EL LORO DE FLAUBERT
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EL LORO DE FLAUBERT
Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 EL LORO DE FLAUBERT Notas de lectura del libro de Julián BARNES, El loro de Flaubert, trad. Antoni Mauri, Barcelona, Anagrama, 2009 http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez ÍNDICE DEL DOCUMENTO 1. INTRODUCCIÓN: “EL LORO DE FLAUBERT”, UNA BIOGRAFÍA DISTINTA .................................................................1 2. GOURSTAVE, FLAUBEAR. EL OSO EN SU MADRIGUERA: EL ERMITAÑO DE CROISSET ............................................3 3. GUSTAVE FLAUBERT: CRONOLOGÍA DE UN IDIOTA .................................................................................................5 4. IDEAS SOBRE ARTE Y LITERATURA: EL ESTILO, LA IMPASIBILIDAD, MADAME BOVARY C’EST MOI! ......................7 5. GUSTAVE FLAUBERT. SUS AMIGOS. LAS MUJERES DE SU VIDA ..............................................................................9 6. EL LORO DE “UN CORAZÓN SIMPLE” ......................................................................................................................10 7. FLAUBERT Y LA POSTERIDAD ..................................................................................................................................13 ooo 000 000 ooo 1. INTRODUCCIÓN: “EL LORO DE FLAUBERT”, UNA BIOGRAFÍA DISTINTA Este es un libro que nos permitirá conocer mejor al autor de “Un corazón simple”. El mismo Barnes empieza su obra con una reveladora cita de Flaubert (1872): “Al escribir la biografía de un amigo, hay que hacerlo como si estuvieras vengándole”. (Carta a Ernest Feydeau, 1872) De manera que eso es el libro: un ensayo biográfico sobre el escritor y su obra, donde el loro —y el cuento donde aparece, “Un corazón simple”— ocupa un lugar destacado y donde, sobre todo, cuenta el interés laudatorio del apologeta. El autor, Julian Barnes, nació en Leicester, Reino Unido, en 1946. Ha sido lexicógrafo y crítico cinematográfico, es un narrador consagrado en su país y ese dominio del oficio hace que dé a esta obra suya un tono literario, personal que, a veces, perjudica y, en otras ocasiones, anima la lectura. Barnes cuenta en primera persona, a través de un narrador apócrifo que dice ser médico, viudo, sesentón largo y que confiesa haber amado a su difunta mujer, Ellen, a pesar de sus devaneos e infidelidades. O sea, su narrador se parece mucho a Charles Bovary, médico rural, llorando por su querida Emma. Pero no debemos confundir narrador (autobiográfico, fictivo) y escritor (el ciudadano Julian Barnes: en su biografía 1 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 no consta, que sepamos, ningún dato profesional relativo a la vida clínica de los galenos, al juramento hipocrático). La afinidad entre las vidas del personaje (biografiado) y del narrador (autobiografiado ficcionalmente) hace que la admiración por Flaubert alcance los extremos del panegírico. http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Para el lector atento el texto contiene, una vez más, un sutil juego literario que lo enriquece plurisignificativamente. “La medicina debía ser en aquel entonces [en los tiempos del padre de Flaubert y de su hermano Achille, seguidor de la tradición médica familiar] una ocupación emocionante, desesperada, violenta; hoy en día se reduce a pastillas y burocracia. ¿O acaso sólo ocurre que el pasado parece tener más color local que el presente? Estudié la tesis doctoral de Achille, el hermano de Gustave: su título era «Algunas consideraciones sobre el momento de la operación de la hernia estrangulada». Un paralelismo fraternal: la tesis de Achille se transformó más adelante en una metáfora de Gustave. «Ante la estupidez de mi época, siento oleadas de odio que me asfixian. La mierda se me sube a la boca como en las hernias estranguladas. Pero yo quiero conservarla, fijarla, endurecerla; quiero transformarla en una pasta con la que embadurnaré el siglo XIX, de la misma manera que doran las pagodas indias con excrementos de vaca.» Al principio me pareció extraña la yuxtaposición de estos dos museos. Sólo adquirió sentido cuando recordé la famosa caricatura de Lemot en la que Flaubert aparece diseccionando a Emma Bovary. El novelista agita en el extremo de un largo tenedor el goteante corazón que acaba de arrancar triunfalmente del cuerpo de su heroína. Blande en todo lo alto el órgano como una valiosa prueba quirúrgica, mientras que en la izquierda del dibujo asoman, apenas visibles, los pies de la tendida y violada Emma. El escritor como carnicero, el escritor como delicado bruto. Luego vi el loro. Estaba en una habitacioncita y era verde intenso y tenía ojos despabilados, y la cabeza torcida en un ángulo interrogador. «Psittacus — decía la inscripción de su percha—. Loro que G. Flaubert tomó prestado del Museo de Rouen y colocó en su mesa de trabajo mientras escribía “Un coeur simple”, en donde recibe el nombre de Loulou, el loro de Felicité, principal personaje del cuento.» Una fotocopia de una carta de Flaubert confirmaba el dato: el loro, escribió, permaneció en su escritorio durante tres semanas, al término de las cuales su visión comenzó a irritarle.” (pp. 18 y 19) El loro era en tiempos de Flaubert, y antes, tanto en Francia como en Europa, un animal exótico. Lo demuestran enigmas como estos, recogidos en España en los siglos XVII, XVIII y XIX: “Soy un noble americano, bruto aunque no lo parezco, de colores muy galano, perpetua prisión padezco, uso de lenguaje humano si bien de razón carezco” (El papagayo) “De colores muy galano soi bruto, y no lo parezco; perpetua prisión padezco. Uso de lenguaje humano si bien de razón carezco (ídem) Estos enigmas aparecen por ejemplo en la obra de Cristóbal Pérez de Herrera Proverbios morales y consejos cristianos muy provechosos para concierto y espejo de vida, adornados de lugares y textos de las Divinas y Humanas Letras y Enigmas Philosóficos, naturales y morales con sus comentos. Madrid, Herederos de Francisco del Hierro, 1606. 