaría en permanente riesgo de extinción. ¿Qué sentido tiene
tratar de desarrollar un dedo si toda la mano, si todo el brazo o el cuerpo entero está débil y enfermo…?
En los últimos instantes en que Jesús estuvo con su cuerpo glorioso, con su humanidad resucitada en esta tierra, antes de
retornar a la Gloria infinita con el Padre y el Espíritu Santo, nos encomendó una importante misión, a través de sus
Apóstoles: Nos mandó continuar lo que Él había empezado, pero nos pidió que creyéramos de verdad, para poder realmente
ayudar a creer a los demás. Y como siempre, nos prometió resultados contundentes, que se vienen constatando hace ya
tanto tiempo, que se verifican a través de la historia de la Iglesia. La iglesia toda se desarrolló, se extendió, se consolidó y es
invencible por la Gracia de Dios, pero también por la fuerza de la fe de algunos de sus fieles.
En efecto: sabemos de santos que resucitaron muertos, los Hechos de los Apóstoles nos hablan de las sanaciones que obró
Dios a través de los Apóstoles. Hoy en día, sabemos de curaciones milagrosas y liberaciones de posesos, como ayuda
especial de Dios a la humanidad a través de las personas de verdadera Fe.
Por eso es que no debemos tener miedo. Por eso es que el proclamar el Evangelio debe animarnos y llenarnos de alegría,
de entusiasmo y de fuerzas. Jesús lo dijo, Jesús lo cumplió, y lo seguirá cumpliendo, porque como dice el salmo, “Él es un
Dios fiel y leal”, pero a nosotros nos toca hacer de la mejor manera posible nuestra parte.
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) Si tengo la promesa de Jesús, de poder expulsar demonios en su Nombre, ¿Qué y cuánto hago yo para expulsar a “mis
propios demonios”? ¿Los mantengo a raya, o más bien me traen ellos como quieren?
b) Cuando hablo con los demás, ¿hablo una lengua nueva, renovada en Cristo, limpia, sin maledicencias ni mentiras, con
amor y con verdad?
c) Curar a los enfermos, ¿Hago algo personalmente por algún enfermo? ¿Cómo lo hago? ¿Ayudo a los necesitados a
través de los Ministerios de Servicio del ANE?
d) ¿Entiendo que el principal “prodigio” que acompañará mi predicación, será el de reflejar a Cristo en mi forma de ser y de
vivir?
e) “El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado” dice la palabra del Señor; a mí, me
bautizaron, pero... ¿cuánto creo en Dios? ¿Será lo suficiente como para motivarme a revisar y “alinear” todos los aspectos
de mi vida, a la Luz del Evangelio...?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los participantes de la
Casita de Oración para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Como siempre, se buscará la participación
de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica: Cánones: 668, 669, 664, 849, 850, 851.
668 “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rom 14,9). La Ascensión de Cristo al Cielo
significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo
poder en los cielos y en la tierra. El está “por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación” porque el Padre
“bajo sus pies sometió todas las cosas” (Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos y de la historia. En él, la historia de la
humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación, su cumplimiento trascendente. (Cfr. Ef 1,10).
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (Cfr. Ef 1,22). Elevado al cielo y glorificado,
habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo,
en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (Cfr. Ef 4,11-13). “La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio”,
“constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra” (Lumen Gentium 3 y 5)
664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel
respecto del Hijo del hombre: “A Él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su
imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás” (Dan 7,14). A partir de este momento,
los apóstoles se convirtieron en los testigos del “Reino que no tendrá fin” (Credo de Nicea-Constantinopla).
849 El mandato misionero: “La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser 'sacramento universal de salvación', por
exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a
todos los hombres” (AG 1): “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20).
850 El origen y la finalidad de la misión: El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la
Santísima Trinidad: “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión
del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre” (AG 2). El fin último de la misión no es otro que hacer
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participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor (Cfr. Juan Pablo II,
Redemptoris Missio N° 23).
851 El motivo de la misión: Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la
fuerza de su impulso misionero: “porque el amor de Cristo nos apremia...” (2Cor 5,14). En efecto, “Dios quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tim 2,4). Dios quiere la salvación de todos por el
conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad
están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que
la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 108 Hijitos Míos, miren amorosamente a Aquel Hijo que les di, admiren Su bondad y serán felices. Cuando Él ascendió
entre una multitud de espíritus bienaventurados, Yo lo admiré extasiada, fuera de Mí, ya entonces estuve segura de que
volvería a tomarme en alma y cuerpo. Esperé y luego vino, glorioso, a transportarme acá arriba, donde vive lleno de Gloria.
También ustedes vendrán, también ustedes ascenderán si siguen Su Camino, Su Verdad y Su Vida. Sí, hijitos, desde ahora
les beso la frente en señal del futuro recibimiento. Yo espero que todos vengan acá, junto a Mi Jesús.
7.- Virtud del mes: La Justicia Cánones C.I.C.: 376 – 909 – 1807 - 1834)
Esta Semana veremos el canon 1834, que dice lo siguiente:
1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad, que regulan nuestros actos,
ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro virtudes
cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Y La Gran Cruzada nos dice:
CA27: Aunque todos los corazones se volvieran duros, Yo seguiría siempre igualmente dulce con Mis criaturas. Nadie puede
moverme a enojo porque Soy la paz en esencia; sólo a través de los efectos, queridos por Mi justicia, pueden creer que Yo
Me muevo a enojo.
Dime, si Yo pudiese indignarme, ¿qué sería del mundo ahora? No obstante, siguen todavía las doctrinas que Yo quise para
la humanidad cuando era niña la humanidad. Pero, entonces, ¿deben los hombres permanecer siempre niños? No, deben
crecer y comprender.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Me esforzaré por mejorar mi trato con los demás, especialmente con mi familia y mi comunidad,
tratando de “expulsar demonios, sanar enfermos y hablar en la lengua del amor”.
- Con la virtud del mes: El Señor es dulce y misericordioso conmigo, por eso no debe guiarme su justicia para que yo actúe
del mismo modo con los demás; no tentaré pues a su justicia, siendo yo injusto, severo o inflexible con los demás.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 24 al 30 de Mayo de 2015. DOMINGO DE PENTECOSTÉS
“Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu... y todos hemos bebido de un sólo Espíritu"
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Hech 2,1-11: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar”
Salmo: 103,1ab y 24ac.29bc-30.31 y 34: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra”
2ª Lectura: 1Cor 12,3b-7.12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”
Evangelio: Jn 20,19-23: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”
Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 20,19-23) +++ Gloria a Ti, Señor
Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde, con las puertas cerradas por
miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: “¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.”
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y
a quienes se los retengan, les serán retenidos.”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
Hace pocas semanas que leímos este pasaje del Evangelio ¿se acuerdan? Fue en el Segundo Domingo de Pascua, para la
Fiesta de la Divina Misericordia, sólo que en aquella ocasión la lectura era un poco más extensa, pues debíamos fijar la
mirada en otros aspectos, para analizar la incredulidad de Tomás y meditar sobre esas santas llagas, de las cuales brotó la
infinita misericordia del Señor para derramarse sobre toda la humanidad…
Hoy sería conveniente que centráramos nuestra atención en el miedo, en la paz, en el Espíritu Santo y en el perdón de los
pecados. Pero… como que son muchas cosas, ¿verdad? ¡Demasiadas!
Mejor quedémonos con el miedo y el Espíritu Santo, así abarcamos menos (y apretamos más), pues también será bueno
referirnos a la Primera y la Segunda Lectura que nos trae la Liturgia de esta semana.
Releyendo este Evangelio podemos darnos cuenta –lo decimos sin vueltas— de que los discípulos estaban muertos de
miedo. Y además era muy comprensible que así fuera: Todos tenemos algo de miedo a lo desconocido, y en aquel
momento, nadie podría haberse aventurado a decir lo que les esperaba a todos ellos.
Si lo pensamos bien, las puertas cerradas eran poca precaución, pues hacía pocos días que habían visto el espantoso
asesinato de su líder... Si en ese tiempo hubieran existido las alarmas, o unas buenas cámaras de vigilancia, no dudemos de
que los Apóstoles hubieran tratado de conseguirse algo de eso.
De pronto Jesús se les aparece y sopla, y con ese soplido, del que nos habla hoy nuevamente San Juan, se inicia la reCreación de la humanidad: una humanidad nueva sobre bases nuevas, aunque sin borrar “de un plumazo” los miles de años
de vida que venía arrastrando el pueblo judío, ni sus tradiciones ni sus leyes, pues Jesús mismo había dicho que no vino
para abolir la Ley, sino para hacerla más perfecta. (Cfr. Mt 5,17).
¡Pero ese soplido…! Ese soplido que es la prefiguración, el preámbulo, algo así como el prólogo del Gran Pentecostés, debe
traernos a la memoria aquel primer soplido, narrado en el libro del Génesis, con el cual Dios insufló la vida espiritual en el
primer hombre de la Tierra: ese Adán que le falló, porque no estuvo a la altura de las circunstancias.
Y de allí podría venir ahora nuestra primera reflexión: ¿Estaremos nosotros “a la altura de las circunstancias”? ¿Tendremos
la capacidad de afrontar el “mega-desafío” de vivir de acuerdo con los planes de Dios…?
Ciertamente que solos, no. No podemos hacer nada solos (¡entendámoslo de una vez!) y es por eso que Dios nos hace el
“Don de los dones”, el Gran Regalo…. No sólo se nos entrega en la Segunda Persona que es Cristo (que murió por nosotros
y por nosotros se hizo prisionero en la Sagrada Hostia) sino que ahora también se nos entrega en la Tercera Persona, el
Espíritu de Amor, que es precisamente Quien viene a garantizar la eternidad de la Nueva Alianza, pues si fuera sólo por
nosotros, ya hubiésemos roto el nuevo pacto, definitivamente, millones de veces: Si por nosotros fuera, viviríamos
encerrados en nuestros miedos, nuestras debilidades, nuestras miserias y comodidades…
Pero volvamos al soplido… Aquel soplo hizo que el pánico que sentían los Apóstoles se fuese disipando como el humo. Y el
Fuego de Pentecostés, cincuenta días más tarde, arrojaría por la ventana, de una vez y para siempre, cualquier resto de
miedo o duda que pudiera haberles quedado en el alma.
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“Les conviene que yo me vaya”, les había dicho Jesús a sus amigos mientras se despedía en la Última Cena (Jn 16,7) y en
ese momento seguramente nadie le habrá entendido nada… Las despedidas siempre aturden, y en ésta, según nos cuenta
San Juan, Jesús les vino a condensar toda su doctrina. Eran muchas emociones, demasiada información, ¡y toda junta!
Allí les había preanunciado varias veces que les mandaría al “Espíritu Consolador”, pero ellos no entendían. Y no podían
entender porque, para empezar, ni siquiera se habían llegado a sentir aún “desconsolados”, sino que apenas comenzaban a
entristecerse con los anuncios del Maestro.
A nosotros también nos pasa lo mismo con frecuencia: Muchas veces nos hablan, nos predican, nos aconsejan, nos piden
algo, nos hacen un encargo y no entendemos nada. Directamente no sacamos provecho de lo que oímos, de lo que vemos,
de lo que leemos, de lo que hacemos… Estamos tristemente cerrados al Espíritu Santo, que muchas veces pareciera ya no
hallar la forma de hablarnos, para que le entendamos y tomemos el camino adecuado...
