gEogrAfÍA y SiStEMAS dE inforMACiÓn gEográfiCA EVoLUCiÓn
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Revista Geográfica de América Central Nº Especial. I Semestre pp. 15-67 GEOGRAFÍA Y SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA EVOLUCIÓN TEÓRICO-METODOLÓGICA HACIA CAMPOS EMERGENTES1 GEOGRAPHY AND GEOGRAPHIC INFORMATION SYSTEMS. THEORETICAL AND METHODOLOGICAL DEVELOPMENTS INTO EMERGING FIELDS Gustavo D. Buzai2 Resumen Los Sistemas de Información Geográfica han generado, al mismo tiempo, una revolución tecnológica y una revolución intelectual. La primera pone su atención en los métodos y técnicas de Análisis Espacial y la segunda en las formas de estudiar y comprender la realidad centrándose en una focalización espacial. El presente trabajo analiza de que manera ambas revoluciones ubican a la dimensión espacial en el centro de atención de múltiples ciencias. Se analizan los conceptos centrales de Análisis Espacial y la amplitud Geoinformática para dar paso al surgimiento de otras geografías (Geografía Automatizada y Cibergeografía), campos interdisciplinarios (Geoinformática y Geografía Global) y campos transdisciplinarios (Ciencias de la Información Geográfica y Ciencias Sociales Integradas Espacialmente) como perspectivas de estudio generadoras de nuevos conocimientos. 1 Este documento se presentó como la Conferencia Magistral de apertura del Eje Ciencias de la Información Geográfica, durante el Encuentro de Geógrafos/as de América Latina (EGAL, 2011), evento realizado del 25 al 29 de julio de 2011, Costa Rica. 2 Universidad Nacional de Luján, Argentina. Programa de Estudios Geográficos. Argentina. Correo electrónico: buzai@uolsinectis.com.ar Fecha de recepción: 01 de agosto de 2011 Fecha de aceptación: 30 de setiembre de 2011 Revista Geográfica de América Central • Número Especial –15 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Palabras clave: Sistemas de Información Geográfica, Análisis Espacial, Geoinformatica, Geografía Automatizada, Geografía Global Abstract Geographic Information Systems have generated, at the same time, a technological and an intellectual revolution. The first draws attention to the methods and techniques of spatial analysis and the second in the ways of studying and understanding reality by focusing on spatial topics. This paper discusses how both revolutions locate the spatial dimension in the center of attention of many sciences. It discusses the concepts of spatial analysis and Geoinformatic ranges to make way for the emergence of other geographies (Automated Geography and Cybergeography), interdisciplinary fields (Geoinformatics and Global Geography) and transdisciplinary fields (Geographic Information Science and Spatially Integrated Social Science) as prospects for generating new knowledge. Keywords: Geographic Information Systems, Spatial Analysis, Geoinformatics, Automated Geography, Global Geography Introducción Los Sistemas de Información Geográfica (SIG) produjeron una revolución tecnológica, pero principalmente producen, en la actualidad, una notable revolución intelectual. Esta revolución intelectual se centra en el espacio geográfico, ya que toda aplicación realizada mediante el uso de los SIG se basa en cinco conceptos fundamentales de neta naturaleza espacial, localización, distribución, asociación, interacción y evolución espacial. Estos conceptos brindan un hilo conductor para el desarrollo y la aparición de nuevos campos de conocimiento que se perfilan en lo que podría denominarse una nueva geografía aplicada. Asimismo, se puede hablar de campos emergentes, como se expresa acontinuación: Desde un punto de vista disciplinario, la Geografía automatizada aparece como la revalorización de la geografía cuantitativa en el ambiente computacional, en el que la realidad se transforma en un modelo digital de tratamiento y de análisis. Junto a esta también aparece la cibergeografía en relación con los estudios espaciales del ciberespacio, es decir, estos nuevos espacios que se encuentran en las pantallas de las computadoras. Desde un punto de vista interdisciplinario, la geoinformática surge como la combinación de software, para el tratamiento de la información gráfica y alfanumérica, con el núcleo provisto por la tecnología SIG, además, aparece la geografía global formada por los conceptos y los métodos geográficos de análisis espacial que se estandarizaron, de forma digital, 16– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes para difundirse mediante las computadoras, en las más diversas prácticas disciplinarias. Desde un punto de vista transdisciplinario surgen dos nuevas ciencias: las ciencias de la información geográfica, un campo basado en la geotecnología, con posicionamientos teóricos centrados en la Geografía, y recientemente con iniciativas que avanzan hacia la delimitación conceptual y técnica de las ciencias y tecnologías de la información geográfica, como disciplina científica específica. Las ciencias sociales integradas espacialmente formada por diversas ciencias sociales que comienzan a reconocer la dimensión espacial como fundamental para el análisis de la realidad compleja. En todas ellas, la Geografía se posiciona como ciencia central, y, en este sentido los SIG no pueden considerarse solamente como instrumentos técnicos, sino también como herramientas teóricas que permiten pensar y actuar espacialmente. Frente a este panorama de creciente fragmentación, se pueden destacar algunos aspectos específicos de la evolución científica, en la que la investigación científica, como tarea para la producción de conocimiento científico, avanza hacia la necesidad de aplicación de estos conocimientos a favor de la sociedad, esto implica la creación de tecnología en el nivel de ciencia aplicada. Como es propio de una ciencia en evolución, la Geografía desarrolla nuevos campos de conocimiento, al ampliar sus especialidades y dirigirse hacia relaciones interdisciplinarias para el estudio de temas específicos, en los que apartarse del núcleo temático de cada disciplina presenta mayor riqueza y posibilidades. De todas formas, se considera que solamente a través de disciplinas sólidas, con un buen nivel de especialización puede surgir un efectivo trabajo interdisciplinario. Finalmente, el camino transdisciplinario aparece como el estadio de mayor complejidad, ya que en este caso cada disciplina particular debe diluir contenidos en un cuerpo de conocimientos nuevo que se forme por conceptos integrados en una teoría general aplicable al conjunto de campos de conocimiento que le dan origen. En este contexto será analizada la relación entre Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –17 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Definiciones operativas en el contexto SIG Al analizar el pensamiento geográfico, generalmente, se rescata el concepto de paradigma, propuesto por el historiador de la ciencia Thomas Kuhn. Este surge de un modelo que tiene alta correspondencia con el desarrollo de las ciencias duras, y permite verificar, aunque con algunos desfases, las características que ha tenido la Geografía como ciencia particular. La definición más usual de paradigma establece que son “...realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” (Kuhn, 1970,p.), esta consideración, sin duda, muestra que la objetividad científica prácticamente no es posible, ya que un paradigma no solamente es una estructura que nos permite mirar el mundo de una determinada forma, sino que principalmente, se encontrará inserta en la legitimidad que puede darle su institucionalización. La Geografía ha desarrollado, a lo largo de su historia, diferentes maneras de ver la realidad, las cuales han sido consideradas principalmente como diferentes paradigmas de la Geografía surgidos de cambios revolucionarios. A continuación, prestaré atención a las definiciones producidas a partir de las perspectivas ecológica, corológica y sistémica, las cuales interactúan muy estrechamente con el nivel focal de los Sistemas de Información Geográfica, y proporcionan las bases de su relación con la eografía aplicada. Se puede mencionar la existencia de un largo período pre-paradigmático, en el cual no solamente se llevaron a cabo programas de investigaciones individuales y separadas, sino que constituyeron el prolegómeno de una gran crisis científica experimentada por la Geografía a finales del siglo XIX, generada por una gran especialización del conocimiento. La acumulación progresiva de conocimientos brindó objetos de estudios específicos para la aparición de una gran cantidad de nuevas disciplinas denominadas Ciencias de la Tierra, que adquirían individualidad al separase de la Geografía como ciencia madre. La Geodesia se ocupa de las dimensiones terrestres, la Geofísica del campo magnético, la Climatología y la Meteorología se convierten en ciencias de la atmósfera, la Oceanografía e Hidrología estudian los cuerpos de agua, la Geología se ocupa del subsuelo a través de la Mineralogía, Estratigrafía, Tectónica, Sismología y Geomorfología, y la Biogeografía 18– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes se desarrolla como rama de la Biología y aborda el estudio de la evolución de la distribución espacial de animales y plantas sobre el planeta; al quedar en evidencia que una única ciencia no podía abarcar todo ese conocimiento, la pregunta es cual debería ser el objeto de estudio de la Geografía para definirse como ciencia específica, y no desaparecer fragmentándose entre diversas disciplinas que abarcaban cada uno de sus contenidos temáticos iniciales. A finales del siglo XIX, el libro Anthropogeografía de Friedrich Ratzel brindaría una respuesta al incluir al/a la hombre/mujer y sus actividades. Por lo tanto, la Geografía, sin dejar de lado su condición naturalista, incluyó definitivamente al/a la hombre/mujer y se convertiría en la única disciplina que estudiaría una relación. Como primera definición, la Geografía se explicó desde un punto de vista ecológico, como la ciencia que estudia la relación entre el hombre/ mujer y su entorno, entre la sociedad y el medio. La Geografía encontró, de esa manera, un lugar en el contexto de las ciencias, pero lo hizo como ciencia humana. A pesar de que esta definición puede fecharse a finales del siglo XIX, actualmente desde los Sistemas de Información Geográfica, se puede decir que los estudios realizados consideran principalmente las manifestaciones espaciales surgidas de la relación entre la sociedad y su medio. La Geografía como ciencia humana es la que posibilitó el mantenimiento de una cierta unidad en los estudios geográficos por poco más de cien años. Los/las geógrafos/as actuales estamos de acuerdo en que nuestros programas de investigación se apoyarán en el estudio de las relaciones entre la sociedad y el medio, es decir, que, si no hay un componente humano no puede haber investigación en Geografía. Al apoyarse en la obra de Bernard Varenius, realizada en el siglo XVII (Varenius, 1974), y desarrollar su estudio especial que había quedado inconcluso, se puede considerar que los estudios de Paul Vidal de la Blache, a inicios del siglo XX (Ratzel, 1882 y 1891), marcan el inicio de la llamada geografía regional, perspectiva de análisis que se convertiría en central durante las primeras décadas del siglo. El objeto de estudio de la geografía regional es la región. El método de análisis se basa en la descripción, porque considera a la región como una realidad objetiva, única e irrepetible. La región es previa al/a la Revista Geográfica de América Central Nº Especial –19 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields investigador/a, este/a debía reconocerla, y una vez definida se convierte en marco espacial en el cual se deben estudiar las manifestaciones paisajísticas de las combinaciones físicas y humanas, que se producían en su interior de manera particular y específica. Mientras las perspectivas geográficas de Friedrich Ratzel y de Paul Vidal de la Blache se basaron filosóficamente en el postivismo de Auguste Comte, aparecería en la misma línea una propuesta de impacto racionalista con el trabajo de Hartsohrne (1939 y 1959) (postura neokantiana tomada de los trabajos previos de Alfred Hettner) justificada en la clasificación de las ciencias realizada por Windelband (1970). Tanto en la postura regional como en la actualización racionalista se consideraba que la Geografía estudiaba –al igual que la Historia- los aspectos únicos e irrepetibles, por lo cual es una ciencia de carácter idiográfico. La diferencia fundamental está dada por la característica constructivista que se separa del empirismo. Entonces, para esta nueva postura, la región ya no se considerada una realidad objetiva, sino que pasó a ser una construcción racional realizada por el/la investigador/ra. El método de superposición de mapas, que lleva a la realización de una clasificación espacial desde arriba (de lo general a lo particular), se transforma en un procedimiento central que permite poner límites en el espacio geográfico y definir áreas homogéneas. Aunque estas áreas también eran consideradas únicas e irrepetibles, la posibilidad de construcción fue la base para los siguientes desarrollos. Como una segunda definición, la Geografía quedó definida desde un punto de vista corológico como la ciencia que estudia la diferenciación de espacios sobre la superficie terrestre. A pesar de que la definición apareció a finales de la década de 1930, actualmente desde los Sistemas de Información Geográfica, se puede decir que la totalidad de estudios realizados consideran, sin dudas, el estudio de la diferenciación espacial. El contexto histórico de mediados de siglo, en el cual la segunda guerra mundial cumplió un papel preponderante para el desarrollo científicotecnológico ligado a las actividades militares, luego la necesidad de reconstrucción y posteriormente la carrera espacial, favorecieron un gran impulso a las ciencias físico-matemáticas, y, con ello, un importante impacto cuantitativo a las ciencias sociales en general y a la Geografía en particular. 20– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes El cambio de visión estaría volcado hacia la búsqueda de un análisis geográfico científico, un nuevo paradigma que desestima la visión idiográfica y se vuelca hacia la generalización como método de análisis de una ciencia nomotética (Schaefer, 1953). En el período de ciencia normal, dominado por lo que sería considerado un paradigma cuantitativo, predominan los estudios en los que se modela la realidad en la búsqueda de leyes científicas. El abordaje geográfico es principalmente espacial, y la región se construye, pero el cambio metodológico establece que esta construcción se produce a partir de la utilización de métodos cuantitativos. Finalmente, una tercera definición, la Geografía se define desde un punto de vista sistémico, como la ciencia que estudia las leyes que rigen las pautas de distribución espacial. Desde un punto de vista sistémico, gran cantidad de estudios realizados con Sistemas de Información Geográfica pueden utilizarse para corroborar modelos espaciales y tomar referencia de diferentes leyes del comportamiento espacial. Las posturas enumeradas se desarrollaron durante las primeras siete décadas del siglo veinte. Posteriormente, transcurrieron un gran número de sucesos históricos que llevaron a un contexto propicio para la radicalización de las ciencias, a finales de la década de 1960 y principios de la década de 1970 (Peet, 1977), los cuales generaron las perspectivas radicales (radicalmente opuestas al cuantitativismo) en dos vertientes: la geografía crítica y la geografía humanista. El paradigma crítico se presenta en favor de una Geografía comprometida para la transformación de la realidad social y, a través de poner en evidencia la crisis de la continua diferenciación producida por el sistema capitalista, intenta ayudar a cambiar el orden establecido. En este sentido, se critica la cuantificación como una línea de abordaje que se orienta a apoyar el status quo. Los estudios basados en el paradigma crítico apuntan al estudio de la relación que existe entre la Geografía y la dominación de clases sociales, a partir de las pautas superestructurales en la sociedad capitalista, por este motivo, las formas particulares de esta relación comienzan a ser estudiarse basándose en otras disciplinas, principalmente la Economía, la Sociología y las ciencias políticas. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –21 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Lo que surge como espacial, en este enfoque, es la consideración de que el espacio geográfico es un reflejo de las características económicas y políticas más amplias, y que si se quiere modificar la injusticia socioespacial, habría que actuar en estos niveles, porque el espacio geográfico quedaría como una dimensión contextual. Una importante cantidad de autores/as consideran esta situación, y muchos/as, desde las posturas críticas, intentan recobrar la dimensión espacial que quedó disminuida (Baxendale, 2000). Por otra parte, la postura humanista también es radicalmente opuesta a la geografía cuantitativa, sin embargo, a diferencia del paradigma crítico, esta valoriza aspectos del mundo exterior e interior del ser humano, tales como la percepción, los valores y las aptitudes hacia el ambiente. La Geografía intenta comprender estos mundos individuales con categorías idiográficas que no se prestan al análisis científico (Relph, 1976). Al considerar la Teoría de los Sistemas Complejos, la totalidad de estas líneas de abordaje propias de diferentes paradigmas, que han evolucionado durante poco más de un siglo, pueden comprenderse en el marco de un universo estratificado, en el cual cada una de ellas se refiere a una escala de análisis diferente, pero con vínculos, a veces contradictorios y, en determinadas ocasiones, complementarios. Esta evolución puede definirse temporalmente a través de ciclos: El ciclo más común en la historia del pensamiento geográfico se define a través de los períodos de ciencia normal de 20-25 años de duración, para las diferentes sucesiones paradigmáticas, aunque estos corresponden a la sucesión de posturas filosóficas amplias como las del historicismo y el positivismo. Las “olas” de surgimiento positivista se producen detrás de estos ciclos cortos, en períodos que duplican el tiempo a 50 años (ciclos de Kondratieff): Positivismo geográfico (a ligado a la biología evolucionista a finales de siglo XIX, (b ligado a la lógica-matemática a mediados del siglo XX, y (c ligado a la Informática de finales de siglo XX y principios del XXI. 22– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Figura 1. Ciclos del pensamiento geográfico Fuente: Elaboración del autor La figura 1 introduce a la situación actual, en la cual corren paralelas cuatro perspectivas de la Geografía: la geografía automatizada (enfoque central en esta presentación), la geografía postmoderna, la geografía humanista y la ecología de paisajes. Queda establecido que estas no son nuevos paradigmas, sino que son revalorizaciones (Buzai, 1999). REVALORIZACIÓN DE CINCO CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL NÚCLEO GEOGRÁFICO Localización El concepto considera que todas las entidades (con sus atributos asociados) tienen una ubicación específica en el espacio geográfico. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –23 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Esta ubicación puede verse de dos maneras complementarias. Si se apela al denominado espacio absoluto corresponde a un sitio específico y fijo de emplazamiento, sustentado por la topografía local, y si se apela al denominado espacio relativo corresponde a una posición específica y cambiante, respecto de otros sitios con los cuales se pueden establecer vínculos funcionales. El sitio se encuentra referenciado a un sistema de coordenadas geográficas (latitud-longitud) que no cambia con el tiempo, y a partir del cual se le asignarán valores cuantitativos precisos de su ubicación. Por ejemplo, según datos oficiales de la Argentina (IGM, 2001), la ciudad de Buenos Aires se localiza exactamente en los 34°36´ de latitud sur y los 58°23´ de longitud oeste, y la ciudad de Mar del Plata en los 38°00´ de latitud sur y los 57°33´ de longitud oeste. La posición queda referenciada a partir del uso de diferentes escalas, es decir, diferentes formas de medición (tiempos, costos, energía) con resultados que generalmente cambian ante el avance tecnológico. De esta manera, entidades que durante toda su existencia se encuentran localizadas en el mismo sitio, considerando una evolución temporal, cambian de posición. Por ejemplo, si bien las ciudades de Buenos Aires y Mar del Plata se han encontrado siempre localizadas en las mismas coordenadas y a una distancia de 405 kilómetros, en un espacio relativo medido en una escala representada por el tiempo se han acelerado constantemente, como ejemplo se puede considerar el uso de automóviles antiguos, de finales de la década de 1940, en la vieja ruta 2 de un carril en cada sentido (distancia aproximada = 8 horas), hasta el uso de automóviles actuales en la actual autovía 2 (distancia aproximada = 5 horas). Esto podría interpretarse como una reducción de la distancia entre las dos ciudades en aproximadamente un 40%. Estas situaciones son las que normalmente llevan a considerar un achicamiento del mundo. En este sentido, al conciderar la evolución del transporte, el planeta Tierra podría rodearse por el Ecuador (40.075 kilómetros) en diferentes tiempos (Buzai y Baxendale, 1997): hombre/mujer a pie (1 año, 1 mes y 24 días), carreta a caballos (5 meses y 13 días), barco a vapor (29 días y 7 horas), automóvil (23 días y 20 horas), tren (16 días y 17 horas), avión pequeño (3 días), avión de pasajeros/as (1 día y 16 horas), nave espacial tripulada (10 horas) y nave interestelar sin tripulación (1 hora). 24– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Todo esto indica que, desde un punto de vista tecnológico, mientras los sitios (lugares)3 siempre se encuentran en la misma ubicación y las distancias físicas son las mismas, las posiciones en el espacio relativo varían y se acercan constantemente, a partir del avance tecnológico en materia de circulación (transporte, comunicaciones), es decir, que el mundo se hace más pequeño, y esto puede generar nuevas configuraciones en la distribución espacial de las entidades geográficas. Se destaca para finalizar, que la máxima evidencia actual de este achicamiento del espacio a través del tiempo lo producen las actuales tecnologías de la información y las comunicaciones, tema que será tratado en el apartado contextual (#5). Distribución espacial El concepto considera que el conjunto de entidades de un mismo tipo se reparten de una determinada manera sobre el espacio geográfico. Estas pueden ser puntos, líneas o polígonos (áreas) con diferentes atributos asociados con el sistema vectorial, o con localizaciones dispersas que representan puntos y zonas con clases similares contigüas en sistema raster. Las manchas de entidades geográficas puntuales pueden transformarse en áreas de diferente forma y extensión. Las transformaciones en el formato espacial de las entidades (de raster a vectorial y de vectorial a raster) en sistema SIG se realizan con motivo de buscar la mayor aptitud en el posterior análisis espacial. Las distintas características, medidas en entidades de naturaleza espacial, difícilmente se distribuyen de manera homogénea, por lo tanto, es común que las distribuciones que presentan concentraciones varíen de un sector a otro. Considerada como distribución puntual, esa mancha de entidades puede tener una estructura espacial concentrada, aleatoria (sin un patrón definido) o regular (distribución uniforme, también considerada dispersa), aspectos que pueden medirse a través de un análisis de vecindad. Considerada como intensidad, cualquier variable puede distribuirse en un área 3 Un “sitio” se considera “lugar” cuando se nombra, es decir, cuando una localización abstracta (identificada por sus coordenadas geográficas) se convierte en una localización identificable por su nombre y a la cual también se le pueden asignar valores producidos por las experiencias personales. El concepto tiene gran amplitud. La posibilidad de utilizarlo en un análisis espacial enmarcado geográficamente aparece en Haggett (1988). Para la perspectiva humanista el concepto es central como experiencia humana y en escalas muy diversas: desde un rincón en el hogar hasta el planeta Tierra, en el que nuevamente se verifica con claridad que el objeto de análisis no está representado por el espacio geográfico, sino por el pensamiento del individuo (Tuan, 1977). Revista Geográfica de América Central Nº Especial –25 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields de estudio en base a los procedimientos típicos de la cartografía temática, mediante la selección de intervalos de clase y la densidad, la distribución espacial podría considerarse (tomando como modelo la terminología estadística) como una frecuencia con la que estos hechos se reparten sobre el espacio geográfico. Desde el punto de vista de la geometría espacial pueden incluirse aquí los estudios correspondientes a las formas de las entidades areales, tema que ha sido considerado central en el trabajo clásico de Bunge (1962), en cuyo capítulo 3, titulado A Measure of Shape (pp. 73-88), brinda algunos fundamentos iniciales para su cuantificación. Además, se debe destacar, que considera a la forma como una muy importante propiedad, que vincula fuertemente las manifestaciones empíricas con gran parte de la teoría geográfica. Los estudios de la forma espacial privilegian generalmente el análisis de las unidades político-administrativas, que dividen el territorio en un mosaico de perfecta contigüidad. El problema práctico a ser resuelto sería poder repartir las superficies con la mayor eficacia posible, respecto a los diferentes centros existentes. Según Haggett (1977), esta eficacia estaría dada por la minimización de los movimientos desde el centro de cada área hasta sus sectores periféricos, y la minimización en el tamaño de los límites. Ambas cuestiones resultan fundamentales para una administración racional desde un punto de vista espacial. Al conciderar búsqueda de eficacia en ambos componentes mencionados, se ha establecido que los polígonos regulares brindan mejores resultados que los polígonos irregulares, que el círculo es el polígono regular de mayores condiciones deseables y que los hexágonos son los polígonos regulares que conservan las propiedades más cercanas a las del círculo. Se debe recordar que el geógrafo alemán Christaller (1933), al formular la Teoría de los Lugares Centrales, resolvió con hexágonos la definición de áreas de influencia ideales entre centros dispuestos regularmente en espacio regional. Un índice de forma (S), presentado por Haggett (1977), es sumamente ilustrativo, para verificar el grado de semejanza entre la forma analizada y el círculo (figura de mayor eficiencia = 1). En el caso de las divisiones político-administrativas de Brasil, se encuentran valores de S=0,06 para municipios muy alargadas, o de S=0,93 para municipios compactos. Las 26– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes tres figuras regulares presentan los siguientes valores: triángulos (0,42), cuadrados (0,64) y hexágonos (0,83). Asimismo, se han propuesto numerosos índices para medir las formas de las unidades espaciales. Una aplicación concreta realizada a la división política-administrativa departamental de la Argentina corresponde al trabajo de Sánchez (1991). En cuanto al análisis geométrico, también se han incorporado novedosos avances que intentan modelar las formas con mayor capacidad de acercamiento al mundo real. En este caso, apartándose de las formas fijas basadas en la geometría euclideana, que generalmente se evidencia ante la actividad humana planificadora (las divisiones político-administrativas mencionadas anteriormente son un claro ejemplo), y brindan mayor poder de acercamiento a las estructuras espaciales siguiendo el concepto de área natural.4 Otra posibilidad de análisis de las distribuciones espaciales puede realizarse a través de la geometría fractal, la cual, considerada una nueva geometría de la naturaleza, tiene como objetivo cuantificar las formas de los objetos reales teniendo en cuenta sus irregularidades y su fragmentación. A diferencia de la geometría tradicional (Euclidiana), en la cual los cálculos presentan dimensiones enteras (1D, 2D y 3D), la aproximación fractal, por su parte, mide la dimensión física efectiva denominada dimensión fractal, la cual puede adquirir valores fraccionarios. Estas dimensiones junto a la autosimilitud, es decir, a la no variación de las formas ante los cambios de escala, se convierten en las propiedades fundamentales que son utilizadas en la modelización de las entidades geográficas.5 Hace más de una década, al analizar la evolución espacial de la aglomeración de Buenos Aires, entre 1869 y 1991, y al tener desplegada en la pantalla de la computadora la capa temática correspondiente al año 1947, El concepto área natural surge de los estudios de Ecología Humana en las aplicaciones urbanas realizadas por la Escuela de Chicago. Se relaciona con la existencia de estructuras espaciales que se desarrollan a través de comportamientos propios y sin planificación. Son crecimientos espontáneos de estrecho vínculo entre la cultura y el espacio. El concepto fue propuesto por Zorbaugh (1974) y tenido en cuenta en Buzai (2003a), al momento de interpretar los resultados obtenidos por radios censales delimitados con un minúsculo apoyo empírico. 5 Como ejemplo de una autosimilitud perfecta puede mencionarse la estructura espacial producida por la Teoría de los Lugares Centrales, en la cual se produce una jerarquía urbana en niveles de áreas de influencia hexagonales perfectas. Este desarrollo se considera uno de los modelos de localización clásico (con una racionalidad en la economía clásica) y se la encuentra considerada como antecedente infaltable en todo libro de geografía económica, tanto en obras tradicionales (Buttler, 1986) como en obras producidas en las siguientes décadas (Polése, 1998 y Méndez, 2008). La relación de la geometría fractal con la teoría de los lugares centrales fue puesta como foco de atención en el trabajo de Arlinghaus (1985). 4 Revista Geográfica de América Central Nº Especial –27 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields colegas físicos/as integrantes de diferentes grupos de investigación y compañeros/as de la misma institución6 se interesaron por esta imagen como estructura fractal. Particularmente no conocía con claridad los fractales (más allá de haber visto publicadas algunas imágenes de apariencia psicodélica) y mis colegas no conocían que era exactamente una aglomeración urbana modelizada por la Geografía, a través de un SIG de formato raster (más allá de ver que era una figura irregular y fragmentada). Luego de algunas semanas de trabajo coordinado en una aproximación pluridisciplinaria entre la Geografía (ciencia coordinadora) y la Física, se presentaron en Buzai, Lemarchand y Schuschny (1997 y 1998) los resultados de las dimensiones fractales de Buenos Aires. Los cálculos se realizaron tanto para su superficie (areal) como para su contorno (lineal), brindando resultados comparables a los que se habían obtenido en estudios urbanos anteriores, y que se tomaron como referencia (Frankhauser, 1991, Makse, Havlin y Stanley, 1995 y Peterson, 1996). La temática, en cuanto a la relación entre las formas espaciales (geometría) y los procesos socioeconómicos (contexto), se trató en Buzai y Baxendale (1998), y desde un punto de vista teórico-metodológico se desarrollo en Buzai y Baxendale (2006a). Pueden verse distribuciones espaciales en elementos puntuales repartidos en un área de estudio (la distribución espacial de las salas de atención primaria de salud en una ciudad de tamaño intermedio puede dar una idea de las áreas urbanas en las que existe deficiencia del servicio), en elementos lineales (la distribución espacial de las vías de comunicación brinda orientación para la detección de las áreas de máxima conectividad), en un mapa de clasificación de usos del suelo (definir las áreas de clasificación residencial permite una aproximación para la determinación de localizaciones de usos no compatibles), simplemente en un mapa temático de cualquier variable espacializada (la distribución espacial de las Necesidades Básicas Insatisfechas permite una aproximación al mapa social del área de estudio), en cálculos de densidad (la distribución espacial de la densidad de población permite ver disparidades en cuanto a la presión que tendrá la dotación de servicios) o en los análisis geométricos como el estudio de formas de las cuales la irregularidad y la fragmentación pueden verse desde un punto de vista fractal. 6 Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires. 28– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes El concepto de distribución, como se ha visto, es un concepto central del análisis geográfico, inclusivo hasta considerarse el foco de atención de la Geografía, y resulta principalmente útil cuando el objetivo es comenzar una investigación, a partir de tener una primera aproximación a través de las diferenciaciones de espacios en el área de estudio. Asociación espacial El concepto considera el estudio de las semejanzas encontradas al comparar distintas distribuciones espaciales. La forma de comparación más clara y directa es el análisis visual que se puede realizar con posterioridad a la superposición cartográfica de ambas distribuciones. A través de este procedimiento, una distribución espacial A se puede superponer a una distribución espacial B, y de esa manera verificar su grado de asociación en base a una proporción de correspondencia. Cuanto más grande sea la superficie de superposición mayor será la asociación existente entre ellas. Desde un punto de vista geométrico, y al considerar la superficie de intersección (teoría de conjuntos) entre las dos distribuciones, se puede calcular el Índice de Correspondencia Espacial (ICE) al dividir el valor de la superficie de intersección por el valor de la superficie de la distribución espacial de menor extensión. El ICE arrojará un valor cero (0) cuando no haya contacto, y uno (1) cuando la correspondencia espacial de la distribución menor respecto a la mayor sea completa.7 Desde un punto de vista racionalista, el método de superposición (búsqueda de coincidencias espaciales) es un procedimiento clave de la Geografía como ciencia (Rey Balmaceda, 1973), al permitir una construcción regional por divisiones lógicas. Un cierto número de distribuciones espaciales de diferentes temas, cada uno con sus propias categorías se superponen para formar una gran fragmentación de áreas homogéneas (consideradas regiones geográficas) de diferentes características combinadas. El procedimiento de superposición genera una ampliación del detalle espacial a medida que se van incorporando mayor cantidad de temas, es decir, a medida que se superponen mayor cantidad de mapas. El incremento 7 En geometría la relación se realiza sobre la superficie de unión, al ser ambos conjuntos de igual tamaño. En Geografía el índice funcionaría de esta manera si ambas distribuciones espaciales tienen la misma superficie y forma. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –29 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields en la cantidad de mapas brindará como resultado mayor cantidad de áreas con crecientes niveles de homogeneidad interna. Los primeros desarrollos de SIG reconocen al análisis por superposición temática como un procedimiento central a realizarse con las capas temáticas digitales de la base de datos. Desde el punto de vista de la historia oficial de la tecnología SIG, se considera el trabajo realizado por Ian McHarg (1969) como aquel que brindó las bases metodológicas de la tarea, aunque desde un punto de vista geográfico la construcción regional, mediante el uso de documentos cartográficos superpuestos, había sido considerada central mucho tiempo antes por el geógrafo francés Max Sorre (1947-1948). Al seguir con esta línea de análisis, cuando en cada mapa se separan exclusivamente las áreas que presentan aptitud para una finalidad determinada y luego se realiza la correspondiente superposición, se está incursionando en uno de los procedimientos básicos (denominado método booleano) de las llamadas técnicas de evaluación multicriterio. Estas técnicas explicadas en detalle en diversos libros (Eastman, Kyem, Toledano y Jin, 1993, Malczewski, 1999;, Gómez y Barredo 2006 y Buzai y Baxendale, 2006a) han demostrado excelente aptitud en la búsqueda de sitios candidatos para encarar una localización. Asimismo, y de acuerdo a nuestra experiencia, combinan una importante cantidad de procedimientos del modelado cartográfico8 presentando una gran capacidad didáctica (Buzai, 2004). Los actuales procedimientos centrados en la visualización de la estructura espacial de los datos permiten verificar la asociación entre dos variables, a partir del Análisis Exploratorio de Datos Espaciales (ESDA, Exploratory Spatial Data Analysis). Puede verificarse a partir de la realización del gráfico de dispersión para dos variables que se incorporan en cada uno de los ejes ortogonales (90°) x-y.9 Estos procedimientos avanzan decididamente hacia el análisis cuantitativo, ya que en este caso específico Estas aplicaciones se realizan básicamente en formato raster. Entre los principales procedimientos combinados se incluyen: (1 reclasificación cartográfica, (2 superposición cartográfica-overlay (3 álgebra de mapas mediante calculadora, (4 clasificación espacial por conjuntos difusos-fuzzy , (5 representación cartográfica, y (6 cálculos de superficies. 