2 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 El exotismo del papagayo era un motivo que se prestaba a que los ilustradores se detuvieron en él para lucirse, como hizo José Massi con el grabado incluido más arriba (tomado de Los Niños. Madrid, 1870-1876). http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez 2. GOURSTAVE, FLAUBEAR. EL OSO EN SU MADRIGUERA: EL ERMITAÑO DE CROISSET Flaubert, que se llamaba a sí mismo Oso (en francés Ours, en inglés Bear, de donde viene lo Gourstave y Flaubear), creyó en los libros, en la objetividad del texto escrito, en la insignificancia de la personalidad del escritor y en la trascendencia del estilo. Se angustiaba buscando la palabra, la frase exacta, la asonancia perfecta, el ritmo interior de la prosa. Era un perfeccionista. Para él, el arte debe decir la verdad, aunque fuese dura. Debemos mirar a la verdad cara a cara y “dormir sobre la almohada de la duda”, como decía el ensayista Michel de Montaigne. Y para él, la verdad no era otra que el fracaso moral de su generación, del tiempo en que le tocó vivir. Su amiga George Sand le escribió en una ocasión: “Tú provocarás, sin duda, la desolación; yo, el consuelo”. Él le respondió: “No puedo cambiar de ojos”. Pero para demostrar a su amiga que no tenía razón, que era capaz de imaginar historias tiernas y lacrimógenas, escribió “Un corazón simple”, una historia que ya había esbozado en 1850 y que no terminó hasta 1876, con una protagonista sencilla, inspirada en su chacha Julie, quien le había contado los primeros cuentos en la más tierna infancia. “Lo empecé pensando exclusivamente en ella [en George Sand], sólo por complacerla. Y murió cuando me encontraba todavía a mitad de mi obra. Lo mismo ocurre con nuestros sueños”. Flaubert era pesimista: “La tristeza es un vicio” (1878), escribió. Odiaba el tiempo vulgar en que le había tocado vivir. Le repelía la modernidad y enumeraba “ferrocarriles, venenos, clisobombas, tartas à la creme, la realeza y la guillotina” entre las desgracias de aquella, añadiendo además a “fábricas, químicos y matemáticos” a la fatídica lista. Si en el siglo XX, Filippo Marinetti, apóstol del futurismo, defendía que un coche de carreras era más bello que la Victoria de Samotracia, en el XIX Flaubert pensaba justo lo contrario y habla incluso del célebre “colique des wagons”: “Me fastidia tanto ir en tren que al cabo de cinco minutos ya empiezo a aullar de aburrimiento. Todo el vagón cree que es algún perro olvidado; en absoluto, ¡son los suspiros de M. Flaubert!” “Hay una cosa superior a todas las demás, el Arte. Un libro de poesía vale mucho más que un ferrocarril” (Cuaderno íntimo, 1840). Era escéptico, valoraba la amistad y la inteligencia. Odiaba la hipocresía, el patrioterismo, el dogmatismo sectario. Consideraba que sus conciudadanos, como toda la raza humana, eran unos estúpidos: “En el fondo de mi corazón estoy irremediablemente convencido de que mis queridos prójimos, con unas pocas excepciones, son unos seres despreciables”. 3 Prof. José Antonio García Fernández DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace jagarcia@avempace.com C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 Al hablar de Sade y Nerón, decía: http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez “Para mí, estos monstruos explican la historia”. Criticaba la democracia burguesa, que él llamaba despectivamente “démocrasserie” (democrasa o demo-obesidad), y a los democrápulas. Su sistema preferido era el chino, el mandarinazgo, el gobierno de una oligarquía ilustrada; pero se daba cuenta de que este sistema no era creíble en Francia. Decía que la democracia no era más que una fase en la historia de las formas de gobierno y, desde luego, consideraba ridícula la vanidad de considerarla la mejor, pues aquella no era sino la que ya había empezado a agonizar, lo que indicaba que iba a llegar otra nueva forma de gobierno: “La democracia no es la última palabra de la humanidad, de la misma manera que tampoco lo fueron la esclavitud, el feudalismo o la monarquía”. Amaba la ironía (algunos le acusan de “imaginación sadiana”), le gustaba escandalizar a los de su clase —los burgueses—, y para ello escribía frases tremendas: “La felicidad es como la sífilis. Si la contraes demasiado pronto te echa a perder la constitución”. “Las lágrimas son para el corazón lo que el agua para los peces”. “El mayor sueño de la democracia consiste en elevar al proletariado hasta el nivel de estupidez de la burguesía”. “El odio contra el burgués es el comienzo de la virtud”. “El público quiere obras que adulen sus ilusiones”. “Soy tanto chino como francés”. “Me gustan los vencidos, pero también me gustan los vencedores”. “Soy hermano en Dios de todo lo que vive, tanto de la jirafa y del cocodrilo como del hombre”. “Atraigo a los locos y a los animales” (Carta a Alfred le Poittevin, 26 de mayo de 1843). “La vida es una cosa horrible, ¿no crees? Es como una sopa en la que flotan muchos pelos, y que no hay más remedio que comerse.” (1852) “A medida que la humanidad se va perfeccionando, el hombre se va degradando”. “Es cierto que hay muchas cosas que me exasperan. El día en que nada me indigne caeré de bruces, como una muñeca cuando le quitas el palo que la sostiene.” (1867) “Dar al público detalles sobre mí mismo es una tentación burguesa a la que siempre me he resistido” (1879). Barnes dice que, a pesar de su fama de ermitaño, de “oso de Croisset”, de “Oso Loco” como él mismo se denominaba, viajó bastante: Italia, Suiza (1845), Bretaña (1847), Egipto, Palestina, Siria, Turquía, Grecia, Italia (1849-1851), Inglaterra (varias veces), Túnez y Argelia (1858), Alemania (1865), Bélgica (1871), Suiza (1874). Al final, duda de que su famosa devoción por la soledad y el arte fuera tal: al escritor también le gustaba vivir bien, además de su trabajo inmenso de escritor. Era más “bon vivant” de lo que se cuenta. Eso sí, Flaubert quiso ser un