gEogrAfÍA y SiStEMAS dE inforMACiÓn gEográfiCA EVoLUCiÓn

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gEogrAfÍA y SiStEMAS dE inforMACiÓn gEográfiCA EVoLUCiÓn
Revista Geográfica
de América Central
Nº Especial. I Semestre
pp. 15-67
GEOGRAFÍA Y SISTEMAS DE INFORMACIÓN
GEOGRÁFICA
EVOLUCIÓN TEÓRICO-METODOLÓGICA HACIA
CAMPOS EMERGENTES1
GEOGRAPHY AND GEOGRAPHIC INFORMATION
SYSTEMS.
THEORETICAL AND METHODOLOGICAL
DEVELOPMENTS INTO EMERGING FIELDS
Gustavo D. Buzai2
Resumen
Los Sistemas de Información Geográfica han generado, al mismo tiempo, una revolución tecnológica y una revolución intelectual. La primera pone su atención en los métodos y técnicas de Análisis
Espacial y la segunda en las formas de estudiar y comprender la realidad centrándose en una focalización espacial. El presente trabajo analiza de que manera ambas revoluciones ubican a la dimensión
espacial en el centro de atención de múltiples ciencias. Se analizan los conceptos centrales de Análisis
Espacial y la amplitud Geoinformática para dar paso al surgimiento de otras geografías (Geografía
Automatizada y Cibergeografía), campos interdisciplinarios (Geoinformática y Geografía Global) y
campos transdisciplinarios (Ciencias de la Información Geográfica y Ciencias Sociales Integradas
Espacialmente) como perspectivas de estudio generadoras de nuevos conocimientos.
1
Este documento se presentó como la Conferencia Magistral de apertura del Eje Ciencias de la Información
Geográfica, durante el Encuentro de Geógrafos/as de América Latina (EGAL, 2011), evento realizado del
25 al 29 de julio de 2011, Costa Rica.
2 Universidad Nacional de Luján, Argentina. Programa de Estudios Geográficos. Argentina. Correo electrónico: buzai@uolsinectis.com.ar
Fecha de recepción: 01 de agosto de 2011
Fecha de aceptación: 30 de setiembre de 2011
Revista Geográfica de América Central • Número Especial
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
and methodological developments into emerging fields
Palabras clave: Sistemas de Información Geográfica, Análisis Espacial, Geoinformatica, Geografía Automatizada, Geografía Global
Abstract
Geographic Information Systems have generated, at the same time, a technological and an intellectual revolution. The first draws attention to the methods and techniques of spatial analysis and
the second in the ways of studying and understanding reality by focusing on spatial topics. This
paper discusses how both revolutions locate the spatial dimension in the center of attention of many
sciences. It discusses the concepts of spatial analysis and Geoinformatic ranges to make way for the
emergence of other geographies (Automated Geography and Cybergeography), interdisciplinary
fields (Geoinformatics and Global Geography) and transdisciplinary fields (Geographic Information Science and Spatially Integrated Social Science) as prospects for generating new knowledge.
Keywords: Geographic Information Systems, Spatial Analysis, Geoinformatics, Automated Geography, Global Geography
Introducción
Los Sistemas de Información Geográfica (SIG) produjeron una revolución tecnológica, pero principalmente producen, en la actualidad, una
notable revolución intelectual.
Esta revolución intelectual se centra en el espacio geográfico, ya
que toda aplicación realizada mediante el uso de los SIG se basa en cinco
conceptos fundamentales de neta naturaleza espacial, localización, distribución, asociación, interacción y evolución espacial.
Estos conceptos brindan un hilo conductor para el desarrollo y la
aparición de nuevos campos de conocimiento que se perfilan en lo que
podría denominarse una nueva geografía aplicada. Asimismo, se puede
hablar de campos emergentes, como se expresa acontinuación:
Desde un punto de vista disciplinario, la Geografía automatizada
aparece como la revalorización de la geografía cuantitativa en el ambiente
computacional, en el que la realidad se transforma en un modelo digital de
tratamiento y de análisis. Junto a esta también aparece la cibergeografía
en relación con los estudios espaciales del ciberespacio, es decir, estos
nuevos espacios que se encuentran en las pantallas de las computadoras.
Desde un punto de vista interdisciplinario, la geoinformática surge
como la combinación de software, para el tratamiento de la información
gráfica y alfanumérica, con el núcleo provisto por la tecnología SIG, además, aparece la geografía global formada por los conceptos y los métodos
geográficos de análisis espacial que se estandarizaron, de forma digital,
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
para difundirse mediante las computadoras, en las más diversas prácticas
disciplinarias.
Desde un punto de vista transdisciplinario surgen dos nuevas ciencias: las ciencias de la información geográfica, un campo basado en la
geotecnología, con posicionamientos teóricos centrados en la Geografía,
y recientemente con iniciativas que avanzan hacia la delimitación conceptual y técnica de las ciencias y tecnologías de la información geográfica,
como disciplina científica específica. Las ciencias sociales integradas espacialmente formada por diversas ciencias sociales que comienzan a reconocer la dimensión espacial como fundamental para el análisis de la
realidad compleja.
En todas ellas, la Geografía se posiciona como ciencia central, y, en
este sentido los SIG no pueden considerarse solamente como instrumentos
técnicos, sino también como herramientas teóricas que permiten pensar y
actuar espacialmente.
Frente a este panorama de creciente fragmentación, se pueden destacar algunos aspectos específicos de la evolución científica, en la que la
investigación científica, como tarea para la producción de conocimiento
científico, avanza hacia la necesidad de aplicación de estos conocimientos
a favor de la sociedad, esto implica la creación de tecnología en el nivel
de ciencia aplicada.
Como es propio de una ciencia en evolución, la Geografía desarrolla
nuevos campos de conocimiento, al ampliar sus especialidades y dirigirse
hacia relaciones interdisciplinarias para el estudio de temas específicos, en
los que apartarse del núcleo temático de cada disciplina presenta mayor
riqueza y posibilidades. De todas formas, se considera que solamente a
través de disciplinas sólidas, con un buen nivel de especialización puede
surgir un efectivo trabajo interdisciplinario.
Finalmente, el camino transdisciplinario aparece como el estadio de
mayor complejidad, ya que en este caso cada disciplina particular debe
diluir contenidos en un cuerpo de conocimientos nuevo que se forme por
conceptos integrados en una teoría general aplicable al conjunto de campos de conocimiento que le dan origen.
En este contexto será analizada la relación entre Geografía y Sistemas de Información Geográfica.
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Definiciones operativas en el contexto SIG
Al analizar el pensamiento geográfico, generalmente, se rescata el
concepto de paradigma, propuesto por el historiador de la ciencia Thomas
Kuhn. Este surge de un modelo que tiene alta correspondencia con el desarrollo de las ciencias duras, y permite verificar, aunque con algunos desfases, las características que ha tenido la Geografía como ciencia particular.
La definición más usual de paradigma establece que son “...realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad
científica” (Kuhn, 1970,p.), esta consideración, sin duda, muestra que la
objetividad científica prácticamente no es posible, ya que un paradigma
no solamente es una estructura que nos permite mirar el mundo de una
determinada forma, sino que principalmente, se encontrará inserta en la
legitimidad que puede darle su institucionalización.
La Geografía ha desarrollado, a lo largo de su historia, diferentes
maneras de ver la realidad, las cuales han sido consideradas principalmente como diferentes paradigmas de la Geografía surgidos de cambios
revolucionarios. A continuación, prestaré atención a las definiciones producidas a partir de las perspectivas ecológica, corológica y sistémica, las
cuales interactúan muy estrechamente con el nivel focal de los Sistemas
de Información Geográfica, y proporcionan las bases de su relación con la
eografía aplicada.
Se puede mencionar la existencia de un largo período pre-paradigmático, en el cual no solamente se llevaron a cabo programas de investigaciones individuales y separadas, sino que constituyeron el prolegómeno de
una gran crisis científica experimentada por la Geografía a finales del siglo
XIX, generada por una gran especialización del conocimiento. La acumulación progresiva de conocimientos brindó objetos de estudios específicos
para la aparición de una gran cantidad de nuevas disciplinas denominadas
Ciencias de la Tierra, que adquirían individualidad al separase de la Geografía como ciencia madre.
La Geodesia se ocupa de las dimensiones terrestres, la Geofísica
del campo magnético, la Climatología y la Meteorología se convierten en
ciencias de la atmósfera, la Oceanografía e Hidrología estudian los cuerpos de agua, la Geología se ocupa del subsuelo a través de la Mineralogía,
Estratigrafía, Tectónica, Sismología y Geomorfología, y la Biogeografía
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
se desarrolla como rama de la Biología y aborda el estudio de la evolución
de la distribución espacial de animales y plantas sobre el planeta; al quedar
en evidencia que una única ciencia no podía abarcar todo ese conocimiento, la pregunta es cual debería ser el objeto de estudio de la Geografía para
definirse como ciencia específica, y no desaparecer fragmentándose entre
diversas disciplinas que abarcaban cada uno de sus contenidos temáticos
iniciales.
A finales del siglo XIX, el libro Anthropogeografía de Friedrich Ratzel brindaría una respuesta al incluir al/a la hombre/mujer y sus actividades. Por lo tanto, la Geografía, sin dejar de lado su condición naturalista,
incluyó definitivamente al/a la hombre/mujer y se convertiría en la única
disciplina que estudiaría una relación.
Como primera definición, la Geografía se explicó desde un punto de
vista ecológico, como la ciencia que estudia la relación entre el hombre/
mujer y su entorno, entre la sociedad y el medio. La Geografía encontró,
de esa manera, un lugar en el contexto de las ciencias, pero lo hizo como
ciencia humana.
A pesar de que esta definición puede fecharse a finales del siglo XIX,
actualmente desde los Sistemas de Información Geográfica, se puede decir
que los estudios realizados consideran principalmente las manifestaciones
espaciales surgidas de la relación entre la sociedad y su medio.
La Geografía como ciencia humana es la que posibilitó el mantenimiento de una cierta unidad en los estudios geográficos por poco más
de cien años. Los/las geógrafos/as actuales estamos de acuerdo en que
nuestros programas de investigación se apoyarán en el estudio de las relaciones entre la sociedad y el medio, es decir, que, si no hay un componente
humano no puede haber investigación en Geografía.
Al apoyarse en la obra de Bernard Varenius, realizada en el siglo
XVII (Varenius, 1974), y desarrollar su estudio especial que había quedado inconcluso, se puede considerar que los estudios de Paul Vidal de la
Blache, a inicios del siglo XX (Ratzel, 1882 y 1891), marcan el inicio de
la llamada geografía regional, perspectiva de análisis que se convertiría en
central durante las primeras décadas del siglo.
El objeto de estudio de la geografía regional es la región. El método de análisis se basa en la descripción, porque considera a la región
como una realidad objetiva, única e irrepetible. La región es previa al/a la
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investigador/a, este/a debía reconocerla, y una vez definida se convierte
en marco espacial en el cual se deben estudiar las manifestaciones paisajísticas de las combinaciones físicas y humanas, que se producían en su
interior de manera particular y específica.
Mientras las perspectivas geográficas de Friedrich Ratzel y de Paul
Vidal de la Blache se basaron filosóficamente en el postivismo de Auguste
Comte, aparecería en la misma línea una propuesta de impacto racionalista
con el trabajo de Hartsohrne (1939 y 1959) (postura neokantiana tomada
de los trabajos previos de Alfred Hettner) justificada en la clasificación de
las ciencias realizada por Windelband (1970).
Tanto en la postura regional como en la actualización racionalista
se consideraba que la Geografía estudiaba –al igual que la Historia- los
aspectos únicos e irrepetibles, por lo cual es una ciencia de carácter idiográfico. La diferencia fundamental está dada por la característica constructivista que se separa del empirismo. Entonces, para esta nueva postura, la
región ya no se considerada una realidad objetiva, sino que pasó a ser una
construcción racional realizada por el/la investigador/ra.
El método de superposición de mapas, que lleva a la realización de
una clasificación espacial desde arriba (de lo general a lo particular), se
transforma en un procedimiento central que permite poner límites en el espacio geográfico y definir áreas homogéneas. Aunque estas áreas también
eran consideradas únicas e irrepetibles, la posibilidad de construcción fue
la base para los siguientes desarrollos.
Como una segunda definición, la Geografía quedó definida desde un
punto de vista corológico como la ciencia que estudia la diferenciación de
espacios sobre la superficie terrestre.
A pesar de que la definición apareció a finales de la década de 1930,
actualmente desde los Sistemas de Información Geográfica, se puede decir
que la totalidad de estudios realizados consideran, sin dudas, el estudio de
la diferenciación espacial.
El contexto histórico de mediados de siglo, en el cual la segunda guerra mundial cumplió un papel preponderante para el desarrollo científicotecnológico ligado a las actividades militares, luego la necesidad de reconstrucción y posteriormente la carrera espacial, favorecieron un gran impulso
a las ciencias físico-matemáticas, y, con ello, un importante impacto cuantitativo a las ciencias sociales en general y a la Geografía en particular.
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El cambio de visión estaría volcado hacia la búsqueda de un análisis
geográfico científico, un nuevo paradigma que desestima la visión idiográfica y se vuelca hacia la generalización como método de análisis de
una ciencia nomotética (Schaefer, 1953). En el período de ciencia normal,
dominado por lo que sería considerado un paradigma cuantitativo, predominan los estudios en los que se modela la realidad en la búsqueda de
leyes científicas.
El abordaje geográfico es principalmente espacial, y la región se
construye, pero el cambio metodológico establece que esta construcción
se produce a partir de la utilización de métodos cuantitativos.
Finalmente, una tercera definición, la Geografía se define desde un
punto de vista sistémico, como la ciencia que estudia las leyes que rigen
las pautas de distribución espacial.
Desde un punto de vista sistémico, gran cantidad de estudios realizados con Sistemas de Información Geográfica pueden utilizarse para
corroborar modelos espaciales y tomar referencia de diferentes leyes del
comportamiento espacial.
Las posturas enumeradas se desarrollaron durante las primeras siete
décadas del siglo veinte. Posteriormente, transcurrieron un gran número
de sucesos históricos que llevaron a un contexto propicio para la radicalización de las ciencias, a finales de la década de 1960 y principios de la década de 1970 (Peet, 1977), los cuales generaron las perspectivas radicales
(radicalmente opuestas al cuantitativismo) en dos vertientes: la geografía
crítica y la geografía humanista.
El paradigma crítico se presenta en favor de una Geografía comprometida para la transformación de la realidad social y, a través de poner en
evidencia la crisis de la continua diferenciación producida por el sistema
capitalista, intenta ayudar a cambiar el orden establecido. En este sentido,
se critica la cuantificación como una línea de abordaje que se orienta a
apoyar el status quo.
Los estudios basados en el paradigma crítico apuntan al estudio de la
relación que existe entre la Geografía y la dominación de clases sociales,
a partir de las pautas superestructurales en la sociedad capitalista, por este
motivo, las formas particulares de esta relación comienzan a ser estudiarse
basándose en otras disciplinas, principalmente la Economía, la Sociología
y las ciencias políticas.
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Lo que surge como espacial, en este enfoque, es la consideración de
que el espacio geográfico es un reflejo de las características económicas
y políticas más amplias, y que si se quiere modificar la injusticia socioespacial, habría que actuar en estos niveles, porque el espacio geográfico
quedaría como una dimensión contextual. Una importante cantidad de autores/as consideran esta situación, y muchos/as, desde las posturas críticas,
intentan recobrar la dimensión espacial que quedó disminuida (Baxendale,
2000).
Por otra parte, la postura humanista también es radicalmente opuesta
a la geografía cuantitativa, sin embargo, a diferencia del paradigma crítico, esta valoriza aspectos del mundo exterior e interior del ser humano,
tales como la percepción, los valores y las aptitudes hacia el ambiente. La
Geografía intenta comprender estos mundos individuales con categorías
idiográficas que no se prestan al análisis científico (Relph, 1976).
Al considerar la Teoría de los Sistemas Complejos, la totalidad de
estas líneas de abordaje propias de diferentes paradigmas, que han evolucionado durante poco más de un siglo, pueden comprenderse en el marco
de un universo estratificado, en el cual cada una de ellas se refiere a una
escala de análisis diferente, pero con vínculos, a veces contradictorios y,
en determinadas ocasiones, complementarios.
Esta evolución puede definirse temporalmente a través de ciclos: El
ciclo más común en la historia del pensamiento geográfico se define a
través de los períodos de ciencia normal de 20-25 años de duración, para
las diferentes sucesiones paradigmáticas, aunque estos corresponden a la
sucesión de posturas filosóficas amplias como las del historicismo y el
positivismo. Las “olas” de surgimiento positivista se producen detrás de
estos ciclos cortos, en períodos que duplican el tiempo a 50 años (ciclos de
Kondratieff): Positivismo geográfico (a ligado a la biología evolucionista
a finales de siglo XIX, (b ligado a la lógica-matemática a mediados del
siglo XX, y (c ligado a la Informática de finales de siglo XX y principios
del XXI.
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Figura 1. Ciclos del pensamiento geográfico
Fuente: Elaboración del autor
La figura 1 introduce a la situación actual, en la cual corren paralelas cuatro perspectivas de la Geografía: la geografía automatizada (enfoque central en esta presentación), la geografía postmoderna, la geografía
humanista y la ecología de paisajes. Queda establecido que estas no son
nuevos paradigmas, sino que son revalorizaciones (Buzai, 1999).
REVALORIZACIÓN DE CINCO CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL NÚCLEO GEOGRÁFICO
Localización
El concepto considera que todas las entidades (con sus atributos asociados) tienen una ubicación específica en el espacio geográfico.
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Esta ubicación puede verse de dos maneras complementarias. Si se
apela al denominado espacio absoluto corresponde a un sitio específico
y fijo de emplazamiento, sustentado por la topografía local, y si se apela
al denominado espacio relativo corresponde a una posición específica y
cambiante, respecto de otros sitios con los cuales se pueden establecer
vínculos funcionales.
El sitio se encuentra referenciado a un sistema de coordenadas geográficas (latitud-longitud) que no cambia con el tiempo, y a partir del cual
se le asignarán valores cuantitativos precisos de su ubicación. Por ejemplo, según datos oficiales de la Argentina (IGM, 2001), la ciudad de Buenos Aires se localiza exactamente en los 34°36´ de latitud sur y los 58°23´
de longitud oeste, y la ciudad de Mar del Plata en los 38°00´ de latitud sur
y los 57°33´ de longitud oeste.
La posición queda referenciada a partir del uso de diferentes escalas, es decir, diferentes formas de medición (tiempos, costos, energía) con
resultados que generalmente cambian ante el avance tecnológico. De esta
manera, entidades que durante toda su existencia se encuentran localizadas
en el mismo sitio, considerando una evolución temporal, cambian de posición. Por ejemplo, si bien las ciudades de Buenos Aires y Mar del Plata
se han encontrado siempre localizadas en las mismas coordenadas y a una
distancia de 405 kilómetros, en un espacio relativo medido en una escala
representada por el tiempo se han acelerado constantemente, como ejemplo
se puede considerar el uso de automóviles antiguos, de finales de la década
de 1940, en la vieja ruta 2 de un carril en cada sentido (distancia aproximada
= 8 horas), hasta el uso de automóviles actuales en la actual autovía 2 (distancia aproximada = 5 horas). Esto podría interpretarse como una reducción
de la distancia entre las dos ciudades en aproximadamente un 40%.
Estas situaciones son las que normalmente llevan a considerar un
achicamiento del mundo. En este sentido, al conciderar la evolución del
transporte, el planeta Tierra podría rodearse por el Ecuador (40.075 kilómetros) en diferentes tiempos (Buzai y Baxendale, 1997): hombre/mujer a
pie (1 año, 1 mes y 24 días), carreta a caballos (5 meses y 13 días), barco
a vapor (29 días y 7 horas), automóvil (23 días y 20 horas), tren (16 días
y 17 horas), avión pequeño (3 días), avión de pasajeros/as (1 día y 16 horas), nave espacial tripulada (10 horas) y nave interestelar sin tripulación
(1 hora).
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Todo esto indica que, desde un punto de vista tecnológico, mientras
los sitios (lugares)3 siempre se encuentran en la misma ubicación y las distancias físicas son las mismas, las posiciones en el espacio relativo varían
y se acercan constantemente, a partir del avance tecnológico en materia de
circulación (transporte, comunicaciones), es decir, que el mundo se hace
más pequeño, y esto puede generar nuevas configuraciones en la distribución espacial de las entidades geográficas.
Se destaca para finalizar, que la máxima evidencia actual de este
achicamiento del espacio a través del tiempo lo producen las actuales tecnologías de la información y las comunicaciones, tema que será tratado en
el apartado contextual (#5).
Distribución espacial
El concepto considera que el conjunto de entidades de un mismo
tipo se reparten de una determinada manera sobre el espacio geográfico.
Estas pueden ser puntos, líneas o polígonos (áreas) con diferentes atributos
asociados con el sistema vectorial, o con localizaciones dispersas que representan puntos y zonas con clases similares contigüas en sistema raster.
Las manchas de entidades geográficas puntuales pueden transformarse en
áreas de diferente forma y extensión. Las transformaciones en el formato
espacial de las entidades (de raster a vectorial y de vectorial a raster) en
sistema SIG se realizan con motivo de buscar la mayor aptitud en el posterior análisis espacial.
Las distintas características, medidas en entidades de naturaleza espacial, difícilmente se distribuyen de manera homogénea, por lo tanto, es
común que las distribuciones que presentan concentraciones varíen de un
sector a otro. Considerada como distribución puntual, esa mancha de entidades puede tener una estructura espacial concentrada, aleatoria (sin un patrón
definido) o regular (distribución uniforme, también considerada dispersa),
aspectos que pueden medirse a través de un análisis de vecindad. Considerada como intensidad, cualquier variable puede distribuirse en un área
3 Un “sitio” se considera “lugar” cuando se nombra, es decir, cuando una localización abstracta (identificada
por sus coordenadas geográficas) se convierte en una localización identificable por su nombre y a la cual
también se le pueden asignar valores producidos por las experiencias personales. El concepto tiene gran
amplitud. La posibilidad de utilizarlo en un análisis espacial enmarcado geográficamente aparece en Haggett (1988). Para la perspectiva humanista el concepto es central como experiencia humana y en escalas
muy diversas: desde un rincón en el hogar hasta el planeta Tierra, en el que nuevamente se verifica con
claridad que el objeto de análisis no está representado por el espacio geográfico, sino por el pensamiento
del individuo (Tuan, 1977).
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de estudio en base a los procedimientos típicos de la cartografía temática,
mediante la selección de intervalos de clase y la densidad, la distribución
espacial podría considerarse (tomando como modelo la terminología estadística) como una frecuencia con la que estos hechos se reparten sobre
el espacio geográfico.
Desde el punto de vista de la geometría espacial pueden incluirse
aquí los estudios correspondientes a las formas de las entidades areales, tema que ha sido considerado central en el trabajo clásico de Bunge
(1962), en cuyo capítulo 3, titulado A Measure of Shape (pp. 73-88), brinda algunos fundamentos iniciales para su cuantificación. Además, se debe
destacar, que considera a la forma como una muy importante propiedad,
que vincula fuertemente las manifestaciones empíricas con gran parte de
la teoría geográfica.
Los estudios de la forma espacial privilegian generalmente el análisis de las unidades político-administrativas, que dividen el territorio en un
mosaico de perfecta contigüidad. El problema práctico a ser resuelto sería
poder repartir las superficies con la mayor eficacia posible, respecto a los
diferentes centros existentes. Según Haggett (1977), esta eficacia estaría
dada por la minimización de los movimientos desde el centro de cada área
hasta sus sectores periféricos, y la minimización en el tamaño de los límites. Ambas cuestiones resultan fundamentales para una administración
racional desde un punto de vista espacial.
Al conciderar búsqueda de eficacia en ambos componentes mencionados, se ha establecido que los polígonos regulares brindan mejores resultados que los polígonos irregulares, que el círculo es el polígono regular
de mayores condiciones deseables y que los hexágonos son los polígonos
regulares que conservan las propiedades más cercanas a las del círculo.
Se debe recordar que el geógrafo alemán Christaller (1933), al formular
la Teoría de los Lugares Centrales, resolvió con hexágonos la definición
de áreas de influencia ideales entre centros dispuestos regularmente en
espacio regional.
Un índice de forma (S), presentado por Haggett (1977), es sumamente ilustrativo, para verificar el grado de semejanza entre la forma analizada
y el círculo (figura de mayor eficiencia = 1). En el caso de las divisiones
político-administrativas de Brasil, se encuentran valores de S=0,06 para
municipios muy alargadas, o de S=0,93 para municipios compactos. Las
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tres figuras regulares presentan los siguientes valores: triángulos (0,42),
cuadrados (0,64) y hexágonos (0,83). Asimismo, se han propuesto numerosos índices para medir las formas de las unidades espaciales. Una aplicación concreta realizada a la división política-administrativa departamental
de la Argentina corresponde al trabajo de Sánchez (1991).
En cuanto al análisis geométrico, también se han incorporado novedosos avances que intentan modelar las formas con mayor capacidad de
acercamiento al mundo real. En este caso, apartándose de las formas fijas
basadas en la geometría euclideana, que generalmente se evidencia ante
la actividad humana planificadora (las divisiones político-administrativas
mencionadas anteriormente son un claro ejemplo), y brindan mayor poder
de acercamiento a las estructuras espaciales siguiendo el concepto de área
natural.4
Otra posibilidad de análisis de las distribuciones espaciales puede
realizarse a través de la geometría fractal, la cual, considerada una nueva
geometría de la naturaleza, tiene como objetivo cuantificar las formas de
los objetos reales teniendo en cuenta sus irregularidades y su fragmentación. A diferencia de la geometría tradicional (Euclidiana), en la cual los
cálculos presentan dimensiones enteras (1D, 2D y 3D), la aproximación
fractal, por su parte, mide la dimensión física efectiva denominada dimensión fractal, la cual puede adquirir valores fraccionarios. Estas dimensiones junto a la autosimilitud, es decir, a la no variación de las formas ante
los cambios de escala, se convierten en las propiedades fundamentales que
son utilizadas en la modelización de las entidades geográficas.5
Hace más de una década, al analizar la evolución espacial de la aglomeración de Buenos Aires, entre 1869 y 1991, y al tener desplegada en la
pantalla de la computadora la capa temática correspondiente al año 1947,
El concepto área natural surge de los estudios de Ecología Humana en las aplicaciones urbanas realizadas
por la Escuela de Chicago. Se relaciona con la existencia de estructuras espaciales que se desarrollan a
través de comportamientos propios y sin planificación. Son crecimientos espontáneos de estrecho vínculo
entre la cultura y el espacio. El concepto fue propuesto por Zorbaugh (1974) y tenido en cuenta en Buzai
(2003a), al momento de interpretar los resultados obtenidos por radios censales delimitados con un minúsculo apoyo empírico.
5 Como ejemplo de una autosimilitud perfecta puede mencionarse la estructura espacial producida por la
Teoría de los Lugares Centrales, en la cual se produce una jerarquía urbana en niveles de áreas de influencia
hexagonales perfectas. Este desarrollo se considera uno de los modelos de localización clásico (con una
racionalidad en la economía clásica) y se la encuentra considerada como antecedente infaltable en todo
libro de geografía económica, tanto en obras tradicionales (Buttler, 1986) como en obras producidas en las
siguientes décadas (Polése, 1998 y Méndez, 2008). La relación de la geometría fractal con la teoría de los
lugares centrales fue puesta como foco de atención en el trabajo de Arlinghaus (1985).
4
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colegas físicos/as integrantes de diferentes grupos de investigación y compañeros/as de la misma institución6 se interesaron por esta imagen como
estructura fractal. Particularmente no conocía con claridad los fractales
(más allá de haber visto publicadas algunas imágenes de apariencia psicodélica) y mis colegas no conocían que era exactamente una aglomeración
urbana modelizada por la Geografía, a través de un SIG de formato raster
(más allá de ver que era una figura irregular y fragmentada). Luego de
algunas semanas de trabajo coordinado en una aproximación pluridisciplinaria entre la Geografía (ciencia coordinadora) y la Física, se presentaron
en Buzai, Lemarchand y Schuschny (1997 y 1998) los resultados de las dimensiones fractales de Buenos Aires. Los cálculos se realizaron tanto para
su superficie (areal) como para su contorno (lineal), brindando resultados
comparables a los que se habían obtenido en estudios urbanos anteriores,
y que se tomaron como referencia (Frankhauser, 1991, Makse, Havlin y
Stanley, 1995 y Peterson, 1996). La temática, en cuanto a la relación entre
las formas espaciales (geometría) y los procesos socioeconómicos (contexto), se trató en Buzai y Baxendale (1998), y desde un punto de vista
teórico-metodológico se desarrollo en Buzai y Baxendale (2006a).
Pueden verse distribuciones espaciales en elementos puntuales repartidos en un área de estudio (la distribución espacial de las salas de atención primaria de salud en una ciudad de tamaño intermedio puede dar una
idea de las áreas urbanas en las que existe deficiencia del servicio), en
elementos lineales (la distribución espacial de las vías de comunicación
brinda orientación para la detección de las áreas de máxima conectividad),
en un mapa de clasificación de usos del suelo (definir las áreas de clasificación residencial permite una aproximación para la determinación de
localizaciones de usos no compatibles), simplemente en un mapa temático
de cualquier variable espacializada (la distribución espacial de las Necesidades Básicas Insatisfechas permite una aproximación al mapa social
del área de estudio), en cálculos de densidad (la distribución espacial de
la densidad de población permite ver disparidades en cuanto a la presión
que tendrá la dotación de servicios) o en los análisis geométricos como el
estudio de formas de las cuales la irregularidad y la fragmentación pueden
verse desde un punto de vista fractal.
6
Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires.
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
El concepto de distribución, como se ha visto, es un concepto central
del análisis geográfico, inclusivo hasta considerarse el foco de atención de
la Geografía, y resulta principalmente útil cuando el objetivo es comenzar
una investigación, a partir de tener una primera aproximación a través de
las diferenciaciones de espacios en el área de estudio.
Asociación espacial
El concepto considera el estudio de las semejanzas encontradas al
comparar distintas distribuciones espaciales.
La forma de comparación más clara y directa es el análisis visual que
se puede realizar con posterioridad a la superposición cartográfica de ambas distribuciones. A través de este procedimiento, una distribución espacial A se puede superponer a una distribución espacial B, y de esa manera
verificar su grado de asociación en base a una proporción de correspondencia. Cuanto más grande sea la superficie de superposición mayor será
la asociación existente entre ellas.
Desde un punto de vista geométrico, y al considerar la superficie de
intersección (teoría de conjuntos) entre las dos distribuciones, se puede
calcular el Índice de Correspondencia Espacial (ICE) al dividir el valor de
la superficie de intersección por el valor de la superficie de la distribución
espacial de menor extensión. El ICE arrojará un valor cero (0) cuando no
haya contacto, y uno (1) cuando la correspondencia espacial de la distribución menor respecto a la mayor sea completa.7
Desde un punto de vista racionalista, el método de superposición
(búsqueda de coincidencias espaciales) es un procedimiento clave de la
Geografía como ciencia (Rey Balmaceda, 1973), al permitir una construcción regional por divisiones lógicas. Un cierto número de distribuciones
espaciales de diferentes temas, cada uno con sus propias categorías se superponen para formar una gran fragmentación de áreas homogéneas (consideradas regiones geográficas) de diferentes características combinadas.
El procedimiento de superposición genera una ampliación del detalle
espacial a medida que se van incorporando mayor cantidad de temas, es
decir, a medida que se superponen mayor cantidad de mapas. El incremento
7
En geometría la relación se realiza sobre la superficie de unión, al ser ambos conjuntos de igual tamaño. En
Geografía el índice funcionaría de esta manera si ambas distribuciones espaciales tienen la misma superficie
y forma.