¡Pentecostés!, día del Espíritu Santo, día en que se celebra a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, al “Gran
Desconocido”, como insistía en llamarle Mons. Escrivá de Balaguer, seguramente con el deseo de despertar nuestra
curiosidad sobre Él, a ver si leyendo un poco más al respecto, terminábamos por abrir nuestros corazones a su influjo.
Pentecostés es también el aniversario de fundación de nuestra Iglesia, pues fue gracias al don del Santo Espíritu que los
Apóstoles se hicieron “Apóstoles” (es decir, misioneros), vencieron sus temores y, recordando todo lo que Jesús les había
enseñado, iniciaron la predicación, los bautismos y la fundación de las primeras comunidades cristianas.
Las tres lecturas de este domingo nos ofrecen bastante material, como para reflexionar detenidamente sobre el Espíritu
Santo, y sobre todas las maravillas que Dios quiere hacer en nosotros a través de Él.
En la Primera Lectura, se nos relata lo que sucedió el mero día de Pentecostés, cuando los apóstoles estaban reunidos en el
Cenáculo de Oración y recibieron la efusión del Espíritu, que llegó en medio de un ruido intenso, tan fuerte que movilizó a
toda una muchedumbre y la hizo congregarse a las puertas de ese lugar, para averiguar qué era lo que estaba ocurriendo.
Era la fiesta judía de Pentecostés y en esa época, los judíos festejaban la promulgación de la Ley de Dios a Moisés. Con
ese motivo, se reunían en Jerusalén grandes cantidades de personas, provenientes de diversos lugares, para acudir al
Templo.
Mientras tanto, en el interior del Cenáculo, los apóstoles recibían el Espíritu en forma de lenguas de fuego, que se posaron
sobre las cabezas de cada uno de ellos. Lenguas de fuego que encendían sus corazones, que los transformaban
definitivamente, convirtiéndolos en brasas de amor, brasas que ya no podrían ser apagadas sino por la muerte, y que los
llevarían a difundir la Buena Nueva de la Redención por el mundo entero, hasta encontrarse con el Martirio.
La maravillosa presencia del Espíritu Santo tiene para nosotros, los cristianos, un efecto transformador inigualable: Hasta
ese momento, la Ley era una norma externa, que venía prácticamente “impuesta”, y que debía ser obedecida. Estaba escrita
en dos tablones de piedra, y es el Espíritu Santo, en Pentecostés, el que cumple la profecía de Jeremías y la inscribe en los
corazones de las gentes (Cfr. Jer 31,33), transformando la regla fría en un estilo de vida, en algo que ya no se “debe” sino
que se “quiere” hacer. Ya no se obedece, sino que se sigue, se vive, porque se ama.
Será quizás por eso que hay tanta similitud entre lo que sucedió aquel día de Pentecostés y lo que había ocurrido en el
Sinaí, el día en que los Diez Mandamientos fueron entregados a Moisés: El libro del Éxodo nos dice al respecto que aquel
día “Todo el pueblo percibía el estruendo de los truenos y los relámpagos, el sonido de la trompeta y el monte humeante, y
temblando de miedo se mantenían a distancia.” (Éxodo 20,18)
En la Primera Lectura de este domingo leemos que: “…de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio, que
resonó en toda la casa donde estaban; y vieron aparecer unas lenguas, como de fuego, que se repartían, posándose encima
de cada uno... Al oír el ruido, se juntó la multitud asustada y quedaron desconcertados...” (Hechos 2,2-3,6a)
En un caso la gente escapó y en el otro se acercó, pero notemos que hay varios elementos similares entre ambos sucesos:
un gran estruendo, fuego y mucho temor en el pueblo, que atestiguaba lo que estaba ocurriendo. ¡Era muy importante lo que
sucedía ahora! El profeta Joel lo había anunciado ya muchos años antes: “…derramaré mi Espíritu sobre todo mortal, y
profetizarán sus hijos y sus hijas…” (Joel 3,1) Jesús lo había prometido varias veces (Jn 15 y 16)
Un símbolo precioso que podemos encontrar en este pasaje de la Escritura, relacionado precisamente con la promesa que
dice “todo mortal”, es la concentración de gentes de tantas naciones en torno a lo que sucedió en el Cenáculo. Se podría
decir que Dios había llevado allí representantes de todo el mundo, frente a los apóstoles, para que a partir de ese día, los
apóstoles tomaran el valor de salir, representando a Dios por todo el mundo.
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Todos aquellos que escucharon la predicación de Pedro, vienen a ser como embajadores de todas partes, que tuvieron el
privilegio de presenciar el “lanzamiento” de la Buena Nueva de Jesucristo, de boca del primer Pontífice. Esos “embajadores”,
no eran más que las primicias, el inicio de la universalidad del mensaje de la salvación, y de todas las maravillas que
realizaría luego el Espíritu de Dios, a través de Su Iglesia, en el mundo entero.
El día de Pentecostés fue como la semillita de mostaza (de la que hablaba Jesús), que luego daría lugar a tantísimas
instituciones, ministerios, congregaciones, órdenes, institutos y todo aquello que, a lo largo de los años, ha hecho florecer
nuestra Iglesia, COMO UN SOLO CUERPO.
Es muy importante para nosotros, estar siempre conscientes de que, como decía la Segunda Lectura del domingo, todos
hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo con Cristo, que es la Cabeza.
Un solo cuerpo camina siempre unido, y actúa únicamente conforme a lo que la Cabeza ordena. Nuestra vida no está
destinada a la individualidad, pues la Iglesia es, ante todo, una comunidad. Jesús nos quiere tan unidos como lo están Él y
Su Padre, en el Amor del Santo Espíritu, y no que cada cual ande tirando para su lado, velando sólo por su ministerio, por su
pequeña comunidad, por su “Centro Local”, etcétera. ¿Verdad que estamos bien lejos de ello? Recemos para que el Santo
Espíritu de Amor y Unión viva cada día más en todos nosotros.
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) ¿Estoy alerta a las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Lo invoco con frecuencia, pidiéndole que venga a mí, para
iluminarme y fortalecerme? ¿Qué tengo que hacer para dar mejor testimonio de que Jesús vive en mi corazón?
b) Cuando el Espíritu Santo me habla por medio del Evangelio, de la homilía del sacerdote, o a través de las palabras de
algún hermano ¿lo escucho y lo obedezco, o lo hago a un lado y sigo haciendo mi voluntad, porque me es más cómodo,
porque me gusta más o porque me conviene?
c) El Catecismo nos enseña que la primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, y no las manifestaciones
espectaculares o los dones prodigiosos ¿en qué aspectos me ha ayudado la gracia de Dios para convertirme hacia Él hasta
hoy, y en qué puntos necesito pedirle con mayor insistencia que me ayude? ¿Qué es lo que más me está impidiendo ser
santo…? ¿Estoy luchando contra ello como debo y puedo, apoyado en la oración?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los participantes de la
Casita, para que expresen sus opiniones. Se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo: Cánones: 696, 689, 701, 1988, 1989
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego
simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que “surgió como el fuego y cuya
palabra abrasaba como antorcha”, con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del
fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de
Elías”, anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego”, Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a
traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!”. En forma de lenguas “como de fuego” se posó el
Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él. La tradición espiritual conservará este
simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (Cfr. San Juan de la Cruz, Llama de
amor viva). “No extingáis el Espíritu” (1Tes 5,19).
689 Aquél que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios. Consubstancial con el
Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero
al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de
las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu
Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero
es el Espíritu Santo quien lo revela.
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama
tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el
Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre Él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los
bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma,
suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía
cristiana.
1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección,
naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, sarmientos unidos a la Vid que es Él mismo:
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Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...
Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados (San Atanasio).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al
comienzo del Evangelio: “Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca”. Movido por la gracia, el hombre se vuelve
a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. “La justificación entraña, por tanto, el perdón
de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior”.
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 119 Te hablaré de Pentecostés. Cuando llega del Cielo el rocío celestial y se asienta sobre las almas que esperan al
Esposo vivo que fecunda las almas, todos los corazones buenos llaman a Mi Espíritu, pero no todos tienen el entendimiento
que da la fusión entre Mí y ustedes. Me piden los dones que la Iglesia ha indicado a todos y está bien. Pero, ¿quién pide, no
los dones, sino al Donante?, ¿quién se contenta con lo que Yo le doy?
7.- Virtud del mes: La Justicia. Cánones C.I.C.: 305 – 376 – 909 – 1807 – 1834.
Esta Semana veremos el canon 305, que dice lo siguiente:
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus
hijos: “No anden, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?... Ya sabe su Padre celestial
que ustedes tienen necesidad de todo eso. Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se les darán por
añadidura” (Mt 6, 31-33; Cfr. Mt 10,29-31).
Y La Gran Cruzada nos dice:
ANA 7 Pidan para que todas las almas se conviertan... Porque los pueblos se estremezcan de temor. Que El que está
sentado sobre los Querubines, reine; que todo el universo respete Su Presencia y que ninguna criatura tenga la osadía de
oponerse a Sus leyes.
Busquen el Reino de Jesús que no consiste en las dulzuras de la vida presente: en beber, en comer, en divertirse; sino en
la paz, en la justicia y en la santidad.
Buscar Su Reino es buscar Su Gloria: busquen aquello si quieren encontrar la eternidad.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Pediré cada vez con más frecuencia, la asistencia del Santo Espíritu: Su Luz para comprender la
Voluntad de Dios, y su Fortaleza para actuar conforme a ella.
- Con la virtud del mes: Analizaré detalladamente cuáles son mis apegos, mis ataduras espirituales, para dejarlos a los pies
de la Cruz de Cristo, en busca de la obediencia a la Divina Voluntad, a fin de hacerme una persona “justa” ante los ojos de
Dios.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 31 de Mayo al 06 de Junio de 2015. FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
“Con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Deut 4,32-34.39-40: “El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”
Salmo: 32,4-5.6-9.18-19.20-22: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”
2ª Lectura: Rom 8,14-17: “Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)”
Evangelio: Mt 28,16-20: “Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
Del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 28,16-20) +++ Gloria a Ti, Señor
Por su parte, los Once discípulos partieron para Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía dudaban.
Jesús se acercó y les habló así: “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra.
Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días
hasta el fin de la historia.”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
La lectura de este domingo nos vuelve a hablar de los últimos instantes que Jesús compartió con sus apóstoles antes de
ascender a los cielos. Esta vez el relato nos llega a través de San Mateo.
Mateo dedica todo este breve capítulo a narrarnos lo que sucedió a partir de la Resurrección de Nuestro Señor: La visita de
María Magdalena al sepulcro, su encuentro primero con el ángel y luego con Jesús, y el mensaje que Él les manda a sus
discípulos por medio de ella, pidiéndoles que se le adelantaran a Galilea, donde Él les daría alcance.