observador, un voyeur. Conscientemente se mantenía al margen: 4 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 “Cuando te mezclas con la vida no la ves bien, la sufres o la disfrutas más de la cuenta. El artista, en mi opinión, es una monstruosidad, una cosa que escapa a la naturaleza. Todas las desgracias con que le abruma la Providencia son consecuencia de la testarudez con que niega ese axioma… De modo que (tal es la conclusión), estoy resignado a vivir tal como he vivido, solo, con mi muchedumbre de grandes hombres como compañeros, con mi piel de oso como única compañía”. “Siempre he intentado vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda golpea sus muros y amenaza constantemente con derribarla”. http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez 3. GUSTAVE FLAUBERT: CRONOLOGÍA DE UN IDIOTA El escritor inglés, Barnes, nos cuenta los principales acontecimientos de la vida del burgués Gustave, el escritor que quiso vivir en su torre de marfil, dedicado solo a su arte de la novela, en una interesante cronología: Nace en 1821 en Ruán, segundo hijo varón de Achille-Cléophas Flaubert, cirujano jefe del Hôtel-Dieu de la ciudad normanda. Su hermano mayor, llamado Achille, como el padre, seguirá la tradición familiar y se hará médico. Gustave aprende mucho viendo operar a su padre, su gusto por la observación y la descripción detallada, su inclinación naturalista, todo ello lo aprendió en el quirófano junto a su progenitor. Por eso los críticos han dicho de él que manejaba la pluma como un escalpelo. Era, en opinión de sus mayores, un crío tarado, de expresión casi idiota. Sartre lo considera “el idiota de la familia”. En 1825 entra al servicio de la familia la niñera Julie, que permanecerá con ellos hasta la muerte del escritor, más de cincuenta años. De ahí sale, como ya hemos comentado, la figura de Félicité. Además, ella le contó a Gustave sus primeras historias y cuentos, de ella aprendió la magia de la oralidad y la narración. En 1831-32 estudia en el Collège de Ruán, se convierte en un buen alumno, muy dotado sobre todo en historia y literatura. Hizo un ensayo sobre Pierre Corneille, el otro ruanés célebre. En 1836 conoce a Elisa Schlésinger, esposa de un editor de música alemán, de la que se enamora y con la que se cartea durante cuarenta años, aunque solo fue un amor idealizado. Ella tenía entonces 26 años, Gustave solo 15. En ese tiempo se inicia sexualmente con una de las doncellas de su madre. Su vida sexual pasó por varias etapas: el burdel, las relaciones homosexuales con un muchacho en El Cairo, la aventura amorosa en París con la poetisa Louise Colet… El Flaubert joven era cortés, galante, famoso y con buena planta normanda, lo que le facilitaba sus conquistas. En 1837, publica en la revista ruanesa Le Colibri. En 1839 es expulsado del Collège de Ruán, por pendenciero y desobediente. En 1843, estudiante de leyes, conoce a Víctor Hugo en París. Repite curso, pues se dedicó más a conocer los ambientes literarios de la capital que a la jurisprudencia y el derecho. En 1844 tiene su primer ataque epiléptico. Vuelta a Croisset, soledad, lectura. En 1846 conoce a Louise Colet, “la Musa”. Se aman entre 1846-1848 y de 1851 a 1854. Peleas, incompatibilidad, luchas… Tras la ruptura definitiva, otro escritor, Alfred de Musset, sustituye a Flaubert en el corazón de la poetisa. En el 46 muere el padre de Gustave. Poco después, su querida hermana Caroline, a los veintiún años, al dar a luz a su hija, llamada también Caroline, a la que 5 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Gustave querrá como un padre. La madre de Flaubert también se llamaba Caroline, así que ese nombre femenino abarca tres generaciones flaubertianas, de ahí que fuese tan apreciado por Gustave. En 1848 muere su amigo Alfred le Poittevin, a los treinta y dos años. “No pasa un solo día en que no piense en él”. En 1850 contrae la sífilis en Egipto. Se le caen el pelo y los dientes, engorda, se convierte en un hombre grueso y envejecido, su saliva se hace negra por el tratamiento a base de mercurio. Se hace un solterón impenitente, negado al matrimonio, a pesar de la insistente solicitud de su amante Louise Colet.El viaje a Oriente de Flaubert es muy importante, no sólo por las repercusiones sobre su salud, sino también porque, como dice Barnes, exageradamente, salió romántico de París y volvió realista. En 1850, además, anuncia ya, en una nota personal, un proyecto sobre Don Juan, una historia egipcia que no llegó a escribir (“Anubis”), y “Mi novela flamenca sobre una joven que muere mística y virgen…, en una pequeña ciudad de provincias, al fondo de un huerto con coles y espadañas” (es decir, ya está pensando en “Un corazón simple”, que no terminó hasta 1876). Entre 1851 y 1857, redacción, publicación, juicio y absolución de Madame Bovary. “Al escribir este libro soy como una persona que tocase el piano con unas bolas de plomo atadas a cada falange”. “Todo lo que inventamos es cierto: puedes estar segura. La poesía es tan precisa como la geometría… Mi pobre Bovary está sin duda sufriendo y llorando ahora mismo en veinte pueblos de Francia” (Carta a Louise Colet, 14 de agosto de 1853). “Madame Bovary c’est moi!” (Carta a Amélie Bosquet, lectora incondicional de Madame Bovary). (Años después, se descubrió que el joven fiscal que llevó en el juicio la acusación por obscenidad contra Flaubert, maître Ernest Pinard, y que también acusó a Baudelaire, por la publicación de Les Fleurs du Mal, era el autor de unos versos priápicos o pornográficos. Por otro lado, se da la coincidencia de que “pinard” significa en francés “vino peleón”; algo que, sin duda, habrá hecho reír a Flaubert). Elogios de Lamartine, Sainte-Beuve, Baudelaire… Viaja a París, conoce a los Goncourt, a Renan, Gautier, Baudelaire, Sainte-Beuve, participa en cenas y tertulias. En 1862 publica Salammbó. Salones importantes, fiestas, reuniones… Se cartea con George Sand, se hace amigo de Turgenev, conoce al emperador Napoleón III. En el 66 es nombrado chevalier de la Légion d’honneur. En 1867 se arruina por confiar en el esposo de su sobrina Caroline, Ernest Commanville. En 1869 publica La educación sentimental. Muere su amigo Louis Bouilhet, de quien decía que era “el agua de seltz que me permitía digerir la vida”, “mi comadrona”, “la persona que entendía mis pensamientos mejor que yo mismo”: “En medio de la lasitud y el desánimo, cuando la hiel me inundaba la boca, tú eras el agua de Seltz que me ayudaba a digerir la vida. En ti me remojaba como en un baño tónico (…) Tú eras para mí el mejor ejemplo moral supremo, la edificación permanente”. 