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
and methodological developments into emerging fields
en la cantidad de mapas brindará como resultado mayor cantidad de áreas
con crecientes niveles de homogeneidad interna.
Los primeros desarrollos de SIG reconocen al análisis por superposición temática como un procedimiento central a realizarse con las capas
temáticas digitales de la base de datos. Desde el punto de vista de la historia oficial de la tecnología SIG, se considera el trabajo realizado por
Ian McHarg (1969) como aquel que brindó las bases metodológicas de
la tarea, aunque desde un punto de vista geográfico la construcción regional, mediante el uso de documentos cartográficos superpuestos, había
sido considerada central mucho tiempo antes por el geógrafo francés Max
Sorre (1947-1948).
Al seguir con esta línea de análisis, cuando en cada mapa se separan exclusivamente las áreas que presentan aptitud para una finalidad
determinada y luego se realiza la correspondiente superposición, se está
incursionando en uno de los procedimientos básicos (denominado método booleano) de las llamadas técnicas de evaluación multicriterio. Estas
técnicas explicadas en detalle en diversos libros (Eastman, Kyem, Toledano y Jin, 1993, Malczewski, 1999;, Gómez y Barredo 2006 y Buzai y
Baxendale, 2006a) han demostrado excelente aptitud en la búsqueda de
sitios candidatos para encarar una localización. Asimismo, y de acuerdo a
nuestra experiencia, combinan una importante cantidad de procedimientos del modelado cartográfico8 presentando una gran capacidad didáctica
(Buzai, 2004).
Los actuales procedimientos centrados en la visualización de la estructura espacial de los datos permiten verificar la asociación entre dos
variables, a partir del Análisis Exploratorio de Datos Espaciales (ESDA,
Exploratory Spatial Data Analysis). Puede verificarse a partir de la realización del gráfico de dispersión para dos variables que se incorporan en
cada uno de los ejes ortogonales (90°) x-y.9 Estos procedimientos avanzan
decididamente hacia el análisis cuantitativo, ya que en este caso específico
Estas aplicaciones se realizan básicamente en formato raster. Entre los principales procedimientos combinados se incluyen: (1 reclasificación cartográfica, (2 superposición cartográfica-overlay (3 álgebra de mapas
mediante calculadora, (4 clasificación espacial por conjuntos difusos-fuzzy , (5 representación cartográfica,
y (6 cálculos de superficies.
9 Un ESDA interactivo, a partir de diagramas de dispersión, ha sido desarrollado en el Capítulo 12 “Análisis exploratorio interactivo de datos espaciales mediante diagramas de dispersión – 2D y 3D” de Buzai y
Baxendale (2006ª, pp. 247-262).
8
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
se puede verificar la forma gráfica como paso previo al resultado de correlación numérica que representa.
Desde un punto de vista cuantitativo se utilizan dos clásicos coeficientes para medir asociaciones espaciales. El coeficiente r de Pearson
permite cuantificar el comportamiento conjunto entre dos series de datos
(variación conjunta y grado de semejanza entre dos temas) medidas en las
unidades espaciales del área de estudio y el coeficiente I de Moran mide la
autocorrelación espacial, es decir, la asociación de una variable consigo
misma entre una unidad espacial considerada central y sus unidades espaciales vecinas, al realizar el cálculo posicionándose en cada una de las
unidades espaciales del área de estudio.10
Cuando se calculan todas las asociaciones entre las unidades espaciales del área de estudio y se obtienen valores cuantitativos de estas relaciones, se confecciona una matriz de correlaciones que sirve como base
para encarar trabajos de regionalización, ya que cuando las unidades espaciales se encuentran altamente correlacionadas pueden pertenecer a una
misma clase,y ésta, a nivel espacial, corresponde a la definición de un área
con límites específicos (con o sin contigüidad espacial).
Los procedimientos se han utilizado en diversas aplicaciones fueron
el Linkage Analysis (análisis de encadenamiento), Cluster Analysis (análisis de cúmulos) y análisis factorial. Todos ellos han demostrado excelentes aptitudes para aplicarse en diversas escalas. El estudio por proceso de
encadenamiento ha demostrado ser muy eficiente para el estudio de los
mapas sociales en ámbitos urbanos, tendiente a la obtención de áreas sin
contigüidad (Buzai, Baxendale, Cruz y González, 2003) y con contigüidad espacial (Buzai, 2003b). El Linkage Analysis es un procedimiento que
muestra una visión sintética de las relaciones, el Cluster Analysis presenta
la formación dinámica de los agrupamientos, y el análisis factorial presenta la posibilidad en la búsqueda de los factores subyacentes de la configuración espacial del conjunto de variables. Los procedimientos técnicos
completamente aplicados se desarrollaron en Buzai (2003a).
Poder encontrar diferentes áreas con homogeneidades propias permite al/ a la geógrafa/a hacer uso de una de sus mayores capacidades: poner límites en el espacio geográfico. Ese trazado de límites sobre un mapa,
10 Perspectivas didácticas de ambos coeficientes pueden encontrarse en Buzai y Baxendale (2006ª, pp. 273274) para el caso del coeficiente r, y en Gámir Orueta (1995, pp. 226-230) para el coeficiente I.
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and methodological developments into emerging fields
como resultado de la combinación de las distribuciones y asociaciones
espaciales se transforma en una herramienta importante de planificación.
Interacción espacial
El concepto considera la estructuración de un espacio relacional, en
el cual las localizaciones (sitios), las distancias (ideales o reales) y los
vínculos (flujos) resultan fundamentales en la definición de espacios funcionales. De acuerdo a lo analizado por Buzai y Baxendale (2011) esto
corresponde a la conceptualización de los componentes básicos que se
consideran en el análisis sistémico.
El estudio de la interacción espacial siempre ha sido fundamental en
la investigación geográfica, pero al mismo tiempo también lo ha sido en la
formulación de un campo interdisciplinario de las ciencias sociales como
lo es la ciencia regional, la cual, según Isard (1960), pone su foco de atención en espacios y sistemas espaciales, en regiones y sistemas regionales
en localizaciones y sistemas locacionales, en los cuales es central el concepto multidimensional de distancia (física, económica, social y política).
Una interesante y útil reseña sobre la historia y actualidad de la ciencia
regional ha sido publicada por Benko (1998).
En su relación con el análisis geográfico, estos estudios tienen origen
en el abordaje de las configuraciones espaciales de fenómenos humanos en
lo que fue denominado como una Macrogeografía, considerada un avance
realizado a partir de la Física Social (Warntz, 1975). Corresponde a la
definición de una perspectiva generalizada (escala cartográfica chica que
abarca grandes extensiones) que permite obtener un panorama espaciotemporal de la integración socioespacial, para luego abordar estudios de
detalle.
Los estudios que abordan el análisis de la interacción espacial apuntan a medir los diferentes tipos de vínculos horizontales entre las entidades
geográficas localizadas.
Deben destacarse inicialmente los trabajos de Zipf (1946 y 1949),
en los cuales se presenta la hipótesis de relación P1P2/D, cuyos parámetros11 permiten subsiguientes estudios que consideran la disminución
de interacciones con el aumento de la distancia (Distance Decay) en lo
que denomina el principio del menor esfuerzo, una minimización del
11 P1 y P2 son los valores de población de dos localidades, y D es la distancia entre ellas.
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
movimiento humano al ser considerado un esfuerzo (gasto de energía)
para la superacción de la fricción espacial. Asimismo, Stewart (1956) al
tomar este concepto, adapta las fórmulas de la física newtoniana al análisis
de la medición cuantitativa de la interacción entre poblaciones. Una completa reseña de esta evolución temática y, al mismo tiempo, de la formulación del concepto de gravitación social puede encontrarse en la revisión y
análisis bibliográfico realizado por Olsson (1965).
Los conceptos de conexión y accesibilidad adquieren gran relevancia al intentar realizar mediciones varias, que lleven a la descripción más
completa de la estructura espacial que corresponde a la posición y conexión física por flujos de diferente contenido entre las entidades distribuidas en el espacio geográfico.
Las mediciones de la estructura topológica de los circuitos de la red
se pueden realizar a partir de la aplicación de procedimientos enmarcados
en la teoría de grafos. El análisis corresponde básicamente a las conexiones entre sitios, desde una perspectiva estrictamente geométrica. Se realizan cálculos que, por un lado, permiten describir la conexión global de la
red y, por otro, su accesibilidad topológica. Entre las primeras se encuentran los índices alfa (a), beta (b), gamma (g) y un índice global de conectividad que surge de la matriz de conectividad, y entre las segundas variados
cálculos de accesibilidad que permiten definir superficies continuas. Entre
los aportes geográficos que describen y analizan claramente estos índices
se puede mencionar a Bosque Sendra (1992) y Sánchez (1998), quienes retoman diversos aspectos relacionados con la tradición de la temática desde
los trabajos pioneros que fueron sistematizados inicialmente en el libro de
Haggett (1967).
Cuando se avanza desde el modelo ideal que proporciona la estructura geométrica de grafos hacia la realidad empírica, se pueden realizar
diferentes tipos de cálculos en la red de circulación (caminos que conectan
sitios). Inclusive incorporar el modelo de Potencial de Población, en el
cual intervienen las interacciones posibles entre entidades localizadas.
Los cálculos sobre la red permiten definir la conexión entre espacios.
Si se considera la distancia entre dos localizaciones A y B, la división entre
el valor de distancia real (calculada sobre los caminos necesarios para llegar de un punto a otro) y el valor de distancia ideal (considerando la línea
recta) brinda el resultado del índice de trayectoria (IT), el cual indicaría el
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
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porcentaje extra que se debe recorrer en el espacio geográfico real como
apartamiento a la situación ideal producida por el camino en línea recta o
vínculo de menor costo.
Los cálculos de accesibilidad ideal (AI), accesibilidad real (AR), índice de calidad en la comunicación (ICC) e índice de trayectoria (IT) se
han aplicado muy claramente para el análisis comparativo de las redes
española y valenciana por Calvo Palacios, Jover Yuste y Pueyo Campos
(1992). Estos índices son de gran utilidad para el análisis socioespacial,
al utilizarse conjuntamente con el cálculo del Potencial de Población (PP)
desarrollados en el interior de la Macrogeografía.12
Al tomar como referencia el trabajo mencionado anteriormente, en
Buzai, Baxendale y Mierez (2003), se realiza la aplicación metodológica
completa orientada al análisis de la accesibilidad regional de las localidades del noroeste del Gran Buenos Aires. Es de este trabajo de donde se han
extraído la totalidad de las fórmulas matemáticas que pueden utilizarse.
Los avances en cuanto al estudio de la interacción espacial proporcionaron las bases para el surgimiento de una geografía de los servicios
(en algunas oportunidades se orientan también hacia el estudio de la localización de los establecimientos comerciales y el geomarketing), en la
búsqueda de regularidades empíricas que permitan la aplicación de procedimientos y toma de decisiones en planificación urbana y regional con
bases de racionalidad científica (Berry, 1971). Aquí merecen destacarse las
fórmulas de Reilly-Huff para la determinación del lugar en el que debería
ser trazado el límite de las áreas de influencia de dos centros, lo que podría
considerarse un ajuste analítico al limite medio proporcionado por las bases geométricas del trazado de polígonos de Voronoi/Thiessen, con lo cual
se obtienen las áreas de influencia perfectas entre dos centros (localidades)
de igual importancia.
Por último, es necesario destacar la utilidad de los modelos de localización-asignación, los cuales en la actualidad constituyen un desarrollo
muy valioso para actuar sobre el mejoramiento de los parámetros vincu12 Este método ha sido el principal pilar de la Macrogeografía, y se ha desarrollado desde la Economía Regional a lo largo de la década de 1960. Se puede destacar la obra fundacional de Isard (1958) y la excelente
aplicación al sistema urbano de la República Argentina, realizada por Gamba (1969) como tesis doctoral en
la University of Pennsylvania. Desde su formulación inicial, el método para el cálculo del PP ha sido modificado y ampliado en su adaptación a múltiples objetivos (población, sector servicios), al respecto pueden
consultarse los trabajos de Aneas (1994), Gamba (2004) y Buzai y Baxendale (2006a).
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
lados a la medición de la justicia espacial. Con posterioridad al uso de las
técnicas de evaluación multicriterio que son aplicadas para obtener sitios
candidatos que puedan recibir nuevas localizaciones, en este sentido, los
modelos de localización-asignación se aplican para definir cual de estos
sitios brindaría la localización óptima.
Desde un punto de vista aplicativo se utilizan para encontrar las
localizaciones optimas de equipamientos deseables (con influencias socioespaciales positivas) como los centros de atención de salud o establecimientos educativos, o de equipamientos indesables (con influencias
espaciales negativas) como basurales (instalaciones contaminantes en general) o presidios (instalaciones peligrosas en general). En el primer caso,
las fórmulas aplicativas tienen que ver con la minimización de distancias
o maximización de coberturas de áreas de influencia hacia la localización,
mientras que en el segundo caso, en cambio, la situación es inversa.
Estos modelos han sido estandarizados como SADE, y también han
tomado un papel central en el camino en la verticalización del SIG. En los
últimos años fueron aplicados en múltiples casos de estudio. Como síntesis de sistematizaciones pueden destacarse los libros de Bosque Sendra y
Moreno Jiménez (2004) y de Moreno Jiménez y Buzai (2008), ambas son
compilaciones que ponen su foco de atención en las capacidades teóricas
y aplicativas de la metodología.
Como se ha visto en este punto, el análisis de interacción espacial
constituye una temática de importante tradición en el análisis espacial
cuantitativo, y su continuo avance se ha producido por más de medio siglo. Como puede apreciarse, los fundamentos básicos y centrales en esta
tradición de estudio se desarrollaron durante la quinta y sexta década del
siglo veinte, y llega a la actualidad con importantes posibilidades a través de la aplicación modelística computacional relacionada a la tecnología
SIG. Al mismo tiempo también propició un avance en el desarrollo de los
sistemas a través de los SADE, centrados en la búsqueda de soluciones
para la localización de equipamientos. En síntesis, la consolidación de esta
línea no solamente se produce porque aborda principalmente los vínculos
(relaciones) entre entidades geográficas a partir del análisis sistémico, sino
también por las múltiples metodologías desarrolladas para su estudio.
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and methodological developments into emerging fields
Evolución espacial
El concepto considera la incorporación de la dimensión temporal, a
través de la permanente transición de un estado a otro.
Los estudios geográficos son básicamente abordajes del presente
(recordemos que la Geografía generalmente se presentan como una ciencia del presente), sin embargo, en ningún momento se deja de reconocer
que la dimensión temporal es de gran importancia en un análisis geográfico completo (Cliff y Ord, 1981), ya que ir hacia el pasado nos muestra
el origen de las manifestaciones empíricas del presente. Centrarse en el
donde corresponde a una visión basada en la localización,y en el cuando a
una visión basada en el tiempo. El como, desde un punto de vista espacial,
presentaría el camino evolutivo espacio-temporal.
Con la finalidad de abordar las configuraciones espaciales actuales,
desde una postura racionalista, se considera que el tiempo en Geografía
se presenta principalmente de dos maneras (Hartshorne, 1959): como el
tiempo que se incluye en el presente y el que transcurre en el pasado, que
incluye los períodos transcurridos que permiten analizar los procesos que
producen la situación actual. También cabe destacar que cada situación del
pasado puede analizarse desde diferentes configuraciones de un presente (diferentes geografías del presente), y, en este sentido, la comparación
entre estas diferentes geografías del presente permiten ver la evolución
cambiante previa a la situación actual.
Estas consideraciones teóricas se desarrollaron técnicamente en el
trabajo de Monominier (1990), quien considera un abordaje cartográfico
de la dimensión temporal, a través del procedimiento denominado chessmap (sucesivos mapas como diferentes configuraciones de un tablero de
ajedrez), el cual constituye una metodología de análisis por superposición
temática asociando espacialmente, mediante el SIG, capas temáticas de
diferentes momentos históricos. El intervalo (resolución temporal) entre
las diferentes geografías del presente depende de la velocidad de cambio
de la temática analizada, aunque muchas veces queda supeditado a la disponibilidad de datos.13
13 Muchos cambios socioespaciales que se analizan a través de datos censales solamente pueden realizarse
con una resolución temporal de aproximadamente una década, que corresponde al tiempo que media entre
un censo y otro.
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
Esta resolución técnica correspondería a un análisis temporal por
procedimientos cualitativos de superposición cartográfica. La búsqueda de
resultados a través del SIG estaría dada por procedimientos matemáticos
simples, en las localizaciones de un sistema raster o por la adición-eliminación de entidades en un sistema vectorial (Peuquet, 1994).
Desde el punto del vista del análisis espacial cuantitativo, el estudio
de la evolución temporal de configuraciones espaciales puede considerarse
un eje de cuarta dimensión en la matriz de datos tradicional formada por
filas (unidades espaciales) x columnas (variables) o en la matriz de datos
geográfica formada por filas (variables) x columnas (Unidades espaciales), línea desarrollada a partir del aporte fundamental de Berry (1964). La
primera perspectiva, la que corresponde a la configuración organizativa de
la matriz de datos tradicional, es la que se encuentra en las bases de datos
alfanuméricas de un SIG vectorial.
Al considerar la matriz de datos tradicional (coincidente con la base
de datos alfanumérica de un SIG con la posibilidad de incorporarse de
forma directa a cualquier software para su análisis estadístico), los análisis evolutivos con posibilidad de realizarse desde el pasado al presente,
pueden encararse a través de la evolución histórica de los datos correspondientes a un tema (columna), de la variación conjunta de dos o más temas
(columnas), de la combinación de temas en una unidad espacial (fila), de
la variación conjunta de la combinación de temas de diferentes unidades
espaciales (filas) o de una temática específica en una unidad espacial (celda), lo que sería el estudio de un hecho geográfico a través del tiempo.
Se debe tener en cuenta que, en el caso de considerar una matriz de datos
geográfica, la posición de filas y columnas, mediante una transposición,
pasa a estar intercambiadas permitiendo aplicar procedimientos de análisis
multivariado con fines de regionalización.
Cabe considerar también que la Geografía, además de definirse básicamente como una ciencia del presente que acude al pasado para ver la
génesis de las configuraciones espaciales actuales, puede considerarse una
ciencia del futuro (ciencia prospectiva). La realización de investigaciones
en la línea del análisis espacial cuantitativo, a partir de trabajos de modelización, permiten obtener resultados de simulación relativos a posibles
situaciones futuras. Representan distribuciones espaciales hipotéticas que
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
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generan visiones instrumentales de utilidad para el ordenamiento y la planificación territorial.14
La modelización, entendida como estructura de organización de datos en el interior de los SIG, es principalmente estática, y se encuentra
relacionada con la forma en que serán organizados y almacenados digitalmente, principalmente las bases de datos raster (orientación a las localizaciones) y vectoriales (orientación hacia las entidades). En cambio, la
modelización entendida como proceso que lleva a un modelado dinámico
de datos espaciales permite, mediante la simulación digital, obtener como
resultado configuraciones espaciales futuras. Esta división conceptual se
establece claramente en el trabajo de Batty (2005a), línea en la que se debe
destacar el aporte de O´Sullivan y Unwin (2003). Lo anterior lleva a que,
desde hace más de una década, se considere que la dimensión temporal
debería tener mayor grado de desarrollo en el interior de la tecnología SIG
(Langran, 1992 y Peuquet, 2002).
A partir de los procedimientos por superposición de capas temáticas,
el análisis temporal se amplió a través de las técnicas de evaluación multicriterio desarrolladas originalmente para la búsqueda de sitios candidatos
destinados a la ubicación de localizaciones en sitios óptimos. Estas metodologías también se utilizan para la obtención de configuraciones futuras,
a partir de la modificación de valores de las variables como simulación
de cambios a realizarse, tal cual lo ha demostrado el trabajo de Medronho (1995), al brindar soluciones para la disminución y erradicación de la
enfermedad del dengue en el ámbito urbano. En la misma línea puede ubicarse la metodología LUCIS (Land Use Conflict Identification Strategy),
propuesta por Carr y Swick (2007), una serie de procedimientos lógicos
muy bien concatenados que llevan a la identificación de zonas (terminología raster) de potencial conflicto (configuraciones futuras) ante la expansión de diferentes usos del suelo en un nivel regional. Las metodologías
de evaluación multicriterio han sido analizadas en diferentes trabajos, y
el método LUCIS se ha aplicado con resultados satisfactorios en Buzai y
Baxendale (2007 y 2008).
14 Es lo que normalmente se denomina escenarios, un término teatral que no se considera correcto para
trasladarse al ámbito de los estudios geográficos. Lamentablemente la realidad socioespacial que se ve en
numerosos casos no son una obra artística, sino una verdadera realidad. Bajo esta consideración también
se incluye el concepto de actores sociales. Los/las científicos/as que queremos mejorar el mundo no nos
podemos dar el lujo de diluir la cruel realidad empírica de esta manera.
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
Cuando se intenta avanzar hacia una modelización dinámica de evolución temporal continua pueden destacarse principalmente aplicaciones
con el uso de autómatas celulares.
Muchas distribuciones espaciales son manchas con cierto grado de
irregularidad y fragmentación que evolucionan en el espacio geográfico a
través del tiempo. Basado en esta apreciación se han privilegiado los estudios y las aplicaciones a la forma urbana (ciudad definida desde un punto de
vista geográfico como “aglomeración” o “mancha urbana”), siendo clásico
el libro de Batty y Longley (1994). Luego de analizar con gran detalle la teoría fractal, las dimensiones físicas efectivas en diversos casos, es decir, las
dimensiones fractales de varias ciudades (principalmente de Cardiff) aplican la modelización de difusión por agregación limitada (DLA, DiffusionLimited Aggregation)15, concluyen en que la totalidad de los procedimientos
surgen directamente ante la necesidad de visualizar con mejores aproximaciones las realidades espaciales, y dan una respuesta acertada.
Cuando se avanza hacia una modelización temporal continua, el modelo DLA representa un interesante ejemplo al utilizarse en la generación
de cúmulos de localizaciones (en terminología raster), a partir de considerar la autosimilitud fractal de las distribuciones espaciales. Es decir, que la
gran aptitud del modelo consiste en generar patrones de evolución espacial
respetando formas específicas.
Al seguir en esta línea de modelización se deben considerar aquí los
trabajos que apelan al uso de autómatas celulares,16 los cuales, de acuerdo
a sus características, demuestran una principal aptitud en el sistema raster. La base de trabajo se encuentra representada por una capa temática
formada por nxm celdas del área de estudio, en la que cada localización
puede asumir únicamente dos estados (vacío-ocupado) en el conjunto de
posibilidades, basados en los usos del suelo y los resultados producidos a
través de las reglas de transición que fueron definidas. El libro de Aguilera
Ontiveros (2002) se considera como la referencia obligada del tema en
nuestro idioma.
15 El modelo DLA fue desarrollado por Witten y Sander (1981).
16 Desarrollos que comienzan con el trabajo del matemático húngaro John (János Lajos) Von Neumann
(1903-1957), que propone modelar máquinas, que trabajando de forma autónoma (autómatas) tengan la
posibilidad de auto-reproducirse. Continúa con el aporte del matemático polaco Stanislaw Marcin Ulam
(1909-1984), quien intentó buscar una solución a partir de enmarcar la aplicación en una malla cuadriculada
de base espacial discreta (células). Ambos desarrollos generan el primer modelo de autómata celular.
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
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Particularmente, en el caso simple de un único uso del suelo −como
corresponde a la evolución de la aglomeración urbana−, las interacciones
se realizan entre celdas vinculadas localmente, que generan configuraciones espaciales globales de diferente grado de irregularidad y fragmentación. Se debe destacar aquí el trabajo de Polidori (2004), quien obtiene
estados futuros para la configuración espacial de la ciudad de Pelotas (Brasil), a partir de la modelación de diferentes tipos de tensiones producidas
ante la relación de atributos urbanos, naturales e institucionales, las cuales
generan configuraciones polarizadas, lineales y difusas.17
Según el análisis de la evolución temática, realizada por Polidori
(2004), los estudios que encararon la evolución urbana en esta línea de
trabajo comienzan con el aporte de White y Engelen (1993 y 1994), los
cuales estuvieron vinculados a la búsqueda del orden espacial en las formas fractales. Luego cabe destacar la sistematización posterior realizada
en White, Engelen y Uljee (1997), y una serie de aplicaciones de autómatas celulares que privilegian el estudio de la evolución espacial urbana.18
En esta línea de trabajo ha tenido un importante desarrollo el modelado multi-agente (ABM, Agent-based models), en el cual los agentes son
móviles y cambian de localizaciones. Estos procedimientos se basan en
la filosofía de la simulación temporal continua, a partir de infinitas configuraciones instantáneas que se producen con la finalidad de obtener un
continuo. A partir del desarrollo en inteligencia artificial y en ciencias cognitivas ha sido posible crear modelos que incorporen supuestos subjetivos
e intersubjetivos de comportamiento de sociedades artificiales. De acuerdo
a Aguilera y López (2001), el modelado multiagente puede simular acciones de los individuos teniendo en cuenta sus conocimientos y sus valores.
Corresponde a acciones simples individuales que en conjunto
muestran una inteligencia colectiva. Es un tipo de inteligencia que se
verifica en diversas colonias de animales e insectos, y corresponde a
uno de los mayores interrogantes que se plantea a la investigación científica actual. Se denomina también inteligencia de enjambre, en la cual
17 Es posible relacionar estas tensiones con los diferentes modelos urbanos. Inicialmente, las estructuras
espaciales presentadas por los modelos clásicos, luego adaptadas a la realidad de las ciudades de América
Latina (Buzai, 2003a).
18 Se puede mencionar los trabajos de Clarke, K.C., Hoppen, S. y Gaydos, L. (1997) para San Francisco
en Estados Unidos, Xie y Sun (2000) para Ann Arbor y Detroit en Estados Unidos y Hong Kong, Li y Yeh
(2000) para Dongguan en China, Polidori (2004) para Pelotas en Brasil y Buzai (2007) para la aglomeración
de Buenos Aires.
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criaturas simples deciden en base a información local limitada, y que en
conjunto generan comportamientos de alta complejidad (Miller, 2007).
En los últimos años han sido aplicados en múltiples casos de estudio
que abarcan prácticamente la totalidad de la primera década del 2000 19,
todos ellos teniendo como finalidad relacionar las estructuras del movimiento espacial y temporal con las ciencias de la complejidad, al incorporar elementos aleatorios. Estos modelos se presentan como un puente de
vínculo entre la complejidad en las ciencias naturales y sociales. El trabajo
de Batty (2005) se presenta como una importante sistematización que relaciona el ámbito urbano con la complejidad, aspectos extrapolables a otras
estructuras espaciales.
En nuestros estudios, hemos llegado a la aplicación de un modelado
dinámico por autómatas celulares en una evolución aplicativa de creciente complejidad. La aproximación inicial tenía simplemente el objetivo de
analizar la evolución espacial de la aglomeración de Buenos Aires desde
1869 a 1991, en puntos temporales correspondientes a los censos nacionales de la Argentina (Buzai, 1993), y luego, unos años más tarde, se realizó
el análisis de la pérdida de suelos productivos a causa de la impermeabilidad producida por la mancha urbana en el área de estudio (Morello, Buzai,
Baxendale, Matteucci, Rodríguez, Casas y Godagnone, 2000). En ambos
casos, la metodología utilizada fue la de superposición de capas temáticas
en sistema raster, en el primer caso correspondiente a la mancha urbana
de 1869, 1895, 1914, 1947, 1960, 1970, 1980 y 1991, y en el segundo caso
incorporándole la capa temática de la distribución espacial de los suelos
del área de estudio.
Con posterioridad fueron ampliados ambos estudios incorporando la
capa temática correspondiente al año 2001, último censo nacional, (Buzai
y Baxendale, 2006b), y realizando un ejercicio de simulación a futuro se
verificó la confiabilidad de la relación entre la mancha urbana de Buenos Aires 2001 (real) comparada con la mancha obtenida por el trabajo
de autómatas celulares (simulada) (Buzai, 2007e incorporado en Buzai
y Baxendale, 2006a) brindando un resultado altamente satisfactorio: una
correspondencia del 96,77% de acuerdo al índice Kappa.
19 Se destaca como tema prioritario de avance en el Centre for Advanced Spatial Analysis (CASA) del University College London (UCL), quienes publican una serie de documentos con los resultados obtenidos:
Batty, Dehesillas y Duxbury (2002), Batty (2003a y 2003b), Crooks (2006 y 2008), Castle (2006), Castle y
Cooks (2006) y Cooks, Castle y Batty (2007).
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En síntesis, la investigación científica considera de gran importancia
el tratamiento de la dinámica espacial, a través de la dimensión temporal.
Técnicamente, se ha presentado una secuencia que se sucede a través de
procedimientos aplicados de flexibilidad creciente, desde la cartografía
superpuesta en capas temáticas de diferentes momentos históricos hasta
la evolución en secuencia continua (cambio instantáneo de configuraciones espaciales) con posibilidades de obtener estructuras espaciales futuras
como modelado dinámico espacial.
Los conceptos de localización, distribución, asociación espacial, interacción espacial y evolución espacial claramente se ubican en una escala
humana, en la cual el SIG tiene preponderancia en cuanto al componente
tecnológico.
Figura 2. Análisis espacial y análisis geográfico
Fuente: Elaboración del autor
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
Evolución de las relaciones geoinformáticas
Geoinformática
Las tecnologías digitales presentan excepcionales posibilidades de
aplicación al ámbito del análisis espacial, y los Sistemas de Información
Geográfica, como tecnología de vinculación e integración, se ha convertido en el principal medio proveedor de caminos para lograr las soluciones
que demandan la gestión y planificación territorial actual.
La valorización generalizada del total de aplicaciones ha sido sumamente importante, y el prestigio de las tecnologías digitales en el análisis espacial creció simultáneamente a la incorporación práctica de las
variables de localización (x, y), de atributos (z) y de tiempo (t) en estudios
interdisciplinarios. Desde un punto de vista conceptual, la totalidad de dimensiones se consideran necesarias para lograr las aproximaciones más
completas posibles de la realidad.
La transformación del mundo real en un modelo digital posible de
ser trabajado mediante procedimientos computacionales exige una serie
de transformaciones que finalizan al nivel de byte. Mediante esta fragmentación y estandarización, todo objeto geográfico puede definirse a través
de una geometría particular (punto, arco, polígono, raster o x-tree), una localización precisa en el espacio absoluto (x-y o geográficas), una serie de
atributos (campos de información o capas temáticas -layers) y su existencia en un momento histórico (instante de realización de las mediciones).
Concretar estos aspectos mediante medios computacionales se logra
a través de la generación de bases de datos alfanuméricas y bases de datos
gráficas.
Las primeras se encuentran asociadas al almacenamiento de números y letras que representan los atributos de cada entidad ubicada en el espacio geográfico, y los software que se incorporan para su tratamiento son
los Editores de Textos (EDT), Administradores de Bases de Datos (ABD),
Planillas de Cálculo (PLC), Programas de Análisis Estadístico (PAE) y
Sistemas de Posicionamiento Global (GPS).20
Las segundas se encuentran asociadas al almacenamiento de los aspectos geométricos, y los software que se utilizan para su tratamiento son
20 Se conserva la sigla en inglés, GPS (Global Positioning System). Un sitio de interés para obtener información actualizada sobre esta tecnología es: http://www.mundogps.com
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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and methodological developments into emerging fields
los programas de Diseño Asistido por Computadora (CAD), Mapeo Asistido por Computadora (CAM), Gestión de Infraestructura (AM-FM), Sistema de Información de Tierras (LIS), Procesamiento Digital de Imágenes
(PDI) 21 y Modelado Numérico de Terreno (MNT).22
A partir de estas definiciones y por espacio de poco más de una década, a partir de la evolución tecnológica, se ha ido construyendo un sistema
clasificatorio para las relaciones geoinformáticas, que en su versión más
actualizada ha quedado definido como lo presenta la figura 3.