Naturalmente, al ser tan sucinto (apenas tiene 18 versículos), este texto no nos cuenta nada acerca de la plática de Jesús
con sus discípulos en el camino a Emaús, ni de la reivindicación de Pedro por sus tres negaciones cuando apresaron a
Jesús… Ni siquiera nos habla de la desconfianza de Tomás, o del soplido del Espíritu Santo, que releíamos en el Evangelio
de San Juan la semana pasada: El primer “Pentecostés”…
No. Mateo no nos cuenta nada de aquello (ni algunos asuntos que sabemos por los relatos de los otros evangelistas). Sin
embargo, en esos concisos versículos, el “doctor” se las arregla muy bien para explicarnos cómo hicieron los hombres de
corazón endurecido en aquel tiempo, para evitar que la gente creyera en Jesús, a pesar de su innegable resurrección…
Nos dice que “unos guardias corrieron a la ciudad y contaron a los jefes de los sacerdotes todo lo que había pasado” (que)
“Estos se reunieron con las autoridades judías y acordaron dar a los soldados una buena cantidad de dinero, para que
dijeran: ‘Los discípulos de Jesús vinieron de noche y, como estábamos dormidos, robaron el cuerpo’.
Nos dice también que “Los soldados recibieron el dinero, e hicieron como les habían dicho (y que) De allí salió la mentira
que se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy.” (Mt 18,11-15).
Sólo así puede explicarse por qué en aquel tiempo las gentes no se volcaron de forma masiva al Cristianismo naciente. Pero
si analizamos la Escritura, veremos que hay varios indicios que nos hablan del “pequeño rebaño”, los muchos invitados y los
pocos elegidos, la puerta estrecha del cielo y el camino ancho del infierno, etcétera. Debía comenzarse de a poquito, como
la semilla del árbol de mostaza.
Pues bien, el pasaje que releemos hoy, viene inmediatamente después de aquella explicación que nos daba Mateo.
Es curioso ver las increíbles destrezas del ser humano, su habilidad no sólo para crear objetos, sino también para re-crear
porciones de la realidad a su antojo, y así tejer historias… su genialidad y su capacidad de inventiva que es, sin duda, una
parte de aquella “semejanza” que Dios quiso darnos con Él mismo… Nos hizo co-creadores, aunque no siempre nuestras
“creaciones” sean buenas…
Es asombroso constatar cómo (gracias al don de la libertad, que también nos asemeja a Él) podemos hacer uso de dichas
facultades para hacer el bien o para hacer el mal… Y es muy bueno que lo meditemos a menudo…
Al comenzar la lectura (y luego de relatarnos que los discípulos estaban en Galilea, en cumplimiento del encargo recibido
por boca de la Magdalena), Mateo nos dice que “Cuando vieron a Jesús, se postraron ante él, aunque algunos todavía
dudaban…”
El Señor supo de estas dudas, las percibió, las captó tal vez en sus pupilas inquietas, en las manos temblorosas, en sus
corazones palpitantes... Quizás nadie se animara a planteárselas, pero Él las conocía, porque los conocía muy bien a ellos,
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por la amistad, por el tiempo compartido y porque es Dios. Por eso, en primer lugar les avisa que le ha sido dada “toda
autoridad en el cielo y en la tierra”.
Esa era quizás la forma más sencilla de decirles “no tengan miedo, soy Yo, su amigo; pero ahora que cumplí la Voluntad del
Padre, entregándome por ustedes, fui definitivamente erigido, también como Hombre en Rey de reyes y Señor de señores…
Tengo TODA la autoridad sobre la Creación.”
A continuación, Jesús imparte un mandato a sus Apóstoles, con aquella autoridad y con la confianza que les tenía; les dice:
“Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos”. Esta orden determina y reclama, de una vez y para siempre, la
universalidad de la Iglesia; el deseo del Señor de que ésta se extienda a escala mundial y de que todos puedan pertenecer a
ella, sin restricciones ni diferencias. El Señor desea, en efecto, que todo ser humano sea feliz para toda la Eternidad, por eso
quiere que todos se hagan discípulos suyos, seguidores de su enseñanza y constructores del Reino, que terminará de
manifestarse recién a Su retorno.
Luego explica en forma breve cómo deberemos iniciar el cumplimiento de este pedido de extender su doctrina y promover el
discipulado de Cristo en todos los pueblos: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.
El Señor podría haber dicho: “Bautícenlos en mi nombre”, o “en el nombre de Dios”, o cualquier otra cosa… Sin embargo, Él
prefiere hacer que la iniciación cristiana (es decir, el acto litúrgico mediante el cual una persona es acogida en su Iglesia),
sea realizado en el nombre de la Santísima Trinidad. Ya antes había aludido a este Misterio de las Tres Personas (lo vemos
especialmente en Juan, Capítulos 15 y 16), pero ahora nos manifiesta su importancia.
La Iglesia señala este domingo como la Fiesta de la Santísima Trinidad, y por eso es bueno que nos detengamos a
reflexionar un poco sobre este misterio de las Tres Personas (que, siendo distintas e íntegras son a la vez un solo Dios),
puesto que éste es uno de los misterios más complejos de nuestra fe y, quizás por lo mismo, uno de los más atacados por
las otras religiones monoteístas (es decir, las que afirman tener un solo Dios, como el Judaísmo y el Islamismo) a tal punto
que ellos nos llaman “politeístas” (que es como se les dice a quienes creen en varios dioses) a causa de nuestra creencia en
este Misterio santo de la Trinidad.
Nosotros entendemos (o tratamos de entender) que: Dios es Padre, es decir, Creador, fuente inagotable, inmortal e infinita
de todo cuanto existe; principio de unidad y generosidad; signo del amor que no pasa nunca y garantía de providencia a lo
largo de toda la vida.
Dios es Hijo: El que manifiesta al Padre y nos permite ver Su gloria, el que encarnándose lo da a conocer, porque es imagen
purísima de Él: Dios de Dios, Luz de Luz, como confesamos en el Credo.
Dios es Espíritu. La entrega del Padre al Hijo y del Hijo al Padre es una realidad de tal grandeza, que se convierte en una
Persona, en un Espíritu de Amor y entrega. Es transparencia del espíritu de unión y de vida de la Trinidad Santa.
Pero a partir de la Redención realizada por el Hijo, a través del sacrificio de la cruz, y con más fuerza desde el Pentecostés,
ese Dios -Trino ya no es más un acontecimiento “exterior”, sino que penetra en el ser humano y se convierte en una Luz
Interior, que se manifiesta en su capacidad de amar sin límites (acción del Padre), en su capacidad de comprender y
manifestar la existencia de ese Dios creador y providente eterno (acción del Hijo), y en la necesidad inextinguible,
inapagable de encontrar a ese Dios, aunque Su realidad (Divina) se torne incomprensible a su dimensión humana (acción
del Espíritu Santo).
Ya en Juan 17,21-23, Jesús nos deja bastante claro qué significa la presencia de la Santísima Trinidad para los cristianos. Él
ruega al Padre por nosotros diciendo: “Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la Gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así
alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos
como tú me amas a mí”.
En estas palabras, que nos revelan la Unidad en el Amor de Dios (el centro mismo del Misterio de la Santísima Trinidad),
vemos que la vida comunitaria es la única forma en la que los cristianos podremos dar auténtico testimonio de Cristo en el
mundo (es decir, podremos hablar de Él con la verdad y ser creíbles), siendo uno en Él, para que Él permanezca en
nosotros.
Solo alcanzando “la perfección en la unidad” (como dice Jesús, y se repite en ciertas plegarias eucarísticas durante el rito de
la Santa Misa) lograremos dar el testimonio de nuestra fe, de modo que sea lo suficientemente convincente, como para
mover hacia Dios a los corazones y las mentes de nuestros hermanos más alejados, tal y como hacían los cristianos de las
primeras horas...
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Esta Fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a meditar seriamente en la necesidad de crear comunidades fortalecidas en el
verdadero amor, que busquen imitar a esa Comunidad Trinitaria (de las Tres Personas Divinas).
El Señor, al subir al cielo, nos ofreció el envío del Espíritu Santo, ejecutor de la Alianza Eterna con Dios, y cumplió su
promesa... por eso festejamos el domingo pasado. Roguemos pues a Dios que ese Espíritu nos ilumine y fortalezca para ir
renunciando cada día más al “yo” en favor del “nosotros”, y que así podamos encontrar la unidad perfecta, para construir
comunidades de amor, para que nuestro Apostolado sea “comunidad de comunidades” sólidas, al servicio de Dios y de la
Santa Iglesia.
Todos nosotros podemos (con el auxilio del Espíritu Santo y a través de nuestra comunidad), dar testimonio de que Jesús
está vivo, de que Él y el Padre son un solo Dios en comunión con el Espíritu Santo que ha venido –como Cristo lo había
anunciado— para gobernar, iluminar y santificar a Su Iglesia.
Todos podemos y debemos dar ese testimonio, porque no existe otro testimonio de cristianismo posible: no hay testimonio
“completo” fuera de la comunidad, ni hay testimonio de conversión si nos andamos con pleitos dentro de la comunidad, con
chismes y con disgustos, si hablamos mal de la gente a sus espaldas, si nos dejamos vencer por nuestros egoísmos, si
queremos imponer siempre nuestros criterios y salir con nuestros gustos...
Debemos edificar comunidades conforme a los Sagrados Corazones de Jesús y María, es decir, comunidades como las que
Ellos mismos formarían. Esta es una tarea difícil, llena de renunciamientos y pruebas, pero es posible de realizar, si
permanecemos unidos a Jesucristo Nuestro Señor, que estará con nosotros (como hoy nos recuerda) “todos los días hasta
el fin de la historia”, presente, aún físicamente, en todos los Sagrarios.
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) ¿Cómo es mi relación con la Santísima Trinidad? ¿Cómo siento su cercanía? ¿Hablo igualmente con el Padre, con el Hijo
y con el Espíritu Santo…?
b) ¿Cuál es la misión que Jesús nos da, a través de los apóstoles? ¿De qué manera estoy contribuyendo yo con esa
misión…? ¿Qué más podría hacer personalmente, para cumplir esa misión como debo?
d) ¿Comprendo que, así como Dios es Uno y Trino, debo yo hacerme uno con mis hermanos para glorificarle? ¿Lo
comprenden también mis hermanos? ¿Cuáles son las mayores dificultades que encontramos para lograrlo?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los integrantes de la
Casita para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Como siempre, se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica: Cánones: 234, 237, 253, 256, 1997, 260
234 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí
mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental
y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe”. “Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino
y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los
hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos”.
237 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que no pueden ser
conocidos si no son revelados desde lo alto” (Concilio Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius). Dios, ciertamente, ha
dejado huellas de su ser trinitario en su obra creadora y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la
intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de
la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del Espíritu Santo.
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: “la Trinidad consubstancial” (Concilio
de Constantinopla II, año 553). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es
enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el
Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza” (Concilio de Toledo XI, año 675). “Cada una de las tres personas es
esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina” (Concilio de Letrán IV, 1215).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, San Gregorio Nacianceno, llamado también “el Teólogo”, confía este resumen de
la fe trinitaria: “Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el cual quiero morir, que me hace
soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu
Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y
patrona de toda vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los Tres de una
manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que
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abaje... Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios todo entero... Dios los
Tres, considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor.
No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me posee de nuevo... (Or. 40,41: PG 36,417).
260 El fin último de toda la economía divina es el acceso de las criaturas a la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad.
Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.
“Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible
como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, ni inmutable, sino que
cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el
lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en
adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora… (Oración de la Beata Isabel de la Trinidad).
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 125 Yo Soy Luz, Luz del Padre y del Amor, Soy Luz para todas las criaturas. Verme a Mí es ver al Padre, porque Él se
manifiesta sólo por medio de Mí y Yo, siendo Su verdadero y eterno Hijo, manifiesto Su divina generación; pero la Esencia
en Nosotros, es única, si bien las personas somos tres.