9 Un ESDA interactivo, a partir de diagramas de dispersión, ha sido desarrollado en el Capítulo 12 “Análisis exploratorio interactivo de datos espaciales mediante diagramas de dispersión – 2D y 3D” de Buzai y Baxendale (2006ª, pp. 247-262). 8 30– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes se puede verificar la forma gráfica como paso previo al resultado de correlación numérica que representa. Desde un punto de vista cuantitativo se utilizan dos clásicos coeficientes para medir asociaciones espaciales. El coeficiente r de Pearson permite cuantificar el comportamiento conjunto entre dos series de datos (variación conjunta y grado de semejanza entre dos temas) medidas en las unidades espaciales del área de estudio y el coeficiente I de Moran mide la autocorrelación espacial, es decir, la asociación de una variable consigo misma entre una unidad espacial considerada central y sus unidades espaciales vecinas, al realizar el cálculo posicionándose en cada una de las unidades espaciales del área de estudio.10 Cuando se calculan todas las asociaciones entre las unidades espaciales del área de estudio y se obtienen valores cuantitativos de estas relaciones, se confecciona una matriz de correlaciones que sirve como base para encarar trabajos de regionalización, ya que cuando las unidades espaciales se encuentran altamente correlacionadas pueden pertenecer a una misma clase,y ésta, a nivel espacial, corresponde a la definición de un área con límites específicos (con o sin contigüidad espacial). Los procedimientos se han utilizado en diversas aplicaciones fueron el Linkage Analysis (análisis de encadenamiento), Cluster Analysis (análisis de cúmulos) y análisis factorial. Todos ellos han demostrado excelentes aptitudes para aplicarse en diversas escalas. El estudio por proceso de encadenamiento ha demostrado ser muy eficiente para el estudio de los mapas sociales en ámbitos urbanos, tendiente a la obtención de áreas sin contigüidad (Buzai, Baxendale, Cruz y González, 2003) y con contigüidad espacial (Buzai, 2003b). El Linkage Analysis es un procedimiento que muestra una visión sintética de las relaciones, el Cluster Analysis presenta la formación dinámica de los agrupamientos, y el análisis factorial presenta la posibilidad en la búsqueda de los factores subyacentes de la configuración espacial del conjunto de variables. Los procedimientos técnicos completamente aplicados se desarrollaron en Buzai (2003a). Poder encontrar diferentes áreas con homogeneidades propias permite al/ a la geógrafa/a hacer uso de una de sus mayores capacidades: poner límites en el espacio geográfico. Ese trazado de límites sobre un mapa, 10 Perspectivas didácticas de ambos coeficientes pueden encontrarse en Buzai y Baxendale (2006ª, pp. 273274) para el caso del coeficiente r, y en Gámir Orueta (1995, pp. 226-230) para el coeficiente I. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –31 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields como resultado de la combinación de las distribuciones y asociaciones espaciales se transforma en una herramienta importante de planificación. Interacción espacial El concepto considera la estructuración de un espacio relacional, en el cual las localizaciones (sitios), las distancias (ideales o reales) y los vínculos (flujos) resultan fundamentales en la definición de espacios funcionales. De acuerdo a lo analizado por Buzai y Baxendale (2011) esto corresponde a la conceptualización de los componentes básicos que se consideran en el análisis sistémico. El estudio de la interacción espacial siempre ha sido fundamental en la investigación geográfica, pero al mismo tiempo también lo ha sido en la formulación de un campo interdisciplinario de las ciencias sociales como lo es la ciencia regional, la cual, según Isard (1960), pone su foco de atención en espacios y sistemas espaciales, en regiones y sistemas regionales en localizaciones y sistemas locacionales, en los cuales es central el concepto multidimensional de distancia (física, económica, social y política). Una interesante y útil reseña sobre la historia y actualidad de la ciencia regional ha sido publicada por Benko (1998). En su relación con el análisis geográfico, estos estudios tienen origen en el abordaje de las configuraciones espaciales de fenómenos humanos en lo que fue denominado como una Macrogeografía, considerada un avance realizado a partir de la Física Social (Warntz, 1975). Corresponde a la definición de una perspectiva generalizada (escala cartográfica chica que abarca grandes extensiones) que permite obtener un panorama espaciotemporal de la integración socioespacial, para luego abordar estudios de detalle. Los estudios que abordan el análisis de la interacción espacial apuntan a medir los diferentes tipos de vínculos horizontales entre las entidades geográficas localizadas. Deben destacarse inicialmente los trabajos de Zipf (1946 y 1949), en los cuales se presenta la hipótesis de relación P1P2/D, cuyos parámetros11 permiten subsiguientes estudios que consideran la disminución de interacciones con el aumento de la distancia (Distance Decay) en lo que denomina el principio del menor esfuerzo, una minimización del 11 P1 y P2 son los valores de población de dos localidades, y D es la distancia entre ellas. 32– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes movimiento humano al ser considerado un esfuerzo (gasto de energía) para la superacción de la fricción espacial. Asimismo, Stewart (1956) al tomar este concepto, adapta las fórmulas de la física newtoniana al análisis de la medición cuantitativa de la interacción entre poblaciones. Una completa reseña de esta evolución temática y, al mismo tiempo, de la formulación del concepto de gravitación social puede encontrarse en la revisión y análisis bibliográfico realizado por Olsson (1965). Los conceptos de conexión y accesibilidad adquieren gran relevancia al intentar realizar mediciones varias, que lleven a la descripción más completa de la estructura espacial que corresponde a la posición y conexión física por flujos de diferente contenido entre las entidades distribuidas en el espacio geográfico. Las mediciones de la estructura topológica de los circuitos de la red se pueden realizar a partir de la aplicación de procedimientos enmarcados en la teoría de grafos. El análisis corresponde básicamente a las conexiones entre sitios, desde una perspectiva estrictamente geométrica. Se realizan cálculos que, por un lado, permiten describir la conexión global de la red y, por otro, su accesibilidad topológica. Entre las primeras se encuentran los índices alfa (a), beta (b), gamma (g) y un índice global de conectividad que surge de la matriz de conectividad, y entre las segundas variados cálculos de accesibilidad que permiten definir superficies continuas. Entre los aportes geográficos que describen y analizan claramente estos índices se puede mencionar a Bosque Sendra (1992) y Sánchez (1998), quienes retoman diversos aspectos relacionados con la tradición de la temática desde los trabajos pioneros que fueron sistematizados inicialmente en el libro de Haggett (1967). Cuando se avanza desde el modelo ideal que proporciona la estructura geométrica de grafos hacia la realidad empírica, se pueden realizar diferentes tipos de cálculos en la red de circulación (caminos que conectan sitios). Inclusive incorporar el modelo de Potencial de Población, en el cual intervienen las interacciones posibles entre entidades localizadas. Los cálculos sobre la red permiten definir la conexión entre espacios. Si se considera la distancia entre dos localizaciones A y B, la división entre el valor de distancia real (calculada sobre los caminos necesarios para llegar de un punto a otro) y el valor de distancia ideal (considerando la línea recta) brinda el resultado del índice de trayectoria (IT), el cual indicaría el Revista Geográfica de América Central Nº Especial –33 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields porcentaje extra que se debe recorrer en el espacio geográfico real como apartamiento a la situación ideal producida por el camino en línea recta o vínculo de menor costo. Los cálculos de accesibilidad ideal (AI), accesibilidad real (AR), índice de calidad en la comunicación (ICC) e índice de trayectoria (IT) se han aplicado muy claramente para el análisis comparativo de las redes española y valenciana por Calvo Palacios, Jover Yuste y Pueyo Campos (1992). Estos índices son de gran utilidad para el análisis socioespacial, al utilizarse conjuntamente con el cálculo del Potencial de Población (PP) desarrollados en el interior de la Macrogeografía.12 Al tomar como referencia el trabajo mencionado anteriormente, en Buzai, Baxendale y Mierez (2003), se realiza la aplicación metodológica completa orientada al análisis de la accesibilidad regional de las localidades del noroeste del Gran Buenos Aires. Es de este trabajo de donde se han extraído la totalidad de las fórmulas matemáticas que pueden utilizarse. Los avances en cuanto al estudio de la interacción espacial proporcionaron las bases para el surgimiento de una geografía de los servicios (en algunas oportunidades se orientan también hacia el estudio de la localización de los establecimientos comerciales y el geomarketing), en la búsqueda de regularidades empíricas que permitan la aplicación de procedimientos y toma de decisiones en planificación urbana y regional con bases de racionalidad científica (Berry, 1971). Aquí merecen destacarse las fórmulas de Reilly-Huff para la determinación del lugar en el que debería ser trazado el límite de las áreas de influencia de dos centros, lo que podría considerarse un ajuste analítico al limite medio proporcionado por las bases geométricas del trazado de polígonos de Voronoi/Thiessen, con lo cual se obtienen las áreas de influencia perfectas entre dos centros (localidades) de igual importancia. Por último, es necesario destacar la utilidad de los modelos de localización-asignación, los cuales en la actualidad constituyen un desarrollo muy valioso para actuar sobre el mejoramiento de los parámetros vincu12 Este método ha sido el principal pilar de la Macrogeografía, y se ha desarrollado desde la Economía Regional a lo largo de la década de 1960. Se puede destacar la obra fundacional de Isard (1958) y la excelente aplicación al sistema urbano de la República Argentina, realizada por Gamba (1969) como tesis doctoral en la University of Pennsylvania. Desde su formulación inicial, el método para el cálculo del PP ha sido modificado y ampliado en su adaptación a múltiples objetivos (población, sector servicios), al respecto pueden consultarse los trabajos de Aneas (1994), Gamba (2004) y Buzai y Baxendale (2006a). 34– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes lados a la medición de la justicia espacial. Con posterioridad al uso de las técnicas de evaluación multicriterio que son aplicadas para obtener sitios candidatos que puedan recibir nuevas localizaciones, en este sentido, los modelos de localización-asignación se aplican para definir cual de estos sitios brindaría la localización óptima. Desde un punto de vista aplicativo se utilizan para encontrar las localizaciones optimas de equipamientos deseables (con influencias socioespaciales positivas) como los centros de atención de salud o establecimientos educativos, o de equipamientos indesables (con influencias espaciales negativas) como basurales (instalaciones contaminantes en general) o presidios (instalaciones peligrosas en general). En el primer caso, las fórmulas aplicativas tienen que ver con la minimización de distancias o maximización de coberturas de áreas de influencia hacia la localización, mientras que en el segundo caso, en cambio, la situación es inversa. Estos modelos han sido estandarizados como SADE, y también han tomado un papel central en el camino en la verticalización del SIG. En los últimos años fueron aplicados en múltiples casos de estudio. Como síntesis de sistematizaciones pueden destacarse los libros de Bosque Sendra y Moreno Jiménez (2004) y de Moreno Jiménez y Buzai (2008), ambas son compilaciones que ponen su foco de atención en las capacidades teóricas y aplicativas de la metodología. Como se ha visto en este punto, el análisis de interacción espacial constituye una temática de importante tradición en el análisis espacial cuantitativo, y su continuo avance se ha producido por más de medio siglo. Como puede apreciarse, los fundamentos básicos y centrales en esta tradición de estudio se desarrollaron durante la quinta y sexta década del siglo veinte, y llega a la actualidad con importantes posibilidades a través de la aplicación modelística computacional relacionada a la tecnología SIG. Al mismo tiempo también propició un avance en el desarrollo de los sistemas a través de los SADE, centrados en la búsqueda de soluciones para la localización de equipamientos. En síntesis, la consolidación de esta línea no solamente se produce porque aborda principalmente los vínculos (relaciones) entre entidades geográficas a partir del análisis sistémico, sino también por las múltiples metodologías desarrolladas para su estudio. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –35 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Evolución espacial El concepto considera la incorporación de la dimensión temporal, a través de la permanente transición de un estado a otro. Los estudios geográficos son básicamente abordajes del presente (recordemos que la Geografía generalmente se presentan como una ciencia del presente), sin embargo, en ningún momento se deja de reconocer que la dimensión temporal es de gran importancia en un análisis geográfico completo (Cliff y Ord, 1981), ya que ir hacia el pasado nos muestra el origen de las manifestaciones empíricas del presente. Centrarse en el donde corresponde a una visión basada en la localización,y en el cuando a una visión basada en el tiempo. El como, desde un punto de vista espacial, presentaría el camino evolutivo espacio-temporal. Con la finalidad de abordar las configuraciones espaciales actuales, desde una postura racionalista, se considera que el tiempo en Geografía se presenta principalmente de dos maneras (Hartshorne, 1959): como el tiempo que se incluye en el presente y el que transcurre en el pasado, que incluye los períodos transcurridos que permiten analizar los procesos que producen la situación actual. También cabe destacar que cada situación del pasado puede analizarse desde diferentes configuraciones de un presente (diferentes geografías del presente), y, en este sentido, la comparación entre estas diferentes geografías del presente permiten ver la evolución cambiante previa a la situación actual. Estas consideraciones teóricas se desarrollaron técnicamente en el trabajo de Monominier (1990), quien considera un abordaje cartográfico de la dimensión temporal, a través del procedimiento denominado chessmap (sucesivos mapas como diferentes configuraciones de un tablero de ajedrez), el cual constituye una metodología de análisis por superposición temática asociando espacialmente, mediante el SIG, capas temáticas de diferentes momentos históricos. El intervalo (resolución temporal) entre las diferentes geografías del presente depende de la velocidad de cambio de la temática analizada, aunque muchas veces queda supeditado a la disponibilidad de datos.13 13 Muchos cambios socioespaciales que se analizan a través de datos censales solamente pueden realizarse con una resolución temporal de aproximadamente una década, que corresponde al tiempo que media entre un censo y otro. 36– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Esta resolución técnica correspondería a un análisis temporal por procedimientos cualitativos de superposición cartográfica. La búsqueda de resultados a través del SIG estaría dada por procedimientos matemáticos simples, en las localizaciones de un sistema raster o por la adición-eliminación de entidades en un sistema vectorial (Peuquet, 1994). Desde el punto del vista del análisis espacial cuantitativo, el estudio de la evolución temporal de configuraciones espaciales puede considerarse un eje de cuarta dimensión en la matriz de datos tradicional formada por filas (unidades espaciales) x columnas (variables) o en la matriz de datos geográfica formada por filas (variables) x columnas (Unidades espaciales), línea desarrollada a partir del aporte fundamental de Berry (1964). La primera perspectiva, la que corresponde a la configuración organizativa de la matriz de datos tradicional, es la que se encuentra en las bases de datos alfanuméricas de un SIG vectorial. Al considerar la matriz de datos tradicional (coincidente con la base de datos alfanumérica de un SIG con la posibilidad de incorporarse de forma directa a cualquier software para su análisis estadístico), los análisis evolutivos con posibilidad de realizarse desde el pasado al presente, pueden encararse a través de la evolución histórica de los datos correspondientes a un tema (columna), de la variación conjunta de dos o más temas (columnas), de la combinación de temas en una unidad espacial (fila), de la variación conjunta de la combinación de temas de diferentes unidades espaciales (filas) o de una temática específica en una unidad espacial (celda), lo que sería el estudio de un hecho geográfico a través del tiempo. Se debe tener en cuenta que, en el caso de considerar una matriz de datos geográfica, la posición de filas y columnas, mediante una transposición, pasa a estar intercambiadas permitiendo aplicar procedimientos de análisis multivariado con fines de regionalización. Cabe considerar también que la Geografía, además de definirse básicamente como una ciencia del presente que acude al pasado para ver la génesis de las configuraciones espaciales actuales, puede considerarse una ciencia del futuro (ciencia prospectiva). La realización de investigaciones en la línea del análisis espacial cuantitativo, a partir de trabajos de modelización, permiten obtener resultados de simulación relativos a posibles situaciones futuras. Representan distribuciones espaciales hipotéticas que Revista Geográfica de América Central Nº Especial –37 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields generan visiones instrumentales de utilidad para el ordenamiento y la planificación territorial.14 La modelización, entendida como estructura de organización de datos en el interior de los SIG, es principalmente estática, y se encuentra relacionada con la forma en que serán organizados y almacenados digitalmente, principalmente las bases de datos raster (orientación a las localizaciones) y vectoriales (orientación hacia las entidades). En cambio, la modelización entendida como proceso que lleva a un modelado dinámico de datos espaciales permite, mediante la simulación digital, obtener como resultado configuraciones espaciales futuras. Esta división conceptual se establece claramente en el trabajo de Batty (2005a), línea en la que se debe destacar el aporte de O´Sullivan y Unwin (2003). Lo anterior lleva a que, desde hace más de una década, se considere que la dimensión temporal debería tener mayor grado de desarrollo en el interior de la tecnología SIG (Langran, 1992 y Peuquet, 2002). A partir de los procedimientos por superposición de capas temáticas, el análisis temporal se amplió a través de las técnicas de evaluación multicriterio desarrolladas originalmente para la búsqueda de sitios candidatos destinados a la ubicación de localizaciones en sitios óptimos. Estas metodologías también se utilizan para la obtención de configuraciones futuras, a partir de la modificación de valores de las variables como simulación de cambios a realizarse, tal cual lo ha demostrado el trabajo de Medronho (1995), al brindar soluciones para la disminución y erradicación de la enfermedad del dengue en el ámbito urbano. En la misma línea puede ubicarse la metodología LUCIS (Land Use Conflict Identification Strategy), propuesta por Carr y Swick (2007), una serie de procedimientos lógicos muy bien concatenados que llevan a la identificación de zonas (terminología raster) de potencial conflicto (configuraciones futuras) ante la expansión de diferentes usos del suelo en un nivel regional. Las metodologías de evaluación multicriterio han sido analizadas en diferentes trabajos, y el método LUCIS se ha aplicado con resultados satisfactorios en Buzai y Baxendale (2007 y 2008). 14 Es lo que normalmente se denomina escenarios, un término teatral que no se considera correcto para trasladarse al ámbito de los estudios geográficos. Lamentablemente la realidad socioespacial que se ve en numerosos casos no son una obra artística, sino una verdadera realidad. Bajo esta consideración también se incluye el concepto de actores sociales. Los/las científicos/as que queremos mejorar el mundo no nos podemos dar el lujo de diluir la cruel realidad empírica de esta manera. 38– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Cuando se intenta avanzar hacia una modelización dinámica de evolución temporal continua pueden destacarse principalmente aplicaciones con el uso de autómatas celulares. Muchas distribuciones espaciales son manchas con cierto grado de irregularidad y fragmentación que evolucionan en el espacio geográfico a través del tiempo. Basado en esta apreciación se han privilegiado los estudios y las aplicaciones a la forma urbana (ciudad definida desde un punto de vista geográfico como “aglomeración” o “mancha urbana”), siendo clásico el libro de Batty y Longley (1994). Luego de analizar con gran detalle la teoría fractal, las dimensiones físicas efectivas en diversos casos, es decir, las dimensiones fractales de varias ciudades (principalmente de Cardiff) aplican la modelización de difusión por agregación limitada (DLA, DiffusionLimited Aggregation)15, concluyen en que la totalidad de los procedimientos surgen directamente ante la necesidad de visualizar con mejores aproximaciones las realidades espaciales, y dan una respuesta acertada. Cuando se avanza hacia una modelización temporal continua, el modelo DLA representa un interesante ejemplo al utilizarse en la generación de cúmulos de localizaciones (en terminología raster), a partir de considerar la autosimilitud fractal de las distribuciones espaciales. Es decir, que la gran aptitud del modelo consiste en generar patrones de evolución espacial respetando formas específicas. Al seguir en esta línea de modelización se deben considerar aquí los trabajos que apelan al uso de autómatas celulares,16 los cuales, de acuerdo a sus características, demuestran una principal aptitud en el sistema raster. La base de trabajo se encuentra representada por una capa temática formada por nxm celdas del área de estudio, en la que cada localización puede asumir únicamente dos estados (vacío-ocupado) en el conjunto de posibilidades, basados en los usos del suelo y los resultados producidos a través de las reglas de transición que fueron definidas. El libro de Aguilera Ontiveros (2002) se considera como la referencia obligada del tema en nuestro idioma. 15 El modelo DLA fue desarrollado por Witten y Sander (1981). 16 Desarrollos que comienzan con el trabajo del matemático húngaro John (János Lajos) Von Neumann (1903-1957), que propone modelar máquinas, que trabajando de forma autónoma (autómatas) tengan la posibilidad de auto-reproducirse. Continúa con el aporte del matemático polaco Stanislaw Marcin Ulam (1909-1984), quien intentó buscar una solución a partir de enmarcar la aplicación en una malla cuadriculada de base espacial discreta (células). Ambos desarrollos generan el primer modelo de autómata celular. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –39 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Particularmente, en el caso simple de un único uso del suelo −como corresponde a la evolución de la aglomeración urbana−, las interacciones se realizan entre celdas vinculadas localmente, que generan configuraciones espaciales globales de diferente grado de irregularidad y fragmentación. Se debe destacar aquí el trabajo de Polidori (2004), quien obtiene estados futuros para la configuración espacial de la ciudad de Pelotas (Brasil), a partir de la modelación de diferentes tipos de tensiones producidas ante la relación de atributos urbanos, naturales e institucionales, las cuales generan configuraciones polarizadas, lineales y difusas.17 Según el análisis de la evolución temática, realizada por Polidori (2004), los estudios que encararon la evolución urbana en esta línea de trabajo comienzan con el aporte de White y Engelen (1993 y 1994), los cuales estuvieron vinculados a la búsqueda del orden espacial en las formas fractales. Luego cabe destacar la sistematización posterior realizada en White, Engelen y Uljee (1997), y una serie de aplicaciones de autómatas celulares que privilegian el estudio de la evolución espacial urbana.18 En esta línea de trabajo ha tenido un importante desarrollo el modelado multi-agente (ABM, Agent-based models), en el cual los agentes son móviles y cambian de localizaciones. Estos procedimientos se basan en la filosofía de la simulación temporal continua, a partir de infinitas configuraciones instantáneas que se producen con la finalidad de obtener un continuo. A partir del desarrollo en inteligencia artificial y en ciencias cognitivas ha sido posible crear modelos que incorporen supuestos subjetivos e intersubjetivos de comportamiento de sociedades artificiales. De acuerdo a Aguilera y López (2001), el modelado multiagente puede simular acciones de los individuos teniendo en cuenta sus conocimientos y sus valores. Corresponde a acciones simples individuales que en conjunto muestran una inteligencia colectiva. Es un tipo de inteligencia que se verifica en diversas colonias de animales e insectos, y corresponde a uno de los mayores interrogantes que se plantea a la investigación científica actual. Se denomina también inteligencia de enjambre, en la cual 17 Es posible relacionar estas tensiones con los diferentes modelos urbanos. Inicialmente, las estructuras espaciales presentadas por los modelos clásicos, luego adaptadas a la realidad de las ciudades de América Latina (Buzai, 2003a). 18 Se puede mencionar los trabajos de Clarke, K.C., Hoppen, S. y Gaydos, L. (1997) para San Francisco en Estados Unidos, Xie y Sun (2000) para Ann Arbor y Detroit en Estados Unidos y Hong Kong, Li y Yeh (2000) para Dongguan en China, Polidori (2004) para Pelotas en Brasil y Buzai (2007) para la aglomeración de Buenos Aires. 40– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes criaturas simples deciden en base a información local limitada, y que en conjunto generan comportamientos de alta complejidad (Miller, 2007). En los últimos años han sido aplicados en múltiples casos de estudio que abarcan prácticamente la totalidad de la primera década del 2000 19, todos ellos teniendo como finalidad relacionar las estructuras del movimiento espacial y temporal con las ciencias de la complejidad, al incorporar elementos aleatorios. Estos modelos se presentan como un puente de vínculo entre la complejidad en las ciencias naturales y sociales. El trabajo de Batty (2005) se presenta como una importante sistematización que relaciona el ámbito urbano con la complejidad, aspectos extrapolables a otras estructuras espaciales. En nuestros estudios, hemos llegado a la aplicación de un modelado dinámico por autómatas celulares en una evolución aplicativa de creciente complejidad. La aproximación inicial tenía simplemente el objetivo de analizar la evolución espacial de la aglomeración de Buenos Aires desde 1869 a 1991, en puntos temporales correspondientes a los censos nacionales de la Argentina (Buzai, 1993), y luego, unos años más tarde, se realizó el análisis de la pérdida de suelos productivos a causa de la impermeabilidad producida por la mancha urbana en el área de estudio (Morello, Buzai, Baxendale, Matteucci, Rodríguez, Casas y Godagnone, 2000). En ambos casos, la metodología utilizada fue la de superposición de capas temáticas en sistema raster, en el primer caso correspondiente a la mancha urbana de 1869, 1895, 1914, 1947, 1960, 1970, 1980 y 1991, y en el segundo caso incorporándole la capa temática de la distribución espacial de los suelos del área de estudio. Con posterioridad fueron ampliados ambos estudios incorporando la capa temática correspondiente al año 2001, último censo nacional, (Buzai y Baxendale, 2006b), y realizando un ejercicio de simulación a futuro se verificó la confiabilidad de la relación entre la mancha urbana de Buenos Aires 2001 (real) comparada con la mancha obtenida por el trabajo de autómatas celulares (simulada) (Buzai, 2007e incorporado en Buzai y Baxendale, 2006a) brindando un resultado altamente satisfactorio: una correspondencia del 96,77% de acuerdo al índice Kappa. 19 Se destaca como tema prioritario de avance en el Centre for Advanced Spatial Analysis (CASA) del University College London (UCL), quienes publican una serie de documentos con los resultados obtenidos: Batty, Dehesillas y Duxbury (2002), Batty (2003a y 2003b), Crooks (2006 y 2008), Castle (2006), Castle y Cooks (2006) y Cooks, Castle y Batty (2007). Revista Geográfica de América Central Nº Especial –41 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields En síntesis, la investigación científica considera de gran importancia el tratamiento de la dinámica espacial, a través de la dimensión temporal. Técnicamente, se ha presentado una secuencia que se sucede a través de procedimientos aplicados de flexibilidad creciente, desde la cartografía superpuesta en capas temáticas de diferentes momentos históricos hasta la evolución en secuencia continua (cambio instantáneo de configuraciones espaciales) con posibilidades de obtener estructuras espaciales futuras como modelado dinámico espacial. Los conceptos de localización, distribución, asociación espacial, interacción espacial y evolución espacial claramente se ubican en una escala humana, en la cual el SIG tiene preponderancia en cuanto al componente tecnológico. Figura 2. Análisis espacial y análisis geográfico Fuente: Elaboración del autor 42– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Evolución de las relaciones geoinformáticas Geoinformática Las tecnologías digitales presentan excepcionales posibilidades de aplicación al ámbito del análisis espacial, y los Sistemas de Información Geográfica, como tecnología de vinculación e integración, se ha convertido en el principal medio proveedor de caminos para lograr las soluciones que demandan la gestión y planificación territorial actual. La valorización generalizada del total de aplicaciones ha sido sumamente importante, y el prestigio de las tecnologías digitales en el análisis espacial creció simultáneamente a la incorporación práctica de las variables de localización (x, y), de atributos (z) y de tiempo (t) en estudios interdisciplinarios. Desde un punto de vista conceptual, la totalidad de dimensiones se consideran necesarias para lograr las aproximaciones más completas posibles de la realidad. La transformación del mundo real en un modelo digital posible de ser trabajado mediante procedimientos computacionales exige una serie de transformaciones que finalizan al nivel de byte. Mediante esta fragmentación y estandarización, todo objeto geográfico puede definirse a través de una geometría particular (punto, arco, polígono, raster o x-tree), una localización precisa en el espacio absoluto (x-y o geográficas), una serie de atributos (campos de información o capas temáticas -layers) y su existencia en un momento histórico (instante de realización de las mediciones). Concretar estos aspectos mediante medios computacionales se logra a través de la generación de bases de datos alfanuméricas y bases de datos gráficas. Las primeras se encuentran asociadas al almacenamiento de números y letras que representan los atributos de cada entidad ubicada en el espacio geográfico, y los software que se incorporan para su tratamiento son los Editores de Textos (EDT), Administradores de Bases de Datos (ABD), Planillas de Cálculo (PLC), Programas de Análisis Estadístico (PAE) y Sistemas de Posicionamiento Global (GPS).20 Las segundas se encuentran asociadas al almacenamiento de los aspectos geométricos, y los software que se utilizan para su tratamiento son 20 Se conserva la sigla en inglés, GPS (Global Positioning System). Un sitio de interés para obtener información actualizada sobre esta tecnología es: http://www.mundogps.com Revista Geográfica de América Central Nº Especial –43 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields los programas de Diseño Asistido por Computadora (CAD), Mapeo Asistido por Computadora (CAM), Gestión de Infraestructura (AM-FM), Sistema de Información de Tierras (LIS), Procesamiento Digital de Imágenes (PDI) 21 y Modelado Numérico de Terreno (MNT).22 A partir de estas definiciones y por espacio de poco más de una década, a partir de la evolución tecnológica, se ha ido construyendo un sistema clasificatorio para las relaciones geoinformáticas, que en su versión más actualizada ha quedado definido como lo presenta la figura 3. Figura 3. Relaciones geoinformáticas Fuente: Elaboración del autor 21 El PDI, a partir del uso de imágenes satelitales, ha tenido un crecimiento muy importante como fuente de datos para la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica. Las imágenes más utilizadas han sido aquellas provenientes de satélites destinados a la exploración de recursos terrestres como Landsat (http:// landsat.gsfc.nasa.gov/) y SPOT (http://www.spotimage.com) de 30 y 20 metros de resolución espacial en modo multibanda respectivamente. En la actualidad han aparecido productos de resolución métrica utilizados en estudios de mayor detalle, principalmente en ámbitos urbanos, como Ikonos (www.spaceimaging. com) y QuickBird (www.digitalglobe.com). El sitio Global Land Cover Facility administrado por la Universidad de Maryland y con auspicio de la NASA pone a disposición de manera gratuita gran cantidad de imágenes satelitales provenientes de diferentes sensores (http://glcf.umiacs.umd.edu). 22 Se conservan las siglas en inglés, CAD (Computer Aided Design), CAM (Computer Aided Mapping), AMFM (Automated Mapping-Facilities Management) y LIS (Land Information System). 44– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Cuando se combinan las bases de datos alfanuméricas y gráficas, y se referencian espacialmente a un sistema de coordenadas geográficas (georreferenciación) surge el concepto de Sistemas de Información Geográfica (SIG). En la figura presentada puede apreciarse que si nos dirigimos desde el núcleo hacia los bordes nos encontramos con diferente tipo de software de aplicación en una estructura convergente, que en su totalidad forma el campo de la Geoinformática. La Geoinformática se convierte en un campo de gran amplitud, en el cual se puede incluir todo tipo de software de aplicación, y en el que la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica es su núcleo al tomar el lugar de vínculo central. Esto es posible porque la Geoinformática no se define a través del tipo de programas computacionales que la integran, sino por la clase de información que utiliza: información geográfica o geoinformación. En este sentido, todo tipo de aplicación computacional puede incluirse en el campo de la Geoinformática, desde las generales hasta las específicas, pues todas se relacionan en enlaces de sucesivas vinculaciones que posibilitan la creación de modelos espaciales digitales de la realidad. El total de relaciones se apoya temporalmente sobre un eje horizontal que va desde una era geoanalógica, en la cual todo documento de representación espacial era utilizado en formato papel, hacia una era geodigital, en la que los procedimientos de análisis han sido estandarizados a través del uso computacional. Gran parte de este segundo período está dominado por una etapa de convergencia que se ha formado en una evolución aproximada de veinte años de duración (1980-2000), y en la que los SIG han permitido la definitiva integración de los software componentes de la Geoinformática, en un proceso que Dobson (1983b) había señalado en sus inicios. Las relaciones geoinformáticas actuales han superado notablemente el ámbito de las computadoras personales, y sus posibilidades se han ampliado a través de la tecnología multimedia (Sui y Goodchild, 2001) y su incursión en el ciberespacio a través de Internet mediante las capacidades del llamado GIS en línea (Anselin et al., 2004; Kraak, 2004)23, y de toda 23 Un desarrollo estándar para la consulta de SIG en línea puede consultarse en la página de National Geographic como MapMachine (http://www.nationalgeographic.org) en el que pueden consultarse mapas mundiales, regionales y nacionales al constituirlos a partir de la combinación de diferentes capas temáticas. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –45 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields aplicación que puede utilizarse de manera remota por la red hasta llegar a la realización de recorridos de inmersión digital a través de la realidad virtual (Buzai, 2001).24 Revalorización conceptual en visiones disciplinarias y más allá de la geografía La geografía automatizada A pesar de que el trabajo pionero de Kao (1963) pone en discusión el tema de la implementación y aplicación de las herramientas computacionales en Geografía fue recién al comienzo de la década del ochenta cuando se produjo la aparición de un debate formal acerca de la posibilidad de aplicación de tecnologías computacionales integradas y su impacto en la práctica disciplinaria. El trabajo inicial pertenece a Dobson (1983a), y surge como resultado de su reflexión acerca de los notables avances experimentados en materia computacional, que según el autor, habían permitido automatizar la mayoría de los métodos utilizados para la resolución de problemas geográficos. En este sentido, se presenta el surgimiento de lo que se denomina geografía automatizada, un campo de aplicación eminentemente técnico, que se presenta como ventajoso respecto de los métodos de trabajo tradicional. Si bien Dobson (1983a, b) presenta conclusiones altamente optimistas, en las cuales vislumbra un camino irreversible hacia la creciente automatización, no deja de reconocer algunos efectos negativos como la posibilidad de pérdida de rigor teórico –empañado por el alto potencial técnico– y las limitaciones que pueden surgir al tener que orientar una investigación hacia la utilización de métodos fácilmente automatizables. El primer inconveniente había sido experimentado con la revolución cuantitativa de mediados del siglo veinte, mientras que el segundo –surgido directamente de la automatización digital– considera que sería superado con el avance técnico y la integración flexible de los sistemas. 24 Una serie de laboratorios universitarios estudian temáticas relativas a los mundos inmersivos de la realidad virtual, un ejemplo de las líneas de trabajo puede obtenerse en University of Michigan (http://www-vrl. umic.edu) y por otro lado, también se han desarrollado experiencias de chats 3D basados en plataformas de realidad virtual posibles de ser utilizadas a través de Internet, y que permiten realizar construir, comprar y explorar cientos de mundos virtuales (http://www.activeworlds.com), esto último estaría relacionado con una experiencia geográfica en las líneas de la simulación digital. 46– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes A inicios de la década del ochenta, la integración computacional era considerada una tarea ineludible hacia el futuro, ya que las aplicaciones integrantes de la geografía automatizada (Cartografía Computacional, Computación Gráfica, Procesamiento Digital de Imágenes de Sensores Remotos, Modelos Digitales de Elevación y Sistemas de Información Geográfica) contaban con límites muy precisos entre ellas, y esta integración surgía como necesaria para trabajar de forma completa todo dato geográfico. En este sentido, cabe destacar que en la actualidad esta tarea se ha cumplido y la integración ha sido resuelta con éxito bajo la amplitud del concepto de Geoinformática y los desarrollos más flexibles del software en la era geodigital actual. Los comentarios acerca del aporte de Dobson (1983a) presentan una amplia gama de profundidad y diferentes focos de atención, que van desde simples cuestiones terminológicas respecto all uso del término geografía automatizada (Marble y Peuquet, 1983, Moellering y Stetzer, 1983 y Poiker, 1983) hasta la incorporación de aspectos teóricos de relevancia al considerar una falta de neutralidad ideológica de los sistemas computacionales en el momento de su aplicación (Cromley, 1983). Las reflexiones acerca del impacto conceptual de la automatización geográfica se dirigen principalmente hacia dos puntos: a) el impacto en la Geografía bajo la consideración de que los conceptos incorporados en la tecnología no proveen desarrollos necesarios para la aparición de un nuevo paradigma (Dobson, 1983a y 1983b; Cromley, 1983, Moellering y Stetzer, 1983 y Poiker, 1983) y b) el impacto de la automatización geográfica en otras disciplinas (Kellerman, 1983). Las relaciones interdisciplinarias entre la Geografía y el resto de las ciencias, que comienzan a ver las ventajas de considerar la variable espacial a través de la automatización de las tareas geográficas, se presenta como un nuevo ámbito de reflexión no abordado. En este sentido, Monmonier (1983) afirma que el camino del/de la geógrafa/a hacia la integración de equipos interdisciplinarios se presenta como inevitable. Los comentarios realizados hacia el trabajo inicial de Dobson (1983a) tienen una respuesta posterior en Dobson (1983b), quien no avanza hacia cuestiones de mayor profundidad, con el mismo optimismo afirma que si bien –como lo menciona Poiker (1983)– la geografía automatizada no ha obtenido mejores resultados que los logrados con la revolución cuantita- Revista Geográfica de América Central Nº Especial –47 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields tiva del cincuenta, los inconvenientes mencionados serán superados y se afianzará la geografía automatizada, como disciplina particular que utiliza sistemas cibernéticos, humanos y electrónicos para el análisis de sistemas físicos y sociales. Una década más tarde, The Professional Geographer (vol.45 Nº 4) retoma el debate a través de un Open Forum titulado Automated Geography in 1993, a fin de analizar las iniciales consideraciones a la luz de la evolución de una década en la temática. En la primera presentación, Dobson (1993), que mantiene su postura de 1983, menciona que la integración proclamada como necesaria en el pasado ha comenzado a realizarse con la fuerza innovadora de los Sistemas de Información Geográfica, y avanza teóricamente al considerar que su correcto uso se aseguraría unicamente mediante el apoyo conceptual de lo que Goodchild (1992) definió como Geographic Information Sciences, el cual será abordado posteriormente como avance transdisciplinario. Revolución tecnológica e intelectual Sin abordar la posibilidad de existencia de una revolución paradigmática, Dobson (1993) reconoce que el tema ha sido tratado de forma privilegiada como “revolución tecnológica” y que se ha avanzado poco respecto a su rol en una “revolución científica”. Esta orientación no es general, pues el impacto también se verifica en un nivel de mayor alcance, como es el de los valores intelectuales. Dobson (1993), al considerar los diferentes tipos de inteligencia definidos por Gardner (1995), establece que, a través del uso de los Sistemas de Información Geográfica, la inteligencia espacial comenzará a ocupar un lugar destacado junto a las habilidades valorizadas tradicionalmente como la lingüística y la lógica matemática. Por lo tanto, desde este nivel de desarrollo básico, la Geografía impactará de forma notable en otras disciplinas, y con ello el/la geógrafa/a tendrá un mayor desafío al intentar ocupar un lugar destacado en la revolución científica e intelectual que se vislumbra. Como se ha podido apreciar, existe un camino que se va ampliando respecto a los procesos de automatización en Geografía, el cual se dirige desde aspectos puramente técnicos hacia una mayor reflexión conceptual. Salvo los comentarios de Marble y Peuquet (1993), quienes se han mantenido en la postura de considerar un leve impacto en la disciplina, otros/as 48– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes autores/as han demostrado su definitivo optimismo que puede verificarse en una amplitud que va desde la consideración de aspectos puntuales como una revalorización de los estudios en Ecología del Paisaje (Goodchild, 1993) o la integración de las posturas idiográficas y nomotéticas representadas por el debate entre Hartshorne y Schaefer, respectivamente (Sheppard, 1993), hasta exponer que los logros de la automatización presentan un nuevo límite natural de la Geografía (Pickles, 1993). Asimismo, Pickles (1995 y 1997) afirma que la potencialidad de la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica va más allá de la técnica, ya que hay una incorporación de conceptos científicos que se llevan a la práctica, sin embargo, para avanzar en esta línea se deben manejar múltiples escalas, que van desde una firme conceptualización técnica que se presenta cada vez más estandarizada hasta los aspectos contextuales más abarcativos que presentan el marco de una cultura de la fragmentación y la globalización informacional, donde los Sistemas de Información Geográfica cumplen un rol sumamente importante (McLafferty, 2004). La Cibergeografía El impacto de las tecnologías digitales en la teoría y la metodología de la Geografía genera una línea de avance en la etapa de circulación (figura 1), a través de la investigación de las relaciones del mundo digital y particularmente en el interior de este último. En base a estas consideraciones, una nueva línea de reflexión y de avance disciplinario se está desarrollando con gran ímpetu en nuestra ciencia: la Cibergeografía. En 1984, el escritor de ciencia ficción William Gibson, en su novela Neuromancer, introdujo el concepto de Ciberespacio como “una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se les enseña altos conceptos matemáticos(...) Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de datos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como luces de una ciudad que se aleja” (Gibson, 1997, pp.69-70). A partir de esta perspectiva, el ciberespacio se considera como una matriz electrónica de interconexión entre bancos de datos digitales, a través Revista Geográfica de América Central Nº Especial –49 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields de los sistemas computacionales conectados a la red mundial. Aparece un nuevo espacio que se superpone y complementa cada vez con mayor fuerza a la geografía real de los paisajes empíricos, para convertirse en un nuevo espacio de análisis. Explorar tiene que ver con la empresa de conocer lugares desconocidos, la utilización de los medios materiales para localizar el nuevo mundo y la conservación de hallazgos para su difusión. El espacio relacional que hoy encontramos entre las pantallas de las computadoras comienzan a abrir nuevos caminos de exploración, y algunos/as geógrafos/as interesados/as en las tecnologías digitales se han lanzado a la nueva aventura. En este sentido, el siglo veintiuno presenta novedosas perspectivas de análisis del mundo en el marco de la cibercultura y la simulación digital. La Cibergeografía se presenta de esta manera como el estudio de la naturaleza espacial de las redes de comunicación y los espacios existentes entre las pantallas de las computadoras. Los estudios cibergeográficos, de acuerdo a la clasificación de Dodge y Kitchin (2001) y el sitio que el geógrafo Martín Dodge administra en el (University College London (UCL))25, incluyen una amplia variedad de fenómenos, desde los puramente materiales, como el estudio de la distribución espacial de los equipamientos físicos de comunicación, hasta los más abstractos, como la percepción humana de los nuevos espacios digitales y la realidad virtual. El contenido de los flujos intangibles de comunicación pueden considerarse un espacio de conocimientos y decisiones, que muestra características demográficas en las nuevas “comunidades virtuales”, la globalización de las actividades económicas a través del comercio electrónico (e-commerce) y el teletrabajo y, finalmente, la estructuración de los espacios urbano-regionales a nivel mundial a través de la circulación rápida y las conexiones carentes de continuidad. Las nuevas tecnologías digitales generan una acelerada virtualización del espacio con importantes impactos socioespaciales, en los que las distancias y las interacciones físicas ya no son imprescindibles para la estructuración de las comunidades (Hiernaux, 1996). Cabe destacar aquí la afirmación de Nora (1997), quien considera que así como las grandes potencias mundiales se lanzaron en diferentes momentos históricos a la conquista de los caminos, los mares, el aire 25 Cyber Geography Research, http://www.cybergeography.org 50– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes y el espacio, actualmente buscan el dominio de una nueva frontera: el ciberespacio.26 Las múltiples relaciones entre las tecnologías digitales y los mundos virtuales, y entre los mundos virtuales y el espacio geográfico empírico, generan importantes desafíos conceptuales y de acción hacia el futuro. La Geografía como disciplina se encuentra realizando avances continuos en estas líneas. IMPACTO INTERDISCIPLINARIO Geografía Global Revolución o revalorización Al tomando el modelo de evolución científica por cambios paradigmáticos, propuesto por Khun (1970), es posible pensar la evolución del pensamiento geográfico en ciclos de aproximadamente 20-25 años de extensión (Buzai, 1999), por lo cual, a finales del siglo veinte, llegó hacia un momento de pérdida de fuerza de los paradigmas vigentes y el surgimiento de perspectivas de análisis con las cuales ingresamos al siglo veintiuno. La aparición de las tecnologías digitales, como interfase de notable impacto para el abordaje de la realidad, presentan una manera de visualizar y analizar los espacios geográficos, basada en la aplicación de modelos digitales −aspecto que ha tenido continuidad hasta la actualidad (Longley, 2004)−, y esto ha permitido pensar en la aparición de un nuevo paradigma de la Geografía basado en la geotecnología. Por lo tanto, la conceptualización de la evolución del pensamiento geográfico bajo estas consideraciones permite establecer que en el momento actual se llegó a la maduración temporal necesaria para asistir a un cambio revolucionario, en el que las tecnologías digitales se presentan con un rol destacado: Una notable revolución tecnológica e intelectual como ya se analizó. 26 Los flujos que se transmiten a través de las redes de información y comunicación de manera unidireccional, según Wark (1994) pueden generar un mundo familiar al que se experimenta diariamente en la vida cotidiana, la visión de un mundo distancia a través de vectores que producen experiencias y pueden dominar la opinión pública. De forma multidireccional, los flujos de comunicación pueden controlarse en contenido en la conformación de una alta jerarquía ciberespacial, en la que existen nodos centrales concentradores de los mensajes mundiales. Resulta un claro ejemplo el “mapa del ciberespacio” realizado por Toudert y Buzai (2004) mediante el uso del software VisualRoute 5.0b (http://www.visualroute.com). Revista Geográfica de América Central Nº Especial –51 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields La tecnología de los Sistemas de Información Geográfica no es ideológicamente neutra, sino que en su interior se encuentran automatizados conceptos y métodos que se han desarrollado principalmente con base en las perspectivas racionalistas y del cuantitativismo. La posibilidad de ligar estos desarrollos geotecnológicos con otras perspectivas geográficas no funciona como resultado de un procedimiento directo, debido a que los aspectos de la investigación cualitativa no son fácilmente automatizables. En base a estas consideraciones, la aseveración de que la geotecnología, y con ella la geografía automatizada,se presenta como un nuevo paradigma de la Geografía tiene bases bastante difusas. Mientras se verifica en ella un principio organizador, un avance hacia una nueva tradición de investigación y su consolidación como medio para lograr respuestas universalmente aceptadas, por otro lado, se verifica la imposibilidad de que surjan directamente hipótesis a partir de estas aplicaciones. La geotecnología, y su interfase específica para generar modelos de la realidad, se evidencia entonces como un campo específico de revalorización paradigmática de aquellas posturas que le han brindado principal sustento para su desarrollo (racionalismo y cuantitativismo), y de la totalidad de conceptos operativos que estas geografías han generado y han podido estandarizarse en el ambiente digital. Campo interdisciplinario La fragmentación sociocultural verificada en la actualidad genera un impacto notable como historia externa de nuestro campo disciplinario. Aunque existen importantes perspectivas interpretativistas y hermenéuticas que centran su discurso en la ambigüedad del lenguaje como elemento para captar la realidad, las modernas tecnologías proponen el uso de lenguajes altamente definidos, una estandarización rígida que posibilita el tratamiento de los datos geográficos al nivel de la integración de sistemas y de su difusión mundial, a través de las redes de información y comunicación.27 27 La importancia del lenguaje en la comprensión del mundo actual puede comprobarse en una amplia lista presentada por Lyotard (1995), en la que se encuentran presentes muchas de las tecnologías digitales: cibernética, álgebras modernas, informática, lenguajes de programación, lenguajes de compatibilización entre sistemas, lenguajes de bases de datos, telemática y lenguajes de terminales inteligentes, entre otros. Esto lleva a apoyar la consideración de Wigley (1995), para quien, frente al interpretativismo postmoderno, el lenguaje y las formas de comunicación realizadas a través de las modernas tecnologías digitales debe ser más exacto y producir un cerramiento más estricto que el de las paredes sólidas. 52– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Aspectos que tradicionalmente se tomaron para defender la especificidad del campo disciplinario como el objeto (la región de la geografía regional), el método (la construcción regional de la geografía racionalista), las dicotomías (la perspectiva matricial de la geografía cuantitativa) y las diversas escalas (la visión determinística económica del paradigma marxista) difícilmente pueden presentarse como propias ,y particularmente con la aparición geotecnológica aparece una amplia franja interdisciplinaria con amplios bordes y notables posibilidades de ajustes en otras disciplinas. Esta situación de la incorporación paulatina de conceptos geográficos en el ambiente geotecnológico hace que la Geografía traslade sus saberes al resto de las ciencias y diversas prácticas sociales. Aunque resulta evidente que es un desarrollo de las posturas geográficas que han podido automatizarse y que le dan sustento. En este sentido, el desarrollo revalorizado de la geografía cuantitativa es el que permite un diálogo con otras ciencias al momento de compartir entre los/as usuarios/as del Sistema de Información Geográfica, y encontrar, a partir de este uso, bases en procedimientos geográficos comunes. Esta situación, según Dangermond (2004), presenta a los Sistemas de Información Geográfica como el lenguaje actual de la Geografía. La estandarización y difusión de procedimientos geográficos a través del ambiente computacional no ha traído impactos menores en la actividad científica. En actividades de alto valor contextual ha posibilitado la aparición de un amplio sector de profesionales, usuarios/as provenientes de diferentes disciplinas, que apoyados/as en esta difusión tecnológica pueden “hacer geografía” sin tener conocimientos de la tradición subyacente al uso computacional, y aplican conceptos, métodos y técnicas estandarizadas, incorporadas en los Sistemas de Información Geográfica. De esta forma, aparece la geografía global como campo de aplicación generalizada. En conclusión, y tomando sus características constitutivas, en Buzai (1999) queda evidenciado que la geografía global no es un paradigma de la Geografía, y que no ha aparecido un nuevo paradigma de la Geografía basado en la geotecnología, sino que es un “paradigma geográfico” que nuestra ciencia le ha brindado como visión del mundo a otras ciencias, que han comenzado a incorporar el componente espacial como dimensión constitutiva de sus estudios. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –53 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Formación Transdisciplinaria Ciencias de la Información Geográfica Al comenzar la década del noventa, los GIS (Geographic Information Systems) pasaron a ser GIS (Geographic Information Science) intentando darle mayor sustento a la base teórica de la tecnología desde una visión centrada en los sistemas de información hacia otra centrada en la ciencia, en la cual lo geográfico cumpliría un papel conceptual mayor. A partir de los trabajos realizados por el National Center for Geographic Information and Analysis (NCGIA-UCSB)28, las ciencias que intentan aplicar metodologías geográficas comienzan a considerar que los Sistemas de Información Geográfica como tecnología pueden aprovecharse en su verdadera potencialidad y sus resultados pueden interpretados correctamente solo si se le presta mayor atención a las ciencias que apoyaron su formación. Es un camino que va desde la Geografía, hacia la perspectiva transdisciplinaria de las Ciencias de la Información Geográfica en la cual se presenta un amplio campo de discusión que va desde el mapa tradicional hasta una amplia gama de poderoso instrumental metodológico (Fitz, 2005), lo que Wright et al. (1997) habían vislumbrado como un continuo entre su posición de herramienta y su avance como ciencia ante la búsqueda y consolidación de su definición en una efectiva relación entre sus conceptos teóricos, algoritmos matemáticos, programas informáticos y el uso de computadoras para la mejor utilización de la información referenciada espacialmente (Bosque Sendra, 1999). Entre los conceptos teóricos se destacan aquellos que son de base netamente operativa y que intentan resolver cuestiones propias de la representación del espacio geográfico, a través de la consideración de entidades posibles de ser trabajadas mediante métodos computacionales (raster, vector, x-tree, objetos), los algoritmos matemáticos y el uso computacional se refiere a la mejora de la eficiencia en cuanto a las metodologías de resolución a través de la búsqueda de procedimientos más eficientes y el desarrollo de los Sistemas de Ayuda a la Decisión Espacial. Todo esto en una serie de líneas de aplicación que han crecido notablemente en la última década. Disciplinas que tradicionalmente han basado sus estudios en datos 28 National Center for Geographic Information and Analysis, http://www.ncgia.ucsb.edu 54– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes geográficos, como la Cartografía, Geografía, Fotogrametría, Geodesia, Teledetección y Topografía, aportan para el crecimiento de un marco teórico transdisciplinario que se formaría básicamente desde las diferentes capacidades técnicas. En una segunda instancia se le suman aquellos campos basados en el formato digital, como las Ciencias de la Información, la Informática y la Geoinformática, que incorpora los Sistemas de Información Geográfica y el Procesamiento Digital de Imágenes Satelitales. Todos ellos para combinarse con conocimientos de las ciencias básicas que utilizan datos geográficos. Toda esta combinación tiene como resultado el surgimiento de una nueva disciplina separada de las ciencias que le dan origen y basadas en un punto de vista principalmente técnico, la Geografía quedaría diluida en una multiplicidad de campos con dicha orientación. Ciencias sociales integradas espacialmente Otro importante avance en materia de formación de campos transdisciplinarios es la aparición de lo que se ha denominado como Ciencia Social Integrada Espacialmente, a partir de los avances teórico-metodológicos realizados por el Center for Spatially Integrated Social Sciences (CSISS-U. Illinois)29, al reconocerse un importante interés por la cuestión espacial por gran parte de las ciencias sociales y un esfuerzo realizado por un grupo de geógrafos/as con la finalidad de demostrar que el espacio podía actuar como dimensión integradora (Bosque Sendra, 2005 y Goodchild, 2004). A diferencia de los postulados de la actual teoría social crítica propuesta por Giddens (1984), en la cual la geografía humana ocupa un lugar de poca relevancia frente a otras ciencias sociales de mayor tradición, aquí se trabaja para ubicar a la Geografía como pívot sobre el cual se relacionarían el resto de las ciencias sociales. El intento resulta reforzar el papel que actualmente desempeña el espacio geográfico en numerosas disciplinas geográficas que ven beneficiosa su consideración. El espacio geográfico no como un marco de contención (espacio absoluto) sino como un elemento explicativo en estudios de diversas problemáticas actuales en diferentes escalas, problemas ambientales globales y del hábitat humano en redes regionales y desigualdades socioespaciales locales. 29 Center for Spatially Integrated Social Science, http://www.csiss.org Revista Geográfica de América Central Nº Especial –55 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Los Sistemas de Información Geográfica constituyen la principal capacidad tecnológica para estudiar estas situaciones y lograr la integración, y los Sistemas de Ayuda a la Decisión Espacial como GeoDA (Geographical Data Analysis) creados por Luc Anselin del CSISS30 estarían particularmente orientados a la tarea de realizar un análisis multivariado exploratorio, análisis de autocorrelación espacial y análisis de regresión múltiple con variables sociales integradas espacialmente, y en las cuales el concepto de Distance Decay (Disminución con la distancia) de la interacción humana produce ajustes en los resultados. Un avance en materia de software lo constituye GWR (Geographically Weighted Regresión)31, al permitir ajustar geográficamente la predicción global de la regresión múltiple. Este avance técnico permite realizar una verdadera difusión del análisis espacial a través de la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica (Boots, 2000) hacia la totalidad de ciencias sociales, y particularmente los SADE incorporan concretamente los conceptos analizados en un avance de las técnicas cuantitativas en Geografía volcadas hacia los análisis locales con mejores detalles, a través niveles de resolución espacial (Fotheringham et al., 2000). En síntesis, la iniciativa está dada para que los aspectos teóricos de integración tengan correlato con medios técnicos digitales en la línea de los SADE, para que puedan aplicar sin inconvenientes un enfoque espacial a través de sus variables sociales específicas. Perspectivas futuras Como se ha visto a lo largo de estas páginas, el impacto de las tecnologías digitales en nuestra ciencia ha sido notable, no solamente desde un punto de vista técnico, sino principalmente conceptual. A partir de la necesidad de brindarle sustento teórico a estas aplicaciones surgen otras geografías (geografía automatizada y Cibergeografía), campos interdisciplinarios (Geoinformática y geografía global) y campos transdisciplinarios (Ciencias de la Información Geográfica y Ciencias Sociales Integradas Espacialmente). Todos ellos centrados en los conceptos de naturaleza espacial. 30 GeoDa, http://www.csiss.org (Spatial Tools / GeoDa) 31 GWR, http://ncg.nuim.ie/ncg/GWR 56– Revista Geográfica de América Central Nº Especial Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución teórico-metodológica hacia campos emergentes Como se ha visto, la Geografía Automatizada brinda nuevos horizontes al paradigma cuantitativo a partir de la revalorización de sus aplicaciones en el ambiente computacional, y la Cibergeografía abarca temáticas relacionados a los espacios virtuales producidos en el ciberespacio. Por su parte, la Geoinformática resulta de la combinación de software para el tratamiento de los datos espaciales y la geografía global tiene existencia cuando a través de los Sistemas de Información Geográfica se difunde una visión espacial al resto de las ciencias que hace uso de ellas. Finalmente, las Ciencias de la Información Geográfica, y las Ciencias Sociales Integradas Espacialmente aparecen como nuevas disciplinas, la primera con mayor orientación hacia la técnica y la segunda más teórica, aunque ambas generando nuevos cuerpos de conocimiento llevando a la dilusión de sus ciencias integrantes. Queda evidenciado con claridad que la Geografía es la disciplina base de los Sistemas de Información Geográfica y que su correcto uso no surge a través del entendimiento de los manuales del usuario sino de la profunda comprensión de los procedimientos geográficos que se han automatizado y de los conceptos teóricos que los sustentan. La geografía global ha sido un camino inevitable, en el que nuestra disciplina impacta en el resto de las ciencias. Los campos transdisciplinarios establecen una necesidad extra-geográfica para la cual muchos/as geógrafos/as han trabajado en la búsqueda de que la Geografía sea reconocida como centro de la integración. Estas líneas de estudio que se han comenzado a perfilar desde la década del ochenta hoy se pueden ver de manera clara, y una vez más demuestran la amplitud y riqueza que tiene la Geografía como ciencia, ampliando sus alcances y nuevamente brindando bases para la generación de nuevas perspectivas. Particularmente, en el uso de la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica, independientemente de en base a cual de las perspectivas se realice la aplicación, el contar con bases geográficas sólidas brindará la posibilidad de darle mayor consistencia a los análisis. Al poner la atención en las tecnologías digitales, se puede afirmar que la revolución tecnológica se ha cumplido, la revolución intelectual está en marcha y la Geografía ocupa un lugar de privilegio en toda esta evolución. Revista Geográfica de América Central Nº Especial –57 Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical and methodological developments into emerging fields Referencias bibliográficas Aguilera, A. (2002). Ciudades como tableros de ajedrez. Introducción al modelado de dinámicas urbanas con autómatas celulares. Colegio de San Luis. San Luis, Potosí. Aguilera, A.; López, A. (2001). Modelado multiagent de sistemas socioeconómicos. Una introducción al uso de la inteligencia artificial en la investigación social. El Colegio de San Luis, San Luis, Potosí. Aneas, S. (1994). Potencial de Población y Geografía. En: Boletín de GAEA (Sociedad Argentina de Estudios Geográficos) 112, 25-27. Anselin, L., Kim, Y.W. & Syabri, I. (2004). 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This requires fundamental reorientation and restructuring of national and international institutions toward more effective Earth system governance and planetary stewardship. We propose building blocks of such a new institutional framework, based on a comprehensive assessment conducted in 2011 by the Earth System Governance Project, a 10-year social science–based research program under the auspices of the International Human Dimensions Programme on Global EnvironVU University Amsterdam, 1081 HV Amsterdam, Netherlands. 2Lund University, 221 00 Lund, Sweden. 3Arizona State University, Tempe, AZ 85287, USA. 4Fridtjof Nansen Institute, 1326 Lysaker, Norway. 5University of Toronto, Toronto, Ontario M5S 1A1, Canada. 6Colorado State University, Fort Collins, CO 80523, USA. 7Durham University, Durham DH1 3LE, UK. 8Yale University, New Haven, CT 06511, USA. 9University of Waterloo, Waterloo, Ontario N2L 3G1, Canada. 10Stockholm Resilience Centre, Stockholm University, 106 91 Stockholm, Sweden. 11Beijer Institute, Royal Swedish Academy of Sciences, 104 05 Stockholm, Sweden. 12Wageningen University and Research Centre, 6706 KN Wageningen, Netherlands. 13UNESCO-IHE Institute for Water Education, 2611 AX Delft, Netherlands. 14University of Massachusetts at Amherst, Amherst, MA 01003, USA. 15 Tyndall Centre, University of East Anglia, Norwich NR4 7TJ, UK. 16Tokyo Institute of Technology, Tokyo 152-8552, Japan. 17United Nations University Institute of Advanced Studies, Yokohama 220-8502, Japan. 18CETIP, Slovak Academy of Sciences, 814 38 Bratislava, Slovakia. 19Chiang Mai University, Chiang Mai, 50200 Thailand. 20University of Arizona, Tucson, AZ 85721, USA. 21Oxford University, Oxford OX1 2JD, UK. 22Carleton University, Ottawa, Ontario K1S 5B6, Canada. 23University of Oregon, Eugene, OR 97403, USA. 24University of Sussex, Brighton BN1 9SN, UK. 25Vrije Universiteit Brussel, 1050 Brussels, Belgium. 26El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana, 22560 Mexico. 27University of California, Riverside, Riverside, CA 92521, USA. 28University of Oslo, 0317 Oslo, Norway. 29Universidade de Itaúna, 35680-054 Itaúna, Minas Gerais, Brazil. 30Independent scholar, Johannesburg 2010, Gauteng, South Africa. 