6 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez En 1869 muere también su amigo Sainte-Beuve. En 1870 muere Jules de Goncourt, otro de los íntimos. Los alemanes ocupan Croisset (guerra francoprusiana). En 1872 mueren su madre Caroline Flaubert y su amigo Théophile Gautier, “el último de mis amigos íntimos”. En 1874 publicó La tentación de San Antonio, que tuvo malas críticas. En 1876 mueren George Sand y Louise Colet, su antigua amante. “Mi corazón está convirtiéndose en una necrópolis”. En el entierro de su amiga G. Sand, Gustave llora desconsoladamente; cuando llega a Croisset, termina el relato que escribió especialmente para ella, la historia del loro, y aúlla “como un gorila”. En la muerte de Louise Colet, un amigo de Flaubert, Maxime du Camp (Souvenirs littéraires), del que se dice que también fue amante de Louise, escribió el siguiente epitafio: “Aquí yace quien comprometió a Víctor Cousin, ridiculizó a Alfred de Musset, injurió a Gustave Flaubert e intentó asesinar a Alphonse Karr. Requiescat in pace.” En 1877, edita Tres cuentos, que fueron exitosos (cinco ediciones en tres años). Comienza a trabajar en Bouvard et Pécuchet, que quedará inconclusa. Es festejado por todos, se reconoce su lugar en las letras francesas. Henry James lo visita. Se hacen cenas en su honor, a las que acuden Zola y Maupassant. En 1879, arruinado, acepta una pensión estatal. En 1880, rodeado de honores, respetado, trabajando en su última novela, muere en Croisset, igual que Félicité, “como una fuente que se seca, como un eco que se desvanece”. Aquel odiador de gobiernos y políticos, de protocolos y grandezas, aquel crítico de la estupidez humana, el burgués burguesófobo, al ser caballero de la Legión de Honor, tuvo en su funeral un piquete de soldados que disparó al aire una salva en su honor. Ironías del destino. 4. IDEAS SOBRE ARTE Y LITERATURA: EL ESTILO, LA IMPASIBILIDAD, MADAME BOVARY C’EST MOI! La vida de Flaubert fue burguesa, aburrida, a pesar de lo que sugiera Barnes en su libro. Flaubert amaba la lectura y la escritura más que la propia vida. Estaba orgulloso de su retiro en Croisset, donde según decía una vez había estado Pascal y el Abbé Prevost había escrito Manon Lescaut. Gustave amaba su torre de marfil y como autor tenía unas ideas bien enraizadas sobre el arte literario, la impasibilidad y la ausencia del escritor en lo narrado: “No soy más que un lagarto literario que se caliente el día entero al gran sol de la belleza. Sólo eso” (1846). “Hay en el fondo de mi ser un aburrimiento radical, íntimo, acre e incesante que no me permite disfrutar de nada y que me llena el alma a reventar. Aparece con cualquier excusa, como la hinchada carroña de los perros ahogados vuelve a salir a superficie por mucho que les hayas atado una piedra al cuello.” (1846) “Amo mi trabajo con un amor frenético y perverso, como ama el asceta el cilicio que le araña el vientre.” (1852) “Yo, que guardo cada cosa en su sitio, llevo una vida ordenada por casilleros, y tengo mis cajones y estoy tan lleno de compartimentos como un baúl de viaje, muy bien atado con cuerdas y cerrado con tres correas.” (1854) “Los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un proyecto premeditado y amontonando grandes bloques los unos encima de los otros, a fuerza de riñones, de tiempo y de sudor. ¡Y no sirven de nada! ¡Y se 7 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 quedan allí, en el desierto! Pero dominándolo de forma prodigiosa. Los chacales se mean en su base y los burgueses suben hasta su cúspide; continúa la comparación.” (1857) “Hay una frase latina que significa aproximadamente: «Coger con los dientes un denario de entre la mierda.» Era una figura retórica que aplicaban a los avaros. Yo soy como ellos: para encontrar oro, no me detengo ante nada.” (1857) http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez “Sigo, no obstante, torneando frases de la misma manera que los burgueses que tienen un torno en el granero siguen torneando aros para servilletas, por ociosidad y para mi propia satisfacción.” (1873) “De acuerdo con mi ideal del Arte, creo que no hay que mostrar ninguna idea propia, y que el artista debe aparecer tan poco en su obra como Dios en la naturaleza. ¡El hombre no es nada, la obra lo es todo!” “El autor debe estar en su libro como Dios en su universo, presente en todas partes, pero siempre invisible”. “No se hace Arte con buenas intenciones”. “El escritor tiene que vadear la vida como se vadea el mar, pero sólo hasta el ombligo”. Flaubert creía en el estilo. Trabajó para lograr la belleza, la sonoridad y la exactitud de la frase. Creía en la unión de forma y fondo: el estilo está en función del tema, no se le puede imponer, debe surgir de él. La forma no es un sobretodo que se pone sobre la carne del pensamiento, sino la carne misma del pensamiento. Es tan imposible imaginar una Idea sin Forma como una Forma sin Idea. Estilo es la fidelidad al pensamiento, la palabra correcta, la frase verdadera, la oración perfecta. Para él, una buena frase de prosa tiene que ser tan inmutable como un buen verso. Flaubert decía que en arte todo depende de la ejecución: la historia de un piojo puede ser más bella que la historia de Alejandro. Hay que escribir como se siente. André Gide, burlándose de la obsesión correctora de Flaubert, escribe con ironía: “No hay atmósfera más soporífera