Figura 3. Relaciones geoinformáticas
Fuente: Elaboración del autor
21 El PDI, a partir del uso de imágenes satelitales, ha tenido un crecimiento muy importante como fuente de
datos para la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica. Las imágenes más utilizadas han sido
aquellas provenientes de satélites destinados a la exploración de recursos terrestres como Landsat (http://
landsat.gsfc.nasa.gov/) y SPOT (http://www.spotimage.com) de 30 y 20 metros de resolución espacial en
modo multibanda respectivamente. En la actualidad han aparecido productos de resolución métrica utilizados en estudios de mayor detalle, principalmente en ámbitos urbanos, como Ikonos (www.spaceimaging.
com) y QuickBird (www.digitalglobe.com). El sitio Global Land Cover Facility administrado por la Universidad de Maryland y con auspicio de la NASA pone a disposición de manera gratuita gran cantidad de
imágenes satelitales provenientes de diferentes sensores (http://glcf.umiacs.umd.edu).
22 Se conservan las siglas en inglés, CAD (Computer Aided Design), CAM (Computer Aided Mapping), AMFM (Automated Mapping-Facilities Management) y LIS (Land Information System).
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
Cuando se combinan las bases de datos alfanuméricas y gráficas,
y se referencian espacialmente a un sistema de coordenadas geográficas
(georreferenciación) surge el concepto de Sistemas de Información Geográfica (SIG). En la figura presentada puede apreciarse que si nos dirigimos desde el núcleo hacia los bordes nos encontramos con diferente tipo
de software de aplicación en una estructura convergente, que en su totalidad forma el campo de la Geoinformática.
La Geoinformática se convierte en un campo de gran amplitud, en
el cual se puede incluir todo tipo de software de aplicación, y en el que la
tecnología de los Sistemas de Información Geográfica es su núcleo al tomar el lugar de vínculo central. Esto es posible porque la Geoinformática
no se define a través del tipo de programas computacionales que la integran, sino por la clase de información que utiliza: información geográfica
o geoinformación.
En este sentido, todo tipo de aplicación computacional puede incluirse en el campo de la Geoinformática, desde las generales hasta las
específicas, pues todas se relacionan en enlaces de sucesivas vinculaciones
que posibilitan la creación de modelos espaciales digitales de la realidad.
El total de relaciones se apoya temporalmente sobre un eje horizontal que va desde una era geoanalógica, en la cual todo documento de
representación espacial era utilizado en formato papel, hacia una era geodigital, en la que los procedimientos de análisis han sido estandarizados a
través del uso computacional.
Gran parte de este segundo período está dominado por una etapa de
convergencia que se ha formado en una evolución aproximada de veinte
años de duración (1980-2000), y en la que los SIG han permitido la definitiva integración de los software componentes de la Geoinformática, en un
proceso que Dobson (1983b) había señalado en sus inicios.
Las relaciones geoinformáticas actuales han superado notablemente
el ámbito de las computadoras personales, y sus posibilidades se han ampliado a través de la tecnología multimedia (Sui y Goodchild, 2001) y su
incursión en el ciberespacio a través de Internet mediante las capacidades
del llamado GIS en línea (Anselin et al., 2004; Kraak, 2004)23, y de toda
23 Un desarrollo estándar para la consulta de SIG en línea puede consultarse en la página de National Geographic como MapMachine (http://www.nationalgeographic.org) en el que pueden consultarse mapas mundiales, regionales y nacionales al constituirlos a partir de la combinación de diferentes capas temáticas.
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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and methodological developments into emerging fields
aplicación que puede utilizarse de manera remota por la red hasta llegar
a la realización de recorridos de inmersión digital a través de la realidad
virtual (Buzai, 2001).24
Revalorización conceptual en visiones disciplinarias y más allá
de la geografía
La geografía automatizada
A pesar de que el trabajo pionero de Kao (1963) pone en discusión el
tema de la implementación y aplicación de las herramientas computacionales en Geografía fue recién al comienzo de la década del ochenta cuando
se produjo la aparición de un debate formal acerca de la posibilidad de
aplicación de tecnologías computacionales integradas y su impacto en la
práctica disciplinaria.
El trabajo inicial pertenece a Dobson (1983a), y surge como resultado de su reflexión acerca de los notables avances experimentados en
materia computacional, que según el autor, habían permitido automatizar
la mayoría de los métodos utilizados para la resolución de problemas geográficos. En este sentido, se presenta el surgimiento de lo que se denomina
geografía automatizada, un campo de aplicación eminentemente técnico,
que se presenta como ventajoso respecto de los métodos de trabajo tradicional.
Si bien Dobson (1983a, b) presenta conclusiones altamente optimistas, en las cuales vislumbra un camino irreversible hacia la creciente
automatización, no deja de reconocer algunos efectos negativos como la
posibilidad de pérdida de rigor teórico –empañado por el alto potencial
técnico– y las limitaciones que pueden surgir al tener que orientar una
investigación hacia la utilización de métodos fácilmente automatizables.
El primer inconveniente había sido experimentado con la revolución cuantitativa de mediados del siglo veinte, mientras que el segundo –surgido
directamente de la automatización digital– considera que sería superado
con el avance técnico y la integración flexible de los sistemas.
24 Una serie de laboratorios universitarios estudian temáticas relativas a los mundos inmersivos de la realidad
virtual, un ejemplo de las líneas de trabajo puede obtenerse en University of Michigan (http://www-vrl.
umic.edu) y por otro lado, también se han desarrollado experiencias de chats 3D basados en plataformas de
realidad virtual posibles de ser utilizadas a través de Internet, y que permiten realizar construir, comprar y
explorar cientos de mundos virtuales (http://www.activeworlds.com), esto último estaría relacionado con
una experiencia geográfica en las líneas de la simulación digital.
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Revista Geográfica de América Central Nº Especial
Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
A inicios de la década del ochenta, la integración computacional era
considerada una tarea ineludible hacia el futuro, ya que las aplicaciones
integrantes de la geografía automatizada (Cartografía Computacional,
Computación Gráfica, Procesamiento Digital de Imágenes de Sensores
Remotos, Modelos Digitales de Elevación y Sistemas de Información
Geográfica) contaban con límites muy precisos entre ellas, y esta integración surgía como necesaria para trabajar de forma completa todo dato
geográfico. En este sentido, cabe destacar que en la actualidad esta tarea se
ha cumplido y la integración ha sido resuelta con éxito bajo la amplitud del
concepto de Geoinformática y los desarrollos más flexibles del software en
la era geodigital actual.
Los comentarios acerca del aporte de Dobson (1983a) presentan una
amplia gama de profundidad y diferentes focos de atención, que van desde
simples cuestiones terminológicas respecto all uso del término geografía automatizada (Marble y Peuquet, 1983, Moellering y Stetzer, 1983 y
Poiker, 1983) hasta la incorporación de aspectos teóricos de relevancia al
considerar una falta de neutralidad ideológica de los sistemas computacionales en el momento de su aplicación (Cromley, 1983).
Las reflexiones acerca del impacto conceptual de la automatización
geográfica se dirigen principalmente hacia dos puntos: a) el impacto en
la Geografía bajo la consideración de que los conceptos incorporados en
la tecnología no proveen desarrollos necesarios para la aparición de un
nuevo paradigma (Dobson, 1983a y 1983b; Cromley, 1983, Moellering y
Stetzer, 1983 y Poiker, 1983) y b) el impacto de la automatización geográfica en otras disciplinas (Kellerman, 1983).
Las relaciones interdisciplinarias entre la Geografía y el resto de las
ciencias, que comienzan a ver las ventajas de considerar la variable espacial a través de la automatización de las tareas geográficas, se presenta
como un nuevo ámbito de reflexión no abordado. En este sentido, Monmonier (1983) afirma que el camino del/de la geógrafa/a hacia la integración
de equipos interdisciplinarios se presenta como inevitable.
Los comentarios realizados hacia el trabajo inicial de Dobson (1983a)
tienen una respuesta posterior en Dobson (1983b), quien no avanza hacia
cuestiones de mayor profundidad, con el mismo optimismo afirma que si
bien –como lo menciona Poiker (1983)– la geografía automatizada no ha
obtenido mejores resultados que los logrados con la revolución cuantita-
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
and methodological developments into emerging fields
tiva del cincuenta, los inconvenientes mencionados serán superados y se
afianzará la geografía automatizada, como disciplina particular que utiliza
sistemas cibernéticos, humanos y electrónicos para el análisis de sistemas
físicos y sociales.
Una década más tarde, The Professional Geographer (vol.45 Nº 4)
retoma el debate a través de un Open Forum titulado Automated Geography in 1993, a fin de analizar las iniciales consideraciones a la luz de la
evolución de una década en la temática.
En la primera presentación, Dobson (1993), que mantiene su postura
de 1983, menciona que la integración proclamada como necesaria en el
pasado ha comenzado a realizarse con la fuerza innovadora de los Sistemas de Información Geográfica, y avanza teóricamente al considerar que
su correcto uso se aseguraría unicamente mediante el apoyo conceptual de
lo que Goodchild (1992) definió como Geographic Information Sciences,
el cual será abordado posteriormente como avance transdisciplinario.
Revolución tecnológica e intelectual
Sin abordar la posibilidad de existencia de una revolución paradigmática, Dobson (1993) reconoce que el tema ha sido tratado de forma
privilegiada como “revolución tecnológica” y que se ha avanzado poco
respecto a su rol en una “revolución científica”.
Esta orientación no es general, pues el impacto también se verifica
en un nivel de mayor alcance, como es el de los valores intelectuales. Dobson (1993), al considerar los diferentes tipos de inteligencia definidos por
Gardner (1995), establece que, a través del uso de los Sistemas de Información Geográfica, la inteligencia espacial comenzará a ocupar un lugar
destacado junto a las habilidades valorizadas tradicionalmente como la
lingüística y la lógica matemática. Por lo tanto, desde este nivel de desarrollo básico, la Geografía impactará de forma notable en otras disciplinas,
y con ello el/la geógrafa/a tendrá un mayor desafío al intentar ocupar un
lugar destacado en la revolución científica e intelectual que se vislumbra.
Como se ha podido apreciar, existe un camino que se va ampliando
respecto a los procesos de automatización en Geografía, el cual se dirige
desde aspectos puramente técnicos hacia una mayor reflexión conceptual.
Salvo los comentarios de Marble y Peuquet (1993), quienes se han mantenido en la postura de considerar un leve impacto en la disciplina, otros/as
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
autores/as han demostrado su definitivo optimismo que puede verificarse en una amplitud que va desde la consideración de aspectos puntuales
como una revalorización de los estudios en Ecología del Paisaje (Goodchild, 1993) o la integración de las posturas idiográficas y nomotéticas
representadas por el debate entre Hartshorne y Schaefer, respectivamente
(Sheppard, 1993), hasta exponer que los logros de la automatización presentan un nuevo límite natural de la Geografía (Pickles, 1993). Asimismo,
Pickles (1995 y 1997) afirma que la potencialidad de la tecnología de los
Sistemas de Información Geográfica va más allá de la técnica, ya que hay
una incorporación de conceptos científicos que se llevan a la práctica, sin
embargo, para avanzar en esta línea se deben manejar múltiples escalas,
que van desde una firme conceptualización técnica que se presenta cada
vez más estandarizada hasta los aspectos contextuales más abarcativos que
presentan el marco de una cultura de la fragmentación y la globalización
informacional, donde los Sistemas de Información Geográfica cumplen un
rol sumamente importante (McLafferty, 2004).
La Cibergeografía
El impacto de las tecnologías digitales en la teoría y la metodología
de la Geografía genera una línea de avance en la etapa de circulación (figura 1), a través de la investigación de las relaciones del mundo digital y
particularmente en el interior de este último.
En base a estas consideraciones, una nueva línea de reflexión y de
avance disciplinario se está desarrollando con gran ímpetu en nuestra ciencia: la Cibergeografía.
En 1984, el escritor de ciencia ficción William Gibson, en su novela Neuromancer, introdujo el concepto de Ciberespacio como “una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos
operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se les enseña altos
conceptos matemáticos(...) Una representación gráfica de la información
abstraída de los bancos de datos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el
no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información.
Como luces de una ciudad que se aleja” (Gibson, 1997, pp.69-70).
A partir de esta perspectiva, el ciberespacio se considera como una
matriz electrónica de interconexión entre bancos de datos digitales, a través
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
and methodological developments into emerging fields
de los sistemas computacionales conectados a la red mundial. Aparece
un nuevo espacio que se superpone y complementa cada vez con mayor
fuerza a la geografía real de los paisajes empíricos, para convertirse en un
nuevo espacio de análisis.
Explorar tiene que ver con la empresa de conocer lugares desconocidos, la utilización de los medios materiales para localizar el nuevo mundo y la conservación de hallazgos para su difusión. El espacio relacional
que hoy encontramos entre las pantallas de las computadoras comienzan
a abrir nuevos caminos de exploración, y algunos/as geógrafos/as interesados/as en las tecnologías digitales se han lanzado a la nueva aventura.
En este sentido, el siglo veintiuno presenta novedosas perspectivas
de análisis del mundo en el marco de la cibercultura y la simulación digital.
La Cibergeografía se presenta de esta manera como el estudio de
la naturaleza espacial de las redes de comunicación y los espacios existentes entre las pantallas de las computadoras. Los estudios cibergeográficos, de acuerdo a la clasificación de Dodge y Kitchin (2001) y el sitio que el geógrafo Martín Dodge administra en el (University College
London (UCL))25, incluyen una amplia variedad de fenómenos, desde los
puramente materiales, como el estudio de la distribución espacial de los
equipamientos físicos de comunicación, hasta los más abstractos, como la
percepción humana de los nuevos espacios digitales y la realidad virtual.
El contenido de los flujos intangibles de comunicación pueden considerarse un espacio de conocimientos y decisiones, que muestra características demográficas en las nuevas “comunidades virtuales”, la globalización de las actividades económicas a través del comercio electrónico
(e-commerce) y el teletrabajo y, finalmente, la estructuración de los espacios urbano-regionales a nivel mundial a través de la circulación rápida y
las conexiones carentes de continuidad.
Las nuevas tecnologías digitales generan una acelerada virtualización del espacio con importantes impactos socioespaciales, en los que las
distancias y las interacciones físicas ya no son imprescindibles para la
estructuración de las comunidades (Hiernaux, 1996).
Cabe destacar aquí la afirmación de Nora (1997), quien considera
que así como las grandes potencias mundiales se lanzaron en diferentes
momentos históricos a la conquista de los caminos, los mares, el aire
25 Cyber Geography Research, http://www.cybergeography.org
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
y el espacio, actualmente buscan el dominio de una nueva frontera: el
ciberespacio.26
Las múltiples relaciones entre las tecnologías digitales y los mundos
virtuales, y entre los mundos virtuales y el espacio geográfico empírico,
generan importantes desafíos conceptuales y de acción hacia el futuro. La
Geografía como disciplina se encuentra realizando avances continuos en
estas líneas.
IMPACTO INTERDISCIPLINARIO
Geografía Global
Revolución o revalorización
Al tomando el modelo de evolución científica por cambios paradigmáticos, propuesto por Khun (1970), es posible pensar la evolución del
pensamiento geográfico en ciclos de aproximadamente 20-25 años de extensión (Buzai, 1999), por lo cual, a finales del siglo veinte, llegó hacia un
momento de pérdida de fuerza de los paradigmas vigentes y el surgimiento
de perspectivas de análisis con las cuales ingresamos al siglo veintiuno.
La aparición de las tecnologías digitales, como interfase de notable
impacto para el abordaje de la realidad, presentan una manera de visualizar y analizar los espacios geográficos, basada en la aplicación de modelos
digitales −aspecto que ha tenido continuidad hasta la actualidad (Longley,
2004)−, y esto ha permitido pensar en la aparición de un nuevo paradigma
de la Geografía basado en la geotecnología.
Por lo tanto, la conceptualización de la evolución del pensamiento
geográfico bajo estas consideraciones permite establecer que en el momento actual se llegó a la maduración temporal necesaria para asistir a un
cambio revolucionario, en el que las tecnologías digitales se presentan con
un rol destacado: Una notable revolución tecnológica e intelectual como
ya se analizó.
26 Los flujos que se transmiten a través de las redes de información y comunicación de manera unidireccional,
según Wark (1994) pueden generar un mundo familiar al que se experimenta diariamente en la vida cotidiana, la visión de un mundo distancia a través de vectores que producen experiencias y pueden dominar
la opinión pública. De forma multidireccional, los flujos de comunicación pueden controlarse en contenido
en la conformación de una alta jerarquía ciberespacial, en la que existen nodos centrales concentradores de
los mensajes mundiales. Resulta un claro ejemplo el “mapa del ciberespacio” realizado por Toudert y Buzai
(2004) mediante el uso del software VisualRoute 5.0b (http://www.visualroute.com).
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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Gustavo D. Buzai. Geography and Geographic Information Systems. Theoretical
and methodological developments into emerging fields
La tecnología de los Sistemas de Información Geográfica no es ideológicamente neutra, sino que en su interior se encuentran automatizados
conceptos y métodos que se han desarrollado principalmente con base en
las perspectivas racionalistas y del cuantitativismo. La posibilidad de ligar
estos desarrollos geotecnológicos con otras perspectivas geográficas no
funciona como resultado de un procedimiento directo, debido a que los
aspectos de la investigación cualitativa no son fácilmente automatizables.
En base a estas consideraciones, la aseveración de que la geotecnología, y con ella la geografía automatizada,se presenta como un nuevo paradigma de la Geografía tiene bases bastante difusas. Mientras se verifica
en ella un principio organizador, un avance hacia una nueva tradición de
investigación y su consolidación como medio para lograr respuestas universalmente aceptadas, por otro lado, se verifica la imposibilidad de que
surjan directamente hipótesis a partir de estas aplicaciones.
La geotecnología, y su interfase específica para generar modelos de
la realidad, se evidencia entonces como un campo específico de revalorización paradigmática de aquellas posturas que le han brindado principal
sustento para su desarrollo (racionalismo y cuantitativismo), y de la totalidad de conceptos operativos que estas geografías han generado y han
podido estandarizarse en el ambiente digital.
Campo interdisciplinario
La fragmentación sociocultural verificada en la actualidad genera un
impacto notable como historia externa de nuestro campo disciplinario.
Aunque existen importantes perspectivas interpretativistas y hermenéuticas que centran su discurso en la ambigüedad del lenguaje como elemento para captar la realidad, las modernas tecnologías proponen el uso
de lenguajes altamente definidos, una estandarización rígida que posibilita el tratamiento de los datos geográficos al nivel de la integración de
sistemas y de su difusión mundial, a través de las redes de información
y comunicación.27
27 La importancia del lenguaje en la comprensión del mundo actual puede comprobarse en una amplia lista
presentada por Lyotard (1995), en la que se encuentran presentes muchas de las tecnologías digitales: cibernética, álgebras modernas, informática, lenguajes de programación, lenguajes de compatibilización entre
sistemas, lenguajes de bases de datos, telemática y lenguajes de terminales inteligentes, entre otros. Esto
lleva a apoyar la consideración de Wigley (1995), para quien, frente al interpretativismo postmoderno, el
lenguaje y las formas de comunicación realizadas a través de las modernas tecnologías digitales debe ser
más exacto y producir un cerramiento más estricto que el de las paredes sólidas.
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Gustavo D. Buzai. Geografía y Sistemas de Información Geográfica. Evolución
teórico-metodológica hacia campos emergentes
Aspectos que tradicionalmente se tomaron para defender la especificidad del campo disciplinario como el objeto (la región de la geografía
regional), el método (la construcción regional de la geografía racionalista), las dicotomías (la perspectiva matricial de la geografía cuantitativa)
y las diversas escalas (la visión determinística económica del paradigma
marxista) difícilmente pueden presentarse como propias ,y particularmente con la aparición geotecnológica aparece una amplia franja interdisciplinaria con amplios bordes y notables posibilidades de ajustes en otras
disciplinas.
Esta situación de la incorporación paulatina de conceptos geográficos en el ambiente geotecnológico hace que la Geografía traslade sus saberes al resto de las ciencias y diversas prácticas sociales. Aunque resulta
evidente que es un desarrollo de las posturas geográficas que han podido
automatizarse y que le dan sustento.
En este sentido, el desarrollo revalorizado de la geografía cuantitativa es el que permite un diálogo con otras ciencias al momento de compartir entre los/as usuarios/as del Sistema de Información Geográfica, y
encontrar, a partir de este uso, bases en procedimientos geográficos comunes. Esta situación, según Dangermond (2004), presenta a los Sistemas de
Información Geográfica como el lenguaje actual de la Geografía.
La estandarización y difusión de procedimientos geográficos a través
del ambiente computacional no ha traído impactos menores en la actividad
científica. En actividades de alto valor contextual ha posibilitado la aparición de un amplio sector de profesionales, usuarios/as provenientes de diferentes disciplinas, que apoyados/as en esta difusión tecnológica pueden
“hacer geografía” sin tener conocimientos de la tradición subyacente al
uso computacional, y aplican conceptos, métodos y técnicas estandarizadas, incorporadas en los Sistemas de Información Geográfica. De esta forma, aparece la geografía global como campo de aplicación generalizada.
En conclusión, y tomando sus características constitutivas, en Buzai
(1999) queda evidenciado que la geografía global no es un paradigma de
la Geografía, y que no ha aparecido un nuevo paradigma de la Geografía
basado en la geotecnología, sino que es un “paradigma geográfico” que
nuestra ciencia le ha brindado como visión del mundo a otras ciencias,
que han comenzado a incorporar el componente espacial como dimensión
constitutiva de sus estudios.
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Formación Transdisciplinaria
Ciencias de la Información Geográfica
Al comenzar la década del noventa, los GIS (Geographic Information Systems) pasaron a ser GIS (Geographic Information Science) intentando darle mayor sustento a la base teórica de la tecnología desde una
visión centrada en los sistemas de información hacia otra centrada en la
ciencia, en la cual lo geográfico cumpliría un papel conceptual mayor. A
partir de los trabajos realizados por el National Center for Geographic Information and Analysis (NCGIA-UCSB)28, las ciencias que intentan aplicar metodologías geográficas comienzan a considerar que los Sistemas
de Información Geográfica como tecnología pueden aprovecharse en su
verdadera potencialidad y sus resultados pueden interpretados correctamente solo si se le presta mayor atención a las ciencias que apoyaron su
formación.
Es un camino que va desde la Geografía, hacia la perspectiva transdisciplinaria de las Ciencias de la Información Geográfica en la cual se
presenta un amplio campo de discusión que va desde el mapa tradicional hasta una amplia gama de poderoso instrumental metodológico (Fitz,
2005), lo que Wright et al. (1997) habían vislumbrado como un continuo
entre su posición de herramienta y su avance como ciencia ante la búsqueda y consolidación de su definición en una efectiva relación entre sus conceptos teóricos, algoritmos matemáticos, programas informáticos y el uso
de computadoras para la mejor utilización de la información referenciada
espacialmente (Bosque Sendra, 1999).
Entre los conceptos teóricos se destacan aquellos que son de base
netamente operativa y que intentan resolver cuestiones propias de la representación del espacio geográfico, a través de la consideración de entidades
posibles de ser trabajadas mediante métodos computacionales (raster, vector, x-tree, objetos), los algoritmos matemáticos y el uso computacional se
refiere a la mejora de la eficiencia en cuanto a las metodologías de resolución a través de la búsqueda de procedimientos más eficientes y el desarrollo de los Sistemas de Ayuda a la Decisión Espacial. Todo esto en una serie
de líneas de aplicación que han crecido notablemente en la última década.
Disciplinas que tradicionalmente han basado sus estudios en datos
28 National Center for Geographic Information and Analysis, http://www.ncgia.ucsb.edu
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
geográficos, como la Cartografía, Geografía, Fotogrametría, Geodesia, Teledetección y Topografía, aportan para el crecimiento de un marco teórico
transdisciplinario que se formaría básicamente desde las diferentes capacidades técnicas. En una segunda instancia se le suman aquellos campos
basados en el formato digital, como las Ciencias de la Información, la
Informática y la Geoinformática, que incorpora los Sistemas de Información Geográfica y el Procesamiento Digital de Imágenes Satelitales. Todos
ellos para combinarse con conocimientos de las ciencias básicas que utilizan datos geográficos.
Toda esta combinación tiene como resultado el surgimiento de una
nueva disciplina separada de las ciencias que le dan origen y basadas en
un punto de vista principalmente técnico, la Geografía quedaría diluida en
una multiplicidad de campos con dicha orientación.
Ciencias sociales integradas espacialmente
Otro importante avance en materia de formación de campos transdisciplinarios es la aparición de lo que se ha denominado como Ciencia Social Integrada Espacialmente, a partir de los avances teórico-metodológicos
realizados por el Center for Spatially Integrated Social Sciences (CSISS-U.
Illinois)29, al reconocerse un importante interés por la cuestión espacial por
gran parte de las ciencias sociales y un esfuerzo realizado por un grupo de
geógrafos/as con la finalidad de demostrar que el espacio podía actuar como
dimensión integradora (Bosque Sendra, 2005 y Goodchild, 2004).
A diferencia de los postulados de la actual teoría social crítica propuesta por Giddens (1984), en la cual la geografía humana ocupa un lugar
de poca relevancia frente a otras ciencias sociales de mayor tradición, aquí
se trabaja para ubicar a la Geografía como pívot sobre el cual se relacionarían el resto de las ciencias sociales. El intento resulta reforzar el papel que
actualmente desempeña el espacio geográfico en numerosas disciplinas
geográficas que ven beneficiosa su consideración.
El espacio geográfico no como un marco de contención (espacio absoluto) sino como un elemento explicativo en estudios de diversas problemáticas actuales en diferentes escalas, problemas ambientales globales y
del hábitat humano en redes regionales y desigualdades socioespaciales
locales.
29 Center for Spatially Integrated Social Science, http://www.csiss.org
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and methodological developments into emerging fields
Los Sistemas de Información Geográfica constituyen la principal
capacidad tecnológica para estudiar estas situaciones y lograr la integración, y los Sistemas de Ayuda a la Decisión Espacial como GeoDA (Geographical Data Analysis) creados por Luc Anselin del CSISS30 estarían
particularmente orientados a la tarea de realizar un análisis multivariado
exploratorio, análisis de autocorrelación espacial y análisis de regresión
múltiple con variables sociales integradas espacialmente, y en las cuales
el concepto de Distance Decay (Disminución con la distancia) de la interacción humana produce ajustes en los resultados. Un avance en materia
de software lo constituye GWR (Geographically Weighted Regresión)31,
al permitir ajustar geográficamente la predicción global de la regresión
múltiple.
Este avance técnico permite realizar una verdadera difusión del
análisis espacial a través de la tecnología de los Sistemas de Información
Geográfica (Boots, 2000) hacia la totalidad de ciencias sociales, y particularmente los SADE incorporan concretamente los conceptos analizados
en un avance de las técnicas cuantitativas en Geografía volcadas hacia los
análisis locales con mejores detalles, a través niveles de resolución espacial (Fotheringham et al., 2000).
En síntesis, la iniciativa está dada para que los aspectos teóricos de
integración tengan correlato con medios técnicos digitales en la línea de
los SADE, para que puedan aplicar sin inconvenientes un enfoque espacial
a través de sus variables sociales específicas.
Perspectivas futuras
Como se ha visto a lo largo de estas páginas, el impacto de las tecnologías digitales en nuestra ciencia ha sido notable, no solamente desde un
punto de vista técnico, sino principalmente conceptual.
A partir de la necesidad de brindarle sustento teórico a estas aplicaciones surgen otras geografías (geografía automatizada y Cibergeografía),
campos interdisciplinarios (Geoinformática y geografía global) y campos
transdisciplinarios (Ciencias de la Información Geográfica y Ciencias Sociales Integradas Espacialmente). Todos ellos centrados en los conceptos
de naturaleza espacial.
30 GeoDa, http://www.csiss.org (Spatial Tools / GeoDa)
31 GWR, http://ncg.nuim.ie/ncg/GWR
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teórico-metodológica hacia campos emergentes
Como se ha visto, la Geografía Automatizada brinda nuevos horizontes al paradigma cuantitativo a partir de la revalorización de sus aplicaciones en el ambiente computacional, y la Cibergeografía abarca temáticas
relacionados a los espacios virtuales producidos en el ciberespacio. Por
su parte, la Geoinformática resulta de la combinación de software para el
tratamiento de los datos espaciales y la geografía global tiene existencia
cuando a través de los Sistemas de Información Geográfica se difunde una
visión espacial al resto de las ciencias que hace uso de ellas. Finalmente,
las Ciencias de la Información Geográfica, y las Ciencias Sociales Integradas Espacialmente aparecen como nuevas disciplinas, la primera con
mayor orientación hacia la técnica y la segunda más teórica, aunque ambas
generando nuevos cuerpos de conocimiento llevando a la dilusión de sus
ciencias integrantes.
Queda evidenciado con claridad que la Geografía es la disciplina
base de los Sistemas de Información Geográfica y que su correcto uso no
surge a través del entendimiento de los manuales del usuario sino de la
profunda comprensión de los procedimientos geográficos que se han automatizado y de los conceptos teóricos que los sustentan.
La geografía global ha sido un camino inevitable, en el que nuestra
disciplina impacta en el resto de las ciencias. Los campos transdisciplinarios establecen una necesidad extra-geográfica para la cual muchos/as geógrafos/as han trabajado en la búsqueda de que la Geografía sea reconocida
como centro de la integración.
Estas líneas de estudio que se han comenzado a perfilar desde la
década del ochenta hoy se pueden ver de manera clara, y una vez más
demuestran la amplitud y riqueza que tiene la Geografía como ciencia,
ampliando sus alcances y nuevamente brindando bases para la generación
de nuevas perspectivas.
Particularmente, en el uso de la tecnología de los Sistemas de Información Geográfica, independientemente de en base a cual de las perspectivas se realice la aplicación, el contar con bases geográficas sólidas
brindará la posibilidad de darle mayor consistencia a los análisis. Al poner
la atención en las tecnologías digitales, se puede afirmar que la revolución
tecnológica se ha cumplido, la revolución intelectual está en marcha y la
Geografía ocupa un lugar de privilegio en toda esta evolución.
Revista Geográfica de América Central Nº Especial
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POLICYFORUM
SCIENCE AND GOVERNMENT
F. Biermann,1,2* K. Abbott,3 S. Andresen,4 K. Bäckstrand,2 S. Bernstein,5 M. M. Betsill,6 H. Bulkeley,7
B. Cashore,8 J. Clapp,9 C. Folke,10,11 A. Gupta,12 J. Gupta,1,13 P. M. Haas,14 A. Jordan,15 N. Kanie,16,17
T. Kluvánková-Oravská,18 L. Lebel,19 D. Liverman,20,21 J. Meadowcroft,22 R. B. Mitchell,23 P. Newell,24
S. Oberthür,25 L. Olsson,2 P. Pattberg,1 R. Sánchez-Rodríguez,26,27 H. Schroeder,15 A. Underdal,28
S. Camargo Vieira,29 C. Vogel,30 O. R. Young,31 A. Brock,1 R. Zondervan2
S
cience assessments indicate that
human activities are moving several of
Earth’s sub-systems outside the range
of natural variability typical for the previous
500,000 years (1, 2). Human societies must
now change course and steer away from critical tipping points in the Earth system that
might lead to rapid and irreversible change
(3). This requires fundamental reorientation
and restructuring of national and international
institutions toward more effective Earth system governance and planetary stewardship.