31 University of California, Santa Barbara, Santa Barbara, CA 93106, USA. 1 *Author for correspondence. E-mail: frank.biermann@vu.nl 1306 mental Change (IHDP) (4, 5). The assessment has been designed to contribute to the 2012 United Nations (UN) Conference on Sustainable Development in Rio de Janeiro, which will focus on the institutional framework for sustainable development and possible reforms of the intergovernmental governance system. The assessment revealed remaining differences of opinion among social scientists, as well as an increasing consensus in many areas. As a general conclusion, our work indicated that incremental change (6)—the main approach since the 1972 Stockholm Conference on the Human Environment— is no longer sufficient to bring about societal change at the level and with the speed needed to mitigate and adapt to Earth system transformation. Structural change in global governance is needed, both inside and outside the UN system and involving both public and private actors. To this end, decision-makers must seize the opportunity in Rio to develop a clear and ambitious roadmap for institutional change and effective sustainability governance within the next decade. Seven reform measures are urgently required as a first step. Seven Building Blocks First, the environmental agencies and programs of the United Nations must be reformed and/or upgraded (7). Many reform proposals have been submitted in recent decades. Some of the more radical proposals—such as an international agency that centralizes and integrates existing intergovernmental organizations and regimes— are unlikely to be implemented and would yield uncertain gains. However, most of us see substantial benefits in upgrading the UN Environment Programme to a UN specialized agency for environmental protection along the lines of the World Health Organization or the International Labor Organization, that is, a strong environmental organization with a sizable role in agenda-setting, norm-development, compliance manage- The United Nations conference in Rio de Janeiro in June is an important opportunity to improve the institutional framework for sustainable development. ment, science assessment, and capacitybuilding (8–10). Second, it is crucial to strengthen the integration of the social, economic, and environmental pillars of sustainable development, from local to global levels. The UN Commission on Sustainable Development (CSD) was created in 1992 for this purpose. Yet its political relevance as a subbody to the UN Economic and Social Council has remained limited. Governments must now take action to improve the integration of sustainable development policies. In our view, the CSD must be replaced by a new mechanism that stands much higher in the international institutional hierarchy. The most promising route is creating a high-level UN Sustainable Development Council directly under the UN General Assembly (11). To be more effective, such a council should rely not on traditional UN modes of geographical representation, but give special predominance to the largest economies—the Group of 20—as primary members that hold at least 50% of the votes in the council. Only such a strong novel role for the Group of 20 will allow the UN Sustainable Development Council to have a meaningful influence in areas such as economic and trade governance. The countries that cooperate in the Group of 20 represent about two-thirds of the world’s population and around 90% of global gross national product. This legitimizes a sizeable institutional role for these nations as primary members of a powerful UN Sustainable Development Council. Third, better integration of sustainability governance requires governments to close remaining regulatory gaps at the global level. One such area is the development and deployment of emerging technologies, such as nanotechnology, synthetic biology, and geo-engineering. Such emerging technologies promise significant benefits, but also pose major risks for sustainable development. They need an international institutional arrangement—such as one or several multilateral framework conventions—to support forecasting, transparency, and informationsharing; further develop technical standards; help clarify the applicability of existing treaties; promote public discussion and input; engage multiple stakeholders in policy dia- 16 MARCH 2012 VOL 335 SCIENCE www.sciencemag.org Published by AAAS Downloaded from www.sciencemag.org on September 10, 2012 Navigating the Anthropocene: Improving Earth System Governance logues, and ensure that environmental considerations are fully respected (12). Fourth, integration of sustainability policies requires that governments place a stronger emphasis on planetary concerns in economic governance. Environmental goals must be mainstreamed into global trade, investment, and finance regimes so that the activities of global economic institutions do not undermine environmental treaties because of poor policy coherence (13, 14). Changes in world trade law to discriminate between products on the basis of production processes are critical if investments in cleaner products and services are to be encouraged, for example, through special recognition for environmentally friendly products and technologies. Such discrimination, however, must be based on multilateral agreement to prevent protectionist impacts. Fifth, we argue for a stronger reliance on qualified majority voting to speed up international norm-setting. Political science research shows that governance systems that rely on majority-based rule are quicker to arrive at far-reaching decisions and that consensus-based systems limit decisions to the preferences of the least ambitious country (15). Yet at the international level, majoritybased decision-making is still rare and needs to be further extended especially when Earthsystem concerns are at stake. Weighted voting mechanisms can ensure that decisions take all major interests among governments into account without granting veto power to any country (16). Sixth, stronger intergovernmental institutions as outlined here raise important questions of legitimacy and accountability (17). Global governance through UN-type institutions tends to give a larger role to international and domestic bureaucracies, at the cost of national parliaments and the direct involvement of citizens. Accountability can be strengthened when stakeholders gain better access to information and decisionmaking through special rights enshrined in agreements or stronger participation in councils that govern resources and in commissions that hear complaints. Greater transparency can help empower citizens and consumers to hold governments and private actors accountable and can provide incentives for better sustainability performance (18). In particular, stronger consultative rights for civil society representatives in intergovernmental institutions would be a major step forward, including in the UN Sustainable Development Council that we propose. This requires, however, transparent and effective accountability mechanisms for civil society representatives vis-à-vis their constituencies, as well as appropriate mechanisms that account for imbalances in the strength of civil society among different countries and for power differentials among different segments of civil society (for example, through separate subchambers for different regions and/or different interests, such as environmentalists, industry, youth, and so on). Seventh, equity and fairness must be at the heart of a durable international framework for sustainable development. Strong financial support of poorer countries remains essential (19). More substantial financial resources could be made available through novel financial mechanisms, such as global emissions markets or air transportation levies for sustainability purposes (20). Constitutional Moment The world saw a major transformative shift in governance after 1945 that led to the establishment of the UN and numerous other international organizations, along with far-reaching new international legal norms on human rights and economic cooperation. We need similar changes today, a “constitutional moment” in world politics and global governance. Such a reform of the intergovernmental system—which is at the center of the 2012 Rio Conference—will not be the only level of societal change nor the only type of action that is needed toward sustainability. Changes in the behavior of citizens, new engagement of civil society organizations, and reorientation of the private sector toward a green economy, are all crucial to achieve progress. Yet, in order for local and national action to be effective, the global institutional framework must be supportive and well designed. We propose a first set of much-needed reforms for effective Earth system governance and planetary stewardship. The 2012 Rio Conference offers an opportunity and a crucial test of whether political will exists to bring about these urgently needed changes. References and Notes 1. W. Steffen et al., Global Change and the Earth System (Springer, New York, 2004). 2. H. J. Schellnhuber et al., Eds., Earth System Analysis for Sustainability (MIT Press, Cambridge, MA, 2004). 3. J. Rockström et al., Nature 461, 472 (2009). 4. F. Biermann, Glob. Environ. Change 17, 326 (2007). 5. Science and Implementation Plan of the Earth System Governance Project (Working papers, Earth System Governance, 2009); www.earthsystemgovernance.org. 6. Incremental change refers to minor reforms that attempt to increase efficiency and effectiveness of governance without fundamentally altering decision-making rules, basic organizational arrangements, funding levels, or legal commitments, among others. 7. O. R. Young, L. A. King, H. Schroeder, Eds., Institutions and Environmental Change (MIT Press, Cambridge, MA, 2008). 8. F. Biermann, Environment 42, 22 (2000). 9. S. Charnovitz, Columbia J. Environ. Law 27, 323 (2002). 10. A. Najam, M. Papa, N. Taiyab, Global Environmental Governance (International Institute for Sustainable Development, Winnipeg, Canada, 2007). 11. Earth System Governance Project, Eds., Towards a Charter Moment: Hakone Vision on Governance for Sustainability in the 21st Century (International Environmental Governance Architecture Research Group, Tokyo, 2011). 12. K. W. Abbott, G. E. Marchant, D. J. Sylvester, Environ. Law Rep. 36, 10931 (2006). 13. P. Newell, in Re-thinking Development in a CarbonConstrained World, E. Palosuo, Ed. (Ministry for News Anal. Foreign Affairs, Finland, Laivastokatu, 2009), pp. 184–195. 14. J. Gupta, N. van der Grijp, Eds., Mainstreaming Climate Change in Development Cooperation (Cambridge Univ. Press, Cambridge, UK, 2010). 15. J. Hovi, D. F. Sprinz, Glob. Environ. Polit. 6, 28 (2006). 16. Weighted voting implies a departure from the traditional intergovernmental approach of “one-country-one-vote,” which gives equal weight to all countries regardless of, e.g., their population size. Our proposal of special voting rights for the Group of 20 in the UN Sustainable Development Council is one example. Another example is the double-weighted majority voting in the treaties on stratospheric ozone depletion, which accept majority decisions in certain areas as long as they include the majority of all developing countries and the majority of industrialized countries. 17. S. Bernstein, J. Int. Law Int. Rel. 1, 139 (2005). 18. A. Gupta, Ed., Glob. Environ. Polit. 10, 1 (2010). 19. World Bank, World Development Report 2010: Development and Climate Change (World Bank, Washington, DC, 2009). 20. B. Müller, International Adaptation Finance (Oxford Institute for Energy Studies, Oxford, 2008). www.sciencemag.org SCIENCE VOL 335 16 MARCH 2012 Published by AAAS Downloaded from www.sciencemag.org on September 10, 2012 CREDIT: FRANZ DEJON/INTERNATIONAL INSTITUTE FOR SUSTAINABLE DEVELOPMENT/EARTH NEGOTIATIONS BULLETIN POLICYFORUM 10.1126/science.1217255 1307 Intervention: Critical physical geography Rebecca Lave Department of Geography, Indiana University Matthew W. Wilson Department of Geography, University of Kentucky Elizabeth S. Barron Department of Organismic and Evolutionary Biology and the Program on Science, Technology & Society, Harvard University Christine Biermann Department of Geography, The Ohio State University Mark A. Carey Department of History, University of Oregon Chris S. Duvall Department of Geography, University of New Mexico Leigh Johnson Department of Geography, University of Zurich K. Maria Lane Department of Geography, University of New Mexico Nathan McClintock Department of Urban Studies & Planning, Portland State University Darla Munroe Department of Geography, The Ohio State University Rachel Pain Department of Geography, Durham University James Proctor Environmental Studies Program, Lewis & Clark College Bruce L. Rhoads Department of Geography, University of Illinois Urbana-Champaign Morgan M. Robertson Department of Geography, University of Kentucky Jairus Rossi Department of Geography, University of Kentucky Nathan F. Sayre Department of Geography, University of California at Berkeley Gregory Simon Department of Geography and Environmental Sciences, University of Colorado-Denver Marc Tadaki Department of Geography, University of British Columbia Christopher Van Dyke Department of Geography, University of Kentucky The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 DOI: 10.1111/cag.12061 © 2013 Canadian Association of Geographers / L’ Association canadienne des géographes 2 Rebecca Lave et al. A recent opinion piece rekindled debate as to whether geography’s current interdisciplinary make-up is a historical relic or an actual and potential source of intellectual vitality. Taking the latter position, we argue here for the benefits of sustained integration of physical and critical human geography. For reasons both political and pragmatic, we term this area of intermingled research and practice critical physical geography (CPG). CPG combines critical attention to power relations with deep knowledge of biophysical science or technology in the service of social and environmental transformation. We argue that whether practiced by individuals or teams, CPG research can improve the intellectual quality and expand the political relevance of both physical and critical human geography because it is increasingly impractical to separate analysis of natural and social systems: socio-biophysical landscapes are as much the product of unequal power relations, histories of colonialism, and racial and gender disparities as they are of hydrology, ecology, and climate change. Here, we review existing CPG work; discuss the primary benefits of critically engaged integrative research, teaching, and practice; and offer our collective thoughts on how to make CPG work. Keywords: physical geography, critical human geography, transdisciplinarity, anthropocene Intervention en géographie physique critique Un article d’opinion paru récemment est à l’origine de la relance d’un débat qui pose la question à savoir si le fondement interdisciplinaire actuel de la géographie serait une relique historique ou une source réelle et potentielle de vitalité intellectuelle. En prenant la défense de la seconde position, nous militons en faveur des bénéfices découlant de l’intégration soutenue de la géographie physique et de la géographie humaine critique. Pour des raisons à la fois politiques et pragmatiques, nous avons nommé ce domaine de recherche et de pratique enchevêtré la géographie physique critique (GPC). C’est au service de la transformation sociale et environnementale que la GPC intègre un regard critique sur les relations de pouvoir à la connaissance profonde de la science ou de la technologie biophysique. Que se soient des individus ou des équipes qui la pratiquent, les travaux de recherche en GPC peuvent contribuer à l’amélioration de la qualité intellectuelle et à l’élargissement de la pertinence politique de la géographie humaine critique et géographie physique, compte tenu que la séparation de l’analyse des systèmes naturels et des systèmes sociaux pose des difficultés d’ordre pratique. À l’origine des paysages sociobiophysiques se trouvent autant les relations inégales de pouvoir, les histoires de colonialisme et les disparités raciales et entre les sexes que l’hydrologie, l’écologie et les changements climatiques. Dans cette partie de l’article, nous passons en revue les travaux actuels en GPC, nous engageons une discussion sur les principaux avantages des approches intégratives et véritablement critiques en recherche, dans l’enseignement et dans la pratique, et nous proposons nos réflexions collectives sur la façon d’appliquer la GPC. Mots clés : géographie physique, géographie humaine critique, transdisciplinarité, anthropocène Introduction In a recent column in Geolog, Stephen Johnston, a geologist at the University of Victoria, proposed the disbanding of geography departments in order to end the “entirely arbitrary” combination of physical and human geographers and reunite them with their respective physical and social science kin (2012, 6). Johnston’s piece catalyzed a fierce debate on a number of online fora. The bulk of responses rejected his argument, but the belief that physical and human geographers are joined by historical inertia rather than any potential or actual intellectual synergy remains common both inside and outside the discipline, and is important to refute. We argue here that there are great mutual benefits from active integration of physical and critical human geography, as demonstrated in the work of geographers who combine critical attention to relations of social power with deep knowledge of a Correspondence to/Adresse de correspondance: Rebecca Lave, Department of Geography, 701 E. Kirkwood Ave, Indiana University, Bloomington, IN 47405, USA. Email/Courriel: rlave@indiana.edu The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 Critical physical geography particular field of biophysical science or technology in the service of social and environmental transformation. We term this integrative intellectual practice critical physical geography (CPG). Its central precept is that we cannot rely on explanations grounded in physical or critical human geography alone because socio-biophysical landscapes are as much the product of unequal power relations, histories of colonialism, and racial and gender disparities as they are of hydrology, ecology, and climate change. CPG is thus based in the careful integrative work necessary to render this co-production legible. Naming has material impacts, demanding particular forms of intellectual practice and marking out particular objects of inquiry. Critical physical geography calls forth a distinctive combination of research that may appear oxymoronic to human geographers who oversimplify contemporary research in physical geography as naively positivist (a position that ignores the range of epistemological approaches within it, as Gregory 2000, Rhoads and Thorn 1996, Trudgill and Roy 2003, and many others have pointed out), or offensive to physical geographers who interpret it as a renewed critique of physical geography. Despite these potential hazards, we believe that the term raises important questions: what are the opportunities for a more critical physical geography and a more physical critical human geography? What new research, teaching, and political practices can we build on a foundation of subaltern studies, biogeography, political-economy, geomorphology, social studies of science, and climate science? 3 example, Clark and Richards (2002), Fryirs and Brierley (2009), Phillips (2010, 2011), Rhoads et al. (1999), and Wohl and Merritts (2007) demonstrate how apparently objective reference frames in fluvial geomorphology are imbued with value-based assumptions about the relevant human scales in environmental change. Such notions of river channel “naturalness” are as much normative and contextual as “scientific,” and shape environmental management in particular ways. As these and other physical geographers have pointed out, research does not merely describe, but also produces the environments in which we live.1 Similarly, CPG is foreshadowed by three decades of work in political ecology and environmental history, which combine ethnographic work with attention to the specificity of nature’s material features to explain environmental change and degradation (Blaikie 1985; Hecht 1985; Watts 1985; Blaikie and Brookfield 1987; Cronon 1995; Bakker and Bridge 2006; Huber and Emel 2009; Robbins 2012). This combination enabled political ecologists to explain, for example, African drought and pastoralist responses to it as regionally specific, variable, and impossible to characterize accurately from either satellites or UN Headquarters (Turner 1999), and soil erosion in rural Bolivia as a result of depopulation, contradicting widespread Malthusian assumptions (Zimmerer 1993). Yet, while political ecology has done a great deal to foreground our always-politicized interactions with the biophysical environment, it frequently privileges social processes/theories in the explanation of biophysical situations. The “ecology” is rarely an equal partner to the “political” (Walker 2005).2 Antecedents and existing work We begin by acknowledging that the synthesis we espouse has clear precedents. There is a long history of critical work within physical geography. Biogeographers, for instance, have debated the epistemology of human disturbance as well as the ontology of biogeographic features, even if not in these philosophical terms (Duvall 2011a). Thomas Vale argued that “human values, not the ecological effects per se, determine the ‘goodness’ or ‘badness’ of human alteration of [vegetation]” (Vale 1982, 67), and William Denevan critically re-read source literature to explode “the pristine myth” of American wilderness in 1492 (Denevan 1992). This tradition continues in current physical geography research. For The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 1 For some physical scientists, research termed “physical geography” already evokes multi- and trans-disciplinary intellectual practices and the hybridities of working across practice, analysis, and policy-making. 2 Another important precedent is the vital ongoing work in sustainability science and land use/land cover change science. The work of W. Clark, B.L. Turner, and their colleagues is compatible with CPG in its interdisciplinarity, its attention to social-ecological interactions that are non-linear and path dependent, and in its aspiration to practical relevance and policy impact (Turner et al. 2007; Turner and Robbins 2008). Where CPG differs is in its emphasis on the co-production of socio-biophysical systems, its deep engagement with social theory and the material roots and consequences of unequal power relations, and its reflexive intellectual practice that acknowledges the social and political shaping of research agendas and practices, calling into question claims to universal and value neutral research findings. 4 Rebecca Lave et al. CPG thus extends both political ecology and the tradition of critique within physical geography through a fresh integration of physical geography and critical human geography. The integrative holism of CPG requires critical human geographers to engage substantively with the physical sciences and the importance of the material environment in shaping social relations, while expanding physical geographers’ exposure to and understanding of the power relations and human practices that shape physical systems and their own research practices. The intellectual project at CPG’s core is not a matter of compiling different approaches in adjacent boxes, but of working synthetically to integrate those approaches through direct conversation and mutual interference (Demeritt 2009). With this deeply integrative approach, we believe that CPG can become an important subfield of geography that occupies a vital niche at the interface of critical human and physical geography. A number of researchers have begun to demonstrate the reflexive and integrative epistemological spirit that motivates CPG, striving to produce critical biophysical and social explanations while also reflecting on the conditions under which those explanations are produced. For example, in “human bio-geography” (Head et al. 2012), scholars read plant ecology alongside political discourse to understand pattern and process in the postmodern biosphere. Chris Duvall’s work explores how humans have affected plant distribution by drawing on historical data about where particular species were recorded (Duvall 2011a, 2011b). Yet the documentary sources for much of the Global South are loaded with dated, ethnocentric, colonialist, and racialized views of the world that affect how both people and plants are represented. Duvall draws on both Edward Said and soil science to demonstrate how definitions of geographic features in Africa have been intimately tied to colonial and neo-colonial goals of controlling natural resources and recalcitrant populations, thus strengthening our physical and social understanding of biogeographic relations (Duvall 2011a, 2011b). Extending Stuart Lane’s collaborative work on practicing flood science within a wider participatory framework (Lane et al. 2011), Rachel Pain’s team of human and physical geographers and an English Rivers Trust group used Participatory Action Research, a collaborative approach that enables affected or interested people to take a leading role The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 in research, thus unsettling scientists’ and policymakers’ monopoly on expertise. Trust members identified slurry getting into the river as an issue of particular concern, collected data, and conducted analysis with support from scientists, discussed the implications of their findings, and planned and implemented follow-up action. The result was a series of maps of land cover and risk across the catchment, and a model to identify farm vulnerability, allowing locally tailored and politically sensitive solutions to slurry pollution (Pain et al. 2011). Bruce Rhoads, Michael Urban, and their collaborators have addressed the interplay between human agency and biophysical processes in the agricultural landscape of the Midwestern United States, where economic imperatives to sustain agricultural production in seasonally wet, poorly drained soils led farmers to channelize extant streams and extend drainage channels into previously unchanneled parts of the landscape (Rhoads and Herricks 1996; Urban 2005a). Humans thus became the dominant geomorphological agent of change in headwater streams (Urban and Rhoads 2003a), resulting in widespread simplification and homogenization of channel form that limits habitat complexity and affects the integrity of fish communities (Frothingham et al. 2001; Rhoads et al. 2003; Rhoads and Massey 2012). Addressing this anthropogenic damage would appear to be straightforward, but, over time, land drainage has taken on cultural and social significance, becoming a central part of farmers’ sense of identity (Wilson et al. 2003; Urban 2005b). Rhoads, Urban, and their colleagues have demonstrated that alternative management solutions must engage social and cultural concerns if they are to succeed environmentally. There are numerous other examples of CPG work, such as research on the ways in which institutional power is coded into land-cover classification (Robbins 2001), the interrelated neoliberalization of environmental science and management in stream restoration (Lave et al. 2010; Lave 2012a, 2012b), the effects of socio-economic conflicts on water management and climate change adaptation (Carey 2010; Carey et al. 2012), and the ways in which existing hydrological models entrench certain tradeoffs about who is at risk from flooding and who loses and gains from it (S. Lane et al. 2011), among many others (Proctor 1998; Robertson 2006; Crifasi 2007; Sutter 2007; Sayre 2008; Hird 2009; Linton 2010; Lorimer 2010, 2012; Mansfield et al. 2010; Clark Critical physical geography 2011; K.M. Lane 2011; Grabbatin and Rossi 2012; Mahoney and Hulme 2012; Simon 2012; Tadaki et al. 2012; Wainwright 2012; Doyle et al. 2013; Barron et al. in review). Although this work spans a wide range of topics and fields within geography, its common characteristic is deep engagement with both theories of power and physical science, using integrative explanatory frameworks to better illuminate the co-production of socio-biophysical systems. Potential benefits: Why bother? This growing body of CPG work is difficult to dismiss because it is so deeply necessary, intellectually and practically. Scholars in a wide and growing array of biophysical disciplines have concluded that many of Earth’s most fundamental processes are now dominated by human activities (Vitousek et al. 1997; Lubchenco 1998; Haff 2010). Geologists and chemists have gone so far as to propose a new geological epoch—the Anthropocene—for the current period of Earth’s history, recognizing that broad areas of inquiry are simply unintelligible if human and physical considerations are addressed in isolation (Crutzen and Stoermer 2000; Zalasiewicz et al. 2010; Biermann et al. 2012; Lorimer 2012; Sayre 2012; Proctor 2013). But the complexity of these sociobiophysical systems—as embodied in issues such as natural hazards, biodiversity loss, epidemiology, and food security—often falls victim to “the violence of abstraction” (Sayer 1989) when isolated within (sub)disciplinary silos that reduce human/social factors and processes to a simple variable or that, conversely, view natural factors as mere politically motivated constructs. To dissolve the human/nature dualism our concepts have to change, as do our explanatory frameworks. For example, are existing classifications of species and even biomes, such as savannas or rainforests, still useful with the ongoing anthropogenic changes in climate and species distribution (Ellis et al. 2010; Duvall 2011a)? The acceleration of change and interconnectedness among these systems is inarguable, yet once used in policy, these ecological boundaries become materially instantiated through management provisions, thus effectively transitioning “from a socially constructed line, to a line actively constructing society” (Simon 2011, 97). Because governance and conservation frameworks are organized around these shifting distinctions, The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 5 new points of collaboration are necessary to reassess a wide variety of boundaries, their (mis)use in the policy realm, and their consequences for social justice and ecological health. Similarly, to better understand current forms of environmental degradation, vulnerability to natural hazards, and the dynamics of food insecurity, we need to address the different stages of capitalism and their accompanying landscape signatures. Resource use and landscape management practices have changed in concert with capitalism’s transitions from mercantilism to colonial extraction, through Fordism and into its current neoliberal phase (Arrighi 1994; Moore 2000, 2008). New forms of government and civil regulation have emerged at each stage, dictating how these new modes of production interact with the environment (Polanyi 1944; Jessop 1997; Agrawal 2005). The rescaling of both production and regulation has generated qualitatively different forms of nature (Gibbs and Jonas 2000; Swyngedouw and Heynen 2003; McCarthy 2005), fundamentally altering both human and physical geographers’ field sites. For instance, to understand the dynamics of food insecurity, it is now necessary to consider the “rediscovery” of grains as speculative financial commodities, which has had serious consequences for both food security and cultivation patterns. Similarly, to explain losses of soil organic matter or of particular soil microorganisms it is increasingly necessary to address management practices that respond to particular political economic drivers— such as the slashing of government subsidies for agricultural inputs, credit, and extension under neoliberal structural adjustment programs—and the consequent shift towards export production. We advocate for this new subfield because we believe it will benefit a wide range of geographers. CPG foregrounds the material bases of issues such as resource availability, vulnerability, and resilience, enabling critical human geographers to develop a deep knowledge of the biophysical processes at work in their field sites, and the influence of these processes on human agency and inequality. Julie Guthman’s (2011) recent work, for example, centres on the processes by which environmental toxins might contribute to obesity. Guthman’s claim that obesity should be addressed as a product of capitalist-driven industrial processes rather than as a moral failing of individuals relies heavily on physical science data on the production and 6 Rebecca Lave et al. proliferation of endocrine-disrupting chemicals. Further, critical human geographers may find that engaging in CPG research, individually or collaboratively, gains them greater access to policy audiences in order to expand the social justice impacts of their research. At the same time, CPG enables physical geographers to understand and recognize the politics that shape both their own research and the systems they study. To understand the impacts of climate change in the Peruvian Andes, for example, demonstrating that glacier-fed rivers are drying up is very important (Chevallier et al. 2011; Baraer et al. 2012). However, recognizing who manages that water, how stakeholders’ objectives and power vary, and how hydrological research to date has benefitted hydroelectric companies more than peasants (Vergara 2007; Carey et al. 2012) is also a crucial step toward producing more accurate, practical, and relevant knowledge. CPG thus enables physical geographers to improve their understanding of the socio-ecological roots of environmental processes, and to present findings more likely to produce socially and environmentally resilient policy outcomes (Berkes and Folke 1998). CPG also offers physical geographers the resources to examine the connections between their research and its social, economic, and political context, deepening their understanding of the ways that their own knowledge is situated in time and space (Livingstone 2003; Raj 2007; Tadaki et al. 2012). Put bluntly, to understand the Anthropocene we must attend to the co-production of socio-biophysical systems. Integrating the power relations and social processes at the heart of critical human geographic inquiry and the material processes at the heart of physical geographic inquiry is increasingly important for both the analytical strength and political impact of our work. Critical physical geography in practice: Making this work Conducting CPG research is challenging because it integrates substantively different epistemologies. Despite this, we have found CPG surprisingly doable in practice because of the shared emphasis on complexity, particularity, and processes across critical human and physical geography. The biophysical sciences’ turn away from equilibrium theories about how nature works in favor of emphases on non- The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 linearities, multi-scalar phenomena, complexity, path dependencies, thresholds of change, and historical legacies is very compatible with critical social scientific ideas about agency, change, contingency, and causality (Zimmerer 1994; Urban and Rhoads 2003b; Proctor and Larson 2005; Rhoads 2006; Harrison et al. 2008). This turn towards process, stochasticity, and observer-dependence in physical geography is directly cognate with what is known as the “post-structural turn” in critical human geography. Thus for both individual CPG researchers and transdisciplinary teams, issues of epistemological compatibility are less severe than many would expect. There are other barriers to CPG research, however, that we wish to highlight; our recommendations to address them underline the importance of integration, cross-training, and collaboration. A first issue is building shared, or at least compatible, research methodologies to expand the pool of CPG research and researchers; each of us has discovered that making critical physical geography work in practice requires some methodological retooling. It is a tall order to master methods that may range from historical materialist dialectics to calculus. Some researchers will embrace the extra training required to conduct CPG research solo, while others will prefer to pursue disciplinary excellence as part of a team. In the latter case, a basic competence in—and mutual respect for—the methodological frameworks of CPG collaborators should be a minimum requirement. In addition to methodological work, expanding CPG will require attention to pedagogy as we develop the institutional frameworks to create and encourage new cultures of epistemic pluralism (Castree 2012). CPG needs to encompass and engage a diversity of teaching, learning, and research styles. As Nick Clifford (2002) argues: One of the messages from the study of the sciences is the power of culturing: if we do not expect (or even want) students to integrate in circumstances where we have complete control, then how much less so can we expect a unitary discipline to survive, let alone thrive, when these students progress as the next generation? Which is worse: near fainting at the sight of an equation in a lecture, or derision of “imagined” or “mystic” geographies? The truth is, neither should ever have been indulged! (435) Clearly, we need to strengthen institutional spaces for cross-training so that students become familiar Critical physical geography with, or even master, multiple methods and academic languages. A central part of this will be bringing the concepts and categories through which critical human and physical geographers “see” the world into conversation through concept orientations that detail the origin and context of key ideas, perspectives, and theories. In our experience, such conversations can create discomfort, but they are critical to the development of integrative research, and to shared intellectual growth. Another key element will be strengthening or reinstating requirements for coursework crosstraining, which at many universities have been a casualty of the competitive struggle for funding, university auditing of time-to-completion, and the demands of specialization. This is a major challenge to the ongoing survival of geography as a discipline (as evidenced by Johnston 2012), and demands a commensurate rethinking of both how we train students and how we explain and justify this training. We thus suggest that students participate in classes that are themselves an integration of critical human and physical geography approaches, to demonstrate how such integration can generate innovative research questions and findings that advance our understanding of complex sociobiophysical issues. Finally, enabling integrative CPG work requires some logistical effort. Funding is certainly a key issue, as many existing grant programs are closed to CPG proposals. In Canada, for example, national funding is divided between social and physical science, so it is not possible to apply for a grant to do CPG work. But even in countries with programs that accept CPG proposals, it is critical for program officers to select reviewers open to, and capable of evaluating, both physical and critical human work. Thus, although the funding situation for CPG research in the United States. appears more promising, inappropriate reviewer pools mean that such research is difficult to fund in practice. There is a similar situation for publication. In our experience, it can be very hard to publish work that combines physical science and critical engagement with social theory and power relations. New journals are one possibility, but a better solution would be for editors and associate editors of existing journals to change the ways in which they select and recruit reviewers. The emergence of the GIS & Society movement within geography provides an example of a similar effort to bridge subfields that has been quite The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10 7 successful. After the disruptive “GIS Wars” of the early 1990s, critical human geographers and GIScientists worked together to design and agree upon a shared research agenda focused on the social implications of mapping technologies (Schuurman 2000; Sheppard 1995, 2005). Today, some graduate (and even undergraduate) programs have incorporated these perspectives on GIS into their training. New generations of critical human geographers are finding ways to both incorporate GIS techniques as part of radical praxis and provide an informed critique of the technologies, and new cohorts of GIScientists are increasingly interested in enrolling the theories and methodologies of critical human geography to iteratively construct alternative mapping technologies (Elwood 2009). This does not mean that the differences between them have collapsed; indeed, there remain real challenges in bridging geo-technical scholarship with critical theory. However, the last 20 years of GIS & Society work has enabled a more reasoned debate about these challenges, creating opportunities for engagement and experimentation and providing a striking precedent for critical physical geography. Conclusions Critical physical geography embraces the unity of social and physical landscape change, a claim that Carl Sauer and geographers of his generation accepted as fundamental. But the modern context demands that we engage beyond generalized concepts of “culture” or “society” interacting with stable earth systems and ecologies. Specific modes, strategies, and institutions of governance and development interact with stochastic, contingent physical processes to shape the earth; racism, the movement of global capital, and the history of colonialism are as fundamental as the hydrologic cycle, atmospheric circulation, and plate tectonics. We have defined CPG as work that combines critical attention to relations of social power with deep knowledge of biophysical science or technology in the service of social and environmental transformation. Eliding the diversity of either social or physical processes is not just misleading, but actively unhelpful in contributing to that transformation. We hope the discussion above will spark conversation about the possibility for more integrative scholarship and more collaborative practices. Read 8 Rebecca Lave et al. in a different light, Stephen Johnston’s Geolog column (2012) points to a broader problem of lost opportunities. CPG is our response. References Agrawal, A. 2005. Environmentality: Technologies of government and the making of subjects. Chapel Hill, NC: Duke University Press. Arrighi, G. 1994. The long twentieth century: Money, power and the origins of our times. London: Verso. Bakker, K., and G. Bridge. 