Soy la Luz del Padre; quiero ser y Soy Su alegría. Soy el portador del Espíritu a la tierra y explico Sus operaciones de modo
que Padre y Amor tienen Su centro en Mí y Yo vivo de Ellos y por Ellos. Quien Me ve, ve realmente al Padre y al Amor.
7.- Virtud del mes: Durante el mes de junio, practicaremos virtud de la Obediencia (Cánones C.I.C.: 143—144—511—
532—892—2251)
Esta Semana veremos el canon 144, que dice textualmente lo siguiente:
144 Obedecer (de los vocablos "ob-audire") obedecer en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su
verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada
Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
Y La Gran Cruzada nos dice:
CM 130 (María): Bien, decía que Tomás era un pobre pescador. Siguió a Jesús y fue amaestrado por El, luego enseñó a
algunos hermanos en las regiones de Siria y otras... encontró el martirio por la vileza de un débil converso, pero delante del
verdugo fue inconmovible. Imítenlo y no tengan temor de mostrarse radicales discípulos obedientes de Jesús.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Contemplando a Jesús Eucaristía, trataré de meditar sobre el maravilloso misterio de la Santísima
Trinidad, y al adorar a Jesús, estaré consciente de que estoy también adorando al Padre y al Espíritu Santo. Les pediré me
ayuden a vivir como debo en mi comunidad, y pediré también por la Unidad de todas las comunidades del ANE.
- Con la virtud del mes: Pediré la ayuda a Santo Tomás Apóstol, para que igual que a Él, Jesús me cambie de incrédulo a
fiel y obediente, como hizo con él.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 07 al 13 de junio de 2015. SEMANA X DEL TIEMPO ORDINARIO (Solemnidad del Corpus Christi)
“Después del tradicional cordero, terminada la cena, fue dado el Cuerpo del Señor a los discípulos; todo a todos, todo a cada
uno”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Ex 24,3-8: “Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”
Salmo: Sal 115,12-13.15-16bc.17-18: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor”
2ª Lectura: Heb 9,11-15: “La sangre de Cristo podría purificar nuestra conciencia”
Evangelio: Mc 14,12-16.22-26: "Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre"
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 14,12-16.22-26) +++ Gloria a Ti, Señor
El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos
le dijeron: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?”
Entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos y les dijo: “Vayan a la ciudad, y les saldrá al encuentro un hombre que lleva
un cántaro de agua. Síganlo hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿Dónde está mi pieza, en que
podré comer la Pascua con mis discípulos? Él les mostrará en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista.
Preparen todo para nosotros.” Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jesús les
había dicho y prepararon la Pascua.
Durante la comida Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “Tomen, esto es mi
cuerpo.” Tomó luego una copa, y después de dar gracias, se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esto es mi
sangre, la sangre de la Alianza, que será derramada por muchos. En verdad les digo que no volveré a beber el fruto de la vid
hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús. (Tomamos asiento nuevamente)
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
La Cena de Pascua que los discípulos querían preparar, con todo y los detalles, estaba muy lejos de la que en realidad
tuvieron. Seguramente ya habrían tenido otras dos “cenas pascuales” junto a Jesús, los años anteriores, conmemorando la
salida del pueblo judío de Egipto, su tránsito por el Mar Rojo y ya.
Y aunque Él les había venido anunciando muy claramente, desde hacía ya tiempo y en diversas circunstancias, que su hora
se aproximaba, jamás hubieran imaginado lo que habría de suceder aquella misma noche santa.
Con la misma precisión con la que un día le dijo a Pedro que fuese a sacar de la boca de un pez las monedas para pagar los
impuestos, y con la que le reveló a Natanael que lo había visto debajo de una higuera cuando Felipe lo llamó, para que
siguieran al Mesías, ahora Jesús les dice a sus discípulos que busquen en la ciudad a un hombre que lleva un cántaro, y
que él los guiará al lugar para preparar la cena.
No… Los discípulos no tienen la menor idea de que esa noche Jesús instituirá el Sacramento a través del cual abrirá
definitivamente las puertas del Cielo para la humanidad, el medio a través del cual se quedará con nosotros, presente
físicamente, hasta el final de los tiempos.
Las lecturas de este domingo son las mismas que se leyeron el pasado jueves, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo, y nos invitan a reflexionar profundamente sobre el Misterio Eucarístico, que es el centro de
nuestra fe.
A través de ellas podemos meditar no solamente acerca del misterio de nuestra Redención, realizada por la entrega
voluntaria de Jesucristo para sellar con su preciosa Sangre una nueva y definitiva alianza de los hombres con Dios…
Podemos y debemos de meditar también acerca de la presencia viva de Dios entre nosotros.
La síntesis de esta enseñanza puede ser apreciada en un par de párrafos de la Encíclica “Mysterium Fidei”, que trata
precisamente sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía. Allí, el Papa Pablo VI nos decía:
“Y para edificación y alegría de todos, Nos place, Venerables Hermanos, recordar la doctrina que la Iglesia católica conserva
por la tradición y enseña con unánime consentimiento.
Ante todo, es provechoso traer a la memoria lo que es como la síntesis y punto central de esta doctrina, es decir, que por el
Misterio Eucarístico se representa de manera admirable el sacrificio de la Cruz, consumado de una vez para siempre en el
Calvario, se recuerda continuamente y se aplica su virtud salvadora para el perdón de los pecados que diariamente
cometemos.
Nuestro Señor Jesucristo, al instituir el Misterio Eucarístico, sancionó con su sangre el Nuevo Testamento, cuyo Mediador es
Él, como en otro tiempo Moisés había sancionado el Antiguo (pacto) con la sangre de los terneros.” (Op. Cit. N° 4, Roma, 3
20
de septiembre de 1965).
Representar quiere decir “hacer presente”, y esto puede aplicarse en un doble sentido, de “hacer presente lo que está
ausente”, por un lado, pero también de “traer al presente lo que ocurrió en el pasado, o lo que ocurrirá en el futuro”…
1.- En la Última Cena, Nuestro Señor Jesucristo representó anticipadamente su sacrificio personal –que tendría lugar pocas
horas después en el Monte Calvario— a través de un acto simbólico… Partió y repartió el pan como una imagen de la
entrega de su Cuerpo, y repartió el vino, simbolizando la entrega de su Sangre…
Es curioso pero no debe ser casual que haya elegido esos dos elementos tan simples y a la vez tan significativos, tan
buenos y tan saludables en sí mismos: el pan que sale de mezclar harina con agua, y el vino que sale de macerar el jugo de
las uvas. Pero en ambos casos hay una materia prima que sufre procesos similares: el grano de trigo y el grano de uva
deben de ser absolutamente triturados, hasta desaparecer y mezclarse con los otros granos, igualmente triturados…
¿No será acaso un proceso similar el que debe vivirse en toda comunidad eclesial para poder dar frutos de verdadera
comunión y santidad? ¿No será necesario que cada uno de los “yo” se triture y desaparezca, para que la comunidad pueda
unirse sólidamente y glorificar solo a Dios, por medio de Jesucristo?
Hay dos caminos necesarios por recorrer en la vida de Apostolado: El camino de la conversión personal y el de la edificación
de la comunidad.
Para transitar ambos caminos, se necesita una constante y progresiva negación del “yo”, es decir, una permanente y cada
vez más profunda revisión de los propios criterios, contrastados con la Luz del Evangelio y con las diversas manifestaciones
de la Voluntad de Dios: las enseñanzas del magisterio, nuestros documentos, normas y reglas de vida, las orientaciones que
dan nuestros superiores, el sentir que va infundiendo el Espíritu Santo en nuestra comunidad de Apostolado…
2.- En el sacrificio diario de la Eucaristía se representa (es decir, se vuelve a hacer presente) lo que sucedió de una vez y
para siempre en el Gólgota. El sacrificio mismo es una evocación (por eso hablamos de un sacrificio “incruento”, pues Cristo
no vuelve a ser asesinado allí, ante nuestros ojos), pero la cena pascual no es una mera representación simbólica, sino que
a través del Espíritu Santo, por el don del sacerdocio ministerial, que se efectúa “en la persona de Cristo”, en cumplimiento
de Su Palabra, Jesús vuelve a hacerse físicamente presente en las substancias del Pan y del Vino, para entregarse así a
quienes se disponen espiritualmente a recibirlo.
El Evangelio nos dice que “Los discípulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jesús les había
dicho y prepararon la Pascua”. La Palabra del Señor siempre se cumple, y aunque fuera sólo por eso, deberíamos de hacer
un esfuerzo por conocerla mucho más. (Esa va a ser siempre una tarea pendiente, pero que debemos de ir realizando…) Él
dijo que se quedaría con nosotros hasta el fin del mundo, y dijo también que era “el Pan bajado del Cielo”, y aquella noche
enseñó a sus apóstoles de qué manera se cumplirían ambos enunciados.
En esta solemne fiesta de la Iglesia que acabamos de celebrar, el Corpus Christi, festejamos el hecho de que Jesús haya
decidido permanecer con nosotros hasta el fin del mundo, alimentándonos, guiándonos, fortaleciéndonos, consolándonos,
en una palabra: acompañándonos, para que no estemos solos y para que podamos alcanzar, con Él, la vida en plenitud.
Si nosotros, por ser católicos, verdaderamente creemos que Él está presente en todas las Hostias consagradas,
comprenderemos que allí está el remedio para todos nuestros males del cuerpo y del alma: No podemos volver a sentir la
soledad, la tristeza y la ansiedad que, aunque de otra naturaleza, son junto a la soberbia y el egoísmo hoy las enfermedades
más frecuentes del alma humana…
Bastará pues con ir a visitar a Jesús, en el Sagrario, y allí recibiremos su consolación, que sirve de bálsamo para todas las
heridas. No podemos dejar de postrarnos ante Él, para que nos infunda su Luz en momentos de incertidumbre y su
Fortaleza en tiempos de desesperanza; para que se constituya en el verdadero “Faro” que guíe nuestros pasos por esta
vida.
Pero para eso tenemos que visitarle en silencio interior, con actitud de respetuosa escucha…
Muy bien decía nuestro Papa Emérito, Benedicto XVI hace algunos años, precisamente en una homilía de Corpus Christi:
“La Eucaristía es el Sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la
dirección. (porque) De hecho, ¡no es suficiente avanzar, (sino que) es necesario ver hacia dónde se va! No basta el
‘progreso’, si no hay criterios de referencia. Es más: se sale del camino, se corre el riesgo de caer en un precipicio, o de
alejarse de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho Él mismo ‘camino’ y ha venido a
caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y correcto.”
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Discernir el camino justo y correcto se convierte en una necesidad cada vez más apremiante… Lo necesitamos para saber
cómo actuar en diversos órdenes y circunstancias nosotros, y también para guiar a nuestros hijos, a nuestros hermanos en
la comunidad… Para saber qué le conviene a nuestra familia, a nuestra ciudad, a nuestras Patrias…
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) ¿Hago conciencia de que en cada Comunión recibo en mí a mi Jesús, mi Salvador y Redentor, y conforme a lo que vimos
la anterior semana, a la Santísima Trinidad en sus tres personas?
b) ¿Cómo afecta la Eucaristía en mi vida, ya que en ella recibo a Dios hecho Pan y Palabra de vida eterna?
c) Si a la fecha no me nutro diariamente con el Pan bajado del Cielo… ¿Existirá la posibilidad de acudir más a menudo a la
Santa Misa, o es que me resisto a cambiar mis rutinas de cada día?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los integrantes de la
Casita, para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo. Cánones 1337, 1338, 1344, 1362, 1392, 1393, 1401
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este
mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13, 117). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua,
instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su
retorno, “constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y San Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte,
San Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (Cfr. Jn 6).