We propose building blocks of such a new
institutional framework, based on a comprehensive assessment conducted in 2011 by the
Earth System Governance Project, a 10-year
social science–based research program under
the auspices of the International Human
Dimensions Programme on Global EnvironVU University Amsterdam, 1081 HV Amsterdam, Netherlands. 2Lund University, 221 00 Lund, Sweden. 3Arizona
State University, Tempe, AZ 85287, USA. 4Fridtjof Nansen
Institute, 1326 Lysaker, Norway. 5University of Toronto,
Toronto, Ontario M5S 1A1, Canada. 6Colorado State University, Fort Collins, CO 80523, USA. 7Durham University, Durham DH1 3LE, UK. 8Yale University, New Haven, CT 06511,
USA. 9University of Waterloo, Waterloo, Ontario N2L 3G1,
Canada. 10Stockholm Resilience Centre, Stockholm University, 106 91 Stockholm, Sweden. 11Beijer Institute, Royal
Swedish Academy of Sciences, 104 05 Stockholm, Sweden. 12Wageningen University and Research Centre, 6706
KN Wageningen, Netherlands. 13UNESCO-IHE Institute for
Water Education, 2611 AX Delft, Netherlands. 14University
of Massachusetts at Amherst, Amherst, MA 01003, USA.
15
Tyndall Centre, University of East Anglia, Norwich NR4
7TJ, UK. 16Tokyo Institute of Technology, Tokyo 152-8552,
Japan. 17United Nations University Institute of Advanced
Studies, Yokohama 220-8502, Japan. 18CETIP, Slovak Academy of Sciences, 814 38 Bratislava, Slovakia. 19Chiang Mai
University, Chiang Mai, 50200 Thailand. 20University of Arizona, Tucson, AZ 85721, USA. 21Oxford University, Oxford
OX1 2JD, UK. 22Carleton University, Ottawa, Ontario K1S
5B6, Canada. 23University of Oregon, Eugene, OR 97403,
USA. 24University of Sussex, Brighton BN1 9SN, UK. 25Vrije
Universiteit Brussel, 1050 Brussels, Belgium. 26El Colegio
de la Frontera Norte, Tijuana, 22560 Mexico. 27University
of California, Riverside, Riverside, CA 92521, USA. 28University of Oslo, 0317 Oslo, Norway. 29Universidade de
Itaúna, 35680-054 Itaúna, Minas Gerais, Brazil. 30Independent scholar, Johannesburg 2010, Gauteng, South Africa.
31
University of California, Santa Barbara, Santa Barbara, CA
93106, USA.
1
*Author for correspondence. E-mail: frank.biermann@vu.nl
1306
mental Change (IHDP) (4, 5). The assessment has been designed to contribute to the
2012 United Nations (UN) Conference on
Sustainable Development in Rio de Janeiro,
which will focus on the institutional framework for sustainable development and possible reforms of the intergovernmental governance system.
The assessment revealed remaining differences of opinion among social scientists,
as well as an increasing consensus in many
areas. As a general conclusion, our work
indicated that incremental change (6)—the
main approach since the 1972 Stockholm
Conference on the Human Environment—
is no longer sufficient to bring about societal change at the level and with the speed
needed to mitigate and adapt to Earth system
transformation. Structural change in global
governance is needed, both inside and outside the UN system and involving both public and private actors.
To this end, decision-makers must seize
the opportunity in Rio to develop a clear and
ambitious roadmap for institutional change
and effective sustainability governance
within the next decade. Seven reform measures are urgently required as a first step.
Seven Building Blocks
First, the environmental agencies and programs of the United Nations must be
reformed and/or upgraded (7). Many reform
proposals have been submitted in recent
decades. Some of the more radical proposals—such as an international agency that
centralizes and integrates existing intergovernmental organizations and regimes—
are unlikely to be implemented and would
yield uncertain gains. However, most of us
see substantial benefits in upgrading the UN
Environment Programme to a UN specialized agency for environmental protection
along the lines of the World Health Organization or the International Labor Organization, that is, a strong environmental organization with a sizable role in agenda-setting,
norm-development, compliance manage-
The United Nations conference in Rio de
Janeiro in June is an important opportunity
to improve the institutional framework
for sustainable development.
ment, science assessment, and capacitybuilding (8–10).
Second, it is crucial to strengthen the integration of the social, economic, and environmental pillars of sustainable development,
from local to global levels. The UN Commission on Sustainable Development (CSD) was
created in 1992 for this purpose. Yet its political relevance as a subbody to the UN Economic and Social Council has remained limited. Governments must now take action to
improve the integration of sustainable development policies. In our view, the CSD must
be replaced by a new mechanism that stands
much higher in the international institutional
hierarchy. The most promising route is creating a high-level UN Sustainable Development Council directly under the UN General
Assembly (11). To be more effective, such
a council should rely not on traditional UN
modes of geographical representation, but
give special predominance to the largest economies—the Group of 20—as primary members that hold at least 50% of the votes in the
council. Only such a strong novel role for the
Group of 20 will allow the UN Sustainable
Development Council to have a meaningful
influence in areas such as economic and trade
governance. The countries that cooperate in
the Group of 20 represent about two-thirds
of the world’s population and around 90%
of global gross national product. This legitimizes a sizeable institutional role for these
nations as primary members of a powerful
UN Sustainable Development Council.
Third, better integration of sustainability
governance requires governments to close
remaining regulatory gaps at the global
level. One such area is the development and
deployment of emerging technologies, such
as nanotechnology, synthetic biology, and
geo-engineering. Such emerging technologies promise significant benefits, but also
pose major risks for sustainable development. They need an international institutional
arrangement—such as one or several multilateral framework conventions—to support
forecasting, transparency, and informationsharing; further develop technical standards;
help clarify the applicability of existing treaties; promote public discussion and input;
engage multiple stakeholders in policy dia-
16 MARCH 2012 VOL 335 SCIENCE www.sciencemag.org
Published by AAAS
Downloaded from www.sciencemag.org on September 10, 2012
Navigating the Anthropocene:
Improving Earth System Governance
logues, and ensure that environmental considerations are fully respected (12).
Fourth, integration of sustainability policies requires that governments place a stronger emphasis on planetary concerns in economic governance. Environmental goals
must be mainstreamed into global trade,
investment, and finance regimes so that the
activities of global economic institutions
do not undermine environmental treaties
because of poor policy coherence (13, 14).
Changes in world trade law to discriminate
between products on the basis of production
processes are critical if investments in cleaner
products and services are to be encouraged,
for example, through special recognition for
environmentally friendly products and technologies. Such discrimination, however, must
be based on multilateral agreement to prevent
protectionist impacts.
Fifth, we argue for a stronger reliance on
qualified majority voting to speed up international norm-setting. Political science
research shows that governance systems that
rely on majority-based rule are quicker to
arrive at far-reaching decisions and that consensus-based systems limit decisions to the
preferences of the least ambitious country
(15). Yet at the international level, majoritybased decision-making is still rare and needs
to be further extended especially when Earthsystem concerns are at stake. Weighted voting mechanisms can ensure that decisions
take all major interests among governments
into account without granting veto power to
any country (16).
Sixth, stronger intergovernmental institutions as outlined here raise important questions of legitimacy and accountability (17).
Global governance through UN-type institutions tends to give a larger role to international and domestic bureaucracies, at the
cost of national parliaments and the direct
involvement of citizens. Accountability can
be strengthened when stakeholders gain
better access to information and decisionmaking through special rights enshrined in
agreements or stronger participation in councils that govern resources and in commissions
that hear complaints. Greater transparency
can help empower citizens and consumers to
hold governments and private actors accountable and can provide incentives for better sustainability performance (18). In particular,
stronger consultative rights for civil society
representatives in intergovernmental institutions would be a major step forward, including in the UN Sustainable Development
Council that we propose. This requires, however, transparent and effective accountability mechanisms for civil society representatives vis-à-vis their constituencies, as well
as appropriate mechanisms that account for
imbalances in the strength of civil society
among different countries and for power differentials among different segments of civil
society (for example, through separate subchambers for different regions and/or different interests, such as environmentalists,
industry, youth, and so on).
Seventh, equity and fairness must be at the
heart of a durable international framework
for sustainable development. Strong financial
support of poorer countries remains essential (19). More substantial financial resources
could be made available through novel financial mechanisms, such as global emissions
markets or air transportation levies for sustainability purposes (20).
Constitutional Moment
The world saw a major transformative
shift in governance after 1945 that led to
the establishment of the UN and numerous other international organizations, along
with far-reaching new international legal
norms on human rights and economic cooperation. We need similar changes today, a
“constitutional moment” in world politics
and global governance.
Such a reform of the intergovernmental
system—which is at the center of the 2012
Rio Conference—will not be the only level
of societal change nor the only type of action
that is needed toward sustainability. Changes
in the behavior of citizens, new engagement
of civil society organizations, and reorientation of the private sector toward a green economy, are all crucial to achieve progress. Yet,
in order for local and national action to be
effective, the global institutional framework
must be supportive and well designed. We
propose a first set of much-needed reforms
for effective Earth system governance and
planetary stewardship. The 2012 Rio Conference offers an opportunity and a crucial test
of whether political will exists to bring about
these urgently needed changes.
References and Notes
1. W. Steffen et al., Global Change and the Earth System
(Springer, New York, 2004).
2. H. J. Schellnhuber et al., Eds., Earth System Analysis for
Sustainability (MIT Press, Cambridge, MA, 2004).
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4. F. Biermann, Glob. Environ. Change 17, 326 (2007).
5. Science and Implementation Plan of the Earth System
Governance Project (Working papers, Earth System Governance, 2009); www.earthsystemgovernance.org.
6. Incremental change refers to minor reforms that attempt
to increase efficiency and effectiveness of governance
without fundamentally altering decision-making rules,
basic organizational arrangements, funding levels, or
legal commitments, among others.
7. O. R. Young, L. A. King, H. Schroeder, Eds., Institutions
and Environmental Change (MIT Press, Cambridge, MA,
2008).
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9. S. Charnovitz, Columbia J. Environ. Law 27, 323 (2002).
10. A. Najam, M. Papa, N. Taiyab, Global Environmental Governance (International Institute for Sustainable Development, Winnipeg, Canada, 2007).
11. Earth System Governance Project, Eds., Towards a Charter
Moment: Hakone Vision on Governance for Sustainability
in the 21st Century (International Environmental Governance Architecture Research Group, Tokyo, 2011).
12. K. W. Abbott, G. E. Marchant, D. J. Sylvester, Environ. Law
Rep. 36, 10931 (2006).
13. P. Newell, in Re-thinking Development in a CarbonConstrained World, E. Palosuo, Ed. (Ministry for News
Anal. Foreign Affairs, Finland, Laivastokatu, 2009), pp.
184–195.
14. J. Gupta, N. van der Grijp, Eds., Mainstreaming Climate
Change in Development Cooperation (Cambridge Univ.
Press, Cambridge, UK, 2010).
15. J. Hovi, D. F. Sprinz, Glob. Environ. Polit. 6, 28 (2006).
16. Weighted voting implies a departure from the traditional
intergovernmental approach of “one-country-one-vote,”
which gives equal weight to all countries regardless of,
e.g., their population size. Our proposal of special voting
rights for the Group of 20 in the UN Sustainable Development Council is one example. Another example is the
double-weighted majority voting in the treaties on stratospheric ozone depletion, which accept majority decisions
in certain areas as long as they include the majority of all
developing countries and the majority of industrialized
countries.
17. S. Bernstein, J. Int. Law Int. Rel. 1, 139 (2005).
18. A. Gupta, Ed., Glob. Environ. Polit. 10, 1 (2010).
19. World Bank, World Development Report 2010: Development and Climate Change (World Bank, Washington, DC,
2009).
20. B. Müller, International Adaptation Finance (Oxford Institute for Energy Studies, Oxford, 2008).
www.sciencemag.org SCIENCE VOL 335 16 MARCH 2012
Published by AAAS
Downloaded from www.sciencemag.org on September 10, 2012
CREDIT: FRANZ DEJON/INTERNATIONAL INSTITUTE FOR SUSTAINABLE DEVELOPMENT/EARTH NEGOTIATIONS BULLETIN
POLICYFORUM
10.1126/science.1217255
1307
Intervention: Critical physical geography
Rebecca Lave
Department of Geography, Indiana University
Matthew W. Wilson
Department of Geography, University of Kentucky
Elizabeth S. Barron
Department of Organismic and Evolutionary Biology and the Program on Science, Technology & Society, Harvard University
Christine Biermann
Department of Geography, The Ohio State University
Mark A. Carey
Department of History, University of Oregon
Chris S. Duvall
Department of Geography, University of New Mexico
Leigh Johnson
Department of Geography, University of Zurich
K. Maria Lane
Department of Geography, University of New Mexico
Nathan McClintock
Department of Urban Studies & Planning, Portland State University
Darla Munroe
Department of Geography, The Ohio State University
Rachel Pain
Department of Geography, Durham University
James Proctor
Environmental Studies Program, Lewis & Clark College
Bruce L. Rhoads
Department of Geography, University of Illinois Urbana-Champaign
Morgan M. Robertson
Department of Geography, University of Kentucky
Jairus Rossi
Department of Geography, University of Kentucky
Nathan F. Sayre
Department of Geography, University of California at Berkeley
Gregory Simon
Department of Geography and Environmental Sciences, University of Colorado-Denver
Marc Tadaki
Department of Geography, University of British Columbia
Christopher Van Dyke
Department of Geography, University of Kentucky
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
DOI: 10.1111/cag.12061
© 2013 Canadian Association of Geographers / L’ Association canadienne des géographes
2 Rebecca Lave et al.
A recent opinion piece rekindled debate as to whether geography’s current interdisciplinary make-up is a
historical relic or an actual and potential source of intellectual vitality. Taking the latter position, we argue
here for the benefits of sustained integration of physical and critical human geography. For reasons both
political and pragmatic, we term this area of intermingled research and practice critical physical geography
(CPG). CPG combines critical attention to power relations with deep knowledge of biophysical science or
technology in the service of social and environmental transformation. We argue that whether practiced by
individuals or teams, CPG research can improve the intellectual quality and expand the political relevance of
both physical and critical human geography because it is increasingly impractical to separate analysis of
natural and social systems: socio-biophysical landscapes are as much the product of unequal power relations,
histories of colonialism, and racial and gender disparities as they are of hydrology, ecology, and climate
change. Here, we review existing CPG work; discuss the primary benefits of critically engaged integrative
research, teaching, and practice; and offer our collective thoughts on how to make CPG work.
Keywords: physical geography, critical human geography, transdisciplinarity, anthropocene
Intervention en géographie physique critique
Un article d’opinion paru récemment est à l’origine de la relance d’un débat qui pose la question à savoir si le
fondement interdisciplinaire actuel de la géographie serait une relique historique ou une source réelle et
potentielle de vitalité intellectuelle. En prenant la défense de la seconde position, nous militons en faveur des
bénéfices découlant de l’intégration soutenue de la géographie physique et de la géographie humaine critique.
Pour des raisons à la fois politiques et pragmatiques, nous avons nommé ce domaine de recherche et de
pratique enchevêtré la géographie physique critique (GPC). C’est au service de la transformation sociale et
environnementale que la GPC intègre un regard critique sur les relations de pouvoir à la connaissance
profonde de la science ou de la technologie biophysique. Que se soient des individus ou des équipes qui la
pratiquent, les travaux de recherche en GPC peuvent contribuer à l’amélioration de la qualité intellectuelle et à
l’élargissement de la pertinence politique de la géographie humaine critique et géographie physique, compte
tenu que la séparation de l’analyse des systèmes naturels et des systèmes sociaux pose des difficultés d’ordre
pratique. À l’origine des paysages sociobiophysiques se trouvent autant les relations inégales de pouvoir, les
histoires de colonialisme et les disparités raciales et entre les sexes que l’hydrologie, l’écologie et les
changements climatiques. Dans cette partie de l’article, nous passons en revue les travaux actuels en GPC,
nous engageons une discussion sur les principaux avantages des approches intégratives et véritablement
critiques en recherche, dans l’enseignement et dans la pratique, et nous proposons nos réflexions collectives
sur la façon d’appliquer la GPC.
Mots clés : géographie physique, géographie humaine critique, transdisciplinarité, anthropocène
Introduction
In a recent column in Geolog, Stephen Johnston, a
geologist at the University of Victoria, proposed the
disbanding of geography departments in order to
end the “entirely arbitrary” combination of physical
and human geographers and reunite them with their
respective physical and social science kin (2012, 6).
Johnston’s piece catalyzed a fierce debate on a
number of online fora. The bulk of responses
rejected his argument, but the belief that physical
and human geographers are joined by historical
inertia rather than any potential or actual intellectual synergy remains common both inside and
outside the discipline, and is important to refute.
We argue here that there are great mutual benefits
from active integration of physical and critical
human geography, as demonstrated in the work of
geographers who combine critical attention to
relations of social power with deep knowledge of a
Correspondence to/Adresse de correspondance: Rebecca Lave, Department of Geography, 701 E. Kirkwood Ave, Indiana University,
Bloomington, IN 47405, USA. Email/Courriel: rlave@indiana.edu
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
Critical physical geography
particular field of biophysical science or technology
in the service of social and environmental transformation. We term this integrative intellectual practice
critical physical geography (CPG). Its central precept
is that we cannot rely on explanations grounded in
physical or critical human geography alone because
socio-biophysical landscapes are as much the
product of unequal power relations, histories of
colonialism, and racial and gender disparities as they
are of hydrology, ecology, and climate change. CPG is
thus based in the careful integrative work necessary
to render this co-production legible.
Naming has material impacts, demanding particular forms of intellectual practice and marking out
particular objects of inquiry. Critical physical geography calls forth a distinctive combination of
research that may appear oxymoronic to human
geographers who oversimplify contemporary
research in physical geography as naively positivist
(a position that ignores the range of epistemological
approaches within it, as Gregory 2000, Rhoads and
Thorn 1996, Trudgill and Roy 2003, and many others
have pointed out), or offensive to physical geographers who interpret it as a renewed critique of
physical geography. Despite these potential hazards, we believe that the term raises important
questions: what are the opportunities for a more
critical physical geography and a more physical
critical human geography? What new research,
teaching, and political practices can we build on a
foundation of subaltern studies, biogeography,
political-economy, geomorphology, social studies
of science, and climate science?
3
example, Clark and Richards (2002), Fryirs and
Brierley (2009), Phillips (2010, 2011), Rhoads et al.
(1999), and Wohl and Merritts (2007) demonstrate
how apparently objective reference frames in fluvial
geomorphology are imbued with value-based
assumptions about the relevant human scales in
environmental change. Such notions of river channel
“naturalness” are as much normative and contextual
as “scientific,” and shape environmental management in particular ways. As these and other physical
geographers have pointed out, research does not
merely describe, but also produces the environments in which we live.1
Similarly, CPG is foreshadowed by three decades
of work in political ecology and environmental
history, which combine ethnographic work with
attention to the specificity of nature’s material
features to explain environmental change and
degradation (Blaikie 1985; Hecht 1985; Watts 1985;
Blaikie and Brookfield 1987; Cronon 1995; Bakker
and Bridge 2006; Huber and Emel 2009; Robbins
2012). This combination enabled political ecologists
to explain, for example, African drought and
pastoralist responses to it as regionally specific,
variable, and impossible to characterize accurately
from either satellites or UN Headquarters (Turner
1999), and soil erosion in rural Bolivia as a result of
depopulation, contradicting widespread Malthusian
assumptions (Zimmerer 1993). Yet, while political
ecology has done a great deal to foreground our
always-politicized interactions with the biophysical
environment, it frequently privileges social processes/theories in the explanation of biophysical situations. The “ecology” is rarely an equal partner to
the “political” (Walker 2005).2
Antecedents and existing work
We begin by acknowledging that the synthesis we
espouse has clear precedents. There is a long history
of critical work within physical geography. Biogeographers, for instance, have debated the epistemology
of human disturbance as well as the ontology of
biogeographic features, even if not in these philosophical terms (Duvall 2011a). Thomas Vale argued
that “human values, not the ecological effects per se,
determine the ‘goodness’ or ‘badness’ of human
alteration of [vegetation]” (Vale 1982, 67), and
William Denevan critically re-read source literature
to explode “the pristine myth” of American wilderness in 1492 (Denevan 1992). This tradition continues in current physical geography research. For
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
1
For some physical scientists, research termed “physical geography” already evokes multi- and trans-disciplinary intellectual
practices and the hybridities of working across practice, analysis,
and policy-making.
2
Another important precedent is the vital ongoing work in
sustainability science and land use/land cover change science.
The work of W. Clark, B.L. Turner, and their colleagues is compatible
with CPG in its interdisciplinarity, its attention to social-ecological
interactions that are non-linear and path dependent, and in its
aspiration to practical relevance and policy impact (Turner
et al. 2007; Turner and Robbins 2008). Where CPG differs is in its
emphasis on the co-production of socio-biophysical systems, its
deep engagement with social theory and the material roots and
consequences of unequal power relations, and its reflexive
intellectual practice that acknowledges the social and political
shaping of research agendas and practices, calling into question
claims to universal and value neutral research findings.
4 Rebecca Lave et al.
CPG thus extends both political ecology and the
tradition of critique within physical geography
through a fresh integration of physical geography
and critical human geography. The integrative
holism of CPG requires critical human geographers
to engage substantively with the physical sciences
and the importance of the material environment in
shaping social relations, while expanding physical
geographers’ exposure to and understanding of the
power relations and human practices that shape
physical systems and their own research practices.
The intellectual project at CPG’s core is not a matter
of compiling different approaches in adjacent boxes,
but of working synthetically to integrate those
approaches through direct conversation and mutual
interference (Demeritt 2009). With this deeply
integrative approach, we believe that CPG can
become an important subfield of geography that
occupies a vital niche at the interface of critical
human and physical geography.
A number of researchers have begun to demonstrate the reflexive and integrative epistemological
spirit that motivates CPG, striving to produce critical
biophysical and social explanations while also
reflecting on the conditions under which those
explanations are produced. For example, in “human
bio-geography” (Head et al. 2012), scholars read
plant ecology alongside political discourse to understand pattern and process in the postmodern
biosphere. Chris Duvall’s work explores how
humans have affected plant distribution by drawing
on historical data about where particular species
were recorded (Duvall 2011a, 2011b). Yet the
documentary sources for much of the Global South
are loaded with dated, ethnocentric, colonialist, and
racialized views of the world that affect how both
people and plants are represented. Duvall draws on
both Edward Said and soil science to demonstrate
how definitions of geographic features in Africa have
been intimately tied to colonial and neo-colonial
goals of controlling natural resources and recalcitrant populations, thus strengthening our physical
and social understanding of biogeographic relations
(Duvall 2011a, 2011b).
Extending Stuart Lane’s collaborative work on
practicing flood science within a wider participatory
framework (Lane et al. 2011), Rachel Pain’s team of
human and physical geographers and an English
Rivers Trust group used Participatory Action
Research, a collaborative approach that enables
affected or interested people to take a leading role
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
in research, thus unsettling scientists’ and policymakers’ monopoly on expertise. Trust members
identified slurry getting into the river as an issue of
particular concern, collected data, and conducted
analysis with support from scientists, discussed the
implications of their findings, and planned and
implemented follow-up action. The result was a
series of maps of land cover and risk across the
catchment, and a model to identify farm vulnerability, allowing locally tailored and politically sensitive
solutions to slurry pollution (Pain et al. 2011).
Bruce Rhoads, Michael Urban, and their collaborators have addressed the interplay between human
agency and biophysical processes in the agricultural
landscape of the Midwestern United States, where
economic imperatives to sustain agricultural production in seasonally wet, poorly drained soils led
farmers to channelize extant streams and extend
drainage channels into previously unchanneled
parts of the landscape (Rhoads and Herricks 1996;
Urban 2005a). Humans thus became the dominant
geomorphological agent of change in headwater
streams (Urban and Rhoads 2003a), resulting in
widespread simplification and homogenization of
channel form that limits habitat complexity and
affects the integrity of fish communities (Frothingham et al. 2001; Rhoads et al. 2003; Rhoads and
Massey 2012). Addressing this anthropogenic damage would appear to be straightforward, but, over
time, land drainage has taken on cultural and social
significance, becoming a central part of farmers’
sense of identity (Wilson et al. 2003; Urban 2005b).
Rhoads, Urban, and their colleagues have demonstrated that alternative management solutions must
engage social and cultural concerns if they are to
succeed environmentally.
There are numerous other examples of CPG work,
such as research on the ways in which institutional
power is coded into land-cover classification
(Robbins 2001), the interrelated neoliberalization
of environmental science and management in stream
restoration (Lave et al. 2010; Lave 2012a, 2012b), the
effects of socio-economic conflicts on water management and climate change adaptation (Carey 2010;
Carey et al. 2012), and the ways in which existing
hydrological models entrench certain tradeoffs
about who is at risk from flooding and who loses
and gains from it (S. Lane et al. 2011), among many
others (Proctor 1998; Robertson 2006; Crifasi 2007;
Sutter 2007; Sayre 2008; Hird 2009; Linton 2010;
Lorimer 2010, 2012; Mansfield et al. 2010; Clark
Critical physical geography
2011; K.M. Lane 2011; Grabbatin and Rossi 2012;
Mahoney and Hulme 2012; Simon 2012; Tadaki
et al. 2012; Wainwright 2012; Doyle et al. 2013;
Barron et al. in review). Although this work spans a
wide range of topics and fields within geography, its
common characteristic is deep engagement with
both theories of power and physical science, using
integrative explanatory frameworks to better illuminate the co-production of socio-biophysical systems.
Potential benefits: Why bother?
This growing body of CPG work is difficult to dismiss
because it is so deeply necessary, intellectually and
practically. Scholars in a wide and growing array of
biophysical disciplines have concluded that many of
Earth’s most fundamental processes are now dominated by human activities (Vitousek et al. 1997;
Lubchenco 1998; Haff 2010). Geologists and chemists have gone so far as to propose a new geological
epoch—the Anthropocene—for the current period of
Earth’s history, recognizing that broad areas of
inquiry are simply unintelligible if human and
physical considerations are addressed in isolation
(Crutzen and Stoermer 2000; Zalasiewicz et al. 2010;
Biermann et al. 2012; Lorimer 2012; Sayre 2012;
Proctor 2013). But the complexity of these sociobiophysical systems—as embodied in issues such as
natural hazards, biodiversity loss, epidemiology,
and food security—often falls victim to “the violence
of abstraction” (Sayer 1989) when isolated within
(sub)disciplinary silos that reduce human/social
factors and processes to a simple variable or that,
conversely, view natural factors as mere politically
motivated constructs.
To dissolve the human/nature dualism our concepts have to change, as do our explanatory
frameworks. For example, are existing classifications of species and even biomes, such as savannas
or rainforests, still useful with the ongoing anthropogenic changes in climate and species distribution
(Ellis et al. 2010; Duvall 2011a)? The acceleration of
change and interconnectedness among these systems is inarguable, yet once used in policy, these
ecological boundaries become materially instantiated through management provisions, thus effectively
transitioning “from a socially constructed line, to a
line actively constructing society” (Simon 2011, 97).
Because governance and conservation frameworks
are organized around these shifting distinctions,
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
5
new points of collaboration are necessary to reassess
a wide variety of boundaries, their (mis)use in the
policy realm, and their consequences for social
justice and ecological health.
Similarly, to better understand current forms of
environmental degradation, vulnerability to natural
hazards, and the dynamics of food insecurity, we
need to address the different stages of capitalism
and their accompanying landscape signatures. Resource use and landscape management practices
have changed in concert with capitalism’s transitions from mercantilism to colonial extraction,
through Fordism and into its current neoliberal
phase (Arrighi 1994; Moore 2000, 2008). New forms
of government and civil regulation have emerged at
each stage, dictating how these new modes of
production interact with the environment (Polanyi
1944; Jessop 1997; Agrawal 2005). The rescaling of
both production and regulation has generated
qualitatively different forms of nature (Gibbs and
Jonas 2000; Swyngedouw and Heynen 2003;
McCarthy 2005), fundamentally altering both human
and physical geographers’ field sites.
For instance, to understand the dynamics of food
insecurity, it is now necessary to consider the
“rediscovery” of grains as speculative financial
commodities, which has had serious consequences
for both food security and cultivation patterns.
Similarly, to explain losses of soil organic matter
or of particular soil microorganisms it is increasingly
necessary to address management practices that
respond to particular political economic drivers—
such as the slashing of government subsidies for
agricultural inputs, credit, and extension under
neoliberal structural adjustment programs—and
the consequent shift towards export production.
We advocate for this new subfield because we
believe it will benefit a wide range of geographers.
CPG foregrounds the material bases of issues such as
resource availability, vulnerability, and resilience,
enabling critical human geographers to develop a
deep knowledge of the biophysical processes at work
in their field sites, and the influence of these
processes on human agency and inequality. Julie
Guthman’s (2011) recent work, for example, centres
on the processes by which environmental toxins
might contribute to obesity. Guthman’s claim that
obesity should be addressed as a product of
capitalist-driven industrial processes rather than
as a moral failing of individuals relies heavily on
physical science data on the production and
6 Rebecca Lave et al.
proliferation of endocrine-disrupting chemicals.
Further, critical human geographers may find that
engaging in CPG research, individually or collaboratively, gains them greater access to policy audiences
in order to expand the social justice impacts of their
research.
At the same time, CPG enables physical geographers to understand and recognize the politics that
shape both their own research and the systems they
study. To understand the impacts of climate change
in the Peruvian Andes, for example, demonstrating
that glacier-fed rivers are drying up is very important
(Chevallier et al. 2011; Baraer et al. 2012). However,
recognizing who manages that water, how stakeholders’ objectives and power vary, and how hydrological research to date has benefitted hydroelectric
companies more than peasants (Vergara 2007; Carey
et al. 2012) is also a crucial step toward producing
more accurate, practical, and relevant knowledge.
CPG thus enables physical geographers to improve
their understanding of the socio-ecological roots of
environmental processes, and to present findings
more likely to produce socially and environmentally
resilient policy outcomes (Berkes and Folke 1998).
CPG also offers physical geographers the resources
to examine the connections between their research
and its social, economic, and political context,
deepening their understanding of the ways that their
own knowledge is situated in time and space
(Livingstone 2003; Raj 2007; Tadaki et al. 2012).
Put bluntly, to understand the Anthropocene we
must attend to the co-production of socio-biophysical systems. Integrating the power relations and
social processes at the heart of critical human
geographic inquiry and the material processes at
the heart of physical geographic inquiry is increasingly important for both the analytical strength and
political impact of our work.
Critical physical geography in practice:
Making this work
Conducting CPG research is challenging because it
integrates substantively different epistemologies.
Despite this, we have found CPG surprisingly doable
in practice because of the shared emphasis on
complexity, particularity, and processes across critical human and physical geography. The biophysical
sciences’ turn away from equilibrium theories about
how nature works in favor of emphases on non-
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
linearities, multi-scalar phenomena, complexity,
path dependencies, thresholds of change, and historical legacies is very compatible with critical social
scientific ideas about agency, change, contingency,
and causality (Zimmerer 1994; Urban and Rhoads
2003b; Proctor and Larson 2005; Rhoads 2006;
Harrison et al. 2008). This turn towards process,
stochasticity, and observer-dependence in physical
geography is directly cognate with what is known as
the “post-structural turn” in critical human geography. Thus for both individual CPG researchers and
transdisciplinary teams, issues of epistemological
compatibility are less severe than many would
expect. There are other barriers to CPG research,
however, that we wish to highlight; our recommendations to address them underline the importance of
integration, cross-training, and collaboration.