2006. Material worlds? 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Perspectiva Geográfica ISSN: 0123-3769 Vol. 18 No. 1 de 2013 Enero-junio pp. 157-174 Críticas postestructuralistas en las concepciones de los espacios geográficos SPoststructuralistic reviews in concepts of geographical spaces Miguel Ángel Silva1 Resumen El presente artículo de reflexión indaga primeramente sobre las mutaciones que se han producido en el campo de las ciencias sociales y de la cultura en general, en contextos de modernidad y posmodernidad. El objetivo básico del artículo es apelar a concepciones postestructuralistas sobre el espacio y sobre el tiempo favoreciendo el estudio de las heterogeneidades y de las diferencias. Se plantean los distintos espacios de alteridad partiendo de la concepción de la geografía como espacialidades sociales que iluminen la teoría y que favorezcan los elementos críticos de las mismas. Se comienza con el análisis de los espacios del lenguaje, espacios del yo y del otro, espacios del lugar, espacios de la agitación, espacios de la experiencia y espacios de la escritura. Los resultados —teniendo en cuenta las problemáticas planteadas— son altamente provisionales y se constituirán mediante una continua resignificación conceptual discursiva que la geografía contemporánea nos pueda ofrecer. Palabras clave: postestructuralismo, espacios alternativos, espacios del lenguaje, espacios del yo y del otro, espacios del lugar, espacios agitados, espacios de experiencia, espacios de escritura. 1 Doctor en Geografía. Profesor de Geografía, profesor titular ordinario, profesor asociado regular del Centro de Investigaciones Geográficas. Universidad Nacional de La Plata. Instituto de Geografía. Universidad Nacional de La Pampa, República Argentina. miguelangel.silva153@gmail.com Abstract This article of reflection inquires first on mutations that happen in the field of social science and culture in general, in the context of the modernity and postmodernity. The basic objective of the article is to appeal to poststructuralists concepts about space and time favoring the study of heterogeneities and differences. We describe the different spaces of otherness, starting from the conception of geography as social spaces that make light up the theory and may help their critical elements. It begins with the analysis of the language spaces, spaces of myself and the other, spaces of the place, spaces of the agitation, spaces of the experience, and spaces of the writing. The results, taking into account the issues raised, are highly provisional and will be constituted using a continuous discursive conceptual resignification that the contemporary geography can offer. Keywords: poststructuralism, alternative spaces, language spaces, spaces of self and other, spaces of the place, spaces of the agitation, spaces of experience, spaces of the writing. 158 Miguel Ángel Silva Introducción El presente artículo tiene la intención de reflexionar y debatir sobre perspectivas que hasta estos momentos han sido parcialmente eludidas por la academia geográfica latinoamericana. Esta circunscripción y la elección del tema: Críticas postestructuralistas en las concepciones de los espacios geográficos, se encuentran contextualizados en una serie de debates mucho más inclusivos, que, más allá de la consabida y tradicional concepción de paradigmas de origen kuhniano, enriquecen como panorama contenedor los niveles de tensión y análisis crítico de los mismos. La relación dialéctica modernidad-posmodernidad sería el eje estructurante donde se desarrollaría la irrupción de los cambios en la cultura contemporánea, ya que a través de la misma se han tejido y se enhebran y entroncan los distintos discursos que le dan sentido y direccionalidad al pensamiento contemporáneo. A lo largo de la historia de la geografía, el desarrollo de una racionalidad dominante de carácter teórico o instrumental es la que ha prevalecido a la hora de conceptualizar el espacio como objeto de estudio de la geografía, como han señalado algunos geógrafos que se han dedicado a la historia crítica del pensamiento geográfico: Capel (1981), Gregory (1978, 1998), Ortega Cantero (1987), Unwin (1995), Ortega Valcárcel (2000), Thrift (1996). Si bien, ello ha sido evidenciado en la geografía del análisis locacional y parcialmente en las corrientes perceptuales y comportamentales hasta las dialécticas críticas, en escasas oportunidades se ha indagado en el ámbito de la geografía latinoamericana la construcción de otras espacialidades alternativas que cuestionen la validación de dichas espacializaciones racionalistas. La articulación de lo social y lo geográfico, en infinidad de oportunidades fue tratada como si el mundo de lo social fuera ajeno al geográfico, casi siempre conservando una actitud discursiva excesivamente binaria —independiente— del talante crítico que se le haya otorgado. Es decir, que el binarismo que focaliza el yo cartesiano siempre ha sido el centro de la construcción del discurso que se generó a través y alrededor del mismo. Lo que se pretende ahora es explorar, cuestionar y desmontar ese yo ordenador, ese yo organizador tanto como praxis, tanto como metáfora, pero no acudiendo a lo “otro” como antípoda, que ocluye, y no permite la presencia de “otros” que se manifiestan por medio de discursos, sujetos, conceptos teóricos, etc. La idea central para la concepción de estas otras espacialidades que se desarrollarán a continuación, se fundamenta en la anterior definición de lo social como sustantivo y constitutivo de hacer geografía; pero aquí hay que hacer notar y marcar como perentorio que ese ethos social debería ser un ethos que se traduzca en términos más poéticos e imaginativos-críticos o en prácticas sociales que generen multiuniversalidades y no solamente universalidades. Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 159 Estos tipos de análisis epistemológicos abordan la articulación entre lo histórico, social, cultural y geográfico, ya que contienen un potencial crítico e inevitablemente desestabilizador, como estrategia para definir esas “otras” formas de pensar, concebir y actuar en los espacios geográficos. El objetivo del artículo es presentar un panorama epistemológico de las tendencias postestructuralistas, las que —predominantemente— desafían las discursividades racionalistas y universales-estáticas de los discursos de las ciencias sociales en general y de la geografía, en particular. Se ha elegido el texto Thinking Space, como un lugar para explorar dichas tensiones epistemológicas y metodológicas y como ensayo creativo para pensar la geografía en direcciones alternativas a lo planteado por el statu quo. Los capítulos que son tratados en el texto corresponden a pensadores, tales como: Wittgenstein (1961), De Certeau (1982), Derrida (1967), Bakhtin (1981), Foucault (1976), Deleuze y Guattari (1998), Virilio (1997), Latour (1993), Serres (1994), Said (1995), Fanon (1961), Benjamin (1982), Lefebvre (1974). Merecen un capítulo especial y una buena parte son analizados por geógrafos británicos: Gregory, Doel, Philo, Merrifield, Savage. Los primeros son los referentes por los cuales se pueden interpretar seis tipos de especialidades. 160 Miguel Ángel Silva En la introducción al libro, en sus dos editores: Nigel Thrift (2000) y Mike Crang (2000), ya se pueden evidenciar sus propuestas, sus preocupaciones y sus ocupaciones en tanto geógrafos que poseen una mirada interpeladora, no solo del concepto espacio, sino de la vida misma en cuanto objeto de estudio y sus despliegues, en tanto concreciones materiales y simbólicas. Novedosos planteos ante la geografía convencional y también para los campos de relaciones extradisciplinarias, sea del área lingüística, comunicacional, psicoanalítica o estética, ética o cognitiva. Evidentemente, las lecturas y la concreción de este libro sirvieron de plataforma básica para la conceptuación de las teorías no representacionales que posteriormente elaboraría el mismo Nigel Thrift (2008), con elementos ligados a las representaciones, al poder, a las identidades, al lenguaje y las prácticas sociales, al tiempo y a las performatividades en la vida social. Las seis espacialidades enumeradas y desarrolladas en la introducción de este libro, son: a) Espacios del lenguaje. b) Espacios del yo y del otro. c) Espacios del lugar. d) Espacios de la agitación. e) Espacios de experiencia. f) Espacios de escritura. Las dos primeras nos remiten a planteamientos teóricos que, aún hoy día, transitan las ciencias sociales, y las otras cuatro tienen puntos referenciales disciplinarios más concretos. La metodología para desarrollar este artículo fue la hermenéutica crítica, en tanto comprensión y análisis de la introducción y de los discursos textualizados que constituyen el cuerpo central del libro. En otras palabras, nos encontramos ante una metodología fuertemente interpretativa que se corresponde evidentemente con dichos planteos hermenéuticos básicos. 1. Espacios del lenguaje Siempre ha existido una conexión entre el lenguaje y el espacio, pero con distintas modalidades. En principio, el lenguaje es el gran mediador entre el pensamiento prístino y el mundo, y, de esta forma, como el lenguaje puede ser espacializado, como el espacio puede ser textualizado. Podríamos decir que se constituyen en el antecedente de las geografías estructuralistas y postestructuralistas que, como corrientes teóricas, no solo comienzan en la lingüística, sino que se expanden a la antropología, la física, la neurobiología, etc. Las ideas del lingüista suizo De Saussure (1945), podrían ser las primeras en las que abrevar a través de la lingüísti- ca estructural, donde no se rastrean los cambios del lenguaje a lo largo del tiempo y del espacio cultural. Para De Saussure (1945), cobra importancia central un espacio lingüístico para definir su atemporalidad en concordancia con el modelo sincrónico. Es decir, la preeminencia del lenguaje en un tiempo determinado y no a lo largo del tiempo (diacrónico). Si bien el modelo saussureano es estático en sí, es de referencia espacial, y fundamentalmente en la concepción del significado y del significante y la red semiótica en la cual se relacionan entre sí los elementos del lenguaje. Estas concepciones influenciarán en la deconstrucción de Derrida (1967) y también en uno de los psicoanalistas más importantes del siglo XX: Lacan (1992). El trabajo lacaniano se centralizó en la constitución de un universo estructural significante maestro, un principio ordenador y legislador: en este caso, la ley del nombre del padre. La relación de lo real con el lenguaje es una exterioridad inarticulada y traumática que no se corresponde con el universo simbólico. Para Lacan, el lenguaje es un espacio intricado y anudado de relaciones complejas donde se registran lo simbólico, lo imaginado y lo real. Deleuze (1998), sin embargo, se aleja del lenguaje como representación y se acerca a la acción, pero como creadora de efectos y no, como supondría es- Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 161 perarse, como representación teatral. Ciertamente aquí el aporte de Heidegger (1951) es importante, al considerar el espacio más que como un límite, como una creación de lo que encierra, donde tiene más que ver con el hacer que con el conocer. Otro punto interesante de estos espacios del lenguaje nos remite al lugar que ocupan el enunciado y el lugar de enunciación. Aquí las referencias nos llevan al teórico ruso Mijail Bakhtin (1981), que desarrolló su tarea a lo largo de todo el siglo XX hasta su fallecimiento en 1975, y quien nos propone dos conceptos centrales en su teoría literaria: la heteroglosia y las unidades del habla. La noción de heteroglosia implica a los lenguajes operando en plural y entre personas y lugares, y donde se evidencia la particularidad de considerarlos como evolucionan. Desde el segundo punto de vista, Bakhtin (1981) ubica al lenguaje tanto en el espacio como en el tiempo, mediante el cronotopo como el campo histórico del dominio de formas particulares del lenguaje. El lenguaje aquí está insertado en el contexto de unidad de habla, entendiéndose en tres términos: el emisor, el destinatario y la relación existente entre ellos. Donde existe una relación incompleta entre los sistemas simbólicos con la acción de lo social, donde dos emisores no tienen el mismo parecer, donde el emisor y el público ven la misma práctica comunicativa pero de distintas posiciones. Bakhtin 162 Miguel Ángel Silva nos remitía al principio dialógico de la razón y por lo tanto de la comunicación. Entonces el lenguaje está ligado a los tiempos y a los espacios en acción. Esto nos lleva a dos preguntas básicas: ¿Qué rol juega el espacio en la construcción del pensamiento y del lenguaje? ¿Existen espacios que se despliegan, y con qué efectos? La presencia de los espacios del yo y del otro podría explicar estas preguntas. 2. Espacios del yo y del otro En la historia de las ideas existen perspectivas sobre la construcción del yo que, en algunas épocas, fueron altamente hegemónicas, con planos muy interesantes acerca de su pertinencia actual o de su real o aparente desaparición. Ortega Valcárcel (2000) La construcción del yo moderno evidentemente reconoce —con independencia de las teorías biologicistas— una fuerte impronta cartesiana: en la conocida separación mente y cuerpo. Hubo deliberados intentos por estructurar una unidad de ese yo, desde ópticas vitalistas que tienen fuertes connotaciones heideggerianas. Thrift (1996), Díaz (2007) También la cuestión del yo tiene mucho que ver con Foucault, acerca del yo como cuerpo administrado, entrenado y disciplinado. En relación directa con Foucault (2002), otros autores piensan que el cuerpo es un artefacto sociocultural donde la corporalidad en sí mis- ma se reproduce desde lo psíquico, lo social, lo sexual y lo representacional (Grosz, 1995). La cultura construye así un orden biológico a su propia imagen. El individuo moderno corresponde y está relacionado con la textualización del yo, con el surgimiento de diarios y autobiografías. Por ejemplo: los estudios de la historia de la vida privada de Ariès y Duby (1992) han brindado sugestivos aportes. Posteriormente, el individuo es reestructurado en tiempo y espacio, definidos como existencias particulares, pero existencias tecnologizadas y ciertamente inscriptas en límites disciplinarios y en procesos de dominio y autocontrol. El yo moderno fue creado utilizando tecnologías mediadoras, conectando a la gente en tiempos y lugares distintos. Thrift y Crang (2000) Filosóficamente, aquí el yo se crea por un-estar-en-el-mundo. Las fronteras del yo no son el límite, sino que refuerzan ese sentido del yo. Se podría mirar un yo espacial moderno a través de estas lentes de individualidad práctica y espacializada. Por ejemplo, la unificación y fragmentación de ese yo mediante nuevos medios de transporte, comunicaciones y los medios masivos de comunicación y tecnología. Esto fue estudiado por Virilio (1997) en sus tratados comunicacionales en la década del 90. Pero habría que acotar que esta concepción del yo espacial implica nuevas es- calas y funciones. El género, la clase y las circunstancias históricas modulan la expansividad del espacio imaginario. Aquí existe un punto neurálgico, pues el proceso de individualidad espacial se ha aumentado con los modelos dualistas del “yo” y del “otro”, que sustentan una serie de imaginarios territoriales favoreciendo territorios de autoidentidad contra una alteridad radical y exótica creando fuertes tensiones culturales. Thrift (2000) Ciertamente, esta situación desembocó en Occidente en la creación y legitimación de derechos y teorías universalistas, ellas se basaron en el no-Occidente como escenario de apoyo material y simbólico. En este sentido, el filósofo turco Castoriadis (1975), en su primera época, establece que la mirada teórica solo podía leer lo que estaba escrito en término de la misma y no admitía espacios de alteridad. Esto nos lleva indefectiblemente a considerar las influencias del pensamiento poscolonial que ha mutado de intentar descolonizar las autoidentidades de quienes anteriormente eran gobernados por poderes occidentales, a intentar deshacer el legado colonial en categorías del pensamiento occidental. Las categorías e ideas del pensamiento occidental moderno, entonces, deben relocalizarse desde lo geográfico, y sus pretensiones de universalidad necesitan circunscribirse y localizarse. Esto, a su vez, implica una crítica al sujeto conocedor y trascendente que lleva las prác- Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 163 ticas coloniales a la órbita teórica y se encierra en una lógica de dominio. de los espacios del conocimiento y del deseo, por ejemplo. El cartógrafo Tom Conley (1996) trabajó esta situación en las representaciones cartográficas en los mapas cordiformes basados en la analogía humanista del cuerpo y del mundo. Por ello es que se proponen modos de conocimiento no figurativos, las teorías del actor-red, las teorías de las prácticas, los conocimientos performativos y los espacios de la teoría en diálogo. (Thrift & Crang, 2000) Esta visión implica una crítica a la concepción cartesiana de la espacialidad y, en cierta medida, a la concepción estética de un pintor como por ejemplo el holandés J. Vermeer, en este caso a través de su célebre cuadro El geógrafo. ¿Por qué? Por un lado, el cartesianismo con su trascendencia epistémica que era una técnica compleja de poder, era un medio para el observador de legislar lo que constituía la verdad receptiva (Crary, 1990). Así, la mente del investigador funciona como un espacio interior y la percepción y el pensamiento se interpretan como cuasiobservables. El pintor holandés J. Vermeer, del siglo XVII, con su cuadro El geógrafo, nos demuestra ciertamente su función moderna, en que el sujeto privado aislado, encerrado en un espacio doméstico donde el conocimiento sigue un modelo de representación visual que objetiva el mundo en que el observador se encuentra, en un vértice de un cono de visión y que se constituye en una forma excepcional de dominio. Thrift (2000) Se corre el riesgo entonces de identificar la producción del mundo como imagen adoptando la posición de sujeto, evadiendo diferentes pensamientos acerca 164 Miguel Ángel Silva Es interesante notar que el concepto de interacción dialógica nos marca la inserción del sujeto en los lugares, pero las tecnologías visuales modernas desplazan al observador, para convertirlo a él en parte del campo de la visión. Entonces, el espacio del conocimiento no se automantiene, pues, al contrario, genera diferencias. Estas diferencias no se producen en abstracto, sino que se resuelven en espacios concretos. Por ejemplo: los espacios concretos de la modernidad. 3. Espacios del lugar Para interpretar los espacios del lugar es imprescindible conectarnos con la teoría social y con algunos de los aspectos de las teorías urbanas. Se parte como ejemplo ilustrativo de las situaciones metonímicas de dos ciudades: París, como metonimia de la modernidad, y Los Ángeles, como metonimia de la posmodernidad, tal como lo plantea Edward Soja (1989, 1996) en sus respectivos libros: Postmoderns Geographies y Thirdspace: Journeys to Los Angeles and other real and imagined places. París constituiría la metonimia del lugar de la modernidad, puesto que es considerada como la ciudad de la imaginación y de la teoría o, al menos, como una imaginación teórica. También porque gran parte de los cientistas sociales tratados en este trabajo realizaron sus investigaciones en esta ciudad. La mayoría de ellos que pensaron a través de los lugares y la imaginación de los lugares que producen teoría. Existirían tres elementos para considerar a París como un lugar vivo y concreto: 1) la posición de París en el campo de la producción artística y de otras formas culturales. No sería posible referenciar a París sin la presencia de los poetas simbolistas como Rimbaud o Baudelaire, sin los impresionistas como Manet, Toulousse-Lautrec, etc; sin los escritores tales como Emile Zola o Víctor Hugo. Pero muchos estudiosos relacionan la experiencia artística parisina con la sexualidad y el espacio urbano. Ya Walter Benjamin (1982), inspirado por la poesía de Charles Baudelaire, nos hablaba de París como la capital del siglo XIX y como la ciudad embrionaria de movimientos artísticos de la modernidad. En síntesis: nos hablaba del prototipo del hombre moderno: el flaneur. (Baudelaire, 2009) Se asocia el concepto de flaneur con un tropo de las prácticas artísticas, intelectuales y urbanas con su legado de masculinidad, consumo vital, objetos transformados en productos (y en la esfera pública sexualizada, feminizados). Aquí pareciera que la ciudad de París tiene una función regulatoria del espacio sexualizado muy distinta a Londres, Madrid o Berlín, especialmente en la reglamentación de la “vida nocturna”. 2) La adaptación de estas prácticas estéticas es la problemática de París como ciudad textualizada. Un estudioso de la cultura: Prendergast (1992), analiza el mapeo de paisajes a páginas y en ese sentido, es tanto lo que se ha escrito sobre París con respecto a los desplazamientos y a las teorías del viaje, que cuando investigamos sobre los escritores refugiados pensamos no solo en biografías, sino en verdaderas geografías. París se constituye así en una ciudad que emerge de los intersticios de sus propias ruinas. Recordemos los textos de Michel de Certeau (1984) o los del mismo Walter Benjamin, cuando compara su infancia en Berlín y como trae del pasado imágenes al presente en su obra emblemática: El Proyecto Arcades (Das Passagen-Werk). (Benjamin, 1982).En este sentido,para Benjamin:París es una de esas ciudades cuya grandeza emerge desde los intersticios de sus ruinas del pasado. Olalquiaga (1992) 3) Del análisis semiótico se puede extraer una urbanidad que refleje las prácticas de la vida cultural y de la forma en que estas se desterritorializan como universales y se reterritorializan reflexivamente como una buena ciudad.(Thirft y Crang,2000) La presencia y crecimiento de cafés a finales del siglo XIX (24000 cafés), como también los cambios nocturnos en las calles. París es una ciudad central cuya Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 165 historia se puede elucidar a lo largo de una historia de límites concéntricos. El reconocimiento del París desconocido, las importancias étnicas otorgadas por algunos autores: Maspero (1994) o Augé (2000) a los banlieues (barrios periféricos), que se han convertido en sitios marginales, de movimientos anclados en un lugar que toman relevancia actual en la teoría o en el arte. Es mucho más fructífero considerar a la periferia desde estas perspectivas, desde abajo y no con un interés para generar homogeneidades urbanas, sino tratar las formas estéticas de tal manera para que vislumbren multiplicidades; es lo que llamaría el jesuita Michel de Certeau (1984): heterologías. Por ello, París es tomada como emblema de la modernidad y su vida moderna se lee a través de un relato de velocidad, como un verdadero agente devastador de una orientación espacial que reclama y reconoce prácticas estéticas. 4. Espacios agitados Las figuras de espacios agitados se deben a Bruno Latour (1997), quien mediante sólo unas narrativas clave, que luego proveen toda la acción, genera un tropo radicalmente constituido. Una de las narrativas más importantes es la que se refiere a la compresión temporo- espacial: Bauman (2000), Harvey (1995), Virilio (1991), Jameson (1996). Esta es una narrativa que tuvo y tiene una amplia exposición en los discursos 166 Miguel Ángel Silva geográficos, culturales y sociopolíticos de finales del siglo XX y principios del XXI. La compresión temporo-espacial presenta dos situaciones que se excluyen mutuamente: es importante, a la vez que se torna menos importante. Aquí los viajes y las comunicaciones tienen un rol fundamental, y la velocidad que han adquirido ha atravesado las fronteras nacionales a través de porosidades materiales por un lado, y a través de flujos informacionales, por el otro, Castells (1997), que puede producir una disolución total del espacio, generar un espacio isocrónico, un espacio como dimensión perdida, en palabras de Virilio (1997). Sobre el viejo espacio territorial, surge un nuevo espacio cibernético. La noción de que vivimos en un mundo acelerado se ha convertido en un recurso para las culturas occidentales, como una forma de generar nuevas identidades y de hacer nuevas metáforas. Si bien la aceleración alimenta y se alimenta de la narrativa globalizadora, la que sin embargo produce una propensión a trabajar la idea de diferencia. De allí que es más importante en la vida contemporánea la variedad cultural de las sociedades, que la variedad de culturas en la sociedad. En el proceso de la expansión de redes, las culturas se arremolinan, se mezclan, comienzan a gestarse nuevamente. También la globalización está poniendo en tela de juicio las nacionalidades fijas, despojando la idea de culturas herméticas. Por ello, no es extraño que la globalización haya producido innumerables metáforas espaciales. Metáforas de identidades y de pertenencias que son abiertas, basadas en puntos de contacto, en hibrideces, zonas fronterizas, y que, ciertamente, cuestionan la vieja dialéctica de Oriente-Occidente, de lo familiar y de lo extraño, de lo uno y de lo otro, pergeñando una mezcla cultural que tiende a deslegitimar la idea de exotismo cultural tan típicamente modernista (esto se puede observar no solo en la realidad, sino también por ejemplo en el cine etnográfico que había sido elaborado siguiendo estas pautas de exotismo social y cultural). 5. Espacios de experiencia La idea de espacios de experiencia genera controversias acerca de la constitución fenomenológica del yo, es decir, cómo podemos hablar hoy de espacios experimentales subjetivos cuando el yo considerado como el cuerpo parece difuminarse y debilitarse. Por esto es que la noción de experiencia tiene que ser compartida con otras corrientes de pensamiento que involucren y relacionen las cuestiones de la movilidad. Una de estas corrientes es la que postula el paso de la noción de cuerpo, no como centro de percepción, privilegiado, sino como personificado, donde lo carnal en algunas oportunidades se relaciona con el mundo y llega a interactuar con otros campos, miméticamente o de otras formas. En la teoría de actorred, el pensamiento siempre viene muy equipado, rodeado de un vasto aparato de artefactos, que no son incidentales, sino que están mediados por la propia producción de los objetos. La experiencia y el pensamiento siempre han estado asociados a la calma, pero con la predominancia del viaje hay que dotarla de nuevas experiencias para pensarla en esos términos. Y para finalizar, la experiencia implica un modelo de escritura como un modo de inscripción que mejor pueda expresar, mediante nociones derrideanas de indicio y aplazamiento, la ilusión de la propia presencia, el aquí y el allí del viaje y la necesidad de producir modelos que puedan hacer algo diferente. (Thrift & Crang, 2000) Ciertamente cada una de estas literaturas pone énfasis en la práctica, pero en una práctica distribuida e impulsada a la acción mediante la conexión en espacios que están representados como un verdadero enjambre de movimientos y contramovimientos. Tres escritores trabajaron sobre estas perspectivas: Derrida, Deleuze y Serres. El primero a través de la deconstrucción, el segundo a través del pensamiento rizomático y el tercero asociado al ya mencionado Bruno Latour. Lo que quiere Derrida con la deconstrucción, es minar dentro de los textos la lógica de la oposición del binarismo, tan presente en la mayoría de ellos. Pero la deconstrucción derrideana es criticada precisamente por alejarse de la construcción y existencia contradictoria de la vida en sentido amplio, y su deconstrucción Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 167 trasladada al texto pareciera que escribe sobre la nada. En el caso de Deleuze (1988), la vida es un poder impersonal, no orgánico, que va más allá de cualquier experiencia vivida. Para Deleuze y su “geofilosofía”, el espacio es una dimensión crucial que requiere nuevos territorios conceptuales: nuevos espacios afectivos y perceptivos (artísticos), nuevos espacios de imágenes (pintura, cinematografía), nuevos espacios de sonido (música). Ciertamente que Deleuze, en el tratamiento del inconsciente, lo referencia a la construcción de los mapas, donde —entre otras tantas cosas— los mapas deberían construirse no por medio de trayectorias, en extensión, sino en intensidades, lo que colma el espacio como una forma de conversión. Ligado parcialmente a la anterior perspectiva de Bruno Latour, se encuentra el pensamiento de Serres (1994), en el que la experiencia es una cualidad móvil en la cual el tiempo y el espacio se encuentran realizados por el trabajo de operadores comunicativos. Tanto tiempo, como espacio, constituyen una “diversidad plegable múltiple”, de ahí su interés por el viaje y por las representaciones cartográficas. Para él, dicho espacio móvil es sólo factible por los flujos y de él emanan imágenes para el viajero, en este caso un geógrafo que las tiene que traducir siguiendo las connotaciones de movilidad para poder advertirlas en sus desplazamientos. 168 Miguel Ángel Silva 6. Espacios de escritura En principio: ¿Será la escritura el problema esencial de la especialización? Thrift (2000) considera que en las ciencias sociales y en las humanidades se puede observar cierto retorno a las “representaciones”. Este autor avanzará posteriormente a la escritura de este libro que analizamos Thinking Space (2000), hasta generar las teorías no representacionales donde la escritura reclama “performatividad” como una manera de transmitir planos emocionales y afectivos, como una forma de registrar los sentidos. En la época que escribe Thrift, apela a estas representaciones textuales basándose en el ya mencionado Derrida, para entender una concepción en el estímulo del “juego” de la semiosis mediante el poder comunicativo del intertexto, la escritura conjunta de rastros y una búsqueda de enredos productivos que han desafiado la lucha espaciotemporal del lenguaje. Judith Butler (1993) piensa el discurso como un juego de sustitución, donde un signo es más que un signo en sí: “es un signo de” o “un sustituto para”. Desde la literatura en general, las obras de Joyce (1995) o Beckett (1952) transforman al lenguaje en representación y la escritura se concibe como un espacio por el cual viajar y con el cual negociar, y esto se encuentra presente hasta en ciertos aforismos de Nietzsche (2003) o Wittgenstein (1961). Pero la obsesión de la escritura como espacio tiene algunas consecuencias. Una vez que la escritura se convierte en espacio, se generan paralelismos con otras formas espaciales, con redes de comunicaciones y tecnologías de la información, con viajes y transportes, con diagramas o pantallas (como recursos) que mezclan la escritura con los espacios de la ciencia. Esto es lo que sucede con los espacios del caos que son tanto científicos o generalmente culturales, como los piensa Bruno Latour (2007). finiciones, glosario, etc. Es decir, que existe una ubicación. En tercer lugar, los espacios en el texto son espacios de experimentación, que intentan escribir más allá de las formas corrientes de textualidad (Thrift & Crang, 2000). Deben contemplar evocaciones, metonimias, subjetividades, citas y vueltas a citar, y resultantes. Lo que se busca es escribir sobre mapas literarios. Para Moretti (1998), debería considerarse el mapeo de los espacios de escritura como un método en y de sí mismo. Por ejemplo, Livingston (1997) intenta estudiar a través del caos una lógica que funciona en las formaciones históricas y culturales del Romanticismo y de la postmodernidad. Para finalizar el núcleo expositivo del artículo, se brindará un cuadro sinóptico con las metodologías que en algunos casos son específicas de cada tipo de espacios, pero que en otros, se complementan. Pero haciendo la salvedad que todas ellas se alejan de las metodologías positivistas y empiristas racionalistas, con el objetivo de desentrañar la espacialidad social con los siguientes encuadres metodológicos: En segundo lugar, los textos pueden ser considerados como una especie de geografía corpórea, donde se concentra en el mecanismo paratextual de la autoría: tapa, nombre del autor, título, dedicatoria, epígrafe, prefacio, notas al pie, deCuadro sinóptico metodológico Tipos de espacios Encuadre metodológico Espacios del lenguaje semiótico-cronotopo Espacios del yo y del otro psicoanalítico-imaginario Espacios del lugar vivencial-existencial-metonímico Espacios agitados teorías del actor-red. Espacios de experiencia deconstrucción-rizomático Espacios de escritura deconstrucción-metonímico Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 169 7. Conclusiones En el artículo se han tratado nuevas especialidades que indiscutiblemente nos encaminan a establecer una serie de conclusiones que se relacionan con cuestiones que son de orden epistemológico, metodológico, filosófico, científico y geográfico, en sentido estricto. En primer lugar, desde el punto de vista epistemológico se cuestionan las filosofías racionalistas y las filosofías del yo como ordenadoras y legitimadoras del statu quo científico tradicional. Ello supuso indagar acerca del “giro cultural” o giro lingüístico que se ha producido en las dos últimas décadas del siglo XX. En cuanto al conocimiento en general, se han puesto en tela de juicio los criterios de validación y hasta los presupuestos éticos que conlleva la investigación científica teórica y aplicada. Todo ello supone un cambio en las formas de difusión de la realidad constitutiva de los procesos con los que habitualmente nos encontrábamos abocados en la tarea intelectual (comprensión, explicación, descripción, crítica, etc.). Al desplazar ese yo racionalizador, entran en juego nuevas percepciones e intelecciones, nuevos posicionamientos en las relaciones cognitivas y hasta en las valorativas, generando un campo fértil que debe ser debatido porque atañe directamente a nuestra tarea diaria como geógrafos. Es importante aclarar que tampoco existe consenso acerca de los efectos críticos que pueden generar estos discursos sobre la posmodernidad. 