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el Misterio pascual de Jesús “hasta que venga”, el pueblo de Dios
peregrinante “camina por la senda estrecha de la cruz” hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la
mesa del Reino.
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra
vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante”, conserva,
acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado
por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como
viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros”, y
la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Por eso la Eucaristía no puede unirnos
a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados: “Cada vez que lo
recibimos, anunciamos la muerte del Señor” (Cfr.1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el
perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle
siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (San Ambrosio,
sacr. 4,28).
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 58 Así es como la Eucaristía es el verdadero Sacramento de Amor porque ha nacido del Amor infinito del Padre hacia
Mí y se manifiesta con la obra de Misericordia en ustedes... Para su provecho Yo Me doy a ustedes; sin embargo, la utilidad
de las almas es consecuencia del Amor del Padre hacia Mí. Por eso el mismo Padre al amarme y honrarme, los hace
partícipes de Mis méritos, Me da a Mí, oculto místicamente, pero muy presente en el Sacramento del Amor. Oh queridas
almitas que acuden al néctar que derramo de Mis altares y los suyos, si supieran qué grandioso hecho de Amor es la
Eucaristía, no estarían pensando tanto en ustedes mismos.
7.- Virtud del mes: La Obediencia (Catecismo de la Iglesia Católica: 143—144—511—532—892—2251 )
Esta Semana veremos el canon 511, que dice lo siguiente: La Virgen María “colaboró por su fe y obediencia libres a la
salvación de los hombres”. Ella pronunció su “fiat” “ocupando el lugar de toda la naturaleza humana” (Santo Tomás de
Aquino, Suma Teológica): Por su obediencia, ella se convirtió en la nueva Eva, madre de los vivientes.
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto:
CM 20: Yo les pido que sean obedientes a sus superiores en los buenos trabajos de Dios. El orgullo puede ser engañoso,
hijitos; muchos desean ir por sí mismos pensando que Me obedecen, pero únicamente es a su orgullo a quien están
sirviendo.
En verdad te digo, que a menos que sean obedientes a sus superiores religiosos, no pueden servir a ninguno de sus
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hermanos y menos hacer bien los trabajos de Dios.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Acudiré a la Confesión con frecuencia, para recibir a Jesús en la Eucaristía con la dignidad que Él
merece por tan maravilloso regalo de su amor. Haré una hora de Adoración para pedir luz al Señor en mis decisiones.
- Con la virtud del mes: Revisaré, frente a Jesús Sacramentado, cómo está mi obediencia en la vida de Apostolado,
pensando siempre en la humildad y la obediencia que Jesús me enseñó con su vida.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 14 al 20 de junio de 2015. DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO
“De la más alta rama del tronco de David suscitó el Señor un renuevo”
La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Eze 17,22-24: Ensalzo lo árboles humildes
Salmo: 91: Es bueno darte gracias, Señor.
2ª Lectura: 2Cor 5,6-10: En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor
Evangelio: Mc 4,26-34: Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 4,26-34) +++ Gloria a Ti, Señor
Jesús dijo además: “Escuchen esta comparación del Reino de Dios. Un hombre esparce la semilla en la tierra, y ya duerma
o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da fruto por sí misma:
primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la
hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.”
Jesús les dijo también: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué comparación lo podríamos expresar? Es semejante a
una semilla de mostaza; al sembrarla, es la más pequeña de todas las semillas que se echan en la tierra, pero una vez
sembrada, crece y se hace más grande que todas las plantas del huerto y sus ramas se hacen tan grandes que los pájaros
del cielo buscan refugio bajo su sombra.”
Jesús usaba muchas parábolas como éstas para anunciar la Palabra, adaptándose a la capacidad de la gente. No les decía
nada sin usar parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
Al inicio de este capítulo, San Marcos nos cuenta que Jesús está enseñándole a la gente, por medio de parábolas, lo que es
el Reino de Dios.
Se había reunido tal cantidad de personas, a orillas del lago, que al Señor le pareció oportuno subirse a una pequeña barca,
alejarse un poco de la costa y hablarles a viva voz desde allí.
La primera parábola que escuchamos o leemos hoy es ciertamente maravillosa. Y de pronto nos cae la luz y nos damos
cuenta de que nos ayudará para ilustrarnos claramente sobre al menos un aspecto de lo que significa el carácter
“ECLESIAL” de la Iglesia (valga la redundancia)… Famoso tema sobre el que insistimos tan a menudo cuando hablamos
entre nuestros hermanos; cuando el Señor nos regala el gusto de poder visitarlos en sus comunidades…
“El hombre esparce la semilla en la tierra…” (Podemos citar aquí muchos ejemplos: un hermano o hermana nuestra va a
predicar, abre una casita de oración, siente el llamado y acepta abrir un CASANE, se decide a atender su vocación e inicia el
Ministerio de Salud de los Enfermos del ANE, visitando a los enfermos de su parroquia para llevarles una palabra de aliento,
etcétera, etcétera… En síntesis: alguien se da cuenta de que la fe se debe manifestar en obras, para no ser una fe muerta, y
da el primer paso para servir a los hermanos) y lo hace en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo…
Luego sigue ilustrándonos la Palabra del Señor: “…y ya duerma o esté despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y
crece, sin que él sepa cómo…”
Esto es lo que sigue, en términos de lo verdaderamente místico, lo sobrenatural, lo maravillosamente bendito y bendecido de
nuestro trabajo para el Señor… Esto es lo que nosotros no podemos ni debemos perder de vista: La Obra es de Dios, la
dirige Dios, Él la encauza y reencauza, y la hará dar fruto, muchas veces a pesar de nosotros mismos…
De tal manera que es absolutamente estéril, infantil y hasta necio que nos esforcemos por “ponerle nuestro sello personal” a
lo que hacemos, porque a menudo ese sello personal es lo que va a perjudicar, deslucir, y eventualmente llevar al fracaso la
iniciativa que se comenzó para dar Gloria a Dios…
Pocas cosas son más “anti-eclesiales” que el estar tratando de “personalizar” las cosas, cuando el primer paso del
seguimiento a Cristo es la despersonalización de uno mismo: la negación del yo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo…” dice Jesús… Después ya habrá chance y tiempo de cargar la Cruz…
También es estéril el tratar, por todos los medios, de “descubrir el hilo negro”, de “inventar la pólvora”, de encontrar nuevas
formas, nuevos caminos, etcétera… No hay nada más sano, más bueno y más garantizado que obedecer, y esto es hacer lo
que nos piden quienes ven un poco más de lo que nosotros vemos…
Continúa el Señor diciendo: “La tierra da fruto por sí misma: primero la hierba, luego la espiga, y por último la espiga se llena
de granos. Y cuando el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha.”
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Esto aplica perfectamente para todos los que se desesperan por ver los frutos de su propio trabajo y (sobre todo) del trabajo
de los demás… “Todo tiene su tiempo bajo el cielo”, nos dice el Libro del Eclesiastés o Sirácida: Hay tiempo de sembrar y de
cosechar, de llorar y de reír, etcétera.
Pues todos los procesos tienen sus tiempos, y también cada proceso tiene sus pasos, que deben seguir un orden
determinado: Primero, la hierba, luego, la espiga, después, los granos, y hay que esperar a que maduren…
Así como hemos debido aprender a respetar los ciclos de la naturaleza, y para adaptarnos a ellos sin perecer en el intento,
debimos aprender a almacenar los granos, a guardar las cosechas, etcétera, igualmente debemos aprender a ser pacientes
con los tiempos que el Señor predetermina para el cumplimiento de diversas etapas: tanto para el crecimiento individual de
cada una de las personas, como para el desarrollo y la consolidación de los grupos…
Esto no quiere decir que nos sentemos de brazos cruzados a “esperar que las cosas ocurran”, pero tampoco debemos estar
como el fogonero imprudente, que atiza y atiza con el carbón y puede llegar a descarrilar el tren, o a producir un estallido de
las calderas por exceso de presión, si los vapores no son liberados a tiempo…
Finalmente viene la parábola del grano de mostaza, acerca de la cual tantas veces hemos meditado, no sólo en estas
catequesis, sino en todo lado…
Así también se caracterizan por ser las Obras del Señor: deben comenzar humildemente, con poquito… Un cuartito, dos
mesas y ocho sillas para iniciar un CASANE, una vez por semana; si no hay más, es suficiente… El Señor se encargará de
que sus dones se multipliquen y lleguen a quienes Él desee.
Si no, vamos a terminar como la pareja que vive en amasiato, en concubinato por veinte años, porque no tiene el dinero para
celebrar la fiesta de la boda…
Si esperamos a contar con un salón de grandes dimensiones, donadores para ofrecer comida tres veces por semana a
setenta personas cada día, probablemente terminemos por no servir nunca nada a nadie… eso sí, es importante que los
pasos sean dados sobre terreno firme, con orden, con planeación, con documentos, etcétera.
Hay que ir avanzando de a poco, con lo que buenamente da Dios cada día, y veremos cómo nos maravillará Él mismo con
su Providencia en el momento menos pensado… Lo importante es no demorar la edificación de Su Reino. Lo importante es
servir SIEMPRE con amor, con humildad y con renovada sencillez a quienes el Señor nos permite servir cada día; léase bien
y con calma: predicando, atendiendo, soportando, perdonando, obedeciendo, escuchando, aconsejando… haciendo todo lo
que cada día haya que hacer, para dar Gloria a Dios.
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) ¿Estoy consciente de que la verdadera humildad está en la sencillez del grano y no en la ostentación del árbol?
b) ¿Reconozco ante Dios y mis hermanos mis miserias y mi debilidad?
c) ¿Hago mis trabajos sabiendo que soy muy pequeño, pero con la seguridad de que Dios los hará grandes para su gloria?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los participantes de la
Casita de Oración para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Como siempre, se buscará la participación
de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica. Cánones 543, 544, 2632,
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel, este reino
mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (Cfr. Mt 8,11; 28,19). Para entrar en él, es necesario
acoger la palabra de Jesús: La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y
se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el
tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue
enviado para “anunciar la Buena Nueva a los pobres”. Los declara bienaventurados porque de “ellos es el Reino de los
cielos”; a los “pequeños” es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes
(Cfr. Mt 11,25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed y la privación
(Cfr. Lc 9,58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para
entrar en su Reino. (Cfr. Mt 25,31-46).
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de
Jesús (Cfr. Mt 6,10.33; Lc 11,2.13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario
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para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de
la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (Cfr. Hech 6,6; 13,3). Es la oración de Pablo, el apóstol por
excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (Cfr. Rom 10,1; Ef
1,16-23; Flp 1,9-11; Col 1,3-6; 4,3-4.12). Con la oración, todo bautizado trabaja por la Venida del Reino.
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CS 112 Les He demostrado tanto que la humildad es la vía que deben transitar, que ustedes mismos, mis seguidores, ya
están convencidos de ello. Pero denme la alegría de verlos activos en la humildad, porque la obra es la garantía, la prenda
del cielo. Crean plenamente, no a medias, ya que por aquella mitad en la cual no creen, echan a perder también la otra
mitad buena.