que la de esta región. Sospecho que contribuyó en buena medida a la lentitud y dificultad de trabajo de Flaubert. Él creía que estaba luchando contra las palabras, cuando en realidad luchaba contra el cielo; y es posible que en otro clima, exaltado su espíritu por la sequedad del clima, hubiese sido menos exigente, o hubiese obtenido los mismos resultados sin tanto esfuerzo” (Cuverville, 26 de enero de 1931). Era un crítico exigente consigo mismo y por eso denostaba a los críticos y los profesores de literatura: “He aquí unas cuantas cosas verdaderamente estúpidas: 1) la crítica literaria, tanto si es buena como si es mala; 2) la Asociación de la Templanza...» (Cuaderno íntimo, 1840) «Un gendarme es, por lo demás, una cosa esencialmente ridícula, que soy incapaz de considerar sin ponerme a reír; esta base de la seguridad pública ejerce sobre mí un efecto grotesco e inexplicable, el mismo que los procuradores del rey, los magistrados y los profesores de literatura.» (Por los campos y playas) «Se puede calcular lo que vale un hombre por el número de sus enemigos, y la importancia de una obra de arte por los ataques que recibe. Los críticos son como las pulgas, siempre dispuestos a saltar sobre las sábanas limpias y adoran los encajes.» (Carta a Louise Colet, 14 de junio de 1853) «La crítica ocupa el escalón más bajo de la jerarquía literaria: como forma, casi siempre; e indiscutiblemente como valor moral. Está por debajo incluso de los pareados y los acrósticos, que como mínimo requieren un poco de imaginación.» (Carta a Louise Colet, 28 de junio de 1853) «¡Críticos! ¡Eterna mediocridad que vive a costa del genio, denigrándolo y explotándolo! ¡Raza de abejorros que destrozan las mejores páginas del Arte! Estoy tan harto de la tipografía y de la mala utilización que hace de ella la 8 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 gente, que si mañana mismo el Emperador decidiese abolir la imprenta, iría hasta París caminando sobre mis rodillas y le besaría el culo en señal de agradecimiento.» (Carta a Louise Colet, 2 de julio de 1853). “Los que se llaman ilustrados a sí mismos acaban siendo cada vez más ineptos en materia de arte. Se les escapa incluso qué cosa sea el arte. Para ellos, son más importantes las glosas que el texto. Les interesan más las muletas que las piernas” (Carta a George Sand, 1 de enero de 1869). “Cosa rara donde las haya: un crítico que entiende de lo que habla” (Carta a Eugène Fromentin, 19 de julio de 1876). http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez 5. GUSTAVE FLAUBERT. SUS AMIGOS. LAS MUJERES DE SU VIDA Achille-Cléophas Flaubert fue el nombre de su padre y de su hermano mayor, que cargó con las expectativas familiares y se convirtió como el cabeza de familia en un gran cirujano, lo que permitió a Gustave dedicarse al arte y la literatura. Él fue, según Sartre, “L’idiot de la famille”. Bonaparte, Princesa Mathilde (1820-1904). Prime de Napoleón III, apodada “Notre Dame des Arts”, presidió un salón en la década de 1860, amiga y mecenas de Flaubert. Bouillhet, Louis (1822-1869), fue su amigo del alma, “mi comadrona”, “mi testículo izquierdo”, su doble o Doppelgänger. Poeta menor y dramaturgo. Cartas. Flaubert fue un gran escritor de cartas, a sus amigos y a sus mujeres, particularmente interesantes son las dirigidas a su amante, Louise Colet, y a su segunda madre, George Sand. Chantepie, Mademoiselle Leroyer de (1800-1889). Admiradora de Flaubert, autora de varias novelas inéditas que remitió al escritor tras leer Madame Bovary en 1856. Tuvo correspondencia con Flaubert, pero nunca se conocieron personalmente. Colet, Louise (1808-1876) Escritora socialista y feminista, amante de Flaubert, víctima de la misoginia del escritor. “La Muse”, la llamó Béranger. Poetisa de Aix, establecida en París. Traductora de Shakespeare. Víctor Hugo la llamaba hermana. Fue amante del filósofo Víctor Cousin. Después, de Flaubert , Alfred de Musset, Alfred de Vigny, Champfleury. Mantuvo relaciones epistolares muy intensas con el escritor normando, discutían mucho sobre arte y también sobre su relación sentimental. Ella quería que se casaran, Flaubert se negó. Ella fue a verle a Croisset, porque él tardaba en visitarla en París. Flaubert no quiso dejarla entrar y nunca le presentó a su madre. Ella adoraba su talento, él criticaba sin piedad sus versos. Cuando se conocieron, ella tenía 35 años, era guapa y famosa, había nacido en 1810, el mismo año que Elisa Schlésinger, primer amor de Gustave; él era un joven de 24 años. Temperamento independiente, mujer vanidosa y resentida. Commanville, Ernest. Joven supuestamente idóneo para casarse (1864) con la sobrina de Gustave, Caroline. Se arruinó a comienzos de 1870 y arrastró a los Flaubert en su caída. Du Camp, Maxime (1822-1894), amigo de la infancia, fotógrafo, viajero, con él estuvo en Bretaña, fue historiador de París y académico. En sus memorias hizo confidencias sobre Flaubert, quizás algo celoso de la mayor fama de su amigo. Era el editor de la Revue de Paris, donde Gustave publicó por entregas (y con expurgos) su Madame Bovary. Epilepsia, sífilis. Enfermedades de Flaubert. La segunda la contrajo en Egipto, era con la tuberculosis el “mal du siècle”. La contrajeron, entre otros, Daudet, Maupassant, Jules de Goncourt, Baudelaire, Gaugin… Sin ella, no se podía ser artista. 