170 Miguel Ángel Silva Para algunos intelectuales, la cuestión posmoderna implica una red de enmascaramientos ideológicos que anulan la criticidad de formas de pensamiento modernista ya consagradas. Para sus defensores, por el contrario, lo posmoderno implica una apertura a las otredades y a las alteridades, desmitificando los discursos legitimadores de la cultura occidental contemporánea. De esta forma se accede a ciertas formas de relativismo cultural que actuarían como fuentes de resistencia a los mecanismos opresivos y coercitivos e impuestos por el pensamiento racional, ordenador y modernista. En segundo lugar, refiriéndonos a las concepciones de las nuevas especialidades, es innegable que los nuevos procesos de territorialización y desterritorialización supondrían nuevos posicionamientos no solo empíricos, sino teóricos. Esta situación de las nuevas territorialidades y de qué forma los procesos de aceleración de los medios de comunicación, la constante individualización y la irrupción de sofisticadas tecnologías tuvieron y tienen efectos positivos, pero también negativos sobre las conceptuaciones del espacio. Las ideas que aquí toman fuerza son, por un lado, el tratamiento que otorgamos a los espacios de la virtualidad y por otro lado, también se pueden observar las fragilidades y arremolinamientos y porosidades culturales, políticas, sociales, económicas y espaciales. Parecería que de esta forma comprendemos que los procesos de espacializaciones no quedan fijos en sus conformaciones y en sus dinámicas; contrariamente, existen fracturas y pliegues de dichas espacializaciones, como afirma la geógrafa británica Doreen Massey (2005). En tercer lugar, las propuestas de Thrift y Crang resultan atractivas sobre las posibilidades de trabajar o deconstruir (en lenguaje derrideano) la cuestión espacial del texto, rescatando planos vivenciales, biográficos o emocionales, permitiendo la acción dialógica entre los unos y los otros, recuperando formas semióticas escasamente exploradas en el seno de las lecturas de la geografía convencional. En cuarto lugar, las corrientes postestructuralistas junto con las deconstruccionistas, aunque francesas en su origen, tuvieron una aceptabilidad razonable en la academia estadounidense y británica, y junto a otras facilitaron la irrupción de los estudios culturales (género, minorías sexuales, minorías religiosas, etnias,) y del poscolonialismo, el nuevo tratamiento de los viajes como formas de representación, el estudio de las mentalidades de los viajeros, las tensiones y apropiaciones de los nuevos espacios descubiertos, etc. En quinto lugar, dado que se trata de espacios de múltiples lecturas sociales, culturales y políticas no convencionales, de los que también podría rescatarse el estudio de las subjetividades subalternas (con autores tales como Bahba (2010), Spivak (2000), Beverley (2004), Mo- reiras (2001), etc.), que se relacionan con los estudios poscoloniales, los que a su vez están ciertamente influidos por la deconstrucción. Aunque es necesario advertir que el rescate de estas ideas sobre “lo subalterno” está siendo cuestionado por otras corrientes de pensamiento más universales y totalizadoras (por ejemplo: el marxismo), sobre la recepción y las lecturas que de las mismas se pueden llevar a cabo en Latinoamérica. De las anteriores conclusiones más generales, arribamos a una conclusión sustantiva y específica, producto del análisis hermenéutico realizado sobre dichas espacialidades interpretadas en el artículo, como se planteó en el objetivo central: marcar diferencias y propender a la búsqueda de heterogeneidades sociales, culturales, histórico-geográficas y políticas. En concomitancia con esta conclusión a la que se llega, las propuestas de estas nuevas espacialidades, nos presentan una serie de pistas o caminos sobre cómo tensar el estudio de la geografía, ya que reinterpretan, reelaboran y cuestionan lo disciplinariamente establecido. Por ello —lejos de hacer una crítica ortodoxa o lineal— sería más enriquecedor desplegar un arsenal de esfuerzos que develen los mecanismos subyacentes que existen en teorías, propuestas y prácticas geográficas, y se considere a las mismas como un laboratorio experimental y vivencial desde donde iniciar y transitar la crítica académica cotidiana. Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174 171 Literatura citada Ariès, P. & Duby, G. (1992). Historia de la vida privada. Madrid: Taurus. Augé, M. (2000). Los no lugares. Espacios del anonimato. Introducción a una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa. Bahbha, H. (2007). El lugar de la cultura. Buenos Aires: Manantial. Bakhtin, M. (1981). The dialogical imagination. Austin: University of Texas Press. Baudelaire, C. (2009). Arte y modernidad. Buenos Aires: Prometeo. Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica. Beckett, S. (1952). Esperando a Godot. Buenos Aires: Losada. 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Recepción: 9 de abril de 2012 Evaluación: 4 de octubre de 2012 Aprobación: 20 de junio de 2013 174 Miguel Ángel Silva Dialogues http://dhg.sagepub.com/ in Human Geography Geography, nature, and the question of development Eric Sheppard Dialogues in Human Geography 2011 1: 46 DOI: 10.1177/2043820610386334 The online version of this article can be found at: http://dhg.sagepub.com/content/1/1/46 Published by: http://www.sagepublications.com Additional services and information for Dialogues in Human Geography can be found at: Email Alerts: http://dhg.sagepub.com/cgi/alerts Subscriptions: http://dhg.sagepub.com/subscriptions Reprints: http://www.sagepub.com/journalsReprints.nav Permissions: http://www.sagepub.com/journalsPermissions.nav Citations: http://dhg.sagepub.com/content/1/1/46.refs.html >> Version of Record - Mar 1, 2011 What is This? Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Article Geography, nature, and the question of development Dialogues in Human Geography 1(1) 46–75 ª The Author(s) 2011 Reprints and permission: sagepub.co.uk/journalsPermissions.nav DOI: 10.1177/2043820610386334 dhg.sagepub.com Eric Sheppard University of Minnesota, USA Abstract During the last decade, geography has gained new salience as a development factor in the public imagination and policy realms, through the work of scholars located outside the discipline. Jared Diamond and Jeffrey Sachs have popularized the idea that a physical geographic backcloth, first nature, profoundly shapes the conditions of possibility for global economic prosperity or poverty, and sustainability. Geographical economists have built microfoundational accounts of second nature: how uneven geographies emerge on a uniform biophysical backcloth. ‘New’ development economists, now profoundly critical of neoliberal globalization, argue for both Keynesian and Hayekian alternatives. Notwithstanding their differences, these communities of scholarship share a sociospatial ontology that underwrites a stageist, teleological conception of economic development, to be made possible by globalizing capitalism. A geographical, relational/dialectical conception of the relationship between the economy, space/time and socionature, within a broadly political economic conception of societal change, creates space for multiple development trajectories and livelihood assemblages, deconstructing the global North as the natural locus of definitions of the good life and expertise about what constitutes development. Keywords assemblage, contestation, development, economics, geography, nature, positionality, spatialities Introduction Geography continues to struggle to control its own destiny. When presenting a lecture on trade-led globalization at the Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences in 2005, to the most challenging and engaged interdisciplinary social science and humanities audience I have faced, I thought long and hard about how to convey what geographers do. It became clear in the questions posed during and after the talk, however, that the audience already had a strong conception of Geography, namely that publicized by Diamond and Sachs, and wanted me to explain how my work related to theirs. I recalled my service on a funding panel in the late 1990s, which rejected a proposal by economists to study geography and economic development. Any Schadenfreude at telling economists how geography should be done was short-lived. Within months, this approach was featured in World Bank discussions on development (cf. Henderson, 1999). In August 2006, the Federal Reserve Bank of Kansas City hosted a symposium on economists’ economic geography addressed by US Federal Reserve chairman Corresponding author: Department of Geography, University of Minnesota, Minnesota, MN 55455, USA Email: shepp001@umn.edu Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 47 Ben Bernanke. Now, drawing as much on Paul Krugman as Sachs, the World Bank’s World Development Report 2009, subtitled ‘reshaping economic geography’, signals that global policy-makers are highlighting this relationship (World Bank, 2008). Krugman himself was awarded the 2008 Nobel Medal in Economics, in part for his formulations of how geography, trade and development are interrelated. As these experiences illustrate, a tension has emerged between conceptions of geography and development circulating in society at large, and the dominant forms of knowledge produced within and circulating through academic human geography. The emerging consensus that geography matters to global development has been shaped by the arguments of Krugman, Diamond and Sachs. The publicity that they have brought to geography has been avidly exploited within parts of the discipline, including plenary lectures as ‘honorary geographers’ at AAG meetings. Nevertheless, these arguments have been repeatedly criticized by leading human geographers for their dated conceptions of geography, for regressing toward what has been described as spatial fetishism and environmental determinism, and for endorsing a Rostowian triumphal vision of the stages of capitalist development (Rostow, 1960). As I argue below, such criticisms are grounded within the relational and dialectical sociospatial ontology framing much of contemporary economic geography. This raises the prospect, once again, that external beliefs about why geography matters not only diverge from but also are in danger of overwhelming geographers’ own beliefs. Yet the issues are more complicated than a simple disagreement about what Geography is and how society should develop. Diamond and Sachs have become prominent in discussions about how to intervene to make the world more sustainable. Beyond this, Sachs, and prominent US ‘new’ development economists Joseph Stiglitz, Dani Rodrik and William Easterly, offer many of the same criticisms of neoliberal globalization (notwithstanding their earlier complicity with neoliberal interventions) that circulate in human geography, development studies, and alternative globalization social movements. Are mainstream economists more like critical economic geographers than we are willing to admit? Do such shared political criticisms imply convergent views on geography and development? In exploring these questions, I critically assess the narratives of geography and economy promoted by these authors, and the development imaginaries that these entail. The answers to these questions are of much more than Ivory Tower, ‘how many angels can dance on the head of a pin’, import. At the center of these authors’ narratives is the notion that nature and space create unequal conditions of possibility for economic prosperity, accounting to a significant extent for the historical persistence of global inequality before and since the era of European colonialism. As the anthropologist Deborah Gewertz has put it, such arguments imply that ‘[t]he haves are not to be blamed for the condition of the have-nots’.1 They also reinforce a conception, held by western thinkers and policy-makers at least since colonial days, of development as a teleological sequence of stages, pioneered by wealthy capitalist nations, that all nations should pursue. Human geographic theory has articulated very different geographical narratives, entailing very different views on development. The paper is organized as follows. First, I analyze Sachs’ and Diamond’s geographical imaginary. I conclude that their reliance on first nature, when examined through the lens of economic and biological theories of development, leans toward a teleological account of economic development in which ‘geography’ disrupts the otherwise flattening playing field of globalizing capitalism. Second, I turn to the geographical imaginary mobilized by geographical economists’ conceptions of geography and development. This departs from Sachs by focusing on second rather than first nature. I conclude that here, too, a fixed geographical backcloth is presumed, on the basis of which spatial economic patterns are deduced (as equilibrium outcomes from spatial competition): a backcloth generally characterized by isotropic configurations, given transportation costs, and fixed national boundaries (Garretsen and Martin, 2010). A number of geographical economists have pointed to ways in which space undermines the putative benefits of spatial competition, and to the problems of Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 48 Dialogues in Human Geography 1(1) market triumphalism. Nevertheless, methodological territorialism favors the conceptualization of territories as subject to a common development trajectory, whereas connectivities between places are presumed, on balance and after appropriate intervention, to be mutually beneficial and functional for advancement along this trajectory. Third, I examine the ‘new’ development economists, whose criticisms of this most recent era of neoliberal globalization are strongly reminiscent of those popular in critical human geography. From this shared critical stance, these economists bifurcate into two subgroups; one advocating for various kinds of Keynesian interventions, with the other taking the Hayekian neoliberal position that states and the development industry need to conform with market principles. Notwithstanding such disagreements, I find that there is a shared belief in universally applicable economic laws, in the capacity of globalizing capitalism to bring prosperity to all, and in a teleological development path. Indeed, I argue that Keynes and Hayek share this view, for all their policy disagreements. Fourth, I compare and contrast the sociospatial ontologies underlying the conceptualizations of mainstream Economics and Anglophone geographical political economy, and the imaginaries of development that these mobilize. Economics, I contend, is characterized by methodological territorialism, bottom-up scalar hierarchies and ubiquitous economic laws, underwriting a teleological, stageist conception of capitalist development. Geographical political economy has developed a very different, dialectical and relational, ontology, implying a multifaceted and indeterminist conception of livelihood assemblages – one for which the term development hardly suffices. I conclude by reflecting on the problem of engaging between alternative livelihood assemblages and development imaginaries. Before proceeding, however, I wish to dispel one possible misconception. It is not my intent to suggest that the intellectual community should be divided into geographers and non-geographers, with only the former deemed qualified to produce adequate geographical knowledge. Such boundarymaking is, of course, inimical to the health of any discipline, and it is demonstrably the case that contemporary geographic theory is deeply shaped by, as well as shaping, knowledge production beyond the discipline. Indeed this paper assays an engagement that transcends any such boundaries. I highlight the differences between geographical and economic imaginaries of nature, geography and development as a first step toward what I hope will be engagement between different perspectives critical of neoliberal globalization. Engaged pluralism first requires clearing space for different ‘local epistemologies’ to be taken seriously (cf. Longino, 2002); which is what I attempt, here, through a form of strategic essentialism that highlights epistemological differences. ‘First’ nature, geography and development As is well known, Diamond and Sachs argue that nature, taken to include both biophysical processes and the morphology of the landscape, has been overlooked as a factor that has long shaped the conditions of possibility for human development, and thereby global inequality. In so doing, they stress geography as ‘first nature’: as a pre-existing uneven geographical backcloth.2 Writing as an evolutionary biologist, in Guns, Germs and Steel Diamond provides what he terms a short history of the world since 11,000 BC (Diamond, 1997). He asserts that the biophysical environment and the morphology of continents are the ultimate explanation of agricultural productivity, technological dynamism and other crucial aspects of societal change (a set of proximate causes that includes capitalism, mercantilism and science). Two features of the biophysical environment receive particular attention: differences between the tropical and temperate latitudes in the biophysical capacity to produce an annual agricultural surplus; and the shape and directional orientation of continents. Societal innovations and human movements are argued to diffuse more readily East–West, within the same latitudinal zone, than North–South (for a critique, see Blaut, 1999). He concludes that the contemporary prosperity of the global North is rooted in historical environmental inequalities, stressing this environmentalist explanation as an Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 49 alternative to Eurasian-centric human histories. Like critical geographers, then, Diamond finds the latter problematic because they explain underdevelopment as due to the cultural idiosyncrasies and inadequacies of non-Eurasian societies. This causal framework is reprised in Collapse, albeit with a different purpose (Diamond, 2005). Collapse is a Malthusian morality play: a warning to his US audience that our lifestyles are unsustainable. Examining societies around the world, he argues that the occasional collapse and disappearance of human societies is shaped by a combination of five factors: societal response to environmental problems; damage that humans inadvertently inflict on their biophysical environment; climate change; hostile neighbors; and friendly trading partners. Of these five, only the first ‘always proves significant’ (p. 11) – although Diamond admits to a selectivity in his choice of cases, excluding societal collapses (e.g. the Soviet Union and Carthage) where the environment does not matter. In this view, collapse (whether on Easter Island a thousand years ago, in the Yucatan 500 years ago, or Rwanda a decade ago) is triggered when societies exceed their natural limits. Jeffrey Sachs takes a different approach, while coming to similar conclusions. Utilizing fineresolution geospatial data measuring population density, and gross domestic product (GDP) per capita and per square mile worldwide, Sachs and his colleagues compute a regression, in which tropicality and distance from navigable water are statistically significant predictors of levels and rates of growth of GDP (and population density) (Gallup et al., 1999). The regression specification is derived in reduced form from a standard neoclassical single-sector economic growth model in dynamic equilibrium, augmented with possibilities of increasing returns, in which differences in transport costs (measured by distance to navigable water) and lower productivity (measured by tropicality) are hypothesized to reduce equilibrium growth rates, ceteris paribus. In Ricardo Hausmann’s felicitous term, countries are ‘prisoners of [their] geography’ (Hausmann, 2001). Differences in natural endowments prevent rates of economic growth from equalizing across places, with the implication that development institutions and states must intervene in order to level an economic playing field permanently distorted by Geography.3 Diamond and Sachs have each been accused of the heinous crime of environmental determinism (Blaut, 1999; Peet, 2006), since nature plays the significant causal role in their accounts, as society’s eminence grise. Nevertheless, apprised of their criminality, each has vehemently pled innocence. Admitting to some initial naivety ‘that [Collapse] would just be about environmental damage’, Diamond argues that he has learned otherwise. Exhibit A is his comparative study of Haiti and the Dominican Republic, where ‘environmental differences [are] the smaller part of the explanation. Most . . . has instead to do with differences between the two peoples’ (Diamond, 2005: 11, 333). Sachs seeks to ‘banish the bogeyman of geographical determinism, the false accusation that . . . geographical disadvantage . . . single handedly and irrevocably determines the economic outcome of nations’ (Sachs, 2005: 58). Neither Sachs nor Diamond accepts the racialized version of environmental determinism of Ellsworth Huntingdon and Ellen Churchill Semple, popular a century ago: the view, once used to justify colonial rule and the white man’s burden, that climate determines human nature (Hart, 2002). Each believes passionately in the equal capacity of all humans. Diamond’s respect for the indigenous knowledge and skills of inhabitants of New Guinea (a place he knows well from his ornithological fieldwork) matches Blaut’s respect for peasant farmers in Latin America (cf. Blaut, 1987; Diamond, 2005), and Sachs is deeply opposed to those who would blame the poor for their own impoverishment. Further, both Sachs and Diamond accept that humans transform the non-human world (making them environmental probabilists rather than determinists). Advocating a less exploitative relationship with nature is the central theme of Collapse, and Sachs has argued that many real problems still faced in societies located near the equator (disease vectors, pests and vermin, poor transportation, limited agricultural innovation) are a result of inappropriate global socio-economic priorities rather than environmentally caused. He notes, for example, how drug Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 50 Dialogues in Human Geography 1(1) companies have failed to address tropical diseases because lifestyle drugs for well-heeled customers in the global North are more profitable (Sachs, 2001). Yet their accounts of global development still rely on the idea of first nature: a conceptualization of geography as an exogenous backcloth (so slowmoving, by comparison to the dynamics of societal change, that it can be taken as fixed). In this view, geography is a set of natural features that are ‘resolutely external to society’ (Castree and Braun, 1998: 7; cf. Krugman, 1993). ‘Geography is as exogenous a determinant as an economist can ever hope to get’ (Rodrik et al., 2004: 134). For the general equilibrium theory that mainstream development economists aspire to, exogenous variables are as rare as hens’ teeth, so this has generated a minor industry of econometric studies seeking to estimate the statistical effect of tropicality and distance to navigable water on mean rates of GDP growth; largely at the international scale, but also at the subnational scale (focusing on access to water, cf. Démurger et al., 2002; Sachs et al., 2002). This has been dominated by a debate about whether exogenous ‘geography’ dominates institutions as the determinant of economic growth.4 Acemoglu et al. argue that institutions dominate ‘geography’: that the eventual prosperity of more temperate colonies by comparison to tropical colonies, notwithstanding lower urbanization and population density in the former, is explained by the white settlers who dominated (and eliminated) indigenous populations and brought the right (European) institutions with them (Acemoglu et al., 2002). In short, European superiority is the key – an argument that is fraught with, presumably unwitting, stereotypes about Europeans civilizing the backward tropics.5 Rodrik et al. (2004) and Easterly and Levine (2003) reach a similar conclusion. By contrast, Faye et al. (2004), Nordhaus (2006), Olsson and Hibbs (2005), and Presbitero (2006) conclude that ‘geography’ trumps institutions. Przeworski (2004a, 2004b) is compelled by neither position, arguing simply that endogeneity matters, implying that it is logically fallacious to seek one or the other principal cause (he implicitly rejects ‘geography’ as the cause because he takes it to be exogenous, but without accepting the alternative of institutions). Thinking about development The different disciplinary backgrounds that Sachs and Diamond bring to these debates bring with them distinct disciplinary conceptions of development. In Biology, debates about evolutionary theory have revolved around two contrasting conceptions. On the one hand are teleological accounts of evolution, placing humans at the top of an evolutionary trajectory of ever increasing complexity.6 On the other hand, Stephen Jay Gould has argued that the fossil record undermines such teleological accounts: that chance, rather than complexity, shapes evolution – that humans’ dominance of the globe is not a symptom of their evolutionary superiority – hypothesizing that simple bacteria are evolutionarily more successful than complex humans (Gould, 1989) (for a related argument, see Davis, 1996). In short, evolution has no built-in directionality – although emergent directionality through co-evolutionary interactions is possible or even likely. While the debate about whether evolutionary fitness is correlated with trends toward complexity continues in Biology (cf. Conway-Morris, 2006), current consensus is that evolution is characterized by many branching paths, rather than a teleological sequence of stages. Gould likens evolution to a labyrinthine pathway, akin to a ‘bush’ of multiple, co-existing variation, rather than a teleological sequence (Gould, 1996).7 In this alternative view, development is the unfolding of the potential immanent in an organism’s genes, shaped by the environment in which it finds itself (necessarily including interspecies interaction). Whereas teleological accounts of evolution stress a predictable, common development trajectory, with less fit species giving way to fitter ones, these alternative non-teleological accounts are more akin to the dynamics associated with complexity theory, with its path dependencies, bifurcations and unpredictabilities. Richard Norgaard pinpoints an important difference between these two biological narratives of development: With more emphasis on coevolutionary processes, the directionality of evolution is no longer determined by a steady advance toward perfect fitness Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 51 with an unchanging environment. Species are no longer thought to get better and better at anything. And . . . changes in the physical environment are important explanatory variables in evolutionary history. (Norgaard, 1994: 84) Recognizing that species co-evolve with their environment is central, then, to non-teleological conceptualizations of evolution. Interestingly, this is not the position favored by Diamond in his world historical narratives. Guns, Germs and Steel treats nature as a relatively fixed forcing factor, rather than as co-evolving with society. ‘Geography’ thus is largely ‘out there’, driven by its own biophysical logics, with global patterns whose pace of change can be neglected within the timeframe of human life. Notwithstanding his concern, in Collapse, with human-induced environmental change, his comparative place-based case studies are deployed to illustrate what are presented as a common Malthusian environmental dilemma. While he values the variegated indigenous practices that he encountered during his fieldwork in New Guinea, his analysis falls back on a Eurocentric imaginary of development when it comes to places with which he is less familiar (Diamond, 2005).4 Indeed, as detailed below, Diamond follows mainstream economists in emphasizing economic interactions (i.e. trade) as a positive relationship (‘friendly trade partners’) enabling development for all places, whereas negative relationships are equated with the political (‘hostile neighbors’). When he conceptualizes conditions of possibility as rooted in place, arguing that success or failure is a choice that societies make, he also adopts the methodological territorialism and voluntarism common in economics (Diamond, 2005). Deploying this geographical imaginary has consequences. It directs attention away from societal causes of uneven development. When nature is conceived of as external and governed by natural laws, it is easy to romanticize it as something pure that humans sully at their peril, and to see humans as constrained by immutable laws – not least of which are those of ‘human nature’, as in Adam Smith’s invocation of ‘a certain propensity in human nature . . . to truck, barter, and exchange’ (Smith, 1776: I.2.1–2). Diamond’s resonance with mainstream economic thinking about development reflects a long tradition of interchange between the two disciplines. Darwin’s own formulation of evolution as being driven by competition, ‘survival of the fittest’, was influenced by his extensive reading in British political economy (particularly Malthus and Smith), and these trajectories of thought remain connected (Hodgson, 2002).8 In Economics, teleological accounts of development, as a common series of stages that societies must go through, dominate the mainstream canon.9 Rostow’s thesis that all societies follow the USA through a series of stages from ‘traditional’ to ‘beyond mass consumption’ capitalism, his selfstyled ‘non communist manifesto’, remains influential (Rostow, 1960). Indeed Sachs explicitly adopts Rostow’s position, and its implication that US-style capitalism is the best available model for economic development, with the implication that other ways of organizing economic systems are inferior and should be abandoned. Sachs notes that he has learned from the immense difficulties that ensued from implementing this imaginary through ‘shock therapy’ for transitioning state socialism into capitalism in the former Soviet Union. He now argues that local conditions can result in very different trajectories from those predicted by free market proponents. Thus the ‘prison of geography’ requires supranational intervention into markets, so that the global playing field can be leveled and competitive capitalism can realize its potential as the ubiquitous tide of development that will lift all boats. Nevertheless, the laws of mainstream economics are invoked to justify a Rostowian imaginary, with shock therapy remaining a valuable tool in the right circumstances, including China (Sachs, 2005: 160). Notably absent from both accounts is any attention to enduring consequences stemming from the geo-historical legacies of colonialism. Both Sachs and Diamond recognize the negative effects of colonialism at the time, but its ongoing significance as a cause of contemporary impoverishment in the global South is brushed aside. It is, at best, an intervening factor between natural geographies and development. As noted above, in this view, the division of the world into colonizers and the colonized Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 52 Dialogues in Human Geography 1(1) was itself in good part a consequence of the natural disadvantages of tropical and distant places. Colonialism may have enhanced contemporary impoverishment across Asia, Africa and Latin America, but is not an ‘ultimate cause’ (Acemoglu et al., 2002, 2003). It is seen as having little relevance in a contemporary world of sovereign nation states, accorded the autonomy, and responsibility, to make choices that will determine their residents’ well-being (methodological nationalism). ‘Second’ nature, space and geographical economics Recognizing that an important factor shaping how development is imagined in Diamond’s and Sachs’ accounts of geography and global development is their reliance on first nature, it is important to interrogate the consequences of abandoning this inevitably somewhat determinist account. Second nature, the view that nature co-evolves with, partially constituted through and inseparable from, societal change (hybrid, or more-than-human geographies; cf. Whatmore, 2001), is a far more adequate conception of nature-society relations. Thus it can be readily pointed out that Sachs’ principal surrogates of ‘geographical’ disadvantage, the geographical distribution of malaria (for tropicality) and access to navigable waters, are themselves continually shaped by societal change (the elimination of malaria from subtropical regions of the first world; the colonial geopolitics of transportation systems, navigational improvements and national boundaries). Gaza’s temperate and coastal location has hardly been a source of prosperity. This does not mean, of course, that biophysical processes are irrelevant: temperate climates are better suited for producing grain-based annual agricultural surpluses, third world environmental health problems like malaria receive inadequate attention, and tropical conditions pose very specific conditions that local agricultural knowledge and practices, and cultural norms, have found ways to address (Sheppard et al., 2009a). Nevertheless, recognizing more-than-human geographies implies, in technical terms, that Sachs’ and others economists’ statistical models are mis-specified; they fail to account for such reciprocal causal effects by treating ‘geography’ as exogenous. By contrast, geographical economists see themselves as incorporating second nature into their analysis. Krugman’s paradigmatic neoclassical explanations of why spatial economic structures emerge from a homogeneous geographical backcloth, paralleling the morphogenetic accounts of 1960s location theory on an isotropic plain, are framed in terms of second nature (Krugman, 1993).10 This is by far the more popular approach among mainstream economists, who see Sachs as tackling the much easier and more mundane task of explaining why geographical inequality begets economic inequality. Utilizing Dixit-Stiglitz mathematical models of monopolistic competition superimposed on a ‘flat’ world with no locational advantage (e.g. two locations as either end of a line, or points equally separated around a circle), Krugman and his followers show that there are plausible equilibrium outcomes in which some places specialize as industrial clusters whereas others remain agricultural. These have been described as north–south models by analogy to a (once) industrialized global North versus an agricultural global South (Krugman and Venables, 1995). The only uncertainty is which places become industrial: several equilibrium outcomes are possible, depending on small initial differences.11 To précis what is a finely tuned argument, industrial agglomeration happens when transport costs are neither too high nor too low. This theoretical deduction has been applied directly to explaining the long historical geography of global development, as transport costs fall (Baldwin, 2006; Crafts and Venables, 2001; Venables, 2006). According to this narrative, when transport costs were high, there was no specialization. As they fell in the 17th and 18th centuries, during ‘globalization 1’, specialization became the stable equilibrium outcome. Richard Baldwin puts it this way: ‘as history would have it, the North won at the South’s expense’ (Baldwin, 2006: 13). In this formulation, either region might have ‘won’ during this period, but for some historical contingencies shaping the equilibrium outcome (Sachs and Diamond stress ‘geography’). Now, after Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 53 a ‘counter-globalization’ interregnum between 1929 and 1945, ‘globalization 2’ has unleashed a combination of further falling communications costs and spatially disaggregated global production networks, with transport costs falling to the point where regional specialization no longer pays. This is why, it is argued, we are currently experiencing the (re)industrialization of the global South, presumably until industrialization diffuses to all regions as the new equilibrium outcome. This neoclassical theorization of geography, morphogenesis and global development has been repeatedly critiqued within economic geography (e.g. Martin, 1998; Plummer and Sheppard, 2006; Sheppard, 2000), and there is no space here to detail these arguments. Yet two criticisms are vital. First, notwithstanding the apparent historicism of the above account, these models presume that the world always approximates a market-clearing general equilibrium. (Even though these equilibria are notionally stable, computational experiments suggest that the internal logic breaks down when Krugman’s model is in disequilibrium, making its equilibria unachievable; Fowler, 2007, 2010.) Second, while the geography of economic activities may be endogenous, its geographical backcloth is not. The exogenous backcloth of a flattened hypothetical world and exogenous transportation costs is inconsistent with contemporary economic geographical theory (Sheppard, 2000). Further, once the sociospatial dialectic is acknowledged, the capitalist space economy is characterized by the unpredictable dynamical complexity and instability described by Norgaard, rather than by equilibrium (Plummer and Sheppard, 2006). Contemporary mainstream economic policyoriented accounts of geography, globalization and development are dominated by Krugmanesque ‘second nature’ accounts, rather than Sachs’ invocation of first nature. (In his entry for the New Palgrave Encyclopedia of Economics, Sachs persists in trying to persuade his colleagues to integrate agglomeration economics with ‘physical geography’; Sachs and McCord, 2008.) Most economists seem as leery of environmental determinism as geographers have been. Thus the 2009 World Development Report invokes second nature in its subtitle (Reshaping Economic Geography), and stresses the importance of communications infrastructure development at the national and subnational scales, confining consideration of Sachs’ discussion to the economic costs of a landlocked nation (Sheppard et al., 2009b). Landlockedness has become a widely discussed determinant of national economic stagnation, to which have been added such geographic measures as population