7.- Virtud del mes: La Obediencia. (Catecismo de la Iglesia Católica: 143—144--148—511—532—892—2251 )
Esta Semana veremos el canon 148, que dice textualmente lo siguiente:
148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa
que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37; Cfr. Gn 18, 14) y dando su asentimiento:
"He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán
bienaventurada (Cf. Lc 1, 48).
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto:
CA 20 Todos los trabajos buenos que ustedes hagan provienen de Mi Gracia. Yo estoy pronto a dar pero, ¿Están listos para
recibir? La oración, obediencia, discernimiento y prudencia los protegerán de una decepción. El mal los puede engañar
mediante un orgullo oculto, jugando a ser Dios...
…Atiendan al discernimiento a través de la obediencia. Escuchen en el silencio. Es mucho mejor vivir en el silencio que vivir
en la decepción y el orgullo. Si sus directores espirituales dicen que pueden hablar sobre un determinado tema, entonces los
buenos trabajos de Dios fluirán a través de ustedes porque primero han recibido la aprobación de quien los asesora.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Meditaré sobre la necesidad de mayor humildad en mi vida, sabiendo que al ponerla en práctica, estoy
mucho más cerca de Dios. Teniendo en cuenta que las Obras de Dios se inician con poquito, analizaré con mis hermanos de
comunidad qué opciones de servir más y mejor al Señor y a los demás podemos implementar, y transmitiremos nuestras
inquietudes a nuestras autoridades en el Apostolado, para que ellos nos ayuden a implementarlas.
- Con la virtud del mes: Me mantendré atento a las palabras del Señor: “La oración, obediencia, discernimiento y prudencia
los protegerán de una decepción. El mal los puede engañar mediante un orgullo oculto, jugando a ser Dios...”
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 21 al 27 de Junio de 2015. DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
“No tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar”
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Job 38,1.8-11: “Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”
Salmo: 106,23-24.25-26.28-29.30-31: “Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia”
2ª Lectura: 2Cor 5,14-17: “Lo antiguo ha parado, lo nuevo ha comenzado”
Evangelio: Mc 4,35-41: “¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 4,35-41) +++ Gloria a Ti, Señor
Al atardecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos: “Crucemos a la otra orilla del lago.” Despidieron a la gente y lo
llevaron en la barca en que estaba. También lo acompañaban otras barcas. De pronto se levantó un gran temporal y las olas
se estrellaban contra la barca, que se iba llenando de agua. Mientras tanto Jesús dormía en la popa sobre un cojín. Lo
despertaron diciendo: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él entonces se despertó. Se encaró con el viento y dijo
al mar: “Cállate, cálmate.” El viento se apaciguó y siguió una gran calma. Después les dijo: “¿Por qué son tan miedosos?
¿Todavía no tienen fe?” Pero ellos estaban muy asustados por lo ocurrido y se preguntaban unos a otros: “¿Quién es éste,
que hasta el viento y el mar le obedecen?”
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús. (Tomamos asiento).
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
Jesús terminó de hablar a la multitud en Parábolas acerca del Reino (lo que vimos la semana anterior), y al concluir Él su
predicación, la mayoría se marchó, pero el evangelista nos dice que “los que le seguían” (es decir, los que de verdad
querían ser sus discípulos), junto a los doce Apóstoles, se le acercaron para pedirle que les explicara mejor la enseñanza
profunda que encerraban aquellas parábolas.
El Señor lo hace, y se queda junto a ellos hasta el atardecer, y es entonces que ocurre lo que Marcos nos cuenta en el
Evangelio de hoy.
Jesús había decidido cruzar a la otra orilla del lago de Genesaret. Iba de la tierra de los judíos a la tierra de gentiles, lo que
para los ojos de los apóstoles era como ir de la “tierra de la luz” a la “tierra atea de la oscuridad”, este dato quizás contribuya
a explicar el miedo que sentirían, llegado el momento.
De pronto, estando en medio del lago estalla la tormenta, igual que en la vida de hoy. Es una tormenta que desequilibra a los
hombres, sacudiendo la barca, que era la única seguridad para ellos.
Los apóstoles se llenaron de terror, y seguramente también de angustia y asombro, al ver que el Maestro dormía
plácidamente en la popa, reclinado sobre un almohadón.
Este pasaje nos lleva a pensar en nuestras instituciones, débiles barquitas, que guiadas por seres humanos imperfectos,
como todos, con dudas y angustias, problemas y ansiedades, con penas y alegrías, cansancios y desalientos, son sacudidas
por las tempestades del mundo y las pasiones humanas, que siempre tratan de desbaratar a toda costa las obras del Señor.
Cuántas veces nos dejamos caer en una silla, o nos recostamos sobre la cama, pensando que determinado problema o
determinada situación no tienen arreglo, y que terminarán por hundir la barquita que el Señor ha puesto en nuestras manos
(la casita de oración, el ministerio, el centro local, el nacional, lo poco o mucho que Dios nos ha encomendado de Su Obra...)
Cuántas veces nos ponemos de rodillas frente al Santísimo, sintiendo que va subiendo el agua de la tormenta y clamamos a
Dios: “¡Señor, ayúdanos, que nos hundimos!”
Nuestra poca fe, y a veces una leve y sana dosis de realismo, nos hace ver que no pudimos, que no supimos o no quisimos
llevar adelante la responsabilidad que nos había encomendado el Señor en esta Obra, y de inmediato comenzamos a mirar
dónde están los botes salvavidas, los chalecos, o por último, un madero, o cualquier cosa que flote, para salvarnos, porque
vemos que los rayos caen a nuestro alrededor, y su sonido nos ensordece y nos deja ciegos.
Sin embargo, este pasaje nos muestra que siempre, gracias a su promesa, el Señor está ahí, ya sea dormido o despierto,
pero allí, en medio de la barca, atento y solícito, cuidando lo que es Suyo.
Algunas veces nuestra falta de fe, y otras nuestro excesivo amor propio (como veíamos la semana pasada), nos llevan a
creer que las Obras no son Suyas sino nuestras, producto de nuestra inteligencia y nuestra fortaleza, de nuestra capacidad y
nuestra agudeza, y por eso, cuando el viento arrecia, lo primero que se nos ocurre es abandonarlo todo y escondernos en
las oscuridades del sótano de la conciencia, tratando de encontrar culpas en los demás para aliviar las nuestras, que
generalmente son las peores.
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Este pasaje nos muestra varias cosas: En primer lugar, que en la barca está Jesús; por lo tanto, nada sucederá que Él no lo
permita. En segundo lugar, nos enseña que el desesperarnos, el angustiarnos y el querer abandonar la barca es calificado
por el Señor como un acto de cobardía, una falta de fe. Lo dice clarito como el agua: “¿Por qué son tan miedosos? ¿Aún no
tienen fe?”
Y la actitud de Jesús no es la de decir: “ya cálmense, hijitos, ya pasó todo, estén tranquilos” sino que es un regaño, porque
no ve la fe que esperaba en sus discípulos. Más bien ve que la tormenta interna (la del pánico, la de la desconfianza, la del
extravío, la del reproche) era quizás peor que la externa.
¡A Dios no se le puede reprochar por nada! Hay quienes creen que tener una “relación personal” con Dios significa tener la
intimidad suficiente para tratarle “de tú a tú”, y poder reclamarle, reprocharle, exigirle... Dios sigue siendo Dios, muy amigo,
muy cercano, muy padre... ¡pero Dios!, y como tal se merece toda reverencia y respeto.
Volviendo a la barca, Jesús nunca dijo que el camino sería llano y placentero, sino por el contrario, Él habló de la puerta
angosta, del camino empedrado, del ojo de una aguja, y por eso viene ahora su regaño… Por otro lado, ya había realizado
muchos prodigios y milagros delante de ellos como para que ahora les asaltara semejante desconfianza.
Con todo, Jesús permite que las cosas ocurran de ese modo por algo... Quiere que todos ellos experimenten, en carne
propia, el poder salvífico de Dios, aunque sólo sea materialmente, por ahora. Es posible que en ese momento todavía
muchos de los discípulos no estuviesen seguros de que se trataba del Mesías, de allí que se quedaran pensando “¿Quién
es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen...?”
En el lago, la tempestad se había calmado, pero ahora estaba muy viva en el corazón de cada uno de los apóstoles. De ese
modo Jesús hace que dejemos de atender, de "asombrarnos" por el mal que nos llega, y que empecemos a admirar el bien
que tenemos a nuestro lado, en su gracia, en su presencia, en su ayuda, en su guía.
Cristo quiere que el tiempo que nosotros gastamos contemplando el mal, lo empecemos a emplear en admirar el bien, y que
así, confiando en Él, que es el Bien Supremo, analicemos las cosas y situaciones siempre con optimismo y con el corazón
abierto.
Si así lo hacemos, comprenderemos que nuestras tormentas están formadas en la mayoría de los casos sólo por soberbia,
celos, prejuicios, miramientos, resentimientos, desobediencias, frialdades y tibiezas, o simplemente por malos entendidos,
que no dejan de chispear, como rayos que nos enceguecen y nos ensordecen, hasta llevarnos a bajar los brazos en la Obra
que Dios quiere que realicemos.
Pero Jesús quiere que dejemos de prestar atención a eso, porque Él es el Señor de todas las cosas (hace un par de
semanas leíamos que, poco antes de ascender a los cielos, les había dicho a sus discípulos “Me ha sido dado todo poder en
el cielo y en la tierra”), de tal suerte que nada sucederá sin que Él lo apruebe o lo permita. Lo único que debemos hacer
nosotros es permanecer unidos a Él, y unidos entre nosotros POR ÉL, a través de Su Palabra y Su Presencia Eucarística.
Con esta lectura, el Señor nos está pidiendo que dejemos de ver tanto las cosas que suceden a nuestro alrededor, que
quitemos el ojo a los problemas y a las personas que, según nosotros, los causan, para mirar más a Dios, para llenarnos de
fe...
Ahora... sería bueno si además, aprovechamos ese cambio de óptica para prestar atención a lo que sucede dentro de
nosotros mismos, a lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer... La tormenta está tronando allí afuera, sí, y pareciera ser
que la barca va a hundirse, pero... si así sucediera, ¿qué pasaría conmigo? ¿Dónde iría yo, que sólo estuve ocupando
espacio y haciendo peso en esta barca, y fui incapaz de tomar un remo para tratar de salvar a mis hermanos?
¿Qué sería de mí, que sólo me dediqué a estar aterrorizando a los demás, o incitándoles a que saltasen de la barca?
¿Acaso yo también me olvidé de que Jesús estaba allí, en esa barca, y estaba mirando todo lo que yo hacía, y todo lo que
dejaba de hacer?
El Evangelio siempre nos invita a reflexionar sobre nuestra conducta, a profundizar nuestra conversión, hoy nos instará a
cultivar más la fe, mañana la esperanza, SIEMPRE nuestra caridad... Dios no se cansa de exhortarnos para que cada día
seamos mejores, para que nos volvamos incapaces de hacer daño a nadie y más todavía: para que seamos capaces de
pasar por esta vida como pasó Él, haciendo sólo el bien.
Lo que tenemos que lamentar, es que muchas, muchas veces, tenemos los ojos bloqueados y los oídos cerrados, de tal
suerte que no vemos ni oímos más que lo que queremos ver y oír...