A first issue is building shared, or at least
compatible, research methodologies to expand the
pool of CPG research and researchers; each of us has
discovered that making critical physical geography
work in practice requires some methodological
retooling. It is a tall order to master methods that
may range from historical materialist dialectics to
calculus. Some researchers will embrace the extra
training required to conduct CPG research solo,
while others will prefer to pursue disciplinary
excellence as part of a team. In the latter case, a
basic competence in—and mutual respect for—the
methodological frameworks of CPG collaborators
should be a minimum requirement.
In addition to methodological work, expanding
CPG will require attention to pedagogy as we develop
the institutional frameworks to create and encourage new cultures of epistemic pluralism (Castree
2012). CPG needs to encompass and engage a
diversity of teaching, learning, and research styles.
As Nick Clifford (2002) argues:
One of the messages from the study of the sciences is
the power of culturing: if we do not expect (or even
want) students to integrate in circumstances where we
have complete control, then how much less so can we
expect a unitary discipline to survive, let alone thrive,
when these students progress as the next generation?
Which is worse: near fainting at the sight of an
equation in a lecture, or derision of “imagined” or
“mystic” geographies? The truth is, neither should
ever have been indulged! (435)
Clearly, we need to strengthen institutional spaces
for cross-training so that students become familiar
Critical physical geography
with, or even master, multiple methods and academic languages. A central part of this will be
bringing the concepts and categories through which
critical human and physical geographers “see” the
world into conversation through concept orientations that detail the origin and context of key ideas,
perspectives, and theories. In our experience, such
conversations can create discomfort, but they are
critical to the development of integrative research,
and to shared intellectual growth.
Another key element will be strengthening or
reinstating requirements for coursework crosstraining, which at many universities have been a
casualty of the competitive struggle for funding,
university auditing of time-to-completion, and the
demands of specialization. This is a major challenge
to the ongoing survival of geography as a discipline
(as evidenced by Johnston 2012), and demands a
commensurate rethinking of both how we train
students and how we explain and justify this
training. We thus suggest that students participate
in classes that are themselves an integration of
critical human and physical geography approaches,
to demonstrate how such integration can generate
innovative research questions and findings that
advance our understanding of complex sociobiophysical issues.
Finally, enabling integrative CPG work requires
some logistical effort. Funding is certainly a key
issue, as many existing grant programs are closed to
CPG proposals. In Canada, for example, national
funding is divided between social and physical
science, so it is not possible to apply for a grant to
do CPG work. But even in countries with programs
that accept CPG proposals, it is critical for program
officers to select reviewers open to, and capable of
evaluating, both physical and critical human work.
Thus, although the funding situation for CPG
research in the United States. appears more promising, inappropriate reviewer pools mean that such
research is difficult to fund in practice. There is a
similar situation for publication. In our experience, it
can be very hard to publish work that combines
physical science and critical engagement with social
theory and power relations. New journals are one
possibility, but a better solution would be for editors
and associate editors of existing journals to change
the ways in which they select and recruit reviewers.
The emergence of the GIS & Society movement
within geography provides an example of a similar
effort to bridge subfields that has been quite
The Canadian Geographer / Le Géographe canadien 2013, xx(xx): 1–10
7
successful. After the disruptive “GIS Wars” of the
early 1990s, critical human geographers and GIScientists worked together to design and agree upon a
shared research agenda focused on the social
implications of mapping technologies (Schuurman
2000; Sheppard 1995, 2005). Today, some graduate
(and even undergraduate) programs have incorporated these perspectives on GIS into their training.
New generations of critical human geographers are
finding ways to both incorporate GIS techniques as
part of radical praxis and provide an informed
critique of the technologies, and new cohorts of
GIScientists are increasingly interested in enrolling
the theories and methodologies of critical human
geography to iteratively construct alternative mapping technologies (Elwood 2009). This does not
mean that the differences between them have
collapsed; indeed, there remain real challenges in
bridging geo-technical scholarship with critical
theory. However, the last 20 years of GIS & Society
work has enabled a more reasoned debate about
these challenges, creating opportunities for engagement and experimentation and providing a striking
precedent for critical physical geography.
Conclusions
Critical physical geography embraces the unity of
social and physical landscape change, a claim that
Carl Sauer and geographers of his generation
accepted as fundamental. But the modern context
demands that we engage beyond generalized concepts of “culture” or “society” interacting with stable
earth systems and ecologies. Specific modes, strategies, and institutions of governance and development interact with stochastic, contingent physical
processes to shape the earth; racism, the movement
of global capital, and the history of colonialism are as
fundamental as the hydrologic cycle, atmospheric
circulation, and plate tectonics. We have defined CPG
as work that combines critical attention to relations
of social power with deep knowledge of biophysical
science or technology in the service of social and
environmental transformation. Eliding the diversity
of either social or physical processes is not just
misleading, but actively unhelpful in contributing to
that transformation.
We hope the discussion above will spark conversation about the possibility for more integrative
scholarship and more collaborative practices. Read
8 Rebecca Lave et al.
in a different light, Stephen Johnston’s Geolog
column (2012) points to a broader problem of lost
opportunities. CPG is our response.
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Miguel Ángel Silva1
Resumen
El presente artículo de reflexión indaga primeramente sobre las mutaciones
que se han producido en el campo de las ciencias sociales y de la cultura en
general, en contextos de modernidad y posmodernidad. El objetivo básico
del artículo es apelar a concepciones postestructuralistas sobre el espacio
y sobre el tiempo favoreciendo el estudio de las heterogeneidades y de las
diferencias. Se plantean los distintos espacios de alteridad partiendo de la
concepción de la geografía como espacialidades sociales que iluminen la
teoría y que favorezcan los elementos críticos de las mismas. Se comienza
con el análisis de los espacios del lenguaje, espacios del yo y del otro,
espacios del lugar, espacios de la agitación, espacios de la experiencia
y espacios de la escritura. Los resultados —teniendo en cuenta las
problemáticas planteadas— son altamente provisionales y se constituirán
mediante una continua resignificación conceptual discursiva que la geografía
contemporánea nos pueda ofrecer.
Palabras clave: postestructuralismo, espacios alternativos, espacios del
lenguaje, espacios del yo y del otro, espacios del lugar, espacios agitados,
espacios de experiencia, espacios de escritura.
1 Doctor en Geografía. Profesor de Geografía, profesor titular ordinario, profesor asociado regular del Centro de Investigaciones
Geográficas. Universidad Nacional de La Plata. Instituto de Geografía. Universidad Nacional de La Pampa, República
Argentina. miguelangel.silva153@gmail.com
Abstract
This article of reflection inquires first on mutations that happen in the field
of social science and culture in general, in the context of the modernity and
postmodernity. The basic objective of the article is to appeal to poststructuralists concepts about space and time favoring the study of heterogeneities
and differences. We describe the different spaces of otherness, starting from
the conception of geography as social spaces that make light up the theory
and may help their critical elements. It begins with the analysis of the language spaces, spaces of myself and the other, spaces of the place, spaces
of the agitation, spaces of the experience, and spaces of the writing. The
results, taking into account the issues raised, are highly provisional and will
be constituted using a continuous discursive conceptual resignification that
the contemporary geography can offer.
Keywords: poststructuralism, alternative spaces, language spaces, spaces
of self and other, spaces of the place, spaces of the agitation, spaces of
experience, spaces of the writing.
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Introducción
El presente artículo tiene la intención de
reflexionar y debatir sobre perspectivas
que hasta estos momentos han sido parcialmente eludidas por la academia geográfica latinoamericana.
Esta circunscripción y la elección del
tema: Críticas postestructuralistas en las
concepciones de los espacios geográficos, se encuentran contextualizados en
una serie de debates mucho más inclusivos, que, más allá de la consabida y
tradicional concepción de paradigmas
de origen kuhniano, enriquecen como
panorama contenedor los niveles de tensión y análisis crítico de los mismos.
La relación dialéctica modernidad-posmodernidad sería el eje estructurante
donde se desarrollaría la irrupción de
los cambios en la cultura contemporánea, ya que a través de la misma se
han tejido y se enhebran y entroncan los
distintos discursos que le dan sentido y
direccionalidad al pensamiento contemporáneo.
A lo largo de la historia de la geografía,
el desarrollo de una racionalidad dominante de carácter teórico o instrumental es la que ha prevalecido a la hora
de conceptualizar el espacio como objeto de estudio de la geografía, como
han señalado algunos geógrafos que se
han dedicado a la historia crítica del
pensamiento geográfico: Capel (1981),
Gregory (1978, 1998), Ortega Cantero
(1987), Unwin (1995), Ortega Valcárcel (2000), Thrift (1996). Si bien, ello
ha sido evidenciado en la geografía
del análisis locacional y parcialmente
en las corrientes perceptuales y comportamentales hasta las dialécticas críticas, en escasas oportunidades se ha
indagado en el ámbito de la geografía
latinoamericana la construcción de otras
espacialidades alternativas que cuestionen la validación de dichas espacializaciones racionalistas. La articulación de
lo social y lo geográfico, en infinidad
de oportunidades fue tratada como si el
mundo de lo social fuera ajeno al geográfico, casi siempre conservando una
actitud discursiva excesivamente binaria —independiente— del talante crítico
que se le haya otorgado. Es decir, que el
binarismo que focaliza el yo cartesiano
siempre ha sido el centro de la construcción del discurso que se generó a través y alrededor del mismo. Lo que se
pretende ahora es explorar, cuestionar
y desmontar ese yo ordenador, ese yo
organizador tanto como praxis, tanto
como metáfora, pero no acudiendo a lo
“otro” como antípoda, que ocluye, y no
permite la presencia de “otros” que se
manifiestan por medio de discursos, sujetos, conceptos teóricos, etc.
La idea central para la concepción de
estas otras espacialidades que se desarrollarán a continuación, se fundamenta en la anterior definición de lo social
como sustantivo y constitutivo de hacer
geografía; pero aquí hay que hacer notar y marcar como perentorio que ese
ethos social debería ser un ethos que
se traduzca en términos más poéticos e
imaginativos-críticos o en prácticas sociales que generen multiuniversalidades
y no solamente universalidades.
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Estos tipos de análisis epistemológicos
abordan la articulación entre lo histórico, social, cultural y geográfico,
ya que contienen un potencial crítico e inevitablemente desestabilizador, como estrategia para definir esas
“otras” formas de pensar, concebir y
actuar en los espacios geográficos.
El objetivo del artículo es presentar
un panorama epistemológico de las
tendencias postestructuralistas, las
que —predominantemente— desafían
las discursividades racionalistas y universales-estáticas de los discursos de
las ciencias sociales en general y de la
geografía, en particular.
Se ha elegido el texto Thinking Space,
como un lugar para explorar dichas
tensiones epistemológicas y metodológicas y como ensayo creativo para
pensar la geografía en direcciones alternativas a lo planteado por el statu
quo.
Los capítulos que son tratados en el
texto corresponden a pensadores, tales
como: Wittgenstein (1961), De Certeau (1982), Derrida (1967), Bakhtin
(1981), Foucault (1976), Deleuze y
Guattari (1998), Virilio (1997), Latour
(1993), Serres (1994), Said (1995),
Fanon (1961), Benjamin (1982), Lefebvre (1974). Merecen un capítulo
especial y una buena parte son analizados por geógrafos británicos: Gregory, Doel, Philo, Merrifield, Savage. Los primeros son los referentes
por los cuales se pueden interpretar
seis tipos de especialidades.
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En la introducción al libro, en sus dos
editores: Nigel Thrift (2000) y Mike
Crang (2000), ya se pueden evidenciar
sus propuestas, sus preocupaciones y
sus ocupaciones en tanto geógrafos que
poseen una mirada interpeladora, no
solo del concepto espacio, sino de la
vida misma en cuanto objeto de estudio
y sus despliegues, en tanto concreciones
materiales y simbólicas.
Novedosos planteos ante la geografía
convencional y también para los campos
de relaciones extradisciplinarias, sea del
área lingüística, comunicacional, psicoanalítica o estética, ética o cognitiva.
Evidentemente, las lecturas y la concreción de este libro sirvieron de plataforma básica para la conceptuación de las
teorías no representacionales que posteriormente elaboraría el mismo Nigel
Thrift (2008), con elementos ligados a
las representaciones, al poder, a las
identidades, al lenguaje y las prácticas
sociales, al tiempo y a las performatividades en la vida social.
Las seis espacialidades enumeradas y
desarrolladas en la introducción de este
libro, son:
a) Espacios del lenguaje.
b) Espacios del yo y del otro.
c) Espacios del lugar.
d) Espacios de la agitación.
e) Espacios de experiencia.
f) Espacios de escritura.
Las dos primeras nos remiten a planteamientos teóricos que, aún hoy día, transitan las ciencias sociales, y las otras
cuatro tienen puntos referenciales disciplinarios más concretos.
La metodología para desarrollar este
artículo fue la hermenéutica crítica, en
tanto comprensión y análisis de la introducción y de los discursos textualizados que constituyen el cuerpo central
del libro.
En otras palabras, nos encontramos ante
una metodología fuertemente interpretativa que se corresponde evidentemente
con dichos planteos hermenéuticos básicos.
1. Espacios del lenguaje
Siempre ha existido una conexión entre el lenguaje y el espacio, pero con
distintas modalidades. En principio, el
lenguaje es el gran mediador entre el
pensamiento prístino y el mundo, y, de
esta forma, como el lenguaje puede ser
espacializado, como el espacio puede
ser textualizado.
Podríamos decir que se constituyen en el
antecedente de las geografías estructuralistas y postestructuralistas que, como
corrientes teóricas, no solo comienzan
en la lingüística, sino que se expanden
a la antropología, la física, la neurobiología, etc.
Las ideas del lingüista suizo De Saussure (1945), podrían ser las primeras en
las que abrevar a través de la lingüísti-
ca estructural, donde no se rastrean los
cambios del lenguaje a lo largo del tiempo y del espacio cultural. Para De Saussure (1945), cobra importancia central
un espacio lingüístico para definir su
atemporalidad en concordancia con el
modelo sincrónico.
Es decir, la preeminencia del lenguaje
en un tiempo determinado y no a lo largo del tiempo (diacrónico). Si bien el
modelo saussureano es estático en sí, es
de referencia espacial, y fundamentalmente en la concepción del significado y
del significante y la red semiótica en la
cual se relacionan entre sí los elementos
del lenguaje.
Estas concepciones influenciarán en
la deconstrucción de Derrida (1967)
y también en uno de los psicoanalistas
más importantes del siglo XX: Lacan
(1992).
El trabajo lacaniano se centralizó en la
constitución de un universo estructural
significante maestro, un principio ordenador y legislador: en este caso, la ley
del nombre del padre.
La relación de lo real con el lenguaje es
una exterioridad inarticulada y traumática que no se corresponde con el universo simbólico. Para Lacan, el lenguaje es
un espacio intricado y anudado de relaciones complejas donde se registran lo
simbólico, lo imaginado y lo real.
Deleuze (1998), sin embargo, se aleja
del lenguaje como representación y se
acerca a la acción, pero como creadora de efectos y no, como supondría es-
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perarse, como representación teatral.
Ciertamente aquí el aporte de Heidegger (1951) es importante, al considerar el espacio más que como un límite,
como una creación de lo que encierra,
donde tiene más que ver con el hacer
que con el conocer.
Otro punto interesante de estos espacios del lenguaje nos remite al lugar
que ocupan el enunciado y el lugar de
enunciación. Aquí las referencias nos
llevan al teórico ruso Mijail Bakhtin
(1981), que desarrolló su tarea a lo largo de todo el siglo XX hasta su fallecimiento en 1975, y quien nos propone
dos conceptos centrales en su teoría literaria: la heteroglosia y las unidades
del habla.
La noción de heteroglosia implica a los
lenguajes operando en plural y entre
personas y lugares, y donde se evidencia la particularidad de considerarlos
como evolucionan.
Desde el segundo punto de vista,
Bakhtin (1981) ubica al lenguaje tanto
en el espacio como en el tiempo, mediante el cronotopo como el campo histórico del dominio de formas particulares del lenguaje. El lenguaje aquí está
insertado en el contexto de unidad de
habla, entendiéndose en tres términos:
el emisor, el destinatario y la relación
existente entre ellos. Donde existe una
relación incompleta entre los sistemas
simbólicos con la acción de lo social,
donde dos emisores no tienen el mismo
parecer, donde el emisor y el público
ven la misma práctica comunicativa
pero de distintas posiciones. Bakhtin
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nos remitía al principio dialógico de la
razón y por lo tanto de la comunicación. Entonces el lenguaje está ligado a
los tiempos y a los espacios en acción.
Esto nos lleva a dos preguntas básicas:
¿Qué rol juega el espacio en la construcción del pensamiento y del lenguaje? ¿Existen espacios que se despliegan, y con qué efectos? La presencia
de los espacios del yo y del otro podría
explicar estas preguntas.
2. Espacios del yo y del otro
En la historia de las ideas existen perspectivas sobre la construcción del yo
que, en algunas épocas, fueron altamente hegemónicas, con planos muy
interesantes acerca de su pertinencia
actual o de su real o aparente desaparición. Ortega Valcárcel (2000)
La construcción del yo moderno evidentemente reconoce —con independencia de las teorías biologicistas—
una fuerte impronta cartesiana: en la
conocida separación mente y cuerpo.
Hubo deliberados intentos por estructurar una unidad de ese yo, desde ópticas vitalistas que tienen fuertes connotaciones heideggerianas. Thrift (1996),
Díaz (2007)
También la cuestión del yo tiene mucho
que ver con Foucault, acerca del yo
como cuerpo administrado, entrenado
y disciplinado. En relación directa con
Foucault (2002), otros autores piensan
que el cuerpo es un artefacto sociocultural donde la corporalidad en sí mis-
ma se reproduce desde lo psíquico, lo
social, lo sexual y lo representacional
(Grosz, 1995). La cultura construye así
un orden biológico a su propia imagen.
El individuo moderno corresponde y
está relacionado con la textualización
del yo, con el surgimiento de diarios y
autobiografías. Por ejemplo: los estudios de la historia de la vida privada de
Ariès y Duby (1992) han brindado sugestivos aportes.
Posteriormente, el individuo es reestructurado en tiempo y espacio, definidos como existencias particulares, pero
existencias tecnologizadas y ciertamente
inscriptas en límites disciplinarios y en
procesos de dominio y autocontrol. El
yo moderno fue creado utilizando tecnologías mediadoras, conectando a la gente en tiempos y lugares distintos. Thrift
y Crang (2000)
Filosóficamente, aquí el yo se crea por
un-estar-en-el-mundo. Las fronteras del
yo no son el límite, sino que refuerzan
ese sentido del yo.
Se podría mirar un yo espacial moderno
a través de estas lentes de individualidad
práctica y espacializada. Por ejemplo, la
unificación y fragmentación de ese yo
mediante nuevos medios de transporte,
comunicaciones y los medios masivos
de comunicación y tecnología. Esto fue
estudiado por Virilio (1997) en sus tratados comunicacionales en la década del
90.
Pero habría que acotar que esta concepción del yo espacial implica nuevas es-
calas y funciones. El género, la clase y
las circunstancias históricas modulan la
expansividad del espacio imaginario.
Aquí existe un punto neurálgico, pues
el proceso de individualidad espacial se
ha aumentado con los modelos dualistas del “yo” y del “otro”, que sustentan
una serie de imaginarios territoriales favoreciendo territorios de autoidentidad
contra una alteridad radical y exótica
creando fuertes tensiones culturales.
Thrift (2000)
Ciertamente, esta situación desembocó
en Occidente en la creación y legitimación de derechos y teorías universalistas, ellas se basaron en el no-Occidente
como escenario de apoyo material y
simbólico. En este sentido, el filósofo
turco Castoriadis (1975), en su primera
época, establece que la mirada teórica
solo podía leer lo que estaba escrito en
término de la misma y no admitía espacios de alteridad.
Esto nos lleva indefectiblemente a considerar las influencias del pensamiento
poscolonial que ha mutado de intentar descolonizar las autoidentidades de
quienes anteriormente eran gobernados
por poderes occidentales, a intentar deshacer el legado colonial en categorías
del pensamiento occidental.
Las categorías e ideas del pensamiento
occidental moderno, entonces, deben
relocalizarse desde lo geográfico, y sus
pretensiones de universalidad necesitan
circunscribirse y localizarse. Esto, a su
vez, implica una crítica al sujeto conocedor y trascendente que lleva las prác-
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ticas coloniales a la órbita teórica y se
encierra en una lógica de dominio.
de los espacios del conocimiento y del
deseo, por ejemplo.
El cartógrafo Tom Conley (1996) trabajó esta situación en las representaciones
cartográficas en los mapas cordiformes
basados en la analogía humanista del
cuerpo y del mundo.
Por ello es que se proponen modos de
conocimiento no figurativos, las teorías
del actor-red, las teorías de las prácticas, los conocimientos performativos
y los espacios de la teoría en diálogo.
(Thrift & Crang, 2000)
Esta visión implica una crítica a la concepción cartesiana de la espacialidad y,
en cierta medida, a la concepción estética de un pintor como por ejemplo el
holandés J. Vermeer, en este caso a través de su célebre cuadro El geógrafo.
¿Por qué?
Por un lado, el cartesianismo con su
trascendencia epistémica que era una
técnica compleja de poder, era un medio para el observador de legislar lo que
constituía la verdad receptiva (Crary,
1990). Así, la mente del investigador
funciona como un espacio interior y la
percepción y el pensamiento se interpretan como cuasiobservables. El pintor
holandés J. Vermeer, del siglo XVII,
con su cuadro El geógrafo, nos demuestra ciertamente su función moderna, en
que el sujeto privado aislado, encerrado
en un espacio doméstico donde el conocimiento sigue un modelo de representación visual que objetiva el mundo en
que el observador se encuentra, en un
vértice de un cono de visión y que se
constituye en una forma excepcional de
dominio. Thrift (2000)
Se corre el riesgo entonces de identificar
la producción del mundo como imagen
adoptando la posición de sujeto, evadiendo diferentes pensamientos acerca
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Es interesante notar que el concepto de
interacción dialógica nos marca la inserción del sujeto en los lugares, pero
las tecnologías visuales modernas desplazan al observador, para convertirlo a él en parte del campo de la visión.
Entonces, el espacio del conocimiento
no se automantiene, pues, al contrario,
genera diferencias. Estas diferencias no
se producen en abstracto, sino que se
resuelven en espacios concretos. Por
ejemplo: los espacios concretos de la
modernidad.
3. Espacios del lugar
Para interpretar los espacios del lugar
es imprescindible conectarnos con la
teoría social y con algunos de los aspectos de las teorías urbanas. Se parte
como ejemplo ilustrativo de las situaciones metonímicas de dos ciudades:
París, como metonimia de la modernidad, y Los Ángeles, como metonimia
de la posmodernidad, tal como lo plantea Edward Soja (1989, 1996) en sus
respectivos libros: Postmoderns Geographies y Thirdspace: Journeys to Los
Angeles and other real and imagined
places.
París constituiría la metonimia del lugar
de la modernidad, puesto que es considerada como la ciudad de la imaginación y de la teoría o, al menos, como
una imaginación teórica. También porque gran parte de los cientistas sociales
tratados en este trabajo realizaron sus
investigaciones en esta ciudad. La mayoría de ellos que pensaron a través de
los lugares y la imaginación de los lugares que producen teoría.
Existirían tres elementos para considerar a París como un lugar vivo y
concreto: 1) la posición de París en el
campo de la producción artística y de
otras formas culturales. No sería posible
referenciar a París sin la presencia de
los poetas simbolistas como Rimbaud o
Baudelaire, sin los impresionistas como
Manet, Toulousse-Lautrec, etc; sin los
escritores tales como Emile Zola o Víctor Hugo. Pero muchos estudiosos relacionan la experiencia artística parisina
con la sexualidad y el espacio urbano.
Ya Walter Benjamin (1982), inspirado
por la poesía de Charles Baudelaire, nos
hablaba de París como la capital del siglo XIX y como la ciudad embrionaria
de movimientos artísticos de la modernidad. En síntesis: nos hablaba del prototipo del hombre moderno: el flaneur.
(Baudelaire, 2009)
Se asocia el concepto de flaneur con
un tropo de las prácticas artísticas, intelectuales y urbanas con su legado de
masculinidad, consumo vital, objetos
transformados en productos (y en la esfera pública sexualizada, feminizados).
Aquí pareciera que la ciudad de París
tiene una función regulatoria del espacio sexualizado muy distinta a Londres,
Madrid o Berlín, especialmente en la
reglamentación de la “vida nocturna”.
2) La adaptación de estas prácticas estéticas es la problemática de París como
ciudad textualizada. Un estudioso de la
cultura: Prendergast (1992), analiza el
mapeo de paisajes a páginas y en ese
sentido, es tanto lo que se ha escrito
sobre París con respecto a los desplazamientos y a las teorías del viaje, que
cuando investigamos sobre los escritores refugiados pensamos no solo en biografías, sino en verdaderas geografías.
París se constituye así en una ciudad que
emerge de los intersticios de sus propias
ruinas. Recordemos los textos de Michel de Certeau (1984) o los del mismo
Walter Benjamin, cuando compara su
infancia en Berlín y como trae del pasado imágenes al presente en su obra emblemática: El Proyecto Arcades (Das
Passagen-Werk). (Benjamin, 1982).En
este sentido,para Benjamin:París es una
de esas ciudades cuya grandeza emerge
desde los intersticios de sus ruinas del
pasado. Olalquiaga (1992)
3) Del análisis semiótico se puede extraer una urbanidad que refleje las prácticas de la vida cultural y de la forma
en que estas se desterritorializan como
universales y se reterritorializan reflexivamente como una buena ciudad.(Thirft
y Crang,2000)
La presencia y crecimiento de cafés a finales del siglo XIX (24000 cafés), como
también los cambios nocturnos en las
calles. París es una ciudad central cuya
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historia se puede elucidar a lo largo de
una historia de límites concéntricos. El
reconocimiento del París desconocido, las importancias étnicas otorgadas
por algunos autores: Maspero (1994)
o Augé (2000) a los banlieues (barrios
periféricos), que se han convertido en
sitios marginales, de movimientos anclados en un lugar que toman relevancia
actual en la teoría o en el arte.
Es mucho más fructífero considerar a la
periferia desde estas perspectivas, desde
abajo y no con un interés para generar
homogeneidades urbanas, sino tratar las
formas estéticas de tal manera para que
vislumbren multiplicidades; es lo que
llamaría el jesuita Michel de Certeau
(1984): heterologías.
Por ello, París es tomada como emblema de la modernidad y su vida moderna
se lee a través de un relato de velocidad,
como un verdadero agente devastador
de una orientación espacial que reclama
y reconoce prácticas estéticas.
4. Espacios agitados
Las figuras de espacios agitados se deben a Bruno Latour (1997), quien mediante sólo unas narrativas clave, que
luego proveen toda la acción, genera un
tropo radicalmente constituido.
Una de las narrativas más importantes
es la que se refiere a la compresión temporo- espacial: Bauman (2000), Harvey
(1995), Virilio (1991), Jameson (1996).
Esta es una narrativa que tuvo y tiene
una amplia exposición en los discursos
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geográficos, culturales y sociopolíticos
de finales del siglo XX y principios del
XXI.
La compresión temporo-espacial presenta dos situaciones que se excluyen mutuamente: es importante, a la vez que se
torna menos importante. Aquí los viajes
y las comunicaciones tienen un rol fundamental, y la velocidad que han adquirido ha atravesado las fronteras nacionales a través de porosidades materiales
por un lado, y a través de flujos informacionales, por el otro, Castells (1997),
que puede producir una disolución total
del espacio, generar un espacio isocrónico, un espacio como dimensión perdida, en palabras de Virilio (1997).
Sobre el viejo espacio territorial, surge
un nuevo espacio cibernético. La noción
de que vivimos en un mundo acelerado
se ha convertido en un recurso para las
culturas occidentales, como una forma
de generar nuevas identidades y de hacer nuevas metáforas.
Si bien la aceleración alimenta y se alimenta de la narrativa globalizadora, la
que sin embargo produce una propensión a trabajar la idea de diferencia. De
allí que es más importante en la vida
contemporánea la variedad cultural de
las sociedades, que la variedad de culturas en la sociedad.
En el proceso de la expansión de redes,
las culturas se arremolinan, se mezclan, comienzan a gestarse nuevamente.
También la globalización está poniendo
en tela de juicio las nacionalidades fijas, despojando la idea de culturas herméticas. Por ello, no es extraño que la
globalización haya producido innumerables metáforas espaciales. Metáforas de
identidades y de pertenencias que son
abiertas, basadas en puntos de contacto,
en hibrideces, zonas fronterizas, y que,
ciertamente, cuestionan la vieja dialéctica de Oriente-Occidente, de lo familiar
y de lo extraño, de lo uno y de lo otro,
pergeñando una mezcla cultural que
tiende a deslegitimar la idea de exotismo cultural tan típicamente modernista
(esto se puede observar no solo en la
realidad, sino también por ejemplo en
el cine etnográfico que había sido elaborado siguiendo estas pautas de exotismo
social y cultural).
5. Espacios de experiencia
La idea de espacios de experiencia genera controversias acerca de la constitución fenomenológica del yo, es decir,
cómo podemos hablar hoy de espacios
experimentales subjetivos cuando el yo
considerado como el cuerpo parece difuminarse y debilitarse.
Por esto es que la noción de experiencia
tiene que ser compartida con otras corrientes de pensamiento que involucren
y relacionen las cuestiones de la movilidad. Una de estas corrientes es la que
postula el paso de la noción de cuerpo,
no como centro de percepción, privilegiado, sino como personificado, donde
lo carnal en algunas oportunidades se
relaciona con el mundo y llega a interactuar con otros campos, miméticamente
o de otras formas. En la teoría de actorred, el pensamiento siempre viene muy
equipado, rodeado de un vasto aparato
de artefactos, que no son incidentales,
sino que están mediados por la propia
producción de los objetos.
La experiencia y el pensamiento siempre han estado asociados a la calma,
pero con la predominancia del viaje hay
que dotarla de nuevas experiencias para
pensarla en esos términos. Y para finalizar, la experiencia implica un modelo
de escritura como un modo de inscripción que mejor pueda expresar, mediante nociones derrideanas de indicio
y aplazamiento, la ilusión de la propia
presencia, el aquí y el allí del viaje y
la necesidad de producir modelos que
puedan hacer algo diferente. (Thrift &
Crang, 2000)
Ciertamente cada una de estas literaturas pone énfasis en la práctica, pero en
una práctica distribuida e impulsada a
la acción mediante la conexión en espacios que están representados como un
verdadero enjambre de movimientos y
contramovimientos.
Tres escritores trabajaron sobre estas
perspectivas: Derrida, Deleuze y Serres. El primero a través de la deconstrucción, el segundo a través del pensamiento rizomático y el tercero asociado
al ya mencionado Bruno Latour. Lo que
quiere Derrida con la deconstrucción, es
minar dentro de los textos la lógica de
la oposición del binarismo, tan presente
en la mayoría de ellos. Pero la deconstrucción derrideana es criticada precisamente por alejarse de la construcción y
existencia contradictoria de la vida en
sentido amplio, y su deconstrucción
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trasladada al texto pareciera que escribe
sobre la nada.
En el caso de Deleuze (1988), la vida
es un poder impersonal, no orgánico,
que va más allá de cualquier experiencia vivida. Para Deleuze y su “geofilosofía”, el espacio es una dimensión
crucial que requiere nuevos territorios
conceptuales: nuevos espacios afectivos y perceptivos (artísticos), nuevos
espacios de imágenes (pintura, cinematografía), nuevos espacios de sonido (música). Ciertamente que Deleuze, en el tratamiento del inconsciente,
lo referencia a la construcción de los
mapas, donde —entre otras tantas cosas— los mapas deberían construirse
no por medio de trayectorias, en extensión, sino en intensidades, lo que
colma el espacio como una forma de
conversión.