size and ethnic diversity (a proxy for intranational divisiveness) (Collier, 2006, 2007; Sachs, 2005; Venables, 2006). Yet these, allegedly geographical, characteristics again are treated as largely exogenous. Thus, Austrian and Swiss success as landlocked countries is attributed to their proximity to wealthy European markets, part of a given global geography of inequality – whose emergence at the expense of African colonies (landlocked, small and ethnically diverse by dint of European boundary drawing) is not problematized. In discussions aimed at transforming global economic geographies, it seems at best paradoxical to make so much of a geography that is exogenous to the theories utilized to promulgate such transformations. Although geographical economists differ from Sachs as to how ‘geography’ matters, they share two positions: that the geographic backcloth can be treated as exogenous to the economy; and that state actions may be necessary to redress the market imperfections associated with geography. Sachs argues for global interventions to compensate for ‘bad geography’ and level the playing field. The World Bank revisits old-style spatial Keynesian regional planning to redress spatial inequalities (Sheppard and Leitner, 2010). Venables argues that ‘geography’ implies that ‘trade is not necessarily a force for convergence of incomes’ (Venables, 2006: 74), an argument even acceptable to the inveterate free trader Douglas Irwin (2006). Indeed, even as geographers castigate mainstream economists for endorsing neoliberalism, something quite different is underway in Economics. In his New York Times columns, Paul Krugman, condemned by critical geographers as the founding figure of neoclassical geographical economics, has become one of the USA’s most widely read passionate critics of not only Bush-era neoliberalism, but also Obama-era Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 54 Dialogues in Human Geography 1(1) economic centrism. Beyond this, even this limited inclusion of geography into neoclassical economics undermines the viability of claims that the invisible hand of competitive capitalism is socially beneficial. As trade theorists and foreign direct investment theorists have begun adding a spatial dimension to their theories (in the form of transport costs and place-based characteristics), it has become increasingly common that their models do not result in the welfare maximizing mutual benefits commonly associated with unrestricted trade and foreign direct investment. For trade theory, general equilibrium deviates from the welfare-maximizing optimum, including scenarios where some regions and countries lose as a result of trade (cf. Behrens et al., 2007; Tharakan and Thisse, 2002; Venables and Limão, 2002). For foreign direct investment, James Markusen develops complex computable general equilibrium models in which countries lose as a result of the ability of firms to engage in unrestricted foreign direct investment (Markusen, 2002). Ottaviano and Thisse (2004) derive what they call the ‘spatial impossibility theorem’, that neoclassical competitive equilibria cannot exist in a capitalist space economy. Recognition that ‘geography’ matters, even in this rather static exogenous form, does at least have the merit of undermining conventional economic justifications for market triumphalism.12 Geographical economics and the question of development Whereas geographical economists have become more cautious about market-based outcomes, this has not catalyzed any significant rethinking of teleological developmentalism. This stems from how territory and distance are treated within this framework. First, national political borders are taken as exogenous to economic theory, and nation states are commonly presumed to be natural territorial economic units – a position that sociospatial theorists have extensively critiqued as the national territorial trap or methodological nationalism (Agnew, 1994; Brenner, 2004). It would be redundant to rehearse such critiques in detail here, but some aspects are important to underline. For these units of analysis, size does not matter: the United States and Vanuatu are equivalent. This presumes that as soon as new nation states come into existence, as when Yugoslavia broke up, each becomes a coherent territorial economy. Theoretically, national economies are assumed to be reducible to aggregate production functions, enabling them to be analyzed using the same neoclassical tools as for individual firms, even though it is known that the marginal productivity claims associated with such functions are as logically fragile as the transformation problem associated with Marx’s labor theory of value (Harcourt, 1972; Sheppard and Barnes, 1990; Sraffa, 1960). Methodologically, there is a strong tendency toward place-based explanations in mainstream macroeconomics: accounting for the performance of each territorial economy in terms of a series of presumed causal attributes of that territory. The regression specifications utilized in the debates about geography and development, summarized above, are of exactly this kind. This has been the case even for much mainstream statistical analysis of subnational regional economies, at least until quite recently, even though economists readily concede that these are not autonomous territorial economies (Fingleton, 2000). Such methodological territorialism is highly problematic, as quantitative geographers long have pointed out, because it does not account for the many ways in which territorial economies are interconnected and affect one another (not to mention interscalar interrelations). It also has the specific consequence of reinforcing Rostowian stageist conceptions of development. By definition, such aspatial statistical regressions presume that all units of analysis are of the same kind. The task is to account for how a single measure of performance, such as gross national income (GNI), varies across (in this case) national territories, by identifying other attributes of those places that ‘cause’ these performance differences (causality being defined as a significant partial correlation, backed up by a theory that offers its readers a plausible rationale that predicts such a correspondence). The other attributes are regressed on a trend line measuring performance – which amounts to nothing more than a sequential ranking of national economies in terms of this measure, from worst to best (typically, the Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 55 West). This, then, represents national economic performance in terms of a single trajectory along which countries are aligned. For example, the (post) Washington Consensus has too often sought to browbeat states into adopting US and UK forms of governance. In such a place-based imaginary, territorial-scale interventions (i.e. national governance reform) become the key to catching up. Second, notwithstanding predilections toward methodological territorialism, geographical macroeconomists now take into account intercountry distance-related effects. Discussions of landlocked countries, for example, note that their performance will depend on a variety of attributes of the neighboring countries through which their imports and exports must be shipped to access the sea (Collier, 2006; Venables, 2006). Such interdependencies have not been systematically incorporated into economists’ theories or empirical estimates of the relation between geography and development (but see, for example, Yamamoto, 2008). The principal exception is economists’ recent reinvention of an old geographers’ trick, the gravity model, to predict trade flows (Evenett and Keller, 2002; Johnston, 1976; Márquez-Ramos et al., 2007; Mitchener and Weidenmier, 2008). Again, geography is an exogenous backcloth; distance is given, a cost of doing business. Treating distance simply as a transactions cost – a barrier to the efficient operation of neoclassical markets – implies that reductions in such costs must level the economic playing field, creating a flatter world in which efficient markets can more readily realize their putative benefits. Shorter distances reduce transactions costs, benefitting all partners.13 The more general presumption, also adopted by Diamond, is that unfettered spatial economic interdependencies (trade, foreign direct investment, portfolio capital flows, migration), reducing transactions costs, benefit all the people and places that they connect. It follows that lower transport costs can only accelerate the progress of ‘backward’ territories along the path to development. ‘New’ development economists As noted above, a group of prominent US mainstream ‘new’ development economists, writing for broad audiences, recently have sought to distance themselves from neoliberal globalization in ways that resonate with critiques in geography and development studies.14 Their prominence in global centers of mainstream economic expertise and the broad circulation of their arguments is shaping both public discourses and policy-making norms.15 These writers’ interventions have been catalyzed by the broad impact of counter-globalization social movements. Recognizing that neoliberal globalization has reinforced economic inequality, they are concerned that influential contestations of neoliberal globalization may result in a rejection of capitalist globalization tout court – which they feel would amount to throwing the baby out with the bathwater. In short, believing in the overall benefits of capitalist globalization, pointing to the Great Depression as an era of both counter-globalization and global economic crisis, they seek interventions that can redress its unintended negative side effects. These interventions have been discussed in detail elsewhere (Sheppard and Leitner, 2010). Here, I focus on their implications for discourses about trade and development. Jeffrey Sachs’ claim that countries are prisoners of their geography seemingly challenges the free trade doctrine, perhaps explaining why it has not received a warm reception among mainstream economists. A core theoretical claim of mainstream development economics, dating back to David Ricardo, is the opposite: free trade enables every place to take advantage of its geographical peculiarities, whatever these might be, by identifying, and specializing on the basis of, the comparative advantage associated with its place-based characteristics.16 Yet a close reading of Sachs reveals that he remains as supportive as ever of free trade (Sachs, 2005): His concern is that not all differences in comparative advantage are equal. Sachs’ claim that the exigencies of geography require spatial redistribution from wealthy to poor places is a global Keynesian agenda – with his Earth Institute’s Millennium Villages initiative acting as a proving ground for this argument. As noted above, the development economist Dani Rodrik disagrees with Sachs about geography, arguing that the ultimate place-based determinant of Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 56 Dialogues in Human Geography 1(1) national economic performance is institutions. He has been battling Sachs over the question of institutions versus ‘geography’ via dueling econometric specifications (Rodrik et al., 2004). Yet he shares Sachs’ concerns about neoliberal globalization. The son of a Turkish businessman who benefitted greatly from the policies of import substituting industrialization that came to be vilified under neoliberalism, Rodrik highlights three problems associated with globalization (Rodrik, 1997): workers are disadvantaged by free trade and investment due to their low mobility; there is a failure to acknowledge and accept national cultural preferences and norms (e.g. reluctance to purchase commodities produced under exploitive labor relations or in environmentally harmful ways); and globalization has undermined the nation state. Yet he also finds that national-scale interventions do not suffice. Thus he seeks modifications to the norms governing global trade, such as altering the WTO agreement on safeguards to enable democratic nation states to exert more territorial authority over economic flows crossing their borders, when a national consensus exists about such issues. Sachs and Rodrik also share the same criticism of attempts under the Washington Consensus to impose ubiquitous ‘best practice’ neoliberalism on all countries, because this fails to take context into account. Citing the influence of his spouse, a medical doctor, Sachs argues for a ‘clinical’ approach to economic policy-making, one that defines the healthy economic body in terms of a set of performance indicators, which become the goal that differentiated policy interventions, tailored to the national patient, are designed to realize. Rodrik argues for policy prescriptions tailored to national circumstances. Yet both believe in a single set of (neoclassical) ‘laws of economics’, to be drawn on in developing differentiated policy prescriptions. Rodrik dubs this One Economics, Many Recipes (Rodrik, 2007). Joseph Stiglitz has been the most vocal mainstream critic of the Washington Consensus (Stiglitz, 2002, 2006; Stiglitz and Charlton, 2005). He received the Nobel Medal for theorizing that information asymmetry undermines the effectiveness of markets, and his service as chief economist for the World Bank (1997–2000) reinforced this belief. He has castigated the multilateral post-Bretton Woods institutions for their lack of transparency: for making decisions behind closed doors, even as they penalized third world governments for the same lack of transparency (Stiglitz, 2002). He observes that power inequities in the institutions governing the world economy hurt the global South, urging reform on the WTO to redress this. He argues against structural adjustment and biopiracy, and for policies promoting global equity, forgiving national debts and stimulating aggregate demand in the global South. Countries with ‘a proven track record’ (p. 242) should be given financial aid and the freedom to decide how to use it, instead of being told what to do. Yet he still believes that fairer trade, achievable by reforming the WTO to eliminate its current de facto bias in favor of the global North, can promote development (Stiglitz and Charlton, 2005). Noting the lack of realism in mainstream trade theory, he and Charlton urge that richer countries be forced to guarantee open access to imports from poorer countries, while poorer countries are accorded the right to restrict imports from richer countries. The Generalized System of Preferences should be adjusted to favor the global South, and the WTO should stay away from promoting unrestricted international capital flows and property rights agreements, such as TRIPS, that favor the global North. Diagnosing a democratic deficit within the WTO (abuse of the market through control over information), he advocates global Keynesianism: tipping the playing field in favor of the global South; enforcing transparency and accountability on institutions that are not subject to democratic control; paying poor countries for the full value of their primary commodity exports and for ecological services they provide to the global system; global rules to prevent corporations from playing one territory off against another and to reduce monopoly power; unconditional debt forgiveness for countries by allowing them to declare bankruptcy; and a global bank that lends to those in need (Keynes’ unsuccessful proposal during the Bretton Woods negotiations) (Stiglitz, 2006). Notwithstanding significant disagreements, Sachs, Rodrik and Stiglitz share the view that the Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 57 rollback of the state promulgated under neoliberal globalization has gone too far, catalyzing a concentration of wealth in the hands of global elites, impoverishment, theft of intellectual property and environmental degradation, and catalyzing worldwide social resistance. Their explicit promotion of Keynesian alternatives, at national and global scales, directly challenges neoliberalism. Indeed, in the aftershocks of the 2008 financial crisis discourses about the need for a new New Deal and a new Bretton Woods have become commonplace. Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Margaret Thatcher and Ronald Reagan should be rolling in their graves. Yet William Easterly and Hernando de Soto, while sharing the others’ criticisms of the failure of the Washington Consensus, would beg to differ: they argue that Hayek was right. Easterly, a former senior research economist for the World Bank (1985–2001) and participant in the ‘geography’ versus institutions debate, agrees that the international financial institutions have failed the global South’s poor, but reserves just as much ire for Sachs and Keynesian do-gooders of all stripes, as no different than Robert Owens and his 19th-century utopian fellow travelers. He divides the world into planners (Owens, Sachs, the World Bank, etc.) and seekers (the entrepreneurial spirit in us all). In his view, global development policies of all kinds (including the ‘Global War on Terror’) are Big Push initiatives that are doomed to fail, and infused with the conceit that the global North holds all the answers. ‘The White Man’s Burden emerged from the West’s self-pleasing fantasy that ‘‘we’’ were the chosen ones to save the Rest . . . The Enlightenment saw the Rest as a blank slate – without any meaningful history or institutions of its own – upon which the West could inscribe its superior ideals’ (Easterly, 2006: 23). If Easterly seems to be channeling Edward Said’s Orientalism or Eric Wolf’s Europe and the People without History (Said, 1978; Wolf, 1982), he lies much closer to Edmund Burke, the 19th-century English conservative who criticized liberalism for its duplicitous policies toward colonial India. Burke critiqued liberals for trampling on the individual rights of Indians in their zeal to remake them in liberals’ own image, destroying rich local cultures in the process (Mehta, 1999; Muthu, 2003; Pitts, 2005). (Free trader Richard Cobden’s anti-imperialism also comes to mind.) Like Sachs, Diamond, Rodrik and Stiglitz, Easterly sees all humans as equally able and creative, with the poor unable to make good on their capabilities. Yet, citing Hayek, he believes that only the free market (‘the laws of economics’; Easterly, 2002) can provide the incentives, attentive to local context, that can unfetter the potential of the poor to succeed as capitalist entrepreneurs – who thereby become responsible for their success, or failure. As in trade theory, the capitalist market is conceptualized as recognizing and valuing difference, as a mark of distinction that can be traded on for mutual benefit and profit (Sheppard and Leitner, 2010). The Peruvian economist Hernando de Soto similarly places his faith in the entrepreneurial acumen of the poorest of the poor. De Soto, credited with converting Peruvian president Alberto Fujimori from Keynesianism to neoliberalism, directs the Institute for Liberty and Democracy (recipient of awards, inter alia, from the Cato Institute and The Economist).17 He sees poorly demarcated property rights as the principal cause of poverty. This is because the homes and businesses of the poor are not legally registered in their own names, and processes of registration are enormously time-consuming, bureaucratic and costly. He argues that the principal source of capital for small entrepreneurs is self-finance, from the equity accumulated in their homes and businesses. The poor in the global South, living in squatter settlements and working in the informal economy, cannot take advantage of such potential sources of capital (which he estimates as being worth over US$9 trillion worldwide; de Soto, 2000). He argues that the United States experienced the same situation in the late 18th century but was able to overcome it, and should be taken as a model for the global South to follow in order to move from a ‘pre-capitalist’ to a ‘capitalist’ property system (de Soto, 2000: 172). Hayek versus Keynes? Temporality, non-ergodicity and capitalist development Critical scholarship recently has highlighted the differences separating Keynesian Fordism from Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 58 Dialogues in Human Geography 1(1) Hayekian neoliberalism, even exhibiting nostalgia for the good old days when Keynesian discourses were hegemonic by comparison to the more brutal ‘there is no alternative’ era of neoliberalism. These are vital differences of opinion about how capitalism can bring prosperity to all, whose instantiation as development policy prescriptions has had enormous impact on the livelihood possibilities of people in places across the global South. Their ongoing contestation, as described above, remains of enormous import.18 Yet these are differences about how capitalism can bring prosperity, not whether it can. Notwithstanding severe personal, intellectual and political differences, the last of which might be summarized as neoliberalism versus progressive liberalism, both Hayek and Keynes had little patience for the deterministic mathematical equilibrium theories based on microfoundational rational choice models – the hard core of mainstream economics. They both argued that time itself is a radical destabilizing factor, because of irreducible uncertainty about the future. Hayek, the anti-rationalist, believed that knowledge emerges from actions, themselves rooted in habit and tradition, not from our ability to discern how the world works. The only way for rationality to emerge from the habitual nature of everyday behavior, he believed, was through the discipline of competitive markets. This would have the important side effect, for him, of equating social efficacy with individual liberty (Hayek, 1937, 1948). ‘In arguing that competition breeds rationality, Hayek is claiming that the filter of profit and loss weeds out those whose habits tend to generate inappropriate responses to market signals’ (Butos and Kopl, 1997: 351).19 Keynes, the rationalist, saw human action as plagued by a radical uncertainty about the future (perhaps never more so than at present), which encourages speculation. ‘In such a world action cannot be rational; it must spring from an irrational source, animal spirits . . . A Cartesian rationalist may be glad for the impulse to action that animal spirits provide, but he cannot have much faith that the actions so motivated will very often turn out as intended’ (Butos and Kopl, 1997: 349). Here, markets cannot provide the necessary information, inducing individuals to hoard money (dubbed their liquidity preference) in times of uncertainty. This in turn requires state-led demand-side macroeconomic intervention to alleviate unemployment in times of crisis (Keynes, 1936; Weatherson, 2002). Such socialization of investment, Keynes wrote, was not devised as ‘a terrific encroachment on individualism, [but], on the contrary . . . as the only practicable means of avoiding the destruction of existing economic forms [that is, capitalism] in their entirety and as a condition of successful functioning of individual initiative’ (Keynes, 1936: 380). The Nobel Medal winning American economic historian Douglass North has taken up the question of the relation between irreducible uncertainty and capitalist development, arguing that this must be addressed in any historical account of economic change that is to remain faithful to the laws of economics. ‘The study of economic change must . . . begin with the ubiquitous efforts of human beings to deal with and confront uncertainty in a nonergodic world’ (North, 2005: 5).20 In his conception, individuals’ actions are founded in belief systems, requiring (cf. Hayek, 1952) ‘that we delve into how the mind and brain work’ (p. 5), and take place within particular national institutional contexts. Individual agents face two kinds of uncertainty (natural, and socially constructed) in their environments. Historically, individuals residing in territorial societies develop institutions (e.g. cultural systems, risk markets and governance structures) to manage the uncertainties they confront (many of which are a consequence of humans and their institutions). His overriding conclusion is that national economies succeed or fail, engendering wealth or poverty for their residents, depending on their ability to develop effective institutions to manage the real-world uncertainties plaguing markets. By taking temporality seriously, as an unknowable future rather than an equilibrium trajectory, Hayek, Keynes and North pose serious challenges to the adequacy of microfoundational models of the economy. At the same time, however, they share the mainstream paradigm’s predilection for grounding economic theory in the choices of autonomous individual agents, its faith in a monistic (capitalist) economics, and its conviction that spatiality is a Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 59 relatively minor complication. The fact that the spatial extent of economic systems enhances agents’ uncertainty is acknowledged, but is not seen as undermining the capacity of markets, in principle, to be socially beneficial. Like the neoclassical mainstream, spatiality is conceptualized in terms of the location in which individuals find themselves (shaping their endowments, opportunities, preferences and culture). Keynes and North combined these with methodological nationalism: macro-scale features of the economy, and of the institutions governing it, are equated with national territories, taken as the natural units of analysis for the study of development. Even for a non-ergodic world, these arguments mobilize a teleological conceptualization of development. When North asks why Europe becomes the center of capitalism after 1492, his answer is in terms of attributes of Europe that, in his view, make it better suited to developing capitalist governance systems to manage uncertainty (North, 2005): individualist belief systems that can underwrite ‘impersonal exchange’ (which he contrasts with Islamic collective action and Soviet collectivism), themselves rooted in ‘fundamental demographic/ resource constraints that became embodied in religions’ (p. 136), combined with a fractured European geography of small territorial economies that enabled competition between different institutional and cultural assemblages. ‘The failures of the most likely candidates, China and Islam, point the direction of our inquiry. Centralized political control limits the options . . . The lack of largescale political and economic order created the essential environment hospitable to economic growth and ultimately human freedoms’ (p. 137). North concludes: ‘Growth has been generated when the economy has provided institutional incentives to undertake productivity-raising activities such as the Dutch undertook. Decline has resulted from disincentives to engage in productive activity as a result of centralized political control of the economy and monopoly privileges’ (p. 134). North’s arguments are, thus, remarkably similar to those of the modernization theorists of 40 years ago, who generalized Rostow’s teleological economic model to incorporate sociological and psychological aspects (cf. McClelland, 1961; Parsons, 1966): ‘the richer the cultural context in terms of providing multiple experimentation and creative competition, the more likely the successful survival of the society’ (North, 2005: 36). Like modernization theorists, North makes three arguments: that northwestern European cultural and institutional contexts are richer than others (at least in terms of their capacities for managing economic uncertainty); that the prosperity of these societies is evidence of their superior cultural/institutional mix; and thus that other societies should emulate this mix if they wish to succeed. Such arguments have been extensively criticized for their unwarranted structural functionalism (the assertion that the presence of certain attributes in places deemed to be successful suffices to prove that these factors are necessary for success); for their neglect of the asymmetrical relational connections between places that may be every bit as important in causing uneven development as territorial attributes; and for their Eurocentrism (e.g. Blaut, 2000). They are, again, rooted in methodological nationalism. Sociospatial ontologies and development imaginaries In the three preceding sections, I have examined the contrasting views of different overlapping groups of economists on the question of economics, nature, geography and development. I have noted substantial disagreements about the importance of first versus second nature, the relative importance of institutions and ‘geography’, and the merits of Keynesian versus Hayekian prescriptions. Nevertheless, these disagreements orbit fairly tightly around a shared belief in the capacity, in principle, of democratic capitalism, US-style, to solve poverty and bring development to all. In this section, I explore how the sociospatial ontology of mainstream economics contributes to this capacity for consensus on the question of development, and contrast this with the quite different development imaginaries that emanate from Anglophone geographical political economy. The view from Economics Notwithstanding the potential diversity of Economics, I explore here the hegemonic mainstream perspective. Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 60 Dialogues in Human Geography 1(1) This has produced the most effective and cohesive paradigm in Anglophone social science of the last century. Imré Lakatos argues that every scientific epistemological community constitutes its research program through the articulation and defense of a set of ‘hard-core’ propositions that should not be questioned, surrounded by a protective belt of ‘auxiliary hypotheses’ that protect this core from being falsified (Lakatos, 1970), and mainstream economists have mastered this. Even what seem to outsiders to be relatively minor deviations within Economics are marginalized by the mainstream’s proponents as ‘heterodox’. Practitioners of such heresies find themselves largely excluded from the canonical journals and departments. Indeed, some have concluded that the mainstream view is simply autistic about such alternatives (http://www.paecon.net). The hegemony of this epistemological community during the past century also has had the effect of constituting the world through the enactment of its laws, with the effect of making their plausibility seem self-evident (Mitchell, 2005a). As conceived within this tradition, the laws of economics are, first, deemed to be ubiquitously applicable, across space and time. Second, they separate the economic from other aspects of socionature. Indeed, some proponents claim that these laws apply to all domains of human action including our relationship with nature (consider, for example, the current popularity of carbon markets) (Fine and Milonakis, 2009). Third, they are grounded in mathematical languages that enhance their status as seemingly scientific. Fourth, they constitute a development imaginary in which the progress of nations is judged by whether and how they deviate from practicing these laws. The social ontology underlying this shared belief is well known, but its spatiotemporality has received less attention. The social ontology has the following characteristics. The economy is composed of individuals of more-or-less equivalent social capacities, differing in preferences and endowments (usually taken as exogenous to the economy). Markets function as a result of more-or-less well-informed individuals making self-interested choices to buy and sell. Markets are assumed to clear, placing the economy in a neoclassical equilibrium that is argued to function like Adam Smith’s invisible hand: ‘It is not from the benevolence of the butcher, the brewer, or the baker that we expect our dinner, but from their regard to their own interest. We address ourselves, not to their humanity but to their self-love’ (Smith, 1776: I.ii.2). There is considerable contemporary debate about the cognitive and even neural aspects of choicemaking, about optimizing versus satisficing choices, and about limited information and uncertainty, but these are considered undesirable deviations from a rationally ordered and socially efficacious capitalist space-economy – deviations that should be fixed with a dose of ‘libertarian paternalism’ (Thaler and Sunstein, 2003). Rationality is to be defended at all costs. The rationality of this ontology of capitalism rests on the question of how often individuals actually achieve the intended consequences of their choices through the operation of the market. If this were rare, there would be little reason for individuals to repeat such actions; indeed, the very rationality of choice making would be called into doubt. To doubt the economic rationality of choice-based behavior, then, would be to call the entire set of hard-core propositions into question. The spatiotemporal ontology accompanying, and reproduced through, this model of capitalism helps reign in the possibility of unintended consequences – at least within its own theoretical confines. One scale dominates: that of the human body. Adopting the principle of methodological individualism, economic processes are reduced to the rational, perfectly informed, self-interested and autonomous choices of individuals (themselves often reduced to ideal types known as representative agents). Without such ‘microfoundations’, a theoretical model has little chance of gaining respect in contemporary mainstream economics – even in network economics where a relational model of human action is now popular. Individual actions in turn are aggregated into territorialized macroeconomic objects (e.g. aggregate production functions, or factor endowments), which are assumed to describe adequately the dynamics of urban, regional and (most commonly) national economies. Each scalar territorial entity is treated as a bounded and homogeneous unit of analysis. Scalar units are given Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 61 a priori, and linked together through a bottom-up causal logic, beginning with the individual, that conforms with hierarchy theory in Ecology: objects at any scale are mobilized by actions emanating from smaller scales and constrained by events operating at larger scales (Wu, 1999). Geographical detail is attached to this scalar ontology as a fixed set of attributes characterizing each scaled unit of analysis (body, region, nation) – a naturalized geography. This set includes place-based attributes (resources, climate, culture, etc.), and relative location (accessibility to other such units, measured on the basis of given communications geographies). If geographical difference creates unequal opportunities, it constitutes a tilted ‘playing field’ on which some actors cannot achieve economic welfare through their individual actions. This would challenge the rationality of microfoundations and thereby the hard-core principles. If such attributes can be commodified, however, as utility functions driving preferences, or as resource endowments driving comparative advantage, then the possibility remains that the market can modulate such differences through the rational choices of its participants (Sheppard and Leitner, 2010). For most mainstream theorists, this bottom-up, multiscalar and methodologically territorial spatiality is combined with a particular (a)temporality: the economy is assumed to approximate a marketclearing equilibrium. Much mainstream economic theory is static, with dynamics typically treated in one of two ways. One approach assumes that the economy is always approximately in equilibrium, with the details of that equilibrium depending on the context: Baldwin’s account of globalization exemplifies this. Here, dynamism is an attribute of the context rather than the economic theory. Alternatively, it is assumed that the economy moves smoothly along a dynamic equilibrium ‘golden’ growth path, where current production exactly matches future demand (clearing the market over time). In such equilibrium models, time is reversible: a shifting parameter rather than an evolutionary historical force. Unintended consequences are less likely and rationality still can rule.21 As noted above, economists who stress the irreducible nature of uncertainty are a notable exception to this minimalist incorporation of temporality – including Hayek and Keynes. A non-ergodic world poses deep problems for those seeking to defend the rationality of a microfoundational approach. When the future is not simply unknowable but plagued with unpredictable twists and turns, how can humans, or even economists, retain faith in their capacity to know and act on the world (Rosser, 2004)? Even here, however, it seems possible to rescue the possibility of rationality, and of a teleological path for capitalist development, as long as the other ontological features are preserved. Mainstream economics’ development imaginary. Taken together, methodological individualism, naturalized