A veces pareciera ser que nos hemos vuelto ciegos y sordos de conveniencia, maestros para acomodar la realidad a nuestro
punto de vista... Ubicándonos siempre en el lado de los buenos y volcando todos los defectos a nuestros “adversarios” de
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turno, ya sean frecuentes o circunstanciales, mirando las pajas en los ojos ajenos, y claro, así nunca nos será de provecho
nada: ni las catequesis, ni los sermones, ni la lectura de las Sagradas Escrituras ni nada, pues sólo servirán para reforzarnos
en nuestro error...
Sería muy bueno ahora que permanezcamos unos minutos en silencio, para meditar sobre este último asunto...
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) Ante cualquier problema en mi vida, ¿Acudo al Señor, pidiendo su Luz y su ayuda, o trato de encontrar “mis propias”
soluciones?
b) Por la lectura de la Palabra, podemos entender el poder de Dios, pero... ¿entendemos también Su Amor...?
c) Si me pongo a pensar en el tiempo que transcurrió, desde que comencé a participar en una “Casita de Oración”, ¿podría
decir que mi fe ha crecido...? ¿Cuánto…? ¿Cómo lo noto? ¿Lo notan también las personas que me rodean? ¿Cómo podría
dar un mayor y mejor testimonio de mi fe?
d) “Hasta el viento y las aguas le obedecen” ¿Por qué me cuesta tanto confiar en su auxilio y prefiero buscar soluciones “por
mí mismo”?
e) ¿Procuro aliviar con mi trabajo a otros o, cuando debo hacer un poquito más que los demás, soy mezquino y me quejo?
f) ¿Cómo es mi relación íntima con Dios? ¿Hablo con Él frecuentemente? ¿En qué tono?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los integrantes de la
Casita, para que expresen sus opiniones, reflexiones y comentarios. Se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica: Cánones: 548 671, 2046, 2610, 2743, 2817
CIC 548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado. Invitan a creer en Jesús. Concede lo que
le piden a los que acuden a él con fe. Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas
testimonian que él es Hijo de Dios. Pero también pueden ser “ocasión de escándalo” (Mt 11,6). No pretenden satisfacer la
curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa
de obrar movido por los demonios (Cfr. Mc 3,22).
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado “con gran poder y gloria” con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal, a pesar de que estos
poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido, y “mientras no haya
nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que
pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios” (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre
todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican: “Ven, Señor Jesús”.
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de
paz”. Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia
y amor.
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial:
“todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido”. Tal es la fuerza de la oración, “todo es posible para quien
cree”, con una fe “que no duda”. Tanto como Jesús se entristece por la “falta de fe” de los de Nazaret y la “poca fe” de sus
discípulos, así también se admira ante la “gran fe” del centurión romano y de la cananea.
CIC 2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está “con nosotros, todos los días”,
cualesquiera que sean las tempestades. Nuestro tiempo está en las manos de Dios: “Es posible, incluso en el mercado, o en
un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso
haciendo la cocina...” (San Juan Crisóstomo, Ecl. 2).
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CA 129 ¿Por qué, tiemblas, oh hijo Mío, por qué tiemblas...? ¿Por qué quieres despertarme si duermo tan bien sobre tu
barquilla agitada por las olas y por el viento? No, no intentes despertarme, no Me digas nada, porque Yo no duermo en
verdad, sólo descanso en ti. Soy tan combatido en otras partes, ¿por qué no quieres que repose en tu barquilla?
Temes las palabras, temes el rigor de la estación inclemente ¿Y qué mayor razón para confiar en Mí? Anda tranquilo, no te
abandono.
7.- Virtud del mes: La Obediencia (Catecismo de la Iglesia Católica: 143—144—511—532—892—2251)
Esta Semana veremos el canon 532, que dice lo siguiente:
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen
temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba
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la sumisión del Jueves Santo: “No se haga mi voluntad...” (Lc 22,42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida
oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (Cfr. Rom 5,19).
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto:
CS 144 (San José): Mi silencio y el de María no los haga creer que seamos más amorosos que sabios. Los dones que nos
Ha hecho el hijo de María son inmensos también en este campo y si callamos casi siempre es por el inmenso amor nuestro
al ocultamiento y por la enorme alegría que experimentamos al oír hablar sólo a Él, el Verbo hecho Hombre, el Hijo de
nuestra casa, Jesús Salvador, obediente y amoroso vástago de la excelsa Virgen que lo custodió como Tabernáculo del
Altísimo.
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Mantendré en mi corazón la presencia del Señor en todo momento, y así sabré que mi vida no
naufragará jamás. Seré feliz sabiendo que Jesús me pide descansar en mi barca (en mi vida y mi corazón).
- Con la virtud del mes: Imitaré a María en su silencio y en su humildad, pero sobre todo en su obediencia, porque a partir
de ella (de esa humildad) el Señor podrá hacer maravillas por mí, y por los que me rodean.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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Semana del 28 de Junio al 04 de Julio de 2015. DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
"Todo es posible para el que cree"
1.- La Palabra de Dios:
1ª Lectura: Sab 1,13-15; 2,23-24: "La muerte en el mundo por la envidia del diablo"
Salmo: 29,2 y 4.5-6.11 y 12a y 13b.: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado"
2ª Lectura: 2Cor 8,7.9.13-15: "Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres"
Evangelio: Mc 5,21-43: "Contigo hablo, niña, levántate"
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 5,21-43) +++ Gloria a Ti, Señor
Jesús, entonces, atravesó el lago, y al volver a la otra orilla, una gran muchedumbre se juntó en la playa en torno a él. En
eso llegó un oficial de la sinagoga, llamado Jairo, y al ver a Jesús, se postró a sus pies suplicándole: “Mi hija está
agonizando; ven e impón tus manos sobre ella para que se mejore y siga viviendo.” Jesús se fue con Jairo; estaban en
medio de un gran gentío, que lo oprimía.
Se encontraba allí una mujer que padecía un derrame de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho en manos de
muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía, pero en lugar de mejorar, estaba cada vez peor. Como había oído lo
que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. La mujer pensaba: “Si logro tocar, aunque
sólo sea su ropa, sanaré.” Al momento cesó su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba sana.
Pero Jesús se dio cuenta de que un poder había salido de él, y dándose vuelta en medio del gentío, preguntó: “¿Quién me
ha tocado la ropa?” Sus discípulos le contestaron: “Ya ves cómo te oprime toda esta gente: ¿y preguntas quién te tocó?”
Pero él seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, que sabía muy bien lo que le había
pasado, asustada y temblando, se postró ante él y le contó toda la verdad. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en
paz y queda sana de tu enfermedad.”
Jesús estaba todavía hablando cuando llegaron algunos de la casa del oficial de la sinagoga para informarle: “Tu hija ha
muerto. ¿Para qué molestar ya al Maestro?”Jesús se hizo el desentendido y dijo al oficial: “No tengas miedo, solamente ten
fe.” Pero no dejó que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Cuando llegaron a la casa del oficial, Jesús vio un gran alboroto: unos lloraban y otros gritaban. Jesús entró y les dijo: “¿Por
qué este alboroto y tanto llanto? La niña no está muerta, sino dormida. ” Y se burlaban de él. Pero Jesús los hizo salir a
todos, tomó consigo al padre, a la madre y a los que venían con él, y entró donde estaba la niña.
Tomándola de la mano, dijo a la niña: “Talitá kum”, que quiere decir: “Niña, te lo digo, ¡levántate!” La jovencita se levantó al
instante y empezó a caminar (tenía doce años). ¡Qué estupor más grande! Quedaron fuera de sí. Pero Jesús les pidió
insistentemente que no lo contaran a nadie, y les dijo que dieran algo de comer a la niña.
Palabra del Señor / Gloria a Ti, Señor Jesús.
2.- Referencias para la mejor comprensión del Evangelio:
El Evangelio de este domingo nos cuenta lo que hizo el Señor a su regreso a Cafarnaún, donde tenía establecida su
residencia, luego del breve viaje que había realizado a la tierra de los gerasenos (la Decápolis). Lo vemos realizando dos
milagros bastante diferentes entre sí, no sólo por la forma en la que se efectuaron, sino también por el tipo de personas
sobre las cuales recaía su beneficio: Uno es la resucitación de la hija de un hombre distinguido, poderoso y seguramente
rico, mientras que el otro es la curación de una humilde mujer del pueblo...
Se trata de una mujer tan humilde que, pretendiendo pasar del todo inadvertida, se contentaba con sólo tocar el manto del
Señor, segura por la fe de que aquello le bastaría para quedar curada y, efectivamente, así fue.
De aquel modo, Dios la sanó de una enfermedad que había padecido durante doce años: un terrible flujo hemorrágico (por
eso es conocida como “la hemorroisa"), un mal que la había dejado en la bancarrota, con tanta visita a médicos,
tratamientos y medicinas, en búsqueda de una curación que jamás obtuvo, hasta que conoció personalmente a Cristo.
Un solo Señor y dos milagros. Los dos requisitos para que ambos se cumplieran, como siempre, fueron la conciencia de la
necesidad de Dios y la fe absoluta en que Él lo podía hacer. Hablaremos primero sobre esa "conciencia de la necesidad
del Señor", porque nos parece que es lo más importante por ahora:
Hace algún tiempo, conversando con algunas hermanas, analizábamos la situación de nuestro Apostolado, agradecíamos
como siempre a Dios por tantas bendiciones, pero también les manifestaba yo la preocupación que se vive, desde la
Dirección General del ANE, por esos “estancamientos y retrocesos,” que con frecuencia se observan en nuestro crecimiento
espiritual, y que a menudo se evidencian a través de los conflictos recurrentes: de la falta de comunión fraterna, de las
manifestaciones de celos, de los deseos de figuración, de lo encerrados que estamos en nuestros propios problemas (el de
nuestro Ministerio, el de nuestra pequeña comunidad) y nuestra dificultad para entender que esta Obra es una sola, y que
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Dios nos ha dado la corresponsabilidad para sacarla adelante… en síntesis, hablábamos de todas esas “fallas” que nos
impiden conformar un auténtica comunidad de comunidades cristianas…
Me pareció oportuno confesarles entonces lo que ahora les vuelvo a contar a todos mis hermanos del Apostolado por este
medio, porque me parece bueno que recordemos de tanto en tanto estas cosas: Les conté que cuando asumí la Secretaría
General del ANE tenía una profunda preocupación porque no sabía qué era lo que Dios quería de esta Obra, ni comprendía
cómo me había traído aquí, pues en ese tiempo estaba asesorando a empresas, a políticos e instituciones sobre cuestiones
de imagen y de “cultura organizacional” (o sea, sobre los valores y antivalores que hay en las organizaciones, sobre cómo se
percibe eso desde adentro y desde afuera de ellas, y sobre cómo se podría hacer para mejorar las cosas)...
Les comenté que por intuición y por oficio (porque en realidad ese era exactamente el primer trabajo que solía hacer con las
instituciones a las que atendía en aquel entonces), decidí analizar algunas características comunes a las personas que
habitualmente se apegan a la religión, a las que deciden participar de manera activa en la parroquia o en algún movimiento
de Apostolado, etcétera, a fin de tener una idea sobre lo que podría esperarse y hacerse...