Ligado parcialmente a la anterior perspectiva de Bruno Latour, se encuentra
el pensamiento de Serres (1994), en
el que la experiencia es una cualidad
móvil en la cual el tiempo y el espacio se encuentran realizados por el
trabajo de operadores comunicativos.
Tanto tiempo, como espacio, constituyen una “diversidad plegable múltiple”, de ahí su interés por el viaje y
por las representaciones cartográficas.
Para él, dicho espacio móvil es sólo
factible por los flujos y de él emanan
imágenes para el viajero, en este caso
un geógrafo que las tiene que traducir
siguiendo las connotaciones de movilidad para poder advertirlas en sus desplazamientos.
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6. Espacios de escritura
En principio: ¿Será la escritura el problema esencial de la especialización?
Thrift (2000) considera que en las
ciencias sociales y en las humanidades
se puede observar cierto retorno a las
“representaciones”. Este autor avanzará posteriormente a la escritura de este
libro que analizamos Thinking Space
(2000), hasta generar las teorías no representacionales donde la escritura reclama “performatividad” como una manera de transmitir planos emocionales y
afectivos, como una forma de registrar
los sentidos.
En la época que escribe Thrift, apela a
estas representaciones textuales basándose en el ya mencionado Derrida, para
entender una concepción en el estímulo
del “juego” de la semiosis mediante el
poder comunicativo del intertexto, la
escritura conjunta de rastros y una búsqueda de enredos productivos que han
desafiado la lucha espaciotemporal del
lenguaje.
Judith Butler (1993) piensa el discurso
como un juego de sustitución, donde un
signo es más que un signo en sí: “es un
signo de” o “un sustituto para”. Desde la literatura en general, las obras de
Joyce (1995) o Beckett (1952) transforman al lenguaje en representación y la
escritura se concibe como un espacio
por el cual viajar y con el cual negociar,
y esto se encuentra presente hasta en
ciertos aforismos de Nietzsche (2003) o
Wittgenstein (1961).
Pero la obsesión de la escritura como
espacio tiene algunas consecuencias.
Una vez que la escritura se convierte
en espacio, se generan paralelismos con
otras formas espaciales, con redes de
comunicaciones y tecnologías de la información, con viajes y transportes, con
diagramas o pantallas (como recursos)
que mezclan la escritura con los espacios de la ciencia. Esto es lo que sucede
con los espacios del caos que son tanto
científicos o generalmente culturales,
como los piensa Bruno Latour (2007).
finiciones, glosario, etc. Es decir, que
existe una ubicación. En tercer lugar,
los espacios en el texto son espacios de
experimentación, que intentan escribir
más allá de las formas corrientes de textualidad (Thrift & Crang, 2000). Deben
contemplar evocaciones, metonimias,
subjetividades, citas y vueltas a citar,
y resultantes. Lo que se busca es escribir sobre mapas literarios. Para Moretti
(1998), debería considerarse el mapeo
de los espacios de escritura como un
método en y de sí mismo.
Por ejemplo, Livingston (1997) intenta
estudiar a través del caos una lógica que
funciona en las formaciones históricas
y culturales del Romanticismo y de la
postmodernidad.
Para finalizar el núcleo expositivo del
artículo, se brindará un cuadro sinóptico con las metodologías que en algunos
casos son específicas de cada tipo de
espacios, pero que en otros, se complementan. Pero haciendo la salvedad que
todas ellas se alejan de las metodologías
positivistas y empiristas racionalistas,
con el objetivo de desentrañar la espacialidad social con los siguientes encuadres metodológicos:
En segundo lugar, los textos pueden ser
considerados como una especie de geografía corpórea, donde se concentra en
el mecanismo paratextual de la autoría:
tapa, nombre del autor, título, dedicatoria, epígrafe, prefacio, notas al pie, deCuadro sinóptico metodológico
Tipos de espacios
Encuadre metodológico
Espacios del lenguaje
semiótico-cronotopo
Espacios del yo y del otro
psicoanalítico-imaginario
Espacios del lugar
vivencial-existencial-metonímico
Espacios agitados
teorías del actor-red.
Espacios de experiencia
deconstrucción-rizomático
Espacios de escritura
deconstrucción-metonímico
Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174
169
7. Conclusiones
En el artículo se han tratado nuevas especialidades que indiscutiblemente nos
encaminan a establecer una serie de conclusiones que se relacionan con cuestiones que son de orden epistemológico,
metodológico, filosófico, científico y
geográfico, en sentido estricto.
En primer lugar, desde el punto de vista
epistemológico se cuestionan las filosofías racionalistas y las filosofías del yo
como ordenadoras y legitimadoras del
statu quo científico tradicional. Ello supuso indagar acerca del “giro cultural”
o giro lingüístico que se ha producido
en las dos últimas décadas del siglo XX.
En cuanto al conocimiento en general,
se han puesto en tela de juicio los criterios de validación y hasta los presupuestos éticos que conlleva la investigación científica teórica y aplicada. Todo
ello supone un cambio en las formas de
difusión de la realidad constitutiva de
los procesos con los que habitualmente
nos encontrábamos abocados en la tarea
intelectual (comprensión, explicación,
descripción, crítica, etc.).
Al desplazar ese yo racionalizador, entran en juego nuevas percepciones e intelecciones, nuevos posicionamientos en
las relaciones cognitivas y hasta en las
valorativas, generando un campo fértil
que debe ser debatido porque atañe directamente a nuestra tarea diaria como
geógrafos. Es importante aclarar que
tampoco existe consenso acerca de los
efectos críticos que pueden generar estos discursos sobre la posmodernidad.
170
Miguel Ángel Silva
Para algunos intelectuales, la cuestión
posmoderna implica una red de enmascaramientos ideológicos que anulan
la criticidad de formas de pensamiento
modernista ya consagradas. Para sus defensores, por el contrario, lo posmoderno implica una apertura a las otredades
y a las alteridades, desmitificando los
discursos legitimadores de la cultura occidental contemporánea. De esta forma
se accede a ciertas formas de relativismo cultural que actuarían como fuentes
de resistencia a los mecanismos opresivos y coercitivos e impuestos por el
pensamiento racional, ordenador y modernista.
En segundo lugar, refiriéndonos a las
concepciones de las nuevas especialidades, es innegable que los nuevos
procesos de territorialización y desterritorialización supondrían nuevos posicionamientos no solo empíricos, sino
teóricos.
Esta situación de las nuevas territorialidades y de qué forma los procesos de
aceleración de los medios de comunicación, la constante individualización y
la irrupción de sofisticadas tecnologías
tuvieron y tienen efectos positivos, pero
también negativos sobre las conceptuaciones del espacio. Las ideas que aquí
toman fuerza son, por un lado, el tratamiento que otorgamos a los espacios
de la virtualidad y por otro lado, también se pueden observar las fragilidades y arremolinamientos y porosidades
culturales, políticas, sociales, económicas y espaciales. Parecería que de esta
forma comprendemos que los procesos
de espacializaciones no quedan fijos en
sus conformaciones y en sus dinámicas;
contrariamente, existen fracturas y pliegues de dichas espacializaciones, como
afirma la geógrafa británica Doreen
Massey (2005).
En tercer lugar, las propuestas de Thrift
y Crang resultan atractivas sobre las posibilidades de trabajar o deconstruir (en
lenguaje derrideano) la cuestión espacial
del texto, rescatando planos vivenciales,
biográficos o emocionales, permitiendo
la acción dialógica entre los unos y los
otros, recuperando formas semióticas
escasamente exploradas en el seno de
las lecturas de la geografía convencional.
En cuarto lugar, las corrientes postestructuralistas junto con las deconstruccionistas, aunque francesas en su
origen, tuvieron una aceptabilidad razonable en la academia estadounidense y
británica, y junto a otras facilitaron la
irrupción de los estudios culturales (género, minorías sexuales, minorías religiosas, etnias,) y del poscolonialismo,
el nuevo tratamiento de los viajes como
formas de representación, el estudio de
las mentalidades de los viajeros, las tensiones y apropiaciones de los nuevos espacios descubiertos, etc.
En quinto lugar, dado que se trata de
espacios de múltiples lecturas sociales,
culturales y políticas no convencionales,
de los que también podría rescatarse el
estudio de las subjetividades subalternas
(con autores tales como Bahba (2010),
Spivak (2000), Beverley (2004), Mo-
reiras (2001), etc.), que se relacionan
con los estudios poscoloniales, los que
a su vez están ciertamente influidos por
la deconstrucción. Aunque es necesario
advertir que el rescate de estas ideas sobre “lo subalterno” está siendo cuestionado por otras corrientes de pensamiento más universales y totalizadoras (por
ejemplo: el marxismo), sobre la recepción y las lecturas que de las mismas se
pueden llevar a cabo en Latinoamérica.
De las anteriores conclusiones más generales, arribamos a una conclusión
sustantiva y específica, producto del
análisis hermenéutico realizado sobre
dichas espacialidades interpretadas en el
artículo, como se planteó en el objetivo
central: marcar diferencias y propender
a la búsqueda de heterogeneidades sociales, culturales, histórico-geográficas
y políticas.
En concomitancia con esta conclusión
a la que se llega, las propuestas de estas nuevas espacialidades, nos presentan una serie de pistas o caminos sobre
cómo tensar el estudio de la geografía,
ya que reinterpretan, reelaboran y cuestionan lo disciplinariamente establecido.
Por ello —lejos de hacer una crítica ortodoxa o lineal— sería más enriquecedor desplegar un arsenal de esfuerzos
que develen los mecanismos subyacentes que existen en teorías, propuestas y
prácticas geográficas, y se considere a
las mismas como un laboratorio experimental y vivencial desde donde iniciar y
transitar la crítica académica cotidiana.
Perspect. geogr. Vol. 18 No. 1. Año 2013 Enero-Junio, pp. 157-174
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Recepción: 9 de abril de 2012
Evaluación: 4 de octubre de 2012
Aprobación: 20 de junio de 2013
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Miguel Ángel Silva
Dialogues http://dhg.sagepub.com/
in Human Geography
Geography, nature, and the question of development
Eric Sheppard
Dialogues in Human Geography 2011 1: 46
DOI: 10.1177/2043820610386334
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Article
Geography, nature, and the
question of development
Dialogues in Human Geography
1(1) 46–75
ª The Author(s) 2011
Reprints and permission:
sagepub.co.uk/journalsPermissions.nav
DOI: 10.1177/2043820610386334
dhg.sagepub.com
Eric Sheppard
University of Minnesota, USA
Abstract
During the last decade, geography has gained new salience as a development factor in the public imagination
and policy realms, through the work of scholars located outside the discipline. Jared Diamond and Jeffrey
Sachs have popularized the idea that a physical geographic backcloth, first nature, profoundly shapes the
conditions of possibility for global economic prosperity or poverty, and sustainability. Geographical
economists have built microfoundational accounts of second nature: how uneven geographies emerge on a
uniform biophysical backcloth. ‘New’ development economists, now profoundly critical of neoliberal
globalization, argue for both Keynesian and Hayekian alternatives. Notwithstanding their differences, these
communities of scholarship share a sociospatial ontology that underwrites a stageist, teleological
conception of economic development, to be made possible by globalizing capitalism. A geographical,
relational/dialectical conception of the relationship between the economy, space/time and socionature,
within a broadly political economic conception of societal change, creates space for multiple development
trajectories and livelihood assemblages, deconstructing the global North as the natural locus of definitions
of the good life and expertise about what constitutes development.
Keywords
assemblage, contestation, development, economics, geography, nature, positionality, spatialities
Introduction
Geography continues to struggle to control its own
destiny. When presenting a lecture on trade-led
globalization at the Center for Advanced Study in
the Behavioral Sciences in 2005, to the most challenging and engaged interdisciplinary social science
and humanities audience I have faced, I thought
long and hard about how to convey what geographers do. It became clear in the questions posed during and after the talk, however, that the audience
already had a strong conception of Geography,
namely that publicized by Diamond and Sachs, and
wanted me to explain how my work related to theirs.
I recalled my service on a funding panel in the late
1990s, which rejected a proposal by economists to
study geography and economic development. Any
Schadenfreude at telling economists how geography
should be done was short-lived. Within months, this
approach was featured in World Bank discussions
on development (cf. Henderson, 1999). In August
2006, the Federal Reserve Bank of Kansas City
hosted a symposium on economists’ economic geography addressed by US Federal Reserve chairman
Corresponding author:
Department of Geography, University of Minnesota, Minnesota,
MN 55455, USA
Email: shepp001@umn.edu
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Sheppard
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Ben Bernanke. Now, drawing as much on Paul
Krugman as Sachs, the World Bank’s World Development Report 2009, subtitled ‘reshaping economic
geography’, signals that global policy-makers are
highlighting this relationship (World Bank, 2008).
Krugman himself was awarded the 2008 Nobel
Medal in Economics, in part for his formulations
of how geography, trade and development are
interrelated.
As these experiences illustrate, a tension has
emerged between conceptions of geography and
development circulating in society at large, and the
dominant forms of knowledge produced within and
circulating through academic human geography.
The emerging consensus that geography matters to
global development has been shaped by the
arguments of Krugman, Diamond and Sachs. The
publicity that they have brought to geography has
been avidly exploited within parts of the discipline,
including plenary lectures as ‘honorary geographers’ at AAG meetings. Nevertheless, these arguments have been repeatedly criticized by leading
human geographers for their dated conceptions of
geography, for regressing toward what has been
described as spatial fetishism and environmental
determinism, and for endorsing a Rostowian triumphal vision of the stages of capitalist development
(Rostow, 1960). As I argue below, such criticisms
are grounded within the relational and dialectical
sociospatial ontology framing much of contemporary economic geography. This raises the prospect,
once again, that external beliefs about why geography matters not only diverge from but also are in
danger of overwhelming geographers’ own beliefs.
Yet the issues are more complicated than a simple disagreement about what Geography is and how
society should develop. Diamond and Sachs have
become prominent in discussions about how to
intervene to make the world more sustainable.
Beyond this, Sachs, and prominent US ‘new’ development economists Joseph Stiglitz, Dani Rodrik and
William Easterly, offer many of the same criticisms
of neoliberal globalization (notwithstanding their
earlier complicity with neoliberal interventions) that
circulate in human geography, development studies,
and alternative globalization social movements. Are
mainstream economists more like critical economic
geographers than we are willing to admit? Do such
shared political criticisms imply convergent views
on geography and development?
In exploring these questions, I critically assess
the narratives of geography and economy promoted
by these authors, and the development imaginaries
that these entail. The answers to these questions are
of much more than Ivory Tower, ‘how many angels
can dance on the head of a pin’, import. At the center
of these authors’ narratives is the notion that nature
and space create unequal conditions of possibility
for economic prosperity, accounting to a significant
extent for the historical persistence of global
inequality before and since the era of European
colonialism. As the anthropologist Deborah
Gewertz has put it, such arguments imply that
‘[t]he haves are not to be blamed for the condition
of the have-nots’.1 They also reinforce a conception,
held by western thinkers and policy-makers at least
since colonial days, of development as a teleological
sequence of stages, pioneered by wealthy capitalist
nations, that all nations should pursue. Human
geographic theory has articulated very different
geographical narratives, entailing very different
views on development.
The paper is organized as follows. First, I analyze
Sachs’ and Diamond’s geographical imaginary.
I conclude that their reliance on first nature, when
examined through the lens of economic and
biological theories of development, leans toward a
teleological account of economic development in
which ‘geography’ disrupts the otherwise flattening
playing field of globalizing capitalism. Second,
I turn to the geographical imaginary mobilized by
geographical economists’ conceptions of geography
and development. This departs from Sachs by focusing on second rather than first nature. I conclude that
here, too, a fixed geographical backcloth is
presumed, on the basis of which spatial economic
patterns are deduced (as equilibrium outcomes
from spatial competition): a backcloth generally
characterized by isotropic configurations, given
transportation costs, and fixed national boundaries
(Garretsen and Martin, 2010). A number of
geographical economists have pointed to ways in
which space undermines the putative benefits
of spatial competition, and to the problems of
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Dialogues in Human Geography 1(1)
market triumphalism. Nevertheless, methodological
territorialism favors the conceptualization of territories as subject to a common development trajectory, whereas connectivities between places are
presumed, on balance and after appropriate intervention, to be mutually beneficial and functional for
advancement along this trajectory.
Third, I examine the ‘new’ development economists, whose criticisms of this most recent era of
neoliberal globalization are strongly reminiscent
of those popular in critical human geography. From
this shared critical stance, these economists bifurcate into two subgroups; one advocating for various
kinds of Keynesian interventions, with the other taking the Hayekian neoliberal position that states and
the development industry need to conform with
market principles. Notwithstanding such disagreements, I find that there is a shared belief in universally applicable economic laws, in the capacity of
globalizing capitalism to bring prosperity to all, and
in a teleological development path. Indeed, I argue
that Keynes and Hayek share this view, for all their
policy disagreements.
Fourth, I compare and contrast the sociospatial
ontologies underlying the conceptualizations of
mainstream Economics and Anglophone geographical political economy, and the imaginaries of development that these mobilize. Economics, I contend,
is characterized by methodological territorialism,
bottom-up scalar hierarchies and ubiquitous economic laws, underwriting a teleological, stageist
conception of capitalist development. Geographical
political economy has developed a very different,
dialectical and relational, ontology, implying a multifaceted and indeterminist conception of livelihood
assemblages – one for which the term development
hardly suffices. I conclude by reflecting on the problem of engaging between alternative livelihood
assemblages and development imaginaries.
Before proceeding, however, I wish to dispel one
possible misconception. It is not my intent to
suggest that the intellectual community should be
divided into geographers and non-geographers, with
only the former deemed qualified to produce
adequate geographical knowledge. Such boundarymaking is, of course, inimical to the health of any
discipline, and it is demonstrably the case that
contemporary geographic theory is deeply shaped
by, as well as shaping, knowledge production
beyond the discipline. Indeed this paper assays an
engagement that transcends any such boundaries.
I highlight the differences between geographical
and economic imaginaries of nature, geography and
development as a first step toward what I hope will
be engagement between different perspectives critical of neoliberal globalization. Engaged pluralism
first requires clearing space for different ‘local epistemologies’ to be taken seriously (cf. Longino,
2002); which is what I attempt, here, through a form
of strategic essentialism that highlights epistemological differences.
‘First’ nature, geography and
development
As is well known, Diamond and Sachs argue that
nature, taken to include both biophysical processes
and the morphology of the landscape, has been
overlooked as a factor that has long shaped the
conditions of possibility for human development,
and thereby global inequality. In so doing, they
stress geography as ‘first nature’: as a pre-existing
uneven geographical backcloth.2 Writing as an
evolutionary biologist, in Guns, Germs and Steel
Diamond provides what he terms a short history of
the world since 11,000 BC (Diamond, 1997). He
asserts that the biophysical environment and the
morphology of continents are the ultimate explanation of agricultural productivity, technological
dynamism and other crucial aspects of societal
change (a set of proximate causes that includes
capitalism, mercantilism and science). Two features
of the biophysical environment receive particular
attention: differences between the tropical and
temperate latitudes in the biophysical capacity to
produce an annual agricultural surplus; and the
shape and directional orientation of continents.
Societal innovations and human movements are
argued to diffuse more readily East–West, within
the same latitudinal zone, than North–South (for a
critique, see Blaut, 1999). He concludes that the
contemporary prosperity of the global North is
rooted in historical environmental inequalities,
stressing this environmentalist explanation as an
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Sheppard
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alternative to Eurasian-centric human histories.
Like critical geographers, then, Diamond finds the
latter problematic because they explain underdevelopment as due to the cultural idiosyncrasies and
inadequacies of non-Eurasian societies.
This causal framework is reprised in Collapse,
albeit with a different purpose (Diamond, 2005).
Collapse is a Malthusian morality play: a warning
to his US audience that our lifestyles are unsustainable. Examining societies around the world, he
argues that the occasional collapse and disappearance of human societies is shaped by a combination
of five factors: societal response to environmental
problems; damage that humans inadvertently inflict
on their biophysical environment; climate change;
hostile neighbors; and friendly trading partners.
Of these five, only the first ‘always proves
significant’ (p. 11) – although Diamond admits to
a selectivity in his choice of cases, excluding societal collapses (e.g. the Soviet Union and Carthage)
where the environment does not matter. In this
view, collapse (whether on Easter Island a thousand
years ago, in the Yucatan 500 years ago, or Rwanda
a decade ago) is triggered when societies exceed
their natural limits.
Jeffrey Sachs takes a different approach, while
coming to similar conclusions. Utilizing fineresolution geospatial data measuring population
density, and gross domestic product (GDP) per
capita and per square mile worldwide, Sachs and his
colleagues compute a regression, in which tropicality and distance from navigable water are statistically significant predictors of levels and rates of
growth of GDP (and population density) (Gallup
et al., 1999). The regression specification is derived
in reduced form from a standard neoclassical
single-sector economic growth model in dynamic
equilibrium, augmented with possibilities of
increasing returns, in which differences in transport
costs (measured by distance to navigable water) and
lower productivity (measured by tropicality) are
hypothesized to reduce equilibrium growth rates,
ceteris paribus. In Ricardo Hausmann’s felicitous
term, countries are ‘prisoners of [their] geography’
(Hausmann, 2001). Differences in natural endowments prevent rates of economic growth from
equalizing across places, with the implication that
development institutions and states must intervene
in order to level an economic playing field permanently distorted by Geography.3
Diamond and Sachs have each been accused of
the heinous crime of environmental determinism
(Blaut, 1999; Peet, 2006), since nature plays the
significant causal role in their accounts, as society’s
eminence grise. Nevertheless, apprised of their
criminality, each has vehemently pled innocence.
Admitting to some initial naivety ‘that [Collapse]
would just be about environmental damage’,
Diamond argues that he has learned otherwise.
Exhibit A is his comparative study of Haiti and the
Dominican Republic, where ‘environmental differences [are] the smaller part of the explanation. Most
. . . has instead to do with differences between the
two peoples’ (Diamond, 2005: 11, 333). Sachs seeks
to ‘banish the bogeyman of geographical determinism, the false accusation that . . . geographical
disadvantage . . . single handedly and irrevocably
determines the economic outcome of nations’
(Sachs, 2005: 58).
Neither Sachs nor Diamond accepts the
racialized version of environmental determinism
of Ellsworth Huntingdon and Ellen Churchill
Semple, popular a century ago: the view, once used
to justify colonial rule and the white man’s burden,
that climate determines human nature (Hart, 2002).
Each believes passionately in the equal capacity of
all humans. Diamond’s respect for the indigenous
knowledge and skills of inhabitants of New Guinea
(a place he knows well from his ornithological fieldwork) matches Blaut’s respect for peasant farmers
in Latin America (cf. Blaut, 1987; Diamond,
2005), and Sachs is deeply opposed to those who
would blame the poor for their own impoverishment. Further, both Sachs and Diamond accept that
humans transform the non-human world (making
them environmental probabilists rather than determinists). Advocating a less exploitative relationship
with nature is the central theme of Collapse, and
Sachs has argued that many real problems still faced
in societies located near the equator (disease vectors, pests and vermin, poor transportation, limited
agricultural innovation) are a result of inappropriate
global socio-economic priorities rather than environmentally caused. He notes, for example, how drug
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Dialogues in Human Geography 1(1)
companies have failed to address tropical diseases
because lifestyle drugs for well-heeled customers in
the global North are more profitable (Sachs, 2001).
Yet their accounts of global development still
rely on the idea of first nature: a conceptualization
of geography as an exogenous backcloth (so slowmoving, by comparison to the dynamics of societal
change, that it can be taken as fixed). In this view,
geography is a set of natural features that are ‘resolutely external to society’ (Castree and Braun, 1998:
7; cf. Krugman, 1993). ‘Geography is as exogenous
a determinant as an economist can ever hope to get’
(Rodrik et al., 2004: 134). For the general equilibrium theory that mainstream development economists aspire to, exogenous variables are as rare as
hens’ teeth, so this has generated a minor industry
of econometric studies seeking to estimate the statistical effect of tropicality and distance to navigable
water on mean rates of GDP growth; largely at the
international scale, but also at the subnational scale
(focusing on access to water, cf. Démurger et al.,
2002; Sachs et al., 2002). This has been dominated
by a debate about whether exogenous ‘geography’
dominates institutions as the determinant of economic growth.4 Acemoglu et al. argue that institutions dominate ‘geography’: that the eventual
prosperity of more temperate colonies by comparison to tropical colonies, notwithstanding lower
urbanization and population density in the former,
is explained by the white settlers who dominated
(and eliminated) indigenous populations and
brought the right (European) institutions with them
(Acemoglu et al., 2002). In short, European superiority is the key – an argument that is fraught with,
presumably unwitting, stereotypes about Europeans
civilizing the backward tropics.5 Rodrik et al.
(2004) and Easterly and Levine (2003) reach a similar conclusion. By contrast, Faye et al. (2004),
Nordhaus (2006), Olsson and Hibbs (2005), and
Presbitero (2006) conclude that ‘geography’ trumps
institutions. Przeworski (2004a, 2004b) is compelled by neither position, arguing simply that
endogeneity matters, implying that it is logically
fallacious to seek one or the other principal cause
(he implicitly rejects ‘geography’ as the cause
because he takes it to be exogenous, but without
accepting the alternative of institutions).
Thinking about development
The different disciplinary backgrounds that Sachs
and Diamond bring to these debates bring with them
distinct disciplinary conceptions of development.
In Biology, debates about evolutionary theory have
revolved around two contrasting conceptions.
On the one hand are teleological accounts of evolution, placing humans at the top of an evolutionary
trajectory of ever increasing complexity.6 On the
other hand, Stephen Jay Gould has argued that the
fossil record undermines such teleological accounts:
that chance, rather than complexity, shapes
evolution – that humans’ dominance of the globe
is not a symptom of their evolutionary superiority
– hypothesizing that simple bacteria are evolutionarily more successful than complex humans (Gould,
1989) (for a related argument, see Davis, 1996).
In short, evolution has no built-in directionality –
although
emergent
directionality
through
co-evolutionary interactions is possible or even
likely. While the debate about whether evolutionary
fitness is correlated with trends toward complexity
continues in Biology (cf. Conway-Morris, 2006),
current consensus is that evolution is characterized
by many branching paths, rather than a teleological
sequence of stages. Gould likens evolution to a
labyrinthine pathway, akin to a ‘bush’ of multiple,
co-existing variation, rather than a teleological
sequence (Gould, 1996).7
In this alternative view, development is the
unfolding of the potential immanent in an organism’s genes, shaped by the environment in which
it finds itself (necessarily including interspecies
interaction). Whereas teleological accounts of evolution stress a predictable, common development
trajectory, with less fit species giving way to fitter
ones, these alternative non-teleological accounts are
more akin to the dynamics associated with complexity theory, with its path dependencies, bifurcations
and unpredictabilities. Richard Norgaard pinpoints
an important difference between these two biological
narratives of development:
With more emphasis on coevolutionary processes,
the directionality of evolution is no longer determined by a steady advance toward perfect fitness
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Sheppard
51
with an unchanging environment. Species are no
longer thought to get better and better at anything.
And . . . changes in the physical environment are
important explanatory variables in evolutionary
history. (Norgaard, 1994: 84)
Recognizing that species co-evolve with their
environment is central, then, to non-teleological
conceptualizations of evolution.
Interestingly, this is not the position favored by
Diamond in his world historical narratives. Guns,
Germs and Steel treats nature as a relatively fixed
forcing factor, rather than as co-evolving with society. ‘Geography’ thus is largely ‘out there’, driven
by its own biophysical logics, with global patterns
whose pace of change can be neglected within the
timeframe of human life. Notwithstanding his concern, in Collapse, with human-induced environmental change, his comparative place-based case studies
are deployed to illustrate what are presented as a
common Malthusian environmental dilemma.
While he values the variegated indigenous practices
that he encountered during his fieldwork in New
Guinea, his analysis falls back on a Eurocentric
imaginary of development when it comes to
places with which he is less familiar (Diamond,
2005).4
Indeed, as detailed below, Diamond follows
mainstream economists in emphasizing economic
interactions (i.e. trade) as a positive relationship
(‘friendly trade partners’) enabling development for
all places, whereas negative relationships are equated with the political (‘hostile neighbors’). When he
conceptualizes conditions of possibility as rooted in
place, arguing that success or failure is a choice that
societies make, he also adopts the methodological
territorialism and voluntarism common in economics (Diamond, 2005). Deploying this geographical
imaginary has consequences. It directs attention
away from societal causes of uneven development.
When nature is conceived of as external and governed by natural laws, it is easy to romanticize it
as something pure that humans sully at their peril,
and to see humans as constrained by immutable laws
– not least of which are those of ‘human nature’, as
in Adam Smith’s invocation of ‘a certain propensity
in human nature . . . to truck, barter, and exchange’
(Smith, 1776: I.2.1–2). Diamond’s resonance with
mainstream economic thinking about development
reflects a long tradition of interchange between the
two disciplines. Darwin’s own formulation of evolution as being driven by competition, ‘survival of
the fittest’, was influenced by his extensive reading
in British political economy (particularly Malthus
and Smith), and these trajectories of thought remain
connected (Hodgson, 2002).8
In Economics, teleological accounts of development, as a common series of stages that societies
must go through, dominate the mainstream canon.9
Rostow’s thesis that all societies follow the USA
through a series of stages from ‘traditional’ to
‘beyond mass consumption’ capitalism, his selfstyled ‘non communist manifesto’, remains influential (Rostow, 1960). Indeed Sachs explicitly adopts
Rostow’s position, and its implication that US-style
capitalism is the best available model for economic
development, with the implication that other ways
of organizing economic systems are inferior and
should be abandoned. Sachs notes that he has
learned from the immense difficulties that ensued
from implementing this imaginary through ‘shock
therapy’ for transitioning state socialism into capitalism in the former Soviet Union. He now argues
that local conditions can result in very different trajectories from those predicted by free market
proponents. Thus the ‘prison of geography’ requires
supranational intervention into markets, so that the
global playing field can be leveled and competitive
capitalism can realize its potential as the ubiquitous
tide of development that will lift all boats. Nevertheless, the laws of mainstream economics are invoked
to justify a Rostowian imaginary, with shock
therapy remaining a valuable tool in the right
circumstances, including China (Sachs, 2005: 160).
Notably absent from both accounts is any attention to enduring consequences stemming from the
geo-historical legacies of colonialism. Both Sachs
and Diamond recognize the negative effects of
colonialism at the time, but its ongoing significance
as a cause of contemporary impoverishment in the
global South is brushed aside. It is, at best, an intervening factor between natural geographies and
development. As noted above, in this view, the division of the world into colonizers and the colonized
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Dialogues in Human Geography 1(1)
was itself in good part a consequence of the natural
disadvantages of tropical and distant places. Colonialism may have enhanced contemporary impoverishment across Asia, Africa and Latin America,
but is not an ‘ultimate cause’ (Acemoglu et al.,
2002, 2003). It is seen as having little relevance in
a contemporary world of sovereign nation states,
accorded the autonomy, and responsibility, to make
choices that will determine their residents’ well-being
(methodological nationalism).
‘Second’ nature, space and
geographical economics
Recognizing that an important factor shaping how
development is imagined in Diamond’s and Sachs’
accounts of geography and global development is
their reliance on first nature, it is important to
interrogate the consequences of abandoning this
inevitably somewhat determinist account. Second
nature, the view that nature co-evolves with,
partially constituted through and inseparable from,
societal change (hybrid, or more-than-human
geographies; cf. Whatmore, 2001), is a far more
adequate conception of nature-society relations.