9 Prof. José Antonio García Fernández http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 Foucaud, Eulalie. Amour de voyage adolescente de Flaubert, a quien conoció en un hotel de Marsella. Él la recordó muchos años, fue la primera de una serie de mujeres mayores voluptuosas para él. Goncourt, los hermanos. Eran amigos del escritor normando. Dijeron de él: “Aunque sea muy franco por naturaleza, jamás es completamente sincero en lo que dice sentir, sufrir o amar”. Hamard, Émile. Compañero de colegio de Gustave, se casó con su hermana menor Caroline y poco a poco enloqueció tras el fallecimiento de esta en el parto de su hija, también llamada Caroline como la madre y la abuela. Herbert, Juliet, “Miss Juliet”, institutriz inglesa que trabajaba para la sobrina de Flaubert, Caroline Commanville, y a la que se ha atribuido una aventura amorosa con Gustave, quien reconoció que le costaba controlarse cuando subía por las escaleras detrás de la joven de abundantes pechos. Kuchuck Hanem. Cortesana egipcia de la que estuvo celosa Louise Colet. Pudo pegarle la sífilis a Gustave. Mme. Flaubert. Madre de Gustave, su carcelera, su cuidadora, su confidente y enfermera. Una vez le dijo: “Tu pasión por las frases te ha secado el corazón”. Gustave la adoraba. Ella lo reñía por lo mal que trataba a Louise. También porque gastaba mucho dinero y vivía a lo grande. Pradier, Louise. Amiga de la infancia de los hermanos Flaubert, apodada “Ludovica”. Era la temeraria y extravagante esposa del escultor parisino James Pradier (1790-1852), apodado “Fidias”, y uno de los modelos de Emma Bovary. Gracias a los Pradier, Flaubert conoció a Louise Colet y a Víctor Hugo. Quijote, Don. Se ha dicho que Madame Bovary es un Quijote con faldas. Flaubert leyó de niño a Cervantes y le encantó. Fue Père Mignot, vecino de Ruán y tío adoptivo, abuelo de Ernest Chevalier, amigo de Gustave, quien lo inició en las historias de Don Quijote y Sancho. Sand, George. Escritora, socialista, humanitaria, optimista. Firmaba con seudónimo de hombre, porque las mujeres no podían escribir en su tiempo. Amante de F. Chopin, músico polaco. Fue una segunda madre para Gustave. Se cartearon mucho. Para ella escribió “Un corazón triste”, pero la escritora murió antes de que él hubiera terminado su obra. Schlésinger, Elisa (1810-1888). Primer amor de Flaubert, mujer mayor que él, modelo de madame Arnoux en La educación sentimental, es la intocable y virtuosa esposa. El primer encuentro entre ambos sucedió en Trouville en 1836, después se vieron en París entre 1841 y 1844, y luego a largos intervalos. El marido de Elisa era Maurice Schlésinger, impresor de música, empresario, mecenas de las artes, hombre cálido, impetuoso, ostentoso, modelo de Jacques Arnoux en La educación sentimental. Sénard, Jules (1800-1885). Abogado y político de Ruán, viejo amigo de la familia Flaubert, defendió con éxito a Gustave en el juicio por inmoralidad contra Madame Bovary en 1857. Voltaire. Fue el gran escéptico del siglo XVIII. Flaubert fue el escéptico del siglo XIX. Zola, Émile. Admiró a Gustave, es en cierto modo su discípulo. Frecuentó al maestro. 6. EL LORO DE “UN CORAZÓN SIMPLE” 10 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 Para escribir “Un corazón simple” pidió, como es sabido, en préstamo al Museo de Ruán un loro disecado, que devolvió en 1876, una vez terminado el relato. Él quería sugestionarse, llenar su alma de loro. “Se llamaba Loulou. Tenía el cuerpo verde, la punta de las alas rosa, la frente azul, y la garganta dorada”. http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez Esta es la breve descripción del loro que nos ofrece el escritor. En Croisset, se conserva el pabellón donde Flaubert escribía y allí está el loro que lo inspiró, junto a la carta de Flaubert del 28 de julio de 1876. dirigida a Mme. Brainne: “¿Sabe usted qué es lo que tengo en mi mesa, ante mi vista, desde hace tres semana? Un loro disecado. Permanece ahí como un centinela de guardia. Su imagen empieza a irritarme. Pero lo conservo ahí para llenarme el cerebro de la idea de loro. Porque estoy escribiendo actualmente la historia de los amores de una chica vieja y un loro”. Pero en el Hôtel-Dieu de Ruán hay otro loro y sus propietarios también dicen que el suyo es el auténtico y el otro, el impostor. Dos lugares de su Normandía natal se disputan hoy la gloria del loro de Flaubert. Flaubert tuvo la primera idea de este relato en 1850. Pero no lo escribió hasta 1876. Mientras tanto se documentó para escribirlo, leyó cuanto cayó en sus manos sobre los loros, sus cuidados, sus enfermedades, su hábitat… Entre los recortes que guardaba, hay una noticia de L’Opinion Nationale, de 20 de junio de 1863, en la que está en germen la historia de Félicité: «En Gérouville, cerca de Arlon, vivía un hombre que poseía un loro magnífico. Era su único amor. De joven había sido víctima de una infortunada pasión. La experiencia le convirtió en un misántropo, y últimamente vivía solo con su loro. Le había enseñado a pronunciar el nombre de la novia que le había abandonado, y el loro lo repetía cientos de veces diariamente. Aunque esto fuese lo único que sabía hacer el pájaro, a los ojos de su propietario, el infortunado Henri K..., esta demostración de talento compensaba sobradamente sus limitaciones. Cada vez que oía el nombre sagrado pronunciado con la extraña voz del animal, Henri se estremecía de júbilo; para él, era como una voz proveniente del más allá, una voz misteriosa y sobrehumana. »La soledad inflamó la imaginación de Henri K..., y poco a poco el loro comenzó a adquirir para él una extraña significación, era como un pájaro sagrado: al tocarlo lo hacía con profundo respeto, y se pasaba horas contemplándolo en éxtasis. El loro, devolviendo impávidamente la mirada de su amo, murmuraba la palabra cabalística, y el alma de Henri se empapaba del recuerdo de su felicidad perdida. Esta extraña vida duró bastantes años. Un día, sin embargo, la gente se fijó en que Henri K... parecía más sombrío que de costumbre; y que había en sus ojos un raro destello cargado de malignidad. El loro había muerto. »Henri K... siguió viviendo solo, pero ahora del todo. No había nada que le vinculase al mundo exterior. Se enroscaba cada vez más en sí mismo, y hasta se pasaba varios días seguidos sin salir de su habitación. Comía cualquier cosa que le llevaran, pero no parecía enterarse de la presencia de sus vecinos. Poco a poco empezó a creer que se había convertido en un loro. Imitando al pájaro muerto, gritaba el nombre que tanto le gustaba oír; intentaba andar como un loro, se colgaba en lo alto de los muebles y extendía los brazos