El caso es que, luego de realizar un análisis profundo, verifiqué que al menos 7 de cada 10 de nosotros tiene algún tipo de
“rollo”, como se dice coloquialmente: un “problema psico-emocional” no resuelto, una especie de “vacío existencial” que no
se puede llenar con las gratificaciones habituales que te da la vida... Las otras tres personas, casi siempre provienen de un
“catolicismo hereditario”, tradicional y por lo general muy “pietista”, pero a menudo superficial y poco solidario. Hay
excepciones, claro, es decir, personas que no pertenecen a ninguno de estos dos grupos, pero se trata sólo de eso: ¡de
excepciones!
Dicho de un modo más simple, constaté que la gran mayoría de los que estamos aquí, tratando de “servir al Señor” y a Su
Iglesia, tenemos algún problema o “enfermedad” más o menos seria (notarán que yo me incluyo entre la mayoría, y Dios
sabe que no es por quedar bien con ustedes o por falsa modestia).
Pero lo que en verdad me sorprendió fue el ver, al cabo de unos meses, que aquel diagnóstico inicial resultaba ser
perfectamente coherente con lo que yo iba aprendiendo, al estudiar las Sagradas Escrituras... Allí leía que Jesús dijo una
vez: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores" (Mc 2,17).
También dijo: "Vengan a mí los que están cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré" (Mt 11,28) Y
también:"Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso
aquél para quien yo no sea motivo de escándalo!" (Mt 11,4-6)
¡Eso me pareció increíble!: Las lecturas me llevaban a confirmar que, la mayoría de los que nos acercamos a Dios, de
verdad lo hacemos por una necesidad existencial (más o menos consciente o más o menos encubierta), ¡pero real!
El problema está en que a menudo, muchos nos sentimos “curados” antes de estarlo, ¡y sucede que al perder esa
conciencia de la profunda necesidad que seguimos teniendo de Dios, vamos perdiendo sus gracias, sus milagros y sus
bendiciones! Nos estancamos en el crecimiento espiritual, nos olvidamos de que somos “enfermos” y nos ensoberbecemos...
Llegamos a sentir, quizás, que merecemos algo de lo que Dios nos da sólo por amor, por misericordia y gratuidad... De
pronto, nos creemos amos y dueños de nuestras vidas (y a menudo también poseedores de verdades y recetas para los
demás), y así es como vamos para atrás en el camino de santidad.
En el Evangelio de hoy vimos a una mujer del pueblo, tan humilde que ni su nombre se menciona, cubierta por la vergüenza
de cargar, por muchos años, una enfermedad que la hacía considerar “impura” según la Ley de Moisés (Levítico 15). De
pronto, esa mujer interrumpe el viaje de Jesús a la casa de un hombre importante, con dinero y con una hija enferma. Así, lo
que humanamente nos puede parecer “raro”, es en verdad muy coherente con el modo de hacer las cosas que tiene Dios, y
que debería ser el nuestro: Que el uno fuese rico y la otra pobre, no debía interesar.
Esa mujer jamás hubiera tenido el coraje suficiente como para parase delante de todo el gentío que apretujaba a Jesús, y
hablarle de la enfermedad que tenía, ¡y mucho menos para demorar la atención urgente a la hija de un poderoso! Dice la
escritura que ella ya había gastado todo lo que tenía en médicos y remedios, por lo que sólo le quedaban la humildad, la fe y
la esperanza. ¡Pero ese es el único estado en el que nosotros podemos obtener gracias abundantes de Jesús!; cuando
estamos realmente necesitados de Él y nos acercamos con humildad a suplicarle que tenga compasión.
“Si tan solo le tocara la ropa, quedaría sana” pensó, y ese pensamiento voló al corazón de Jesús como una oración
poderosa, como un ruego ineludible y efectivo, porque con tan solo tocar su manto, quedó en efecto inmediatamente curada.
Era Dios dando vida, era Jesús escuchando al corazón humillado (como dice el Salmo 50: "un corazón contrito y
humillado Tú nunca lo desprecias"), y dando así perfección a la Ley de Moisés, por medio de la Caridad.
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Cuando Jesús le habla, la llama “hija”, la incluye en la familia de Dios, le hace notar que pese a su pobreza y a su
enfermedad vergonzosa, ella también es hija de Dios, y por serlo, Jesús decide sanarla... Pero además decide alabarla
públicamente por su fe, y darle un regalo adicional: el regalo de la Paz de Cristo.
Inmediatamente después, llega una terrible noticia para Jairo, presentada en tono de consejo: “Ya no molestes al Maestro, tu
hija ha fallecido”. Esa debe ser una de las peores noticias que se le pueda dar a un ser humano. “Tu hija (la nena que tanto
amas, la ternura de tu vida, la esperanza de tu mujer, el tesoro que guardabas en tu casa, el báculo de tu vejez...) ha
muerto. Se fue”. Podemos imaginar el corazón de Jairo, desesperado, hecho trizas, alzando la mirada llena de lágrimas y
desesperación a Jesús; temblando con el peso de lo irreparable, presa de la mayor desesperación.
Cuántas veces, a lo largo de nuestras vidas, llegamos ante Cristo-Eucaristía en condiciones similares a las de Jairo,
aplastados, derrotados, desesperados y muertos de miedo, y recibimos la misma respuesta que el Señor le dio a él: “No
tengas miedo, solamente ten fe”.
Esas palabras, dichas por Jesús con tanta sencillez, resumen todo lo que Él vino a enseñarnos. “No tengas miedo, estás
conmigo, nada te puede suceder de malo. Pon paz en tu corazón, porque aquí estoy Yo, para ayudarte y consolarte, para
evitar que el mal se adueñe de ti... Lo que de verdad importa, es la Vida Eterna, esfuérzate por vivirla junto a Mí...”
Es ese "no tengas miedo" que se repite decenas de veces a lo largo de la Biblia (cuando sucede un evento especial,
enviado del cielo). Ese no tengas miedo que le dijo el Ángel a María, que Dios les había dicho a Abraham y a Moisés, y a
tantos otros, significa para nosotros: "No mires lo malo que está sucediendo, no te dejes caer en manos de Satanás, que
quiere verte destrozado, alza la mirada y ve Quién es el que está a tu lado: Mírame, que estoy Yo contigo”.
Y termina con la clave que soluciona todo: “¡Ten fe!”. Dos palabras, que significan tantísimo en nuestro camino de
salvación, que son las que no solamente logran la resurrección, como con la hija de Jairo, sino que encierran la clave total
de la existencia humana, puesto que tener fe no es solamente decir “yo creo”, es vivir en santa paz, pase lo que pase.
"Yo creo" quiere decir: "Estoy firmemente convencido de la presencia de Jesús en mi vida, lo reconozco como mi Dios y mi
Salvador, acepto su doctrina como mi forma de vida; acato todas sus enseñanzas y las trato de poner en práctica todos los
días que me regala el Señor”. ¡Pero trato, de verdad y con esfuerzo, porque sé que no es nada, nada fácil!
3.- Preguntas para orientar la reflexión: (Leer pausadamente cada inciso, y dejar un instante de silencio después de cada
pregunta, para permitir la reflexión de los hermanos)
a) ¿Siento verdaderamente una profunda necesidad de Dios? ¿Qué necesito que Dios cure en mí? ¿Qué vacíos, heridas,
traumas, dolores, vicios o hábitos debo pedirle al Señor que sane, para ayudarme a crecer en santidad?
b) ¿Tengo la FE suficiente para “robarle” a Jesús el milagro de santificarme?
c) Si por desgracia he caído en pecado, ¿me doy cuenta de que para el Señor no estoy muerto, sino que duermo, porque Él
puede “resucitarme” con su perdón? ¿Con qué frecuencia estoy recurriendo a la Confesión?
d) ¿Intento transmitir la Paz de Cristo, cuando todos parecen haber perdido la fe y la esperanza? ¿Lo hago cuando reinan la
confusión o la discordia?
4.- Comentarios de los hermanos: Luego de unos momentos de silencio, se concederá la palabra a los integrantes de la
Casita, para que expresen sus opiniones. Se buscará la participación de todos.
5.- Concordancias del Evangelio con el Catecismo de la Iglesia Católica. Cánones: 166, 152, 2115, 2117
166 La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto
aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la
vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a los demás. Nuestro amor a Jesús y a los hombres
nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no
puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.
152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es
Jesús. Porque “nadie puede decir: 'Jesús es el Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo”. “El Espíritu todo lo sondea,
hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Sólo Dios conoce a Dios
enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios. La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin embargo, la actitud cristiana justa consiste en
entregarse con confianza en las manos de la providencia, en lo que se refiere al futuro, y en abandonar toda curiosidad
malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir una falta de responsabilidad.
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2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para
ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-, son gravemente
contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de
dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica
con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a
las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad
del prójimo.
6.- Reflexionando con la Gran Cruzada:
CM 21 ¿Acaso no transformé el agua en vino y dándolo a beber a la gente mostré Mi gracia y Mi poder?... En la ciudad de
Naim, ¿no resucité al hijo de una viuda? En el desierto de Judea, en Samaria, en Galilea y en Cafarnaún, ¿no demostré Mi
compasión y Mi amor? Lo mismo que hice hace dos mil años, estoy haciéndolo hoy en el corazón y en las familias de
quienes creen en Mi nombre, en el poder de Mi nombre. Esto es lo que el hombre de hoy necesita hacer: Creer en Mí, y para
creer en Mí necesitan conocerme, meditar, vivir Mi Palabra con la fuerza de Mi Espíritu.
7.- Virtud del mes: La Obediencia (Cánones: 143—144—511—532—892—2251)
Esta Semana veremos el canon 143, que dice lo siguiente:
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su
asentimiento a Dios que revela (Cfr. DV 5). La Sagrada Escritura llama “obediencia de la fe” a esta respuesta del hombre a
Dios que revela (Cfr. Rom 1,5; 16,26).
Y La Gran Cruzada nos dice al respecto
ANA 100 Aprendan a reconocer Mis Palabras en la gente discreta que no va haciendo alarde. Yo Estoy fuera del ruido, del
espectáculo, de aquellos a cuantos se les va la fuerza por la boca; de quienes ponen fácilmente de manifiesto las Gracias
recibidas. No olviden que en la tierra, todo lo grande ha comenzado siendo pequeñito. Lo que nace grande es monstruoso
y muere pronto. Mi vida pasó 30 años inadvertida; con Mis elegidos hago lo mismo, ladrillo a ladrillo.
Mis obras no son palanca ni peldaño. Urge en ustedes el apostolado de la inteligencia, del discernimiento... Alégrense si
ven que otros trabajan en buenos Apostolados, pidan para ellos la gracia abundante; pero ustedes, a su camino,
persuádanse de que no tienen otro. En el trabajo apostólico, no se perdona la desobediencia ni la doblez... Sencillez no es
imprudencia ni indiscreción.
Tienen obligación de santificarse. A todos, sin excepción dije: Sean perfectos, como Mi Padre Celestial es perfecto...
8.- Propósitos Semanales:
- Con el Evangelio: Esta semana pediré al Señor por algún pariente o amigo que está en problemas, y lo visitaré llevándole
el consuelo que Jesús quisiera mandarle por mi intermedio
- Con la virtud del mes: Miraré los trabajos de mi apostolado como regalos de la Providencia Divina, y los realizaré con
alegría, amor y fraternidad con mis compañeras (compañeros); haré de la santa obediencia, un estilo de vida.
9.- Comentarios finales: Se concede nuevamente la palabra para referirse a los textos leídos (del Catecismo o de la Gran
Cruzada) o a cualquier otro tema de interés para la Casita, para el Apostolado o la Iglesia en general.
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