geographies and methodological territorialism underwrite the teleological, neocolonial development imaginary that Rostow pioneered. Within this ontology, aided by a Walrasian auctioneer, capitalism becomes a benevolent and harmonious mechanism of market clearance, in which all participants are equally positioned and empowered to realize their preferences.22 Its ubiquitous principles promise to bring economic prosperity to all. In this imaginary, to be developed is to achieve high levels of median gross national income and the like, which immanent capitalist accumulation is imagined to make possible.23 A crucial implication of this teleology is that failure to achieve prosperity can be attributed to characteristics of people and places that prevent the market from achieving its potential: to bad latitude, bad attitude (Hart, 2002) or poor governance. Geography plays a relatively minor role, in the form of place-based characteristics – variations in local context (e.g. endowments, traditions of statemarket relations, cultural norms, and geographical advantage).24 Attending to these is acknowledged as crucial to making the appropriate intervention, but the goal of accelerating capitalist accumulation and growth remains the same (Rodrik, 2007). Jim Blaut has dubbed this developmental imaginary ‘diffusionism’: development simply diffuses from advanced to backward countries (Blaut, 1987, 1993). Countries are ranked, then, by how far they have progressed along the path to prosperity, constructing what Dipesh Chakrabarty calls ‘History 1’ (Chakrabarty, 2000) – a historical narrative that Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 62 Dialogues in Human Geography 1(1) represents the developmental histories of western Europe and North America as the norm against which all are to be judged (and most found wanting). Crucially, this imaginary locates expertise about development within the global North; those people and places that have prospered are positioned to show others the way. Cowen and Shenton distinguish between immanent and intentional development: that is, between development as an emergent process and strategic efforts to create development (Cowen and Shenton, 1996). (Gillian Hart, 2001, dubs these ‘development’ and ‘Development’.) Within this imaginary, the path of immanent development is given, and a model that wealthy regions draw on to bring intentional development to others. Intentional development becomes necessary when immanent development possibilities are blocked. Developed countries’ expertise is necessary to open such blockages, as their own prosperity confirms their successful experience in solving development problems. As both Blaut and Chakrabarty note, this contitutes a Eurocentric development imaginary. Yet the principles invoked for intended development have proven far from successful. Notwithstanding multiple experiments with different territorial models of governance – spatiotemporally variegated capitalisms that articulate with different local visions of state-market relations and shifting global policy discourses (Brenner, 2004; Peck and Theodore, 2007) – there has been serial policy failure. Neither state-led development nor structural adjustment have been particularly successful in accelerating many countries along the development path. Nevertheless, the hegemony of this geographical imaginary has meant that such serial failures have not seriously undermined the global North’s claims to expertise, even as its experts periodically reverse their views about which principles are appropriate (Sheppard and Leitner, 2010). Diffusionism implies that there are no alternatives to what development means or how to achieve it – no legitimate contestations. The view from Geography If thinking in Economics can readily be simplified to a hegemonic mainstream view, this is far from the case in our anti-canonical discipline. Economic geography includes a group of scholars who hew more closely to mainstream economic thinking, but currently is dominated by Anglophone geographical political economy (Sheppard, 2011a). Even this is a very diverse body of knowledge rife with philosophical, theoretical and methodological disagreement (Sheppard and Barnes, 2000). Yet, connecting across this diversity, it can be characterized by a very different sociospatial ontology from that of geographical and development economics, with room for alternative development imaginaries.25 In contrast to the Cartesian ontology of mainstream geographical economics (individuals and territories as hermetic objects of analysis; spacetime as exogenous coordinates), geographical political economists tendentially favor a relational, or dialectical, sociospatial ontology.26 This is so in at least three senses. First, it attends to the co-constitution of society, spacetime and the more-than-human world. Second, it takes a dialectical approach to theorizing the agents and territories of a capitalist space economy. Third, it stresses how economic and non-economic aspects of the social world (identity, politics, culture, etc.) are co-implicated. It is in the domain of theorizing economic actions that economic geography can be most immediately compared to the economic mainstream, since this is where the mainstream focuses. Indeed, some scholarship in geographical political economy has made the comparison as straightforward as possible through deployment of the mathematical language of theory that economists so value. Summarizing a substantial body of such research (in heterodox economics and economic geography), its focus is on the production of commodities, not market exchange. This entails, first, taking temporality seriously. Markets, as places of instantaneous equilibrating exchange, are replaced by places of production, a process that takes time: the timelag between advancing capital to finance production and the anticipated recuperation (realization) of profits is crucial to profitability. Second, it conceptualizes economic actors in terms of their positionality within economic processes (shaped by class, gender, location, etc.) Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 63 rather than simply as rational autonomous agents. Positionality conceptualizes agents in terms of their differently empowered interrelations, instead of imagining that they are autonomous agents with given endowments and preferences. Third, geographical research takes seriously the shifting connections between firms in a sector and between sectors, including the transportation sector – connections shaped by prevailing technological interdependencies, labor relations and transportation costs. Even without the complications of geography, such a shift in perspective raises serious questions about mainstream macroeconomics (e.g. whether factor prices reflect their marginal productivity or their bearers’ political power: Harcourt, 1972; Sraffa, 1960), and confirms Marx’s thesis of exploitation.27 This scholarship confirms Marx’s intuition that a capitalist economy is generative of social inequality and typically far from equilibrium, with different alignments of agents struggling over the disposition of the economic surplus (Harvey, 1982; Pasinetti, 1981; Roemer, 1981, 1982; Sheppard and Barnes, 1990; Webber and Rigby, 1996). While marketclearing equilibria may emerge as significant orientation points for the dynamics of capitalism, the individual and collective actions of agents generally keep the economy far from such equilibria, with the very real possibility that agents cannot realize the intentions behind their seemingly rational, self-interested choices (Bergmann et al., 2009). Incorporating the co-constitution or production of spacetime and the more-than-human world further muddies Panglossian mainstream representations of capitalism. Distance is no longer simply a cost of doing business, but is produced by transportation and communications firms shaping how places are connected – firms that commodify space, reshaping accessibility. Production technologies differ across sectors, and regions (cf. Rigby and Essletzbichler, 1997). Places cannot be captured in terms of given attributes or endowments, since their characteristics, and sociospatial positionality, are continually in flux. The uncertainties faced by commodity producers, seeking to realize profits on the capital advanced, are compounded by the difficulties of obtaining inputs from distant suppliers, of having to move commodities from places of production to those of consumption, of anticipating consumer demand in other places, and of plugging into complex and shifting geographies of finance. Geographers stress the importance of recognizing that geographies are produced through socio-economic processes, if social theory is to avoid spatial fetishism (Sheppard, 1990). Yet it is equally important to recognize that produced geographies have their own distinct effects on socio-economic processes: society shapes geography, and geography shapes society (Plummer and Sheppard, 2006). Attempts to commodify the more-than-human world (e.g. through accumulation by dispossession and ecological markets) are further plagued by the biophysical processes shaping the material world – processes that capitalists seek to align with capitalism via commodification, albeit incompletely and often unsuccessfully.28 Once space and ‘nature’ are endogenized into theories of capitalism, the dynamics of capital accumulation cannot be reduced to the microfoundations of geographical economics. Economic actors are neither fully rational nor autonomous. Their interests and preferences are shaped by their sociospatial position, their knowledge is imperfect, and they engage in collective action. Their actions shape, but also are shaped by, the social structures and cultural context in which they find themselves. As Marx quipped, they make the world, but not a world of their own choosing. (Plummer and Sheppard, 2006: 622) It becomes that much harder for agents to select actions whose consequences can be foreseen, or can be expected (with much confidence) to realize their intended goals, undermining the rationality of a capitalist space economy grounded in the self-interested actions of its agents. Further, uneven geographical development is the order of the day, with some places realizing prosperity at the expense of impoverishment elsewhere (the development of underdevelopment, cf. Frank, 1978; Harvey, 1982, 2005; Smith, 1984). Over the past decade, drawing on cognate scholarship in feminist studies, cultural studies, post-prefixed philosophy, anthropology, economic sociology and political science, economic geographers have demonstrated that ‘economic’ processes Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 64 Dialogues in Human Geography 1(1) cannot be examined separately from, or prior to, more-than-economic processes (conventionally labeled as cultural, social and political) that they are bound up with (cf. Barnes, 1996; Gibson-Graham, 1996; Grabher, 2006; Lee, 2006; McDowell, 1997; Thrift, 2005; Wright, 2006). Rather, each is coconstitutive of the others. Consider, for example, ‘culture’ – an enduring problematic of development. The most mundane economic practices – indeed the very definition of what counts as economic – are shaped by, as well as shaping, cultural norms, discourses and subject formation. Such practices should be conceptualized in terms of how the situated imaginaries, knowledges and interests of differently positioned and unequally empowered agents give meaning to and shape economic practices. Beyond this, such practices inevitably express the situated identities of their practitioners, performatively reproducing and challenging these – a process that Judith Butler (1990) dubs citation. Geographers’ contributions to making sense of these interminglings, and the complex assemblages that they bring forth, have particularly focused on the multivalent spatialities of positionality, and social and political norms, and how these are co-implicated with those of economic processes. Such complexities are not reducible to rational microfoundations or mathematical theorems, although mathematical modeling can help make their implications more precise (Bergmann et al., 2009). The development imaginaries of geographical political economy. Geographical political economy, the bare contours of which are sketched above, creates space for alternative development imaginaries. By contrast to the teleological model of capitalist development associated with mainstream Economics’ sociospatial ontology, a relational/dialectical ontology envisions no such diffusion of immanent development from north to south. Even deploying such conventional conceptions of development as economic prosperity, very different conclusions are arrived at as to the conditions of possibility for achieving this. In this view, capitalism engenders sociospatial inequality. Differences in sociospatial positionality, a historical legacy of social hierarchies and geopolitical power inequalities mediated through shifting geographies, tendentially reproduce such inequalities, notwithstanding periodic spatial restructuring (Sheppard, 2002). The fact that this most recent phase of rapid, neoliberal globalization, like that of the 19th century, has been accompanied by persistent and intensifying sociospatial inequalities, culminating in the current global crisis, provides prima facie evidence supporting this claim (Milanovic, 2005; Obstfeld and Taylor, 2004; Williamson, 2005). Departing from Eurocentric territorial accounts yoked to History 1, a relational/dialectical view stresses sociospatial positionality, not Europeanness, as the catalyst for western Europe’s capitalist prosperity. Diamond, Sachs and North explain European prosperity in terms of northwestern European territorial attributes (climate, topography, politics, culture, religion). Such explanations cannot adequately account for the ‘great divergence’ between Europe and eastern and southern Asia after 1492 – after which wealth and economic momentum rapidly moved from one side of the old world to the other (AbuLughod, 1991; Blaut, 1993; Pomeranz, 2000). Methodological territorial explanations overlook a key relational advantage that Europe possessed: the good fortune of comparatively easy access to the Americas. This ‘new world’ proved readily exploitable for resources, land, gold and silver, its plantations became a proving ground for factory labor practices, and the production of cheap sugar, coffee and cotton could be organized for European markets (Blaut, 1993). European contact with the Americas profoundly altered the more-than-human world, in ways that particularly benefitted Europe. This Columbian exchange (Merchant, 1989) brought European viruses to the Americas, where American indigenous socio-ecological complexes were replaced by European agricultural practices and species. In Europe, diets improved, food and labor costs fell, factory technologies were catalyzed, and the money supply and profit rates increased. In the Americas, depopulation and the depredations and displacements of colonialism undermined indigenous livelihood practices (and military power), creating widespread impoverishment and further opening the Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 65 territories to the settlement of surplus European populations. Here, geographical inequalities are explained as a consequence of socionatural relations, connecting places in ways that tendentially benefit certain places and social groups at the expense of others, rather than in terms of territorial differences in natural endowments. More generally, a relational/dialectical ontology stresses how the economic conditions in a territory depend as much on its shifting connectivities with other territories as on place-based attributes. Connectivities also are acknowledged within the diffusionist imaginary, but are widely presented as mutually beneficial and thus not troubling this imaginary.29 By contrast, geographical political economy theorizes such connectivities as tendentially reinforcing uneven development. As in dependency and world systems theories, the impoverishment of certain people and places co-evolves with globalizing capitalism, rather than being an original condition that immanent capitalist development can overcome (cf. Amin, 1974; Frank, 1967; Harvey, 1982; Wallerstein, 1979). If a relational/dialectical geographic ontology undermines the diffusionist, territorial History 1 that still plagues mainstream economic conceptualizations of geography, capitalism and development – concluding that capitalist development in the core tendentially undermines that in the periphery – consideration of culture, identity, and more-thancapitalist economic practices further compounds the picture. A narrative that imagines enrolling cultural and geographical difference into the drive for economic prosperity, commodifying it as tradable assets, becomes replaced by one that stresses cultural difference as a shifting terrain of contestation over what counts as living well: a contestation with no determinable outcome. It is vital to recall that globalizing capitalism’s own emergence to global hegemony (a trajectory stretching back to Britain’s adoption of free trade in the early 19th century) itself was achieved through its own successful contestation, and marginalization, of alternative imaginaries and practices of the economy, liberty, justice and the good life. Contestations are ongoing. Some that preceded globalizing capitalism persist, such as tropical subsistence livelihood systems. Others have emerged as alternatives, such as the state socialism that many postcolonial societies experimented with after 1950. As the problems of globalizing capitalism have become particularly trenchant, multivalent contestations are increasingly visible, at a variety of sites and scales (cf. Leitner et al., 2007a). Alternative imaginaries and practices, located in and across civil society and political institutions and entailing various spatialities, exceed the logics and processes driving capitalism. These include: explicitly anti-capitalist national (Venezuela, Iran), regional (Kerala) and local territorial strategies (Escobar, 2008; Moore, 1998); state agencies pursuing non-capitalist agendas; and alternative social movements stretched across space. As in Chakrabarty’s History 2, these alternatives draw strength from a capacity to resist becoming ‘forms of [globalizing capitalism’s] own lifeprocesses’ (Chakrabarty, 2000: 63). Of course, different contestations reflect distinct sociospatial positionalities and are unequally empowered, with questions remaining about their relative efficacy and capacity to realize their particular developmental imaginaries and challenge hegemonic imaginaries and practices. Nevertheless, to dismiss contestations a priori is to cede ground to globalizing capitalism (Featherstone, 2003; Gibson-Graham, 2006; Leitner et al., 2007b; Rose, 2002). Conclusion: Transcending development teleologies In this paper, I have analyzed the different narratives of the economy, geography, nature and development mobilized by mainstream economists and economic geographers during the past 15 years. Among the public and in policy-makers’ imaginations, economists’ imaginaries dominate geographers’ – an ongoing challenge for the viability of our discipline. Examining three such influential streams of thought, I note that they conceive the relationships between geography, nature and development in a particular way. Like many geographers, they are increasingly critical of what we have come to call the neoliberal phase of capitalist globalization that characterized the past three decades – market triumphalism. Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 66 Dialogues in Human Geography 1(1) Nevertheless, they share a sociospatial imaginary, itself rooted in mainstream economics, whose methodological individualism and territorialism, and treatment of space and nature as external to the economy, underwrites a diffusionist, teleological conception of development – an imaginary of globalizing capitalism as capable, in principle, of transferring economic prosperity from the global North to the global South. As a generation of dependency theorists and of postcolonial scholars have noted, this implies that the global North provides a model for all to follow – European history is universalized as everyone’s history. In this imaginary, geography plays at best a secondary role: imprisoning disadvantaged locations by blocking this diffusion, or describing a set of contingent contextual placebased features that require differentiated instruments to align different kinds of places onto the same path. A corollary of this shared development imaginary is that the global North remains the repository of expertise about how to achieve development, a role it has asserted for itself since colonial times, because success is taken as the mark of expertise. Against this, I argue, the relational/dialectical ontology currently dominating Anglophone economic geography makes space for non-teleological, variegated development imaginaries. Emergent unequal geographies are part of the very fabric of globalizing capitalism. Differently positioned places require different strategies even when sharing the same goal, legitimizing a multiplicity of developmental trajectories, rather than a teleology (Amin, 2002; Massey, 1999; Sheppard, 2002). Beyond this, cultural differences about what it means to live well, and how to realize this, are increasingly intermingled and co-constitutive – an ongoing resource for contestation. Couze Venn (2006) puts this well: Underlying the strategies of development . . . one finds . . . the idea that ‘progress’ . . . [implies] the erasure or conversion of the previous state of affairs in favor of more efficient and rational stages. Within this perspective, the co-habitation of different spatialities and temporalities is seen as a sign of dysfunction, or a side effect to be managed . . . [Yet] cultures are inescapably polyglot . . . the interpenetration of the global and the local at all levels means that the material and the virtual, roots and routes, are now correlated in terms of different spatialisations and temporalities . . . in terms of new imaginaries that pluralise belonging in quite new ways. (Venn, 2006: 43–44)30 Rather than a teleological trajectory, development is imagined as an assemblage of possibilities that are struggled over by differently situated and located groups of actors in shifting alliances and rivalries. Sociospatially differentiated conceptions of what it means to live well, of how differentiated economic practices are valued and how to improve livelihoods, cohabit the earth, merging into, and being transformed through, one another. Of course, contestations are unequally empowered. Inevitably, more powerful and widespread livelihood assemblages seek to superimpose their development imaginary on others. Such struggles long precede the moment when the term development gained its current doctrinal usage in European colonial societies (Cowen and Shenton, 1996). Nevertheless, such attempts at intended development, driven by sociospatial processes of power/ knowledge, persuasion, emulation and governmentality, are always incomplete and vulnerable to differently positioned contestations – contestations over development imaginaries and practices, and over development itself (Escobar, 1995; Sachs, 1990; Santos, 2008; Sidaway, 2007). Imaginaries of capitalist development as a common, economic path to the good life, eventually deliverable and acceptable to all, have never been adequate to the task that they set themselves. Irreducibly differentiated livelihood practices come together in provisional and shifting assemblages, with particular spatiotemporal footprints and effects. Such assemblages are ‘always heterogeneous; . . . mutually constitutive within and across scale; . . . the human and non-human are intimately related and co-implicated; . . . change is the only constant; . . . spatiotemporality is an emergent but influential aspect; and trajectories are contingent and uncertain’ (DeLanda, 2006; Sheppard, 2008: 2609). In a relational/dialectical ontology, these are not simply multiple trajectories co-existing with one another, from which each chooses their preferred Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 67 alternative. They are interbraided, shaping one another in shifting, geographically complex and unequal ways. Geographical trajectories of societal development are more akin to Steven Jay Gould’s intertwining branches than Rostow’s stages. This opening up, while generative of variegated imaginaries, is potentially plagued with problems of differential empowerment and the danger of slippage into relativism. On the one hand, for all its failures and slippages, the performative success of the mainstream capitalist imaginary must be acknowledged. Its taken-for-granted status and propagation through the vectors of postcolonial geopolitics has enabled it to masquerade as universal, quasi-scientific knowledge about geography and development. Yet, like all such monistic knowledge systems, it emerged as a local epistemology, carved out of a particular context (18th-century British Lockean liberalism sutured to European colonialism). Thus, before accepting this ontological and theoretical framework on faith, it is important to interrogate how it has fared as it has globalized beyond its time/place of origin. On the other hand, for all their multifaceted and potentially transformative possibilities, it cannot suffice to simply celebrate every one of those contestations that still seem, from the mainstream perspective, particular, parochial, and local.31 Creating space to take alternatives seriously cannot be a license to do so uncritically. Indeed, all such assemblages must be subjected to a reciprocal critical engagement with one another, whereby each is challenged to defend its norms in light of others’ criticisms. Each must be assessed critically in terms of its impact on both the livelihood possibilities of those pursuing it and those living otherwise (and elsewhere). Political and moral grounds, the implicit bases for critique, must be laid bare for debate (Barnes and Sheppard, 2010; Olson and Sayer, 2009). Finally, this cannot be restricted to the realm of intellectual disagreement; critical assessments of grounded livelihood practices undertaken in the name of one or another imaginary are at least as important. Such mutual critical engagement between livelihood assemblages and development imaginaries implies that the locus of expertise, conventionally associated with the global North, metastasizes to all those participating in such exchange. If such engagement could be realized, it is unlikely to result in agreement (Longino, 2002). The purpose should not be framed in terms of realizing a consensus about development and the good life – something that is likely to be as undesirable as it is impossible. Rather, it should be seen as an open-ended process of mutual learning – during which each potential development imaginary is subject to the most rigorous challenge and revision. Such a normative vision is difficult to implement and fraught with risk. Even-handed engagement between globalscale powerful, seemingly universal assemblages and more local and heterogeneous alternatives (between, say, the World Economic Forum and the World Social Forum) will be impossible without finding ways to empower the latter. Further, the co-existence of different assemblages and imaginaries will require developing alternative modalities of interaction and coordination – tasks conventionally given over to the market and the state; alternative assemblages cannot simply exist side by side but will be interconnected. Yet the current status of the world is hardly one that endorses any complacency about the adequacy of the currently hegemonic development imaginary. Indeed, the essence of geographical reasoning should be an open-minded acknowledgement of the differences across, and a rigorous interrogation of the possibilities of, our world, wherever this may lead. Notes 1. Quoted in ‘A question of blame when societies fail’, George Johnson, New York Times, 25 December 2007. Available at: http://www.nytimes.com/2007/ 12/25/science/25diam.html. 2. I take a very broad-brush approach to nature, reducing the incredibly complex interminglings of a morethan-human geography to two contrasting narratives about the relationship between the human and non-human world: first versus second nature. I leave it to others to judge whether and how this simplification compromises the arguments made here. 3. These arguments remain controversial in Economics, as will be discussed in the next section. Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 68 Dialogues in Human Geography 1(1) 4. Throughout, I place geography in quotes when it refers to the particularly limiting conception disinterred by Diamond and Sachs. 5. Diamond’s explanation of why Haiti is largely deforested (a mark of its unsustainability), unlike the Dominican Republic, is very similar. Adopting the unfamiliar domain, for him, of social rather than environmental analysis, he argues that the Dominican Republic benefitted from European immigration and cash crop exports, and thus was able to mobilize considerable local expertise of European origins about forest management. By contrast, he suggests, Haiti (whose population of largely African origin fomented a famous anti-slavery rebellion) did not attract European immigrants, engaged in subsistence agriculture instead of cash crop exports, and now requires external expertise to manage its forests (Diamond, 2005: 339–41). (He leavens this account with the Malthusian specter of overpopulation in Haiti.) Like Acemoglu et al., he associates expertise, here, with (white) Europeans rather than Africans, and equates development with specialization and international trade. 6. Social Darwinists such as Herbert Spencer drew on this conception in their arguments that human and societal competition inevitably favors those who are superior – using such arguments to legitimate the success of Europeans and the privileged classes (Peet, 1985). 7. I am grateful to Marion Traub-Werner for drawing my attention to this. 8. Evolutionary economics is a popular subcurrent of heterodox (i.e. non-mainstream) economics, where biological debates about evolution still are revisited (e.g. Boschma and Martin, 2007). 9. Heterodox economists, including Marxists, dependency and world system theorists and feminist and ecological economists, as well as economic geographers, emphasize non-teleological conceptions of development (or, on occasion, other teleological trajectories). 10. Hugh Goodacre offers a similar comparison of Sachs’ and Krugman’s approaches, noting a relative neglect of Sachs by economic geographers that reflects their ‘absorption . . . in theoretical and methodological issues, at the expense of a focus on the struggle for development’ (Goodacre, 2006: 264). 11. Indeed, the very idea that there could be more than one equilibrium outcome was quite controversial in mainstream economics, until recently. 12. This has long been recognized (Harvey, 1999; Lösch, 1954 [1940]; Ottaviano and Thisse, 2004). 13. This is exemplified by mainstream trade theory, where the benefits of free trade are presumed to outweigh any costs for a minority, who can be compensated in order that all can gain from trade (Sheppard, 2011b). 14. The United Nations Research Institute for Social Development organized a conference on ‘The need to rethink development economics’ in September 2001 (Hart, 2002). 15. The shaping influence of this cluster of economists is such that a distinct, explicitly radical ‘new development economics’ (Jomo and Fine, 2006) has received little attention. 16. For a critical assessment see, for example, Peet (2009); Sheppard (2005). 17. Timothy Mitchell has traced how de Soto’s trajectory, via Geneva, to become the representation of indigenous third world economic expertise with considerable influence over World Bank policy was shaped by the same forces that made the neoliberal thought collective of the West (Mirowski and Plehwe, 2009; Mitchell, 2005b). 18. The Economist now views state capitalism as important for years to come (The Economist, 2010). 19. These arguments, formalized by Eugene Fama as the Efficient Markets Hypothesis (EMH), were broadly criticized given their central role in the 2008 implosion of global finance markets (Buiter, 2009; Fama, 1991; Mackenzie and Millo, 2003). Yet any reports of EMH’s death are greatly exaggerated. 20. In ergodic systems, distributions of future possibilities are well defined and do not depend on the history of the system. In non-ergodic systems, the opposite is the case. These include systems exhibiting dynamical and computational complexity: non-linear dynamical systems of the kind popularized under the rubric of complexity theory. 21. Drawing on complexity theory, some economists have sought to treat the neoclassical economy as an ‘evolving complex system’ (Anderson et al., 1988; Arthur et al., 1997). Nevertheless, the power of equilibrium thinking is such that the destabilizing Downloaded from dhg.sagepub.com by Montoya Jhon on May 22, 2012 Sheppard 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 69 potential of this approach for mainstream hard-core propositions is repeatedly shied away from (Krugman, 1996; Markose, 2005; Plummer and Sheppard, 2006). Uncertainties about how market-clearing prices can actually emerge, even under conditions of perfect competition, are often resolved by resorting to Leon Walras’ notion of deputizing the task to an auctioneer. Although measurement of development is currently subject to debate (Stiglitz, 1993). This is much like Andrew Sayer’s realist account of the difference that space makes (Sayer, 2000). It is impossible, of course, to accurately represent the diversity of economic geography here, or the richness of the empirical research on globalizing capitalism that it has generated. I offer my particular, situated perspective on geographical political economy, in the belief that its broad lineaments are broadly shared across the subdiscipline. This common ground includes the propositions that agency and structure are mutually constitutive, that spacetime shapes and is shaped by the economy, that relational connectivities between places and across scales are crucial, that economic processes are bound up with and inseparable from politics, culture and identity, and that capitalism produces sociospatial inequality. Notwithstanding attempts to distance the recently dubbed ‘relational turn’ in economic geography from political economy (Boggs and Rantisi, 2003; Ibert, 2009), I regard the two as sharing an ontology that focuses on the relations between entities rather than on the entities themselves. Like David Harvey, I regard this as dialectical in inspiration (Harvey, 1996; Sheppard, 2008). The ‘Fundamental Marxian Theorem’ shows that profits can only be made when the socially necessary labor contributed by workers to commodity production is greater than the labor for which they are compensated (Morishima, 1973). Similar arguments apply to labor, because human actions are never fully reducible to economic calculation (Polanyi, 2001 [1944]). Promoting unrestricted trade, investment, knowledge and labor flows is supposed to close the ‘gap’ between rich and poor countries, accelerating the convergence of the latter on the former. Of course, this is not a uniquely geographical insight; other disciplines have been at least as active in prosecuting such an imaginary. Yet the sociospatial ontology described here certainly helps underwrite such imaginaries. 31. Of course, the mainstream development narrative is also particular, parochial, and local; its success lies in a capacity to elide this. Acknowledgements I am grateful to the Center for Advanced Studies in the Behavioral Sciences (Stanford, CA) and the National University of Singapore for leaves enabling me to formulate and complete this paper. I have also benefitted from audiences at the University of British Columbia, die Universität Heidelberg, the University of Minnesota, the National University of Singapore, and the University of Tennessee, and from Jun Zhang, Luke Bergmann, Padraig Carmody, and two anonymous referees – all absolved from responsibility for these arguments. Funding This research received no specific grant from any funding agency in the public, commercial, or not-for-profit sectors. References Abu-Lughod J (1991) Before European Hegemony: The World System A.D. 1250–1350. New York: Oxford University Press. Acemoglu D, Johnson S, and Robinson JA (2002) Reversal of fortune: Geography and institutions in the making of the modern world income distribution. Quarterly Journal of Economics 117: 1231–94. Acemoglu D, Johnson S, and Robinson JA (2003) Disease and development in historical perspective. Journal of the European Economic Association 1(2–3): 397–405. 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