como si tuviese alas y pudiese volar. »En ocasiones se ponía furioso y comenzaba a romperlo todo; su familia decidió entonces enviarle a una maison de santé que había en Gheel. En el transcurso del viaje hacia allí, sin embargo, logró huir aprovechando la oscuridad de la noche. A la mañana siguiente le encontraron encaramado a un árbol. Como era muy difícil convencerle de que bajase, alguien tuvo la idea de poner al pie de su árbol una enorme jaula de loro. En cuanto la vio, el infortunado monomaniaco bajó y pudo ser atrapado. Actualmente se encuentra en la maison de santé, de Gheel.» Sabemos que a Flaubert le asombró esta historia encontrada en la prensa. A continuación de la línea que decía «poco a poco el loro comenzó a adquirir para él una extraña significación», Flaubert escribió lo siguiente: «Cambiar el animal: en lugar de un loro, que sea un perro.» Algún breve plan para una obra futura, no cabe duda. Pero cuando, finalmente, se puso a escribir la historia de Loulou y Félicité, no cambió el loro, sino su propietario.” (pp. 68 y 69) Si Cervantes se inspiró en el “Romance del labrador loco”, cuyo protagonista enloquece de tanto leer romances, para escribir su universal Quijote, Flaubert se inspiró en esta bonita historia de prensa, de la que supo sacar oro. El irredento antimodernista caía seducido por el relato anodino de un periódico. 11 Prof. José Antonio García Fernández jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez A continuación transcribimos unas páginas interesantes del libro de Barnes, donde habla de Félicité, el loro y el cuento “Un corazón simple”: “Cuando iba de regreso al hotel compré una edición para estudiantes de Un coeur simple. Quizá el lector conozca la historia. Trata de una criada pobre e inculta llamada Felicité, que sirve a la misma señora durante medio siglo, sacrificando sin resentimiento su propia vida por la de los demás. Siente afecto, sucesivamente, por un tosco novio, por los hijos de su ama, por su propio sobrino, y por un anciano que tiene un brazo canceroso. El azar se los arrebata a todos: mueren, o se van, o sencillamente la olvidan. Es una existencia en la que, como podía esperarse, los consuelos de la religión compensan la desolación de la vida. El último objeto de esa serie cada vez más reducida de afectos es Loulou, el loro. Cuando, a su debido tiempo, también él muere, Felicité lo hace disecar. Guarda la adorada reliquia a su lado, e incluso forma el hábito de rezarle, arrodillándose ante él. Una confusión doctrinal acaba formándose en su simple cerebro: se pregunta si no sería mejor representar al Espíritu Santo, al que suele darse aspecto de paloma, como un loro. La lógica está sin duda de su parte: tanto los loros como el Espíritu Santo hablan, cosa que no les ocurre a las palomas. Al final del relato muere la propia Felicité. «Sus labios sonreían. Los movimientos de su corazón se hicieron cada vez más lentos, de latido en latido, cada vez más remotos, más suaves, como una fuente que se seca, como un eco que se desvanece; y, cuando exhaló el último suspiro, creyó ver, en el cielo entreabierto, un loro gigantesco que planeaba sobre su cabeza.» El control del tono es vital. Imagínese el lector la dificultad técnica que supone escribir un cuento en el que un pájaro mal disecado y con un nombre ridículo termina representando una tercera parte de la Trinidad, y cuya intención no es satírica, sentimental ni blasfema. Imagínese además que hay que contar esa historia desde el punto de vista de una vieja ignorante, sin que el relato suene despectivo ni tímido. Pero es que el objetivo de Un coeur simple es completamente distinto: el loro es un ejemplo perfecto y controlado del estilo grotesco de Flaubert. Podemos, si lo deseamos (y si desobedecemos a Flaubert), someter al pájaro a una interpretación adicional. Por ejemplo, hay paralelismos sumergidos entre la vida del novelista prematuramente envejecido y la maduramente envejecida Felicité. Los críticos han soltado a los hurones. Los dos eran personas solitarias; sus dos vidas quedaron manchadas por las pérdidas; los dos, por mucho dolor que sintieran, fueron perseverantes. Los que gustan de llevar las cosas más lejos aun insinúan que el incidente en el que Felicité es atropellada por una silla de postas en la carretera de Honfleur es una referencia sumergida al primer ataque epiléptico de Gustave, la vez que cayó en la carretera, a las afueras de Bourg-Achard. No sé. ¿Cuánto tiene que sumergirse una referencia para no morir ahogada? En un sentido crucial, Felicité es absolutamente lo contrario de Flaubert: es casi incapaz de expresarse. Pero se podría discutir esta afirmación diciendo que aquí es donde aparece Loulou. El loro, el animal expresivo, un extraño ser que emite ruidos humanos. No es casual que Felicité confunda a Loulou con el Espíritu Santo, que es quien confiere el don de lenguas. ¿Felicité + Loulou = Flaubert? No exactamente; pero podría afirmarse que él está presente en los dos. Felicité contiene su carácter; Loulou, su voz. Podría decirse que el loro, que representa una ingeniosa vocalización sin apenas seso, es la Palabra Pura. Si usted fuera un académico francés podría decir que Loulou es un symbole du Logos. Siendo inglés, me apresuro a regresar a lo corpóreo: a esa esbelta y despabilada criatura que he visto en el Hótel-Dieu. Imaginé a Loulou sentado a un lado del escritorio de Flaubert y devolviéndole su mirada como el sarcástico reflejo de un espejo de feria. No es de extrañar que tres semanas de su paródica presencia provocaran irritación. ¿Acaso el escritor es mucho más que un loro complicado? Deberíamos quizá señalar, llegados a este punto, los cuatro principales encuentros entre el novelista y los miembros de la familia de los loros. En los años treinta del siglo XIX, durante sus vacaciones anuales en Trouville, la familia Flaubert solía visitar a un capitán retirado de la marina mercante que se llamaba Fierre Barbey; en su casa, nos cuentan, había un magnífico