Thus it can be readily pointed out that Sachs’
principal surrogates of ‘geographical’ disadvantage,
the geographical distribution of malaria (for
tropicality) and access to navigable waters, are
themselves continually shaped by societal change
(the elimination of malaria from subtropical regions
of the first world; the colonial geopolitics of
transportation systems, navigational improvements
and national boundaries). Gaza’s temperate and
coastal location has hardly been a source of
prosperity.
This does not mean, of course, that biophysical
processes are irrelevant: temperate climates are
better suited for producing grain-based annual
agricultural surpluses, third world environmental
health problems like malaria receive inadequate
attention, and tropical conditions pose very specific
conditions that local agricultural knowledge and
practices, and cultural norms, have found ways to
address (Sheppard et al., 2009a). Nevertheless,
recognizing more-than-human geographies implies,
in technical terms, that Sachs’ and others
economists’ statistical models are mis-specified;
they fail to account for such reciprocal causal effects
by treating ‘geography’ as exogenous.
By contrast, geographical economists see
themselves as incorporating second nature into their
analysis. Krugman’s paradigmatic neoclassical
explanations of why spatial economic structures
emerge from a homogeneous geographical backcloth, paralleling the morphogenetic accounts of
1960s location theory on an isotropic plain, are
framed in terms of second nature (Krugman,
1993).10 This is by far the more popular approach
among mainstream economists, who see Sachs as
tackling the much easier and more mundane task
of explaining why geographical inequality begets
economic inequality. Utilizing Dixit-Stiglitz
mathematical models of monopolistic competition
superimposed on a ‘flat’ world with no locational
advantage (e.g. two locations as either end of a line,
or points equally separated around a circle),
Krugman and his followers show that there are
plausible equilibrium outcomes in which some
places specialize as industrial clusters whereas
others remain agricultural. These have been
described as north–south models by analogy to a
(once) industrialized global North versus an agricultural global South (Krugman and Venables, 1995).
The only uncertainty is which places become industrial: several equilibrium outcomes are possible,
depending on small initial differences.11
To précis what is a finely tuned argument,
industrial agglomeration happens when transport
costs are neither too high nor too low. This theoretical
deduction has been applied directly to explaining the
long historical geography of global development, as
transport costs fall (Baldwin, 2006; Crafts and
Venables, 2001; Venables, 2006). According to this
narrative, when transport costs were high, there was
no specialization. As they fell in the 17th and 18th
centuries, during ‘globalization 1’, specialization
became the stable equilibrium outcome. Richard
Baldwin puts it this way: ‘as history would have it, the
North won at the South’s expense’ (Baldwin, 2006:
13). In this formulation, either region might have
‘won’ during this period, but for some historical
contingencies shaping the equilibrium outcome
(Sachs and Diamond stress ‘geography’). Now, after
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Sheppard
53
a ‘counter-globalization’ interregnum between 1929
and 1945, ‘globalization 2’ has unleashed a combination of further falling communications costs and
spatially disaggregated global production networks,
with transport costs falling to the point where regional
specialization no longer pays. This is why, it is
argued, we are currently experiencing the (re)industrialization of the global South, presumably until
industrialization diffuses to all regions as the new
equilibrium outcome.
This neoclassical theorization of geography,
morphogenesis and global development has been
repeatedly critiqued within economic geography
(e.g. Martin, 1998; Plummer and Sheppard, 2006;
Sheppard, 2000), and there is no space here to detail
these arguments. Yet two criticisms are vital. First,
notwithstanding the apparent historicism of the
above account, these models presume that the world
always approximates a market-clearing general
equilibrium. (Even though these equilibria are
notionally stable, computational experiments
suggest that the internal logic breaks down when
Krugman’s model is in disequilibrium, making its
equilibria unachievable; Fowler, 2007, 2010.)
Second, while the geography of economic activities
may be endogenous, its geographical backcloth is
not. The exogenous backcloth of a flattened
hypothetical world and exogenous transportation
costs is inconsistent with contemporary economic
geographical theory (Sheppard, 2000). Further,
once the sociospatial dialectic is acknowledged, the
capitalist space economy is characterized by the
unpredictable dynamical complexity and instability
described by Norgaard, rather than by equilibrium
(Plummer and Sheppard, 2006).
Contemporary mainstream economic policyoriented accounts of geography, globalization and
development are dominated by Krugmanesque ‘second nature’ accounts, rather than Sachs’ invocation
of first nature. (In his entry for the New Palgrave
Encyclopedia of Economics, Sachs persists in trying
to persuade his colleagues to integrate agglomeration economics with ‘physical geography’; Sachs
and McCord, 2008.) Most economists seem as leery
of environmental determinism as geographers have
been. Thus the 2009 World Development Report
invokes second nature in its subtitle (Reshaping
Economic Geography), and stresses the importance
of communications infrastructure development at
the national and subnational scales, confining
consideration of Sachs’ discussion to the economic
costs of a landlocked nation (Sheppard et al.,
2009b). Landlockedness has become a widely
discussed determinant of national economic
stagnation, to which have been added such geographic measures as population size and ethnic
diversity (a proxy for intranational divisiveness)
(Collier, 2006, 2007; Sachs, 2005; Venables,
2006). Yet these, allegedly geographical, characteristics again are treated as largely exogenous. Thus,
Austrian and Swiss success as landlocked countries
is attributed to their proximity to wealthy European
markets, part of a given global geography of
inequality – whose emergence at the expense of
African colonies (landlocked, small and ethnically
diverse by dint of European boundary drawing) is
not problematized. In discussions aimed at transforming global economic geographies, it seems at
best paradoxical to make so much of a geography that
is exogenous to the theories utilized to promulgate
such transformations.
Although geographical economists differ from
Sachs as to how ‘geography’ matters, they share two
positions: that the geographic backcloth can be
treated as exogenous to the economy; and that state
actions may be necessary to redress the market
imperfections associated with geography. Sachs
argues for global interventions to compensate for
‘bad geography’ and level the playing field. The
World Bank revisits old-style spatial Keynesian
regional planning to redress spatial inequalities
(Sheppard and Leitner, 2010). Venables argues that
‘geography’ implies that ‘trade is not necessarily a
force for convergence of incomes’ (Venables, 2006:
74), an argument even acceptable to the inveterate
free trader Douglas Irwin (2006).
Indeed, even as geographers castigate mainstream
economists for endorsing neoliberalism, something
quite different is underway in Economics. In his New
York Times columns, Paul Krugman, condemned by
critical geographers as the founding figure of neoclassical geographical economics, has become one of
the USA’s most widely read passionate critics of not
only Bush-era neoliberalism, but also Obama-era
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Dialogues in Human Geography 1(1)
economic centrism. Beyond this, even this limited
inclusion of geography into neoclassical economics
undermines the viability of claims that the invisible
hand of competitive capitalism is socially beneficial.
As trade theorists and foreign direct investment
theorists have begun adding a spatial dimension to
their theories (in the form of transport costs and
place-based characteristics), it has become increasingly common that their models do not result in the
welfare maximizing mutual benefits commonly
associated with unrestricted trade and foreign direct
investment. For trade theory, general equilibrium
deviates from the welfare-maximizing optimum,
including scenarios where some regions and
countries lose as a result of trade (cf. Behrens et al.,
2007; Tharakan and Thisse, 2002; Venables and
Limão, 2002). For foreign direct investment, James
Markusen develops complex computable general
equilibrium models in which countries lose as a result
of the ability of firms to engage in unrestricted foreign
direct investment (Markusen, 2002). Ottaviano and
Thisse (2004) derive what they call the ‘spatial
impossibility theorem’, that neoclassical competitive
equilibria cannot exist in a capitalist space economy.
Recognition that ‘geography’ matters, even in this
rather static exogenous form, does at least have the
merit of undermining conventional economic justifications for market triumphalism.12
Geographical economics and the question of
development
Whereas geographical economists have become more
cautious about market-based outcomes, this has not
catalyzed any significant rethinking of teleological
developmentalism. This stems from how territory and
distance are treated within this framework.
First, national political borders are taken as
exogenous to economic theory, and nation states are
commonly presumed to be natural territorial
economic units – a position that sociospatial
theorists have extensively critiqued as the national
territorial trap or methodological nationalism
(Agnew, 1994; Brenner, 2004). It would be redundant to rehearse such critiques in detail here, but
some aspects are important to underline. For these
units of analysis, size does not matter: the United
States and Vanuatu are equivalent. This presumes that
as soon as new nation states come into existence, as
when Yugoslavia broke up, each becomes a coherent
territorial economy. Theoretically, national economies are assumed to be reducible to aggregate
production functions, enabling them to be analyzed
using the same neoclassical tools as for individual
firms, even though it is known that the marginal productivity claims associated with such functions are as
logically fragile as the transformation problem associated with Marx’s labor theory of value (Harcourt,
1972; Sheppard and Barnes, 1990; Sraffa, 1960).
Methodologically, there is a strong tendency
toward place-based explanations in mainstream
macroeconomics: accounting for the performance
of each territorial economy in terms of a series of
presumed causal attributes of that territory. The
regression specifications utilized in the debates
about geography and development, summarized
above, are of exactly this kind. This has been the
case even for much mainstream statistical analysis
of subnational regional economies, at least until
quite recently, even though economists readily
concede that these are not autonomous territorial
economies (Fingleton, 2000).
Such methodological territorialism is highly
problematic, as quantitative geographers long have
pointed out, because it does not account for the
many ways in which territorial economies are
interconnected and affect one another (not to
mention interscalar interrelations). It also has the
specific consequence of reinforcing Rostowian
stageist conceptions of development. By definition,
such aspatial statistical regressions presume that all
units of analysis are of the same kind. The task is to
account for how a single measure of performance,
such as gross national income (GNI), varies across
(in this case) national territories, by identifying
other attributes of those places that ‘cause’ these
performance differences (causality being defined
as a significant partial correlation, backed up by a
theory that offers its readers a plausible rationale
that predicts such a correspondence). The other
attributes are regressed on a trend line measuring
performance – which amounts to nothing more than
a sequential ranking of national economies in terms
of this measure, from worst to best (typically, the
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Sheppard
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West). This, then, represents national economic
performance in terms of a single trajectory along
which countries are aligned. For example, the (post)
Washington Consensus has too often sought to
browbeat states into adopting US and UK forms of
governance. In such a place-based imaginary,
territorial-scale interventions (i.e. national governance reform) become the key to catching up.
Second, notwithstanding predilections toward
methodological territorialism, geographical macroeconomists now take into account intercountry
distance-related effects. Discussions of landlocked
countries, for example, note that their performance
will depend on a variety of attributes of the neighboring countries through which their imports and
exports must be shipped to access the sea (Collier,
2006; Venables, 2006). Such interdependencies
have not been systematically incorporated into
economists’ theories or empirical estimates of the
relation between geography and development (but
see, for example, Yamamoto, 2008). The principal
exception is economists’ recent reinvention of an
old geographers’ trick, the gravity model, to predict
trade flows (Evenett and Keller, 2002; Johnston,
1976; Márquez-Ramos et al., 2007; Mitchener and
Weidenmier, 2008). Again, geography is an exogenous backcloth; distance is given, a cost of doing
business. Treating distance simply as a transactions
cost – a barrier to the efficient operation of neoclassical markets – implies that reductions in such costs
must level the economic playing field, creating a
flatter world in which efficient markets can more
readily realize their putative benefits. Shorter distances reduce transactions costs, benefitting all partners.13 The more general presumption, also adopted
by Diamond, is that unfettered spatial economic
interdependencies (trade, foreign direct investment,
portfolio capital flows, migration), reducing transactions costs, benefit all the people and places that they
connect. It follows that lower transport costs can only
accelerate the progress of ‘backward’ territories along
the path to development.
‘New’ development economists
As noted above, a group of prominent US
mainstream ‘new’ development economists, writing
for broad audiences, recently have sought to
distance themselves from neoliberal globalization
in ways that resonate with critiques in geography
and development studies.14 Their prominence in
global centers of mainstream economic expertise
and the broad circulation of their arguments is shaping both public discourses and policy-making
norms.15 These writers’ interventions have been catalyzed by the broad impact of counter-globalization
social movements. Recognizing that neoliberal
globalization has reinforced economic inequality,
they are concerned that influential contestations of
neoliberal globalization may result in a rejection
of capitalist globalization tout court – which they
feel would amount to throwing the baby out with the
bathwater. In short, believing in the overall benefits
of capitalist globalization, pointing to the Great
Depression as an era of both counter-globalization
and global economic crisis, they seek interventions
that can redress its unintended negative side effects.
These interventions have been discussed in detail
elsewhere (Sheppard and Leitner, 2010). Here,
I focus on their implications for discourses about
trade and development.
Jeffrey Sachs’ claim that countries are prisoners
of their geography seemingly challenges the free
trade doctrine, perhaps explaining why it has not
received a warm reception among mainstream economists. A core theoretical claim of mainstream
development economics, dating back to David
Ricardo, is the opposite: free trade enables every
place to take advantage of its geographical peculiarities, whatever these might be, by identifying, and
specializing on the basis of, the comparative
advantage associated with its place-based characteristics.16 Yet a close reading of Sachs reveals that he
remains as supportive as ever of free trade (Sachs,
2005): His concern is that not all differences in
comparative advantage are equal. Sachs’ claim that
the exigencies of geography require spatial
redistribution from wealthy to poor places is a
global Keynesian agenda – with his Earth Institute’s
Millennium Villages initiative acting as a proving
ground for this argument.
As noted above, the development economist
Dani Rodrik disagrees with Sachs about geography,
arguing that the ultimate place-based determinant of
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Dialogues in Human Geography 1(1)
national economic performance is institutions. He
has been battling Sachs over the question of institutions versus ‘geography’ via dueling econometric
specifications (Rodrik et al., 2004). Yet he shares
Sachs’ concerns about neoliberal globalization. The
son of a Turkish businessman who benefitted
greatly from the policies of import substituting
industrialization that came to be vilified under neoliberalism, Rodrik highlights three problems associated with globalization (Rodrik, 1997): workers are
disadvantaged by free trade and investment due to
their low mobility; there is a failure to acknowledge
and accept national cultural preferences and norms
(e.g. reluctance to purchase commodities produced
under exploitive labor relations or in environmentally harmful ways); and globalization has undermined the nation state. Yet he also finds that
national-scale interventions do not suffice. Thus
he seeks modifications to the norms governing
global trade, such as altering the WTO agreement
on safeguards to enable democratic nation states to
exert more territorial authority over economic flows
crossing their borders, when a national consensus
exists about such issues.
Sachs and Rodrik also share the same criticism of
attempts under the Washington Consensus to
impose ubiquitous ‘best practice’ neoliberalism on
all countries, because this fails to take context into
account. Citing the influence of his spouse, a
medical doctor, Sachs argues for a ‘clinical’
approach to economic policy-making, one that
defines the healthy economic body in terms of a set
of performance indicators, which become the goal
that differentiated policy interventions, tailored to
the national patient, are designed to realize. Rodrik
argues for policy prescriptions tailored to national
circumstances. Yet both believe in a single set of
(neoclassical) ‘laws of economics’, to be drawn on
in developing differentiated policy prescriptions.
Rodrik dubs this One Economics, Many Recipes
(Rodrik, 2007).
Joseph Stiglitz has been the most vocal mainstream critic of the Washington Consensus (Stiglitz,
2002, 2006; Stiglitz and Charlton, 2005). He
received the Nobel Medal for theorizing that information asymmetry undermines the effectiveness of
markets, and his service as chief economist for the
World Bank (1997–2000) reinforced this belief.
He has castigated the multilateral post-Bretton
Woods institutions for their lack of transparency: for
making decisions behind closed doors, even as they
penalized third world governments for the same lack
of transparency (Stiglitz, 2002). He observes that
power inequities in the institutions governing the
world economy hurt the global South, urging reform
on the WTO to redress this. He argues against
structural adjustment and biopiracy, and for policies
promoting global equity, forgiving national debts and
stimulating aggregate demand in the global South.
Countries with ‘a proven track record’ (p. 242) should
be given financial aid and the freedom to decide how
to use it, instead of being told what to do.
Yet he still believes that fairer trade, achievable
by reforming the WTO to eliminate its current
de facto bias in favor of the global North, can
promote development (Stiglitz and Charlton,
2005). Noting the lack of realism in mainstream
trade theory, he and Charlton urge that richer
countries be forced to guarantee open access to
imports from poorer countries, while poorer
countries are accorded the right to restrict imports
from richer countries. The Generalized System of
Preferences should be adjusted to favor the global
South, and the WTO should stay away from promoting unrestricted international capital flows and
property rights agreements, such as TRIPS, that
favor the global North. Diagnosing a democratic
deficit within the WTO (abuse of the market
through control over information), he advocates
global Keynesianism: tipping the playing field in
favor of the global South; enforcing transparency
and accountability on institutions that are not
subject to democratic control; paying poor countries
for the full value of their primary commodity exports
and for ecological services they provide to the global
system; global rules to prevent corporations from
playing one territory off against another and to reduce
monopoly power; unconditional debt forgiveness for
countries by allowing them to declare bankruptcy;
and a global bank that lends to those in need (Keynes’
unsuccessful proposal during the Bretton Woods
negotiations) (Stiglitz, 2006).
Notwithstanding significant disagreements,
Sachs, Rodrik and Stiglitz share the view that the
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Sheppard
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rollback of the state promulgated under neoliberal
globalization has gone too far, catalyzing a concentration of wealth in the hands of global elites,
impoverishment, theft of intellectual property and
environmental degradation, and catalyzing worldwide social resistance. Their explicit promotion of
Keynesian alternatives, at national and global scales,
directly challenges neoliberalism. Indeed, in the
aftershocks of the 2008 financial crisis discourses
about the need for a new New Deal and a new Bretton
Woods have become commonplace. Friedrich von
Hayek, Milton Friedman, Margaret Thatcher and
Ronald Reagan should be rolling in their graves.
Yet William Easterly and Hernando de Soto,
while sharing the others’ criticisms of the failure
of the Washington Consensus, would beg to differ:
they argue that Hayek was right. Easterly, a former
senior research economist for the World Bank
(1985–2001) and participant in the ‘geography’
versus institutions debate, agrees that the international financial institutions have failed the global
South’s poor, but reserves just as much ire for Sachs
and Keynesian do-gooders of all stripes, as no
different than Robert Owens and his 19th-century
utopian fellow travelers. He divides the world into
planners (Owens, Sachs, the World Bank, etc.) and
seekers (the entrepreneurial spirit in us all). In his
view, global development policies of all kinds
(including the ‘Global War on Terror’) are Big Push
initiatives that are doomed to fail, and infused with
the conceit that the global North holds all the answers.
‘The White Man’s Burden emerged from the West’s
self-pleasing fantasy that ‘‘we’’ were the chosen ones
to save the Rest . . . The Enlightenment saw the Rest
as a blank slate – without any meaningful history or
institutions of its own – upon which the West could
inscribe its superior ideals’ (Easterly, 2006: 23).
If Easterly seems to be channeling Edward Said’s
Orientalism or Eric Wolf’s Europe and the People
without History (Said, 1978; Wolf, 1982), he lies
much closer to Edmund Burke, the 19th-century
English conservative who criticized liberalism for
its duplicitous policies toward colonial India. Burke
critiqued liberals for trampling on the individual
rights of Indians in their zeal to remake them
in liberals’ own image, destroying rich local cultures in the process (Mehta, 1999; Muthu, 2003;
Pitts, 2005). (Free trader Richard Cobden’s
anti-imperialism also comes to mind.) Like Sachs,
Diamond, Rodrik and Stiglitz, Easterly sees all
humans as equally able and creative, with the poor
unable to make good on their capabilities. Yet,
citing Hayek, he believes that only the free market
(‘the laws of economics’; Easterly, 2002) can
provide the incentives, attentive to local context,
that can unfetter the potential of the poor to succeed
as capitalist entrepreneurs – who thereby become
responsible for their success, or failure. As in trade
theory, the capitalist market is conceptualized as
recognizing and valuing difference, as a mark of
distinction that can be traded on for mutual benefit
and profit (Sheppard and Leitner, 2010).
The Peruvian economist Hernando de Soto
similarly places his faith in the entrepreneurial
acumen of the poorest of the poor. De Soto, credited
with converting Peruvian president Alberto
Fujimori from Keynesianism to neoliberalism,
directs the Institute for Liberty and Democracy
(recipient of awards, inter alia, from the Cato
Institute and The Economist).17 He sees poorly
demarcated property rights as the principal cause
of poverty. This is because the homes and
businesses of the poor are not legally registered in
their own names, and processes of registration are
enormously time-consuming, bureaucratic and
costly. He argues that the principal source of capital
for small entrepreneurs is self-finance, from the
equity accumulated in their homes and businesses.
The poor in the global South, living in squatter
settlements and working in the informal economy,
cannot take advantage of such potential sources of
capital (which he estimates as being worth over
US$9 trillion worldwide; de Soto, 2000). He argues
that the United States experienced the same situation
in the late 18th century but was able to overcome it,
and should be taken as a model for the global South
to follow in order to move from a ‘pre-capitalist’ to a
‘capitalist’ property system (de Soto, 2000: 172).
Hayek versus Keynes? Temporality,
non-ergodicity and capitalist development
Critical scholarship recently has highlighted the
differences separating Keynesian Fordism from
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Dialogues in Human Geography 1(1)
Hayekian neoliberalism, even exhibiting nostalgia
for the good old days when Keynesian discourses
were hegemonic by comparison to the more brutal
‘there is no alternative’ era of neoliberalism. These
are vital differences of opinion about how capitalism can bring prosperity to all, whose instantiation
as development policy prescriptions has had
enormous impact on the livelihood possibilities of
people in places across the global South. Their
ongoing contestation, as described above, remains
of enormous import.18 Yet these are differences
about how capitalism can bring prosperity, not
whether it can.
Notwithstanding severe personal, intellectual
and political differences, the last of which might
be summarized as neoliberalism versus progressive
liberalism, both Hayek and Keynes had little
patience for the deterministic mathematical equilibrium theories based on microfoundational rational
choice models – the hard core of mainstream economics. They both argued that time itself is a radical
destabilizing factor, because of irreducible uncertainty about the future. Hayek, the anti-rationalist,
believed that knowledge emerges from actions,
themselves rooted in habit and tradition, not from
our ability to discern how the world works. The only
way for rationality to emerge from the habitual
nature of everyday behavior, he believed, was
through the discipline of competitive markets. This
would have the important side effect, for him, of
equating social efficacy with individual liberty
(Hayek, 1937, 1948). ‘In arguing that competition
breeds rationality, Hayek is claiming that the filter
of profit and loss weeds out those whose habits tend
to generate inappropriate responses to market
signals’ (Butos and Kopl, 1997: 351).19
Keynes, the rationalist, saw human action as
plagued by a radical uncertainty about the future
(perhaps never more so than at present), which
encourages speculation. ‘In such a world action cannot be rational; it must spring from an irrational
source, animal spirits . . . A Cartesian rationalist
may be glad for the impulse to action that animal
spirits provide, but he cannot have much faith that
the actions so motivated will very often turn out as
intended’ (Butos and Kopl, 1997: 349). Here, markets cannot provide the necessary information,
inducing individuals to hoard money (dubbed their
liquidity preference) in times of uncertainty. This
in turn requires state-led demand-side macroeconomic intervention to alleviate unemployment in
times of crisis (Keynes, 1936; Weatherson, 2002).
Such socialization of investment, Keynes wrote,
was not devised as ‘a terrific encroachment on individualism, [but], on the contrary . . . as the only
practicable means of avoiding the destruction of
existing economic forms [that is, capitalism] in their
entirety and as a condition of successful functioning
of individual initiative’ (Keynes, 1936: 380).
The Nobel Medal winning American economic
historian Douglass North has taken up the question
of the relation between irreducible uncertainty and
capitalist development, arguing that this must be
addressed in any historical account of economic
change that is to remain faithful to the laws of economics. ‘The study of economic change must . . .
begin with the ubiquitous efforts of human beings
to deal with and confront uncertainty in a nonergodic world’ (North, 2005: 5).20 In his conception,
individuals’ actions are founded in belief systems,
requiring (cf. Hayek, 1952) ‘that we delve into how
the mind and brain work’ (p. 5), and take place
within particular national institutional contexts.
Individual agents face two kinds of uncertainty
(natural, and socially constructed) in their environments. Historically, individuals residing in territorial
societies develop institutions (e.g. cultural systems,
risk markets and governance structures) to manage
the uncertainties they confront (many of which are
a consequence of humans and their institutions). His
overriding conclusion is that national economies
succeed or fail, engendering wealth or poverty for
their residents, depending on their ability to develop
effective institutions to manage the real-world
uncertainties plaguing markets.
By taking temporality seriously, as an unknowable
future rather than an equilibrium trajectory, Hayek,
Keynes and North pose serious challenges to the
adequacy of microfoundational models of the
economy. At the same time, however, they share
the mainstream paradigm’s predilection for grounding economic theory in the choices of autonomous
individual agents, its faith in a monistic (capitalist)
economics, and its conviction that spatiality is a
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Sheppard
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relatively minor complication. The fact that the
spatial extent of economic systems enhances agents’
uncertainty is acknowledged, but is not seen as undermining the capacity of markets, in principle, to be
socially beneficial. Like the neoclassical mainstream,
spatiality is conceptualized in terms of the location in
which individuals find themselves (shaping their
endowments, opportunities, preferences and culture).
Keynes and North combined these with methodological nationalism: macro-scale features of the economy,
and of the institutions governing it, are equated with
national territories, taken as the natural units of
analysis for the study of development.
Even for a non-ergodic world, these arguments
mobilize a teleological conceptualization of development. When North asks why Europe becomes the
center of capitalism after 1492, his answer is in
terms of attributes of Europe that, in his view, make
it better suited to developing capitalist governance
systems to manage uncertainty (North, 2005):
individualist belief systems that can underwrite
‘impersonal exchange’ (which he contrasts with
Islamic collective action and Soviet collectivism),
themselves rooted in ‘fundamental demographic/
resource constraints that became embodied in
religions’ (p. 136), combined with a fractured
European geography of small territorial economies
that enabled competition between different institutional and cultural assemblages. ‘The failures of the
most likely candidates, China and Islam, point
the direction of our inquiry. Centralized political
control limits the options . . . The lack of largescale political and economic order created the
essential environment hospitable to economic
growth and ultimately human freedoms’ (p. 137).
North concludes: ‘Growth has been generated when
the economy has provided institutional incentives to
undertake productivity-raising activities such as the
Dutch undertook. Decline has resulted from disincentives to engage in productive activity as a result
of centralized political control of the economy and
monopoly privileges’ (p. 134).
North’s arguments are, thus, remarkably similar to
those of the modernization theorists of 40 years ago,
who generalized Rostow’s teleological economic
model to incorporate sociological and psychological
aspects (cf. McClelland, 1961; Parsons, 1966): ‘the
richer the cultural context in terms of providing
multiple experimentation and creative competition,
the more likely the successful survival of the society’
(North, 2005: 36). Like modernization theorists,
North makes three arguments: that northwestern
European cultural and institutional contexts are richer
than others (at least in terms of their capacities for
managing economic uncertainty); that the prosperity
of these societies is evidence of their superior
cultural/institutional mix; and thus that other societies
should emulate this mix if they wish to succeed. Such
arguments have been extensively criticized for their
unwarranted structural functionalism (the assertion
that the presence of certain attributes in places
deemed to be successful suffices to prove that these
factors are necessary for success); for their neglect
of the asymmetrical relational connections between
places that may be every bit as important in causing
uneven development as territorial attributes; and for
their Eurocentrism (e.g. Blaut, 2000). They are, again,
rooted in methodological nationalism.
Sociospatial ontologies and
development imaginaries
In the three preceding sections, I have examined the
contrasting views of different overlapping groups of
economists on the question of economics, nature,
geography and development. I have noted substantial
disagreements about the importance of first versus
second nature, the relative importance of institutions
and ‘geography’, and the merits of Keynesian versus
Hayekian prescriptions. Nevertheless, these disagreements orbit fairly tightly around a shared belief in
the capacity, in principle, of democratic capitalism,
US-style, to solve poverty and bring development to
all. In this section, I explore how the sociospatial
ontology of mainstream economics contributes to
this capacity for consensus on the question of
development, and contrast this with the quite different
development imaginaries that emanate from Anglophone geographical political economy.
The view from Economics
Notwithstanding the potential diversity of Economics,
I explore here the hegemonic mainstream perspective.
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Dialogues in Human Geography 1(1)
This has produced the most effective and cohesive
paradigm in Anglophone social science of the last
century. Imré Lakatos argues that every scientific
epistemological community constitutes its research
program through the articulation and defense of a set
of ‘hard-core’ propositions that should not be questioned, surrounded by a protective belt of ‘auxiliary
hypotheses’ that protect this core from being falsified
(Lakatos, 1970), and mainstream economists have
mastered this. Even what seem to outsiders to be
relatively minor deviations within Economics are
marginalized by the mainstream’s proponents as
‘heterodox’. Practitioners of such heresies find themselves largely excluded from the canonical journals
and departments. Indeed, some have concluded that
the mainstream view is simply autistic about such
alternatives (http://www.paecon.net). The hegemony
of this epistemological community during the past
century also has had the effect of constituting the
world through the enactment of its laws, with the
effect of making their plausibility seem self-evident
(Mitchell, 2005a).
As conceived within this tradition, the laws of
economics are, first, deemed to be ubiquitously
applicable, across space and time. Second, they
separate the economic from other aspects of
socionature. Indeed, some proponents claim that
these laws apply to all domains of human action
including our relationship with nature (consider, for
example, the current popularity of carbon markets)
(Fine and Milonakis, 2009). Third, they are
grounded in mathematical languages that enhance
their status as seemingly scientific. Fourth, they
constitute a development imaginary in which the
progress of nations is judged by whether and how
they deviate from practicing these laws.
The social ontology underlying this shared belief
is well known, but its spatiotemporality has received
less attention. The social ontology has the following
characteristics. The economy is composed of individuals of more-or-less equivalent social capacities,
differing in preferences and endowments (usually
taken as exogenous to the economy). Markets
function as a result of more-or-less well-informed
individuals making self-interested choices to buy
and sell. Markets are assumed to clear, placing the
economy in a neoclassical equilibrium that is argued
to function like Adam Smith’s invisible hand: ‘It is
not from the benevolence of the butcher, the brewer,
or the baker that we expect our dinner, but from their
regard to their own interest. We address ourselves,
not to their humanity but to their self-love’ (Smith,
1776: I.ii.2).
There is considerable contemporary debate about
the cognitive and even neural aspects of choicemaking, about optimizing versus satisficing choices,
and about limited information and uncertainty, but
these are considered undesirable deviations from a
rationally ordered and socially efficacious capitalist
space-economy – deviations that should be fixed
with a dose of ‘libertarian paternalism’ (Thaler and
Sunstein, 2003). Rationality is to be defended at all
costs. The rationality of this ontology of capitalism
rests on the question of how often individuals actually achieve the intended consequences of their
choices through the operation of the market. If this
were rare, there would be little reason for individuals
to repeat such actions; indeed, the very rationality of
choice making would be called into doubt. To doubt
the economic rationality of choice-based behavior,
then, would be to call the entire set of hard-core
propositions into question.
The spatiotemporal ontology accompanying, and
reproduced through, this model of capitalism helps
reign in the possibility of unintended consequences
– at least within its own theoretical confines. One
scale dominates: that of the human body. Adopting
the principle of methodological individualism,
economic processes are reduced to the rational,
perfectly informed, self-interested and autonomous
choices of individuals (themselves often reduced
to ideal types known as representative agents).
Without such ‘microfoundations’, a theoretical
model has little chance of gaining respect in contemporary mainstream economics – even in network
economics where a relational model of human
action is now popular. Individual actions in turn are
aggregated into territorialized macroeconomic
objects (e.g. aggregate production functions, or
factor endowments), which are assumed to describe
adequately the dynamics of urban, regional and
(most commonly) national economies. Each scalar
territorial entity is treated as a bounded and homogeneous unit of analysis. Scalar units are given
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a priori, and linked together through a bottom-up
causal logic, beginning with the individual, that
conforms with hierarchy theory in Ecology: objects
at any scale are mobilized by actions emanating
from smaller scales and constrained by events
operating at larger scales (Wu, 1999).
Geographical detail is attached to this scalar
ontology as a fixed set of attributes characterizing
each scaled unit of analysis (body, region, nation)
– a naturalized geography. This set includes
place-based attributes (resources, climate, culture,
etc.), and relative location (accessibility to other
such units, measured on the basis of given communications geographies). If geographical difference
creates unequal opportunities, it constitutes a tilted
‘playing field’ on which some actors cannot achieve
economic welfare through their individual actions.
This would challenge the rationality of microfoundations and thereby the hard-core principles. If such
attributes can be commodified, however, as utility
functions driving preferences, or as resource
endowments driving comparative advantage, then
the possibility remains that the market can modulate
such differences through the rational choices of its
participants (Sheppard and Leitner, 2010).
For most mainstream theorists, this bottom-up,
multiscalar and methodologically territorial spatiality is combined with a particular (a)temporality: the
economy is assumed to approximate a marketclearing equilibrium. Much mainstream economic
theory is static, with dynamics typically treated in
one of two ways. One approach assumes that the
economy is always approximately in equilibrium,
with the details of that equilibrium depending on the
context: Baldwin’s account of globalization exemplifies this. Here, dynamism is an attribute of the
context rather than the economic theory. Alternatively, it is assumed that the economy moves
smoothly along a dynamic equilibrium ‘golden’
growth path, where current production exactly
matches future demand (clearing the market over
time). In such equilibrium models, time is reversible: a shifting parameter rather than an evolutionary
historical force. Unintended consequences are less
likely and rationality still can rule.21
As noted above, economists who stress the
irreducible nature of uncertainty are a notable
exception to this minimalist incorporation of
temporality – including Hayek and Keynes.
A non-ergodic world poses deep problems for those
seeking to defend the rationality of a microfoundational approach. When the future is not simply
unknowable but plagued with unpredictable twists
and turns, how can humans, or even economists,
retain faith in their capacity to know and act on the
world (Rosser, 2004)? Even here, however, it seems
possible to rescue the possibility of rationality, and
of a teleological path for capitalist development, as
long as the other ontological features are preserved.
Mainstream economics’ development imaginary. Taken
together, methodological individualism, naturalized
geographies and methodological territorialism
underwrite the teleological, neocolonial development imaginary that Rostow pioneered. Within this
ontology, aided by a Walrasian auctioneer, capitalism becomes a benevolent and harmonious
mechanism of market clearance, in which all participants are equally positioned and empowered to
realize their preferences.22 Its ubiquitous principles
promise to bring economic prosperity to all. In this
imaginary, to be developed is to achieve high levels
of median gross national income and the like, which
immanent capitalist accumulation is imagined to
make possible.23 A crucial implication of this
teleology is that failure to achieve prosperity can be
attributed to characteristics of people and places that
prevent the market from achieving its potential: to bad
latitude, bad attitude (Hart, 2002) or poor governance.
Geography plays a relatively minor role, in the
form of place-based characteristics – variations in
local context (e.g. endowments, traditions of statemarket relations, cultural norms, and geographical
advantage).24 Attending to these is acknowledged
as crucial to making the appropriate intervention,
but the goal of accelerating capitalist accumulation
and growth remains the same (Rodrik, 2007). Jim
Blaut has dubbed this developmental imaginary
‘diffusionism’: development simply diffuses from
advanced to backward countries (Blaut, 1987,
1993). Countries are ranked, then, by how far they
have progressed along the path to prosperity, constructing what Dipesh Chakrabarty calls ‘History 1’
(Chakrabarty, 2000) – a historical narrative that
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Dialogues in Human Geography 1(1)
represents the developmental histories of western
Europe and North America as the norm against which
all are to be judged (and most found wanting).
Crucially, this imaginary locates expertise about
development within the global North; those people
and places that have prospered are positioned to
show others the way. Cowen and Shenton distinguish between immanent and intentional development: that is, between development as an emergent
process and strategic efforts to create development
(Cowen and Shenton, 1996). (Gillian Hart, 2001,
dubs these ‘development’ and ‘Development’.)
Within this imaginary, the path of immanent development is given, and a model that wealthy regions
draw on to bring intentional development to others.
Intentional development becomes necessary when
immanent development possibilities are blocked.
Developed countries’ expertise is necessary to open
such blockages, as their own prosperity confirms
their successful experience in solving development
problems. As both Blaut and Chakrabarty note, this
contitutes a Eurocentric development imaginary.
Yet the principles invoked for intended development have proven far from successful. Notwithstanding multiple experiments with different
territorial models of governance – spatiotemporally
variegated capitalisms that articulate with different
local visions of state-market relations and shifting
global policy discourses (Brenner, 2004; Peck and
Theodore, 2007) – there has been serial policy
failure. Neither state-led development nor structural
adjustment have been particularly successful in
accelerating many countries along the development
path. Nevertheless, the hegemony of this geographical imaginary has meant that such serial failures
have not seriously undermined the global North’s
claims to expertise, even as its experts periodically
reverse their views about which principles
are appropriate (Sheppard and Leitner, 2010).
Diffusionism implies that there are no alternatives
to what development means or how to achieve it –
no legitimate contestations.
The view from Geography
If thinking in Economics can readily be simplified
to a hegemonic mainstream view, this is far from the
case in our anti-canonical discipline. Economic
geography includes a group of scholars who hew
more closely to mainstream economic thinking, but
currently is dominated by Anglophone geographical
political economy (Sheppard, 2011a). Even this is
a very diverse body of knowledge rife with
philosophical, theoretical and methodological
disagreement (Sheppard and Barnes, 2000). Yet,
connecting across this diversity, it can be characterized by a very different sociospatial ontology
from that of geographical and development
economics, with room for alternative development
imaginaries.25
In contrast to the Cartesian ontology of
mainstream geographical economics (individuals
and territories as hermetic objects of analysis;
spacetime as exogenous coordinates), geographical
political economists tendentially favor a relational,
or dialectical, sociospatial ontology.26 This is so
in at least three senses. First, it attends to the
co-constitution of society, spacetime and the
more-than-human world. Second, it takes a dialectical approach to theorizing the agents and territories
of a capitalist space economy. Third, it stresses how
economic and non-economic aspects of the social
world (identity, politics, culture, etc.) are co-implicated.
It is in the domain of theorizing economic actions
that economic geography can be most immediately
compared to the economic mainstream, since this
is where the mainstream focuses. Indeed, some
scholarship in geographical political economy has
made the comparison as straightforward as possible
through deployment of the mathematical language
of theory that economists so value. Summarizing a
substantial body of such research (in heterodox economics and economic geography), its focus is on the
production of commodities, not market exchange.
This entails, first, taking temporality seriously.
Markets, as places of instantaneous equilibrating
exchange, are replaced by places of production, a
process that takes time: the timelag between
advancing capital to finance production and the
anticipated recuperation (realization) of profits is
crucial to profitability.
Second, it conceptualizes economic actors in
terms of their positionality within economic
processes (shaped by class, gender, location, etc.)
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Sheppard
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rather than simply as rational autonomous agents.
Positionality conceptualizes agents in terms of their
differently empowered interrelations, instead of imagining that they are autonomous agents with given
endowments and preferences. Third, geographical
research takes seriously the shifting connections
between firms in a sector and between sectors,
including the transportation sector – connections
shaped by prevailing technological interdependencies, labor relations and transportation costs. Even
without the complications of geography, such a shift
in perspective raises serious questions about mainstream macroeconomics (e.g. whether factor prices
reflect their marginal productivity or their bearers’
political power: Harcourt, 1972; Sraffa, 1960), and
confirms Marx’s thesis of exploitation.27
This scholarship confirms Marx’s intuition that a
capitalist economy is generative of social inequality
and typically far from equilibrium, with different
alignments of agents struggling over the disposition
of the economic surplus (Harvey, 1982; Pasinetti,
1981; Roemer, 1981, 1982; Sheppard and Barnes,
1990; Webber and Rigby, 1996). While marketclearing equilibria may emerge as significant
orientation points for the dynamics of capitalism,
the individual and collective actions of agents generally keep the economy far from such equilibria,
with the very real possibility that agents cannot realize the intentions behind their seemingly rational,
self-interested choices (Bergmann et al., 2009).
Incorporating the co-constitution or production
of spacetime and the more-than-human world
further muddies Panglossian mainstream representations of capitalism. Distance is no longer simply
a cost of doing business, but is produced by transportation and communications firms shaping how
places are connected – firms that commodify space,
reshaping accessibility. Production technologies
differ across sectors, and regions (cf. Rigby and
Essletzbichler, 1997). Places cannot be captured in
terms of given attributes or endowments, since their
characteristics, and sociospatial positionality, are
continually in flux. The uncertainties faced by
commodity producers, seeking to realize profits on
the capital advanced, are compounded by the
difficulties of obtaining inputs from distant suppliers,
of having to move commodities from places of
production to those of consumption, of anticipating
consumer demand in other places, and of plugging
into complex and shifting geographies of finance.
Geographers stress the importance of recognizing that
geographies are produced through socio-economic
processes, if social theory is to avoid spatial fetishism
(Sheppard, 1990). Yet it is equally important to
recognize that produced geographies have their own
distinct effects on socio-economic processes: society
shapes geography, and geography shapes society
(Plummer and Sheppard, 2006). Attempts to
commodify the more-than-human world (e.g. through
accumulation by dispossession and ecological
markets) are further plagued by the biophysical
processes shaping the material world – processes that
capitalists seek to align with capitalism via commodification, albeit incompletely and often unsuccessfully.28
Once space and ‘nature’ are endogenized into
theories of capitalism, the dynamics of capital accumulation cannot be reduced to the microfoundations
of geographical economics.
Economic actors are neither fully rational nor
autonomous. Their interests and preferences are
shaped by their sociospatial position, their knowledge is imperfect, and they engage in collective
action. Their actions shape, but also are shaped
by, the social structures and cultural context in
which they find themselves. As Marx quipped, they
make the world, but not a world of their own choosing. (Plummer and Sheppard, 2006: 622)
It becomes that much harder for agents to select
actions whose consequences can be foreseen, or can
be expected (with much confidence) to realize their
intended goals, undermining the rationality of a
capitalist space economy grounded in the
self-interested actions of its agents. Further, uneven
geographical development is the order of the day,
with some places realizing prosperity at the expense
of impoverishment elsewhere (the development of
underdevelopment, cf. Frank, 1978; Harvey, 1982,
2005; Smith, 1984).
Over the past decade, drawing on cognate
scholarship in feminist studies, cultural studies,
post-prefixed philosophy, anthropology, economic
sociology and political science, economic geographers have demonstrated that ‘economic’ processes
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Dialogues in Human Geography 1(1)
cannot be examined separately from, or prior to,
more-than-economic processes (conventionally
labeled as cultural, social and political) that they are
bound up with (cf. Barnes, 1996; Gibson-Graham,
1996; Grabher, 2006; Lee, 2006; McDowell, 1997;
Thrift, 2005; Wright, 2006). Rather, each is coconstitutive of the others. Consider, for example,
‘culture’ – an enduring problematic of development.
The most mundane economic practices – indeed the
very definition of what counts as economic – are
shaped by, as well as shaping, cultural norms, discourses and subject formation. Such practices
should be conceptualized in terms of how the situated imaginaries, knowledges and interests of differently positioned and unequally empowered agents
give meaning to and shape economic practices.
Beyond this, such practices inevitably express the
situated identities of their practitioners, performatively reproducing and challenging these – a process
that Judith Butler (1990) dubs citation. Geographers’ contributions to making sense of these interminglings, and the complex assemblages that they
bring forth, have particularly focused on the multivalent spatialities of positionality, and social and
political norms, and how these are co-implicated
with those of economic processes. Such complexities are not reducible to rational microfoundations
or mathematical theorems, although mathematical
modeling can help make their implications more precise (Bergmann et al., 2009).
The development imaginaries of geographical political
economy. Geographical political economy, the bare
contours of which are sketched above, creates space
for alternative development imaginaries. By
contrast to the teleological model of capitalist development associated with mainstream Economics’
sociospatial ontology, a relational/dialectical
ontology envisions no such diffusion of immanent
development from north to south. Even deploying
such conventional conceptions of development as
economic prosperity, very different conclusions are
arrived at as to the conditions of possibility for
achieving this. In this view, capitalism engenders
sociospatial inequality. Differences in sociospatial
positionality, a historical legacy of social hierarchies
and geopolitical power inequalities mediated
through shifting geographies, tendentially reproduce
such inequalities, notwithstanding periodic spatial
restructuring (Sheppard, 2002). The fact that this
most recent phase of rapid, neoliberal globalization,
like that of the 19th century, has been accompanied
by persistent and intensifying sociospatial inequalities, culminating in the current global crisis,
provides prima facie evidence supporting this claim
(Milanovic, 2005; Obstfeld and Taylor, 2004;
Williamson, 2005).
Departing from Eurocentric territorial accounts
yoked to History 1, a relational/dialectical view
stresses sociospatial positionality, not Europeanness, as the catalyst for western Europe’s capitalist prosperity. Diamond, Sachs and North explain
European prosperity in terms of northwestern
European territorial attributes (climate, topography, politics, culture, religion). Such explanations cannot adequately account for the ‘great
divergence’ between Europe and eastern and
southern Asia after 1492 – after which wealth
and economic momentum rapidly moved from
one side of the old world to the other (AbuLughod, 1991; Blaut, 1993; Pomeranz, 2000).
Methodological territorial explanations overlook
a key relational advantage that Europe possessed:
the good fortune of comparatively easy access to
the Americas. This ‘new world’ proved readily
exploitable for resources, land, gold and silver,
its plantations became a proving ground for factory labor practices, and the production of cheap
sugar, coffee and cotton could be organized for
European markets (Blaut, 1993).
European contact with the Americas profoundly
altered the more-than-human world, in ways that
particularly benefitted Europe. This Columbian
exchange (Merchant, 1989) brought European
viruses to the Americas, where American indigenous socio-ecological complexes were replaced by
European agricultural practices and species.
In Europe, diets improved, food and labor costs fell,
factory technologies were catalyzed, and the money
supply and profit rates increased. In the Americas,
depopulation and the depredations and displacements of colonialism undermined indigenous
livelihood practices (and military power), creating
widespread impoverishment and further opening the
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territories to the settlement of surplus European
populations. Here, geographical inequalities are
explained as a consequence of socionatural relations,
connecting places in ways that tendentially benefit
certain places and social groups at the expense of
others, rather than in terms of territorial differences
in natural endowments.
More generally, a relational/dialectical ontology
stresses how the economic conditions in a territory
depend as much on its shifting connectivities with
other territories as on place-based attributes.
Connectivities also are acknowledged within the
diffusionist imaginary, but are widely presented as
mutually beneficial and thus not troubling this
imaginary.29 By contrast, geographical political economy theorizes such connectivities as tendentially
reinforcing uneven development. As in dependency
and world systems theories, the impoverishment of
certain people and places co-evolves with globalizing
capitalism, rather than being an original condition that
immanent capitalist development can overcome (cf.
Amin, 1974; Frank, 1967; Harvey, 1982; Wallerstein,
1979).
If a relational/dialectical geographic ontology
undermines the diffusionist, territorial History 1 that
still plagues mainstream economic conceptualizations of geography, capitalism and development –
concluding that capitalist development in the core
tendentially undermines that in the periphery –
consideration of culture, identity, and more-thancapitalist economic practices further compounds the
picture. A narrative that imagines enrolling cultural
and geographical difference into the drive for
economic prosperity, commodifying it as tradable
assets, becomes replaced by one that stresses
cultural difference as a shifting terrain of contestation over what counts as living well: a contestation
with no determinable outcome.
It is vital to recall that globalizing capitalism’s
own emergence to global hegemony (a trajectory
stretching back to Britain’s adoption of free trade
in the early 19th century) itself was achieved
through its own successful contestation, and
marginalization, of alternative imaginaries and
practices of the economy, liberty, justice and the
good life. Contestations are ongoing. Some that
preceded globalizing capitalism persist, such as
tropical subsistence livelihood systems. Others have
emerged as alternatives, such as the state socialism
that many postcolonial societies experimented with
after 1950. As the problems of globalizing capitalism have become particularly trenchant, multivalent
contestations are increasingly visible, at a variety of
sites and scales (cf. Leitner et al., 2007a). Alternative imaginaries and practices, located in and across
civil society and political institutions and entailing
various spatialities, exceed the logics and processes
driving capitalism. These include: explicitly
anti-capitalist national (Venezuela, Iran), regional
(Kerala) and local territorial strategies (Escobar,
2008; Moore, 1998); state agencies pursuing
non-capitalist agendas; and alternative social
movements stretched across space.
As in Chakrabarty’s History 2, these alternatives
draw strength from a capacity to resist becoming
‘forms of [globalizing capitalism’s] own lifeprocesses’ (Chakrabarty, 2000: 63). Of course,
different contestations reflect distinct sociospatial
positionalities and are unequally empowered, with
questions remaining about their relative efficacy
and capacity to realize their particular developmental
imaginaries and challenge hegemonic imaginaries
and practices. Nevertheless, to dismiss contestations
a priori is to cede ground to globalizing capitalism
(Featherstone, 2003; Gibson-Graham, 2006; Leitner
et al., 2007b; Rose, 2002).
Conclusion: Transcending
development teleologies
In this paper, I have analyzed the different narratives
of the economy, geography, nature and development
mobilized by mainstream economists and economic
geographers during the past 15 years. Among the
public and in policy-makers’ imaginations, economists’ imaginaries dominate geographers’ – an
ongoing challenge for the viability of our discipline.
Examining three such influential streams of thought,
I note that they conceive the relationships between
geography, nature and development in a particular
way. Like many geographers, they are increasingly
critical of what we have come to call the neoliberal
phase of capitalist globalization that characterized
the past three decades – market triumphalism.
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Dialogues in Human Geography 1(1)
Nevertheless, they share a sociospatial imaginary,
itself rooted in mainstream economics, whose
methodological individualism and territorialism,
and treatment of space and nature as external to the
economy, underwrites a diffusionist, teleological
conception of development – an imaginary of globalizing capitalism as capable, in principle, of transferring economic prosperity from the global North to
the global South. As a generation of dependency
theorists and of postcolonial scholars have noted,
this implies that the global North provides a model
for all to follow – European history is universalized
as everyone’s history. In this imaginary, geography
plays at best a secondary role: imprisoning disadvantaged locations by blocking this diffusion, or
describing a set of contingent contextual placebased features that require differentiated instruments
to align different kinds of places onto the same path.
A corollary of this shared development imaginary is
that the global North remains the repository of
expertise about how to achieve development, a role
it has asserted for itself since colonial times, because
success is taken as the mark of expertise.
Against this, I argue, the relational/dialectical
ontology currently dominating Anglophone economic geography makes space for non-teleological,
variegated development imaginaries. Emergent
unequal geographies are part of the very fabric of
globalizing capitalism. Differently positioned places
require different strategies even when sharing
the same goal, legitimizing a multiplicity of developmental trajectories, rather than a teleology (Amin,
2002; Massey, 1999; Sheppard, 2002). Beyond this,
cultural differences about what it means to live well,
and how to realize this, are increasingly intermingled
and co-constitutive – an ongoing resource for
contestation. Couze Venn (2006) puts this well:
Underlying the strategies of development . . . one
finds . . . the idea that ‘progress’ . . . [implies] the
erasure or conversion of the previous state of
affairs in favor of more efficient and rational
stages. Within this perspective, the co-habitation
of different spatialities and temporalities is seen
as a sign of dysfunction, or a side effect to be
managed . . . [Yet] cultures are inescapably polyglot . . . the interpenetration of the global and the
local at all levels means that the material and the
virtual, roots and routes, are now correlated in terms
of different spatialisations and temporalities . . . in
terms of new imaginaries that pluralise belonging in
quite new ways. (Venn, 2006: 43–44)30
Rather than a teleological trajectory, development is
imagined as an assemblage of possibilities that are
struggled over by differently situated and located
groups of actors in shifting alliances and rivalries.
Sociospatially differentiated conceptions of what it
means to live well, of how differentiated economic
practices are valued and how to improve livelihoods, cohabit the earth, merging into, and being
transformed through, one another.
Of course, contestations are unequally empowered. Inevitably, more powerful and widespread
livelihood assemblages seek to superimpose their
development imaginary on others. Such struggles
long precede the moment when the term development gained its current doctrinal usage in European
colonial societies (Cowen and Shenton, 1996).
Nevertheless, such attempts at intended development, driven by sociospatial processes of power/
knowledge, persuasion, emulation and governmentality, are always incomplete and vulnerable to
differently positioned contestations – contestations
over development imaginaries and practices, and
over development itself (Escobar, 1995; Sachs,
1990; Santos, 2008; Sidaway, 2007).
Imaginaries of capitalist development as a
common, economic path to the good life, eventually
deliverable and acceptable to all, have never been
adequate to the task that they set themselves. Irreducibly differentiated livelihood practices come
together in provisional and shifting assemblages,
with particular spatiotemporal footprints and effects.
Such assemblages are ‘always heterogeneous; . . .
mutually constitutive within and across scale; . . .
the human and non-human are intimately related and
co-implicated; . . . change is the only constant; . . .
spatiotemporality is an emergent but influential
aspect; and trajectories are contingent and uncertain’
(DeLanda, 2006; Sheppard, 2008: 2609).
In a relational/dialectical ontology, these are not
simply multiple trajectories co-existing with one
another, from which each chooses their preferred
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Sheppard
67
alternative. They are interbraided, shaping one
another in shifting, geographically complex and
unequal ways. Geographical trajectories of societal
development are more akin to Steven Jay Gould’s
intertwining branches than Rostow’s stages. This
opening up, while generative of variegated
imaginaries, is potentially plagued with problems
of differential empowerment and the danger of
slippage into relativism. On the one hand, for all its
failures and slippages, the performative success of
the mainstream capitalist imaginary must be
acknowledged. Its taken-for-granted status and
propagation through the vectors of postcolonial
geopolitics has enabled it to masquerade as universal, quasi-scientific knowledge about geography
and development. Yet, like all such monistic knowledge systems, it emerged as a local epistemology,
carved out of a particular context (18th-century
British Lockean liberalism sutured to European
colonialism). Thus, before accepting this ontological
and theoretical framework on faith, it is important to
interrogate how it has fared as it has globalized
beyond its time/place of origin.
On the other hand, for all their multifaceted and
potentially transformative possibilities, it cannot
suffice to simply celebrate every one of those
contestations that still seem, from the mainstream
perspective, particular, parochial, and local.31
Creating space to take alternatives seriously cannot
be a license to do so uncritically. Indeed, all such
assemblages must be subjected to a reciprocal critical engagement with one another, whereby each is
challenged to defend its norms in light of others’
criticisms. Each must be assessed critically in terms
of its impact on both the livelihood possibilities of
those pursuing it and those living otherwise (and
elsewhere). Political and moral grounds, the implicit
bases for critique, must be laid bare for debate
(Barnes and Sheppard, 2010; Olson and Sayer,
2009). Finally, this cannot be restricted to the realm
of intellectual disagreement; critical assessments of
grounded livelihood practices undertaken in the
name of one or another imaginary are at least as
important.
Such mutual critical engagement between livelihood assemblages and development imaginaries
implies that the locus of expertise, conventionally
associated with the global North, metastasizes to all
those participating in such exchange. If such
engagement could be realized, it is unlikely to result
in agreement (Longino, 2002). The purpose should
not be framed in terms of realizing a consensus
about development and the good life – something
that is likely to be as undesirable as it is impossible.
Rather, it should be seen as an open-ended process
of mutual learning – during which each potential
development imaginary is subject to the most
rigorous challenge and revision. Such a normative
vision is difficult to implement and fraught with
risk. Even-handed engagement between globalscale powerful, seemingly universal assemblages
and more local and heterogeneous alternatives
(between, say, the World Economic Forum and the
World Social Forum) will be impossible without
finding ways to empower the latter. Further, the
co-existence of different assemblages and imaginaries will require developing alternative modalities
of interaction and coordination – tasks conventionally given over to the market and the state; alternative assemblages cannot simply exist side by side
but will be interconnected. Yet the current status
of the world is hardly one that endorses any
complacency about the adequacy of the currently
hegemonic development imaginary. Indeed, the
essence of geographical reasoning should be an
open-minded acknowledgement of the differences
across, and a rigorous interrogation of the possibilities
of, our world, wherever this may lead.
Notes
1. Quoted in ‘A question of blame when societies fail’,
George Johnson, New York Times, 25 December
2007. Available at: http://www.nytimes.com/2007/
12/25/science/25diam.html.
2. I take a very broad-brush approach to nature, reducing
the incredibly complex interminglings of a morethan-human geography to two contrasting narratives
about the relationship between the human and
non-human world: first versus second nature. I leave
it to others to judge whether and how this simplification
compromises the arguments made here.
3. These arguments remain controversial in Economics,
as will be discussed in the next section.
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Dialogues in Human Geography 1(1)
4. Throughout, I place geography in quotes when it
refers to the particularly limiting conception disinterred
by Diamond and Sachs.
5. Diamond’s explanation of why Haiti is largely
deforested (a mark of its unsustainability), unlike the
Dominican Republic, is very similar. Adopting the
unfamiliar domain, for him, of social rather than environmental analysis, he argues that the Dominican
Republic benefitted from European immigration and
cash crop exports, and thus was able to mobilize considerable local expertise of European origins about
forest management. By contrast, he suggests, Haiti
(whose population of largely African origin fomented
a famous anti-slavery rebellion) did not attract
European immigrants, engaged in subsistence agriculture instead of cash crop exports, and now requires
external expertise to manage its forests (Diamond,
2005: 339–41). (He leavens this account with the
Malthusian specter of overpopulation in Haiti.) Like
Acemoglu et al., he associates expertise, here, with
(white) Europeans rather than Africans, and equates
development with specialization and international
trade.
6. Social Darwinists such as Herbert Spencer drew on
this conception in their arguments that human and
societal competition inevitably favors those who are
superior – using such arguments to legitimate the
success of Europeans and the privileged classes (Peet,
1985).
7. I am grateful to Marion Traub-Werner for drawing
my attention to this.
8. Evolutionary economics is a popular subcurrent of
heterodox (i.e. non-mainstream) economics, where
biological debates about evolution still are revisited
(e.g. Boschma and Martin, 2007).
9. Heterodox economists, including Marxists, dependency and world system theorists and feminist and
ecological economists, as well as economic geographers, emphasize non-teleological conceptions of
development (or, on occasion, other teleological
trajectories).
10. Hugh Goodacre offers a similar comparison of Sachs’
and Krugman’s approaches, noting a relative neglect
of Sachs by economic geographers that reflects their
‘absorption . . . in theoretical and methodological
issues, at the expense of a focus on the struggle for
development’ (Goodacre, 2006: 264).
11. Indeed, the very idea that there could be more than
one equilibrium outcome was quite controversial in
mainstream economics, until recently.
12. This has long been recognized (Harvey, 1999; Lösch,
1954 [1940]; Ottaviano and Thisse, 2004).
13. This is exemplified by mainstream trade theory,
where the benefits of free trade are presumed to
outweigh any costs for a minority, who can be
compensated in order that all can gain from trade
(Sheppard, 2011b).
14. The United Nations Research Institute for Social
Development organized a conference on ‘The need
to rethink development economics’ in September
2001 (Hart, 2002).
15. The shaping influence of this cluster of economists is
such that a distinct, explicitly radical ‘new development economics’ (Jomo and Fine, 2006) has received
little attention.
16. For a critical assessment see, for example, Peet
(2009); Sheppard (2005).
17. Timothy Mitchell has traced how de Soto’s trajectory,
via Geneva, to become the representation of indigenous third world economic expertise with considerable
influence over World Bank policy was shaped by
the same forces that made the neoliberal thought
collective of the West (Mirowski and Plehwe, 2009;
Mitchell, 2005b).
18. The Economist now views state capitalism as important for years to come (The Economist, 2010).
19. These arguments, formalized by Eugene Fama as the
Efficient Markets Hypothesis (EMH), were broadly
criticized given their central role in the 2008 implosion of global finance markets (Buiter, 2009; Fama,
1991; Mackenzie and Millo, 2003). Yet any reports
of EMH’s death are greatly exaggerated.
20. In ergodic systems, distributions of future possibilities
are well defined and do not depend on the history of
the system. In non-ergodic systems, the opposite is the
case. These include systems exhibiting dynamical
and computational complexity: non-linear dynamical
systems of the kind popularized under the rubric of
complexity theory.
21. Drawing on complexity theory, some economists
have sought to treat the neoclassical economy as an
‘evolving complex system’ (Anderson et al., 1988;
Arthur et al., 1997). Nevertheless, the power of equilibrium thinking is such that the destabilizing
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Sheppard
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69
potential of this approach for mainstream hard-core
propositions is repeatedly shied away from (Krugman,
1996; Markose, 2005; Plummer and Sheppard, 2006).
Uncertainties about how market-clearing prices can
actually emerge, even under conditions of perfect
competition, are often resolved by resorting to Leon
Walras’ notion of deputizing the task to an auctioneer.
Although measurement of development is currently
subject to debate (Stiglitz, 1993).
This is much like Andrew Sayer’s realist account of
the difference that space makes (Sayer, 2000).
It is impossible, of course, to accurately represent the
diversity of economic geography here, or the richness
of the empirical research on globalizing capitalism
that it has generated. I offer my particular, situated
perspective on geographical political economy, in the
belief that its broad lineaments are broadly shared
across the subdiscipline. This common ground
includes the propositions that agency and structure
are mutually constitutive, that spacetime shapes and
is shaped by the economy, that relational connectivities between places and across scales are crucial, that
economic processes are bound up with and inseparable from politics, culture and identity, and that
capitalism produces sociospatial inequality.
Notwithstanding attempts to distance the recently
dubbed ‘relational turn’ in economic geography from
political economy (Boggs and Rantisi, 2003; Ibert,
2009), I regard the two as sharing an ontology that
focuses on the relations between entities rather
than on the entities themselves. Like David Harvey,
I regard this as dialectical in inspiration (Harvey,
1996; Sheppard, 2008).
The ‘Fundamental Marxian Theorem’ shows that
profits can only be made when the socially necessary
labor contributed by workers to commodity production is greater than the labor for which they are
compensated (Morishima, 1973).
Similar arguments apply to labor, because human
actions are never fully reducible to economic calculation (Polanyi, 2001 [1944]).
Promoting unrestricted trade, investment, knowledge
and labor flows is supposed to close the ‘gap’
between rich and poor countries, accelerating the
convergence of the latter on the former.
Of course, this is not a uniquely geographical insight;
other disciplines have been at least as active in
prosecuting such an imaginary. Yet the sociospatial
ontology described here certainly helps underwrite
such imaginaries.
31. Of course, the mainstream development narrative is
also particular, parochial, and local; its success lies
in a capacity to elide this.
Acknowledgements
I am grateful to the Center for Advanced Studies in the
Behavioral Sciences (Stanford, CA) and the National
University of Singapore for leaves enabling me to
formulate and complete this paper. I have also benefitted
from audiences at the University of British Columbia, die
Universität Heidelberg, the University of Minnesota, the
National University of Singapore, and the University of
Tennessee, and from Jun Zhang, Luke Bergmann, Padraig
Carmody, and two anonymous referees – all absolved
from responsibility for these arguments.
Funding
This research received no specific grant from any
funding agency in the public, commercial, or not-for-profit
sectors.
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