loro. En 1845 Gustave pasaba por Antibes camino de Italia, cuando se encontró con un periquito enfermo que mereció una anotación en su diario; el pájaro solía colgarse cautelosamente en el guardabarros del carricoche de su dueño, y a la hora de cenar era entrado en el comedor y colocado sobre la repisa de la chimenea. El diarista señala el «extraño amor» que une evidentemente al hombre y su animal. En 1851, cuando regresaba de Oriente vía Venecia, Flaubert oyó a un loro encerrado en una jaula dorada gritar sobre el Gran Canal su imitación de los gondoleros: «Fá eh, capo die.» En 1853 volvía a encontrarse en Trouville; se alojaba en casa de un pharmacien y se vio irritado todo el día por un loro que gritaba: «As-tu déjeuné, Jako?» y «Coca, mon petit coco.» También silbaba «J'ai du bon tabac». ¿Fue alguno de estos pájaros, parcial o completamente, la inspiración de Loulou? Y, ¿había visto Flaubert a algún otro loro vivo entre 1853 y 1876, fecha en la que pidió prestado un loro disecado al Museo de Rouen? Dejo estas preguntas en manos de los profesionales. Me senté en mi habitación del hotel; desde una habitación cercana un teléfono imitaba el grito de otros teléfonos. Pensé en el loro que permanecía en la habitacioncita, apenas a unos ochocientos metros de distancia. ¿Qué hizo Flaubert con él cuando terminó Un coeur simple? ¿Lo metió en un armario y olvidó su irritante existencia hasta el día en que estuvo buscando otra manta para su cama? ¿Y qué ocurrió, cuatro años después, cuando una apoplejía le tumbó agonizante en el sofá? ¿Imaginó quizá que planeaba sobre él un gigantesco loro, que esta vez no significaba el saludo de bienvenida del Espíritu Santo sino el adiós de la Palabra? «Me fastidia mi tendencia a la metáfora que, indudablemente, me domina en exceso. Me devoran las comparaciones como a otros los piojos, y me paso el día aplastándolas.» A Flaubert le salían las palabras con facilidad; pero también supo ver la insuficiencia subyacente de la Palabra. Recuérdese su triste definición en Madame Bovary: «La palabra humana es como una 12 Prof. José Antonio García Fernández http://www.avempace.com/personal/jose-antonio-garcia-fernandez jagarcia@avempace.com DPTO. LENGUA Y LITERATURA- IES Avempace C/ Islas Canarias, 5 - 50015 ZARAGOZA - Telf.: 976 5186 66 - Fax: 976 73 01 69 caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas.» De modo que se puede entender al novelista de dos modos: o bien como un pertinaz y acabado estilista; o como alguien que consideraba que el lenguaje es trágicamente insuficiente. Los sartreanos prefieren la segunda alternativa: para ellos, esa incapacidad de Loulou para hacer algo que no sea repetir de segunda mano las frases que oye es una confesión indirecta del fracaso del propio novelista. El loro/escritor acepta con pusilanimidad el lenguaje como una cosa recibida, imitativa e inerte. El propio Sartre reprendió a Flaubert por su pasividad, por su creencia (o por su colusión con la creencia) en que on est parlé: nos hablan. ¿Anunció este estallido de burbujas la gorgoteante muerte de otra referencia sumergida? Es en el momento en que se empieza a sospechar que se están leyendo más cosas de la cuenta en una narración cuando uno se siente más vulnerable, aislado, y quizás estúpido. ¿Se equivoca el crítico que lee a Loulou como símbolo de la Palabra? ¿Se equivoca —o, peor aún, incurre en el pecado del sentimentalismo— el lector que piensa que ese loro del Hôtel-Dieu es un emblema de la voz del escritor? Eso fue lo que hice yo. Quizás esto me convierte en un tipo tan simple como Felicité. Pero, tanto si se califica Un coeur simple de cuento como si se lo llama texto, sigue provocando ecos en nuestro cerebro. Permítaseme que cite a David Hockney, bondadoso aunque poco concreto, en su autobiografía: «El relato me afectó de verdad, y me pareció que era un tema en el que podía meterme para utilizarlo en serio.»” (pp. 20-24) 7. FLAUBERT Y LA POSTERIDAD Gustave Flaubert, el ermitaño de Croisset, el Oso Loco, el padre del realismo, el verdugo del romanticismo (que odiaba), el puente entre Balzac y Joyce, el precursor de Proust, el maestro de la ironía... Amaba la frase de Epicteto: “Abstente y oculta tu vida”. Quería una prosa científica, objetiva, impersonal. El trabajador infatigable para quien una hora pasada en sociedad era una hora quitada al trabajo literario. El solitario. El prosista que esculpía sus frases como si se tratara de versos. El artista que hizo del Arte una religión. Un burgués burguesófobo. El Idiota de los Salones. Un hombre que recibió la Legión de Honor y que era admirado en Francia, aunque dijo aquello de: “Los honores deshonran; el título degrada; el cargo embrutece”. Hay una anécdota que cuenta Julian Barnes y que sirve bien para ilustrar la influencia de Flaubert en la posteridad. Con ella cerramos estas notas de lectura de un libro interesante, lleno de sugerencias: “Desplacémonos unos setenta años aproximadamente, para entrar en otra familia de otra región francesa. Esta vez nos encontramos con un muchacho libresco, una madre, y una amiga de la madre que se llama Mme. Picard. El muchacho escribió posteriormente en sus memorias (…): «Mme. Picard opinaba que hay que permitirles a los chicos que lo lean todo. "Ningún libro bien escrito puede ser peligroso."» El muchacho, consciente de la opinión que con tanta frecuencia expresaba Mme. Picard, explota deliberadamente su presencia y le pide permiso a su madre para leer una novela especialmente famosa. «Pero, si mi hijito lee libros como ése a esta edad —dice la madre—, ¿qué hará cuando sea mayor?» «¡Los viviré!», contesta el muchacho. Fue una de las contestaciones más ingeniosas de su infancia; los mayores la repitieron una y otra vez en las conversaciones familiares, y gracias a ella conquistó —según se nos permite deducir— el derecho a leer aquella novela. El muchacho era Jean-Paul Sartre. El libro era Madame Bovary." (p. 128) 13
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